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EXPOSICION TEMATICA: EL DIALOGO ARGUMENTATIVO

El diálogo argumentativo es un juego lingüístico en el que dos o más participantes intercambian


mensajes, o actos de habla, respetando ciertas reglas que los compromete a cooperar para que se
alcance el objetivo del diálogo. Es camino para solucionar problemas, resolver conflictos y tomar
decisiones colectivas, es decir, para llegar a acuerdos con otras personas. Dialogando e
intercambiando oralmente argumentos, se puede persuadir o convencer, o igualmente, se puede
conseguir entender y aceptar sus puntos de vista pues el objetivo que se debe buscar al argumentar
y dialogar no es tanto ganar o tener la razón siempre o a toda costa sino, más bien, arribar los
mejores acuerdos posibles para todas las partes involucradas

FASES Y REGLAS DE LA ARGUMENTACIÓN

La secuencia de un diálogo argumentativo puede ser dividida en cuatro fases.

 Primera fase: es útil y necesario que las reglas sean explícitamente declaradas y acordadas
por los participantes.
 Segunda fase: Todo diálogo surge desde un problema, una diferencia en las opiniones o una
situación que debe ser resuelta desde los dos lados que constituyen el problema del diálogo.
La fase de la confrontación es donde el problema del diálogo debe ser anunciado o acordado
para que sea clara cuál es la meta del diálogo.
 Tercera fase: La fase de la argumentación es donde cada parte tiene la obligación, utilizando
los métodos apropiados, de contribuir para llegar a la meta del diálogo.
 Cuarta fase: La fase del cierre es la parte del diálogo donde la meta debió haber sido
alcanzada o donde los participantes están de acuerdo en terminar con el diálogo.

Estos requisitos generales de las cuatro fases del diálogo implican, a su vez, otras reglas:

 Las reglas de relevancia: que el participante no se aleje mucho del punto a discutir (la meta
del diálogo).
 Las reglas de cooperación: que el ponente responda las preguntas cooperativamente y que
acepte el compromiso de reflejar su posición con precisión.
 Las reglas informativas: que un participante proporcione sus argumentos, al contrario, el
cual puede saber del particular o no.

Para que un diálogo sea fructífero debe hacerse explícitas tanto las cuatro fases como estas tres
reglas.

Los diálogos se componen en lo fundamental en cuatro momentos:


LA CONFRONTACION: Consiste en fijar un tema y dar fe de un desacuerdo o una duda compartida
por los interlocutores, en efecto no discutimos con otra persona porque estemos de acuerdo con ella,
ni emprendemos una investigación sobre algo que ya sabemos, al menos de que tengamos dudas
de la pertinencia de nuestro punto de vista. Al contrario, el punto de partida de la discusión es
establecer las posturas que estarán en disputa o el estado o el estado de ignorancia frente la
cuestión que se abordara en conjunto. A partir de esta confrontación es que nos embargamos en una
disputa argumentativa con un interlocutor determinado.

LA APERTURA: Consiste en fijar los términos y alcances de la argumentación. Una vez que
sabemos que es lo que se va a discutir y antes de pasar al intercambio de argumentos, es
conveniente fijar las reglas del juego. De lo contrario, tendríamos que establecer una y otra vez a lo
largo del dialogo. Lo cual entorpecería el intercambio de ideas. Esta apertura implica también en
establecer los lugares comunes que servirían como punto de referencia para las argumentaciones
ulteriores. Lo deseable es que esta apertura siempre se haga explicita, aunque a veces esta
sobreentendida en los diálogos.

LA ARGUMENTACION: En esta parte del dialogo se dan los argumentos o razones principales para
defender el punto de vista al que nos Adherimos. En esta parte también se pueden introducir
objeciones a los argumentos ajenos o contra objeciones a los que se dan en contra de nuestra
postura. Si bien los dos primeros pasos son preparatorios, este paso es el corazón de la interacción
argumentativa y conviene tener en cuenta todas las reglas de la lógica formal o material.

