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TRABAJO PRACTICO 2

LITERATURA LATINOAMERICANA

PROFESORA: MELINA MOISÉ


ALUMNA: CARABAJAL ANDREA ELIZABETH
Año: 2019
Para comenzar con la comparación de los discursos de Gabriel García Márquez “La
soledad de América latina” y “El fin de este mundo” de Alejo Carpentier, es menester
hacer una aproximación contextual de cada discurso. En cuanto a la primera obra
mencionada, Márquez lo pronuncia el día en que fue premiado con el NOBEL DE LA
LITERATURA MUNDIAL, en Estocolmo en 1982. El colombiano elaboró un texto de
unas 2450 palabras distribuidas en 15 párrafos, cuya idea principal o el tronco
estructural del mismo es que América Latina ha sido considerada fabulosa desde el
tiempo del descubrimiento; ha tenido presidentes y gobernadores alucinados y
destructores; la violencia sigue presente; los europeos no entienden la literatura
latinoamericana y tampoco se solidarizan con la innovación social latinoamericana
como deberían hacerlo; el autor dedica este premio Nobel a todo el continente
americano y a la vez que cree que es un premio a la poesía, su poesía. Gabriel señala
constantemente su pertenencia a una colectividad distinta de la presente en el salón de
actos del momento. El texto presenta la siguiente estructura:

I. Datos fabulosos de una crónica de las Indias.

II. Conquistadores. Latinoamérica es fabulosa. La fiebre de oro.

III. Datos sobre presidentes latinoamericanos pintorescos del siglo XIX.

IV. Guerras civiles y opresión en América Latina del siglo XX.

V. Exiliados latinoamericanos.

VI. El premio es para la realidad latinoamericana. La literatura se basa en la realidad.

VII. Europa no sabe interpretar la literatura latinoamericana y debe estudiar su pasado.

VIII. Los intelectuales europeos deben apoyar a ciertas opciones políticas


latinoamericanas.

IX. Latinoamérica puede ser original en política.

X. Varios temas.

XI. Latinoamérica responde con “la vida”.

XII. El autor se niega a creer en el fin del hombre.

XIII. América Latina no debe ser un juguete del azar.


XIV. El premio es para la poesía.

XV. El autor siempre intenta servir a la poesía.

La teoría de la novela de García Márquez es que Latinoamérica es tan fabulosa que el


escritor latinoamericano solo necesita contar lo que ve. Para él, lo literario es dar una
estructura y un tono a este material que proporciona la realidad. . El autor empieza
hablando de una esencia latinoamericana:

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es


difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la
contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido
para interpretarnos (VII).

García Márquez parece tener una teoría sobre el hombre, una antropología, basada en
que tenemos una esencia que difiere según nuestro origen.

No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de


injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil
leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han
creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su
juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos
grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad (X).

¿Qué quiere decir el autor? ¿Quién ha dicho que las injusticias sean una
“confabulación” urdida a tres mil leguas de América Latina? él llama “infantiles” a
“muchos dirigentes y pensadores europeos” sin decir cuáles serían ni qué habrán dicho
y, por eso, la afirmación no se puede evaluar. Parece incluir una comparación con otros
líderes, ¿pero cuáles? El autor se pronuncia como si solo los latinoamericanos hubieran
concebido la idea de no vivir “a la merced de” las superpotencias. Esta parte está
relacionada con la segunda obra mencionada al comienzo de nuestro trabajo.

