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▪ Francisco Álvarez Martínez

▪ Leidy Aracena Minaya

2020
▪ Camilo A. Caraballo Gómez

▪ Joel Carlo Román

▪ Rey L. Fernández Liranzo

▪ Emely García Aybar

▪ Eykis García Díaz

▪ María G. Geara Hasbún

▪ Carlos González Cuello

▪ Francisco Lapouble Segura

ESTUDIOS LEGALES EN TIEMPOS


DE COVID-19
▪ Héctor López Rodríguez

▪ Geovanny Nina Cruz

▪ Luis Regalado Reyes

▪ Enmanuel Rosario Estévez

▪ Benjamín Rodríguez Carpio

▪ Alan Solano Tolentino

▪ Jorge A. Subero Isa

▪ Edgar Torres Reynoso

▪ Juan N.E. Vizcaíno Canario (compilador)


ABOGADOSDQ
Santo Domingo, República Dominicana
ESTUDIOS LEGALES
EN TIEMPOS DE
COVID-19
Compilador:
Juan N.E. Vizcaíno Canario

Año:
2020

Santo Domingo, República Dominicana

Los conceptos emitidos en esta publicación son responsabilidad de cada autor

1
Contenido

Presentación…………………………………………………………………………………………………………………4

Estudios legales

1. Responsabilidad laboral en virtud de las medidas de prevención a raíz del COVID-19.


Carlos González Cuello…………………………………………………………………………………………………………5

2. Las políticas de privacidad en las aplicaciones deliveries dominicanas. Emely García


Aybar…………………………………………………………………………………………………………………………………13

3. ¿Debe ser considerado el SARS-CoV-2 (COVID-19) como “fuerza mayor”? Francisco


Álvarez Martínez………………………………………………………………………………………………………………..17

4. La suspensión de los plazos por el COVID-19: una fuente de incidentes. Héctor López
Rodríguez……………………………………………………………………………………………………………………..……19

5. COVID-19: ¿Caso de Fuerza Mayor? Camilo Caraballo Gómez……………………………………….24

6. El testamento en tiempo de peste o enfermedad de los artículos 985-987 del Código Civil
¿aplica en las presentes circunstancias? Benjamín Rodríguez Carpio…………………………………28

7. Reflexión procesal sobre la suspensión de los plazos generada por el COVID-19. Enmanuel
Rosario Estévez……………..……………………………………………………………………………………………………36

8. COVID-19 y defensa de la competencia (i): cooperación empresarial en tiempos de


distanciamiento social. Luis R. Regalado Reyes……………………………………………………………………41

9. La seguridad social en su FASE estelar. Geovanny Nina Cruz…………………………………………44

10. La fuerza mayor como causa de suspensión de los plazos por el COVID-19. Héctor
López Rodríguez…………………………………………………………………………………………………………………47

11. El acuerdo previo de plan de reestructuración contenido en la Ley No. 141-15 y su


utilidad de cara a la crisis. Joel Carlo Román……………………………………………………………………….51

12. El pago de la bonificación en medio de la pandemia ¡Otra pandemia! Joel Carlo


Román…………………………………………………………………………………………………………………………57

2
13. Grabaciones Audiovisuales v.s. Derecho a la Intimidad: Caso Policía Nacional durante
Toque de Queda. Alan Solano Tolentino……………………………………………………………………………...60

14. Prórroga del estado de excepción. Juan N.E. Vizcaino Canario………………………………….66

15. Acción constitucional de amparo en tiempos de COVID-19: necesidad de reevaluar "la


existencia de otra vía judicial" en los casos de los funcionarios públicos de la Administración
Local. Rey Fernández Liranzo……………………………………………………………………………………………..69

16. La limitación de la libertad contractual de los centros privados de salud en casos de


urgencia médica. Camilo Caraballo Gómez…………………………………………………………………………72

17. Patente de la vacuna contra COVID-19: ¿Remedio o enfermedad? Leidy Aracena


Minaya…………………………………………………………………………………………………………………………76

18. COVID-19 y la promesa de la Inteligencia Artificial. Eykis García Diaz……………………...83

19. La responsabilidad civil y el contagio por el COVID-19. Jorge A. Subero Isa……………...86

20. COVID-19 y reestructuración mercantil: dos conceptos que analizar. María G. Geara
Hasbún……………………………..………………………………………………………………………………………..…90

21. El hecho del príncipe, un caso olvidado de fuerza mayor. Edgar Torres Reynoso……...96

22. La abogacía colaborativa, nunca fue tan necesaria como ahora. Francisco Lapouble
Segura……………………..…………………………………………………………………………………………………106

3
Presentación

La Compilación de Estudios Legales AbogadoSDQ 2020 coincide con el décimo aniversario


de la creación de esta herramienta jurídica y, a la vez, con una etapa importante para el
derecho dominicano, dada la ola de cambios sociales y paradigmas que incitan a los abogados
a volverse participes de su evolución. Esto implica abrir espacios destinados a materializar
los roles que exige la abogacía, incluyendo el cumplimiento de la función social, los cuales se
han visto afectados por la crisis sanitaria mundial provocada por el COVID-19. Sin embargo,
esto no ha sido pretexto para que la doctrina continúe fortaleciéndose con aportes que
integran la presente edición.

Desde el 6 de agosto de 2010 ─día de creación de AbogadoSDQ─ muchas personas han


manifestado el interés de conocer mis razonamientos al hacer énfasis en el cumplimiento de
la función social del abogado. En este tenor, destaco lo que expresé en la primera edición:
“esta función se cumple de varias maneras: colaborando con las autoridades en la conservación
y perfeccionamiento del orden jurídico del Estado, en la realización de una recta y cumplida
administración de justicia, cooperando con una fluida interacción social, en procura del
desarrollo económico del país, lo cual es evidente que no se logra con el simple hecho de postular
ante tribunales defendiendo intereses. De ahí que, los propósitos esenciales que motivan mi
diario accionar con AbogadoSDQ son: contribuir al desarrollo del Derecho e incentivar el
cumplimiento de la función social del abogado, enfocándome en la difusión de la actualidad y
del saber jurídico, ya que, para mí, compartir conocimientos evidencia el compromiso social de
aquel que por vocación eligió la abogacía como su profesión”.

En www.abogadosdq.com existen estudios jurídicos que interesan a los abogados y al


público en general. Desde 2017 decidí compilar las publicaciones que cada año han tenido
mayor incidencia, por tratarse de asuntos que llaman la atención y generan discusiones
sustanciosas; lo mismo hice con los textos publicados durante 2018 y 2019. Esta cuarta
edición que hoy comparto cuenta con la colaboración de 27 profesionales del derecho,
distribuidos en 37 publicaciones sobre distintos temas del ámbito jurídico.

Asimismo, con motivo del décimo aniversario de AbogadoSDQ hice dos ediciones especiales:
una titulada “Estudios Legales en Tiempos de COVID-19” que consta de 22 escritos
elaborados por 19 autores sobre asuntos relacionados al derecho y la referida pandemia; y
otra publicación denominada “Estudios legales sobre referimiento” que contiene 8 textos
respecto al tema. Agradezco inmensamente a todos los autores por elegir esta plataforma
como medio para difundir sus ideas y opiniones. Para mí es un placer poner la presente
publicación a disposición de todos, esperando que sea de utilidad.
Juan Vizcaíno Canario
Creador de AbogadoSDQ

4
Responsabilidad laboral en virtud de las medidas de prevención a raíz del COVID-19

Carlos González Cuello

La pandemia del Covid-19 afecta a todo el mundo, siendo República Dominicana uno de los
países fuertemente afectados. Para combatir los devastadores efectos del virus, el gobierno
dominicano ha dictado una serie de normas para regular el comportamiento de las
personas1. Entre dichas normas, vemos la Resolución 0018/2020 emitida por el Ministerio
de Salud Pública (en lo adelante “MSP”), el 30 de junio de 20202, donde se declara epidémico
todo el territorio del país, lo cual permite a la autoridad competente agotar distintas medidas
para mitigar la proliferación del Covid-19.

Durante la declaratoria de epidemia nacional, la Ley de Salud Pública No.42-21 otorga


amplias facultades al MSP para contrarrestar la expansión de la enfermedad epidemiológica.
El artículo 60 establece: “Para los efectos de esta ley, se entiende por prevención el conjunto de
actividades específicas dirigidas a evitar que se produzca la enfermedad o evento
epidemiológico”. De igual forma, el artículo 69 indica que: “En el caso de epidemia o peligro de
epidemia, la SESPAS3 deberá determinar las medidas necesarias para proteger a la población.”

Entre algunas medidas, podemos mencionar la Resolución 0016/2020 emitida por el MSP el
22 de junio de 2020, que declara obligatorio el uso de mascarillas en lugares públicos y
espacios privados de uso colectivo. Esto sin mencionar los diferentes protocolos como el de
reinserción laboral emitidos por el Poder Ejecutivo4 y las recomendaciones de
distanciamiento social que se publican en los distintos boletines del MSP5.

Por si todo esto fuese poco, el Poder Ejecutivo ha declarado el estado de emergencia en dos
ocasiones por medio de los decretos 134-2020 y 265-2020 mediante el cual se limitaban los
derechos al libre tránsito, a la asociación y a la reunión. Desde nuestra óptica, como estas
medidas también persiguen evitar la propagación de la epidemia, deben considerarse parte
integral de las disposiciones de MSP, aunque fuesen emitidas directamente por el Poder
Ejecutivo. El MSP es un órgano de la administración pública encabezada por el Poder
Ejecutivo, por lo que entendemos que sus acciones son un conjunto de medidas coherentes
para contrarrestar la expansión del Covid-19.

1 Listado de medidas RD vs Covid-1, publicado el 26 de abril de 2020. Disponible en línea:


https://coronavirusrd.gob.do/2020/04/26/listado-de-medidas-rd-vs-covid-19/
2Base Legal, apartado sobre Resoluciones, del Ministerio de Salud Pública. Disponible en línea:
https://msp.gob.do/web/Transparencia/base-legal-resoluciones/#1390-2020
3 Secretaría de Estado de Salud Pública y Asistencia social, actual MSP.
4 Protocolo General y Sectorial para la Reinserción Laboral publicada el 19 de mayo de 2020 por la Comisión de Alto

Nivel para la Prevención y Control del Coronavirus (COVID-19). Disponible en


línea: https://coronavirusrd.gob.do/2020/05/19/protocolo-general-y-sectorial-para-la-reinsercion-laboral/
5 Boletines Epidemiológicos del Ministerio de Salud Pública. Disponible en línea:
https://repositorio.msp.gob.do/handle/123456789/188

5
En esa tesitura, el artículo 153 de la Ley General de Salud No.42-21 establece que se
considerarán violaciones a la propia ley y sancionables con multa: “1. Incumplir con las
medidas dispuestas por la SESPAS para prevenir y controlar las enfermedades transmisibles, al
igual que las prescripciones de carácter sanitario.” En consecuencia, ha de entenderse que
cualquier persona que viole alguna medida tendente a mitigar los efectos del Covid-19 en el
país, está violando la Ley de Salud Pública. Por lo que comprometen su responsabilidad
quienes violen estas medidas y están sujetas a sanción por la autoridad competente.

No obstante, una parte considerable de la población dominicana no ha acatado fielmente


todas estas medidas. Durante la crisis sanitaria, se han visto sucesos lamentables donde
personas se aglomeran a consumir bebidas alcohólicas, unas al lado de otras sin
distanciamiento alguno, sin el uso de mascarillas6 (y los que la tenían, utilizándola de forma
ineficaz), entre otras actividades penosas7. Por tanto, las acciones antes descritas
demuestran una negligencia alarmante que viola las medidas adoptadas por el MSP y por el
Poder Ejecutivo y, por ende, la Ley General de Salud Pública.

2. OBLIGACIONES LABORALES DE LAS PARTES

Una vez aclarada la ilegalidad de violentar estas medidas preventivas, nos corresponde
abordar el tema desde la perspectiva del derecho del trabajo. No pretendemos abordar las
medidas preventivas que una empresa debe obedecer para mantener sus estándares de
higiene y seguridad, particularmente las indicadas en el protocolo de reinserción laboral
antes citado8. Creemos que estas medidas son claras y su violación comprometería la
responsabilidad del empleador. El propósito de este artículo es responder a una pregunta
más compleja.

Imaginemos un escenario hipotético donde Ana y Juan trabajan para su empleador en este
contexto de situación epidemiológica que vive el país. Ambos, durante horas laborables,
respetan todas las medidas indicadas por su empleador, pero Ana nota que Juan, en su vida
privada, viola las medidas ordenadas por el gobierno. A Juan suele vérsele en lugares
públicos y privados violando el distanciamiento social, sin usar mascarillas y en medio de
aglomeraciones y tumultos. Juan publica esto en sus redes sociales; Ana se da cuenta y se
preocupa de que Juan pueda transmitir la enfermedad en el trabajo.

En efecto, Ana se dirige a su empleador para indicarle su preocupación y el riesgo que


representa Juan por estar violando las medidas preventivas dispuestas por el gobierno, no
solo para ella, sino para todo el ambiente laboral. Le muestra a su empleador las redes
sociales e incluso conoce personas que vieron presencialmente a Juan. El empleador decide
conversar con Juan sobre el asunto, pero Juan no muestra interés en cambiar su

6 Rodríguez, Marcos. Aglomeraciones y poca protección en primera noche sin toque de queda. Periódico el Caribe. Publicado
el 28 de junio de 2020. Disponible en línea:
6 https://www.elcaribe.com.do/2020/06/28/aglomeraciones-y-poca-proteccion-en-primera-noche-sin-toque-de-queda/
7 Mejía Aquino, Juan Carlos. VIDEOS: Alta incidencia de COVID-19 no detiene la fiesta. Periódico Hoy. Publicado el 12 de julio

de 2020. Disponible en línea:


https://hoy.com.do/videos-alta-incidencia-de-covid-19-no-detiene-la-fiesta-en-santiago/
8 Ob. Cit. Protocolo General y Sectorial para la Reinserción Laboral

6
comportamiento y entiende que no está cometiendo falta alguna en contra del empleador
¿Qué puede hacer el empleador ante esta queja fundamentada de uno de sus empleados? ¿Y
qué puede hacer Ana si el empleador se hace de la vista gorda?

No creemos que la respuesta sea que ninguna de las partes (Ana y el empleador) se queden
de brazos cruzados a esperar que Juan infecte a alguien en el lugar de trabajo para después
reaccionar. También sabemos que, en principio, el desahucio siempre es una opción para las
partes (el empleador en contra de Juan o Ana en contra de su empleador), pero esta no es la
solución para enfrentar este problema.

Veamos cuales son las obligaciones de las partes ante el escenario planteado en donde un
compañero pone en riesgo la seguridad e higiene del lugar de trabajo por violar las medidas
de prevención.

2.1. Responsabilidad del trabajador

Los trabajadores tienen ciertas obligaciones generales que deben cumplir más allá de las
establecidas para la ejecución misma del contrato de trabajo. El artículo 44, ordinal 3º, del
Código de Trabajo (en lo delante “CT”) establece que es una obligación de los trabajadores:

Observar rigurosamente las medidas preventivas o higiénicas exigidas por la


ley, las dictadas por las autoridades competentes y las que indique el
empleador, para seguridad y protección personal de ellos o de sus compañeros
de labores o de los lugares donde trabajan.

Esto sin mencionar que son causales de despido las siguientes:

10º. Por comprometer el trabajador, por imprudencia o descuido inexcusable,


la seguridad del taller, oficina u otro centro de la empresa o de personas que
allí se encuentren.

15º. Por negarse el trabajador a adoptar las medidas preventivas o a seguir los
procedimientos indicados por la ley, las autoridades competentes o los
empleadores, para evitar accidentes o enfermedades.

Vemos como nuestra legislación laboral puntualmente nos indica que un trabajador debe
cumplir con las medidas preventivas indicadas por la autoridad para mantener la salud e
higiene en el lugar de trabajo. Las medidas promovidas por el gobierno dominicano se
corresponden con las indicadas en estos artículos, debido a que persiguen evitar la
propagación de enfermedades de fácil transmisión. No usar mascarillas y violar el
distanciamiento social, son violaciones a la Ley de Salud Pública y a las acciones tomadas por
el Poder Ejecutivo, lo cual también deriva en la violación al CT por representar un riesgo en
el lugar de trabajo.

2.2. Responsabilidad del empleador

7
Resulta evidente que el empleador debe cumplir con las medidas sanitarias impuestas por
las autoridades. Los ordinales 1º y 2º del artículo 46 del CT establecen como obligaciones
para el empleador:

1º. Mantener las fábricas, talleres, oficinas y demás lugares en que deben
ejecutarse los trabajos en las condiciones exigidas por las disposiciones
sanitarias.

2º. Proporcionar gratuitamente a los trabajadores los medicamentos


preventivos que indiquen las autoridades sanitarias en virtud de la ley, en caso
de enfermedades epidémicas.

De igual forma, también son causales de dimisión, que pueden ejercer los trabajadores, los
siguientes:

11º. Por existir peligro grave para la seguridad o salud del trabajador, porque
no se cumplan las medidas preventivas y de seguridad que las leyes
establecen.

12º. Por comprometer el empleador, con su imprudencia o descuido


inexcusable, la seguridad del taller, oficina o centro de trabajo o de las
personas que allí se encuentren.

Incluso, acorde con el ordinal 3º, del artículo 720 del CT, son consideradas como faltas graves
sujetas a sanciones penales: “todas aquellas relativas a la seguridad e higiene del trabajo,
siempre que de la violación se derive peligro o riesgo de peligro para la vida, la salud o la
seguridad de los trabajadores.” De lo que se desprende que el empleador debe ser celoso en
el cumplimiento de las medidas de higiene y cualquier peligro que atente contra la salud del
lugar de trabajo.

3. DERECHOS DE LAS PARTES

Considerando estas normas, podemos analizar las diferentes facultades que tienen las partes
a la hora de que se presente el escenario en cuestión, donde un trabajador denuncia a la
empresa que otro trabajador está colocando en riesgo el lugar de trabajo por violar las
medidas preventivas dictadas por el gobierno.

Cuando ocurre el riesgo en el lugar de trabajo, ya la responsabilidad de una de las partes se


ve comprometida permitiendo a la otra ejercer diferentes acciones. No hay necesidad de
esperar la existencia de un daño para ello. Ha sido criterio de la Tercera Sala de la Suprema
Corte de Justicia que: “además de la inexistencia o falta de funcionamiento, salvo empresas de
alto riesgos para la salud, es necesario que se establezca que el trabajador estaba en riesgo o
peligro de salud por falta de medidas preventivas o falta de inscripción en la Seguridad Social”9.

9SentenciaLaboral dictada por la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia, el 26 de enero de 2016. B.J. NO. 1262 ENERO
2016. Disponible en línea:

8
En el escenario que hemos propuesto, el riesgo al lugar de trabajo es evidente y manifiesto,
por lo que satisface los criterios jurisprudenciales.

Aunque existe otra decisión más reciente y que va más allá, pues establece que la simple falta
de aplicar el Decreto núm. 522-06, que crea el Reglamento de Seguridad, Higiene y Salud en
el Trabajo constituye una falta lo suficientemente grave para justificar una dimisión10. Sin
embargo, no compartimos las consideraciones de la sentencia porque entendemos que debe
existir un riesgo real para justificar la ruptura del contrato de trabajo y no el incumplimiento
de una mera formalidad.

Ahora bien, esta novedosa jurisprudencia en realidad ofrece mayores argumentos para
sustentar nuestra postura, porque si la falta de constitución de un comité establecida por
decreto-reglamento justifica una dimisión, entonces la violación a la Ley General de Salud
debe constituir una falta todavía más grave. Pero, reiteramos, para fines de esta opinión, no
nos sustentaremos de esta decisión porque diferimos de su razonamiento.

3.1. De parte del empleador

El empleador se encuentra en una situación complicada, pues debido a las acciones de un


trabajador, el empleador se encuentra obligado a proteger los derechos de los demás
trabajadores que se encuentran en el lugar de trabajo y así evitar comprometer su propia
responsabilidad. Además, estamos contemplando la negativa de ese trabajador de querer
adoptar las medidas fuera del ámbito laboral y que todavía no está contagiado del Covid-19.

3.1.1. Suspensión

El empleador no puede suspender el contrato de trabajo por ninguna de las causas


establecidas en el artículo 51 del CT, a menos que el empleado ciertamente esté contagiado
del Covid-19 o lleguen a un acuerdo. El empleador claramente no debe esperar a que un
trabajador se contagie para actuar y tampoco puede hacer nada si no es posible llegar a un
acuerdo.

Si el empleador envía al trabajador para su hogar, en principio estaría obligado a pagarle su


salario sin recibir la prestación entre el periodo en que el trabajador finalmente se haga la
prueba para determinar que está infectado. Lo cual puede tomar hasta semanas en el estado
actual de las capacidades del sistema de salud dominicano11. En consecuencia, si el
empleador quiere separar al empleado que está poniendo en riesgo el lugar de trabajo, puede
enviarlo a su hogar pagándole el salario o colocarlo en teletrabajo en el caso que la naturaleza
de la prestación del servicio lo amerite.

https://www.poderjudicial.gob.do/consultas/secretaria_general/detalle_info_sentencias?ID=126240024
10 Sentencia Laboral No. 0819-2019dictada por la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia, el 20 de diciembre de 2019.

Disponible en línea: https://www.poderjudicial.gob.do/Reportepdf/reporte2016-6835.pdf


11 Laboratorio Nacional no tiene insumos para pruebas PCR. Periódico Diario Libre. Publicado el 20 de julio de 2020.

Disponible en línea: https://www.diariolibre.com/actualidad/salud/laboratorio-nacional-no-tiene-insumos-para-


pruebas-pcr-AD20238594

9
Pero desde nuestro punto de vista, eso no es una solución, pues no impide que cuando vuelva
al lugar de trabajo retome el comportamiento negligente. Tampoco es factible
económicamente para el empleador, pues estará pagando el salario de un trabajador que no
estará laborando, en caso de que no sea posible el teletrabajo. Eso sin mencionar que, para
los ojos de sus demás compañeros de trabajo, esto podría entenderse como un “premio” al
empleado que está comprometiendo la salud en el trabajo.

3.1.2. Despido

En ese entendido, debemos ponderar la posibilidad del empleador de despedir en caso de


que el empleado se niegue a adoptar las medidas preventivas de salud y comprometer, por
negligencia inexcusable, la seguridad del lugar de trabajo. Claramente se reúnen las
condiciones previstas por el CT para ejercer el despido, sin que se viole ningún derecho del
trabajador, quien a grandes luces está presentando un comportamiento reprochable. Sin
embargo, es importante responder algunos argumentos que podrían surgir para cuestionar
la justificación de este posible despido.

Podría cuestionarse que lo que haga el trabajador fuera de sus horas de trabajo no es de
competencia del empleador. Pero resulta que el empleador no está entrometiéndose en la
vida privada del trabajador, sino que tomó conocimiento de una violación a la ley que pone
en riesgo el lugar de trabajo. Una cosa es que el empleador esté indagando en la privacidad
del trabajador, otra cosa es que se le presentó una situación donde, por la conducta de uno
de sus trabajadores, se ponga el riesgo la seguridad y salud de los demás trabajadores.
Tampoco el empleador está invadiendo la intimidad del trabajador, debido a que solo está
tomando en cuenta hechos ocurridos en lugares públicos o espacios privados abiertos, lo
cual es permitido según jurisprudencia constante12. Por tanto, consideramos que, si el
empleador no se entera de esta situación, claramente no viola ninguna norma porque no está
supuesto a auditar o vigilar el comportamiento de sus trabajadores fuera del área de trabajo.

Otro argumento es que el deber del trabajador de guardar las medidas preventivas de
higiene sólo permanece durante las horas de trabajo que se encuentre laborando en la
empresa. Esto tampoco sería justificable porque las disposiciones que citamos en la sección
2.1. del presente escrito no precisan que ese deber termina cuando el trabajador abandona
el área de trabajo. Cuando el legislador del 1992 quiso precisar que las acciones del
trabajador serán consideradas faltas por ser cometidas durante horas laborables, así lo
precisó.

Por ejemplo, los ordinales 3º, 4º, 5º, 8º del artículo 88 del CT indican que, para tipificarse la
causal, la falta debe cometerse ya sea fuera o durante las horas de trabajo. A esto
adicionamos ciertas obligaciones del trabajador como las relativas al deber de fidelidad
(guardar secretos profesionales y no ejercer competencia desleal) que prevalecen fuera de
las horas de trabajo por su naturaleza particular. Por ende, somos de criterio que el deber de

12SentenciaLaboral dictada por la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia, el 29 de abril de 2015. B.J. NO. 1253 ABRIL
2015. Disponible en línea:
https://www.poderjudicial.gob.do/consultas/secretaria_general/detalle_info_sentencias?ID=125340047

10
acatar las medidas y procedimientos indicados por las autoridades sanitarias para impedir
enfermedades en el lugar de trabajo trasciende la jornada laboral.

Finalmente, se podría alegar que, a menos que la autoridad competente sancione al


trabajador por cometer una violación a la ley, el empleador no es quien para determinar que
el trabajador violentó normas preventivas que afecten la empresa. Sin embargo, las
violaciones a la ley en otros ámbitos fuera del derecho laboral no atan al juez de trabajo para
determinar si se cometió una falta. Un empleador puede despedir a un trabajador por
realizar una injuria y no tiene que esperar a interponer una querella penal, pues tienen
connotaciones distintas13. Tampoco tiene que esperar que la policía determine que el
trabajador robó en la empresa.

