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Esa incómoda

posmodernidad
Pensar desde América Latina

RIGOBERTO LANZ

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¿EN DÓNDE ESTAMOS?

EL DEBATE TEÓRICO puede ser una simple excusa para «fijar posi-
ción» en términos de intereses extra teóricos. Pero sigue siendo el
principal recurso disponible para hacer avanzar las ideas, para
expandir sus resonancias, para clarificar tantas confusiones. Po-
der precisar el contenido sustantivo de lo que cada quien piensa
es una condición de ese debate. Mas, lo que en verdad trasciende
como aporte interesante es el pensamiento que interactúa, que se
hace parte del otro, que interpela lo pensado sin complejos y sin
exclusiones anticipadas.
En el terreno particular del debate modernidad/posmoder-
nidad en América Latina conviene ejercitar esta capacidad de in-
terpelación intelectual, no sólo como síntoma de las buenas cos-
tumbres académicas, sino como requisito interno del propio curso
de constitución de un pensamiento crítico en nuestro continente.
Me parece que ese camino se recorre hoy de modos variados
y a ritmos desiguales. Ello es más que comprensible si miramos
con atención los efectos devastadores de la crisis.
Observo con relativo optimismo el desarrollo progresivo de
los aportes teóricos en varios frentes. Los perfiles y sensibilidades
seguirán siendo diferenciados (afortunadamente). Allí no es don-
de radica la dificultad del presente. Fortalecer una auténtica vo-

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luntad de diálogo es parte esencial de nuestras posibilidades co-


lectivas. Sin disimular los desacuerdos, evitando el consensualis-
mo fácil, pero afirmando con fuerza la necesidad de encuentro de
múltiples voces, de pensamientos heterogéneos, de enfoques dis-
crepantes. Este espíritu crítico puede ayudar en el camino de ven-
tilar las diferencias. Es posible que haya antagonismos teóricos
que no pueden ser acercados bajo protocolos de diálogo. Pero es
mucho más probable que tengamos amplias zonas de reflexión
común que no logran potenciarse por efecto de un débil desarro-
llo del diálogo sistemático, del procesamiento riguroso de los plan-
teamientos, sobremanera, por una dificultad mayor para trabajar
con calma la riqueza de matices que está envuelta casi siempre en
nuestras discusiones. Es probable que el modo tradicional de con-
frontarnos (foros, artículos, libros, congresos), sea parte de los
asuntos por repensar. Por lo pronto quisiera poner en movimien-
to algunos puntos críticos de la controversia teórica que ocupa
nuestra agenda común en tantos ejercicios donde podemos escu-
char el reclamo intelectual de amigos que se toman en serio la
cuestión de repensar los modos de pensar.

1. SOBRE EL ESTATUTO EPISTEMOLÓGICO


DE LA IDEA DE POSMODERNIDAD
(Manuel Antonio Garretón)

Andado el tiempo, el debate en torno al fenómeno posmo-


derno ha ganado sustancialmente en calidad y profundidad. A es-
tas alturas me parece que hay suficientes elementos en escena como
para derivar de allí un cuerpo relativamente denso de plantea-
mientos. Hay un espesor teórico a la vista que nos coloca en otra
situación (si comparamos, por ejemplo, con los balbuceos de co-
mienzos de los ochenta).l
En América Latina ocurre otro tanto. El debate prosigue,
enriqueciéndose con aportes provenientes de todos lados.
1
Hay un a producción teórica disponible que habla por sí sola de la profusión
de planteamientos asociados a la posmodernidad. Puede consultarse parte de esta
producción en mi libro: El discurso posmoderno, Universidad Central de Vene-
zuela, Caracas, 1996.

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En lo que concierne al concepto de posmodernidad subsisten


importantes desacuerdos. En varias publicaciones he intentado dar
cuenta de estas observaciones. Quiero retomar este aspecto de la
agenda a propósito de las críticas del amigo Manuel Antonio
Garretón.2 Se resumen en dos sus temores con el uso del concepto
de «postmodernidad».
1. Que este concepto reposa sobre la idea del colapso de
proyectos centrales.
2. Que en el concepto «prevalece una visión etnocéntrica
que identifica modernidad con el modelo de moderni-
zación de ciertas sociedades».3
Creo que ambas observaciones tienen que ver con una in-
adecuada indiferenciación de lo que estamos atribuyendo como
pensamiento posmoderno. Dicho de otro modo: es cierto que en
algunos autores puede observarse la identificación lineal entre
modernidad y modernización. Pero admitamos que uno de los apor-
tes más relevante de la producción teórica latinoamericana sobre
la materia ha sido precisamente establecer con contundencia esa
diferenciación (Lechner, García Canclini, Follari, Martín Barbe-
ro, Richard, Hopenhayn, Mansilla, Fuenzalida y yo mismo).
Los etnocentrismos se cuelan por varios lados. No descarto
que en éste y otros puntos en debate se produzcan recaídas etno-
céntricas. Pero dificulto que en la actualidad haya una recusación
teórica más severa al etnocentrismo que la producida desde una
antropología posmoderna.4
Debo subrayar con toda propiedad que la recuperación de
los rasgos distintivos de la modernidad en América Latina, así

2
Recomiendo la lectura del libro de M. A. Garretón: La faz sumergida del
iceberg, CESAC-COM, Santiago, 1994. Igualmente su artículo: «Los partidos po-
líticos y su nuevo contexto en América Latina», revista Relea, no 1, Caracas,
agosto, 1996.
3
M. A. Garretón: La faz sumergida del iceberg, ob. cit., p. 22. Sería muy útil
consultar el libro colectivo: El final de los grandes proyectos, Edit. Gedisa, Barce-
lona, 1997.
4
Me parece que los aportes de autores como Boaventura De Sousa Santos
(Toward a New Common Sense, Edit. Routledge, Nueva York, 1996) constitu-
yen una impugnación teórica radical a todo tipo de etnocentrismo.

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como la distinción teórica e histórica de los procesos de moderni-


zación, lejos de cuestionar la presencia de lo posmoderno, confir-
man enteramente nuestra singular entrada en la era posmoderna.
Yo invitaría más bien a investigar de cerca los procesos micro-
sociales de posmodernización objetiva de la cultura, de las prácti-
cas sociales, de los equipamientos intersubjetivos, de los imagina-
rios colectivos producidos massmediáticamente, de las sensibilidades
emergentes en los intersticios urbanos, de la virtualización de los
lazos sociales que hacen aparecer señales de las nuevas socialidades
(¿empáticas?). En fin, lo que me preocupa es que no podamos
mirar estas emergencias por una sobreposición de conceptos vie-
jos o por una dificultad de las claves de lectura. No veo cómo aproxi-
marse con éxito a un cambio epocal (tal como lo postula el amigo
Garretón) sin que ello esté acompañado de similar transforma-
ción en el orden de la episteme. Me parece que si de cambio epocal
se trata, es en el terreno de los modos de pensar donde tiene su
faena primera. Lo posmoderno sería una etiqueta de ocasión si no
sintetiza un equipaje epistemológico para pensar de otro mane-
ra.5 En tal sentido, me parece que este aspecto del cuestionamiento
hecho por el amigo Manuel Antonio Garretón no corresponde
con el grueso de los planteamientos formulados hoy por gente
que investiga el fenómeno posmoderno.
En lo que concierne a la cuestión del colapso de la idea de
«proyecto», conviene precisar nuestro argumento:
a. Me parece un dato de la realidad —que valoro positi-
vamente, por lo demás— la caída de un imaginario co-
lectivo fundado en el «progreso», en la marcha triunfal
de la «Historia», en la potencia humanista y libertaria de
un sujeto predestinado, en las bondades ontológicas de
la técnica. Ese inmenso metarrelato está en el suelo. Peor
que eso: la gramática que funda el gran relato se ha
caído. De tal modo que colapsan los mitos de la moder-

5
Fernando Mires lo ha visto claramente, al punto de anunciar desde ya el
advenimiento silencioso de una «revolución» epistemológica: Ver F. Mires: La
revolución que nadie soñó o la otra posmodernidad, Edit. Nueva Sociedad, Ca-
racas, 1996.