La obra de Carpentier, nos enseña de manera descarnada la metamorfosis de los


revolucionarios que se alzan contra la opresión, en lucha por la libertad, y una vez en el
poder terminan convirtiéndose en lo que combatieron, como lo encontramos en El reino
de este mundo (1949). Por eso, lo real maravilloso no es mera ficción: es una
perspectiva más de nuestra historia... y de nuestro presente. «Para empezar», dice
Carpentier, «la sensación de lo maravilloso presupone una fe», y lo maravilloso
comienza a serlo de verdad cuando surge de una alteración de la realidad. «Porque no es
el hombre renacentista quien realiza el descubrimiento y la conquista, sino el hombre
medieval», dice también. No era la modernidad la que los europeos trajeron consigo,
sino el pasado encauzado que se resolvía en oscuridad de sacristías, supersticiones,
brutalidad patriarcal. El Renacimiento no se trasplantó a Iberoamérica, sino la
Contrarreforma. Un mundo nuevo que iba a moldearse a semejanza de otro que se
volvía ya caduco, pero lleno de los engendros de la imaginación que fulguraban en esa
oscuridad.

Alejo sostiene que en El reino de este mundo: «lo real maravilloso forma una
perspectiva más de la historia, no es necesariamente una ficción». Es la historia
transmutada en ficción, sobre el poder. Y tanto la historia como la ficción funcionan en
ellas para crear un arquetipo inalterable, y una gran alegoría del poder.

La estructura que nos presenta Carpentier es la siguiente:

I-

LAS CABEZAS DE CERA

LA PODA

LO QUE HALLABA LA MANO

EL RECUENTO

DE PROFUNDIS

LAS METAMORFOSIS

EL TRAJE DE HOMBRE

EL GRAN VUELO

- II -

LA HIJA DE MINOS Y DE PASIFAE

EL PACTO MAYOR

LA LLAMADA DE LOS CARACOLES

DOGON DENTRO DEL ARCA


SANTIAGO DE CUBA

LA NAVE DE LOS PERROS

SAN TRASTORNO

- III -

LOS SIGNOS

SANS-SOUCI

EL SACRIFICIO DE LOS TOROS

EL EMPAREDADO

CRÓNICA DEL 15 DE AGOSTO

ULTIMA RATIO REGUM

LA PUERTA ÚNICA

- IV -

LA NOCHE DE LAS ESTATUAS

LA REAL CASA

LOS AGRIMENSORES

AGNUS DEI

¿Cuán real viene a ser lo maravilloso, y cuán maravilloso viene a ser lo real? Carpentier
sabe que lo primero que habría de encandilar a los conquistadores españoles serían los
contrastes y la inmensidad variada de un continente y de sus islas, que vieron con ojos
fantasiosos. Un tenderete de coleccionista donde se mezclan artilugios e imágenes
viejas y a la vez contemporáneas. Eso también es el poder, que siempre se resuelve en
adornos extravagantes, lujo desmedido. Emperadores de casaca bordada en oro y
tricornio de plumas de avestruz.

El sentido barroco del poder. Se tiene poder y es necesario exhibirlo; las joyas de la
corona deben estar siempre a la vista, igual que la arbitrariedad omnímoda que
atemoriza, porque el miedo, que crea la inmovilidad de acción y pensamiento, es uno de
los soportes del poder.
LA SEGUNDA parte de este trabajo, se utilizará el POPOL VUH para un análisis
completo de esta obra legendaria, comenzando con sus datos contextuales, las raíces
profundas que unen la centenaria cultura de Teotihuacán con la cultura maya se
perciben en el Popol Vuh, también llamado el Libro del Consejo.

Lo cierto es que desde la publicación del Popol Vuh no ha cesado la indagación acerca
de sus orígenes. La raza kiche’ del libro no puede ponerse en duda, los datos muestran
que fue redactado en el alfabeto latino en Santa Cruz del Quiché, la fundación española
que sustituyó a Q’umar Ka’aj, la capital del reino k’iche’. La fecha final de su
elaboración es el año de 1554, cuando aún vivían Juan de Rojas y Juan Cortés, quienes
aparecen citados en el libro como la última generación de reyes k’iche’.