Si el empleador tiene las suficientes pruebas para justificar una falta amparada en las
disposiciones del CT, puede ejercer el despido. Si el trabajador no está de acuerdo, puede
demandar ante el juzgado de trabajo donde se analizará si el despido es justificado. En efecto,
entendemos no tiene por qué esperar que la autoridad sancione expresamente al trabajador,
siempre que tenga pruebas para demostrar los hechos.

Por tanto, desde nuestra óptica entendemos que el despido se justificaría por las faltas
cometidas por el trabajador.

3.2. De parte del trabajador

Todo lo antes indicado tiene mayor justificación si lo vemos desde la perspectiva del
trabajador que siente peligro por su seguridad por las actuaciones de un compañero de
trabajo. Si un trabajador denuncia ante su empleador este peligro, y el empleador hace caso
omiso, estaría poniendo en riesgo el lugar de trabajo. En consecuencia, en principio
consideramos que el trabajador denunciante podrá dimitir justificadamente.

Efectivamente, volviendo al escenario hipotético inicial, entendemos que tanto Ana como su
empleador tendrían la facultad legal de ejercer el despido (en contra de Juan) o la dimisión
(Ana en contra del empleador) de forma justificada. No dudamos que ambas partes, previo a
ejercer la terminación del contrato, puedan agotar otras medidas como solicitar la visita de
un inspector de trabajo o incluso de un inspector de salud, para que verifiquen la situación.
No obstante, somos de criterio que estas faltas son los suficientemente gravosas para
impedir la continuación del contrato de trabajo.

4. ESCENARIOS SIMILARES

El ejemplo planteado es uno de otros posibles escenarios donde puedan aplicarse el ejercicio
de lógica que hemos desarrollado durante este escrito, aunque guardando las distancias con
las particularidades de cada caso. El común denominador sería que un trabajador está
violando las normas de prevención para mantener la seguridad e higiene en el trabajo. A
saber, cuando un trabajador:

13 Hernández Rueda, Lupo. Manuel del Derecho de Trabajo, Duodécima Edición. Página 427

11
• Oculta estar infectado o con síntomas de Covid-19 y permanece asistiendo al lugar de
trabajo sin informarle oportunamente a su empleador.

• A sabiendas que estuvo expuesto a un caso confirmado o con síntomas de Covid-19,


permanece asistiendo al lugar de trabajo sin informarle oportunamente a su
empleador.

• Se rehúsa a utilizar las medidas de seguridad durante horas de trabajo como usar las
mascarillas o mantener el distanciamiento indicado por los protocolos.

• Se rehúsa a realizarse la prueba para determinar que tiene el Covid-19 pagada por la
empresa cuando se reúnen las condiciones exigidas por los protocolos.

Por mencionar quizás los problemas que puedan llegar a presentarse al violarse las medidas
de seguridad y distanciamiento social provocadas por el estado epidemiológico de nuestro
país. Cuyas medidas permanecerán vigentes hasta 30 días después de que sea reportado el
último caso epidémico en el país acorde al artículo 149 de la Ley General de Salud.

5. CONCLUSIONES

Como hemos visto, somos de opinión que en la medida en que podamos justificar una
dimisión de parte de un trabajador que ve a otro compañero comprometer la seguridad del
trabajo, asimismo podemos justificar el despido a ese trabajador de parte del empleador. De
igual forma, nuestra postura se fundamenta en la falta de facultades eficaces que tiene el
empleador para tratar con esta problemática.

Por otro lado, es importante que precisemos que el propósito de nuestro artículo es
meramente académico, y no estamos asegurando que en justicia el resultado sea como lo
estamos planteando. No encontramos jurisprudencia al respecto que pueda asemejarse
directamente al escenario explicado, pues es una situación atípica en el derecho laboral, y a
lo cual, le sumamos la primera pandemia en nuestra historia reciente. Por lo que,
desconocemos cuál sería el resultado si se presenta una dimisión o despido amparada en las
normas y argumentaciones que hemos analizado en este escrito.

En virtud de todo lo antes explicado, consideramos que las disposiciones legales actuales
imponen a las partes de un contrato de trabajo a tener mayor cuidado con las medidas de
seguridad y distanciamiento social. La pandemia del Covid-19 ha consternado a todo el
mundo y nos ha obligado a entender que nuestras acciones individuales repercuten en la
sociedad. El derecho del trabajo no es una excepción.

12
Las políticas de privacidad en las aplicaciones deliveries dominicanas

Emely García Aybar

La llegada del COVID-19 al mundo ha cambiado nuestro diario vivir. En medio de esta
pandemia hemos tenido que romper muchos paradigmas, y forzosamente hemos tenido que
abocarnos a la utilización masiva de herramientas tecnológicas que nos han posibilitado la
realización de nuestras actividades cotidianas.

Ahora hablamos con más entusiasmo sobre el teletrabajo, y asistimos felizmente a miles de
conferencias en línea gracias a herramientas como Zoom, WebEx, y Teams. Ahora muchos
comercios dominicanos han tenido que digitalizar sus operaciones, y muchos de nosotros ya
no podemos vivir sin las aplicaciones deliveries como lo son PedidosYa, Glovo, Uber Eats,
Hugo y All Delivery.

Sin embargo, aun la practicidad de estas aplicaciones deliveries en estos momentos, la


adopción de estas no debería de ser de manera despreocupada y confiada, toda vez que la
utilización de todas las herramientas tecnológicas contrae riesgos de no adecuados
tratamientos de las informaciones personales que son requeridas para la adquisición de las
bondades de estas apps.

En nuestro país, si bien es cierto que no existe con nombre propio y como tal el Derecho a la
Protección de Datos Personales constitucionalmente, no menos cierto es que este derecho se
encuentra contemplado bajo la sombrilla del derecho constitucional a la Intimidad y el Honor
Personal, cuando vemos que en el inciso 2 del artículo 44 de nuestra Constitución, nos
reconoce que tenemos el derecho a acceder, conocer el destino y uso que se hagan con
nuestra información personal, así como el derecho de solicitar la actualización, rectificación
y cancelación de estas bajo los supuestos permitidos en la ley.

Como tal en nuestra constitución se sientan las bases para orientar a las personas físicas y
jurídicas a un correcto tratamiento de nuestras informaciones personales, sin embargo,
como lo es mandatorio, el desglose de estos lineamientos lo encontramos en la Ley 172-13
que tiene por objeto la protección integral de los datos personales asentados en archivos,
registros públicos, bancos de datos u otros medios técnicos de tratamiento de datos
destinados a dar informes, sean estos públicos o privados.

Tomando en cuenta que datos personales son todas aquellas informaciones que nos puedan
identificar o hacer identificables; que el tratamiento de datos consiste en operaciones de
todo tipo que permitan recolectar y almacenar estos; y que el responsable del tratamiento
es la persona física o jurídica, pública o privada que es titular de un registro de
informaciones, de acuerdo a los numerales 9, 18 y 21 del artículo 6 de la Ley 172-13
mencionada, se colige que compañías propietarias de aplicaciones deliveries deben de
cumplir con los requerimientos expuestos por dicha normativa.

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Estos escenifican lo dispuesto en el artículo 2 de la ley descrita, cuando esta dice que su
alcance comienza cuando poseen nuestras informaciones registradas en cualquier banco de
datos susceptible de tratamiento.

Y es que estos efectivamente son responsables del tratamiento de nuestros datos personales
como lo son nuestros nombres, apellidos, teléfonos, celulares, correos electrónicos,
direcciones o ubicaciones, y números de tarjetas bancarias, que los usuarios registramos en
dichas apps al momento de inscribirnos.

Por lo que, y en virtud del inciso 3 del artículo 5 de la Ley 172-13, todo responsable de
tratamiento de datos debe de cumplir con el Derecho de Información, el cual se traduce
básicamente en la creación de políticas o avisos de privacidad dispuestos a favor de los
titulares de los datos personales que son almacenados.

Es por tanto que atendiendo a nuestra legislación, cuando se recaben datos personales, para
que se les pueda dar el tratamiento, se les deberá informar previamente las políticas de
privacidad a los titulares. Estas políticas deben de contener: a)-la descripción sobre los usos
que se les darán a los datos; b)-a quiénes se les compartirán eventualmente las
informaciones; c)- la existencia del archivo, registro, o banco de datos de que se trate; d)-la
identidad y domicilio de la persona jurídica o física que recolecta nuestras informaciones; y
e)-la mención de los derechos que le asisten a los titulares, en este caso, el derecho de acceso,
rectificación y supresión de informaciones.

La importancia de los avisos o políticas de esta magnitud radica en que estos comunicados
buscan, básicamente, poner en conocimiento a los interesados sobre quien posee nuestros
datos, cuales usos les dan a estos, y con quienes se compartirán nuestras informaciones
personales; en pocas palabras, garantizar el Derecho de la Autodeterminación Informativa.
Es por lo tanto, que para visualizar el cumplimiento de la garantía del Derecho a la
Información, procedemos a exponer los hallazgos encontrados en los contenidos de los
avisos de privacidad de las apps deliveries dominicanas analizados:

En el caso de la aplicación PedidosYa, no se aprecia la política de privacidad en la misma app,


sino que encontramos un enunciado insertado que nos indica sobre la disponibilidad de la
política de estos ubicada en la web de la compañía.

De los cinco elementos que establece la ley, se contempla que en la web estos describen las
finalidades de la recolección de los datos captados en la página online, más no incluyen los
usos de los almacenados en la app. Disponen de una “declaración” para dejar claro los
supuestos casos donde compartirán la información, no obstante, no se precisa sobre la
existencia de registros de datos, no se especifica los derechos que les asisten a los
interesados, y no se detalla la identidad y dirección física de estos, aunque cabe destacar que
publican un correo para asistir cualquier duda sobre esa política de privacidad.

Por otro lado, al momento de ingresar en la aplicación Glovo, ya sea con un usuario creado o
por crearse, estos poseen una indicación tipo “continuar implica que has leído y aceptado los

14
términos y condiciones y política de privacidad”, sin embargo, al verificarse este enlace, este
se direcciona a la página web de Glovo española.

Como es de comprender, dicha política de privacidad es más explícita y detallada, incluso


presenta más informaciones que nuestra propia ley insta a publicar. Se denota que esta
política está redactada en dos fases o capas, una con informaciones básicas, y otra con
informaciones complementarias, publicándose en ambas las especificaciones relativas a la
identidad de los responsables, las finalidades de los datos, la base de legitimación del
tratamiento (no contemplado en nuestra ley), los derechos de los titulares, y demás detalles
atendiendo las categorías de datos recolectados.

Aunque estas enuncien más detalles, este aviso de privacidad se encuentra redactado en base
a normativas europeas, principalmente el Reglamento General de Protección de Datos
Europeo (RGPD), norma de aplicación directa a la Unión Europea, y que es considerada la
más rígida y protectora del mundo en este tema, que lastimosamente en el caso en cuestión,
no tiene efectos en nuestro territorio; en vista de esto, en estas políticas de Glovo se omite
información sobre la existencia de los diferentes registros que insta a mencionarse por
nuestra ley.

Muy parecido es el caso de las políticas de privacidad de Uber Eats en la app, cuyo contenido
está orientado a una visión internacional más que local, aunque esta es explicita con respecto
a los tipos de datos que almacenan, las particularidades de estas políticas dependiendo del
territorio, las finalidades de los datos captados, los supuestos de compartimiento de
información a terceros, y los derechos que les asisten a los titulares; en esta, también se
denota la ausencia de la especificación de los registros de datos, y no se detalla la identidad
y dirección del responsable del tratamiento.

Analizando la política de la app Hugo, se evidencia que al igual que Uber Eats, posee una en
la misma plataforma, en la cual se describe los usos de la recopilación de los datos, y se
dispone de una detallada lista donde exponen los posibles casos de entrega de información
a otros. Sin embargo, no habla de la existencia de registros de datos, no se detalla la identidad
y dirección del responsable, y no se enlistan los derechos que le asisten a los ciudadanos en
sí, aunque si colocan un apartado “Opción de gestión”, donde indican que se puede “(…),
solicitar la actualización, modificación y eliminación de la información contenida en ella (su
cuenta), de forma gratuita”.

Muy por el contrario, en la app All Delivery no se registra políticas de privacidad, así como
tampoco en la página web de sus servicios.

De todo lo anterior, podemos concluir que las apps deliveries dominicanas poseen la
intención de estar a la par con nuestra ley en la materia, sin embargo, no disponen de todas
las informaciones que deben de precisarles a los titulares de los datos, para que los mismos
puedan ejercer su derecho con más propiedad.

Como es de nuestro conocimiento, la utilización de estas aplicaciones se ha convertido en


herramientas imprescindibles, dejando entrever que las tecnologías de la información
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verdaderamente nos hacen la vida más fácil y cómoda. Pero por la importancia que tiene el
hecho de resguardar nuestros datos personales, a la hora de utilizar estas apps debemos de
verificar las políticas de privacidad a la cual las compañías están obligadas a cumplir por
mandato constitucional y legal.

El conocimiento de los usos de nuestros datos personales, no podría ser una realidad si no
se disponen de avisos de privacidad en las plataformas o aplicaciones que usamos. No
podríamos hablar real y efectivamente de una protección de datos personales si
desconocemos de esta advertencia con todas las informaciones completas.

Reiteramos que el derecho a la información es la antesala del derecho a la protección de


datos personales, debido a que si los titulares no tienen conocimiento de causa de quien
posee nuestros datos, cuales usos les dan a estos, y con quienes se compartirán estos datos,
los titulares no pudiéramos ejercer plenamente el ejercicio del Derecho de la
Autodeterminación de la Información, el cual nos da potestad de ejercer control sobre de
nuestra información.

Las políticas de privacidad deben de ser redactadas con lenguajes no ambiguos y


entendibles, con escritura enriquecida con todos los detalles posibles para mejor
entendimiento de lo que enfrentamos al registrarnos en estas apps. Así como su colocación
debe de estar en espacios donde los titulares puedan visualizar prontamente estas, antes del
tratamiento de sus datos, de modo que no se vulnere este tan importante derecho como lo
es la protección de nuestras informaciones, que corre cada vez más riesgos gracias a los
avances de la tecnología.

16
¿Debe ser considerado el SARS-CoV-2 (COVID-19) como “fuerza mayor”?

Francisco Álvarez Martínez

La declaración de pandemia trae consigo una serie de consecuencias en todas las ramas que
afectan el normal desenvolvimiento de una nación. Por un lado, automáticamente se abren
las puertas a los cuantiosos fondos “de emergencia” que pudiesen tener reservados para
otros asuntos; por el otro, se delega en cada gobierno un poder discrecional casi absoluto
sobre la forma en la cual se debe tratar cada caso vinculado al mal descrito en la declaración
de pandemia, robándole poder a los centros médicos privados, laboratorios y demás actores
del entorno sanitario y de salud de cada ciudad afectada.

Esto genera un impacto de choque, ya que, de un momento a otro, sin tiempo para tomar
medidas preventivas, las economías locales y foráneas comienzan a ser interrumpidas por
cierres de fronteras marítimas, aéreas y terrestres. Esto afecta en cadena a los sectores
dependientes directa o indirectamente de este tipo de transporte, ya sea para materia prima
o para servicios y, en consecuencia, se imprime esta calamidad a los comerciantes que, de
una forma u otra son atrapados sin escapatoria.

Ahora bien, en un ambiente como el descrito anteriormente, donde consecuencia de una


declaratoria de pandemia se impactan los mercados mundiales, se elimina la autonomía del
individuo y se delega toda toma de decisión en el gobierno, se crea un lapso temporal desde
el punto de vista del derecho donde se generarán “incumplimientos” contractuales que
quizás no sean atribuibles a las partes en falta.

Y es esto lo que nos hace hacernos la pregunta del título: ¿Debe ser considerado el SARS-CoV-
2 (COVID19) como “fuerza mayor”?

La fuerza mayor se puede definir como un elemento imprevisible e imposible de resistir. Una
calamidad de tal magnitud que la voluntad de a quien se le opondría una obligación no juega
un rol relevante en la ejecución de dicho compromiso, y por ello generará una libertad
provisional o absoluta que le permitirá no cumplir con su obligación y mantener su ámbito
de responsabilidad intacto.

Los Romanos crearon la figura para justificar las faltas consecuencia de incendios,
terremotos, inundaciones y guerras. Ellos describían estos sucesos como eventos que la
mente humana no puede prever ni resistir. De allí nace nuestro artículo 1148 del Código
Civil.

El trato jurisprudencial local a esta cuestión reiterado, desde hace más de 90 años, reconoce
de manera pacífica que para que la fuerza mayor, el caso fortuito y el hecho de un tercero
constituyan causas eximentes de responsabilidad, los mismos deben ser imprevisibles e
inevitables.

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Pero no solo se ha juzgado hasta ahí, ya que es necesario que, para cada caso, la afectación
de este mal general haya provocado de manera irreversible la imposibilidad del
cumplimiento. Y es que se ha estatuido que el deudor de una obligación de resultados
compromete su responsabilidad desde el momento en que no ha obtenido el resultado
prometido, sin necesidad de que se pruebe que ha cometido falta alguna, caso en el cual solo
podrá liberarse de su responsabilidad demostrando la intervención de una causa
imprevisible e irresistible ajena a su voluntad y que, un hecho es considerado como
imprevisible e inevitable y por lo tanto liberatorio de responsabilidad, cuando el demandado
haya actuado conforme a la prudencia, leyes y reglamentos exigidos para evitar el daño;

Entonces, ¿es el COVID-19 un hecho irresistible e imprevisible? Sí. No hay dudas de que la
pandemia arropó al mundo por relativa sorpresa, y es – por el momento – absolutamente
irresistible. Los panoramas más optimistas hablan de vacunas en 12 meses, y un nivel de
contagio mundial superior al 40% de la población. No existen medicamentos para el SARS-
CoV-2 y el tratamiento es solamente para contener los síntomas y complicaciones
adicionales, por lo que entendemos, bajo el baremo aplicado, este mal debe ser considerado
como fuerza mayor, aplicándose según las convenciones individuales y estudiando las
responsabilidades en cada caso concreto.

Ante este evento imprevisible e irresistible, muchos estarán imposibilitados de cumplir con
sus obligaciones. Esto afectará las convenciones comerciales entre particulares y colectivos,
el sistema educativo y el ecosistema laboral. Cada caso concreto debe ser evaluado según la
incidencia de esta adversidad pues escapar a la responsabilidad por un hecho de fuerza
mayor requiere de un estudio pormenorizado de las circunstancias del incumplimiento y su
vinculación, en este caso, al mencionado virus.

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La suspensión de los plazos por el COVID-19: Una fuente de incidentes

Héctor López Rodríguez

El pasado 19 del mes de marzo del año 2020 el Consejo del Poder Judicial dictó una
resolución mediante la cual decidió “Suspender las labores administrativas y jurisdiccionales
del Poder Judicial y por vía de consecuencia los plazos procesales, registrales y administrativos
para todos los organismos dependientes del Poder Judicial dominicano, reanudando los mismos
tres días hábiles después de haber cesado el estado de emergencia”.

Si nos atenemos a la redacción de dicha decisión, deberíamos concluir que la suspensión


anunciada afecta los plazos procesales que deben ser respetados por los organismos
dependientes del poder judicial. Sin embargo, asumiremos que se trata de una pésima
redacción y daremos por entendido que la intención fue suspender los plazos procesales que
se encuentran corriendo con relación a los procesos de los cuales están apoderadas las
distintas jurisdicciones que integran el poder judicial.

Algunos días antes a la evacuación de dicha resolución, expresamos por las redes sociales
nuestra opinión sobre que los plazos de prescripción o caducidad no pueden ser suspendidos
mediante decretos o resoluciones, debido a que estos son de estricta regulación legal, por lo
que solo podrían ser suspendidos mediante una excepción establecida por ley, en aplicación
del artículo 2251 del Código Civil.

Entendemos que fuera de la vía legislativa, la única solución posible para suspender los
plazos procesales, a raíz de la pandemia del Covid-19, es que el Poder Ejecutivo, en virtud de
la declaratoria del Estado de Emergencia previsto por el artículo 265 de la Constitución,
declare un feriado múltiple y de esta manera se prorroguen hasta el día siguiente de la
terminación de dicho feriado los plazos de prescripción o caducidad que se encontraren
activos, en aplicación de la parte in fine del artículo 1033 del Código de Procedimiento Civil.

Nuestra opinión es que el Consejo del Poder Judicial no tiene facultades constitucionales ni
legales para suspender los plazos de prescripción o caducidad mediante una resolución. Esto
desde un estricto punto de vista de legalidad, independientemente de lo oportuno o
necesario que pueda resultar la medida adoptada.

Es de rigor advertir que, tal y como lo ha expresado la Suprema Corte de Justicia, no debe ser
confundido el concepto de interrupción con el de suspensión. Cuando un plazo se
interrumpe, el período de tiempo transcurrido se aniquila y se echa a andar uno nuevo. La
suspensión de un plazo provoca su detención, reanudándose su cómputo cuando cesa la
causa que la produjo.

Dado como un hecho que los plazos procesales quedaron suspendidos, es necesario aclarar
que ello no implica en modo alguno que hayan corrido igual suerte los plazos materiales o
civiles, ya que la resolución de marras no se refirió a estos últimos.

19
La doctrina diferencia los plazos procesales de los civiles, a los cuales por la diferente
naturaleza que comportan, no se les aplican las reglas de unos a los otros. El plazo procesal
es el lapso de tiempo en que debe realizarse un acto procesal; es decir, aquel que se da dentro
de un proceso. Adquieren esta condición todos aquellos plazos que empiezan a correr a
partir de emplazamientos, citaciones, intimaciones y otros actos hechos a persona o
domicilio. La forma de computarse estos plazos se encuentra regulada en el artículo 1033
del Código de Procedimiento Civil.

Los plazos civiles por su parte no dependen de un proceso, sino que son el resultado de un
mandato de la ley para dar por extinguidos o adquiridos ciertos derechos.

Son plazos civiles por ejemplo: El plazo para se reputen conocidas las leyes después de su
promulgación (Art. 1), el plazo a partir del cual se cancela la fianza prestada por el cónyuge
supérstite en caso de ausencia de herederos (Art. 771), los plazos de los que dispone todo
heredero para hacer inventario y para deliberar sobre su aceptación o renuncia de la
sucesión (Art. 795), el plazo para demandar la partición de los bienes pertenecientes a la
comunidad por causa de divorcio (Art. 815), el plazo concedido por los jueces a un deudor
para el pago de sus obligaciones (Art. 1244), el plazo del que dispone un propietario para
practicar un embargo de locación cuando dichos bienes hayan sido cambiados de sitio sin
consentimiento (Art. 2102), el plazo durante el cual los acreedores y legatarios conservan
respecto de los acreedores de los herederos o representantes del difunto, su privilegio sobre
los inmuebles de la sucesión (Art. 2111), el plazo del que dispone el tercero detentador para
pagar o abandonar el inmueble objeto de un procedimiento de embargo inmobiliario
después de habérsele notificado el mandamiento de pago (Art. 2169), los plazos de
prescripción establecidos en el Capítulo V del Título XX del Código Civil, así como todos
aquellos plazos convenidos contractualmente para el cumplimiento de una obligación.

La resolución en comento solo suspendió el computo de los plazos procesales, no así los de
naturaleza civil, por lo que estos continúan su inexorable camino a la extinción, pese al
estado de emergencia decretado. Diferenciar uno de otros será de vital importancia al
momento de ejercer una acción o defenderse de alguna pretensión en principio prescrita.

La solución procesal al problema planteado puede obtenerse a partir de un efecto indirecto


o no deseado de la propia resolución dictada por el Consejo del Poder Judicial, partiendo de
que mediante ella no solo se suspendieron los plazos procesales, sino que al mismo tiempo
instauró una imposibilidad material que impide a cualquier persona contra quien estuviere
corriendo un plazo, accionar a los fines de evitar ver extinguido su derecho. El artículo cuarto
de la susodicha resolución dispone “Suspender las actuaciones procesales judiciales y
extrajudiciales realizadas por los alguaciles hasta la fecha prevista en el ordinal primero de
esta resolución”.

Tomando en cuenta que se considera fuerza mayor a todo imprevisto al que no es posible
resistirse, todo plazo civil o procesal que requiera de una acción antes de su vencimiento se
entenderá prorrogado hasta el momento en que los alguaciles queden nuevamente

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habilitados para ejercer sus funciones, debido a la imposibilidad de la instrumentación del
acto necesario para interrumpir el plazo prefijado por la ley.

No puede sufrir ninguna sanción quien por efecto de la actuación de la autoridad no ha


podido llevar a cabo las actuaciones necesarias para no verse privado de un derecho. La
suprema Corte de Justicia acorde con la tesis antes expuesta decidió que “La prescripción se
suspende si la fuerza mayor impide ejercitar la acción” SCJ, B.J. 723, p. 363.

En relación con la suspensión de los plazos en materia penal la situación es más delicada, no
solo por el bien jurídico en juego, sino por la naturaleza de la prescripción en esta materia,
la cual es de indiscutible orden público. La resolución del poder judicial del 19 del mes de
marzo del 2020 en curso establece que: “A propósito de la suspensión de los plazos procesales
incluido el plazo de la inmediación de los procesos penales, todo proceso iniciado y que se
encuentre en fase de sustanciación deberá ser reanudado de conformidad con el Código
Procesal Penal”.

Como puede observarse, la resolución insiste en que los plazos suspendidos son los
procesales, haciendo énfasis en “el plazo de la inmediación de los procesos penales”, cosa esta
que debe tratarse de un error grosero, en tanto el principio de inmediación, positivizado en
el artículo 307 del Código Procesal Penal, “es aquel que ordena que el tribunal de juicio perciba
a través de sus propios sentidos, de forma directa, sin intermediarios, la información que
proviene de la fuente directa donde ésta se encuentra registrada, de modo que no se produzcan
mayores filtros interpretativos que el propio y esencial a la fuente de la prueba de que se trate”.