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nidad y con ello se esfuma el suelo fundacional del


milenarismo.
b. La muerte del sujeto es la metáfora que en este fin de
siglo anuncia el derrumbe de una idea de futuro basada
en la encarnación de «proyectos» voluntaristas. El fin
de las ideologías significa exactamente eso: colapso de
las pretensiones de diseñar un modelo de sociedad so-
bre la leyenda de las «leyes del desarrollo social». Lo
que constatamos hoy es que tales «leyes» nunca existie-
ron y que el socialismo burocrático no podía tener cua-
lidad alguna que lo hiciera antagónicamente superior al
capitalismo. Esa clase de «proyecto» no volverá.
c. Proyectos puntuales y saludablemente «débiles» proli-
feran por todos lados. Actores sociales con multiplici-
dad de demandas se movilizan en todas partes. La idea
misma de sociedad ha sido trastocada, pero las prácti-
cas sociales no «desaparecen». Lo que observamos es
una profunda reformulación de todo el andamiaje dis-
cursivo de la sociedad; horizontes valóricos, imagina-
rios colectivos diversos, una abigarrada combinación de
sensibilidades, nuevos equipamientos intersubjetivos,
una radical permeabilización massmediática de todo el
tejido institucional, una virtualización de la vida coti-
diana, conviven heterogéneamente con residuos funcio-
nales de la experiencia moderna: Estado, familia, Igle-
sia, escuela, etc. Lo que está claro es que estos viejos
cascarones han sido «tocados» irreversiblemente por el
clima cultural de la posmodernidad. Se trata de un pro-
ceso expansivo, envolvente, profundo, no sujeto a la
voluntad de ninguna élite ilustrada.
d. Desde la perspectiva epistemológica de un posmoder-
nismo crítico, donde se ubica mi posición, se está plan-
teando hoy toda una elaboración ético-política que debe
ser mirada como uno de los perfiles posibles de bús-
quedas que no se contentan con la constatación de he-
cho de una ambiance posmoderna (tengo en mente, por

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ejemplo, la importantísima propuesta teórica de autores


como Michel Maffesoli). Me parece que en el contexto
latinoamericano hay una enorme riqueza de experien-
cias que permiten apuntar con cierto optimismo al
chance de construcción de determinadas plataformas
programáticas, diversos «proyectos» culturales, intere-
santes propuestas eco-democráticas, importantes insu-
mos cognitivos para recrear enfoques teóricos en un
auténtico diálogo multicultural.
En síntesis, creo que el fenómeno posmoderno puede apa-
lancar nuevos desarrollos en América Latina. Más que eso: los
desafíos de una recomprensión de la sociedad pasan hoy por un
pensamiento posmoderno crítico.

2. SOBRE EL «TRÁNSITO A LA MODERNIDAD» EN AMÉRICA LATINA


(Martín Hopenhayn / Fernando Calderón / Ernesto Ottone)

El trabajo intelectual que realizan los amigos Hopenhayn,


Calderón y Ottone,6 merece los mayores elogios y toda nuestra
consideración. En nombre de ese mismo espíritu quisiera poner
en tensión lo que me parece una ambigüedad innecesaria que re-
corre el intertexto. La preocupación central que importa poner
de relieve es lo que viene luego de una Latinoamérica víctima de
muchas historias fallidas: «Integración truncada», «modernización
truncada», «democratización truncada».7 Los autores consideran
que ese vacío nos conduce a una «transición a la modernidad», a
una «modernidad auténtica».8 Quisiera detenerme puntualmente
en la sutileza de esta «modernidad auténtica».

6
Recomiendo leer con atención el importante texto de los amigos Fernando
Calderón, Martín Hopenhayn y Ernesto Ottone: «Desarrollo, ciudadanía y ne-
gación del otro», revista Relea, no 1, Caracas, agosto, 1996. Esta perspectiva
está más desarrollada en el libro de los mismos autores: Esa esquiva moderni-
dad, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, 1996.
7
F. Calderón, M. Hopenhayn y E. Ottone: Esa esquiva modernidad, ob. cit.,
p. 70.
8
Ibídem, p. 39.

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a. Me parece un tanto equívoco el esquema de razona-


miento que está detrás del texto: dado un cierto tipo
ideal de modernidad, América Latina puede ser leída
como «modernidad en déficit». Por ese camino siempre
será posible atribuir a la insuficiente modernidad cual-
quier rasgo del desenvolvimiento sociocultural de la
región. De igual manera, con este modelo se puede
manipular cualquier escenario de futuro como una suer-
te de verdadera llegada a la modernidad, como «mo-
dernidad auténtica».
Me parece problemático este esquema, no tanto por lo
que enuncia (pues allí se reconoce una amplia zona de
análisis común), sino por lo que no puede nombrar.
Insistir en la categoría de modernidad para caracterizar
un nuevo desarrollo para América Latina no creo que
pueda justificarse tan simplemente como un ejercicio
de economía de lenguaje.
b. Me parece que Latinoamérica vive un intenso proceso
de posmodernización de su cultura, su vida política y
su entramado intersubjetivo. Lo que estamos plantean-
do es un cambio de óptica para leer lo que está ocu-
rriendo. Se trata de un proceso de mutación epocal que
recubre todas las prácticas sociales. Desde el punto de
vista sociológico este estremecimiento provoca una cri-
sis de la racionalidad del «pacto social», un eclipse de la
socialidad poscolonial, un resquebrajamiento de los for-
matos clásicos del trabajo, la escuela, los partidos po-
líticos, la institución de justicia, etc.
Todo el excelente análisis desplegado por los autores
en tópicos tan relevantes como la ciudadanía, la identi-
dad cultural, la «dialéctica de exclusión del otro» y si-
milares, dan cuenta precisamente de lo que estamos lla-
mando posmodernización objetiva de la vida pública.
No se trataría pues de un «tránsito a la modernidad»,
sino de una estrategia para pasar de una posmoderni-
dad pasiva (realmente existente) a un horizonte éti-
co-estético de corte concientemente posmoderno.

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c. Pero me interesa destacar con más fuerza el problema


epistemológico que allí está involucrado. Nadie es total-
mente impune con los conceptos que usa, con las catego-
rías que desecha, con el tenor de su «caja de herramien-
tas», con la gramática de sus sistemas de representaciones,
con el uso que hace de los saberes en juego, con las pres-
cripciones metodológicas a las que echa manos. Por ello
tengo que subrayar que la caracterización «moderna» de
una América Latina en perspectivas no es un detalle de
recato terminológico, sino un compromiso epistémico con
el que hay que cargar hasta sus últimas consecuencias.

3. SOBRE EL CARÁCTER «EQUÍVOCO» Y «GENÉRICO»


DEL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD
(Omar Calabrese)
«El nombre de la cosa es parte de la cosa». Me gustaría vol-
ver sobre el tema de las etiquetas, la jerga, los modos de nombrar.
Para ello apelo a una excelente excusa intelectual: la explícita im-
pugnación hecha por el intelectual italiano Omar Calabrese9 al
término «posmodernidad».
a. Me parece completamente desatinado el tipo de obser-
vación de Omar Calabrese. Hace unos veinte años, cuan-
do Jean-Francois Lyotard redactaba las páginas de La
condición posmoderna, es probable que se respirara esta
sensación de indefinición. Pero el tiempo ha pasado y
con ello se ha producido una descomunal avalancha de
investigaciones, textos, producciones teóricas de todo
género, que difícilmente pueden reducir hoy el asunto a
unas cuantas pinceladas en arquitectura, comentarios
menores en literatura y algunas especulaciones en filo-
sofía.
Esta visión está muy lejos de lo que realmente tenemos
por delante como espesor intelectual, como cuerpo de

9
Ver el artículo: «Neobarroco» en el libro colectivo Barroco y neobarroco,
Edit. Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1992.

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postulaciones teóricas, como corriente de pensamien-


to. Pero más que eso: lo posmoderno es sobre todo una
lógica de configuración cultural, una nueva racionali-
dad, una gramática del sentido. Saltarse esta condición
epocal supone un extravío teórico de importantes con-
secuencias epistemológicas.
b. No puede equipararse la problemática sociocultural de
la posmodernidad, ni mucho menos el pensamiento
posmoderno que se ha configurado en las últimas déca-
das, con una angustia existencial más o menos frívola
de no encontrar la etiqueta apropiada para designar sus
objetos de estudio. Si ese fuera el caso, podríamos arbi-
trar una infinita constelación terminológica sin más cri-
terio que la habilidad lingüística o el tino publicitario.
Como he sostenido, la crisis de la modernidad y la emer-
gencia de una episteme posmoderna no pueden ser cap-
turadas teóricamente echando mano arbitrariamente a
cualquier caracterización.
c. Me parece que toda la teoría social de estos últimos
tres siglos (y todavía más el pensamiento filosófico),
está caracterizada por la predominancia de conceptos
«equívocos» y «genéricos». Ése no me parece un «defec-
to» teórico. A menos que estemos pensando en anacro-
nismos cientificistas o en ociosos rigorismos lógicos, obli-
gados es reconocer que una dosis de «ambigüedad» y
relativismo en el trabajo intelectual han resultado más
que saludables. Creo con toda tranquilidad que los plan-
teamientos posmodernos más prometedores no pueden
ser contestados hoy con esa clase de prevención.
d. Es probable que para un propósito discreto como el
abordaje de algunos objetos culturales, resulte cómodo
o de utilidad mayor el uso de la etiqueta neobarroco.
Pero de allí no se sigue que se pueda colocar en un pla-
no de equivalencia categorial los términos neobarroco
y posmodernidad.10

10
Ibídem, p. 91.

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Justo es reconocer que existe una amplia zona de intercam-


bios conceptuales donde la jerga resulta relativamente neutraliza-
da, es decir, con un gran espectro de permutabilidad (modernidad
por ilustración, individuo por subjetividad, pensamiento por ra-
zón, sujeto por actor, sociedad civil por espacio público, desarro-
llo por crecimiento, ideología por representación, verdad por con-
sistencia). Pero también habría que reconocer que el mercado
lingüístico (P. Bourdieu) pauta una cierta lógica de acceso y de
usos que resulta a la postre fuertemente condicionante de los
modos de conocer. Por ello atribuimos el mayor relieve a la cues-
tión de las matrices conceptuales a cuyo interior se despliegan las
distintas interpretaciones de nuestra contemporaneidad. El camino
sugerido por Omar Calabrese no puede ser tenido por «verdadero»
o «falso». Las distancias y acercamientos a este tipo de tónica inte-
lectual se ubican en otro lado. Para decirlo con su mismo despar-
pajo y transparencia: pienso que el concepto de posmodernidad
no sólo me resulta útil para mi propia investigación, sino la cate-
goría fundante de los mejores aportes teóricos en este fin de siglo.