Las motivaciones que llevaron a los jefes k’iche’ a redactar en el alfabeto castellano la
historia antigua de su pueblo son explícitas. En la primera página se dice que aun
cuando antes "existía el libro original, escrito antiguamente", ya no se puede ver ni
entender (Popol Vuh 1961, 21). Este dato sugiere que el libro "escrito antiguamente" era
un códice pintado, el libro del Consejo de Q’umar Ka’aj, del cual se copió la versión en
alfabeto latino. Al final de su obra los autores reiteran su intención de conservar la
memoria del libro ancestral en el lenguaje impuesto por el conquistador. Dicen que
como "ya no puede verse el [libro o códice] que tenían antiguamente los reyes, pues ha
desaparecido", tomaron la decisión de transcribir en letras la tradición acuñada en
pinturas y glifos.

Pero los autores del Popol Vuh introducen una duda acerca de los orígenes lejanos del
libro, pues declaran que el códice donde estaban pintadas sus historias les fue dado por
Nakxit, el gobernante de Tulán, el reino famoso al que se refieren con reverencia los
textos nauas y mayas (Popol Vuh 1961, 142). En el Popol Vuh Tulán es el arquetipo del
reino y la fuente de los conocimientos fundamentales. El Popol Vuh registra dos viajes
de los jefes k’iche’ a esta Meca política y cultural. El inicial lo hacen los cabezas de la
primera generación de linajes k’iche’, quienes emprenden una larga jornada hacia el
oriente, el rumbo donde ubican a Tulán, la ciudad que describen como una metrópoli
atestada de gente de diversas etnias que hablaban lenguas distintas. Ahí, narra el libro,
les fueron dados sus dioses patronos. Luego, en cantos tristes lloraron su salida de Tulán
y fueron a buscar el lugar donde habrían de asentarse y fundar una nación poderosa
(Popol Vuh 1961, 110-112 y 116-117). Es decir, según el Popol Vuh, para los jefes del
pueblo k’iche’ Tulán era la metrópoli dispensadora de los dioses protectores y los
bienes de la vida civilizada.

Motivados por el destino que les fue revelado en Tulán, los linajes k’iche’ invaden la
región de altas montañas cercanas al lago de Atitlán, en Guatemala, y emprenden
batallas encarnizadas contra los pobladores nativos, a quienes vencen y convierten en
tributarios. Protegidos por Tojil, el poderoso dios del relámpago y el trueno (una
variante del Tláloc teotihuacano), los k’iche’ se posesionan de territorios dilatados. Sus
primeros caudillos, antes de morir, les hicieron tres recomendaciones: no olvidar nunca
a los ancestros, visitar el lugar del origen, Tulán Zuywa, y rendirle homenaje al Bulto de
Flamas, el envoltorio sagrado que guardaba las reliquias de los fundadores del pueblo
k’iche’ (Popol Vuh 1961, 140-141; véase también Tedlock 1996, 50). Como se advierte,
las tres recomendaciones hacen de la tradición el principio legitimador del poder, y
particularmente la tradición de Tulán Zuywa.

Más tarde, cuando sus sucesores combaten y vencen a las numerosas tribus originarias,
emprenden un segundo viaje al oriente, el asiento de la legendaria Tulán Zuywa. Se
trata de un viaje de confirmación de los derechos adquiridos, encabezado por los jefes
del grupo, quienes en Tulán Zuywa son recibidos por Nakxit, el gobernante de nombre
naua ("Cuatro pies"), a quien todos acatan y temen. Nakxit "era el nombre del gran
Señor, el único juez supremo de todos los reinos" (Popol Vuh 1961, 142). Aquí, otra
vez, la legitimidad política se hace radicar en Tulán Zuywa.