No existe un plazo de inmediación ni nada que se le parezca, por tanto, insistimos, debe
tratarse de un error. Sin embargo, lo que sí plantea un reto importante es decidir cuál es la
suerte que corren la prescripción, el vencimiento del plazo de suspensión condicional del
procedimiento penal, el vencimiento del plazo máximo de duración del proceso y el
vencimiento del plazo máximo de duración del procedimiento preparatorio sin que se haya
formulado acusación u otro requerimiento conclusivo, como causas de extinción de la acción
penal previstas en el artículo 44 del Código Procesal Penal.

Ninguno de los plazos cuyo vencimiento provocan la extinción de la acción penal son
procesales ni pueden ser suspendidos por una resolución, por estar contenidos los mismos
en una norma de estricto orden público y tratarse de la materialización de derechos
fundamentales. De ahí que cualquier imputado en el que concurran una de las causas de
extinción de la acción penal, que dependan de actuaciones cuyos plazos hayan vencido
durante la vigencia de la resolución analizada, deberá ser puesto en libertad.

De todas las decisiones adoptadas para el tema de la suspensión de los plazos, el caso más
patético lo encontramos en el Decreto núm. 137-20 del 23 de marzo del 2020, mediante el
cual el Poder Ejecutivo suspendió, ya no los plazos procesales, sino los plazos y términos
contenidos en la ley núm. 107-13 sobre los derechos y deberes de las personas en sus
relaciones con la Administración Pública y Procedimiento Administrativo, del 6 de agosto de
2013. Decisión ésta tomada sin que fuera autorizado a ello por la Resolución núm. 62-20
dictada por el Congreso de la República en fecha 19 de marzo de 2020 mediante la cual se
21
estableció el alcance del estado de emergencia que se autorizó al presidente de la República
a declarar en todo el territorio nacional.

Mediante el citado decreto, de forma insólita y sin sustento legal alguno, se suspendió “el
computo de los plazos y términos de los procedimientos administrativos instrumentados ante
los organismos públicos señalados en el artículo 1 del presente decreto, incluyendo los plazos
para la interposición de recursos administrativos, los plazos de prescripción y caducidad, así
como cualquier plazo otorgado por estos organismos en ocasión de procedimientos
administrativos en curso”.

Llama la atención el alcance que se le dio al decreto de marras, incluyéndose la suspensión


no solo de los plazos procesales de procedimientos administrativos en curso, sino también
la suspensión de los plazos para accionar o recurrir en materia administrativa establecidos
en la ley. Indiscutiblemente que dicho decreto desborda las atribuciones que les fueron
concedidas al poder ejecutivo mediante la autorización para la declaración del estado de
emergencia, por lo que podrá ser perseguida la inconstitucionalidad del mismo en virtud de
lo establecido en el acápite 5) del artículo 266 de la Constitución de la República que somete
al control constitucional los actos adoptados durante el período de excepción.

Ni siquiera el Tribunal Constitucional se resistió a la ola de suspensión de plazos procesales,


dictando a ese respecto la resolución TC/0002/20 de fecha 20 de marzo del año 2020,
mediante la cual decide “Suspender el cómputo los plazos(sic) para la realización de
cualesquiera actuaciones procesales de personas, partes en proceso o con vocación de serlo
ante el Tribunal Constitucional”.

Con dicha decisión el TC se salta la ley que rige sus procedimientos, en tanto utiliza una
facultad que ni la ley ni la constitución le confieren, amparado en el Decreto núm. 134-20
que declara el Estado de Emergencia en el país, el cual, como veremos más adelante no
contempla la suspensión de plazos de ninguna naturaleza ni restringe derechos
fundamentales vinculados con el debido proceso.

Es extraño que el Tribunal Constitucional, aparentemente producto de estar consciente de


que la medida que tomaba tenía ciertas fisuras, al mismo tiempo de suspender los plazos
procesales, dispuso en el artículo segundo de su resolución, que continuarían habilitadas al
público todas sus competencias constitucionales, lo cual constituye una contradicción que
deja mal parada la razonabilidad de la medida adoptada.

Podría invocarse en contra de todo lo antes expuesto que el estado de emergencia declarado
por el presidente de la República mediante el Decreto No. 134-20 de fecha 19 de marzo del
2020, tiene por efecto suspender los derechos fundamentales relacionados con las normas
que regulan los plazos de cualquier naturaleza. Esto no tendría ningún asidero, en tanto el
decreto que ordena el estado de excepción establece con claridad meridiana, en su artículo
segundo, que, tal y como fue autorizado por el Congreso Nacional, solo quedaron restringidos
los derechos fundamentales civiles y políticos previstos en los artículos 46, 47 y 48, relativos
a la libertad de tránsito, asociación y de reunión.

22
Más aun, el párrafo del artículo 11 de la Ley Orgánica núm. 21-18 sobre regulación de los
Estados de Excepción del 4 de junio de 2018 dispone que “En ningún caso podrán suspenderse
las garantías mínimas del debido proceso establecido en la Constitución de la República”, entre
las cuales se encuentra la obligación por parte de los tribunales de la república de actuar en
“observancia de la plenitud de las formalidades propias de cada juicio” tales como los plazos
procesales.

Finalmente, es justo señalar que, si constantemente se pregona que vivimos en un estado


constitucional de derecho, es contraproducente que sean las propias instituciones
encargadas de darle contenido a esa declaración, las que tomen decisiones descuidando las
formas y aplicando soluciones a los problemas que se presentan, sin apego al principio de
legalidad, contenido en la constitución de la república.

En su momento veremos las consecuencias de las decisiones adoptadas por el Consejo del
Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y el Poder Ejecutivo. De seguro no serán pocos los
que promoverán incidentes invocando prescripciones o caducidades, procesales y civiles,
mediante la presentación de una excepción de inconstitucionalidad por vía difusa contra las
resoluciones antes citadas.

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COVID-19: ¿Caso de Fuerza Mayor?

Camilo Caraballo Gómez

Sin lugar a duda, el SARS-CoV-2 o COVID-19 ha sorprendido al mundo, no sólo por tratarse
de un nuevo patógeno con altos índices de contagio, sino por las drásticas medidas, sociales
y económicas, que han tenido que adoptar los gobiernos para enfrentar esta indeseable
situación.

Este fenómeno, como es lógico inferir, impacta de manera directa las relaciones
contractuales de las personas, y pudiera ocasionar que muchos contratos no puedan ser
ejecutados conforme fueron previstos, por lo cual, en caso de que ello fuera posible, será
necesario para las personas buscar soluciones novedosas que puedan socorrer el negocio
jurídico que las vincula.

No obstante esa buena voluntad y humanidad que pudiera existir, resulta que, por las
catastróficas repercusiones sociales y económicas derivadas del COVID-19, muchos
contratos serán suspendidos o no podrán llegar a feliz término, por la alegación de la
ocurrencia de un caso de fuerza mayor.

Esto quiere decir que, en un futuro no muy lejano, nuestros jueces deberán resolver una serie
de litigios cuyo origen estará vinculado a la situación que gira en torno al COVID-19,
representando esto un gran reto judicial en donde deberá decidirse, con mesura y
razonabilidad, en cuáles casos el COVID-19 podrá considerarse como un verdadero caso de
fuerza mayor y en cuáles no.

En ese sentido, recordemos que un caso de fuerza mayor no es más que aquel evento
exterior, imprevisible e irresistible, que imposibilita que una de las partes de un contrato
pueda cumplir con sus obligaciones. Para adquirir dicho ¨rango¨, el evento deberá ser: (i)
totalmente externo al deudor, es decir, que su voluntad o comportamiento no tenga ninguna
incidencia; (ii) imprevisible al momento de la contratación; (iii) e irresistible, es decir, que
no pudo ser evitado ni contrarrestado.

Partiendo de la anterior definición, algunos pudieran rápidamente llegar a la conclusión de


que la epidemia del COVID-19 es un incuestionable caso de fuerza mayor. Sin embargo, la
jurisprudencia comparada nos ha indicado que una enfermedad o epidemia no se constituye
automáticamente en un caso de fuerza de mayor, y que la situación debe ser analizada en su
justa dimensión.

Así, en ocasión de un litigio originado a raíz de una epidemia de dengue, la Corte de Apelación
de Nancy, Francia, consideró que dicha epidemia no constituía un caso de fuerza mayor, ya
que dicho fenómeno epidémico era recurrente en la región afectada, y el carácter irresistible
de la misma tampoco se había acreditado. De igual manera, a propósito de una epidemia del
virus chikungunya, se consideró que dicha epidemia no tenía un carácter imprevisible ni

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irresistible, puesto que, en la mayoría de los casos, esa enfermedad podía ser superada
generalmente con analgésicos.

Como se puede apreciar de los criterios jurisprudenciales anteriores, las epidemias de


dengue y chikungunya fueron descartadas como casos de fuerza mayor, en razón de sus bajos
índices de mortalidad y cotidiana incidencia en la población afectada, por lo cual, no fueron
considerados como imprevisibles ni irresistibles.

Si aplicamos ese mismo criterio de manera estricta al caso del COVID-19, este virus, en
principio, no podría ser considerado como un caso de fuerza mayor, ya que, a pesar de tener
un alto nivel de contagio, el mismo presenta índices de mortalidad relativamente bajos en
comparación con otras enfermedades y, más sorprendentemente aún, según la Organización
Mundial de la Salud (OMS), ¨[...] la mayoría de las personas (alrededor del 80%) se
recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial¨.

A pesar de lo anterior, el COVID-19, como evento de fuerza mayor, no puede analizarse con
los mismos parámetros antes citados, en razón de que, en primer lugar, se trata de un nuevo
patógeno; en segundo lugar, a la fecha no existe una vacuna ni se ha identificado un
medicamento que pueda ser utilizado con certeza para combatirlo; y, en tercer lugar, dicho
virus ha tenido que ser contrarrestado por los gobiernos a través de una serie de medidas
controversiales, como sería el caso de los confinamientos obligatorios, que afectan el libre
desenvolvimiento social y económico, los cuales, a su vez, se traducen en verdaderos
obstáculos para la ejecución de las obligaciones contractuales.

Por las anteriores razones, para considerar el COVID-19 o las medidas gubernamentales en
vigencia como eventos de fuerza mayor, será necesario comprobar, caso por caso, la
existencia de los caracteres de irresistibilidad, imprevisibilidad y exterioridad.

En ese tenor, en lo que se refiere a la exterioridad del evento, no existe duda alguna de que
tanto el COVID-19 como las medidas adoptadas por el Gobierno Dominicano para mitigar la
situación, se encuentran totalmente fuera de la voluntad o incidencia de las personas, por lo
cual, no amerita mayores consideraciones.

En cuanto a la imprevisibilidad, es necesario reiterar que este aspecto debe ser analizado al
momento de la formación o suscripción del contrato. Por ende, la cronología del proceso de
contratación deberá ser evaluada detenidamente. En este caso, entendemos que dos fechas
ameritan observación: (i) la fecha en que fue informado el primer caso de COVID-19 en la
República Dominicana y (ii) la fecha en que el Presidente de la República emitió el Decreto
134-20, en virtud del cual declaró el estado de emergencia en todo el territorio nacional.

Sobre esta cuestión, a nuestro entender, sería determinante para el análisis tomar en
consideración los siguientes datos: (i) desde diciembre del año 2019 tenemos conocimiento
de la existencia del virus; (ii) desde inicios del año 2020 conocemos de la gravedad y
capacidad de propagación del COVID-19; (iii) desde inicios del año 2020 pudimos
percatarnos de las distintas medidas que fueron adoptando otros gobiernos para
contrarrestar el COVID-19, y que las mismas serían tomadas por nuestro país como
25
referencia; (iv) desde el 27 de enero de 2020 el Gobierno Dominicano anunció las medidas
que estaría adoptando para prevenir o mitigar daños relativos al COVID-19 y (v) desde el 11
de marzo de 2020 la OMS planteó que el COVID-19 podría catalogarse como pandemia.

De este modo, es evidente que las personas que se hayan obligado frente a otra luego de la
incidencia local del COVID-19 y de la entrada en vigencia de las medidas restrictivas
adoptadas por el Gobierno Dominicano, no podrán, en ningún caso, invocar el COVID-19 o
las medidas gubernamentales de mitigación como casos de fuerza mayor, ya que dichas
personas tenían, al momento en que contrataron, plenos conocimientos del virus y de su
impacto en el país.

En el caso de las personas que hayan contratado previo a la incidencia local del COVID-19,
será necesario evaluar el tipo de obligación, la naturaleza del contrato y a partir de qué
momento el virus y sus consecuencias pudieron ser advertidas en el momento de la
contratación.

En cuanto a la irresistibilidad, para considerar el COVID-19 o las medidas adoptadas por el


Gobierno Dominicano como eventos de fuerza mayor, deberá comprobarse que, ciertamente,
no fue posible tomar ningún tipo de medidas para remediar la situación o evitar sus
consecuencias. Por ello, deberá determinarse si fue o no posible para el deudor de la
obligación que pretende excusarse, demostrar que no pudo anticipar las obligaciones
sanitarias o de confinamiento que fueron adoptadas por el Gobierno Dominicano, y que no
le fue posible encontrar otras soluciones.

De lo anterior se colige que, en los casos donde el COVID-19 o las medidas adoptadas por el
Gobierno Dominicano hayan únicamente dificultado la ejecución de la obligación, no podrá
reputarse el evento como un caso de fuerza mayor, puesto que, sólo son considerados como
tal, aquellos eventos que no han podido ser detenidos ni contrarrestados, de ninguna manera
posible, por el deudor de la obligación. En efecto, en ese mismo sentido se ha pronunciado
nuestra Suprema Corte de Justicia cuando ha establecido que un evento ¨[...]es irresistible
cuando crea una imposibilidad absoluta de cumplimiento, no una simple dificultad¨.

Por lo indicado, a modo de ejemplo, parecería cuesta arriba para un conductor de un


programa de radio, que tiene medios alternos para llevar a cabo su programa desde su hogar,
alegar que las medidas de confinamiento adoptadas por el Gobierno Dominicano
representan para él un caso de fuerza mayor, ya que, en ese escenario hipotético, el evento
no puede reputarse como irresistible, pues el deudor de la obligación tiene la posibilidad y
las herramientas para cumplir.

En sentido contrario, el COVID-19 sería irresistible para ese mismo conductor radial, en caso
de que se haya infectado del virus y haya sido trasladado a un hospital para su aislamiento,
con lo cual sería imposible para éste llevar a cabo su encomienda.

Expuesto lo anterior, es de suma importancia destacar que, a pesar de que en algunos casos
el COVID-19 o las medidas gubernamentales puedan ser considerados por nuestros jueces
como casos de fuerza mayor, será obligatorio, para aquel que alega la causa exoneratoria de
26
responsabilidad, comprobar un ¨vínculo de causalidad¨ entre el evento invocado y su
imposibilidad de ejecutar la obligación asumida, esto así, a los fines de evitar que el COVID-
19 o las medidas gubernamentales sirvan de justificación maliciosa para las personas
incurrir, de manera olímpica y astuta, en incumplimientos contractuales.

De ahí que, en estas circunstancias, en el caso de que una persona o empresa alegue que no
pudo cumplir con su obligación como consecuencia de un evento de fuerza mayor, la misma
deberá demostrar que su imposibilidad fue originada directamente por el COVID-19 o por
alguna de las medidas adoptadas por el Gobierno Dominicano.

Adicionalmente, otro punto que deberá ser analizado con mucha cautela será la medida
adoptada por el deudor con respecto a su imposibilidad de cumplir con su obligación. Y es
que, como bien sabemos, la situación presentada por el COVID-19 o las medidas adoptadas
por el Gobierno Dominicano, en algunos casos, representará una imposibilidad de ejecución
contractual momentánea, pero, en otros, se constituirá como una imposibilidad de ejecución
contractual definitiva.

Por esto, en aquellos casos donde la imposibilidad sea momentánea, el deudor de la


obligación sólo podrá suspender la ejecución del contrato y, en aquellos casos donde la
imposibilidad sea indiscutiblemente definitiva, el deudor tendrá la facultad de terminar el
contrato sin ningún tipo de responsabilidad.

Lo anterior adquiere suma relevancia, y es que, en los casos donde una persona haya
terminado un contrato alegando un evento de fuerza mayor, pero se verifique en sede
judicial que la imposibilidad para la ejecución de su obligación era de carácter momentáneo
y no definitiva, esa persona igualmente podrá ser condenada al pago de indemnizaciones por
concepto de daños y perjuicios, ya que, tal cual establece la jurisprudencia comparada: ¨en
caso de imposibilidad momentánea de ejecución de una obligación, el deudor no se
libera, esta obligación de ejecución sólo se suspende hasta el momento en que finalice
dicha la imposibilidad.

De esta manera, es posible llegar a la conclusión de que, ni la existencia o permanencia del


COVID-19 en nuestro país, ni las medidas gubernamentales adoptadas para combatir este
virus, pueden erigirse como un argumento jurídico infalible para toda persona, física o
jurídica, que pretenda desligarse de sus obligaciones.

Todo lo contrario, esta situación, desde punto de vista legal y contractual, debe ser analizada
caso por caso con bastante detenimiento y minuciosidad por las partes, y finalmente por
nuestros jueces, los cuales, refiriéndonos a nuestros magistrados, tendrán la difícil labor de
determinar en cuáles casos lo que acontece actualmente en torno al COVID-19 representa o
no un caso de fuerza mayor, en cuáles casos se trata de una simple artimaña para disfrazar
un incumplimiento contractual y, finalmente, pero no menos importante, evaluar si las
terminaciones contractuales fueron justas y razonables o, por el contrario, fueron decisiones
excesivas.

27
El testamento en tiempo de peste o enfermedad de los artículos 985-987 del Código
Civil ¿aplica en las presentes circunstancias?

Benjamín Rodríguez Carpio

Introducción

Estamos en estado de emergencia declarado por resolución del Congreso Nacional y decreto
del presidente de la República. Eso deja tiempo para elucubraciones propias de sábado por
la noche y debates por Twitter o su red social favorita. Fue la ocasión en que mi buen amigo
Leonte Rivas, mocano de Guaucí, discípulo aventajado del inolvidable profesor Artagnan
Pérez Méndez, transcribía los artículos 985, 986 y 987 del Código Civil y luego destacaba, a
todo pulmón: “La grandeza del Código Civil Napoleónico surtiendo efectos 206 años
después”, implicando que esos textos son aplicables hoy día.

Yo, quizás por mi formación positivista, exégeta, respondí: “Excepto que no está
‘interrumpida toda comunicación’”. Otros que respondieron se entusiasmaron con la idea,
como mi buen amigo Edward Veras-Vargas, quien cantó las loas a los redactores del Código
Civil: “Loor a Tronchet, Malleville, Portalis y Bigot de Préameneu”.

El balance fue negativo para mí: los “tuiteros” mayoritariamente convenían en que, en estos
tiempos de COVID-19, era posible esa forma de testar especial. Luego, surgió la discusión en
otros grupos y algunos amigos me decían que simplemente se está ampliando el espectro de
personas ante las cuales se puede redactar el testamento, que no se está invalidando a los
notarios, que son los oficiales ante los cuales la ley manda que se debe redactar el acto
auténtico; que existe una situación en la cual esos textos aplican perfectamente.

No valieron mis argumentaciones del contexto histórico de esos artículos ni tampoco mis
argumentos de que estábamos haciendo un “force” para hacer aplicables los textos. Luego,
en una reunión (virtual) de mi oficina, se me abordó con la misma problemática y pensé que
era oportuno escribir un artículo un poco más detallado sobre la cuestión.

Iniciemos pues, con unas pautas metodológicas. Primero, veamos los textos y alguna
precisión; luego, sus interpretaciones, a la luz de doctrina, jurisprudencia y práctica, para
definir si son aplicables en las actuales circunstancias, terminando con nuestras
conclusiones y recomendaciones.

I.- Lo que dicen los textos

Recordemos que el Código Civil dominicano en su totalidad es una traducción, localización y


adecuación del Código Civil francés de 1804 o Código Napoleónico. Esos textos empezaron a
aplicarse en nuestro territorio a partir de 1822 con la ocupación haitiana, lógicamente en
lengua francesa. Luego de proclamada la Independencia en 1844, se siguieron aplicando, la
mayor parte del tiempo, en lengua francesa, hasta que en 1884 los textos fueron traducidos

28
por una comisión compuesta por José de Jesús Castro, Apolinar de Castro, Manuel de Jesús
Galván y José Joaquín Pérez. He aquí los textos que nos interesan para este artículo:

Art. 985.- Los testamentos hechos en un sitio con el cual esté interrumpida toda comunicación,
a causa de peste u otra enfermedad contagiosa, se podrán hacer ante el Alcalde constitucional
o ante uno de los empleados municipales o rurales, en presencia de dos testigos.

Art. 986.- Esta disposición producirá efecto, lo mismo respecto de los que se encuentren
atacados de aquellas enfermedades, que de los que se encuentren en los lugares infestados,
aunque no estuviesen enfermos.

Art. 987.- Los testamentos mencionados en los dos precedentes artículos, serán nulos seis meses
después que las comunicaciones hayan sido restablecidas en el lugar en que el testador se
encuentre, o seis meses después que se haya trasladado a un sitio en que no estén
interrumpidas.

Cabe destacar que la traducción dominicana no se aleja casi en nada del original francés,
salvo alguna adecuación. Se trata de un texto que nunca ha sido modificado. En Francia ha
sufrido alguna modificación en una fecha tan cercana como 2019 que entró en vigor el 1 de
enero de 2020, sin que se pueda decir que se trate de una reforma de fondo.

Para el momento en que se promulgó el Código, los hoy denominados jueces de paz tenían la
denominación de “Alcaldes de las Comunes” (Ley 1443 del 9 de agosto de 1875, denominada
Ley Orgánica para los Tribunales de la República). Sin embargo, en una ley de organización
judicial anterior se habían denominado “Alcaldes Constitucionales”, la primera que tuvimos
luego de proclamada la Independencia (Ley 41 del 11 de junio de 1845, también denominada
Ley Orgánica para los Tribunales de la República). Durante nuestro devenir histórico, las
funciones de los hoy jueces de paz han recibido diversas denominaciones, así que el artículo
único de la Ley 1337 de 1947 dispuso lo siguiente:

“En todas las leyes, resoluciones, decretos, reglamentos, ordenanzas, actos y formularios en que
se diga Alcalde, Juez Alcalde o Alcalde Comunal, se entenderá que se dice Jueces de Paz, y serán
válidas las antiguas denominaciones como si fueran la denominación oficial de lugar desde el
10 de enero de 1947”.

Debemos asumir, pues, que cuando el artículo 985 habla de “Alcalde constitucional”, se
refiere a Juez de Paz. Más adelante trataremos de determinar a qué se refiere cuando habla
de “empleados municipales o rurales”.

Otro asunto está fuera de discusión: el texto habla de “peste o enfermedad contagiosa”, lo
cual haría el texto aplicable a la situación actual porque, precisamente, una de las
características del COVID-19, es que se trata de una perturbación sumamente contagiosa, lo
que ha obligado al distanciamiento social en que vivimos hoy día.

29
Además, el artículo 986 deja en claro que el testamento, en estas circunstancias, aplica tanto
para los enfermos como para los que no lo estén, con tal de que se trate de lugar en el cual
estén interrumpidas las comunicaciones.

En otro orden, es importante tener presentes desde ya dos importantes asuntos que influirán
decisivamente en los desarrollos posteriores: 1º el testamento así redactado tiene una fecha
de caducidad, conforme el artículo 987; 2º el testamento debe redactarse en estricto
cumplimiento de todas las formalidades exigidas por la ley para cada tipo de testamento,
según el artículo 1001.

Por último, los textos se refieren a los testamentos auténticos y místicos, porque son los que
requieren la intervención del notario como oficial público. No abarcan el testamento ológrafo
porque este no exige tal intervención.

II.- La interpretación del texto, la luz de la doctrina y la jurisprudencia

En cuanto a doctrina dominicana sobre la materia solamente menciono al doctor Artagnan


Pérez Méndez, recordado maestro, y su obra “Sucesiones y Liberalidades”, la cual se publicó
por primera vez en 1987, luego de lo cual se hicieron varias ediciones más. Respecto a esta
forma de testar nos aclara el extinto mentor que debe entenderse por peste “cualquier
enfermedad, aunque no sea contagiosa, que causa gran mortandad”. Sigue diciendo el
recordado profesor y padrino:

“El testamento privilegiado se justifica tomando en cuenta la interrupción de las


comunicaciones de una localidad, como consecuencia de enfermedad que produce mortandad,
aunque hemos visto que la denominación de peste incluye enfermedad que aunque no sea
contagiosa, produce gran mortandad lo cual se explicaba en el siglo XVIII pero no en los tiempos
presentes”.

Más adelante, nos sigue diciendo el ilustre doctrinario:

“Los textos que hemos transcrito precedentemente (se refiere a los artículos 985 y 987, BRC)
revelan claramente, que no basta para su aplicación una enfermedad en determinada
localidad, sino que es condición imprescindible que las comunicaciones estén interrumpidas, lo
cual debe ser oficialmente constatado”. Y apunta más adelante: “En la actualidad se
interrumpen con mayor facilidad las comunicaciones por causa de inundaciones o puentes
destruidos, que por enfermedades graves, mortales o no”.

