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Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Artes
Escuela de Diseño Gráfico
Narración Gráfica – Electiva
Danna Gabriela Zambrano Cubillos
2020-II

El ruido de un virus

Viernes 13 de marzo del año 2020, una fecha perfecta para comenzar esta inolvidable parte
de la historia de la humanidad y de mi vida. Pero, aunque parece mera coincidencia, no lo es.
Aquel dichoso día, a la media noche, comenzaría el simulacro de aislamiento preventivo en
Bogotá, donde básicamente nos pondrían a prueba como ciudadanos, para poder prever
cómo sería nuestro comportamiento frente a las posibles medidas que tomaría el gobierno; al
mismo tiempo que venía siendo como un free trial de lo que estaba por venir dentro de tres
días.

Era las siete de la mañana, la hora perfecta que mi madre había considerado para lograr ser
de las primeras personas en la fila del supermercado que queda justo al frente de mi conjunto
residencial. Me pidió que la acompañara, ya que como se esperaba, debíamos comprar
suficientes provisiones para el confinamiento que duraría todo ese fin de semana, creyendo
que no podríamos ni salir para atender cualquier emergencia. Nos alistamos rápidamente, sin
incluir el tapabocas ni algún antibacterial al pensar que no iba a ser necesario, pues hasta
entonces la escasez de estos mismos los había convertido como primordialmente necesarios
para las personas enfermas. No contábamos con que nuestras esperanzas se estrellarían con
la realidad. Ya habían por lo menos más de 15 personas en la fila, la mayoría sin nada que
cubriera el foco principal de la propagación del tan nombrado virus.

Fácilmente, pasó media hora mientras hacíamos la fila. Ahora el aviso de que abrirían a las 8
había cambiado a una hora indeterminada hasta que el protocolo y la desinfección estuvieran
listos completamente, de acuerdo a lo que había dicho un vigilante encargado de mantener el
orden. La paranoia abundaba. Varias personas en la fila no dejaban de comentar cómo la
situación se había puesto peor en otros países o en intentar buscar culpables con teorías
hasta cierto punto conspirativas, sin dejar de lado los comentarios hacia una de las noticias
más frecuentes por esos días: el hecho de que los supermercados habían sido vaciados. Esa
era la angustia que más se imponía en el ambiente, más que la probabilidad de contagiarnos
por no guardar una distancia suficientemente segura; pero ese también fue el miedo que poco
a poco empezó a crecer en nosotras, pensando que cuando llegara nuestro turno, ya no
quedaría nada de lo que más necesitáramos.

Los viernes eran mis únicos días entre semana en que tenía la fortuna de no tener clases, por
lo que estaban dedicados a las tareas que ya se acumulaban. El tiempo en aquella fila se
sintió más que eterno, causando que mi madre me convenciera de volver al apartamento y
así, idealmente poder adelantar algunos deberes hasta que llegara nuestro turno de comprar.
Pero como se esperaba, no fue así. Mi mente de alguna forma no se podía cambiar a “modo
estudio”, o al menos la situación inquietante sumada con mi mal hábito de procrastinar no me
lo permitían. La curiosidad por saber cómo se sentiría entrar al supermercado no abandonaba
mi cabeza, aún si estaba gastando mi tiempo organizando mi ropa o revisando redes sociales.
Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Artes
Escuela de Diseño Gráfico
Narración Gráfica – Electiva
Danna Gabriela Zambrano Cubillos
2020-II

El teléfono finalmente sonó. Era mi madre avisándome que pronto sería nuestro turno. Me
volví a alistar, y antes de irme, me aseguré de recordarle a mi hermano mayor que debía bajar
lo más pronto posible cuando lo llamáramos para ayudarnos a cargar todo. Caminé rápido y
en menos de cinco minutos ya estaba allí. Mi madre ya estaba pronta a entrar.

Alcanzamos a esperar quince minutos hasta que salieran las suficientes personas. Sólo
dejaban entrar a uno o dos representantes por familia, y como máximo, entraban de a cinco
personas por turno. Algunas de estas se demoraban mucho tiempo en sus compras, por la
desmedida necesidad de proveerse demás, como si del fin del mundo se tratara. En la fila la
gente aún estaba en la misma sintonía. Mientras mi madre conversaba con los extraños que
ahora se habían convertido en conocidos para ella, me volvía más y más consciente de lo
complicado que sería tener que confinarnos y en la vulnerabilidad de la humanidad por los
miles de probabilidades de contagio. Creció en mí la urgencia de alejarme de todos, incluso de
mi madre, quien ya había estado allí por más de una hora y media. Sentía asco. Asco del
aliento que se esparcía al momento que alguien hablaba y asco de tocar cualquier muro o
baranda que estuviera allí. Mi cuerpo se quedó rígido y me limitaba a responder cada vez que
mi madre me quería incluir en la charla.

Al parecer yo también me había contagiado de paranoia.

Finalmente, nuestra misión principal llegó. Entramos después de desinfectar nuestras manos y
pies. Debíamos juntar todo lo que necesitáramos lo más rápido posible gracias a la voluntaria
responsabilidad que sentíamos por dejar entrar más gente. Después de pagar, las bolsas se
sentían como toneladas de piedras, aún si varias cosas no fueron posibles de conseguir. Mi
hermano se demoró en llegar y mi mamá estaba más que estresada al intentar hablar con mi
padre en una llamada inentendible debido al ruido tan impresionante que había en la entrada.

Cruzamos la calle, subimos las escaleras, desinfectamos nuestros zapatos, nos bañamos las
manos y ¡por fin!, esta situación estresante se había acabado, únicamente faltaba desinfectar
los productos.

La ajetreada mañana terminó para continuar mi viernes con una tarde más trivial que de
costumbre. No parecía haber sido el mismo día. Para cuando ya estaba debajo de las cobijas
y cómoda con mi almohada, la sensación de irrealidad no dejaba de sorprenderme y fue así
como la incertidumbre también empezó a hacerse paso en mi cabeza.

Esto tan sólo era el comienzo. Pronto llegarían días, hasta meses, de estar cómoda sin sentir
exactamente el paso del tiempo, pues soy de esas personas que prefieren quedarse en casa
más que cualquier cosa; pero aquello también significaba que mi mundo se limitaría
principalmente a mi habitación, donde sólo sería cuestión de tiempo para que ahora la
ansiedad sea la que se apoderase de mí.

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