Es decir, mientras en el primer viaje los jefes k’iche’ reciben sus dioses patronos, en el
segundo se les otorgan las insignias del poder, los símbolos que legitiman su gobierno.
El Popol Vuh y los textos que narran el viaje de los k’iche’ y los kaqchikeles a la Tulán
maravillosa, sitúan a ésta en el oriente. Como advertirá el lector, esta es una tradición
diferente a la de la época Clásica, cuyos testimonios ubican a Tollan en el occidente,
identificándola con Teotihuacán. Los gobernantes de Tikal y de Copán inscribieron en
estelas y en monumentos colmados de glifos su ascendencia teotihuacana, y declararon
orgullosos sus vínculos con la gran metrópoli del occidente.En cambio, diez siglos más
tarde, los jefes k’iche’ y kaqchikeles proclamaron descender de una Tulán oriental.
El Popol Vuh asienta que los jefes k’iche’, obedeciendo el mandato de sus progenitores,
dijeron: "vamos al Oriente, allá de donde vinieron nuestros padres" (Popol Vuh 1961,
142). Las fuentes que narran la migración de las tribus que poblaron las tierras altas de
Guatemala subrayan el origen oriental de Tulán y cuentan que para llegar a esa gran
ciudad fue forzoso atravesar el mar.

El paso del mar es un episodio crucial en este periplo y su registro en las crónicas
permite rastrear el probable itinerario que siguieron los peregrinos de Tulán. Así, el
Memorial de Sololá dice que al llegar al mar los jefes kaqchikeles se encontraron a "un
grupo de guerreros de los llamados nonowalkat [nonoalcas]", en sus canoas (Memorial
de Sololá 1999, 159). Como sabemos, las fuentes antiguas ubican a los nonoalcas en el
área de Xicalanco, en las orillas de la Laguna de Términos, en el actual estado de
Campeche (Fig. 1) (Carmack 1981, 44-48, fig. 3.7). El Memorial de Sololá refiere que
los kaqchikeles derrotaron a los nonoalcas y con los barcos de éstos atravesaron el mar
y llegaron al oriente, donde estaba asentada Tulán (Memorial de Sololá 1999, 160). O
sea que los kaqchikeles recorrieron en canoas la costa de Campeche y desembarcaron en
algún punto cercano a Chichén Itzá, el asiento de la famosa Tulán Suywa (Carmack
1981, 46-47).

El Memorial de Sololá describe a Tulán Suywa como una ciudad imponente: "en verdad
que nos causaron terror esa ciudad y esas casas donde moraban los de Suywa, allá en el
Oriente" (Memorial de Sololá 1999, 160). La visita a Tulán suscitó estupor y temor
entre los kaqchikeles, pues describen escenas sobrecogedoras, como aquella "cuando se
levantó [el viento] entre las casas formando remolinos que se convirtieron en un
verdadero torbellino de polvo". Luego cuentan que este torbellino "se arrojó sobre
nosotros, nos arremetieron las casas, nos arremetieron sus dioses" (Memorial de Sololá
1999, 160).

Finalmente esas escenas de espanto y vértigo fueron compensadas por el encuentro


inefable con Nakxit: "Este era en verdad un gran rey y disponía del encargo de escoger
e investir a los señores gobernantes y a los gobernantes adjuntos." Cuando llegaron a su
presencia, Nakxit les dijo: "Subid las piedras horadadas para el dintel de mi palacio y os
concederé el señorío." Como recordará el lector, las escaleras, dinteles y columnas
horadadas más famosas son las que enmarcan la entrada del Templo de los Guerreros de
Chichén Itzá (Fig. 2). El Memorial de Sololá dice que cuando los jefes de la nación
kaqchikel llegaron a la entrada del palacio de Nakxit "procedieron a subir dichas piedras
horadadas. Y de esta manera Nakxit les concedió el señorío, con todos los honores e
insignias correspondientes". La misma fuente dice que "Allí también tuvieron que
celebrar consejo" (Memorial de Sololá 1999, 161-162). Es decir, estos textos informan
que junto a los símbolos de poder, los kaqchikeles recibieron también las instituciones y
ceremonias políticas consagradas en Tulán.

Figura 1. La ruta de los ancestros k’iche’, de Nonoalco a las tierras altas de Guatemala,
según un mapa de Robert M. Carmack. Con línea punteada he señalado el posible viaje
de ida y regreso de los k’iche’ a Tulán Zuywá (Chichén Itzá). Carmack, 1981: 45.