Concluye el querido profesor: “Todos estos textos legales son obsoletos y precisan una revisión
y reforma y extensión a las personas internas en leprocomios, pues en algunas ocasiones los
notarios no asisten a esos centros de asistencia medico social por temor al contagio o las malas
impresiones que producen estos enfermos”.

Está claro pues que para el profesor Pérez Méndez, la clave, la situación fáctica que activa la
aplicación de estos textos no es la existencia de enfermedad contagiosa, sino la interrupción
de las comunicaciones. También menciona que deben estar interrumpidas en una
30
“localidad”. Ante esa situación cabe preguntarnos: ¿están interrumpidas las
comunicaciones? Veamos a continuación cómo ha sido interpretado el texto en Francia.

La magia del internet me ha permitido encontrar, en mi refugio de cuarentena, el “Répertoire


Méthodique de Législation, de Doctrine et de Jurisprudence”, publicado por la Editora Dalloz
en 1856. Este texto nos ayuda porque permite apreciar la interpretación en el siglo XIX,
época en que fue redactado el texto en Francia y también traducido en nuestro país.

Para esa época, a nivel de doctrina y jurisprudencia francesa, estaban claros varios asuntos:

a. Que la interrupción de las comunicaciones no tiene que ser oficialmente constatada sino
que basta con una interrupción de hecho;

b. Que en todo caso, es necesario que la interrupción exista: el solo hecho de una enfermedad
contagiosa en una comunidad no autorizaría el empleo de las formas permitidas por el
artículo 985. Juzgado en ese sentido que la excepción solamente se aplica a los testamentos
hechos en un lugar con el cual toda comunicación está interrumpida a causa de una
enfermedad contagiosa, por lo que un testamento no ha podido, en un lugar infectado de
cólera, pero con el cual las comunicaciones con las comunidades vecinas no han sido
interrumpidas, regularse según las reglas especiales del artículo 985;

c. Que los notarios no pierden sus atribuciones habituales, sino que, por excepción, el
testamento puede ser redactado además ante el Juez de Paz o los oficiales municipales,
entendiéndose por estos últimos el síndico (alcalde) y sus adjuntos, pero no los simples
miembros del Concejo Municipal.

Me parece importante citar el caso de especie en que se dio la jurisprudencia que citamos:

“En el mes de agosto de 1835, el cólera asiático afectaba la mayor parte de las comunas
(municipios) del departamento de Var y mayormente la villa de Entrecasteaux. De los dos
notarios establecidos en esa villa, uno había abandonado su puesto, en los primeros días de la
invasión de la plaga; el otro solo se fue del país más adelante. El 17 de agosto, el alcalde de la
comuna de Entrecasteaux, enterado de que un ciudadano llamado Marcel, que no sabía escribir,
quería dictar su testamento porque se encontraba afectado del cólera, habiendo fallado todos
los esfuerzos ante el notario que todavía estaba presente para que este se decidiera a recibir el
testamento de Marcel. Pero el miedo a contagiarse pudo más y el notario rehusó
instrumentárselo. En esas circunstancias, el síndico o alcalde creyó que había lugar a la
aplicación de las disposiciones del artículo 985 del Código Civil y delegó a su adjunto para
recibir el testamento. Efectivamente, este recibió el testamento en el cual Marcel dictaba varios
legados a favor de su esposa. Después de la muerte de Marcel, sus herederos demandaron la
nulidad del testamento, sobre la base de que el artículo 985 solo es aplicable cuando las
comunicaciones han sido enteramente interrumpidas.

La sentencia que acogió la demanda estatuyó en estos términos: “Atendido a que la ley no ha
establecido reglas particulares para los testamentos que quisieran hacer los habitantes de una
31
localidad afectada por una enfermedad contagiosa o epidémica; que la excepción a la regla
general, prevista por el artículo 985 del Código Civil, es relativa a los testamentos hechos en un
lugar con el cual toda comunicación está interrumpida, a causa de una enfermedad contagiosa;
que la previsión del legislador no ha sido aquella y que a los tribunales no se les permite suplir
su silencio ni extender sus disposiciones de un caso a otro, ni hacer de una excepción particular
una regla común a otras circunstancias más o menos parecidas; Atendido a que de hecho, en
agosto último la enfermedad que ha invadido Entrecasteaux, como también a otras comunas
del municipio, no ha tenido por efecto secuestrar a sus habitantes ni interrumpir las
comunicaciones de otras localidades con aquella; que al contrario, la humanidad, de acuerdo a
las luces del siglo, ha dejado a los ciudadanos la libertad de la cual gozan durante los tiempos
ordinarios; que sin duda, la dificultad de las circunstancias, el temor a la plaga y el número de
víctimas han puesto a menudo trabas al importante derecho de disponer por testamento; mero
esas consideraciones no son suficientes para autorizar el recurrir a las formas especiales,
prescritas para la desagradable circunstancia de una interrupción de comunicaciones”.

Incluso, en Francia una ley del 3 de marzo de 1822 extendió la aplicación de esos textos del
Código Civil a un caso particular, con modificación de la persona ante quién se podía testar:
el testamento de los internos en un establecimiento sanitario puede ser recibido por las
autoridades sanitarias, como el presidente de la intendencia o de la comisión sanitaria, en
funciones de oficiales públicos. Por algo parecido propugnaba el profesor Pérez Méndez,
según hemos visto.

En consonancia con el precedente que hemos citado, posteriormente, la jurisprudencia


francesa juzgó que la excepción es de interpretación estricta, por lo que estableció que las
disposiciones que comentamos no podían ser aplicadas por vía de extensión a otras causas
de aislamiento, más precisamente, en ocasión de circunstancias derivadas de la guerra. Es
verdad que en virtud de una ley especial los testamentos irregulares fueron validados por
una ley del 14 de abril de 1923 y que respecto a la situación específica de guerra, la
jurisprudencia ha sido más liberal.

Por otra parte, doctrina francesa más reciente ha puntualizado que en los casos de los textos
que comentamos, la ley toma en consideración una imposibilidad de comunicación que
obstaculice el dictado del testamento ante notario.

De modo que, a nivel de doctrina y jurisprudencia francesa, está muy clara la situación: no
hay aplicación del texto por la sola existencia de la enfermedad contagiosa sino que tienen
que estar interrumpidas las comunicaciones. La idea de la interrupción de las
comunicaciones es que una localidad esté aislada por la existencia de una enfermedad
contagiosa. En esas circunstancias, el testamento (místico o auténtico) podrá ser redactado
por ante el Juez de Paz “o ante uno de los empleados municipales o rurales”. En Francia, como
ya dijimos, puede ser ante el propio alcalde o sus adjuntos. A la luz de esa interpretación,
tendríamos que, si se dan las circunstancias de aplicación de los textos examinados, el
testamento podría ser redactado ante el Juez de Paz, el síndico o vicesíndico (ahora alcaldes
y vicealcaldes) y, en las secciones rurales, por ante el alcalde pedáneo.

32
Ahora la pregunta que motiva este artículo: ¿son aplicables los textos que comentamos en
todo caso, en las actuales circunstancias? Entendemos que lo que la ley hace es habilitar otros
oficiales públicos, para el caso de que, a causa de la interrupción de las comunicaciones por
una enfermedad contagiosa, no se pueda redactar el testamento ante notario, oficial público
natural para la instrumentación de testamentos auténticos y suscripción de testamentos
místicos.

Ahora bien, ¿están dadas las circunstancias? O más específicamente, ¿están interrumpidas
las comunicaciones? Entendemos que no. No está aislada una sola localidad. Está aislado el
país y el mundo. Están aisladas las localidades unas de otras. Estamos en presencia de una
pandemia, no de una enfermedad contagiosa que mantiene aislada una localidad. Si
admitiéramos que es válido un testamento redactado ante un Juez de Paz, en funciones de
oficial público, a la luz del artículo 985, entonces también tendríamos que admitir que lo es
el redactado ante el síndico o vicesíndico. O ante el alcalde pedáneo, si se trata de zona rural.

Lo anterior nos llevaría a problemas de orden práctico: ya sabemos que, para instrumentar
un testamento, auténtico o místico, deberán seguirse las mismas formalidades, previstas en
los artículos 971-980; lo único que cambia, por excepción, es el oficial público que
instrumenta. Eso presumiría conocimientos sobre notaría en un juez de paz, un síndico, un
vicesíndico o un alcalde pedáneo… El otro problema es el de la localización del oficial público
para instrumentar el acto: ¿quién es más fácil de localizar, un notario o un juez de paz en una
ciudad? ¿Un notario o el síndico o vicesíndico? Yo creo que es más fácil localizar un notario
porque son mucho más (según informaciones oficiosas hay casi 8,000 inscritos en el Colegio
de Notarios). Quizás en una sección rural sea más fácil localizar al alcalde pedáneo, pero
habría el problema del conocimiento.

En ese contexto, hay un factor que ya adelantamos en la introducción: los testamentos en


tales casos deben cumplir con todos los requisitos de redacción que prevé la ley, tanto para
el testamento auténtico como para el testamento místico en los artículos 971-980 del Código
Civil. No lo digo yo, lo dice el artículo 1001 del Código Civil:

“Se observarán, a pena de nulidad, las formalidades a que están sujetos los diversos testamentos
por las disposiciones de esta sección y de la precedente”.

Es decir, si un alcalde pedáneo en una comunidad rural recibe un testamento, debe


asegurarse de que se cunplan todas las formalidades legales; en el caso de los testamentos
auténticos, tener presentes los artículos 971, 972, 973, 974, 975 y 980; la ley solamente
atempera las cosas si el testador no sabe o no puede firmar (art. 998, Código Civil).

Más todavía: el testamento redactado en estas condiciones tiene fecha de caducidad o


expiración, conforme el artículo 987, sea que lo redacte un enfermo o una persona en la
localidad incomunicada: el testamento devendría en nulo seis meses después “que las
comunicaciones hayan sido restablecidas en el lugar en que el testador se encuentre, o seis
meses después que se haya trasladado a un sitio en que no estén interrumpidas”.

33
Conclusiones y recomendaciones

Las disposiciones excepcionales no se pueden convertir en regla. Huelga advertirlo. Pueden


traer más problemas que soluciones. No descartamos totalmente las soluciones que ofrecen
los artículos 985-987 del Código Civil. Sin embargo, entendemos que deben darse las
siguientes condiciones: a) que se trate de una localidad donde las comunicaciones estén
interrumpidas a causa del COVID-19; b) que esa interrupción imposibilite la redacción de un
testamento por parte de un notario o lo que es lo mismo, que en la comunidad no haya
notario; c) que la redacción sea ante el Juez de Paz, el síndico, el vicesíndico o el alcade
pedáneo en las secciones rurales. Solo se trataría de casos excepcionales, no de una regla
general.

Ante todas estas situaciones, yo particularmente recomendaría que si usted en estos tiempos
de coronavirus, como popularmente se le llama a la pandemia que nos azota, quiere redactar
un testamento, mejor busque un notario en su localidad. Y si por el aislamiento social no lo
encuentra (puede que, por eso mismo, tampoco encuentre a ninguno de los otros), existe una
forma de testar, la más sencilla de todas: el testamento ológrafo, que solo requiere tres
condiciones: a) ser escrito por entero de puño y letra del testador; b) ser fechado por el
testador; y c) ser firmado por el testador. No requiere testigos ni intervención de oficial
público alguno.

Esta solución me la objeta mi amigo Leonte Rivas diciendo que el testamento ológrafo era
“propio de una época donde el hombre honraba su palabra” y que si cuestionan los
testamentos auténticos “de forma olímpica”, debo imaginar lo que harían con el ológrafo, que
puede aparecer guardado por ahí en una caja fuerte o en el medio de un libro. A lo que yo
respondo: si a eso vamos, en mis años de juez conocí varias demandas en nulidades de
testamentos, alegando los motivos más baladíes. El que quiere impugnar algo lo impugna
como quiera; toca que tenga razón. Si bien el testamento ológrafo tiene menor fuerza
probatoria que el testamento auténtico, se admiten todos los medios de prueba, por lo que
un testador previsor podría, por ejemplo, darle copias de su testamento a amigos de su
confianza – y hasta fotos por Whatssap – y así estos amigos podrán servir como testigos al
momento en que el testamento se impugne. No puedo evitar recordar que una de las
demandas en nulidad de testamento que conocí cuestionaba la última voluntad de una
señora sobre la base de que no estaba en condiciones de lucidez al momento de testar. La
testigo más importante fue una amiga cercana de la testadora que, al momento de
comparecer ante mí como juez, tenía 97 años cumplidos, pero una lucidez increíble.

Se me podrá argumentar que el testamento ológrafo está vedado para quienes no saben leer
y escribir. En estas circunstancias podrían operar los textos que examinamos, si se dan las
otras condiciones: interrupción de las comunicaciones, imposibilidad de que un notario
reciba el testamento.

El Código Civil napoleónico, promulgado hace más de doscientos años, es una obra
monumental que ha perdurado en el tiempo y eso no lo duda nadie. Sin embargo, creo que
forzar su aplicación a situaciones que no ha previsto, para dar gloria a sus redactores, no es

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necesario como prueba de su vigencia en el tiempo. De hecho, en Francia sigue vigente
aunque con modificaciones. En nuestro país, buena parte de su articulado también.

Incluso, muchas de sus disposiciones vienen de más atrás, si la gloria la queremos ligar a los
años de vejez. Los títulos de las obligaciones y algunos contratos vienen de los tiempos de
Justiniano, que murió hace casi 1,500 años.

No creo que la situación la cambie el hecho de que estén prohibidos los viajes interurbanos
o interprovinciales. Considero que estos tiempos de coronavirus son para soluciones
prácticas, no controversiales, y no para soluciones complejas, que harían nacer
potencialmente un litigio. Más si, como creo haber demostrado, la doctrina y la
jurisprudencia están en contra de esa pretendida aplicación generalizada de los textos que
examinamos.

Lo anterior cobra más sentido si, como ya he dicho, existen soluciones alternativas aún para
el caso extremo de que no aparezca notario dispuesto a contagiarse de un enfermo. Existe
una forma de testar propia de tiempos de distanciamiento social, como también he apuntado:
no requiere presencia de más nadie sino de un testador que solo tenga papel y lápiz consigo.
Porque en estos tiempos, si no aparece un notario es posible que tampoco aparezca un juez
de paz ni un alcalde pedáneo, como tampoco un cura para oír la última confesión.

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Reflexión procesal sobre la suspensión de los plazos generada por el COVID-19

Enmanuel Rosario Estévez

En estos momentos el mundo vive un episodio trascendental e histórico, pues como


consecuencia de la propagación a nivel mundial del virus Covid-19 (Corona Virus),
prácticamente las actividades humanas se encuentran paralizadas. Tal escena parece
extraída de una película de ciencia ficción, posiblemente de las más taquilleras, y es la
realidad que vivimos hoy en día.

Incluso las grandes potencias mundiales, con su poderío económico y el gran desarrollo
armamentista, se encuentran virtualmente arrodilladas ante la expansión de esta temible
pandemia. Y República Dominicana no ha sido la excepción.

En fecha 19 de marzo de este año, el presidente de la República promulgó el Decreto No. 62-
20, que declara a la República Dominicana en estado de emergencia nacional. Dicha
declaratoria surge como consecuencia de la autorización del Congreso Nacional emitida
mediante la Resolución No. 134-20.

En este escueto Decreto Presidencial se marcan las pautas sobre las que se desarrollara este
estado de excepción. Básicamente el Decreto recoge y reproduce las disposiciones
contenidas en la Resolución del Congreso Nacional, la cual, en definitiva, dispone las
restricciones a las libertades de tránsito, asociación y reunión, la autorización para la
adopción de medidas necesarias para garantizar que los centros de salud pública se
mantengan provistos de los medios para la prevención y tratamiento de las enfermedades, y
tomar las medidas necesarias para apoyar a los sectores económicos nacionales.

En definitiva, se trató de un texto marco que no reguló ni dispuso nada especial más allá de
la declaratoria de estado de emergencia. En lo sucesivo se emitieron varios decretos,
regulando el derecho al libre tránsito, imponiendo toque de queda, y disponiendo el cese de
las actividades comerciales no esenciales para el ser humano. De forma colateral se han
tomado medidas, como la implementación de programas sociales que han servido para
enfrentar la situación.

Este panorama sanitario, y ahora acompañado del aspecto jurídico nebuloso, ha generado
ciertas inquietudes en la comunidad jurídica, que han tratado de responder tanto el Poder
Judicial como el Tribunal Constitucional. Nos referimos específicamente al aspecto de los
procesos judiciales en curso, y de los plazos.

En el caso del Poder Judicial, fue declarada la suspensión de los plazos procesales mediante
el Acta No. 002-2020, de fecha diecinueve de marzo de 2019 del Consejo del Poder
Judicial. Básicamente este órgano sostuvo que: “el ejercicio del cumplimiento de los plazos
procesales, registrales y administrativos requiere el traslado de las personas a los tribunales

36
y los domicilios procesales de las partes”, y fundamentado en la restricción a la libertad de
tránsito aprobada por el Congreso Nacional, estimó que “serían de imposible cumplimiento
los plazos procesales”.

Lo propio hizo el Tribunal Constitucional mediante la Resolución No. TC-0002-2020, aunque


de forma más confusa, pues por un lado dispuso la suspensión de los plazos para la
realización de actuaciones procesales de personas, partes en proceso o con vocación de serlo,
pero por el otro, establece la posibilidad de continuar presentando los recursos sin perjuicio
de la suspensión antes indicada.

Sin lugar a duda, ambas piezas obedecen en el fondo al mejor de interés de salvaguardar los
derechos de las partes en periodo de convulsión mundial, reconociendo una realidad, y es la
imposibilidad de los ciudadanos de poder acceder libremente a la justicia, bien sea a ejercer
acciones judiciales sujetas a prescripción, o agotando actuaciones procesales sancionadas
con la caducidad.

Precisamente la existencia de estas normativas y la situación actual es lo que generan estas


breves reflexiones procesales. Lo primero que debemos señalar es que en esta ocasión no
pretendemos desconocer ni cuestionar el noble espíritu de los promotores de las distintas
normas que suspendieron los plazos. De hecho, ante el silencio del legislador y la inexistencia
de mecanismos regulatorios efectivos, ambas decisiones resultan pertinentes y
esclarecedoras para la comunidad jurídica.

Lo segundo es que estas reflexiones tienen un interés académico y jurídico, es decir, que
cualquier observación está lejos de ser un llamado a la crítica negativa. Lo tercero que
debemos indicar, y entrando en materia, es que los plazos de prescripción y caducidad tienen
su fundamento en la ley, y por vía de consecuencia, una norma de menor rango no podría
afectar su computo ni modificarla.

Lo anterior quiere decir, que las disposiciones antes indicadas (Decreto, Acta del Consejo del
Poder Judicial y Resolución del Tribunal Constitucional) no pueden disponer de la
suspensión de los plazos que nacen de la ley, al menos no de los plazos sujetos a prescripción
y caducidad. En todo caso, debió ser otra ley la que dispusiera de la suspensión, o en el peor
de los escenarios, de su interrupción. De hecho, las causas de interrupción y de suspensión
de los plazos se encuentran contenidas en el código civil (Ver Arts. 2242 y siguientes, y 2251
y siguientes).

Tal fue el caso de Francia, que mediante la Ley No. 290-2020 de fecha 23 de marzo de 2020,
se declaró el estado de urgencia sanitaria, y se dispuso de forma expresa, la suspensión de
todos los plazos, sin importar su naturaleza. En el caso de la República Dominicana quizás
esta situación encuentra un obstáculo, y es que la autorización de declaratoria de emergencia
es realizada mediante resolución por el Congreso Nacional, y no por Ley.

Y de hecho, el tema se agrava, pues si bien es cierto que el Congreso Nacional mantiene sus
facultades, y que en principio podría sesionar y aprobar la norma correspondiente que

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suspenda, o incluso interrumpa todos los plazos, la posibilidad de reunir ambos cuerpos
legislativos en este tiempo de cuarentena es mínima.

Es por esto, que estas reflexiones nos conducen a dos caminos. El primero es a buscar una
respuesta al problema procesal sin necesidad de aplicar las normativas emitidas por el
Consejo del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. El segundo, es la necesidad de
modificación de la ley para regular este aspecto para el porvenir.

En cuanto al primer aspecto, es menester señalar que por la situación que vive la República
Dominicana ciertamente existe una imposibilidad para accionar en justicia, que se deriva de
varios puntos: a) el cierre de establecimientos comerciales, lo que hace imposible la
notificación de actos procesales; b) la limitación del tránsito y libre circulación; c) el propio
aislamiento social impuesto por las autoridades; d) la suspensión de labores en los
tribunales de la República; e) la suspensión de las actuaciones de los ministeriales para las
notificaciones;

Lo que quiere decir, que existe una imposibilidad material de hacer efectivo el derecho a la
tutela judicial efectiva, que involucra el derecho al libre acceso a la justicia y otros derechos
procesales. Pero vale preguntarnos, cómo solucionamos este tema.

La aplicación del principio contra non valentem agere not currit prescriptio

En el derecho procesal existe un principio procesal denominado: contra non valentem agere
not currit prescriptio, que significa que la prescripción no corre contra aquel que se
encuentra imposibilitado de accionar en justicia.

Este principio fue creado por los glosadores, gracias a Bartolo de Sassoferrato, y su
aplicación fue exitosa en el derecho de la época. Esta dispensa era concedida a través de
cartas reales emitidas por Cancillería, lo que suponía una concesión de la monarquía y una
fuente de privilegios. A lo anterior debemos añadir que las causas de suspensión eran
indeterminadas, lo que a su vez generó cierta desconfianza por el abuso en su aplicación.

Esta situación atemorizó a los redactores del código civil de 1804, quienes apostaron a la
reducción de la discrecionalidad a través de la legalidad. Esto explica la redacción del artículo
2251 del código civil, el cual dispone que: “la prescripción corre contra toda clase de
personas, a no ser que se encuentren comprendidas en alguna excepción establecida por una
ley”.

Si observamos la norma, se puede apreciar que el interés de los redactores del código civil
no fue otro que sujetar a la ley cualquier situación que verse sobre la suspensión de la
prescripción. Este artículo es el vivo ejemplo del interés de separar los dos regímenes
jurídicos: el viejo régimen monárquico del nuevo régimen revolucionario.

En este punto debemos observar de forma detallada la configuración del texto precitado,
pues ahí está la clave para comprender la reinterpretación realizada por la Corte de Casación
en Francia y que dibuja nuestra realidad hoy día. Si analizamos la parte inicial del artículo
38
2251, el mismo refiere a que “la prescripción corre contra toda clase de personas…”,
estableciéndose como punto neurálgico que la aplicación de la limitación de ley impuesta
solo recaía a los casos en que la suspensión la generara la persona contra la cual corre el
plazo, no así para las circunstancias que se pudiesen generar.

Precisamente esto explica la razón por la que los textos subsiguientes refieren a
suspensiones de plazos atendiendo a la persona más que a los hechos y circunstancias del
caso. Por ejemplo, el artículo 2252 del código civil refiere a la suspensión de los plazos a favor
de los menores e interdictos, mientras que el artículo 2254 para la mujer casada respecto de
los bienes que el marido administra.

A pesar del gran esfuerzo de los redactores por evitar la neutralización de los plazos ex
judicio, la jurisprudencia estableció desde muy temprano que las limitaciones señaladas por
los artículos 2251 y siguientes del código civil solamente aplicaban a situaciones en razón de
la persona, pero que esto no impedía que se descubrieran nuevas causas de suspensión
generadas por circunstancias.

Lo que en esencia estableció la Corte de Casación fue que cuando la causa que imposibilitara
el ejercicio de la acción en justicia fuese generada por circunstancias externas, el juez podía
válidamente aplicar la suspensión aplicando el viejo principio procesal. En lo sucesivo se
emitieron varias decisiones en la misma línea, reconociendo el derecho del juez de dispensar
el computo del plazo cuando existiesen causas que imposibilitaran el ejercicio de la acción
en justicia.

Esto conllevó a la modificación definitiva del texto francés en el año 2008. El nuevo artículo
del código civil francés (2234) dispone que: “la prescripción no corre o está suspendida
contra aquel que está en imposibilidad para accionar por un impedimento que resulta de la
ley, de la convención o de la fuerza mayor”.

Fíjese que se incluyeron dos nuevas causales de suspensión del computo del plazo:
convención y fuerza mayor. Sobre el primero no nos referiremos en esta ocasión, pero el
segundo, la fuerza mayor, ahí es precisamente que reside la solución del problema
dominicano.

La fuerza mayor en materia procesal se define en dos palabras: circunstancias insuperables.


La fuerza mayor como anclaje de la aplicación del principio contra non valentem no es ajena
a nuestro ordenamiento, ni tampoco nueva. Para 1971 nuestra Suprema Corte de Justicia
dispuso que “la prescripción se suspende si la fuerza mayor impide ejercitar la acción” SCJ,
B.J. 723, p. 363.

De hecho, tendremos igual solución si aplicamos los párrafos de los artículos 2271 párrafo,
2272 párrafo y 2273 párrafo, del código civil. En dichos textos se establece que suspenderá
el computo de los plazos “en los casos en que alguna circunstancia imposibilite legal o
judicialmente el ejercicio de la acción”. Texto que debe ser de aplicación extensiva, mutatis
mutandi, a los demás plazos de prescripción y caducidad existentes en el ordenamiento.

39
Un razonamiento similar realizó la Suprema Corte de Justicia en el año 2002, al establecer
que procede aplicar el artículo 2271 del código civil para dispensar el computo del plazo de
prescripción cuando ha ocurrido “un caso fortuito, de causa mayor que impidió al recurrente
ejercer su obligación” (SCJ, Sent 2, 3 de abril de 2002, BJ No. 1097, caso Maritima Dominicana
Vs Argo Marine Services). Aunque en esta ocasión se incluyó el caso fortuito asimilándolo al
de fuerza mayor, lo que constituye una confusión jurídica.

