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¿Que es la espiritualidad?

Por Ralph M. Lewis, F.R.C.


Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.

II Parte

Con el gradual desarrollo de la religión formal, la vida sobre esta tierra era
interpretada como una preparación para la existencia futura. La vida aquí era, en
efecto, hecha para asumir una importancia secundaria. Se convirtió en una especie
de estado preparatorio, únicamente. La práctica de ofrendas y sacrificios es la
indicación de esto. Las ofrendas eran primitivamente regalos que se cambiaban con
los dioses o espíritus del otro mundo.

En vista de tales regalos, los espíritus se verían obligados a otorgar bendiciones


sobre la humanidad. Sin embargo los sacrificios eran, principalmente, una
manifestación de humildad. Los sacrificios son el intento del hombre hacia una
reconciliación con el gran espíritu del mundo futuro, por alguna ofensa que cree que
ha cometido contra él, aquí en la tierra.

Los hombres se dan perfecta cuenta de las ofensas que se hacen unos a otros.
Desean estar seguros de no haber cometido tales ofensas contra sus divinidades o
dioses. Si las han cometido, quieren estar seguros de que, de alguna manera, pueden
expiarlas. ¿Cuál es la base de estas ofensas que todos los hombres reconocen? Hay
dos formas generales.

En primer lugar, existen esas cosas que el hombre encuentra como desventajosas
para la sociedad o grupo del cual forma parte. El tomar una vida humana, es, por
ejemplo, bajo determinadas condiciones, algo que repugna a todas las razas. El robo
de los elementos o utensilios personales de otro, que son necesarios para la
subsistencia, es otra ofensa social reconocida por la mayor parte de los pueblos
primitivos. Como ofensas, estos tabúes surgen naturalmente de la consciencia del
individuo o de la necesidad de seguridad y bienestar personales.

Existe otro grupo de ofensas que tienen una causa más sutil y misteriosa. La
consciencia humana sobre estas causas es más gradualmente desarrollada. Existen
esas cosas y hechos que llegan a ofender a la abierta consciencia propia del hombre.
A medida que la sensibilidad aumenta, el hombre va extendiendo hacia los demás
sus propios sentimientos. Desde el punto de vista psicológico, llamamos a eso
empatía.

Esto quiere decir que, por un sentimiento de simpatía, sentimos el daño y la


crueldad que se hace a los demás como si nos hubiera herido a nosotros mismos.
Popularmente, esto se llama un sentimiento de justicia. El hecho es que nuestra
autoconsciencia personal (la realización de nuestro propio ser) se ha extendido
tanto que, por simpatía, incluye a los demás como si fuéramos nosotros mismos.

En las tumbas de la IV Dinastía Egipcia, un funcionario legó una inscripción muy


impresionante, que muestra que ya hace unos cinco mil años los hombres extendían
su propio interés hasta incluir a los demás. La inscripción puede leerse
parcialmente: Di pan a todos los hambrientos; vestí a los que estaban desnudos;
nunca oprimí a nadie en posesión de su propiedad. La inscripción de otra tumba del
mismo período, dice: Nunca hice algo de violencia a nadie.

El bien, pues, vino de que el hombre tenía un sentido interno de restricción. El bien
es una felicidad que no ha de gozarse a expensas de los demás. El bien es algo que se
siente en el interior y por esta razón fue atribuido a lo que llamamos espíritu. Esto
fue, entonces, el comienzo del sentido de la moralidad. Fue el comienzo de lo que los
hombres llaman consciencia.

La consciencia es un deseo innato de pertenencia. Es el deseo de ser uno con aquello


que los hombres conciben que sea la fuerza sobrenatural del bien y del derecho, que
opera a través de ellos. Pero el bien se refleja siempre en aquello que es ventajoso a
la sociedad en la que vive el hombre. No es únicamente algo que sentimos, sino que
se refleja de manera objetiva en un comportamiento determinado.

De manera subconsciente, el hombre desea vivir al unísono y en cooperación con


sus semejantes. De manera consciente, trata de hallar algún fundamento para el
comportamiento que representa aquellos sentimientos que él posee. El
comportamiento, entonces, se convierte en el código moral por el que los hombres
viven. Si dicho código es dicho o escrito, primeramente, por un fundador religioso,
entonces se le atribuye ser divino en naturaleza. El factor importante es que el
impulso hacia la armonía en las relaciones humanas se atribuye a una influencia
sobrehumana. Es más, se piensa que este impulso fluye del interior del hombre.