El Popol Vuh de los k’iche’ describe la misma escena exultante. Narra cómo Nakxit les
dio a sus jefes los títulos reales de Guardián de la Estera (Aj Pop) y Guardián de la Casa
de Recepción de la Estera (Aj Pop Q’amajay), equivalente al título de receptor de los
tributos, así como las insignias de la realeza: el trono, la piel y las garras de jaguar, las
flautas de hueso, la bolsa de tabaco, las plumas de papagayo y el estandarte de plumas
de garza real. Y junto a las insignias de mando, Nakxit les otorgó las pinturas de Tulán,
el libro que contenía los orígenes, la historia y la sabiduría de Tulán. (4) Luego de ese
encuentro inolvidable, los k’iche’ y kaqchikeles retornaron a Xicalanco y desde ese
lugar emprendieron su largo viaje a las montañas de Guatemala, remontando el curso
del Usumacinta (Carmack 1981, 45, fig. 3.1).

Aquí deben subrayarse dos hechos críticos para la comprensión de esta historia.
Primero, que la antigua Tollan a la que se refieren los textos de la época clásica ha
cambiado de ubicación geográfica. En lugar de estar en el Altiplano Central, es decir, en
Teotihuacán, al occidente del territorio maya, los textos k’iche’ y kaqchikeles la sitúan
ahora en el oriente, hacia la costa este de Yucatán.

Segundo, esta Tulán, al mismo tiempo que es un lugar de reunión, una Meca en la que
convergen los más variados pueblos, es un centro de dispersión. Los textos dicen que en
Tulán Suywa se reunieron pueblos procedentes de distintas regiones, hablantes de las
lenguas más variadas, quienes luego que recibieron las insignias del poder de manos de
Nakxit abandonaron la ciudad e iniciaron una diáspora, al cabo de la cual las diferentes
tribus se asentaron en las tierras altas de Guatemala (Memorial de Sololá 1999, 155;
Popol Vuh 1961, 143). El Memorial de Sololá dice que al salir los pueblos de Tulán,
cada uno recibió su equipaje: las tribus recibieron piedras preciosas, plumas verdes,
pinturas, esculturas y los calendarios sagrados, mientras los guerreros fueron dotados de
flechas, arcos y escudos (Memorial de Sololá 1999, 156-157).