Es importante destacar que mientras dure el evento que genera la suspensión no se


computará el plazo, el cual retornara en su computo inmediatamente cesen las causas que
generaron dicha suspensión. Así por ejemplo, si antes de que se produjera la declaratoria de
estado de emergencia habían transcurrido cinco días desde la notificación de la sentencia, y
se dispone de un plazo de quince días para presentar el recurso correspondiente, entonces,
cuando cesen las causas de suspensión se reiniciaría el computo a partir del sexto día,
partiendo de la premisa de que el día quinto transcurrió sin ningún inconveniente antes de
que se produjera la suspensión.

Otra incógnita que resulta de esto es, a partir de qué momento se deben considerar
suspendidos los plazos procesales, si a partir de la declaratoria formal realizada mediante
decreto, o de la alocución del presidente de la República que se produjo dos días antes. Desde
nuestra óptica, debe realizarse desde el momento en que se oficializaron las medidas, sin
embargo, no podemos desconocer el efecto que produjo dicho discurso, el cual comenzó a
generar la imposibilidad de accionar en justicia.

Por todo lo anterior sostenemos que la solución del problema procesal generado por el
Coronavirus la encontramos en la correcta interpretación de la Ley, por lo que ambas normas
emitidas por el Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional solo deben servir de
referencia y guía para todos los actores del sistema. Con esto se evitaría las interpretaciones
antojadizas de la norma y se pudiese mantener un criterio unificado para cuando se
reanuden las actividades.

Esta experiencia nos debe servir de inspiración para ponderar la inclusión en la eventual
modificación del código civil e incluir las demás causales de suspensión establecidas en el
ordenamiento francés, y que hemos venido aplicado de forma pretoriana.

De igual forma, debe modificarse la ley que regula los estados de excepción, a fin de incluir
una cláusula que le permita al Poder Judicial suspender el computo de todos los plazos
durante cualquiera de los estados de excepción, pues la experiencia nos ha enseñado que los
problemas reales de la justicia solo lo conocen los actores judiciales, y no los legisladores, y
que es más simple obtener una respuesta rápida y sencilla de parte del Poder Judicial que
del Poder Legislativo.

La realidad es que esta situación extraordinaria puso al desnudo nuestras precariedades


legislativas, dejando a entrever que nunca hemos estado preparados para enfrentar los
efectos jurídicos que genera un evento de esta naturaleza.

40
COVID-19 y defensa de la competencia (i): cooperación empresarial en tiempos de
distanciamiento social

Luis R. Regalado Reyes

El derecho de la competencia durante la pandemia del COVID-19 es todo un tema de qué


hablar. Tan solo con la limitante de los organismos de competencia, con el distanciamiento
de su personal, la autoridad de competencia dominicana adolece de limites operativos en un
momento propicio para que la Ley 42-08 sea aplicada como caso de laboratorio. Esta crisis
nos arropa y ha tocado significativamente la actividad económica, especialmente en el
abastecimiento de insumos de primera necesidad.

Muy a pesar de las indicaciones de cierre de actividades con el público por completo, , la
Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (Pro-Competencia) emitió un comunicado
oficial advirtiendo su vigilia permanente durante la crisis, dejándole toda la carga del
fomento a las buenas prácticas a las demás instituciones del Estado:

La prioridad de PRO-COMPETENCIA en esta y cualquier situación de emergencia, es garantizar


el suministro y proteger los consumidores, por lo cual respalda las iniciativas adoptadas por
Proconsumidor y las demás instituciones de gobierno, para que en coordinación con las
empresas, pueda lograrse el correcto abastecimiento y racionamiento de bienes. (…). Se impone
la sensatez y respeto a la ley, por lo que la institución no tolerará condiciones abusivas o
colusiones, ni el intercambio de información a largo plazo que puedan incidir en las estrategias
individuales de negocios o en el establecimiento de precios. A fin de garantizar la existencia de
la competencia efectiva en los mercados de productos y servicios, en caso de detectar la
existencia de indicios razonables de prácticas contrarias a las disposiciones de la ley 42-08,
ProCompetencia en sus facultades legales, iniciaría el correspondiente procedimiento de
investigación en el tiempo más prudente.

Esto denota la posición propositiva del Estado en el uso de su poder sancionador como
agente reactivo, más no en beneficio del cumplimiento anticipado y la prevención orientada
como agente proactivo. Al mismo tiempo, la institución ha reconocido el escenario
económico actual, donde la reducción de la actividad industrial por distanciamiento, el
consumo en pánico y las medidas de seguridad sanitaria han afectado las garantías de
suministro de los mercados en libre competencia. Se ha planteado la posibilidad de que las
empresas recurran a métodos de integración o cooperación económica para alcanzar esta
eficiencia, o incluso a trazar pautas en las condiciones de venta de productos de primera
necesidad. Estas conductas obedecerán al resguardo del orden público, el interés general y
el bienestar social, todos como impulsores del desarrollo humano.

Sin interés de comparar la necesidad de apertura al público sobre esta institución frente a
otras –sea de forma presencial, limitada o no–, como el caso del Instituto Nacional de
Protección de los Derechos del Consumidor (Pro-Consumidor) que opera con personal
reducido actualmente, es interesante pensar que Pro-Competencia mantenga un rol activo

41
en este momento, y que vaya más allá de la coerción administrativa. Entrando en detalles,
me remito a las palabras de Manual Abarca en su artículo Competencia y Coronavirus: We’re
all in this together, donde resalta la línea generalizada de las autoridades de competencia en
otros Estados, indicando que:

En primer lugar, que el Derecho de la Competencia no se suspende en tiempos de crisis. En


segundo lugar, que en determinadas circunstancias, su aplicación podría ser “atenuada”,
atendiendo a asegurar condiciones mínimas de provisión de productos, especialmente,
alimentos e insumos médicos.

Vistas estas palabras, es preciso destacar que en aquellos sistemas normativos antitrust
donde es aplicada la ‘regla de la razón’ o reason rule, el Legislador permitirá que la autoridad
de competencia determine que conductas benefician a los consumidores al final del día, a
pesar de que la operación sea tipificada como prohibida. El fin, a veces, justifica los medios,
y este es el caso del artículo 7 de la Ley 42-08, dejando una puerta trasera abierta en la que
las empresas podrán justificar sus trampillas a la rivalidad comercial y la igualdad de
condiciones, con el fin fomentar la innovación o la eficiencia de la actividad productiva. Con
esta entrega, me propongo abordar la cooperación empresarial como una práctica de
muchas a observar por Pro-Competencia durante la pandemia, pretendiendo abordar otras
conductas en artículos subsiguientes a este —entre estas, el abuso de posición por fijación
de condiciones de reventa, las ayudas humanitarias de candidatos políticos como ayudas de
Estado, entre otros–.

Empezando por el tema que nos ocupa, sobre las prácticas acordadas entre competidores y
la cooperación entre estos, vemos que la Ley 42-08 invita a los competidores a correr el
maratón de forma enérgica, con rivalidad, y sin ayuda de unos entre los otros. Este precepto
de distanciamiento —tan similar como en la crisis que estamos viviendo— es la clásica
prohibición de prácticas denominadas como concertadas en el artículo 5 de la Ley. En este
caso, ponemos en relieve las exigencias que esta crisis sanitaria ha presentado y son ajenas
a esta regla: incrementar producción de insumos sanitarios, alimentos básicos y
medicamentos específicos, reducir la comercialización de otros productos, demandar
insumos a precios estables y accesibles, y facilitar los procesos intermedios de la cadena de
producción y distribución para las empresas. Todo esto, contando con un personal más
reducido y costoso —hablando en términos de jornadas extendidas de trabajo, y equipados
con mascarillas, guantes y gel desinfectante como gasto recurrente extraordinario para el
personal—, se resume una dinámica caótica para la continuidad de las operaciones
comerciales.

Se ha planteado la cooperación o integración empresarial como una solución a esta


problemática. Hablamos de unir fuerzas para transportar insumos conjuntos a menor costo,
enfocar la producción entre producto y competidor en específico para garantizar el
aprovisionamiento, o intercambiar ciertas informaciones o know-how de producción y
abasto de la demanda. A estas medidas, la Comisión Europea (CE) ya ha dado una respuesta
inicial donde expresa que esa cooperación podría darse bajo condiciones limitativas.

42
En el sector farmacéutico, por ejemplo, se habla de la coordinación de esfuerzos para
garantizar insumos esenciales para el tratamiento del COVID-19, cuestión que resulta de
interés general para los individuos. Al respecto, la CE ha identificado distintos escenarios de
bienestar a partir de dicha cooperación, planteados sobre la base de (i) enfocar y redistribuir
la producción, (ii) intercambiar la información de ventas y existencia de insumos, o (iii)
integrar algunos elementos de la cadena de producción y distribución para ahorrar costos y
vender a precios más baratos. Todas estas consideraciones han sido condicionadas a que las
empresas cuenten con garantes de distanciamiento en la concertación, sugiriendo que gran
parte de esta coalición se haga a través de organismos públicos o asociaciones empresariales.
Con esto, en pocas palabras, se busca que las empresas se coordinen al límite de lo necesario
y no más allá, que estén “juntas, pero no revueltas”.

El asunto por destacar es que la CE, trazando las pautas de ejemplo a las autoridades de
competencia de distintos Estado de la Unión y algunos de Latinoamérica como Chile, han
dispuesto de procedimientos de consulta y orientación para las empresas. Al disponer, en la
referida Comunicación, de un buzón de solicitud de directrices y “cartas de compatibilidad”
como respuesta, la CE procura obedecer a la promoción sana de la competencia y al
enforcement o cumplimiento de la Ley. Esta práctica ha sido paulatinamente replicada
alrededor del mundo, y ha llegado el turno de la República Dominicana.

En nuestro caso, Pro-Competencia deberá salir de su zona de comodidad e ir más allá de la


simple advertencia. En estos casos, como en muy pocos, le corresponderá ejercer su rol de
promoción y educación en defensa de la competencia evitando dejar las decisiones
empresariales conjuntas al albedrío libre y simple, y servir de consejero en esta crisis. El
artículo 33, literal d, de la Ley 42-08 invita al Pro-Competencia, específicamente a su
Dirección Ejecutiva, a “… realizar estudios, trabajos y otras actividades de investigación y
divulgación, con el fin de inducir una cultura de la competencia entre los agentes económicos
del país”. Este, inclusive, ha sido el motivo que ha utilizado la propia institución para dictar,
mediante Resolución 013-2017, los lineamientos para planes de cumplimiento en materia
de competencia. Por tanto, la institución está llamada a reforzar estas políticas de
cumplimiento en estas circunstancias, trayendo mayor confianza y fortaleza institucional a
nuestra autoridad de competencia local, y ganando terreno como organismo esencial del
Estado de Derecho.

República Dominicana, y sus instituciones, tienen una oportunidad de oro en sus manos:
demostrar que el aparato estatal funciona, y está a merced de sus ciudadanos. Es momento
de que Pro-Competencia evolucione y muestre una nueva faceta en su rol, pasando de un
sancionador más a un auténtico corrector y preventor de fallas al libre mercado. Es hora de
ser menos “anti-monopolio”, y más “pro-competencia”.

43
La seguridad social en su FASE estelar

Geovanny Nina Cruz

Desde que el presidente de la República Danilo Medina se dirigió al país el martes 17 de


marzo del año en curso, se han estado tomando medidas desde el gobierno para enfrentar la
propagación del Coronavirus que han impactado directamente el mundo del derecho del
trabajo tanto a nivel público como privado. En ocasión de los acontecimientos ocurridos,
quiero compartir algunas reflexiones sobre el papel protagónico que ha jugado la Seguridad
Social en las relaciones laborales de ambos sectores en el marco de esta pandemia, así como
el impacto que la misma ha tenido en el programa implementado por el Poder Ejecutivo
mediante el Decreto 143-20 llamado Fondo de Asistencia Solidaria al Empleado (FASE).

Al declarar el país en estado de emergencia nacional (Decreto 134-20) se ordenó el cierre


total de algunas instituciones públicas y en otros casos se ordenó a ciertas categorías de
servidores públicos a no asistir a sus instituciones mientras dure la emergencia. Del mismo,
se instruyó a las instituciones públicas que conforman el gobierno central que flexibilizaran
la jornada de trabajo, redujeran la presencia de los servidores públicos y que se
implementara el teletrabajo con el fin de cumplir con el distanciamiento social recomendado
por la Organización Mundial de la Salud (OMS) así como las autoridades sanitaras de nuestro
país (Resoluciones 058-2020 y 059-2020 del Ministerio de Administración Publica MAP).

Observando las medidas tomadas para el sector público, podemos distinguir la protección
de los derechos y beneficios derivados de la Seguridad Social que tienen los servidores
públicos regidos por la Ley núm. 41-08 de Función Pública frente a los trabajadores regidos
por el Código de Trabajo. En ese sentido, los servidores públicos alcanzados por las medidas
oficiales no se verán afectados en el salario que perciben y por ende seguirán cotizando de
manera regular al Sistema Dominicano de Seguridad Social (SDSS), debido a que gozan de
licencia con disfrute de sueldo por causa de fuerza mayor (art. 57.6 Ley 41-08). En la otra
cara de la moneda, los trabajadores regidos por el Código de Trabajo no correrán con la
misma suerte debido a los efectos legales que para ellos tiene la suspensión de los efectos
del contrato de trabajo.

En materia laboral la suspensión de los efectos del contrato de trabajo lleva consigo en
principio el hecho de que mientras duren sus efectos el trabajador no asiste a la empresa y
el empleador no paga salario (art. 50 CT), por lo que cuando el Presidente Medina ordenó la
paralización de los sectores productivos, las empresas optaron masivamente (algunas con
razón) a solicitar la suspensión de los contratos de trabajo por causa de fuerza mayor
(art.51.4 CT) ante el Ministerio de Trabajo. Lo anterior dejó a cientos de miles empleados sin
ingresos mientras dure la suspensión por lo que el Poder Ejecutivo se vio en la obligación de
ir en auxilio de esos empleados. Es aquí donde valoramos el papel del SDSS, a saber:

1. La principal fuente de financiación del programa FASE proviene del sistema de la seguridad
social. Una gran parte de los fondos utilizados para financiar la creación del programa

44
implementado por el Poder Ejecutivo llamado Fondo de Asistencia Solidaria al Empleado
(FASE) provienen del dinero recaudado a través de las cotizaciones hechas por el empleador
al Seguro de Riesgos Laborales en exceso de las reservas técnicas que actualmente es
administrado por el Instituto Dominicano de prevención y protección de Riesgos laborales
(IDOPPRIL) (art. 21 Ley 397-19) el cual pertenece al Sistema Dominicano de Seguridad Social.

2. Cotización en la SDSS es requisito sine qua non: Una de las principales puertas de entrada
para poder aplicar al FASE es haber estado cotizando a la Seguridad Social hasta el mes de
febrero (art. 3 Decreto 143-20), siendo este único requisito indispensable pues el otro
requisito de estar registrado ante el Ministerio de Trabajo para suspender los contratos
puede subsanarse completando el formulario DGT 3 y luego el DGT 9 para proceder con la
suspensión.

3. La cotización en la seguridad social divide el trabajo formal e informal: La afiliación al SDSS


y el salario cotizable ante la Tesorería de la Seguridad Social (TSS) se convirtieron en la
frontera del trabajo formal en República Dominicana puesto que dependiendo del
cumplimiento de estos requisitos se determinará si la empresa aplica para el FASE o si por
el contrario los trabajadores deberán optar por el otro programa gubernamental
denominado “quédate en casa” dirigido a trabajadores informales y otros beneficiarios.

4. La seguridad social mantiene cobertura aún sin recibir cotizaciones: Ante el hecho de que
el trabajador durante la suspensión no reciba salario, como en los meses de abril y mayo, y
el hecho de que el empleador no tenga la obligación de realizar las cotizaciones ante el SDSS,
tanto la Ley 87-01 así como las disposiciones de los órganos que componen dicho sistema
han establecido que los trabajadores suspendidos se mantendrán recibiendo los beneficios
en especie del Seguro Familiar de Salud (SFS), incluyendo los servicios de salud derivados
del COVID-19, tal como la prueba de diagnóstico y los tratamientos clínicos (art. 124 Ley 87-
01, Resolución 492-20 Consejo Nacional de la Seguridad Social CNSS y Resolución 00229-2020
Superintendencia de Salud y Riesgos Laborales SISALRIL).

Los aportes citados van en consonancia con el objeto principal del SDSS que consiste en
regular y desarrollar los derechos y deberes recíprocos del Estado y de los ciudadanos en lo
concerniente al financiamiento para la protección de la población contra los riesgos de vejez,
discapacidad, cesantía por edad avanzada, sobrevivencia, enfermedad, maternidad, infancia
y riesgos laborales (art. 1 Ley 87-01).

Antes de concluir se hace imperioso recordar el hecho de que la Ley 87-01 de Seguridad
Social ordenó la creación de un seguro de desempleo, que debido a los intereses económicos
envueltos no se llegó a concretizar. Ante la situación actual, hoy los trabajadores podrían
también verse beneficiados con este seguro (párrafo II art. 50 Ley 87-01).

Finalmente a través de estas líneas se puede apreciar el rol estelar de la Sistema Dominicano
de Seguridad Social en la situación que vivimos con el coronavirus y sus efectos en las
relaciones laborales, es por eso por lo que deben seguir realizándose esfuerzos para mejorar
el sistema y dejar a un lado la idea de tocar los fondos de pensiones los cuales no constituyen

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una cuenta de ahorro sino la garantía ante cualquier contingencia prevista por la ley mas allá
de la inmediatez del momento actual.

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La fuerza mayor como causa de suspensión de los plazos por el COVID-19

Héctor López Rodríguez

Desde que abriéramos el debate, a finales del pasado mes de marzo, en relación con la
suspensión de los plazos procesales, registrales y jurisdiccionales operada mediante la
resolución contenida en el acta 002-2020 dictada el 19 del mes de marzo del año 2020 por
el Consejo del Poder Judicial, se han producido en el país innumerables opiniones vertidas
en debates virtuales, artículos y coloquios en twitter.

En nuestro artículo titulado La suspensión de los plazos por el Covid-19: Una fuente de
incidentes, establecíamos que la solución procesal al problema planteado no pasaba por la
resolución citada, sino por invocar el impedimento producido por la suspensión de las
actuaciones de los alguaciles y el cierre de las actividades judiciales, como una causa de
fuerza mayor, cuyo efecto, desde el punto de vista procesal, consiste en la suspensión de los
plazos de caducidad o prescripción e incluso los plazos civiles.

La regulación legislativa y los análisis jurisprudenciales y doctrinales de la fuerza mayor casi


exclusivamente se refieren al ámbito contractual y cuasicontractual. Trataremos en este
trabajo de analizar los efectos de la fuerza mayor en el marco del procedimiento civil, y más
específicamente, su impacto en cuanto a la suspensión de los plazos.

El caso fortuito y la fuerza mayor, estudiados desde el Derecho romano e incluidos en Las
Partidas de Alfonso el Sabio, en el fondo atienden a la máxima de ad impossibilia nemo
tenetur. Y es que no se corresponde con la finalidad de la justicia sancionar a quien ha estado
imposibilitado de cumplir con aquello a lo que estaba obligado. Estaríamos frente a una
injusticia.

Los conceptos de fuerza mayor y caso fortuito no constituyen una construcción tautológica
pese a que son tratados promiscuamente en varios artículos del Código Civil, el cual, como
es sabido, nace de una tradición romano germánica subsumida en los códigos napoleónicos.
No sirve al propósito que nos hemos impuesto, ahondar en la discusión relativa a la
diferencia que existe entre ambos términos, sobre todo porque las nociones de
irresistibilidad, imprevisibilidad o externalidad, que son el centro de la discusión de las
diferencias entre dichas figuras en materia contractual y cuasicontractual, son indiferentes
al concepto de fuerza mayor que se utiliza en materia procesal.

Podría objetarse el uso de la fuerza mayor como causa de suspensión de los plazos, bajo el
argumento de que los artículos 2251 y siguientes del Código Civil no la incluyen dentro de
las causas que suspenden el curso de la prescripción. Es cierto que dichas disposiciones
normativas limitan a situaciones atinentes a las personas, los casos en que se puede
suspender la prescripción; sin embargo, la jurisprudencia ha establecido que por igual
existen causas que producen los mismos efectos, pero vinculadas a acontecimientos ajenos
a atributos personales, tales como la fuerza mayor.

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La Suprema Corte de Justicia no ha dudado, cada vez que ha tenido la oportunidad, en
reconocer que la fuerza mayor es una causa de suspensión de los plazos establecidos en la
ley para llevar a cabo una acción o una actuación procesal. En cuanto a su acreditación,
decidió que la causa de fuerza mayor es un hecho que debe ser probado por quien lo invoca,
y en consecuencia está sometido al control casacional.

Mediante una decisión de corte liberal la Corte de Casación sostuvo que si al momento de
vencer el plazo para el ejercicio de una acción, el titular del derecho “se encontraba en la
imposibilidad de actuar, de demandar en justicia”, por encontrarse en un estado grave de
salud, “existió un caso fortuito, de causa mayor que impidió al recurrente ejercer su obligación”,
por lo que su acción no debe ser declarada prescrita.

Asimismo, nuestro máximo tribunal de justicia decidió que los jueces están en la obligación
de ponderar si el acontecimiento invocado como causa de fuerza mayor constituía una
imposibilidad absoluta para que el trabajador pudiese ejercer su acción. Entiende la
Suprema Corte de Justicia que cuando el titular del derecho conocía que, al momento de
llegar al final el plazo del cual dispone, habría un impedimento para ejercer su acción, pudo
haberla ejercido antes de que prescribiera.

En otra decisión sobre el mismo asunto, que consideramos de antología, la Corte de Casación
le confirió la naturaleza de causa de fuerza mayor, que debe provocar el aplazamiento de la
audiencia de presentación de pruebas en materia de tierras, so pena de vulnerarse el
principio del debido proceso y por tanto el derecho de defensa, al hecho de que el abogado
que asiste a dicha audiencia no sea el titular del expediente y por lo tanto no conozca al
detalle los pormenores del mismo.

La fuerza mayor procesal, como causa de suspensión de los plazos, implica imposibilidad
absoluta de llevar a cabo la actuación, por lo que no bastaría una simple difficultas praestandi.
Además, el juez deberá verificar que el accionante actuó con la diligentia diligentis patris
familia, que lo obliga a poner todo cuanto está a su alcance para cumplir con la obligación
procesal puesta a su cargo.

La imposibilidad debe ser objetiva, fáctica e invencible. Esto así porque la objetividad impide
que se tengan en cuenta circunstancias subjetivas que puedan afectar al actor; el
impedimento debe ser material no jurídico, lo cual no obsta que ciertas situaciones jurídicas
se conviertan en verdaderos obstáculos de hecho; y la invencibilidad conlleva la
demostración de la existencia de una fuerza mayor.

En cuanto al momento en que debe evaluarse la naturaleza de la fuerza mayor en materia


procesal civil, es necesario puntualizar que es en el momento cuando debió llevarse a cabo
la actuación que debe ser analizada la situación en que se encontraba aquel que desea
prevalecerse de la fuerza mayor, y no, como ocurre en materia contractual, donde la
apreciación de la previsibilidad debe analizarse al momento de la suscripción del contrato.

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Desde el mismo momento en que fueron interrumpidas las actividades judiciales, incluyendo
la suspensión de las actuaciones de los alguaciles, lo cual aconteció el día diecinueve de
marzo del 2019 por efecto de la resolución del Consejo del Poder Judicial ya citada, se
produjo una imposibilidad objetiva, fáctica e invencible de ejercer cualquier derecho o
cumplir con obligaciones procesales, por lo que a partir de dicha fecha quedaron
suspendidos por causa de fuerza mayor los plazos procesales y civiles.

La suspensión de los plazos conlleva que no se computen los días durante los cuales existía
la imposibilidad de ejercer la acción. El plazo se pone en pausa para reanudarse cuando cesan
las causas que lo hicieron detenerse, continuando hasta extinguir el período de tiempo que
le restaba. De ahí que es importante tomar en cuenta que, si el plazo suspendido es de
aquellos que se cuentan en meses, como el previsto para el recurso de apelación, el plazo que
resta serán los días que faltaban para completar el mes y no un mes completo.

El efecto de la suspensión de los plazos es dividir el tiempo en tres etapas claramente


diferenciadas. El tiempo transcurrido antes de la suspensión, el cual no se ve afectado por la
suspensión por lo que se computa para la prescripción o caducidad. El tiempo durante el cual
existía la imposibilidad de accionar o realizar las actuaciones procesales, el cual queda
descartado del cómputo. Finalmente, el lapso posterior al momento en que cesaron las
causas de fuerza mayor hasta el fin del plazo previsto para la prescripción o caducidad.

La última etapa del plazo requiere una atención particular en el caso que nos ocupa debido
a que la Resolución contenida en el acta 02-2020 del Consejo del Poder Judicial, manda a que
las labores administrativas y jurisdiccionales del Poder Judicial y por vía de consecuencia los
plazos procesales, registrales y administrativos se reanuden “tres días hábiles después de
haber cesado el estado de emergencia”. Será al vencimiento de este plazo que cesarán las
causas de fuerza mayor y en consecuencia se reanudará el cómputo de plazo de la
prescripción y caducidad.