LA CLAUSURA: Es el cierre de la discusión, ya sea con una conclusión o fijando una pregunta
como punto de partida para ulteriores discusiones, pues no siempre se puede dirimir la cuestión
categóricamente. Los diálogos de Platón son famosos entre otras cosas por terminar muchas veces
con una pregunta en vez de respuesta. En forma paradójica, este modo de concluir se convierte en
un avance, en la medida que implica una mejora en la formulación de un problema y de sus
términos.

MODERNISMO

Todos me conocen como Rubén Darío, principal exponente del Modernismo. A finales del siglo XIX,
un grupo de jóvenes escritores hispanoamericanos emprendimos la independencia literaria con
respecto a España. Al mismo tiempo, pretendíamos ponernos a tono con los nuevos tiempos de la
era industrial y los grandes cambios de la modernidad.

En medio de esa búsqueda, irónicamente, volvimos la mirada hacia Europa, en particular hacia
Francia, con el fin de imitar su vanguardismo. El resultado fue lo que bauticé como Modernismo que,
más que un movimiento literario, fue una actitud ante la vida. Una actitud que reflejaba nuestra
manera de ver la crisis que se experimentaba en todo el mundo y el descontento que sentíamos con
el presente, la nueva burguesía y la inclusión de Latinoamérica en el capitalismo internacional.

En nuestro empeño, tratamos de conciliar ideas que parecían irreconciliables: por una parte, el
mundo clásico, el pasado y la tradición y, por otra parte, el mundo actual y el tiempo presente.
Amamos a nuestra América, pero a la vez nos sentimos ciudadanos del mundo, es decir,
cosmopolitas.

¿Quiénes nos inspiraron?

Los movimientos que más llamaron nuestra atención, especialmente por cuestiones temáticas y
simbólicas, fueron las corrientes literarias francesas del Simbolismo y el Parnasianismo. Los
simbolistas, liderados por Jean Moréas, se oponían al Realismo y al espíritu científico tan de moda
por entonces. Entre tanto, los parnasianos, como Théophile Gautier y Leconte de Lisle, defendían la
poesía de corte objetivo contra el subjetivismo romántico, lo cual se reflejaba en la perfección formal
y el uso de un vocabulario muy escogido en sus obras.

El Simbolismo nos aportó la tendencia a integrar símbolos y todo tipo de imágenes sensoriales en
nuestras obras, así como el gusto por la música, que nos llevó a emprender varias innovaciones
métricas. Del Parnasianismo rescatamos la idea de poder expresarnos por medio del arte con
libertad, es decir, el arte por el arte, así como la atracción por la perfección formal y el refinamiento.

¿Cómo nos consolidamos?

A pesar de los mencionados aportes, al final, los modernistas nos propusimos resistir toda autoridad
o tradición literaria externa y reclamamos nuestra propia expresión, sin dejar de conectarnos con el
mundo. Nos caracterizó fundamentalmente la voluntad de innovación, la autonomía literaria y el
cosmopolitismo. Así logramos configurar un movimiento original, autónomo y abierto al universo, un
verdadero movimiento de liberación artística y espiritual.

Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895)

Amado Nervo (1870-1919) Ir al contenido

Con los ojos hacia Europa y los pies en Latinoamérica

Este movimiento se desarrolló en América Latina hacia finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
Aunque se originó en Centroamérica, se expandió a lo largo de Latinoamérica y llegó a influenciar a
toda una generación de escritores españoles.
Ser modernista era renovar la estética tradicional de las letras y criticar o evadir la realidad social
producto de la modernización. La atención de los modernistas estuvo puesta en el porvenir de los
pueblos latinoamericanos y en alejarse de la tradición clásica que provenía de España. Para lograrlo,
centraron su atención en dos movimientos surgidos en Francia: el Parnasianismo y el Simbolismo.

Del Parnasianismo, un movimiento que rechazó la subjetividad y el sentimentalismo románticos,


heredaron su atención a la forma y a la estilización. La consigna el arte por el arte, que llevó a la
literatura de los parnasianos a separarse de las preocupaciones sociales, fue asimilada por el
Modernismo para buscar un refinamiento y evocar la figura del poeta aislado en su torre de marfil, es
decir, dedicado únicamente al arte. El símbolo fue un recurso heredado del Simbolismo francés.
Gracias a la influencia de este movimiento, los modernistas también centraron su atención en la
belleza como un asunto terrenal y en la relación entre la música y la literatura.