Un problema con el que el hombre ha bregado durante siglos y con el cual aún hoy lo
está haciendo, es cómo puede llegar a conocer exactamente en qué consisten los
deseos divinos. ¿Puede el hombre estar seguro de entender las impresiones que
llene del interior? O dicho en manera más simple, ¿qué medios de comunicación
tiene el hombre con aquello que considera que es lo sobrenatural?

La crudeza de la teología primitiva sólo se agregó a la complejidad de dicho


problema de la comunicación con lo divino. La Teología enseñó que el espíritu
interior del hombre, o sea el alma, era un segmento divino, pero se creía que este
segmento fue separado o arrancado de su divina causa. Es más, este segmento
divino, o alma, era fácilmente corruptible, sino hasta destructible.

En efecto, algunos prominentes dogmas religiosos proclamaron que el hombre era


incapaz de dirigir una comunicación con Dios. El alma humana, su espíritu, está
hecho para mostrarse como un receptor, pero no como un transmisor. Puede recibir
mensajes de fuente divina, pero no tiene la seguridad de poder transmitir sus
comunicaciones a ella.

Cierta teología refiere que únicamente un especialista, como un chamán o sacerdote,


puede realizar esta hazaña. Se cree que estos especialistas poseen poderes para
actuar como intermediarios entre el hombre y el gran espíritu. Los sacerdotes
aprendieron a interpretar los edictos divinos en términos de la normal conducta
humana.

Los Gnósticos
Los antiguos gnósticos, que fueron rivales de la cristiandad, sostenían que el alma
del hombre había caído de su divino estado original. Decían que el alma había sido
una con lo divino; que había ocurrido una cierta división en el Cósmico, en órdenes
superiores e inferiores. El mundo físico era el orden más inferior y se comentaba
que intrínsecamente maligno.

El hombre fue creado fuera de la substancia del mundo y, por consiguiente, existían
varios planos entre el mundo y el orden superior. El conjunto de estos era llamado
eones. Se afirmaba en el gnosticismo que el alma del hombre tenía que elevarse
hasta esos eones para redimirse. Si el alma no se elevaba, se perdía para siempre,
sin disponer de ninguna clase de medios de comunicación con su divina fuente.

Los últimos filósofos neoplatónicos tenían una doctrina semejante. Decían que
existía una pleroma, o plenitud, de divina bondad y que descendía de esta a la
manera de rayos; pero cuanto más alejados se hallaban estos rayos de su fuente o de
su origen, menos perfectos y menos divinos eran. En el extremo inferior de estos
rayos, decían que se hallaban el cuerpo y el alma del hombre.

De acuerdo con estas doctrinas neoplatónicas, esta alma humana se veía obligada a
subir de nuevo, remontando, como rayos de luz, para penetrar en el sol. Cuando
retornaba de nuevo a la plenitud de lo divino, entonces seria purificada. Así puede
verse en estas doctrinas que el alma del hombre era concebida como incorruptible y
balanceada entre la destrucción absoluta, por un lado, y la perfección potencial por
el otro.

Enfoquemos ahora, de una manera totalmente diferente, el asunto de lo que es la


espiritualidad. Hay otros hombres que pensaron que existe un alma universal.
Conciben esta alma del mundo como una inteligencia universal que impregna todas
las cosas. Es una fuerza vital que se manifiesta como una fuerza natural, subyacente
al mundo físico. Pero esta alma del mundo es también una energía que anima a
todas las cosas vivientes.

En los Upanishads, la antigua literatura védica de la India, se nos dice que no existe
más que una realidad, atman. Atman es definido como el Ser Universal "cuya esencia
es infinita, el todo-operante, todo-voluntad, todo-percepción, siempre perdurable y
que ciñe al Universo".

Para los antiguos estoicos de Grecia, existía una mente omnipotente y semipersonal
en el universo. Decían que esta mente era el alma del universo. El universo físico era
su cuerpo. Declaraban que la razón y el poder de esta alma del mundo se hallaban
inmanentes en todas las cosas. Platón proclamaba igualmente de diferentes modos
que existía una inteligencia no creada, en movimiento, cambiando continuamente,
pero eterna. Declaraba que también esta inteligencia se infundía en la mente del
hombre. Se atestiguaba que esta era suya y se hallaba en ella.