Es necesario tomar en cuenta que en aplicación del artículo 1033 del Código de
Procedimiento Civil dicho plazo de tres días no es franco. Si culmina un día feriado se
prorrogará hasta el lunes siguiente. Si dentro del plazo coincidiera un sábado y un domingo,
la Suprema Corte de Justicia ha decidido que “el día feriado solo deja de incluirse entre los días
hábiles para la interposición de un recurso si coincide con la culminación del plazo”, mientras
que el Tribunal Constitucional opina en sentido contrario que “no se están tomando en cuenta
los días catorce (14) y quince (15) de julio, en razón de que no son días hábiles por ser sábado
y domingo”.

En conclusión, como ya dijimos en nuestro primer trabajo sobre este tema, no puede sufrir
ninguna sanción quien, por efecto de las actuaciones de la autoridad, que constituyen una
causa de fuerza mayor, no ha podido llevar a cabo las actuaciones necesarias para no verse
privado de un derecho.

La fuerza mayor es un tema pendiente de lege ferenda en nuestro país, con el fin de que se
actualicen los conceptos de fuerza mayor y se positivice su aplicación al ámbito procesal civil.

49
Esta pandemia debe al menos dejarnos la motivación necesaria para realizar las
transformaciones jurídicas que la tragedia ha desnudado.

50
El acuerdo previo de plan de reestructuración contenido en la Ley No. 141-15 y su
utilidad de cara a la crisis

Joel Carlo Román

Aparejado a la crisis sanitaria provocada por la COVID-19, y las medidas sociales tomadas
por el gobierno como consecuencia de ello, existe inherente una gran crisis económica. Esta
gran crisis económica actualmente está relegada a un segundo plano, pero promete ser la
protagonista absoluta una vez se produzca la reactivación nacional.

El monstruo debajo de nuestras camas amenaza la viabilidad de un importante número de


negocios del país. La ausencia de clientes, falta de liquidez, dificultad de acceso a capital y
mercancías, elevadas tasas de interés y alta morosidad de las cuentas por cobrar promete
convertirse en la nueva pandemia. De hecho, tal como el COVID-19 ha tenido sus víctimas
favoritas, se vaticina que esta crisis económica también las tendrá. Así como la crisis sanitaria
se ensañó con un determinado grupo de personas cuyas características ha sido la senectud,
diabetes, problemas respiratorios y de sobrepeso, la crisis económica se cebará en negocios
de servicios, turísticos, importaciones y retail, pertenecientes a la micro y pequeña empresa.

Pero, ante este escenario, ¿Cuál debe ser la reacción de los negocios dominicanos? Un primer
enfoque debería ser determinar con diligencia y exactitud la situación financiera del mismo
y buscar la asesoría adecuada. Solo a partir del diagnóstico preciso se puede diseñar un plan
de actuación teniendo en cuenta cuales son los recursos disponibles y los instrumentos que
ofrece la legislación dominicana. Una respuesta oportuna y adecuada puede significar la
subsistencia de negocio. En algunos casos incluso que los propios dueños del mismo queden
exonerados de cualquier responsabilidad personal. Ciertamente que hay mucho en juego si
no se dan los pasos adecuados.

Y entonces, ¿Qué sucede si la conclusión del análisis financiero es que el negocio no podrá
cumplir regular y puntualmente con las obligaciones asumidas luego de la reactivación? Pues
en ese caso una recomendación válida sería intentar un Acuerdo Previo de Plan de
Reestructuración según el artículo 30 de la Ley No. 141-15 de Reestructuración y
Liquidación de Empresas y Personas Físicas Comerciantes (En lo adelante la “Ley de
Reestructuración”).

Pero no vayamos tan rápido. Primero hay que explicar un poco más sobre la Ley de
Reestructuración, y así conocer mejor de que va eso, ¿No? Pues abundando sobre el tema,
según el artículo primero de la Ley de Reestructuración, su objeto es establecer los
mecanismos y procedimientos destinados a proteger a los acreedores ante la dificultad
financiera de sus deudores, que puedan impedir el cumplimiento de las obligaciones
asumidas por estos, y lograr la continuidad operativa de esas empresas.

Pero, un momento, ¿Según lo dice el propio artículo transcrito, esa ley existe para proteger a
los acreedores ante la dificultad de sus deudores, y yo soy un deudor, como es que la ley

51
ayuda a los deudores en dificultad? Bueno, es cierto que la ley lo dispone tal cual, puesto que
desde siempre, el Estado ha querido regular el procedimiento a través del cual se pueda
pagar a los acreedores de un deudor en problemas de una manera ordenada. De hecho, la
doctrina española ha establecido que: “La finalidad esencial del concurso de acreedores no
es el saneamiento, esto es el restablecimiento del equilibrio financiero patrimonial de las
empresas, sino la satisfacción de los intereses crediticios afectados por la crisis, en el marco
de la continuación de la actividad.” (Memento Concursal, Francis Lefevbre 2018, 803).

No obstante lo anterior, también es cierto, que la Ley de Reestructuración, con disposiciones


tales como la referente al Acuerdo Previo de Plan de Reestructuración, disponen de ciertos
beneficios y protección a los deudores a fin de que puedan tomar la iniciativa y así mantener
sus operaciones y eventualmente retomar el camino de la creación de valor.

Entiendo, pero entonces, ¿Cómo un negocio puede someter un Acuerdo Previo de Plan
conforme a la Ley de Reestructuración? Toda iniciativa tomada conforme a la Ley de
Reestructuración está condicionada para su aceptación, a la concurrencia de los
presupuestos habilitantes de la propia norma. Así las cosas, el artículo 30 de la Ley de
Reestructuración dispone la posibilidad del Acuerdo Previo de Plan de Reestructuración, y
dice que este se produce a iniciativa exclusiva del deudor, ante su imposibilidad de cumplir
regular y puntualmente con las obligaciones asumidas frente a sus acreedores y previo a la
reestructuración como procedimiento judicial y todo lo que eso conlleva.

En ese orden, dice el referido artículo 30 de la Ley que: “en cualquier momento previo al
sometimiento de una solicitud de reestructuración, y siempre y cuando exista una o varias
de las condiciones que fundamentan una solicitud conforme a las disposiciones del Artículos
29 de esta ley, el deudor puede presentar al tribunal un acuerdo previo de plan, el cual
deberá contar con la aceptación de la mayoría de los acreedores conforme establece el
Artículo 18 de esta ley y del representante de la masa de obligacionistas, en caso de que
aplique.”

Por su parte, el Artículo 18 de la Ley, lo que establece es que: “Las decisiones de los
acreedores se toman mediante acuerdos que obtengan al menos el sesenta por ciento (60%)
de los votos de los acreedores registrados o reconocidos, según corresponda, que se
encuentren presentes o debidamente representados. Cada acreedor tendrá derecho a un (1)
voto por cada punto porcentual (1%) o fracción mayor a cero punto cinco porciento (0.5%)
que ostente del total de las acreencias registradas o reconocidas, según corresponda”.

Es decir, el Acuerdo Previo de Plan de Reestructuración es una solución amistosa a iniciativa


exclusiva del deudor, que evita el dispendio, los gastos, la dilación y la incertidumbre que
todo proceso judicial implica, con unos requisitos mínimos entre los cuales se encuentra la
aprobación expresa de al menos acreedores que representen el 60% porcentual de la deuda
registrada.

Por otro lado, el Reglamento de aplicación de la Ley de Reestructuració n amplía el ámbito


temporal de la insolvencia del deudor al incluir la posibilidad de que dicha insolvencia sea
además de actual, inminente. El artículo 43 del Reglamento dice expresamente que: “el
52
Deudor que se encuentre de manera actual o inminente en dificultad financiera que pueda
impedirle el cumplimiento de las obligaciones asumidas… puede presentar al Tribunal un
Acuerdo Previo de Plan…”

Según el artículo 44 del Reglamento, en cuanto a su objeto y forma, el Acuerdo Previo del
Plan deberá versar sobre una reestructuración de los pasivos y/o activos del Deudor o a
reorganizar su actividad empresarial. Podrá acordarse la condonación parcial, y la
modificación de los plazos de exigibilidad de las obligaciones del Deudor.

Dice el artículo 47 del Reglamento que la presentación judicial del Acuerdo Previo de Plan
deberá hacerse ante el Tribunal que tendría competencia para conocer el procedimiento de
reestructuración, y que el mismo deberá dar a conocer los aspectos financieros y de
gobernabilidad del negocio que permitirían, a juicio de las partes, resolver las dificultades o
situaciones que colocan al Deudor en posición real o inminente de reestructuración.

Este tipo de solicitud debe incluir la propuesta de designació n de un conciliador para vigilar
el cumplimiento del plan, para lo cual aplicará n las reglas sobre estos funcionarios previstas
en esta ley y el reglamento de aplicació n. El acreedor que se oponga al indicado acuerdo
podrá presentar su oposición según las causas tasadas por el reglamento de aplicación, ante
el tribunal.

Además, el párrafo III, del artículo 47 del Reglamento, detalla una lista de requisitos formales
que deben acompañar la presentación judicial del Acuerdo Previo de Plan.

De la presentación del Acuerdo Previo de Plan, se derivan las siguientes consecuencias


legales para el deudor: Entrada en aplicación de las disposiciones del Artículo 38 de la ley,
en lo relativo a las condiciones de administración, disposición de activos y bienes y
responsabilidades del deudor solicitante. Es decir, que le queda prohibido, so pena de sujetar
a los administradores a las responsabilidades previstas en la ley, sin perjuicio de las
responsabilidades civiles y penales que correspondan:

I. Modificar los estatutos sociales o del acto constitutivo, para el caso de deudores personas
jurídicas; o realizar fusiones, absorciones o escisiones en perjuicio del patrimonio del
deudor, lo cual además deberá contar con la autorización previa de la Superintendencia de
Valores cuando el deudor sea emisor de valores objeto de oferta pública.

II. Constituir o ejecutar garantías que recaigan sobre sus bienes y derechos.

III. Efectuar compensaciones, pagos, arreglos, desistimientos, embargos, terminaciones


unilaterales o de mutuo acuerdo de procesos en curso o sobre obligaciones contraídas.

IV. Realizar conciliaciones o transacciones de cualquier clase sobre las obligaciones a su


cargo.

V. Celebrar acuerdos con cualquiera de los acreedores fuera de los casos previstos en esta
ley, y,
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VI. Enajenar bienes o derechos que no correspondan a las operaciones ordinarias de la
empresa o el comerciante.

Asimismo, se produce un bloqueo provisional de eventuales solicitudes de reestructuración,


puesto que ni los acreedores, ni el representante de la masa de obligacionistas podrá n
solicitar la reestructuració n del deudor. Esta limitació n tendrá una duració n de treinta (30)
días há biles a partir de la solicitud o hasta el momento en que, antes de finalizar dicho plazo,
el tribunal no acoja la propuesta. Y solamente finalizado este período o rechazada la
propuesta de acuerdo previo de plan, cualquier parte legitimada podrá presentar una
solicitud de reestructuració n en los té rminos previstos en esta ley. (Párrafo I, Art. 30 de la
Ley de Reestructuración).

El plazo para rendir una decisión comienza a correr para el Tribunal puesto que en no más
de veinte (20) días contados a partir del momento del depósito de la solicitud de Acuerdo, el
Tribunal resolverá la admisión preliminar o el rechazo de la solicitud establecida en el
numeral iv) del artículo 47 del Reglamento.

Posteriormente, las consecuencias de la decisión del Tribunal con respecto a si acepta o no


el Plan presentado por el deudor consistirán en:

Aplicabilidad de Medidas Conservatorias: Al admitir la solicitud, el Tribunal podrá


ordenar, de oficio o a petición de parte interesada, la aplicación de las medidas
conservatorias establecidas en el párrafo II, del artículo 51 de la Ley 141-15. A continuación
la disposición íntegra “En caso de que el tribunal lo considere necesario, de oficio o previa
petición de alguna de las partes, puede ordenar las siguientes medidas conservatorias
durante el conocimiento de los recursos:

I. Prohibición de hacer pagos de obligaciones vencidas con anterioridad y posterioridad a la


fecha de la solicitud de Reestructuración.

II. Suspensión de todo procedimiento de ejecución contra los bienes y derechos del deudor.
Esta medida puede ser presentada por ante el tribunal o los tribunales que conozcan de la
ejecución.

III. Prohibición de realizar transferencias de recursos o valores a favor de terceros.

IV. Orden al deudor de no ausentarse del lugar de su domicilio sin dejar, mediante mandato
expreso, un apoderado que exhiba amplios conocimientos de la empresa, y

V. Cualquier otra medida de similar naturaleza destinada a comprobar hechos que


conduzcan a la aclaración de cualquier dato vinculado al caso sometido a su decisión.

Recursos según el Resultado: Según el párrafo II del artículo 48 del Reglamento, el rechazo
de la solicitud abre el recurso de apelación exclusivamente para el deudor y la admisión de
la solicitud es irrecurrible.
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Publicidad de la Decisión Favorable: El párrafo III del artículo 30 de la Ley, refiere a la
publicidad que deben tener los Acuerdos una vez sean aprobados por el tribunal, los cuales
deberán ser notificados a todos los acreedores.

El párrafo III del artículo 48 del Reglamento contempla aún mayor publicidad con la
publicación en la página electrónica del Poder Judicial y en la Cámara de Comercio y
Producción que corresponda.

Fuerza Legal: La decisión que apruebe el Plan tendrá n el mismo efecto que la ley le otorga
a los planes de Reestructuració n, incluyendo las prerrogativas de las partes durante el
mismo y los efectos derivados de su violació n o incumplimiento.

El artículo 54 de la Ley de Reestructuración dice que hasta tanto se apruebe el plan de


reestructuració n, termine el procedimiento de conciliació n y negociació n o se convierta en
liquidació n judicial, la solicitud de reestructuració n produce, con las excepciones previstas
en esta ley, la suspensió n de las actuaciones siguientes:

I. Todas las acciones judiciales, administrativas o arbitrales de contenido patrimonial


ejercidas contra el deudor. De lo anterior, se excluyen aquellos procesos donde exista una
sentencia de adjudicació n, siempre y cuando a la misma no le apliquen los criterios de
nulidad de transacciones previstos en los artículos 98 y siguientes de esta ley, las acciones
legales que versen sobre contratos sobre valores objeto de oferta pú blica originados con
anterioridad a la solicitud pero con fecha de liquidació n posterior a esta;

II. Cualquier vía de ejecució n, desalojo o embargo de parte de los acreedores sobre los bienes
muebles e inmuebles del deudor.

III. La realizació n por parte del deudor de actos de disposició n de bienes de la empresa,
exceptuando aquellos permitidos por esta ley.

IV. El có mputo de intereses convencionales, judiciales, así como los efectos de cualquier
clá usula penal, disposició n extensible a los fiadores y co-deudores por el monto de los
intereses aplicables al cré dito del que se trate.

V. Los pagos por parte del deudor de toda acreencia contraída con anterioridad a la fecha de
la solicitud, incluyendo las obligaciones de pago generadas por emisiones de valores objeto
de oferta pú blica, y,

VI. Los procedimientos de ejecució n de cré ditos fiscales.

Un asunto muy interesante para aquellos deudores con obligaciones en monedas extranjeras
es que el artículo 134 de la Ley dispone que el plan de reestructuración puede decidir en
determinados supuestos si mantener o no los créditos en la moneda en los cuales fueron
originalmente pactados.

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En palabras del artículo 139 de la Ley, la decisión provocará la novació n de las obligaciones
del deudor y los acreedores en lo concerniente a lo aprobado en el plan. Y su aplicabilidad a
aquellos acreedores que no prestaron la conformidad, excepto que los mismos sean, ademá s
de disidentes, privilegiados.

Finalmente, la resolución favorable provocará la entrada en operación del conciliador y el


despliegue de todas las potestades de vigilancia y control que le conceden el artículo 141 de
la ley, sobre el deudor.

En conclusión, que resulta favorable para cualquier deudor someter un Acuerdo Previo de
Plan de Reestructuración puesto que ello da cuenta de su deseo manifiesto de cumplir con
sus obligaciones financieras y desarrollar de forma sostenible su actividad empresarial o
comercial ante una situación tan poco auspiciosa como la actual. El deudor se muestra como
un hombre de negocios responsable, transparente, diligente, leal y que actúa de buena fe.
Que no rehúye a sus responsabilidades, aunque las condiciones sean adversas.
Definitivamente un primer paso adecuado para aquellos negocios a los cuales se le avecinan
días difíciles.

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El pago de la bonificación en medio de la pandemia ¡Otra pandemia!

Joel Carlo Román

En su columna “Consultorio Laboral” que publica en el periódico Hoy, el muy admirado


laboralista, Carlos Hernández Contreras abordó el pasado 21 de abril , el debatido tema del
pago de la bonificación a los trabajadores para aquellas empresas cuyo año fiscal haya
finalizado el pasado 31 de diciembre, y que por ello estaban en la obligación de presentar el
IR-2 a más tardar el 31 de marzo, pero que como consecuencia de las medidas estatales dicha
presentación ha quedado postergada para que sea hecho hasta el 30 de abril.

Considera el Dr. Hernández Contreras que: “En ese estado de cosas, a nuestro entender, el
pago de la participación en las utilidades de la empresa (llamada comúnmente
“Bonificación”) queda también postergado por el mismo período de tiempo, pues una cosa
depende de la otra.”

Asimismo, argumenta que: “Siguiendo la lógica de ese razonamiento, no se le puede exigir a


un empleador que reparta utilidades, cuando la determinación de las dichas utilidades
todavía no se ha fijado, debido a que las propias autoridades competentes (la DGII)
postergaron por un mes la presentación del IR-2”. Por ello que finalmente sentencia que: “A
partir de todo esto, a mi entender, el plazo para pagar la Bonificación queda postergado para
que sea del 1º al 31 de mayo 2020, en vez del 1º al 30 de abril.”

El autor reconoce muy atinadamente la existencia de opiniones disidentes entre contadores


y abogados, en el entendido de que una cosa no depende de la otra, y que la bonificación
pudiera considerarse exigible con independencia del IR-2, sobre la base de las siguientes
consideraciones:

- El artículo 223 del Código de Trabajo (En lo adelante el CT) dispone una obligación de pago
a todos los trabajadores por tiempo indefinido condicionada únicamente a la obtención por
parte de la empresa de las utilidades o beneficios netos anuales, y sin mención alguna de la
presentación de la declaración a la DGII como requisito o condición.

- Una vez verificada la condición de obtención de utilidades, entonces dicha obligación


condicionada se convierte en una obligación a plazo, siendo el conocimiento o constancia o
no de ello de parte del trabajador totalmente irrelevante, y se dispone que el pago al
trabajador de la obligación será efectuado por las empresas a más tardar entre los noventa
y los ciento veinte días después del cierre de cada ejercicio económica (Art. 224 del CT).

- Únicamente para fines probatorios es que el artículo 225 del CT se auxilia de la declaración
ante la Dirección General del Impuesto sobre la Renta (hoy DGII), como mecanismo para
decidir objetivamente para el caso de discrepancia entre las partes sobre el importe de la
participación.

57
No obstante, en la práctica, en lo atinente al pago o no de participación de los beneficios de
la empresa la prueba por excelencia lo ha sido siempre la declaración jurada ante la DGII, y
en ausencia de dicha presentación previo al plazo legal, al trabajador se le dificulta
inmensamente ganar ese pleito. Eso es una gran realidad.

¿Pero qué pasa si esa prueba de los beneficios llegara a conocimiento del trabajador por otra
vía y ya ha vencido el plazo del artículo 224 del CT? ¿En ese caso pudiera reclamarse
válidamente el no pago dentro del plazo de ley a pesar de la prórroga dispuesta? Debemos
recordar que en materia laboral existe libertad de prueba, por lo que ante la prórroga de la
declaración ante la DGII, el trabajador que desee reclamar, sustentaría su reclamo sobre la
base de cualquier medio de prueba que tenga a su disposición.

Para graficar esto, pongamos el ejemplo de un gerente de ventas que viene recibiendo
bonificación años tras años por los últimos 6 años por su excelente desempeño. Este último
año 2019 las ventas de la empresa han sido mejor que en todos los años previos, y en enero
pasado recibió una carta de felicitaciones de parte del presidente de la empresa en la cual le
informaron que la bonificación correspondiente al año 2019 será entregada conforme a lo
dispuesto por el Código Laboral. ¿Si llegada la fecha que establece el Código no recibe nada,
ganaría el caso con esas pruebas?

Un caso interesante sería el de un empleado que a su vez es socio de una S. R. L. En este caso,
este ha debido enterarse al menos el día 15 de marzo si ha habido tales beneficios pues la ley
de Sociedades Comerciales y Empresas Individuales de Responsabilidad Limitada dice en su
Artículo 110 que: “El informe de gestió n anual y los estados financieros auditados, será n
sometidos a la aprobació n de los socios reunidos en asamblea en el plazo de tres (3) meses
contado a partir de la clausura del ejercicio social”, y el párrafo de dicho artículo dice que:
“estos documentos será n comunicados a los socios y puestos a su disposició n en el domicilio
social durante los quince (15) días que precedan a la asamblea.” Si este ha sido el caso,
entonces, ¿sería válido el reclamo en caso de no pago?

Otro caso de laboratorio es el de los empleados del área legal y financiera que han trabajado
en la transformación o en la fusión de la empresa al filo del año fiscal y por ello han tenido
acceso al balance especial que preparó el auditor de la empresa para que forme parte del
expediente que debe depositarse en el Registro Mercantil y la Dirección General de
Impuestos Internos (DGII). Allí figuran los datos de las utilidades y obviamente son
empleados que dominan el tema. ¿Qué hacer?

Finalmente, un supuesto adicional podría ser el de los empleados del área de contabilidad
que han gestionado y tramitado el pago al propietario de un dividendo activo a cuenta, es
decir, un adelanto del pago de dividendo con cargo a beneficios con respecto al ejercicio del
2019 que aunque no ha cerrado, el propietario sabe que obtendrá en función del análisis
financiero que ha realizado y el control sobre la administración que tiene. ¿Debería el
empleado ignorar que eso ocurrió alguna vez?

La parte final del artículo 224 del CT complica mucho más la tesis objeto del presente trabajo
puesto que la misma dispone que: “la participació n de que trata el presente Título goza de
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los mismos privilegios, garantías y exenciones que el salario”, con todas las consideraciones
constitucionales y legales que ello implica.

También resulta útil recordar que en todo caso, prevalecerá la norma más favorable al
trabajador en caso de concurrencia de varias normas legales o convencionales. En el caso
que nos ocupa significaría que el trabajador reciba los fondos cuando lo dicta el CT y no
después.

En definitiva, que indudablemente de darse cualquiera de lo supuestos descritos y ante la


presentación de la prueba correspondiente, el Juez pudiera, en aplicación estricta del CT,
acoger el reclamo hecho por el trabajador del no pago de la participación de los beneficios
de la empresa en el plazo legal y condenar al empleador por su falta.

Pero independientemente de esto, no hay duda de que sería radicalmente contrario a los
códigos de ética empresarial y buenas prácticas más elementales, el hecho de ocultar la
obtención de beneficios anuales a los empleados, bajo la débil excusa de la falta de
presentación del IR-2 a la DGII en el plazo preestablecido. La transparencia es un camino de
doble vía.

Finalmente, coincido en plenitud con el Dr. Hernández Contreras en que hay que ponderar
la realidad que estamos viviendo: exigirle pagar bonificación a empresas que están cerradas
y sin saber cuándo reabrirán, no es lo más sensato. Sería, ciertamente, en mi opinión, y lo que
precisamente he recogido en el título de este trabajo: ¡Una pandemia dentro de otra! Pero
los problemas no se abordan y resuelven fingiendo que no existen. El estado pudo ofrecer
una respuesta y no lo hizo. Por ello que en caso de imposibilidad de pago de la bonificación,
la sugerencia sería la de intentar la resolución de esta situación con las mismas herramientas
que el empresario está acostumbrado a utilizar para sortear las diferentes crisis que le
aquejan. Al fin y al cabo cuando el avestruz entierra la cabeza no se torna invulnerable a los
peligros que le acechan.

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Grabaciones Audiovisuales v.s. Derecho a la Intimidad: Caso Policía Nacional durante
Toque de Queda

Alan Solano Tolentino

I. Introducción General

En la República Dominicana, a partir de la declaratoria de estado de emergencia como


consecuencia de la pandemia del Covid-19 mediante el Decreto No. 134-20 de 19 de marzo
de 2020, fue autorizada la disposición posterior de medidas restrictivas a la libertad de
tránsito, asociación y reunión, en virtud de lo establecido en el artículo 266, numeral 6, letras
h y j de la Constitución Dominicana (en lo adelante, CD).

Debido a esto, a partir del Decreto No. 135-20, de 20 de marzo de 2020 y otros posteriores,
fue establecido un toque de queda en todo el territorio nacional, que prohibió el tránsito y
circulación de personas, en un primer momento de 8:00 p.m. a 6:00 a.m. y luego de 5:00 p.m.
a 6:00 a.m.

Desde entonces, los miembros de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas, han tenido
un rol protagónico en el cumplimiento del toque de queda nacional, a los fines de prevenir la
propagación de la pandemia del Covid-19.

A pesar de que valoramos como positivo en sentido general el trabajo realizado hasta el
momento por la Policía Nacional, nos hemos percatado de que agentes de este cuerpo
armado, han incurrido en violaciones constantes al derecho fundamental a la intimidad, el
cual por igual se encuentra compuesto por el derecho al honor, al buen nombre y a la propia
imagen.

Lo anterior lo aseveramos, debido a que los indicados agentes del orden, han recurrido al
uso de grabaciones audiovisuales a través de teléfonos móviles, con el objetivo de probar –
entendemos– que sus actuaciones se encuentran acorde a la CD y las leyes.