Si todas las fuentes afirman que Tulán Zuywa está en el oriente de la península de
Yucatán, esa Tulán no puede ser otra más que Chichén Itzá, la metrópoli maya que
floreció entre los años 800 y 1200 d.C. en ese rumbo del territorio. Precisamente la
época de migración de los k’iche’, kaqchikeles y otros grupos mayas se sitúa a
principios del siglo XIII, cuando ocurre la desintegración del poder asentado en
Chichén Itzá. Sin embargo, la mayoría de los autores que tratan la emigración de los
pueblos mayas hacia las tierras altas de Guatemala identifican a estos migrantes con la
desbandada que produjo la caída de la Tula de Hidalgo. (5) Pienso, por el contrario, que
esta diáspora está asociada con la destrucción de Chichén Itzá, la metrópoli oriental que
entre los siglos VIII al XIII había logrado integrar el antiguo legado maya con las
influencias políticas, religiosas y culturales procedentes de Teotihuacán. Los rasgos
sociales y culturales de los grupos migrantes que invaden el área montañosa de
Guatemala se identifican más con la tradición de Chichén Itzá que con la de la Tula de
Hidalgo.(6) El origen mismo de la diáspora está vinculado con el sureste de
Mesoamérica, no con el Altiplano. Como lo ha mostrado Robert Carmack, un punto
clave de la diáspora fue la región pantanosa de Tabasco-Campeche, formada por el delta
del río Usumacinta y la Laguna de Términos, territorio de hablantes del chontal, el
náuat y otras lenguas afines (Carmack 1968, 42-92; y 1981, 44-48). Estos grupos tenían
una relación de siglos con la cultura teotihuacana, como lo prueba la presencia de la
lengua náuat en sus instituciones políticas, religiosas, militares y sociales; y como
sabemos hoy, según los últimos estudios, la lengua de Teotihuacán era el náuat. (7) Las
crónicas que narran la peregrinación k’iche’ y kaqchikel informan que esos grupos
migrantes estaban compuestos principalmente por guerreros. Como en la tradición
teotihuacana, los capitanes de la guerra son los jefes del grupo y los conductores de la
migración. Sus armas y pertrechos son también de origen teotihuacano: átlatl, macanas,
escudo redondo, malla de algodón. Y asimismo, sus ideales y valores son guerreros: la
conquista, la imposición de tributos, el sacrificio humano y la exaltación del ardor
bélico. Nakxit-Kukulcán es la síntesis de esos valores y el ideal del gobernante. El
Popol Vuh y el Memorial de Sololá consideran a Nakxit-Kukulcán el ancestro fundador
del reino k’iche’ y del reino kaqchikel, respectivamente. (8) La mejor prueba de la
raigambre de estas instituciones comunitarias es la existencia del libro que llamamos
Popol Vuh, Libro del Consejo, cuyo título expresa el espíritu comunitario que animaba
a los distintos linajes que conformaron la nación k’iche’. Precisamente un ejemplar del
Libro del Consejo de Q’umar ka’aj elaborado en las salas del Popol na de esa capital,
fue el modelo para componer el Popol Vuh (Florescano 1999, 206-207). En contraste
con los relatos históricos de la época clásica, concentrados en la persona del supremo
gobernante, el Popol Vuh narra la historia de la nación k’iche’. Recoge sus orígenes
remotos, cuando nació la primera generación de linajes k’iche’, y va hilando la historia
de sus infortunios y conquistas. Relata la larga migración que los condujo a las tierras
altas de Guatemala y enumera los territorios que recorrieron y los pueblos que fundaron.
Cuenta cómo se unieron los linajes y cómo adoptaron la lengua, los dioses, las
tradiciones y las instituciones k’iche’. No omite las rupturas internas que los
amenazaron, pero festeja sobre todo a los dioses y los caudillos que combatieron esos
peligros y fraguaron la unidad k’iche’. Las últimas páginas del libro son un canto al
poder y la grandeza alcanzados por el reino k’iche’, un recuento de la energía creativa
desplegada por la nación k’iche’ para conquistar su territorio y construir sus palacios,
templos y ciudades, hasta convertirse en la capital de esta región de Mesoamérica.

El Popol Vuh puede resumirse en una frase: es la historia del pueblo k’iche’, un relato
que narra las vicisitudes que enfrentó un grupo humano para construir una nación. Su
personaje central es el ente colectivo llamado nación o reino k’iche’. Al trasladar a sus
pinturas la historia, los anhelos y los logros del pueblo k’iche’, el libro se convirtió en la
representación de la nación k’iche’. Condensó en sus páginas la esencia de ese pueblo y
al mismo tiempo devino el principal transmisor de ese mensaje ante las nuevas
generaciones. (13) Por esa razón los k’iche’ decían que sus reyes, los primeros lectores
de este libro, podían explicar el pasado y adivinar el porvenir:

Grandes señores y hombres prodigiosos eran los reyes portentosos Gucumatz y Cotuná,
y los reyes Quicab y Cavizimah. Ellos sabían si se haría la guerra y todo era claro ante
sus ojos; veían si habría mortandad o hambre, si habría pleitos. Sabían bien que había
donde podían verlo [pues] existía un libro llamado Popol Vuh (Popol Vuh 1961, 155).