4. A PROPÓSITO DE LA «PERIFERIA» POSMODERNA


EN LATINOAMÉRICA
(Beatriz Sarlo)
Es posible vitalizar la metáfora de «pensar desde el sur» (como
lo sugiere Boaventura De Sousa Santos) induciendo con ello un
cierto perfil de compromiso ético que no es asimilable, ni al fun-
damentalismo indigenista, ni a un universalismo hipócrita que ter-
mina siempre en la apología a Occidente.
Pero también es posible trabajar la metáfora de la «periferia»
induciendo a su vez un cierto despecho antropológico al que le
cuesta reconocer su honda raigambre moderna. Me gustaría recu-
perar una crítica teórica sobre esta nostalgia estética de la «mo-
dernidad que no fue» en la posición intelectual de Beatriz Sarlo.11

Ver B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videocul-


11

tura en Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994; y Una modernidad periférica,
Edit. Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.

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Me parece que el trabajo analítico de esta autora es una ex-


celente muestra de los procesos culturales de posmodernización
de nuestras culturas (en particular de la sociedad argentina). Justo
es reconocer que su pensamiento está centrado en la develación
de prácticas sociales severamente tocadas por lo posmoderno (te-
levisión, cultura shopping, etc.). Creo que investigaciones de este
tipo, que indagan lo cultural en la aparente banalidad de la vida
cotidiana, son un componente esencial de la reflexión teórica que
no quiere sucumbir a la pura especulación. (Me parece que en la
misma dirección apuntan los trabajos de Néstor García Canclini,
es decir, un ejercicio teórico muy atento al desenvolvimiento fac-
tual de nuestros procesos culturales.)
Ahora bien, lo que deseo destacar como problema es la at-
mósfera refractaria que observo en el texto al valorar la dimen-
sión positiva que se abre con la crisis de la modernidad. Comparto
enteramente la necesidad de contestar teóricamente el neoconser-
vadurismo que se disfraza de «posmoderno», la trivialización mass-
mediática del espacio público, la banalización cultural, el raquitismo
existencial del consumidor/espectador, la radical instrumen-
talización de la intersubjetividad. Después de Foucault difícilmente
se puede ser inocente respecto a las mil máscaras del poder.
Pero se nos escapa una dimensión básica del fenómeno pos-
moderno si sólo constatamos su borrosa identificación con el
momento decadente de la modernidad. En una primera instancia,
la crisis del gran relato ilustrado traducido en desencanto, cultura
del vacío, consumismo narcísico, escepticismo total, muerte de la
utopía, del sujeto, de la historia, de la razón, del progreso y tantas
otras defunciones, se identificó —como momento histórico pre-
ciso— con la idea misma de posmodernidad. Pero hoy esa asimi-
lación ya no se justifica, tanto porque lo posmoderno se ha hecho
progresivamente un hecho cultural autónomo (con eficacia sim-
bólica propia), como por la densificación de un pensamiento pos-
moderno que ya no se limita a rumiar el desencanto, es decir, que
posee un espesor epistémico de largo aliento en muchos campos
del saber.
El tono casi peyorativo de la «periferia» en los trabajos de
Beatriz Sarlo se cierra innecesariamente a otra valoración de la
idea de margen, de fragmento. América Latina puede ser leída

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como una gigantesca castración civilizatoria (de ello tenemos


abundante bibliografía proveniente de la antropología culposa
euro-norteamericana y de los sucesivos intentos de un marxis-
mo pintoresco que se extinguió sin haber dado con la clave de
su acariciada «identidad»); pero también cabe una lectura en
donde esta «periferia» puede jugar su propia apuesta cultural
frente al irreversible proceso de globalización (mercado total/
tecnología total/cultura total).
Me parece que es preciso agudizar una crítica teórico-políti-
ca (ético-estética) al desbarajuste neoliberal en todos los planos.
Quisiera que allí mi posición fuera enfáticamente contrastada res-
pecto al oportunismo intelectual reinante. Pero recupero con igual
vehemencia la necesidad de una construcción teórica que pueda
capturar las irrupciones de una nueva sensibilidad, la emergencia
de embriones de otra socialidad, la puesta en escena de equipa-
mientos intersubjetivos que pululan en los intersticios de una cul-
tura de segunda mano que entretiene a la muchedumbre.
No estoy en plan de dar consejos, ni cometeré el atrevimien-
to de insinuar correcciones. Bastaría con aceptar la invitación a
un diálogo verdadero, es decir, aquel en el que las ideas trasiegan
al otro en la misma proporción en que nos disponemos a ser habi-
tados por el pensamiento ajeno.

5. LA CUESTIÓN DEL «FIN DE LA HISTORIA »


Y LAS AMENAZAS DE LOS FUNDAMENTALISMOS
(Fernando Fuenzalida)

El amigo Fernando Fuenzalida12 ha desarrollado una pro-


funda y detallada investigación sobre las distintas modalidades de
resurgencia de los fundamentalismos (sobre todo, en conexión
con el visible debilitamiento de los núcleos duros de la razón

Ver F. Fuenzalida: Tierra baldía. La crisis del consenso secular en la socie-


12

dad posmoderna, Edit. Australis, Lima, 1995. He realizado un comentario crí-


tico a este libro en Relea, no 2, Caracas, enero-abril, 1997 (especialmente al
capítulo «Las dos caras del “fin de la historia”»).

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moderna). Me interesa poner en tensión apenas uno de los aspec-


tos involucrados en la elaboración de Fernando Fuenzalida: la
dualidad entre la celebración neoliberal del fin de la historia y las
amenazas oscurantistas de los fundamentalismos.
Mi duda es si en efecto no está faltando algo esencial en este
dualismo. Lo que pregunto es si no cabe otra lectura del fin de la
historia que no es ni Fukuyama ni islamismo-cristianismo-budismo-
judaísmo. Me parece que la metáfora del fin de la historia tiene
más de dos caras. Estoy sugiriendo que veamos la cara propia-
mente posmoderna del colapso de los grandes relatos.
Desde el punto de vista de un posmodernismo crítico puede
sostenerse sin ambigüedades que el eclipse de las nociones de tem-
poralidad modernas ha abierto nuevos espacios para recuperar el
acontecimiento, para valorar las discontinuidades (Foucault), para
destronar el relato de las centralidades (Deleuze), para recuperar
una socialidad comunitaria frente al contrato social moderno
(Maffesoli).
El derrumbe del milenarismo marxista no puede ser evalua-
do con una lamentación. La ruina del socialismo burocrático como
encarnación de una ideología historicista-cientificista es más bien
un acontecimiento positivo. El eclipse del mito del progreso y de-
más prototipos racionales ilustrados es el punto de partida para
pasar de la crisis de la modernidad a una construcción cultural y
epistémica de nuevo tipo.
La emergencia de una cultura posmoderna es al mismo tiem-
po lo que Fernando Fuenzalida destaca como eje de su análisis
(neoconservacionismo/triunfalismo del «Planeta Americano», como
ironiza Vicente Vardú), pero es también la aparición de una cons-
telación de experiencias micrológicas que poco a poco se convier-
ten en tejidos semióticos de otra socialidad. Dilemas, peligros y
asechanzas están a la vista. Insistir en la otra dimensión del proce-
so no es el gesto cándido de ver el lado bueno del asunto. Se trata
simplemente del desafío intelectual de capturar las señales inters-
ticiales que pueden estar indicando la cualidad profunda de un
cambio epocal en cuyo tránsito nos encontramos hoy. Puedo anti-
cipar desde ya que al amigo Fernando Fuenzalida nos brindará

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nuevos elementos de análisis para apreciar esta tercera cara del


fin de la historia.13

6. ¿QUÉ RELACIÓN EXISTE ENTRE LO POSMODERNO


Y LA CRISIS DE LA MODERNIDAD?
(Roberto Follari)

El debate sobre el tema de la posmodernidad no puede hacer


la economía de una caracterización de la modernidad. No digo
que esto es indispensable en todos los casos y cualquiera sea el
asunto en discusión. Digo que sin una adecuada visión del fenó-
meno de la modernidad la comprensión de lo posmoderno queda
truncada. Quisiera interpelar la interpretación del amigo Roberto
Follari14 a este respecto para ver si podemos precisar algunas suti-
lezas de este debate.
El amigo Roberto Follari lleva ya tiempo dando una batalla
intelectual (no siempre bien valorada por la cultura académica
tradicional) por situar apropiadamente el tema del debate teórico
sobre la posmodernidad. Son muchas las contribuciones que se
deben a su agudeza y tenacidad. Ello facilita el camino para un
debate que está lejos de concluir, por muchos seminarios, congre-
sos, libros e interminables tertulias que en estos años se hayan
consagrado a su esclarecimiento.
Quisiera localizar una observación que roza un matiz de los
planteamientos de Follari. Me refiero específicamente a la valora-
ción del estado actual del proyecto moderno y su repercusión en