En lo adelante, trataremos sobre el derecho fundamental a la intimidad, el derecho a la


prueba y el choque de estos derechos fundamentales, desde el enfoque de las situaciones de
hecho indicadas en los párrafos anteriores.

II. El Derecho a la Intimidad y el Honor Personal

Este derecho fundamental se encuentra consagrado en el artículo 44 de la CD. El derecho a


la intimidad abarca no solo lo relativo a lo personal, a lo íntimo, sino que también se extiende
a la esfera familiar y el domicilio como lugar de espacio propio y privado.

El derecho fundamental a la intimidad, tiene como base –al igual que los demás derechos
fundamentales– el derecho a la dignidad humana, el cual ha sido considerado por el Tribunal

60
Constitucional Dominicano (en lo adelante, TC), como “…el derecho que tiene cada ser
humano de ser respetado y valorado como ser individual y social con sus características y
condiciones particulares.”

Pero además, este derecho fundamental se encuentra compuesto –como ya indicamos–, por
el derecho al honor, al buen nombre y a la propia imagen.

En ese sentido, ha sido considerado que el derecho al honor “…confiere a su titular el derecho
a ser tratado con dignidad e integridad ante él mismo y ante las demás personas.” A su vez, el
derecho al buen nombre se enmarca como un “…valor intrínseco a la persona el cual se
construye por el merecimiento de la aceptación social, de que una persona se desempeña dentro
de una conducta de aceptación general en la sociedad.”

Por su parte, el derecho a la imagen implica “…la facultad de cada persona de decidir el respeto
al empleo de su imagen, es la facultad de oponerse a que otra persona utilice dicha imagen con
o sin fines de lucro sin conocimiento previo.”

La delimitación conceptual de estos derechos es de particular interés, puesto que de esta


manera podremos determinar con mayor claridad, cuando una grabación audiovisual viola
o no el derecho a la intimidad.

III. El Derecho a la Prueba

El derecho a la prueba como derecho fundamental, se encuentra implícitamente consagrado


en lo establecido en los artículos 68 y 69 de la CD, relativos a las garantías de los derechos
fundamentales, la tutela judicial efectiva y el debido proceso.

Respecto a este derecho, ha sido considerado que: “El contenido esencial del derecho a la
prueba es la posibilidad que tiene la persona de utilizar todos los medios posibles en aras de
convencer al juez sobre la verdad del interés material perseguido.”

El alcance de este derecho fundamental se extiende a la proposición, práctica y valoración de


la prueba. Por igual, se ha dicho que los límites del derecho a la prueba son la pertinencia,
utilidad y licitud.

En adición a lo anteriormente indicado, es importante agregar que no obstante una prueba


sea pertinente, útil y lícita en determinado proceso judicial, otro límite a este derecho
fundamental se da, cuando choca frontalmente con un derecho fundamental de la parte
adversa.

Precisamente esto sucede cuando una grabación audiovisual como elemento probatorio en
un determinado proceso judicial, choca con el derecho a la intimidad de la contraparte.

IV. Grabaciones Audiovisuales y su Admisibilidad Probatoria

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A. Choque entre Derechos Fundamentales: Derecho a la Prueba vs. Derecho a la
Intimidad

Cuando se presentan choques entre derechos fundamentales, la solución más socorrida ha


sido recurrir el principio de proporcionalidad para cada caso concreto, el cual se aplica a
través del test de proporcionalidad. Este se encuentra consagrado en el artículo 74.4 de la
CD.

El Principio de Proporcionalidad estructuralmente se divide en tres subprincipios: (1) de


idoneidad: (2) de necesidad; y (3) de proporcionalidad en sentido estricto.

El subprincipio de idoneidad evalúa que la medida que se pretende aplicar: (1) persiga un
fin constitucionalmente legítimo; y (2) que sea la adecuada para la consecución de ese fin.

Por otra parte, de acuerdo al subprincipio de necesidad, toda medida de intervención en los
derechos fundamentales, debe ser la más benigna con el derecho fundamental intervenido,
entre todas aquellas que revisten por lo menos la misma idoneidad para alcanzar el objetivo
pretendido.

En consecuencia, la medida debe ser estrictamente indispensable para el fin que se persigue,
debido a que: (1) es la menos gravosa para el derecho afectado, entre diversas medidas
igualmente idóneas; o (2) no existen opciones para satisfacer el fin pretendido o las
disponibles afectan el derecho intervenido de manera más gravosa.

Con relación al subprincipio de proporcionalidad en sentido estricto, este persigue la


optimización, maximización y armonización de los derechos fundamentales en pugna, siendo
su objetivo principal la búsqueda de una solución intermedia que no afecte los principios
colisionados. Sobre este aspecto, el TC ha establecido que en la eventualidad de que no sea
posible la armonización de los derechos colisionados, debe prevalecer el derecho más afín a
la dignidad humana.

Es por esto que, en cada caso concreto que se presente un choque entre el derecho a la prueba
y el derecho a la intimidad en un proceso jurisdiccional –como por ejemplo, la grabación
audiovisual efectuada por un agente policial vs. el derecho a la intimidad de un ciudadano–,
es indispensable recurrir al test de proporcionalidad, para determinar si es posible la
armonización de los derechos en conflicto, o si deberá darse preeminencia a un derecho
sobre otro.

B. Grabaciones audiovisuales en lugares públicos

Actualmente en la República Dominicana, no existe una ley que proteja el derecho a la


intimidad y al honor de las grabaciones audiovisuales realizadas por los ciudadanos desde
sus teléfonos móviles a otras personas en lugares públicos.

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Sin embargo, existen 2 legislaciones que regulan el uso de grabaciones audiovisuales en
lugares públicos, cuyo contenido nos ayudara a entender, el tratamiento que debe dársele al
material audiovisual captando. Estas son la Ley No. 102-13 que regula la instalación y
utilización de cámaras de video y sonidos para seguridad en espacios públicos (en lo
adelante, Ley No. 102-13); y la Ley No. 192-19 sobre protección de la imagen, honor e
intimidad familiar vinculados a personas fallecidas y accidentadas (en lo adelante, Ley No.
192-19).

En cuanto a la Ley 102-13, su finalidad es “…proteger y garantizar los derechos humanos, la


seguridad ciudadana, los bienes públicos, así como prevenir los actos delictivos.”

Esta ley en su artículo 12, establece sanciones de 3 a 5 años de prisión y multas de 4 a 8


salarios mínimos del sector público a todo aquel que use, copie o ceda las imágenes y sonidos
grabadas, para fines distintos de los previstos en la misma ley. Además, impone sanciones de
2 meses a 3 años de prisión y multas de 2 a 4 salarios mínimos del sector público, por la
comisión de los hechos siguientes: (1) permitir el acceso de personas no autorizadas a
las imágenes y sonidos grabados; y (2) utilizar las cámaras de seguridad para fines distintos
de los previstos en la indicada ley.

La referida legislación es aún más severa, cuando las violaciones indicadas en el párrafo
anterior, son cometidas por una autoridad pública llamada a investigar la comisión de los
hechos, puesto que la sanciona con penas de 5 a 10 años de prisión y multas de 8 a 10 salarios
mínimos del sector público.

Con relación a Ley No. 192-19, su objeto es (1) la protección integral a la imagen, honor e
intimidad familiar vinculados a personas fallecidas; y (2) establecer los mecanismos de
protección del derecho a la intimidad y la propia imagen de las personas accidentadas.

Parte de los derechos protegidos por la indicada legislación, es el derecho a la intimidad y la


propia imagen de la persona accidentada, cuando –por ejemplo– sin su autorización han sido
divulgadas grabaciones audiovisuales por cualquier medio de comunicación, e igualmente,
el honor y la imagen del fallecido y la intimidad familiar, como consecuencia de la divulgación
de la imagen de la persona fallecida sin autorización.

Como podemos comprobar, estas leyes persiguen en esencia –respecto al tema que estamos
abordando– prohibir y sancionar el uso y difusión de imágenes captadas en lugares públicos
sin autorización. Aquí nos referimos, a un uso distinto al cual motivó la captación de las
imágenes, el cual en el caso de la Ley 102-13, es prevenir o probar un acto delictivo.

Visto lo anterior, es evidente que un agente de la Policía Nacional puede con su teléfono
móvil, grabar –por ejemplo– la detención por parte de otros agentes de un ciudadano en un
lugar público, con el objetivo de probar que esta actuación está siendo realizada acorde con
la Constitución y las leyes. Sin embargo, esa grabación audiovisual no debe ser difundida
masivamente como usualmente vemos en las redes sociales, sin la autorización de la persona
grabada, puesto que esto atenta contra el derecho a su imagen.

63
En una oportunidad, en ocasión de un proceso laboral, nuestra Suprema Corte de Justicia
consideró admisibles las imágenes grabadas a unos trabajadores en lugares públicos –los
cuales estaban realizando actividades laborales–, al considerar que estas grabaciones no
violentan el derecho fundamental a la intimidad. Ciertamente, esta prueba no violenta el
derecho a la intimidad, sin embargo, esas grabaciones no deben ser difundidas –por
ejemplo– en las redes sociales sin autorización, puesto que en ese caso, atentaría contra el
derecho a la imagen de las personas grabadas.

C. Grabaciones audiovisuales en lugares privados

En cuanto a las grabaciones audiovisuales de una persona a otra sin su autorización en un


lugar privado, esta se encuentra expresamente prohibida por la ley.

El artículo 337 del Código Penal Dominicano castiga con prisión de seis meses a un año y
multa de veinticinco mil a cincuenta mil pesos, a todo aquel que perpetre los siguientes
hechos: (1) capten, graben o transmitan, sin el consentimiento de su autor, palabras
pronunciadas de manera privada o confidencial; y (2) capten, graben o transmitan, sin su
consentimiento, la imagen de una persona que se encuentra en un lugar privado.

A su vez, el párrafo de referido artículo, sanciona con la misma pena la conservación y la


comunicación al público o a un tercero, de las imágenes y audios grabados.

Es por esto que, si un agente policial a través de su teléfono móvil graba –por ejemplo– la
detención de un ciudadano en un lugar privado, esta grabación audiovisual debe ser
considerada como una prueba ilegal, y por lo tanto, debe ser excluida de cualquier proceso
jurisdiccional en el cual dicho agente pretenda utilizarlo como prueba para justificar, que su
actuación fue efectuada de acuerdo a la CD y las leyes.

V. Consideraciones Finales

Desde el inicio del toque de queda nacional establecido como consecuencia del estado de
emergencia nacional, hemos visto a través de las redes sociales a los agentes policiales
grabando videos audiovisuales a los fines de demostrar, que su actuación policial ha sido
proporcional a las circunstancias.

No obstante, estas grabaciones como hemos podido observar, son pruebas ilegales si son
captadas en lugares privados. Pero, lo anterior es distinto si son captadas en lugares públicos,
ya que pueden ser utilizadas para demostrar que esa actuación estuvo en consonancia con
la CD y las leyes.

Entendemos, que la parte más sensible de este tema –desde nuestro punto de vista–, es la
difusión masiva por redes sociales de estas grabaciones audiovisuales, sin la autorización de
las personas que son grabadas, debido a que esta acción viola el derecho a la imagen de estas,
ya sean videos captados en lugares públicos o privados.

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Reiteramos, que valoramos como positivas en sentido general, las actuaciones de la Policía
Nacional durante este estado de emergencia, en aras de detener la propagación del contagio
del Covid-19.

Sin embargo, consideramos que esta práctica de difundir grabaciones sin autorización por
redes sociales de personas que, en muchos casos, inclusivo se encuentran en lugares
privados debe evitarse, a los fines de salvaguardar el derecho a la intimidad, buen nombre e
imagen de los ciudadanos.

Finalmente, es importante resaltar, que como consecuencia del presente estado de


emergencia, solo el derecho a la libertad de tránsito, asociación y reunión se encuentran
limitados, manteniéndose vigente en toda su extensión el cumplimento de la leyes. De
manera enfática, el artículo 15 de la Ley Orgánica No. 21-18 sobre regulación de los Estados
de Excepción, establece que: “…Los estados de excepción no eximen del cumplimiento de la ley
y de sus responsabilidades a las autoridades y demás servidores del Estado, quienes podrán
comprometer su responsabilidad política, civil, administrativa y penal, de acuerdo con la falta
cometida.”.

65
Prórroga del estado de excepción

Juan N.E. Vizcaino Canario

Los estados de excepción son situaciones extraordinarias que afectan gravemente la


seguridad de la Nación, de las instituciones y de las personas frente a las cuales resultan
insuficientes las facultades ordinarias.[1] Este tipo de regulaciones se adoptan porque se
pueden presentar determinadas circunstancias que ponen en riesgo el orden político, social
y económico existente. De esta forma los ordenamientos modernos prevén una serie de
mecanismos jurídicos tendentes a minimizar los efectos de tales estados y a buscar el
retorno, lo antes posible, a la normalidad.[2]

La reforma integral de la Constitución de la República proclamada el 26 de enero de


2010[3] trajo consigo el establecimiento de tres modalidades de estados de excepción, a
saber: Estado de Defensa[4], Estado de Conmoción Interior[5] y Estado de Emergencia[6]; este
último es en el que actualmente nos encontramos tras haberlo declarado el Poder Ejecutivo
mediante Decreto núm. 134-20 de 19 de marzo de 2020.[7] Asimismo, destacamos que por
medio de la Ley núm. 21-18 el legislador reguló tales estados y estableció controles al
ejercicio de las facultades extraordinarias que se otorgan a las autoridades con el objetivo de
garantizar la protección de los derechos fundamentales de las personas bajo su jurisdicción.

En el presente escrito no pretendemos abordar las particularidades o características de los


estados de excepción, mucho menos lo relativo a las facultades del Poder Ejecutivo, sino
concentrarnos en una cuestión que ha generado discusión; nos referimos a las prorrogas de
dichos estados y a la interpretación que desde nuestro punto de vista debe formularse del
artículo 28 de la aludida Ley 21-18, el cual dispone lo siguiente:

Artículo 28.- Prórroga. En caso de que persistan las causas que dieron lugar a la declaratoria
del estado de excepción, el Poder Ejecutivo podrá solicitar al Congreso Nacional, cuantas veces
sea necesario, la prórroga del estado de excepción, con cinco días de antelación a la finalización
del período originalmente establecido.

Párrafo I.- La prórroga concedida no podrá exceder del tiempo ya autorizado para cada estado
de excepción de que se trate.

Párrafo II.- La solicitud de prórroga contendrá las justificaciones necesarias que expliquen la
necesidad de extender la duración del estado de excepción correspondiente.

Párrafo III.- El procedimiento para conocer de la solicitud de prórroga es el mismo establecido


para conocer de la declaratoria de estado de excepción.

Conceptualmente, la palabra prorrogar hace referencia a continuar, dilatar o extender algo


por un tiempo determinado.[8] Es decir, que se prolonga por un periodo especifico aquello
que originalmente tiene un tiempo para su agotamiento. En el caso de los estados de

66
excepción cuando se habla de prórroga debe entenderse que la pretensión es que se
extiendan por más tiempo las condiciones del estado originalmente declarado y no del
establecimiento de un nuevo estado de excepción. De manera que cada vez que el Poder
Ejecutivo solicita al Congreso Nacional prorrogar el estado de excepción lo hace sobre la base
de la autorización que en primer término le fue concedida.

En el caso actual de la República Dominicana, la situación es la que sigue:

1. El Congreso Nacional autorizó al Poder Ejecutivo a declarar el estado de excepción por


emergencia por un periodo no mayor de 25 días debido a la situación del COVID-19.

2. Luego, el Poder Ejecutivo previo al vencimiento del referido estado de excepción,


justificado en el crecimiento y evolución de la situación sanitaria, procedió a solicitar al
Poder Legislativo una prórroga del estado de excepción por el mismo lapso de 25 días. Sin
embargo, dicha solicitud fue autorizada pero no por el tiempo solicitado, sino por 17 días.

3. Posteriormente, en el plazo correspondiente el Poder Ejecutivo ante la persistencia de las


causas que dieron origen al estado de excepción, promovió una nueva petición de prórroga
por un periodo de 25 días. Pero, fue aprobado por 17 días.

En el transcurso de este último escenario se presentó la disyuntiva consistente en que, por


una parte, se sostenía que esta segunda prorroga debía ser aprobada por 17 días, mientras
que por otra parte se argumentaba que debía ser por 25 días. Los que alegaban los 17 días
consideraban que a la luz del artículo 28.1 de la referida Ley núm. 21.18 no se podía otorgar
más días porque fue el tope que se dispuso en la primera prórroga. Postura que a nuestro
entender es incorrecta, pues cuando se habla de prorrogar un estado de excepción lo que se
debe tomar en consideración es la autorización que originalmente fue concedida para el
establecimiento del estado de excepción y no lo que se haya establecido en sus prórrogas.

Sostenemos esto porque el artículo 28.1 de la referida Ley 21.18 señala que la prórroga
concedida no podrá exceder del tiempo ya autorizado para cada estado de excepción de que se
trate. Esto afirmación ―específica y clara por demás del legislador―, nos permite interpretar
que su contenido se refiere a una pretensión para prorrogar el estado de excepción no una
prórroga de la prórroga como se ha querido entender, pues en nuestro ordenamiento
jurídico no existe esta figura consistente en prorrogar la prórroga, sino que el legislador pura
y simplemente solo estableció la prórroga del estado de excepción. Lo que equivale a decir
que el Poder Ejecutivo puede solicitar al Congreso Nacional cuantas veces sea necesario la
prórroga por el tiempo que originalmente fue autorizado siempre que persistan las
situaciones que dieron lugar a su declaratoria. Solicitud que no puede ser considerada como
el requerimiento de un nuevo estado de excepción.
[1] Artículo 262 de la Constitución
[2] Hernández Valle, Ruben. Derechos fundamentales y jurisdicción constitucional. Primera edición, marzo 2006. Lima, Peru.
Jurista Editores E.I.R.L, p. 63.
[3] Modificada el 13 de junio de 2015
[4] En caso de que la soberanía nacional o la integridad territorial se vean en peligro grave e inminente por agresiones

armadas externas, el Poder Ejecutivo, sin perjuicio de las facultades inherentes a su cargo, podrá solicitar al Congreso
Nacional la declaratoria del Estado de Defensa (Artículo 263 de la Constitución).

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[5] El Estado de Conmoción Interior podrá declararse en todo o parte del territorio nacional, en caso de grave perturbación
del orden público que atente de manera inminente contra la estabilidad institucional, la seguridad del Estado o la
convivencia ciudadana, y que no pueda ser conjurada mediante el uso de las atribuciones ordinarias de las autoridades
(Artículo 264 de la Constitución).
[6] El Estado de Emergencia podrá declararse cuando ocurran hechos distintos a los previstos en los artículos 263 y 264 que

perturben o amenacen perturbar en forma grave e inminente el orden económico, social, medioambiental del país, o que
constituyan calamidad pública (Artículo 265 de la Constitución).
[7] https://presidencia.gob.do/sites/default/files/2020-03/Decreto%20134-20.pdf
[8] https://dle.rae.es/prorrogar

68
Acción constitucional de amparo en tiempos de COVID-19: necesidad de
reevaluar "la existencia de otra vía judicial" en los casos de los funcionarios
públicos de la Administración Local

Rey Fernández Liranzo

La República Dominicana se encuentra en un momento crucial en su historia reciente, un


estado de emergencia a causa de una pandemia que ha traído incertidumbre, ansiedad y
depresión en todo el mundo, el CoVid-19. En procura de proteger a los usuarios del sistema
de justicia, el Consejo del Poder Judicial decidió la suspensión de los plazos procesales y de
las labores jurisdiccionales y administrativas, autorizando mediante Acta No. 002-2020, d/f
19/3/2020, el funcionamiento de las Oficinas de Atención Permanente en todo territorio
nacional, habilitando excepcionalmente, la posibilidad de que estas conozcan de las acciones
tendentes a la protección de derechos fundamentales, como al efecto es la acción
constitucional de amparo.

Toda persona, sea esta física o moral, tiene el derecho a reclamar la protección y restitución
inmediata de sus derechos fundamentales frente a los particulares o el Estado, dicha
protección debe ser cónsona con el respeto a la dignidad humana, en el marco de un proceso
donde ambas partes tengan una tutela judicial efectiva por los Tribunales del orden Judicial,
tal como se dispone al respecto en el Artículo 8 de nuestra Constitución cuando indica que: El
Estado se fundamenta en el respeto a la dignidad de la persona y se organiza para la protección
real y efectiva de los derechos fundamentales que le son inherentes. La dignidad del ser humano
es sagrada, innata e inviolable; su respeto y protección constituyen una responsabilidad
esencial de los poderes públicos.

De manera que la acción constitucional de Amparo, es la garantía que opera como


mecanismo de protección de derechos contenidos en la Constitución, tanto dentro como
fuera de la situación excepcional del estado de excepción. Siendo prudente precisar que
dicha acción procede únicamente cuando existe una vulneración – o una amenaza de
conculcación- de derechos constitucionales o cuando se pretenda el amparo directo de un
derecho reconocido en los tratados internacionales de derechos humanos, siempre que no
estén amparados por otras acciones constitucionales, dicho en palabras de nuestro Tribunal
Constitucional: toda persona que advierta que sus derechos fundamentales están lesionados o
amenazados, tiene en la vía de amparo su más oportuno aliado, y cuando ejercita esta vía ha
de encontrar la protección inmediata. De ahí que, al prescindir el amparo de formalidades y su
procedimiento ser preferente, deviene como la alternativa más efectiva, pero dicha alternativa
siempre está disponible cuando hayan reales violaciones a derechos fundamentales[1].

Ahora bien, la acción de amparo no es una acción absoluta, se encuentra correctamente


condicionada a los requisitos de admisibilidad fijados por el articulo 70 de la Ley No. 137-
11, Orgánica del Tribunal Constitucional y de los Procedimientos Constitucionales (LOTC),
el cual establece que: El juez apoderado de la acción de amparo, luego de instruido el proceso,
podrá dictar sentencia declarando inadmisible la acción, sin pronunciarse sobre el fondo, en los

69
siguientes casos: 1) Cuando existan otras vías judiciales que permitan de manera efectiva
obtener la protección del derecho fundamental invocado; 2) Cuando la reclamación no hubiese
sido presentada dentro de los sesenta días que sigan a la fecha en que el agraviado ha tenido
conocimiento del acto u omisión que le ha conculcado un derecho fundamental; 3) Cuando la
petición de amparo resulte notoriamente improcedente. A los fines del presente abordaje nos
centraremos en el numeral 1, comúnmente denominado “la existencia de otra vía”.

Las actuaciones escritas -cartas o telegramas por lo regular- que tienen como objeto
modificar el estado de un funcionario público -suspender sin disfrute de sueldo o
desvincularlo- son en esencia actos administrativos, y por tanto pueden ser sometidos al
control de legalidad por ante la jurisdicción contencioso administrativa municipal mediante
un recurso contencioso administrativo[2], lo que ha traído como resultado que nuestro
Tribunal Constitucional, fijara el criterio de que la acción constitucional de amparo no
procede cuando se pretende la reintegración al servicio publico de un servidor municipal ni
cuanto se cuestione, con vicios de ilegalidad, una resolución dictada en el cumplimiento de
una función administrativa[3], sin embargo, en ocasión del dictado de los indicados
precedentes, las circunstancias de hecho eran totalmente distintas a lo que estamos viviendo
en la actualidad, en razón de que existe una imposibilidad de acceso a la jurisdicción
contencioso administrativa municipal como consecuencia de la suspensión de labores
jurisdiccionales.

De manera que esto nos hace replantearnos los limites al alcance de las atribuciones del Juez
de Amparo, especialmente cuando “la existencia de otras vías judiciales que permitan de
manera efectiva obtener la protección del derecho fundamental invocado (…) no significa en
modo alguno que cualquier vía pueda satisfacer el mandato del legislador, sino que las mismas
resulten idóneas a los fines de tutelar los derechos fundamentales alegadamente vulnerados,
(…) solo es posible arribar a estas conclusiones luego de analizar la situación planteada en
conexión con la otra vía llamada a brindar la protección que se demanda”[4].

Es decir, en ocasión del estado de emergencia, no podríamos hablar de que existen otras vías
judiciales que permitan de manera efectiva obtener la protección de los derechos
fundamentales a un salario digno, a la dignidad humana y su estrecho vínculo con la
subsistencia humana, si no existe una previsión razonable de cuanto esa vía – la jurisdicción
contencioso administrativa municipal- podría retomar a su funcionamiento óptimo, esto
obliga al interprete de la norma a ver el derecho como un fin en si mismo, no como un
mecanismo para un fin, en la especie, ese fin es garantizar, hasta tanto culmine el estado de
emergencia, las condiciones mínimas para la supervivencia del funcionario público, ya que
subordinar a la incertidumbre de la culminación de una crisis mundial podría ser el listón
negro que acompaña la sentencia de muerte de uno o varios ciudadanos.

Este llamado a hacer una tutela judicial diferenciada a favor de los servidores públicos
durante este estado de emergencia no debe escapar de lo razonable, en razón de que la
facultad del juez de amparo es la de restituir derechos y no de realizar evaluaciones que
tengan por objeto la determinación de la legalidad de los actos administrativos emitidos por
un órgano de la Administración, de manera que el Juez de Amparo a nivel pretensional no
podría disponer la nulidad del acto, pero si suspender sus efectos lesivos hasta tanto cese el
70
estado de emergencia, por no existir, en este momento, la posibilidad de acudir al Juez de lo
Cautelar, garantizando así la subsistencia del funcionario público por la dotación del salario
para adquirir alimentos y sobrevivir; esto sin perjuicio de las acciones ante los tribunales
especializados que podría ejercer tanto la Administración Local[5] como el funcionario
suspendido o desvinculado, una vez cese el estado de emergencia.