Las letras modernistas tuvieron dos momentos clave: formación y expansión. Durante la época de
formación, los modernistas rechazaron todas las formas de arte tradicional y los procesos de
modernización económica y política de América Latina: se pensaba en la necesidad de una nueva
representación de América que surgiera desde el continente. José Martí o Manuel Gutiérrez Nájera
son algunos de los autores que aportaron más reflexiones durante a esta primera etapa.

Los años de expansión de las ideas modernistas se caracterizaron por el cosmopolitismo y la


profesionalización de sus autores. Se le llamó etapa de expansión porque la renovación literaria
propuesta por el Modernismo fue una de las primeras ideas latinoamericanas que influenció a
Europa. Los autores españoles de la Generación del 98 encontraron en estas nuevas voces una
fuente de inspiración para sus obras.
Mi nombre es Vicente Huidobro, hago parte de los escritores conocidos como vanguardistas y soy
uno de los más importantes de Latinoamérica. Aunque las propuestas teóricas, los propósitos y los
temas de cada vanguardia son diferentes, todos los artistas que nos inscribimos en estas corrientes
nos situamos en la línea de la renovación. No hay que olvidar que las Vanguardias surgieron cuando
las formas del Modernismo llegaban a su fin y la civilización se encontraba en medio de crisis
económicas y políticas que desencadenaron guerras, dictaduras y un sentimiento de angustia
existencial; por esto, se hizo necesaria la búsqueda de nuevas maneras de interpretar el mundo. Los
escritores y, particularmente, los artistas de las Vanguardias, nos encontrábamos profundamente
comprometidos con nuestro tiempo, convulsionado y brutal.

Las Vanguardias literarias son experimentales e innovadoras, dan cuenta de una posición artística
renovadora y combativa; la lucha es contra el orden establecido, contra la herencia de los
modernistas y los naturalistas y contra sus maneras de interpretar el mundo. Sobre todo, las
Vanguardias son movimientos llenos de optimismo. En mis viajes y tertulias he compartido con
muchos artistas de vanguardia y, aunque tenemos puntos en común, cada uno responde a un
contexto particular. La premisa general era buscar la innovación pero cada uno partía de su propia
experiencia.

Modelos e influencias

Claro. Yo nací en Chile, en 1893, pero en 1916 me trasladé a París y viví la Primera Guerra Mundial.
La crisis del momento dio pie al nacimiento de las Vanguardias como una búsqueda de los artistas
por romper las formas tradicionales de hacer arte y cuestionar los principios positivistas de la
modernidad. Una gran parte de mi obra está escrita en francés o fue posteriormente traducida por mí
a ese idioma. Hacia 1917, mientras vivía en España y mientras el mundo convulsionaba política,
social y artísticamente, entré en contacto con muchos jóvenes escritores con los que consolidamos
el Creacionismo. Nosotros creíamos que la palabra tiene el poder de crear y que se encuentra al
servicio del poeta, permitiéndole construir el mundo que le rodea. Las obras creacionistas rompen,
por ejemplo, con la rima de los versos y dan paso al verso libre. También experimenté con la
ausencia de signos de puntuación en muchos de mis escritos, con lo que pretendía dar ritmo y vida a
las palabras. Más que describir el mundo, la palabra poética lo crea.

La imagen del escritor en las Vanguardias

Hasta antes de las Vanguardias, el escritor estaba subordinado a la palabra y a sus reglas, así como
el hombre a la naturaleza; el Creacionismo es insubordinación y rebeldía, nosotros concebíamos al
poeta como un pequeño Dios, creador de mundos. Ya a los 21 años me rondaba una idea que se
materializó luego en mi obra: “El poema debe ser una realidad en sí, no la copia de una realidad
exterior, debe oponer su realidad interna a la realidad circundante”.

Manuel Maples Arce (1900-1981)

Luis Palés Matos (1898-1959)

Alfredo Margenat (1907-1987)

Oliverio Girondo (1891-1967)


 Expresionismo.
 Cubismo.
 Futurismo.
 Dadaísmo.
 Ultraísmo.
 Creacionismo.
 Surrealismo.