Sin embargo, los k’iche’ dicen una y otra vez que la escritura, la luz, como también le
llaman, les fue dada en Tulán Suywa, en el oriente, del otro lado del mar. Confiesan que
ellos no son los creadores del libro original del Popol Vuh, sino que éste les fue dado
por Nakxit, el gobernante de Tulán Suywa. Aquí se impone una aclaración. Es evidente
que Nakxit no les pudo dar a los k’iche’ un libro que aún no se había escrito, pues la
historia del pueblo k’iche’ apenas había comenzado. Lo que probablemente quieren
decir las frases "cuando fueron a recibir al otro lado del mar" las escrituras de Tulán, o
"las pinturas, como llamaban a aquello en que ponían sus historias", es que Nakxit les
entregó un ejemplar del libro que relataba la historia de Tulán Suywa, es decir, de
Chichén Itzá. Dicho de otro modo, Nakxit les otorgó el libro modelo que contenía
cifrada la historia de los orígenes, grandeza y sabiduría de Tulán, les dio el arquetipo de
los libros dedicados a recoger el pasado de la nación y el modelo para transmitir ese
relato a sus herederos. Tal fue el legado de Chichén Itzá a los pueblos mayas de la
Península de Yucatán. Este fue el legado que más tarde navegó por los caminos del
agua y las rutas de la migración, hasta las tierras altas de Guatemala, donde encarnó en
el Popol Vuh, el Memorial de Sololá, el Título de Totonicapán y otros textos que
adoptaron el modelo de Tulán para contar la historia de su propia nación

Tollan-Teotihuacán y el modelo original de la historia nacional

Chichén Itzá, a su vez, no fue la cuna del libro que narraba los orígenes de la nación.
Como lo muestran los estudios de los epigrafistas, arqueólogos e historiadores que en
las últimas décadas reconstruyeron la historia de la época Clásica, los antiguos mayas,
zapotecos y teotihuacanos escribieron en glifos y en imágenes los orígenes de sus
pueblos y registraron minuciosamente el principio de sus reinos y dinastías. En otra
parte he mostrado que esas laboriosas reconstrucciones adoptaron un modelo que
codificó los temas principales de la narración, los períodos en que se dividió ésta y los
métodos para narrar los acontecimientos. (14) De modo que la historia del posclásico
que escribieron los mixtecos y zapotecos está basada en el Códice de Viena, un texto
del siglo XIII ó XIV, cuyos orígenes se remontan a la época de esplendor de las culturas
de Monte Albán y Teotihuacán.

Si avanzamos un poco más y comparamos la estructura narrativa y temática del Popol


Vuh (cuadro I), con la estructura y el contenido del Título de Totonicapán (cuadro II) y
el Título de Yax (cuadro III), advertimos con claridad meridiana que la influencia del
primero sobre los segundos fue decisiva. (15) Como se advierte en estos cuadros, la
composición que organiza el relato del Popol Vuh, el Título de Totonicapán y el Título
de Yax es similar. Los tres dividen su narrativa en una triada: primero relatan la
creación original del Cosmos, luego la creación de los seres humanos, el sol y los
primeros asentamientos de pueblos, y por último exaltan la constitución del reino, la
genealogía del linaje gobernante, la ampliación de las fronteras del territorio y el poder
alcanzado por el reino k’iché,

La comprobación de que el Título de Totonicapán y el Título de Yax de los k’iche’


repiten el contenido, la división temática y el propósito esencial del Popol Vuh, es un
dato clave para dilucidar su origen. La semejanza y el paralelismo de los tres textos
muestra, sin sombra de duda, que los dos Títulos son versiones diferentes del Popol
Vuh, o textos derivados de la misma fuente que nutrió al libro que inmortalizó la
historia del pueblo k’iche’. Quiero decir que los textos de Totonicapán y de Yax no son
Títulos de tierras como lo proclaman sus nombres, sino variantes del relato ancestral
que los pueblos de Mesoamérica construyeron para rememorar sus orígenes y preservar
su identidad, un relato que probablemente adquirió su forma canónica en Teotihuacán,
la Tollan primordial.

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