13
He desarrollado una discusión actualizada sobre el tema del «fin de la
historia» en un ensayo titulado: «La historia finaliza por la izquierda», el cual
forma parte de Temas posmodernos. Crítica de la razón formal, Fondo Editorial
de la Asamblea Legislativa del Estado Miranda, Caracas, 1998.
14
Roberto Follari ha publicado un buen número de trabajos sobre el tema de
la posmodernidad. Además ha compartido en nuestro centro de investigación
(CIPOST) diálogos directos que nos permiten calibrar mejor el tenor intelectual
de su posición. Para los efectos del matiz que quiero poner de relieve, reco-
miendo su libro Territorios posmodernos, Universidad Nacional de Cuyo,
Mendoza, 1995. De igual manera recomiendo su excelente ensayo «Muerte del
sujeto y ocaso de la representación», publicado en la revista Relea, no 2, Cara-
cas, enero-abril, 1997.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

el despliegue del fenómeno posmoderno. Para Roberto Follari no


tendría mayor interés preguntarse por el destino (fin, crisis) de la
modernidad (lo cual le parece, incluso, una «necedad»). Lo im-
portante sería consagrarse al estudio del fenómeno mismo de lo
posmoderno. Me gustaría puntualizar los problemas allí involu-
crados. En efecto:
a. Me parece definitivamente inviable una apropiada ca-
racterización del fenómeno posmoderno sin hacerse
cargo —seriamente— de la crisis de la modernidad. Entre
otras cosas, porque no hay posmodernidad (ni como
proceso cultural, ni como pensamiento) sino a partir
del colapso del gran metarrelato moderno.
b. No es en absoluto neutra la visión que hoy se tenga de
a dónde haya ido a parar el ideario de la Ilustración.
No es para nada inocente la pregunta por el derrumbe
de los protocolos racionales de la modernidad. Si se
está planteando el tránsito de un cambio epocal, en nin-
gún caso será indiferente que ello ocurra «dentro» o
«fuera» de la episteme moderna. Estaremos de acuerdo
en que la percepción de Habermas o Vattimo (tal como
lo indica Roberto Follari) en torno a la crisis de la mo-
dernidad no son comentarios menores sin una directa
consecuencia sobre lo que cada quien piensa en torno a
la posmodernidad.
c. Creo que el desdén por una reflexión sustantiva sobre
el mapa cognitivo de la modernidad y su debacle ac-
tual, coloca al análisis en una zona de riesgos innecesa-
ria en lo que respecta a la identificación de prácticas
sociales emergentes, relaciones sociales intersticiales, frag-
mentalidades intersubjetivas de nuevo tipo. Todo ello
se mueve en un cierto tejido semiótico que no es pensa-
ble sin referencia a las tradiciones culturales de una mo-
dernidad en crisis.
d. Hay un ámbito preciso del debate que es harto ilustrati-
vo: el fin del sujeto. Esta discusión central no tendría
mayor trascendencia si no fuera por el peso descomu-

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RIGOBERTO LANZ

nal de la categoría de sujeto en la tradición moderna.


No puede ser indiferente o secundario constatar o pos-
tular el fin del sujeto, la muerte de la razón, el fin de la
historia, el ocaso del progreso, etc. Insisto: ésta no es
una frivolidad lingüística para escandalizar a ciertos di-
nosaurios de la academia, sino la expresión más elo-
cuente de un verdadero sisma en el corazón de una civi-
lización.
e. Otro ámbito que ilustra la conexión interna entre cri-
sis de la modernidad y posmodernidad es lo relativo a
la crisis del discurso científico. Sostengo que es preci-
so —desde una crítica radical a la razón instrumen-
tal— profundizar el desmantelamiento de la razón
tecnocientífica. No sólo en la dimensión sociológica
de sus efectos perversos, sino principalmente en el te-
rreno de su propio estatuto epistemológico. Desde la
óptica de un pensamiento posmoderno crítico, el cues-
tionamiento del discurso científico (desde adentro) cons-
tituye uno de los rasgos más sobresalientes para perfi-
lar una corriente epistemológica de nuevo aliento. La
ciencia moderna no es nuestra. La episteme moderna
no es inocente. La razón moderna no es ni universal ni
metafísica. La razón técnica no es transvalórica. El co-
nocimiento no es una objetiva emanación del cerebro.
El amigo Follari conoce esto de sobra. Falta entonces
poner en concordancia su excelente análisis de lo pos-
moderno (como epifenómeno) con el proceso de des-
mantelamiento del magma de la modernidad.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

7. ¿LA MODERNIDAD RADICALIZADA NECESITA


UNA CARICATURA DE LA POSMODERNIDAD ?
(Anthony Giddens)

La posición intelectual de Anthony Giddens15 resume bien un


perfil teórico muy extendido en el mundo. Coinciden allí —ma-
tizadamente, desde luego— visiones del tipo de la de Jürgen
Habermas o Alain Touraine, en Europa; aproximaciones como
las de José Joaquín Brunner o Fernando Calderón en América
Latina. Mientras no haya necesidad de ocuparse directamente de
la polémica posmoderna, sus análisis se acercan considerablemente
a conceptos y temas de manejo generalizado. Las diferencias —de
estilo y de contenido— aparecen inmediatamente al nombrar las
cosas posmodernamente.
No es mi intención dar cuenta en este texto de la riquísima
variedad de matices que se encuentran en los autores menciona-
dos más arriba. Sólo quiero subrayar que existe un cierto micro-
clima intelectual (un poco antiposmoderno, un tanto moderno a
secas, otro tanto filomoderno) desde el cual se comprende mejor
el tono intelectual de Anthony Giddens (lo cual no afecta, por lo
demás, la cualidad teórica de sus proposiciones).
El propio Anthony Giddens aporta una fórmula que facilita
mucho la comprensión de su postura. Él se ha encargado de resu-
mir esquemáticamente en ocho puntos su idea de lo posmoderno
y, al mismo tiempo, su propuesta de una modernidad radicaliza-
da.16 No viene al caso detenerse a examinar una a una sus pro-
puestas (no por falta de interés, sino por la naturaleza necesaria-
mente breve de este texto);17 en su lugar me gustaría precisar

15
Una amplia producción da cuenta de la tonalidad y profusión temática de
Anthony Giddens. Además de sus ya clásicos tratados de sociología, recomien-
do una lectura atenta de su libro Consecuencias de la modernidad, Edit. Alian-
za, Madrid, 1993.
16
A. Giddens: Consecuencias de la modernidad, ob. cit., pp. 140-141.
17
No es posible en este texto extenderse en la precisión de temas y autores.
Pero puedo asegurar con propiedad (propiedad intelectual proveniente de mu-
chos años de investigación sobre este asunto) que sobre los planteamientos
posmodernos en diez grandes tópicos de la agenda contemporánea mundial, lo
dicho por Giddens es una caricatura inaceptable.

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RIGOBERTO LANZ

algunas notas acerca de la impresión global que me suscita su pos-


tura teórica. Veamos:
a. No creo que sea necesariamente una calculada maledis-
cencia la pálida caricatura que resulta de los ocho ras-
gos atribuidos por Giddens a lo posmoderno. Admito
que esto de saber con precisión ¿qué es posmoderni-
dad? puede deslizarnos a un infinito torneo de aprecia-
ciones hasta el límite de la majadería académica. Pero
admitamos también con una razonable dosis de ecua-
nimidad que según lo que usted esté entendiendo por
posmodernidad, así sería más o menos el tipo de crítica
a esa posmodernidad. De acuerdo a cómo cada quien
conceptúe a su adversario, así serán las armas que utili-
za para confrontarlo.
b. Es cierto que persiste una importante zona de ambigüe-
dades y confusiones en torno al concepto de lo pos-
moderno (tanto en el terreno de los procesos psico-so-
cio-antropo-culturales, como en el campo propiamente
epistemológico). Pero también es cierto que podemos
hoy desgajar un amplio campo de propuestas teóricas,
de discursividades, de análisis fenoménicos, que que-
dan malogradas en el esquema sugerido por Anthony
Giddens. No me siento allí representado, y en el mismo
sentido queda toda la impresionante producción actual
sobre los tópicos más inusitados.
c. Para fines académicos he realizado el ejercicio de con-
centrar los aportes de los diez autores más relevantes
de la actualidad en el debate posmoderno: puedo ase-
gurar que los doce rasgos claves de lo posmoderno que
de allí resultan no tienen nada que ver con el mapa que
nos pinta Anthony Giddens. Esto no descalifica en ab-
soluto su posición. Simplemente la contrasto con otra
posibilidad de lectura que no sale de la pura arbitrarie-
dad ni del empeño polémico de llevar la contraria.
Frente al esquema caricatural de lo posmoderno podríamos
hacer un ejercicio crítico sobre el mapa de los ocho rasgos de la

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modernidad radicalizada. Para no extralimitarme en las propor-


ciones de estos comentarios diría simplemente que las tesis de
Anthony Giddens ilustran bien los notables esfuerzos por «salvar»
el proyecto moderno. Ello merece el mayor respeto y considera-
ción. Pero entendámonos bien: la modernidad está herida de
muerte; en más de un aspecto ya ha sido llana y simplemente
suplantada. ¿Tiene aún sentido aferrarse a sus despojos?