Plotino, filósofo griego del Siglo III, decía: "Dios no es exterior a nadie, pues se halla
presente dentro de todas las cosas". Abu Said, místico mahometano, escribió: "Nada
existe realmente más que la divina esencia que es creadora, y los medios creados del
ser". En tiempos más modernos, Henri Bergson declaró que existe un impulso vital
que subyace al universo físico. Es un impulso creador, que Bergson identificaba con
Dios, pero no como una deidad personal; y declaraba que este impulso vita1 opera
en el hombre y en todas las cosas.

Un Alma mundial

Para la mayor parte de los que creen en ella, un alma mundial no es ni buena ni
mala, en el sentido que el hombre piensa acerca de esto, porque, después de todo,
para algo que se conciba como bueno será preciso concebir algo como su opuesto y
tendrá que pensarse acerca de este opuesto como algo que tenga defectos o
deficiencias de hecho o probables.

La teología ha venido considerando al mundo, desde hace mucho tiempo, como


básicamente corrompido. Pero los que creen en un alma mundial afirman que la
materia, indiferente de su propósito o de cómo funciona, se encuentra siempre, sin
embargo, en conformidad con el alma mundial de la cual es una parte. Todo
fenómeno físico es una función directa de la fuerza vital y de la consciencia del alma
mundial.

La materia viviente, no obstante, no se halla por completo ni exclusivamente bajo la


dirección de la consciencia del alma mundial. En un ser como el hombre, esta
consciencia universal del alma mundial está dirigida a través de diferentes canales o
planos de réplica. El hombre, de este modo, se hace consciente de otras fuerzas de la
naturaleza. En otras palabras, además de su propio ser, el hombre está igualmente
influido por el resto de los fenómenos del alma mundial.

Por consiguiente, con su raciocinio, el hombre logra trazar, en sentido figurado, una
línea media a través de su consciencia. A un lado de esta supuesta línea se hallan las
sensaciones internas que tiene de sí mismo. Al otro lado de la línea se encuentra lo
que el hombre denomina el mundo exterior, natural y físico. Así, pues, el hombre
llega a hacer una comparación entre las dos clases distintas de sensaciones y
experiencias que él tiene.

El hombre evalúa estos diferentes estados de consciencia, y esta evaluación da como


resultado su sentido y nociones morales. Pesa las inclinaciones o impulsos internos
contra las influencias y motivaciones externas. El panteísta místico es la persona
que se da cuenta de que los varios planos de consciencia pertenecen todos a un alma
mundial.

Un místico semejante intenta integrar y comprender objetivamente la relación que


existe entre los diferentes planos de su consciencia. No califica ni bueno, ni malo, de
modo exclusivo, a ninguno de los aspectos de su consciencia. Para el panteísta
místico, cada plano de consciencia es como el peldaño de una escalera, cada escalón
contribuyendo a la escalera completa, no siendo ningún escalón más o menos im-
portante que cualquiera de los otros.

Este panteísta místico no aborrece ni niega las experiencias en cualquier plano de su


consciencia. Sabe que los estados objetivo y subjetivo tienen su lugar en su
existencia mortal. Pero este místico se da cuenta también que no son suficientes
estos estados. Unicamente abarcando la esencia total del alma del mundo, en su ser,
podrá ganar una comprensión y dominio de la vida más satisfactorios.
En su meditación, el místico llega a recibir semejante iluminación. Esta iluminación
no es exclusivamente una conformidad ciega como la del átomo respondiendo a la
fuerza de atracción y de repulsión. Antes bien, esta iluminación aporta una selección
consciente y una dirección de la vida en armonía con el alma del mundo.

La espiritualidad, pues, comienza con la realización de nuestro yo total. Más aún, es


una conformidad y un acuerdo con el espíritu cósmico dentro de nosotros. Es una
dependencia sobre nuestra propia comunicación cósmica. Como dijo Gautama el
Buda: "El depender de los demás para la propia salvación es negativo; pero
depender de uno mismo es positivo".

Esto no quiere decir que cada uno de nosotros vaya a seguir el camino de su propia
interpretación. Toda conducta humana manifiestamente establecida, que
perfecciona todos los aspectos de la naturaleza del hombre y le pone en armonía con
la totalidad, es una especie de conducta iluminada y debe ser totalmente
preservada, no importa cómo se ha originado.

Desde el punto de vista colectivo, la buena salud, el desarrollo de nuestra


inteligencia, la búsqueda de placeres que no agoten el cuerpo o la mente, así como
un exaltado deseo de una mayor experiencia del infinito, son cosas espirituales. En
efecto, ellas constituyen la espiritualidad. Ninguna religión o filosofía pueden
ofrecer más.

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