En una época en la que América Latina estaba pasando por grandes cambios económicos y
políticos, nosotros, los escritores latinoamericanos de la generación de la posguerra, estábamos
buscando nuevas formas de escribir y de comprender nuestro continente. El Boom latinoamericano,
que muchos atribuyen a un fenómeno editorial, fue, desde mi punto de vista, resultado del contexto
político y social de la época, pero también, y, sobre todo, del azar.

Mi nombre es Julio Cortázar, soy uno de los escritores del Boom latinoamericano y como muchos
otros de mi época, soy un ciudadano del mundo. Nací en Bruselas, Bélgica, pero mis padres eran
argentinos, por lo que me mudé a Buenos Aires cuando tenía cuatro años. Nací a comienzos del
siglo XX, justo cuando estalló la Primera Guerra Mundial, y durante toda mi vida fui testigo de
grandes cambios en el mundo; gracias a que viví viajando entre Europa y América pude identificar
las diferencias con las que el Viejo Continente y el continente suramericano enfrentaron los retos de
la globalización y la industrialización. En este contexto surgió el Boom, a finales de la década de
1950.

En aquella época, la gran mayoría de los escritores que conformamos el movimiento estábamos
involucrados políticamente con los procesos que se estaban llevando a cabo en América Latina,
principalmente del lado de las propuestas que respaldaban el socialismo.

En parte, fue gracias a nuestro activismo político que muchos de nosotros nos conocimos y
comenzamos a intercambiar escritos e ideas. Queríamos crear un estilo literario propio de América
Latina, pero que al mismo tiempo pudiera llegar a ser universal, aunque claro, todos tuvimos
influencias internacionales. Con el tiempo, comenzamos a explorar nuevas maneras de narrar, lo que
se puede notar en novelas como Pedro Páramo o La Hojarasca; y nuevas formas de crear realidades
paralelas, como en la Invención de Morel, y así cuestionar la nuestra. Quizá lo más extraño y
azaroso de todo esto fue que cada vez más personas se interesaron por leernos y que, casi por
primera vez, los lectores del mundo querían leer a autores latinoamericanos, quienes, a pesar de
nuestros intereses comunes, abordamos temas diversos, con estrategias narrativas particulares y
distintas.

Nuestras obras resultaron de gran interés para el público latinoamericano que se sentía identificado
con la realidad que vivía, pero también tuvo una inmensa acogida en Europa y Estados Unidos,
donde la realidad cotidiana de Latinoamérica resultaba increíble y maravillosa

Juan Rulfo (1917-1986)

Jorge Luis Borges (1899-1986)

Alejandra Pizarnik (1936-1972)

Mario Vargas Llosa (1936)

Gabriel García Márquez

El siglo XX fue una época de grandes cambios en todo el mundo, especialmente por las dos guerras
mundiales que estallaron en la primera mitad del siglo. En América Latina, la influencia de estas
guerras mundiales implicó un gran crecimiento de la población inmigrante en países como Argentina
y Chile. Esto generó grandes cambios en la cultura y las estructuras sociales y la preocupación de
Estados Unidos por detener el ingreso de las ideas comunistas al continente, por medio de doctrinas
como la de la estrella polar y la intervención política de las multinacionales, que hicieron de los
países latinoamericanos “repúblicas bananeras”.
A pesar de las políticas antisocialistas norteamericanas, durante la segunda mitad del siglo XX se
sintió fuertemente la influencia de la Guerra Fría y del socialismo y muchos intelectuales comenzaron
a adoptar políticas que simpatizaban cada vez más con el socialismo.

Durante este mismo siglo, América Latina sufrió tal vez la más grande ola de dictaduras que ha
conocido el mundo, especialmente en el Cono Sur. Así pues, durante este siglo diferentes países del
continente sufrieron largos períodos de violencia y opresión, como el mandato de Anastasio Somoza
en Nicaragua, en 1937, y el de Augusto Pinochet en Chile, cuya dictadura duró hasta 1990. También
durante este siglo se vivieron numerosas guerras civiles en países como Colombia y México.