8. LO POSMODERNO Y LA DISOLUCIÓN
DE LO POLÍTICO EN LA ESPECTACULARIZACIÓN
(Jesús Martín Barbero)

Los trabajos del amigo Jesús Martín Barbero han incidido de


manera privilegiada en el candente tópico de la video-política (la
teledemocracia y tantas otras denominaciones que designan una
misma preocupación: la compleja relación entre comunicación y
política).18 Como se sabe, hasta hace muy poco la comunicología
académica se distraía con abundantes menciones al problema de
la influencia de los medios sobre la política. La cuestión es otra
sin embargo; de lo que se trata es de poder comprender las nue-
vas reglas de constitución de la discursividad, su puesta en escena
y los modos cómo se modifican los espacios institucionales tradi-
cionales. Lo que está en juego —no sólo para el ámbito político,
por cierto— es el vaciamiento de un cierto formato de práctica y
su lenta y compleja reconversión en otra cosa.
Precisamente en este tránsito aparecen problemas nuevos que
demandan una atención y unos equipamientos epistemológicos
que no están naturalmente a disposición. Es probable que mu-
chos fenómenos estén transcurriendo sin que aparezcan recupe-

18
Recomiendo los siguientes trabajos de J. Martín Barbero: De los medios a
las mediaciones, Edit. B. Gali, México, 1987; «Comunicación plural: paradojas
y desafíos», revista Nueva Sociedad, no 140, noviembre-diciembre, Caracas,
1995; «Mediaciones urbanas y nuevos escenarios de comunicación», revista
Sociedad, no 5, Buenos Aires, octubre, 1994; «Pensar la educación desde la
comunicación», revista Nómadas, no 5, Bogotá, 1996; «Modernidad y postmo-
dernidad en la periferia», revista Politeia, no 11, Bogotá, 1992; «Modernidad,
postmodernidad, modernidades. Discursos sobre la crisis y la diferencia», re-
vista Praxis Filosófica, no 2, Cali, marzo, 1992.

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rados adecuadamente en nuestras interpretaciones. No sería la


primera vez que esto ocurre, por lo demás. La teoría suele estar
en permanente deuda con una parte importante de los procesos
de los que quiere dar cuenta. Es más que comprensible que en el
borroso tránsito de un cambio epocal, la opacidad de los concep-
tos y la relatividad de los acercamientos sean, más que defectos
del método científico, condiciones inherentes a los modos pos-
modernos de conocimiento (habrá que acostumbrarse, para usar
una metáfora fotográfica, a apreciar el encanto de las imágenes
fuera de foco).
En una atmósfera difusa como ésta, cuesta mucho hacerse de
criterios precisos para identificar o distinguir las emergencias fe-
noménicas de lo posmoderno. Cuesta más hacerse de otras claves
de lectura para arribar a valoraciones nuevas de los que aparece
casi siempre en su pura negatividad. La noción misma de vacia-
miento suscita esta ambivalencia.19 ¿Qué sigue después de consta-
tar que se está dando una «disolución de la política»? ¿Qué está
implicando esta disolución?
El amigo Jesús Martín Barbero centra la mirada en el mo-
mento negativo de la disolución de la política. No para escandali-
zarse o condenar esa realidad (como lo haría el neoconservacio-
nismo de Daniel Bell, por ejemplo), sino para destacar la nueva
calidad de un proceso que no puede ser asimilado simplistamente
a las crisis crónicas de la vida económica o política del capitalis-
mo. Mostrar lo que está pasando no es un ejercicio redundante de
obviedad, pues la dificultad primera para los modos tradicionales
de leer el acontecimiento es que buena parte de la vida cultural de
estos tiempos no es traducible en clave ilustrada. Por ello resulta
un empeño de primer orden esa insistencia en hacer visible lo que
de otro modo aparecerá enmascarado en los formatos convencio-
nales. Este ejercicio primero de inteligibilidad se ha convertido en

19
En el texto «El vaciamiento massmediático del discurso político» (R. Lanz,
revista Relea, no 0, Caracas, julio 1995), se puede notar esta dificultad de valo-
ración del vacío: en parte es una constatación crítica del derrumbe, en parte
también la postulación positiva de cierto imaginario deseable. (El ensayo de J.
Martín Barbero: «Hegemonía comunicacional y des-centramiento cultural», in-
cluido en este libro, es una recuperación positiva del fenómeno posmoderno.)

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

estos años en la tarea intelectual por excelencia de las investiga-


ciones de mayor interés. Pero tenemos derecho a preguntarnos:
¿hay elementos suficientes en nuestro diagnóstico de la crisis como
para prefigurar positividades con las que valga la pena compro-
meterse? ¿Desde América Latina será posible visualizar algún ho-
rizonte de desarrollo para la posmodernización objetiva que pa-
decemos? ¿Puede ser la disolución de la política una palanca
constructiva de un imaginario posmoderno?

9. EL ETHOS POSMODERNO COMO


LA «FASE NUEVA» DE LA MODERNIDAD
(José Rubio Carracedo)

Estamos una vez más frente a un estilo prejuiciado y sumario


que aparece a ratos ecuánime y erudito. La versión de José Rubio
Carracedo20 vuelve a reproducir un formato de crítica ya ensayado
en muchos lados: escogencia de ciertos actores, despliegue de pecu-
liares argumentos y, sobre todo, generalización arbitraria de sus pro-
pias convicciones. Me gustaría puntualizar algunas observaciones:
a. Resulta una simpleza con demasiadas implicaciones todo
intento de reducir el significado actual del fenómeno
posmoderno, el empeño por disminuir la magnitud de
su impacto cultural. De esta desproporción resulta siem-
pre el artificio de estar lidiando con pequeños epifenó-
menos o, lo que es lo mismo, de trabajar en el anecdó-
tico mundo de las querellas intelectuales. Si lo posmoderno
es una —entre otras— de las corrientes de pensamiento
que surgen y se eclipsan con la «evolución» de la mo-
dernidad, no habría razón para tanto alboroto. Esta ope-
ración puede surtir efectos tranquilizadores para cier-
tos espíritus ansiosos de certidumbre. Pero resulta
radicalmente incompetente para acercarse a la comple-
jidad y profundidad del acontecer de este tiempo. La

20
A los fines de estas observaciones sugiero la lectura del libro de J. Rubio
Carracedo: Educación moral, postmodernidad y democracia, Edit. Trotta, Ma-
drid, 1996, pp. 89-110.

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posmodernización de todos los espacios discursivos de


la sociedad, de todos los espacios societales que hacen a
la vida cotidiana de la gente, de los tejidos semióticos
en los que se reconoce cada individuo, de los dispositi-
vos de subjetividad que definen la socialidad de una
cultura, todo ello, digo, no puede ser encapsulado en la
definición deliberadamente recortada de fase nueva de
la modernidad.
b. Ese mismo artificio intelectual sirve para pasar de largo
un asunto vital: la crisis profunda de la modernidad no
es una materia opinática que dependería de este o aquel
autor. José Rubio Carracedo constata que existe una
«constelación de autores» que dirigen una crítica radi-
cal al proyecto moderno. Pero una vez hecho este in-
ventario el asunto central queda en pie: el derrumbe de
los prototipos racionales de la modernidad está carga-
do de enormes repercusiones en todos los terrenos.
Usted no puede hacerse el distraído con esas severísi-
mas implicaciones.
c. Como no se ha tomado en serio la cuestión crucial del
fin de la modernidad, se comprende entonces la candi-
dez intelectual de postular lo posmoderno como una
«nueva fase de la modernidad».21 Si respecto a la mo-
dernidad misma no se tiene claro su estado de estallido y
obsolescencia, entonces resultará más cómodo este eclec-
ticismo en relación con sus efectos disolventes en todos
los modos constitutivos del logos de la Ilustración.
d. Rubio Carracedo califica de «endeblez teórica»22 el pen-
samiento que previamente se ha diseñado al gusto como
«posmoderno». Un método fácil para cerrar la discu-
sión sería decir lo contrario en cada punto. Pero prefie-
ro recordar al lector que está a disposición hoy por hoy
una inmensa cantidad de planteamientos en casi todos

21
Ibídem, p. 190.
22
Ibídem, p. 89.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

los campos del pensamiento que resulta indispensable


recuperar. Si se supera el prejuicio de las etiquetas, no
será necesario recurrir al ardid de las interpretaciones
al gusto. Si se toma la molestia de indagar un poco en la
producción disponible en todo el mundo, será innece-
sario el recurso puramente retórico de las citas arregla-
das. Si se trabaja en serio la descomunal producción
teórica existente, se desvanecerá la falsa impresión de
un pensamiento «endeble». Pero sobre todo, si se dispo-
ne en verdad a penetrar la multiplicidad de signos de
una cultura posmoderna emergente (gústele a usted o
no), entonces habremos superado el síndrome de los
aferramientos compulsivos (esta incurable propensión
a no ver lo que está a la vista).

