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II Parte
Con el gradual desarrollo de la religión formal, la vida sobre esta tierra era
interpretada como una preparación para la existencia futura. La vida aquí era, en
efecto, hecha para asumir una importancia secundaria. Se convirtió en una especie
de estado preparatorio, únicamente. La práctica de ofrendas y sacrificios es la
indicación de esto. Las ofrendas eran primitivamente regalos que se cambiaban con
los dioses o espíritus del otro mundo.
Los hombres se dan perfecta cuenta de las ofensas que se hacen unos a otros.
Desean estar seguros de no haber cometido tales ofensas contra sus divinidades o
dioses. Si las han cometido, quieren estar seguros de que, de alguna manera, pueden
expiarlas. ¿Cuál es la base de estas ofensas que todos los hombres reconocen? Hay
dos formas generales.
En primer lugar, existen esas cosas que el hombre encuentra como desventajosas
para la sociedad o grupo del cual forma parte. El tomar una vida humana, es, por
ejemplo, bajo determinadas condiciones, algo que repugna a todas las razas. El robo
de los elementos o utensilios personales de otro, que son necesarios para la
subsistencia, es otra ofensa social reconocida por la mayor parte de los pueblos
primitivos. Como ofensas, estos tabúes surgen naturalmente de la consciencia del
individuo o de la necesidad de seguridad y bienestar personales.
Existe otro grupo de ofensas que tienen una causa más sutil y misteriosa. La
consciencia humana sobre estas causas es más gradualmente desarrollada. Existen
esas cosas y hechos que llegan a ofender a la abierta consciencia propia del hombre.
A medida que la sensibilidad aumenta, el hombre va extendiendo hacia los demás
sus propios sentimientos. Desde el punto de vista psicológico, llamamos a eso
empatía.
El bien, pues, vino de que el hombre tenía un sentido interno de restricción. El bien
es una felicidad que no ha de gozarse a expensas de los demás. El bien es algo que se
siente en el interior y por esta razón fue atribuido a lo que llamamos espíritu. Esto
fue, entonces, el comienzo del sentido de la moralidad. Fue el comienzo de lo que los
hombres llaman consciencia.
Un problema con el que el hombre ha bregado durante siglos y con el cual aún hoy lo
está haciendo, es cómo puede llegar a conocer exactamente en qué consisten los
deseos divinos. ¿Puede el hombre estar seguro de entender las impresiones que
llene del interior? O dicho en manera más simple, ¿qué medios de comunicación
tiene el hombre con aquello que considera que es lo sobrenatural?
Los Gnósticos
Los antiguos gnósticos, que fueron rivales de la cristiandad, sostenían que el alma
del hombre había caído de su divino estado original. Decían que el alma había sido
una con lo divino; que había ocurrido una cierta división en el Cósmico, en órdenes
superiores e inferiores. El mundo físico era el orden más inferior y se comentaba
que intrínsecamente maligno.
El hombre fue creado fuera de la substancia del mundo y, por consiguiente, existían
varios planos entre el mundo y el orden superior. El conjunto de estos era llamado
eones. Se afirmaba en el gnosticismo que el alma del hombre tenía que elevarse
hasta esos eones para redimirse. Si el alma no se elevaba, se perdía para siempre,
sin disponer de ninguna clase de medios de comunicación con su divina fuente.
Los últimos filósofos neoplatónicos tenían una doctrina semejante. Decían que
existía una pleroma, o plenitud, de divina bondad y que descendía de esta a la
manera de rayos; pero cuanto más alejados se hallaban estos rayos de su fuente o de
su origen, menos perfectos y menos divinos eran. En el extremo inferior de estos
rayos, decían que se hallaban el cuerpo y el alma del hombre.
De acuerdo con estas doctrinas neoplatónicas, esta alma humana se veía obligada a
subir de nuevo, remontando, como rayos de luz, para penetrar en el sol. Cuando
retornaba de nuevo a la plenitud de lo divino, entonces seria purificada. Así puede
verse en estas doctrinas que el alma del hombre era concebida como incorruptible y
balanceada entre la destrucción absoluta, por un lado, y la perfección potencial por
el otro.
En los Upanishads, la antigua literatura védica de la India, se nos dice que no existe
más que una realidad, atman. Atman es definido como el Ser Universal "cuya esencia
es infinita, el todo-operante, todo-voluntad, todo-percepción, siempre perdurable y
que ciñe al Universo".
Para los antiguos estoicos de Grecia, existía una mente omnipotente y semipersonal
en el universo. Decían que esta mente era el alma del universo. El universo físico era
su cuerpo. Declaraban que la razón y el poder de esta alma del mundo se hallaban
inmanentes en todas las cosas. Platón proclamaba igualmente de diferentes modos
que existía una inteligencia no creada, en movimiento, cambiando continuamente,
pero eterna. Declaraba que también esta inteligencia se infundía en la mente del
hombre. Se atestiguaba que esta era suya y se hallaba en ella.
Plotino, filósofo griego del Siglo III, decía: "Dios no es exterior a nadie, pues se halla
presente dentro de todas las cosas". Abu Said, místico mahometano, escribió: "Nada
existe realmente más que la divina esencia que es creadora, y los medios creados del
ser". En tiempos más modernos, Henri Bergson declaró que existe un impulso vital
que subyace al universo físico. Es un impulso creador, que Bergson identificaba con
Dios, pero no como una deidad personal; y declaraba que este impulso vita1 opera
en el hombre y en todas las cosas.
Un Alma mundial
Para la mayor parte de los que creen en ella, un alma mundial no es ni buena ni
mala, en el sentido que el hombre piensa acerca de esto, porque, después de todo,
para algo que se conciba como bueno será preciso concebir algo como su opuesto y
tendrá que pensarse acerca de este opuesto como algo que tenga defectos o
deficiencias de hecho o probables.
Por consiguiente, con su raciocinio, el hombre logra trazar, en sentido figurado, una
línea media a través de su consciencia. A un lado de esta supuesta línea se hallan las
sensaciones internas que tiene de sí mismo. Al otro lado de la línea se encuentra lo
que el hombre denomina el mundo exterior, natural y físico. Así, pues, el hombre
llega a hacer una comparación entre las dos clases distintas de sensaciones y
experiencias que él tiene.
Esto no quiere decir que cada uno de nosotros vaya a seguir el camino de su propia
interpretación. Toda conducta humana manifiestamente establecida, que
perfecciona todos los aspectos de la naturaleza del hombre y le pone en armonía con
la totalidad, es una especie de conducta iluminada y debe ser totalmente
preservada, no importa cómo se ha originado.