En principio, los autores del Boom tenían varias características en común: la gran mayoría de ellos
estaba fuera de su país y escribía en el exilio. Muchos de ellos escribieron sus obras en Europa, y
sus creaciones circularon gracias al voz a voz, antes de que las editoriales latinoamericanas y
españolas tuvieran interés en publicarlos.

Otro aspecto que los caracterizó fueron las influencias literarias a partir de las cuales crearon sus
obras. Casi todos los autores del Boom tenían gusto e interés particulares por autores vanguardistas
de Europa y América del Norte como Edgar Allan Poe, Julio Verne, Ernest Hemingway y James
Joyce, entre otros. Así, inspirados por los estilos narrativos de estos autores y por otras formas
artísticas del momento, los protagonistas del Boom comenzaron a experimentar con sus narraciones
y especialmente a jugar con la tensión que existía entre la ficción y la realidad.

Otro elemento en común en estos autores fue su activismo político. Una gran parte de los escritores
legó a conocerse gracias a que estaban involucrados en los grandes cambios políticos que estaban
sucediendo en América Latina y, de hecho, muchos de ellos venían de países donde se habían
instalado las dictaduras. Así pues, un gran número de los escritos que surgieron en aquella época
tuvieron como objetivo principal realizar una crítica de la realidad política y social del momento,
cuestionando el modelo económico capitalista y la intervención de lo que empezaba a develarse
como el imperialismo norteamericano.

Los escritores del Boom escribieron notables novelas en las que se retrataba personajes totalitarios
como en El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez. Esta novela es considerada por algunos
críticos como la novela de mayor complejidad narrativa y temática del nobel colombiano.

Durante la segunda mitad del siglo XX, muchas editoriales latinoamericanas y españolas pasaron por
una gran crisis de publicaciones a causa de la censura que se estaba viviendo en medio de la
dictadura de Francisco Franco en España (1939-1975). Durante este tiempo, las editoriales
europeas buscaron nuevos escritores en lengua castellana que no estuvieran afectados por la
censura y, por ello, tuvieran posibilidades de ser publicados. Fue entonces cuando los escritores del
Boom comenzaron a ser publicados y traducidos en diferentes países del mundo.

Gracias a este movimiento editorial, muchos escritores pudieron finalmente publicar obras que hasta
ese momento habían permanecido desconocidas. Este impulso editorial produjo dos efectos claros:
por un lado, en el continente americano dejó de leerse con exclusividad a escritores europeos, lo que
había sido la norma hasta entonces; por otro, se empezó a leer mucho más a los escritores
latinoamericanos, no solo en sus países de origen sino también en todos los rincones del continente.

Es importante tener en cuenta que muchas de las obras, como libros de cuentos y novelas, que
ganaron mayor reconocimiento con estas publicaciones no eran las primeras de sus escritores. En
otras palabras, la obra de los escritores del Boom había empezado antes de que aparecieran sus
publicaciones europeas, en la mayoría de los casos. Pero estas nuevas publicaciones dieron impulso
también a sus novelas y libros anteriores, lo que significó, en todo caso, una mayor difusión de la
obra literaria de los escritores del Boom y un mayor interés de la crítica por los autores
latinoamericanos.

Entre los autores del Boom hay varios elementos comunes. Sin embargo, no todos escribieron
siempre de la misma manera. Así pues, dentro del Boom latinoamericano se reconocen dos estilos o
corrientes narrativas:

El realismo mítico. Del cual derivan el realismo mágico y lo real maravilloso. En ellos, la realidad es
abordada desde los mitos y las leyendas propios de América Latina, como la novela Cien años de
soledad, donde se narran los orígenes de un pueblo.

La ficción histórica. La narración juega con el retrato de alguna figura política de la época, como los
dictadores o militares, y narra acontecimientos de su vida que se basan en su biografía pero que no
buscan reproducirla. Como la novela El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, donde se narran
hechos sobre la historia haitiana.

Aunque este período se conoce como El Boom de la literatura latinoamericana, la novela no fue el
único género explotado. Grandes cuentistas como Felisberto Hernández, Julio Ramón Ribeiro, Silvia
Ocampo, Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares hacen parte también de este período. Asimismo,
el ensayo, la crónica, el teatro e, incluso, la poesía fueron también géneros en los que se
propusieron innovaciones formales y temáticas.

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