10. POSMODERNIDAD Y «ESTUDIOS CULTURALES»


¿SON INTERCAMBIABLES?
(Julio Ortega)

Quiero aprovechar el pequeño gazapo que nos brinda el


amigo Julio Ortega23 como pie para retomar un tema del debate
que debe ser clarificado. «Estudios culturales» es la nueva nomen-
clatura que ha oxigenado las viejas etiquetas de las antropologías
académicas, de la crítica literaria y de distintas tradiciones estéti-
cas. En cierto sentido ello anuncia una renovación intelectual que
va de la mano del fenómeno cultural de la posmodernidad.
Es posible que muchas designaciones de prácticas y demar-
caciones institucionales queden mejor recogidas en la etiqueta de
«estudios culturales».24 Allí cabe naturalmente cualquier perfil inte-

23
Estoy usando un comentario de Julio Ortega (entrevista en la revista Relea,
no 0, Caracas, julio, 1995) como si se tratara de una tesis teórica. Ello no es
necesariamente así. Ha habido distintas ocasiones donde hemos discutido di-
rectamente este matiz. Pero me interesa marcar con cierto énfasis la distinción
entre posmodernidad y «estudios culturales», para lo cual cuento con la bene-
volencia de mi amistad con Julio Ortega.
24
Esta discusión la hemos escenificado constantemente en el Centro de In-
vestigaciones Post-doctorales (CIPOST, Caracas). No creo que sea por pura casua-

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RIGOBERTO LANZ

lectual, incluido aquel tipo de investigación que se asume expre-


samente como posmoderna.
Pero lo que parece discutible es asimilar sin más el fenómeno
de la posmodernidad a lo que encierra la expresión «estudios cul-
turales». En este sentido tales términos no son intercambiables,
designan objetos y ámbitos diferentes, son conceptos —o catego-
rías— con rango epistemológico distinto.
Desde el punto de vista de un pensamiento posmoderno, me
parece que es mucho más clara esta diferenciación.
Ni por la naturaleza de una episteme posmoderna, ni por lo
que implica la configuración de los saberes con esta característica,
puede identificarse una cosa con la otra.
Tal vez estaríamos hablando de una expresión de lo pos-
moderno en el campo de la organización de cierto tipo de prácti-
ca académica (es algo parecido al comentario ya hecho sobre la
elección personal de Omar Calabrese con el término «neobarro-
co»). «Estudios culturales» designa un cierto perfil teórico de es-
tos tiempos para afrontar un amplio campo de problemas (étni-
cos, estéticos, de cultura nacional, de cultura urbana, crítica literaria
y muchos otros). Mientras que lo posmoderno designa simultá-
neamente la crisis de la modernidad, la emergencia de una conste-
lación de prácticas y discursos en todas las esferas y también la
cristalización de un espesor cognitivo (un pensamiento) confor-
mado por una enorme multiplicidad de análisis, interpretaciones,
propuestas teóricas, estilos de investigación, métodos de trabajo,
formatos institucionales (no olvidemos que puede hablarse, in-
cluso, de gerencia posmoderna). El amigo Julio Ortega estará se-
guramente de acuerdo en esta distinción. Si he insistido en recal-
carla es porque conozco de las confusiones que circulan
impunemente en ciertos ambientes académicos.

lidad que hayamos definido dos áreas de investigación bien delimitadas: Pro-
grama de estudios culturales y, por otro lado, Programa de estudios posmoder-
nos. Ver el ensayo de F. Jameson: «Sobre los estudios culturales», en varios:
Cultura y Tercer Mundo, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, 1996, pp. 167-232.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

11. LA «IMPOSIBLE DIALÉCTICA» MODERNIDAD/POSMODERNIDAD


(Agapito Maestre)

El tema de lo posmoderno hace presencia de muchos modos


en la obra del amigo Agapito Maestre.25 Me propongo proble-
matizar sólo un matiz de sus planteamientos en torno a la «impo-
sibilidad» de una dialéctica modernidad/posmodernidad. Aun cuan-
do el sentido de esta «imposibilidad» deba ser contextualizada
para situar el alcance de la afirmación de Agapito Maestre, creo
que se trata de una imagen muy útil para explorar posibilidades.
De momento quisiera situar dos planos dialécticos de la relación
modernidad/posmodernidad.
a. El amigo Agapito Maestre estará de acuerdo en esta
peculiar tensión entre la constelación de caídas, colap-
sos y agotamientos de los nudos socioculturales de la
modernidad (como socialidad incrustada en todos los
tejidos relacionados del hombre occidental) y la emer-
gencia fragmentaria y proliferante de infinidad de prác-
ticas y discursos propiamente posmodernos. Creo que
allí se instala una cierta dialéctica cultural (en el sentido
adorniano) que caracteriza el fondo de todo el aconte-
cer de este tránsito epocal. Hay allí, me parece, una
negación-recuperación vivida en la ambigüedad de in-
finitas prácticas portadoras de los «valores» modernos
que se disipan y de la sensibilidad posmoderna que
emerge.
b. En el terreno cognitivo encontramos esta misma lógi-
ca: una tensión dialéctica permanente entre las viejas
métricas y los nuevos referentes paradigmáticos, entre
los viejos protocolos de verdad y la radical relativiza-

25
Podemos encontrar los grandes temas de la crisis de la política en textos
como El poder en vilo, Edit. Tecnos, Madrid, 1994; en su incansable trabajo de
interpelación recogido en Argumentos para una época, Edit. Anthropos, Barce-
lona, 1993; en su activa presencia en el debate público recogido en El vértigo
de la democracia, Ediciones de la Ilustración, Madrid, 1996; o en el texto que
sirve de excusa a mi comentario crítico, Modernidad, historia y política, Edit.
Verbo Divino, Navarra, 1992, pp. 81-102.

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ción del conocimiento, entre teorías falsas o insuficien-


tes y nuevos criterios para la construcción teórica. El
pensamiento posmoderno es en un primer momento
una crítica a los principales prototipos racionales de la
modernidad (razón, progreso, sujeto, historia, tecno-
ciencia). Lo que ocurre allí en verdad es una dialéctica
del conocimiento donde se tensionan los protocolos
epistémicos de todo un modo de producción del senti-
do. Ese tejido tensional (múltiple, pluridireccional, re-
lativo, polivalente) y la voluntad teórica que lo asiste
(al menos desde una sensibilidad posmoderna crítica)
es lo más parecido a una dialéctica del pensamiento (en
la tradición de Francfort, desde luego).
Me parece que con el transcurrir de la década de los noventa se
ha perfilado mejor el curso de esta «dialéctica» histórica y teórica. El
amigo Agapito Maestre me dirá que soy demasiado optimista. Ten-
dré que admitir también esta «dialéctica» entre desencanto
neoconservador y construcción crítica de un horizonte utópico.

12. LO POSMODERNO COMO CONDICIÓN


PARASITARIA DE LA MODERNIDAD
(Ágnes Heller)
El trabajo intelectual de Ágnes Heller referido al debate
posmoderno parece oscilar entre una abierta postulación posmo-
dernista (esa era tal vez la tónica de Ferenc Fehér) y la distancia de
los comentarios «externos».26
Me gustaría aludir tan sólo a uno de los asuntos controver-
siales que suscita la extensa obra de Heller.27 No es sin consecuen-

26
Recomiendo la lectura de A. Heller: Crítica de la Ilustración, Edit. Penínsu-
la, Barcelona, 1984; A. Heller y F. Fehér: Políticas de la postmodernidad, Edit.
Península, Barcelona, 1989; A. Heller: Historia y futuro, Edit. Península, Barce-
lona, l991; A. Heller y F. Fehér: Biopolítica, Edit. Península, Barcelona, 1995.
27
El Centro de Investigaciones Post-doctorales (CIPOST) tuvo la oportunidad
de invitar a Ágnes Heller para la realización de un seminario sobre «Una teoría
de la modernidad» (1995). Me ha tocado prologar su libro que lleva el mismo
título (ediciones del CIPOST, Caracas, 1997) donde recojo sumariamente las lí-
neas gruesas de este debate.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

cias teóricas que la autora postule su idea de lo posmoderno a


contrapelo de toda imagen epocal. De allí la metáfora de condi-
ción parasitaria de la modernidad que parece equívoca en más de
un sentido. Veamos.
a. Me parece una sutileza con alguna implicación intelec-
tual la distinción de los trabajos presentados por Ágnes
Heller en conjunto con Ferenc Fehér (trabajos donde se
respira una proximidad más que temática con lo pos-
moderno) y el pensamiento neto de la autora recogido
en una conocida y prolífica obra.
Para los investigadores que siguen de cerca —y con
lupa— el desenvolvimiento del debate modernidad/pos-
modernidad resultará familiar la caracterización de tres
estilos emblemáticos en defensa de la modernidad: el
estilo Habermas (con pretensiones fundacionales y con
oblicuas implicaciones políticas); el estilo Touraine (ver-
sión más próxima al acontecimiento y alimentada prin-
cipalmente por un extraordinario recorrido de insumo
sociológico); el estilo Heller (a mitad de camino entre
una tradición marxista más traumática que fecunda y
ese incansable nomadismo cultural que termina mar-
cando los modos de pensar).
b. Una amplia gama de autores expresamente ubicados en
la tribu posmoderna han insistido en la necesidad de
romper con la imagen evolutiva que se asocia casi ine-
vitablemente el prefijo «post». No es casual la insisten-
cia de algunos autores en escribir «pos» (sin «t»). No se
trata pues de concebir la posmodernidad como «lo que
viene después» de la modernidad. Pero subsiste allí un
problema: ¿qué hay del cambio epocal del cual se habla
hoy con tanto énfasis? Lo posmoderno no es un estadio
evolutivo inscrito ontológicamente en las «leyes del de-
sarrollo social». Pero es obvio que asistimos a una mu-
tación civilizacional que no puede ser comprendida con
las viejas fórmulas de «crisis del capitalismo» o «ciclos
de la humanidad».

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c. Es completamente equívoca la imagen de una posmo-


dernidad que cada quien «elige».28 En efecto, si lo pos-
moderno se reduce a una sensibilidad (entre otras), con
ello se logra el artificio de dejar en su lugar a la moder-
nidad. Todo se limitaría a un juego de miradas que no
afecta esencialmente el estatuto (histórico y epistémi-
co) del proyecto moderno.
d. Es fácil contrastar este punto de vista con el eje capital
de nuestras proposiciones. Me parece que ese modo de
aproximarse a lo posmoderno deja afuera lo que es esen-
cial: hacerse cargo seriamente del derrumbe del para-
digma de la modernidad, comprender lo que emergió
como suelo cultural en los últimos cincuenta años y,
sobre todo, dar cuenta del contenido sustantivo de un
pensamiento posmoderno que se configura cada vez más
como referencia intelectual.
Como lo he señalado insistentemente, la lectura de lo pos-
moderno en clave moderna resulta siempre un cortocircuito. Desde
los residuos de la modernidad se hacen toda clase de ejercicios
cuyos resultados se adivinan. No creo que ello sea en absoluto
deleznable, lo que digo es que los modernos no pueden pensar
posmodernamente.

13. LA SIGNIFICACIÓN POLÍTICA DE LO POSMODERNO


(Fredric Jameson)

Desde una tradición marxista relativamente crítica se obser-


va una creciente preocupación por no quedar definitivamente fuera
de un debate capital en la coyuntura teórica de hoy. Me refiero a
autores aislados y no a una corriente o partido que tenga estas
exquisiteces. Los trabajos de Jameson pueden ser enmarcados con
propiedad en el contexto de una reflexión de inspiración marxis-

28
«Los que han elegido vivir en la postmodernidad viven, no obstante, entre
modernos y premodernos». (Políticas de la postmodernidad, ob. cit., p. 149.)

104

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

ta que intenta —honestamente— un diálogo con la agenda de


estos días.29
Me parece de utilidad para el esclarecimiento de la discusión
actual detenerse puntualmente en una de las múltiples facetas del
debate recogidas en la obra de Fredric Jameson. Me refiero a la línea
central de sus motivaciones teóricas: interpretar políticamente las
diversas tonalidades del amplio espectro de formulaciones y sensi-
bilidades susceptibles del calificativo de posmodernas. Convendría
pues una rápida mirada a los asuntos teóricos allí involucrados.
a. Hay que estar siempre en guardia con aquellos preten-
siosos esquemas clasificatorios donde cabe todo el mun-
do en su predibujada casilla. En el campo literario tene-
mos varios ejemplos de este despropósito: un listado de
novelas «posmodernas», de cuentos «posmodernos» y
de poesía «posmoderna».
No estoy afirmando que una obra sea incaracterizable.
Lo que planteo es que estas empresas de ubicación de
cada obra y autor en un gran tablero suelen ser puro
artificio. Provienen por lo general de cierta calistenia
académica con fines modestamente didácticos. Sin em-
bargo, cuando desde allí se pretende «teorizar», lo que
resulta es un rústico triturador de perfiles y configura-
ciones para cuyo conocimiento haría falta una «caja de
herramientas» mucho más compleja y refinada.
Algo de este síndrome encontramos en la estrategia de
Jameson. La peculiaridad es sencillamente la clave de lec-
tura que sirve como demarcación para clasificar: izquier-
da y derecha. Resulta siempre riesgoso (riesgoso para el
mantenimiento de una cierta consistencia del discurso)
leer cualquier fenómeno en términos políticos (sea que
se le atribuya sentido político a una tesis teórica, sea
que se valore la actuación política del autor).

29
Recomiendo consultar el libro de F. Jameson: Teoría de la postmoderni-
dad, Edit. Trotta, Madrid, 1996.

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RIGOBERTO LANZ

No estoy sosteniendo que sea imposible o impropio ca-


racterizar a este o aquel autor en términos políticos. Lo
que estoy afirmando es que esta estrategia de lectura —a
diestra y siniestra— tiene un límite más allá del cual es
maniqueísmo puro y simple. ¿Cuál es ese límite?
b. En términos periodísticos resultaría fácil dibujar la silue-
ta política de un autor que, por lo demás, hace explícita
su ubicación «ideológica». Pero de allí no se sigue fór-
mula alguna que autorice una correlación automática
entre ideas y conducta política, entre propuestas episte-
mológicas y filiación partidaria. No hay una epistemo-
logía republicana y otra demócrata. No hay una biolo-
gía molecular gaullista y otra socialista. No hay una física
de partículas judía y otra musulmana. Este mínimo sen-
tido común ayudaría para resituar las pretensiones de
estos tableros clasificatorios.
c. Me interesa subrayar con cierto énfasis la ambigüedad
constitutiva de lo posmoderno y, por tanto, las diversas
posibilidades de recuperación política de ideas y sensi-
bilidades. La experiencia actual muestra una gran can-
tidad de formas de instrumentación con signos estéti-
co-políticos distintos y, a veces, contradictorios.
En términos gruesos se puede afirmar que la posmoder-
nización de la cultura y el entramado social produce un efecto
desmovilizador que se traduce con frecuencia en pasividad, con-
formismo, apoliticismo, narcisismo ambiance neoconservadora y
políticamente reaccionaria. Pero el mismo proceso cultural e in-
tersubjetivo produce también un efecto liberador: ruptura de lí-
mites, propulsión a lo nuevo, apertura, expansión de la sensibili-
dad, es decir, un clima emancipatorio que puede traducirse en
una radicalización política de la cultura democrática.
Una postura teórica cualquiera puede ser leída según como
se inserte tendencialmente en ese doble movimiento movilizador/des-
movilizador. Pero ello no puede ser criterio suficiente para la sen-
tencia universal del valor intrínseco de una obra intelectual. No
hay pensamiento neutro ni postulación teórica completamente naif.
Eso ya lo sabemos. Pero no creamos que con ello podemos rotular

106

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

tan fácilmente de «izquierda» o de «derecha» a cualquier pensa-


miento.
Me parece que hay siempre un transfondo de concepción
debajo de cualquier política cultural (cuestión que justificadamente
preocupa a Jameson). Pero sospecho que en estos tiempos de ex-
tremo pragmatismo y de instrumentalización de todo el universo
simbólico de la sociedad, no hay forma de establecer líneas de
coherencia entre una postulación teórica y una decisión política,
entre un cierto perfil antimoderno, promoderno, proposmoder-
no o antiposmoderno30 y un «correlato» político. En fin, creo que
la lectura política de las formulaciones teóricas posmodernas tie-
ne que ajustar sus propias cuentas con otra concepción de lo polí-
tico, tal vez con una teoría política posmoderna.

14. DE NUEVO EL «IRRACIONALISMO POSMODERNO»


(César Cansino)
El tono de la perspectiva teórica que anima al amigo César
Cansino es muy útil para que la polémica transcurra con posibili-
dades de esclarecimiento y profundización.31 Quisiera detenerme
sólo en un aspecto relativo a la posición teórica del autor clara-
mente explicitada en la presentación que hace al dossier de la revista
Metapolítica consagrada al debate sobre la posmodernidad.32 Creo
que podría resumir mis observaciones en los siguientes puntos:

30
Ibídem, p. 92.
31
Son muchos los tópicos que merecerían una discusión sistemática y extensa.
En el campo del debate teórico-político son múltiples los asuntos que alimentan
una agenda rica en matices controversiales. Recomiendo revisar los siguientes tra-
bajos del amigo César Cansino: «La metapolítica como problema», en Varios: Estu-
dios de teoría e historia de la sociología en México, UNAM, México, 1996; «Partidos
políticos y gobernabilidad», revista Nueva Sociedad, no 139, Caracas, septiembre-
octubre, 1995; «Teoría política: historia y filosofía», revista Metapolítica, no l, México,
enero-marzo, 1997; «De la politización de los medios a la despolitización de la
sociedad», revista La Brecha, no 4, Madrid, enero-febrero, 1997; C. Cansino y V.
Alarcón: América Latina: ¿renacimiento o decadencia?, FLACSO, San José, 1993; C.
Cansino (comp.): Las teorías del cambio político, Universidad Iberoamericana,
México, 1993; C. Cansino (comp.): Las relaciones gobierno-partido en América
Latina. Un estudio comparado, CIDE, México, 1995.
32
C. Cansino: «Teoría política: historia y filosofía», ob. cit., pp. 39-40.

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RIGOBERTO LANZ

a. Siento que hay una percepción doblemente equívoca


en la imagen sustentada por el amigo César Cansino
sobre la posmodernidad: equívoca porque pasa por alto
el espesor cultural (en sentido fuerte) de lo posmoder-
no como condición de la vida cotidiana; equívoca por-
que está leyendo muy restringidamente el tenor del pen-
samiento posmoderno en sus distintas sensibilidades.
Me parece que la posmodernización creciente de la so-
ciedad en todos los planos, así como los efectos con-
tundentes del desplome del ideario moderno en distin-
tas esferas de la civilización occidental, no pueden ser
pensados como epifenómenos cuya naturaleza remite a
cosas tan efímeras como la moda o los estilos de vida.
Ya he comentando en otras ocasiones el transfondo de
esta percepción. Por los momentos bastaría con reafir-
mar la tesis central que sustenta mi posición: la moder-
nidad como proyecto civilizacional se ha derrumbado.
Han entrado en crisis todos sus prototipos racionales.
En medio del inmenso vacío que ello genera está emer-
giendo una cultura posmoderna que se expresa
intersticialmente como re-equipamiento intersubjeti-
vo, como dispositivo de sensibilidad, como performa-
tividad de las nuevas claves de lectura, como discur-
sividades que circulan en los embriones de nuevos
actores sociales.
b. Del mismo modo, el amigo César Cansino despacha de
modo rápido el rol contemporáneo de la producción
teórica asociada al posmodernismo. Tendría que decir
que mi percepción es completamente distinta: observo
que esa producción intelectual se ha densificado en esta
década de los noventa hasta constituir un espesor epis-
temológico realmente impresionante. Más que eso: afir-
mo con toda tranquilidad que en América Latina hay
un perfil teórico posmoderno que ha puesto la agenda
del debate en los últimos años. Creo que la producción

108

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

teórica más fecunda que circula en la región proviene


del debate modernidad/posmodernidad.33
c. El recurso del irracionalismo posmoderno vuelve a ser
un expediente gastado que ha sido suficientemente re-
futado por muchos autores. Entiendo que el amigo Cé-
sar Cansino no está reeditando la cháchara haberma-
siana contra Foucault (truculenta manipulación de las
formulaciones foucaultianas para hacer pasar el fantas-
ma del «irracionalismo»). En este punto quisiera enfati-
zar mi posición: se trata de producir una crítica radical
de la concepción moderna de la razón, sobremanera, en
las solapadas conexiones de los modelos cognitivos con
el poder. Allí la obra de Michel Foucault sigue siendo el
horizonte epistemológico no igualado por ninguna otra
teorización. El demonio del «irracionalismo» no puede
desentenderse de este emplazamiento categórico.
d. Podemos compartir —sin violentar los supuestos con
los que cada quien trabaja— la motivación de reencontrar
los impulsos emancipatorios que la Ilustración nos pro-
metió y no pudo cumplir. En alguna medida nuestra
insistencia en un pensamiento posmoderno crítico (que
quiere diferenciarse expresamente de todo sesgo neo-
conservador), se postula en el marco de una abierta
contestación a toda forma de dominación (incluidas las
tramas de sentido que habitan los discursos de la cien-
cia y de la técnica). Lo que estoy perfilando es una mo-
dalidad de «posmodernismo libertario» que puede en-
troncar fecundamente con tradiciones postiluministas
de tipo «democracia radical». ¿Por qué no?
e. Justamente en el terreno político (donde al amigo Can-
sino trabaja de preferencia) hay una enorme gama de

33
En los límites de este ensayo no puedo extenderme en ejemplos demostra-
tivos de esta tesis. Remitiría al lector a un texto donde he caracterizado autor
por autor en este mapa teórico: «Posmodernidades: la ventaja de llamarse Amé-
rica Latina» (forma parte del libro coordinado por Julio Ortega: Manual para el
nuevo milenio, Edit. La Torre, San Juan, Puerto Rico, 1997).

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RIGOBERTO LANZ

incidencias de lo posmoderno que ha modificado por


completo la agenda del debate. Son muchos los asuntos
que están allí planteados de modo controversial. Una
tesis me gustaría remarcar: en la discusión episte-
mológica de frontera está planteado un cuestionamien-
to radical a la «ciencia política» tradicional, tanto en su
estatuto disciplinario, como en los contenidos sustanti-
vos de sus métodos y categorías. En este punto no creo
que deban hacerse concesiones. De allí se derivan deci-
sivas implicaciones hacia el debate específico sobre cultu-
ra democrática, espacio público, ciudadanía, etc. Como
se ve, hay una íntima conexión entre las investigaciones
epistemológica, sociocultural y sociopolítica. Precisamen-
te en esos planos es donde incide con más fuerza el enfo-
que posmoderno. Ojalá podamos «limpiar» apropiada-
mente los malentendidos para así arribar de lleno a los
asuntos que verdaderamente nos inquietan.

COMO SI HUBIESE TERMINADO

La estrategia de estas notas ha sido relevar una agenda pendiente


de tópicos y problemas interpelando el trabajo intelectual de al-
gunos investigadores. No se trata para nada de una antología ni
de una reseña de autores. Creo firmemente en el papel propulsor
del debate, en la insustituible eficacia de la crítica, en el compro-
miso ético involucrado en una discusión con destino. Por ello el
material que antecede no debe tomarse como un mero ejercicio
formal, ni mucho menos como erudita majadería destinada a im-
presionar a un público desinformado y apático. Lo que en verdad
nos interesa es movilizar las ideas en juego, expandir las fronteras
en las que cada autor se sitúa, interrogar ciertas adquisiciones
conceptuales antes de que empiecen a cristalizar como nichos o
como dogmas. Esta función profiláctica del debate ha de consti-
tuir un requisito permanente de todo cuanto se produce.
He querido mostrar una vez más que el ejercicio crítico (ás-
pero o apacible, poco importa) es un camino insoslayable en la

110

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

perspectiva de producir una nueva comprensión de este tiempo,


de este hombre. El texto no ha querido otra cosa que contribuir a
despejar unos pocos asuntos de nuestra común agenda de canden-
tes problemas. No hay candor en mis palabras, apenas la secreta
confianza en el poder movilizador de las ideas, que a pesar de
todo, se comparten.

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RIGOBERTO LANZ

UN VISTAZO A LA PRODUCCIÓN
BIBLIOGRÁFICA DE LOS NOVENTA SOBRE POSMODERNIDAD

1. He insistido recurrentemente en los nuevos modos de relacionarse


con los textos, gracias a las posibilidades de acceso a todas las
fuentes mundiales de organización bibliotecaria.
2. Un reporte bibliográfico tiene otra utilidad a la hora actual: con-
tribuye a configurar el contexto intelectual donde se mueve un
autor. Ayuda a comprender las influencias, pertenencias o prefe-
rencias que influyen en un cierto tipo de pensamiento.
3. En otras publicaciones he intentado ilustrar la magnitud de la pro-
ducción intelectual de la que disponemos para soportar investiga-
ciones sobre la problemática posmoderna. En esta oportunidad he
privilegiado la referencia a libros en idioma castellano.

AGAMBEN, Giorgio. La comunidad que viene, Edit. Pre-Textos, Valencia,


1996.
ÁLVAREZ, Luis. «Falsas esperanzas del siglo XX», revista Claves de razón
práctica, no 65, Madrid, septiembre, 1996.
ANCESCHI, Luciano. La idea del barroco, Edit. Tecnos, Madrid, 1993.
BARCELONA, Pietra. Postmodernidad y comunidad, Edit. Trotta, Madrid,
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BARRIOS, Marco. Economía y cultura política barroca, Universidad Na-
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BEVERLEY, John (comp.). The Postmodernism. Debate in Latin America,
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BRAVO, Víctor. «El horizonte estético de la modernidad», revista Voz y
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SINTITUL-16 112 06/09/2011, 07:58 a.m.


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en la perspectiva posmoderna, Edit. Gedisa, Barcelona, 1994.
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CÓRDOVA, Víctor. Sociología de lo vivido, Edit. Tropykos, Caracas, 1995.
DE SOUSA SANTOS, Boaventura. Toward a New Common Sense, Edit.
Routledge, Nueva York, 1995.
Introducción a una ciencia posmoderna, CIPOST, Caracas, 1996.
Ver «Dossier» de la revista Metapolítica, no l, México, enero-marzo,
1997.
Ver «Dossier» de la revista Relea, no 2, Caracas, enero-abril, 1997.
DERRIDA, Jacques. Cosmopolitas de todos los países ¡un esfuerzo más!,
Edit. Cuatro Ediciones, Valladolid, 1996.
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en Varios: Universalidad y diferencia, Edit. Alianza, Madrid, 1996.
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en Varios: Debates sobre la modernidad y la postmodernidad, Edit.
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