Lo justo no puede sucumbir a la dogmática sin reevaluación de los elementos particulares de


cada caso, asumir esto, en un momento histórico como este, pondría en duda si realmente
los mandatos de optimización son – o no - la piedra angular que guían al interprete.

[1] Tribunal Constitucional Dominicano. Sentencia TC/0181/15.


[2] “(…) El recurso contencioso administrativo tiene por finalidad examinar las pretensiones del administrado en razón de un
acto administrativo dictado por un órgano de la Administración, por tanto, para reclamar en contra de la legalidad de una
actuación administrativa se deben seguir los procedimientos instituidos por la ley, tal como lo dispone el artículo 139 de la
Constitución”. (SCJ, 3ª, Sentencia No. 192 de fecha 13 de mayo de 2015).
[3] “Al examinar los motivos de la sentencia impugnada en revisión constitucional en materia de amparo, este tribunal pudo
constatar que la Segunda Cámara Civil y Comercial del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Judicial de Duarte decidió
correctamente al declarar la inadmisibilidad de la acción de amparo que nos ocupa, por existir otra vía eficaz y natural para
resolver el conflicto que existe entre el ahora recurrente, señor R.B.C.R y el recurrido, Ayuntamiento Municipal de San Francisco
de Macorís, la cual es el recurso contencioso administrativo ordinario, pero no ante el Tribunal Superior Administrativo, sino
ante la jurisdicción contenciosa administrativa municipal”. (Tribunal Constitucional de la República Dominicana, Sentencia
TC 804/17); “La acción de amparo ha sido prevista para sancionar las arbitrariedades evidentes o notorias cometidas por la
autoridad pública o por un particular. Cuando se trate, como ocurre en la especie, de cuestionar una resolución emitida por
una autoridad pública en el ejercicio de sus funciones, lo que procede es incoar el recurso contencioso
administrativo” (Tribunal Constitucional, Sentencia TC/0128/14); Entre otros.
[4] Tribunal Constitucional. Sentencia TC/182/13. El énfasis y el subrayado pertenecen al autor del presente artículo.
[5] La Administración Local tendría habilitada la acción en reverso en procura de obtener la restitución del monto
entregado en ocasión del estado de emergencia, de igual forma, como pretensión reconvencional en ocasión del
conocimiento del recurso contencioso administrativo municipal, o como compensación de los montos de una eventual
condena, según el caso concreto.

71
La limitación de la libertad contractual de los centros privados de salud en casos de
urgencia médica

Camilo Caraballo Gómez

El pasado 1 de abril de 2020, y a propósito de todo lo que acontece en torno al COVID-19, el


periódico EL DIA publicó la devastadora noticia de que ¨Una paciente con coronavirus
falleció dentro de una ambulancia al ser rechazada por una clínica privada, luego de
que se negara a recibir a los pacientes¨[1] (El subrayado es nuestro).

Dicha nota de prensa expone, una vez más, una de las actuaciones más inhumanas y atroces
que, en ocasiones, cometen ciertas clínicas en perjuicio de los enfermos -aunque también
ocurren en nuestros hospitales-, esto es, el repudio o rechazo a atenderlos cuando los mismos
se encuentran en situaciones de emergencia, entendiendo dicho estado de salud como
toda sintomatología cuyo diagnóstico, y especialmente el tratamiento, no pueden
posponerse[2].

Ante estas situaciones dolorosas, toda persona con un mínimo parámetro de sensibilidad se
preguntaría: ¿cuál es el derecho que tienen los centros privados de salud de rechazar a
un paciente? o ¿No recae sobre dichos centros de salud ninguna obligación de
cuidados y atenciones a personas en situaciones de emergencia?

Analizando la cuestión desde una perspectiva civilista, es necesario indicar que, en principio,
los centros privados de salud, por tratarse de negocios propiedad de particulares, tienen la
prerrogativa de aceptar o no a un paciente, a los fines de brindarles sus servicios,
hospitalizarlos y darle los debidos cuidados, en ocasión de un tratamiento o procedimiento
médico que les sea solicitado por una persona.

Lo indicado, tomando en consideración que toda asistencia o ingreso de un paciente


realizado por las clínicas, se traduce, necesariamente y de forma automática, en un contrato
de servicios médicos o de hospitalización[3], según sea el caso y con todas sus consecuencias;
por tanto, para perfeccionar esa relación contractual se requiere, no sólo la intención o
solicitud de la persona, sino también del consentimiento y aceptación de la clínica.

Como se puede apreciar, esa posibilidad que poseen las clínicas de acoger o no a un paciente,
analizada desde un enfoque meramente civilista, se sustenta sobre uno de los principios
fundamentales del derecho de los contratos, esto es, la libertad contractual, que no es más
que la facultad que posee toda persona, física o jurídica, de contratar o no, de elegir quién
será su co-contratante, y de determinar el contenido y la forma del contrato a suscribir, de
conformidad con la ley[4].

Por las anteriores razones, se deduce que, así como todas las personas tienen el derecho de
elegir o rechazar a sus médicos y clínicas, estos últimos igualmente tienen el derecho de

72
brindar sus servicios a las personas que consideren, y establecer o consensuar las
condiciones bajo las cuales prestarán sus servicios.

Ahora bien, ¿todo lo anterior quiere decir que, amparándose en ese principio libertad
contractual, las clínicas no tienen ninguna obligación de atender a una persona que
acuda a ellos en una situación crítica de salud?

La verdad es que, ante esos casos de salud, urgentes y traumáticos, el escenario para las
clínicas que ofrecen servicios de emergencia varía totalmente, pues allí interviene, en favor
de las personas, lo que conocemos como orden público.

Cuando hacemos alusión al término orden público, específicamente dentro del ámbito del
derecho de los contratos, nos referimos, de manera simple y llana, al conjunto de reglas
irremplazables que, positivizadas (textual) o no (virtual), se constituyen en excepciones de
la libertad contractual, en aras de favorecer derechos, intereses o valores sociales. Ello, con
miras a contribuir con la defensa de los elementos indispensables para el efectivo
funcionamiento de la sociedad.

Así las cosas, resulta que de la lectura de nuestra Ley General de Salud, número 42-01, se
puede verificar como a través de ella se manifiesta el orden público, de manera textual,
limitando la libertad contractual de las clínicas, e imponiendo, a todos los centros de salud
que ofrezcan servicios médicos de emergencia, una obligación legal de atender a todas las
personas que acudan a ellos en situaciones de urgencia.

Esta excepcionalidad del principio de libertad contractual se advierte de una lectura


combinada de los artículos 4[5], 6[6], 28 literal b)[7] y 153 numeral 9)[8] de la referida ley, los
cuales nos indican que: i) dicha Ley y sus reglamentos son de orden público; ii) los centros
privados de salud forman parte del Sistema Nacional de Salud; iii) se le reconoce a toda
persona el derecho a ser atendidas de emergencia en cualquier establecimiento que forme
parte del Sistema Nacional de Salud (dentro de los cuales se encuentran las clínicas);
y iv) constituye una violación a la ley, pasible de ser sancionada, la denegación de los
derechos expresamente reconocidos a las personas.

Pero más aún, en virtud de la Resolución 0022, de fecha 10 de agosto de 2016, emitida por
el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MISPAS), se reafirma lo que claramente se
desprende de la Ley 42-01, dejando plasmado lo siguiente:

¨PRIMERO: Se ordena que todo establecimiento donde se oferte prestación de atención en


salud garantice una atención adecuada y oportuna del paciente en situación de emergencia o
urgencia médica, conforme a lo establecido en la legislación nacional vigente. Todo paciente
que llega al servicio de emergencia debe ser recibido y atendido en esta unidad. La
determinación de la condición de emergencia médica es realizada por el profesional médico
encargado de la atención, bajo la responsabilidad de la dirección del establecimiento [...]¨. Lo
anterior, indicando igualmente que: ¨[...]QUINTO: La presente resolución es de
cumplimiento obligatorio para todos los establecimientos que prestan atención en
salud y la vigilancia de su cumplimiento corresponde a las Direcciones Provinciales y de Áreas
73
de Salud, en coordinación con el Nivel Central de este Ministerio de Salud¨ (Los subrayados son
nuestros).

De lo anterior se colige que, en la República Dominicana, no existe ningún tipo de facultad,


derecho o libertad para las clínicas que ofrecen servicios de emergencia de rechazar a un
paciente, siempre y cuando el mismo se encuentre en condiciones críticas de salud; por el
contrario, en el caso de que esos centros privados de salud dispongan de salas de
atenciones de emergencia, lo que nuestra legislación consagra es una obligación a su
cargo, por demás, de orden público, de ingresar, proveer las primeras atenciones
médicas, y, a lo menos, estabilizar las funciones vitales de todas aquellas personas que
acudan a ellos en situaciones de emergencia. Todo esto, claro está, hasta donde su
capacidad técnica y de resolución se lo permita.

Esto quiere decir, en otras palabras, que la Ley 42-01 y la citada resolución 0022-2016, se
convierten en un marco legal de cumplimiento imperativo, en virtud del cual las clínicas que
ofrecen servicios de emergencia ven doblemente limitada su libertad contractual, esto es,
por un lado, no pueden abstenerse de atender a las personas que acudan a ellos en
situaciones críticas de salud (deben brindar sus servicios y con ello, lógicamente, se establecerá
una relación contractual) y, por otro lado, no pueden elegir quiénes serán sus co-
contratantes (pacientes).

Por consiguiente, podemos establecer que este es uno de los claros ejemplos en donde la
libertad contractual se ve arrodillada ante intereses protegidos por el orden público. Ante
ello, la inacción o abstención de una clínica en estos casos médicos de urgencia se
constituirá, salvo que demuestre algún tipo de incapacidad técnica, en un
comportamiento erróneo, culposo y violatorio de derechos que, como vimos, se
encuentran especialmente protegidos.

Por los anteriores motivos, y tomando como referencia la situación relatada al inicio de este
trabajo, procederemos en una próxima entrega a evaluar la viabilidad de una acción en
reparación de daños y perjuicios en contra de cualquier clínica que se vea involucrada en ese
tipo de sucesos, por el ¨simple¨ hecho de haber rechazado a una paciente que le requirió sus
servicios de emergencia y aparentemente necesitaba de ellos de manera inmediata.
[1]https://eldia.com.do/paciente-muere-en-ambulancia-al-ser-rechazado-por-clinica/; Ver
igualmente: https://msp.gob.do/web/?p=6872.
[2] Kierzek G., Pourriat J.-L. Refus de soins en situation d’urgence. Urgences 2009. Chapitre 44.
[3] Ver SCJ, Sala Civil y Comercial, Sentencia núm. 94, del 10 de febrero de 2016, boletín inédito: ¨[...] desde el momento

en que un establecimiento clínico admite voluntariamente el ingreso de un paciente a sus instalaciones en ocasión de la
prestación de servicios de salud se formaliza entre ellos un contrato de hospitalización en virtud del cual el centro asistencial
asume las obligaciones de vigilancia y seguridad del paciente, prestación de servicios de enfermería y asistencia médica,
suministro de medicamentos, materiales, acceso a equipos, hospedaje y cualquier otra inherente al objeto social del centro
médico y a las condiciones particulares de ingreso de cada paciente, pudiendo comprometer su responsabilidad en caso de
inejecución o ejecución defectuosa de sus obligaciones¨;
[4] FAGES, Fages. Droit des Obligations. 9 édition, LGDJ, Lextenso. France. 2019. Pág. 52.
[5] Artículo 4 de la Ley 42-01: La presente ley y sus reglamentos son de orden público y de interés social.
[6] Artículo 6 de la Ley 42-01: El Sistema Nacional de Salud es el conjunto interrelacionado de elementos, mecanismos de

integración, formas de financiamiento, provisión de servicios, recursos humanos y modelos de administración de las
instituciones públicas y privadas, gubernamentales y no gubernamentales, legalmente constituidas y reglamentadas por el
Estado, así como por los movimientos de la comunidad y las personas físicas o morales que realicen acciones de salud y

74
cuya función principal sea atender, mediante servicios de carácter nacional o local, la salud de la población. Nota: En ningún
caso debemos confundir el SIstema Nacional de Salud con el Servicio Nacional de Salud, ya que este último es ¨una entidad
pública, provista de personalidad jurídica, con autonomía administrativa, financiera y técnica y patrimonio propio, adscrita al
Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social¨, regulado en virtud de la Ley 123-15.
[7] Artículo 28 literal b) de la Ley 42-01: Todas las personas tienen los siguientes derechos en relación a la salud: [...] b) A

la atención de emergencia en cualquier establecimiento del Sistema Nacional de Servicios de Salud.


[8] Artículo 153 de la Ley 42-01: Se consideran violaciones a la presente ley, y serán sancionadas con multas que oscilarán

entre uno y diez veces el salario mínimo nacional establecido por la autoridad legalmente competente para ello, o mediante
ley especial, los siguientes hechos: 9.- La violación a los derechos de la población establecidos en el artículo 28;

75
Patente de la vacuna contra COVID-19: ¿Remedio o enfermedad?

Leidy Aracena Minaya

Todos hemos sido testigos de lo mucho se ha discutido alrededor del mundo acerca de la
pandemia que arropa la sociedad global, su economía y su seguridad, tanto a nivel sanitario
como legal y político. Nos referimos nada menos que a la COVID-19. Los gobiernos han
trazado planes estratégicos para intentar amedrentar paulatinamente los efectos
económicos, sociales y sanitarios que ha producido el virus, sin embargo, la propagación
continúa y los decesos con ella.

Entre el amplio elenco de temas que han sido abordados, uno de ellos es el que, quizá, sea el
tema de mayor debate al momento de conseguir la cura médica de esta enfermedad, pero es
a la vez el que menos ha resonado. Los cuerpos de investigadores médicos y los laboratorios
afirman que se encuentran trabajando arduamente día y noche para encontrar la vacuna, e
incluso han llegado a afirmar que ciertos componentes médicos ya han sido los responsables
de algunos de los casos de recuperación.

Para abordar el tema desde un punto de vista concentrado, debemos comprender los
tecnicismos propios de este análisis. En términos llanos, la cura de la COVID-19 será
susceptible de protección por derechos de patente antes de su comercialización. Las patentes
son una figura propia del ámbito de la propiedad intelectual, que protege las creaciones del
intelecto humano. Esto, de manera general, acarrea un procedimiento legal arduo, largo y
costoso. Sin embargo, la situación que nos embarga resulta ser excepcional y urgente.
¿Cambian las condiciones bajo estas circunstancias? ¿Tendrá el mundo que esperar a que se
emita una patente y que el titular dé su consentimiento para que podamos tener acceso a la
cura?

Para el entendimiento colectivo, debemos indicar brevemente que el término patente, según
la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), corresponde a un derecho
exclusivo que se concede al creador de una invención. Digamos que es un certificado de título
que se le otorga a ese creador de la invención y que es válido por un tiempo limitado. Este
“certificado de título” faculta a su titular a decidir si la invención puede ser utilizada por
terceros y en qué condiciones.

Según el artículo 27 del Acuerdo Internacional sobre los Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC o, en inglés, TRIPS) las patentes
podrán obtenerse a favor de todas las invenciones, sean de productos o procedimientos,
en todas las áreas de la tecnología. De esta descripción, es que bastante amplia e inclusiva, se
deduce que cualquier elemento que cumpla con los requisitos de una patente, puede ser
registrado; esto incluye los productos o procedimientos médicos y farmacéuticos, como las
vacunas. Por su parte, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una vacuna es
cualquier preparación destinada a generar inmunidad contra una enfermedad. En breves
palabras, es un insumo médico que permite erradicar una enfermedad.

76
Para todos es evidente que las más grandes economías del mundo están compitiendo por ser
la primera en encontrar una cura a la pandemia que nos afecta. De aquí surge la interrogante:
cuando consigamos la cura, ¿qué sigue? Ha habido un bombardeo de opiniones al respecto.
El periódico El País ha señalado que el mundo corre una carrera científica sin precedentes
para encontrar tratamientos efectivos contra la enfermedad provocada por el
coronavirus[1]. En el mismo sentido se han pronunciado otros artículos, pues sostienen que se
ha iniciado una nueva carrera armamentística mundial: la carrera por la propiedad de los
derechos de patente de una vacuna contra la COVID-19[2].

Sin embargo, el concepto tiempo es el que más preocupa a la población mundial. Según la
OMS, la producción de una nueva vacuna anti pandémica entraña una secuencia de muchas
etapas y cada una exige cierto tiempo[3]. Al respecto, el director general de la OMS declaró el
11 de febrero de este año que la primera vacuna contra la enfermedad podría estar lista en
18 meses aproximadamente[4]. Pero esto es solo el proceso de creación de la vacuna. El
proceso legal de solicitud de registro para obtención de patente es caso aparte.

En primer lugar, impera precisar que las leyes relacionadas a la propiedad intelectual,
incluyendo las relativas a las patentes, son de carácter territorial. Es decir, que la ley de
patentes puede variar en requisitos y formas según el país ante el que se solicite y, además,
el registro en un país solo otorga protección de la invención dentro de su demarcación. No
obstante, los creadores cuentan con alternativas para proteger su invención
internacionalmente. Además de la vía nacional, pueden hacerlo a través de un sistema
regional de patentes que abarca varios Estados, o bien, puede hacerlo con auxilio del Tratado
de Cooperación en materia de Patentes (PCT, por sus siglas en inglés) vía solicitud
internacional. Este último es el más efectivo, pues otorga la posible protección de la
invención en 153 países alrededor del mundo.

El PCT, aunque es un mecanismo atractivo para los inventores, presenta rigurosas fases. Los
comentarios de expertos en el tema reflejan la situación de que, una vez presentada la
solicitud de registro de patente del producto, habría que aguardar aproximadamente otros
18 meses para que entonces cada Estado evalúe la posibilidad de que el registro de patente
sea expedido y puedan entonces tomarse las medidas de lugar para su comercialización y
distribución, lo que puede prologarse por un período de hasta 5 años, más o menos.
Incuestionablemente, esto resulta alarmante para las personas.

Esto, sin lugar a duda, representa mucha incertidumbre para los habitantes del mundo, pues
a medida que transcurre el tiempo y continúa la propagación del virus y las medidas para
prevenirla, la economía disminuye sus índices y, en muchos de los casos, se verán producir
quiebras y pérdidas de oportunidades de potenciación de esas microeconomías que se están
viendo afectadas y que representan un porcentaje considerable de ese sector. No tendremos
ya solo un problema sanitario, sino que estaremos ante un aprieto en términos económicos
y de subsistencia con precedentes poco similares. Todo esto sin mencionar la tasa de
mortalidad de esta pandemia.

77
Antes que todo, comprendamos que, para la comercialización de una vacuna no es
imprescindible el registro de patente. Sin embargo, por los altos costos de investigación y
producción, es poco probable que el creador desista de este proceso. Con la sola aprobación
de los registros sanitarios correspondientes, la vacuna puede comercializarse. En algunas
legislaciones se permite incluso la protección del producto antes de la emisión del registro
bajo el término de patente pendiente, pero esto es propio de solo pocas jurisdicciones y
presenta aspectos peculiares propios de otro análisis.

Una respuesta efectiva o solución alterna sería una reducción sustancial en los plazos
previstos para la obtención de los derechos de patente de la vacuna. Para ello, es de rigor que
los Estados (o al menos las principales potencias del mundo), en coordinación con la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Mundial de la Propiedad
Intelectual (OMPI), pongan de su parte para dar una respuesta óptima y oportuna a la
solicitud.

Luego de que se complete la fase internacional de evaluación de la solicitud de la patente de


la vacuna, que tarda aproximadamente 18 meses, entra en escena la fase nacional de la
solicitud ante cada uno de los Estados en los cuales le interese al creador de la vacuna tener
protección legal para su producto. En primer lugar, la fase internacional puede reducir
considerablemente los tiempos que maneja, máxime en vista de que son plazos máximos.
Así, pues, la fase nacional ante los Estados en los que se solicita la protección podrá dar una
respuesta efectiva en un tiempo considerablemente reducido. A decir verdad, dada la
situación por la que atravesamos, es poco probable que alguno retrase su expedición, sino
que, por el contrario, han de prestar especial atención a la solicitud con el fin de salvaguardar
los derechos del creador y, posteriormente, ordenar las medidas necesarias para que pueda
ser reproducida y comercializada.

Ahora bien, superada la etapa del registro internacional de la patente, solo el creador tiene
el monopolio de la producción y comercialización del producto. Pese a que esta es la regla,
por supuesto que existen situaciones de excepcionalidad en las que se limita este derecho. A
la luz del Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, los Estados
deben garantizar el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud
física y mental[5], a través de la implementación de medidas de prevención y el tratamiento
de las enfermedades epidémicas, endémicas, profesionales y de otra índole, la lucha contra
ellas y la creación de condiciones que aseguren a todos asistencia y servicios médicos en caso
de enfermedad[6]. La COVID-19 fue declarada pandemia por la OMS en marzo de 2020, por lo
que es más que evidente el grado de afectación que ha provocado, ya que el mundo está
viviendo sus consecuencias. En el mejor de los casos, el creador puede conceder licencias
voluntarias mediante acuerdos con los interesados, pero ¿qué sucede si no?
Incuestionablemente, las circunstancias excepcionales conllevan medidas excepcionales y,
en este caso, deben ser rigurosas.

Los derechos no son ilimitados, y los relativos a la propiedad intelectual no son la excepción.
En ese tenor, los artículos 30 y 31 del Acuerdo sobre los ADPIC prevé algunos escenarios
ante los cuales es posible el uso de la patente sin la autorización del titular de los derechos.
A los efectos que nos interesan, el literal b del artículo 31 prevé justamente la posibilidad de
78
que los Estados Miembros permitan el uso de la patente sin la autorización del titular en los
casos de emergencia nacional o en otras circunstancias de extrema urgencia, como el actual.
Con esa base, entra en función la figura de la licencia obligatoria en materia de patentes. Esta
herramienta ha favorecido la opinión de que la provisión de licencias obligatorias es un
elemento crucial en una ley de patentes que tenga en cuenta las exigencias de la salud. Se ha
dicho que estas licencias pueden ser un instrumento importante para fomentar la
competencia y hacer más asequibles los medicamentos, asegurando al mismo tiempo que el
titular de la patente sea compensado por el uso de la invención[7]. La industria farmacéutica
y los laboratorios de investigaciones médicas, por el contrario, no están muy de acuerdo.
Como hemos indicado anteriormente, es costumbre recurrir a licencias obligatorias para
casos de emergencia y por otras razones de interés público[8].

En el marco de la Declaración de Doha relativa al Acuerdo sobre los ADPIC y la Salud Pública
rendida ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), los delegados establecieron que
dicho acuerdo puede y deberá ser interpretado y aplicado de una manera que apoye el
derecho de los Miembros de la OMC de proteger la salud pública y, en particular, de
promover el acceso a los medicamentos para todos[9].

No es un secreto que las reglas de la propiedad intelectual podrían representar una barrera
para la lucha contra los efectos de esta pandemia, a la cual algunos países ya han intentado
con éxito adelantarse. Como medida adicional al proceso de obtención expedita de patentes
y el otorgamiento de licencias obligatorias, se han presentado iniciativas refrescantes. El 24
de marzo de 2020, el presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado; y su ministro de salud, Daniel
Salas, enviaron una carta al Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), en la que proponen facilitar el acceso y uso de la
propiedad intelectual de tecnologías para detectar, prevenir, controlar y tratar la pandemia
de la COVID-19 a través de la creación de un depósito o banco de información con acceso
libre o licenciamiento en condiciones razonables y en términos asequibles a pruebas de
diagnóstico, dispositivos, medicamentos o vacunas, en todos los países miembros de la OMS.
El gobierno costarricense planteó a la OMS “desarrollar un memorando de entendimiento
conciso con la intención de invitar a instituciones sin fines de lucro, industria y otros actores
relevantes de los Estados Miembros de la OMS a firmar dicho memorando y habilitar estos
mecanismos para el intercambio y uso de información.[10] La respuesta del director de la
OMS fue favorable.

Así lo afirmó ante una conferencia de prensa el 6 de abril de 2020[11]. A la fecha, tanto la OMS
como el gobierno de Costa Rica se encuentran trabajando en la propuesta en conjunto con
la Medicines Patent Pool (MPP). Esta última es una es una organización de salud pública
respaldada por las Naciones Unidas que tiene por finalidad permitir el acceso a
determinados medicamentos y facilitar su desarrollo.

Esta propuesta ha ganado popularidad. En Colombia, por ejemplo, han insistido al gobierno
a que se adhieran a la iniciativa presentada por Costa Rica y se ha emitido un comunicado
formal muy ilustrativo acerca de las medidas que han adoptado los distintos países, el cual
fue suscrito por 19 congresistas, 32 académicos, 30 líderes políticos, periodistas y
ciudadanos, y 71 ONG[12]. En ella se dejar ver que países como Canadá[13], Alemania[14],
79
Francia[15], Reino Unido[16], Israel[17], Ecuador[18], Brasil[19], Chile[20], Costa Rica[21], entre
otros, han tomado o se encuentran en proceso de adopción de las medidas antes expuestas
en beneficio de su población. Adicionalmente, organismos internacionales como el Comité
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas y la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos han recomendado a los Estados Parte tomar medidas
en el mismo sentido. En el caso del Comité DESC se recomienda “promover las flexibilidades
u otros ajustes en los regímenes de propiedad intelectual aplicables para permitir el acceso
universal a los beneficios de los avances científicos relacionados con la COVID-19, tales como
diagnósticos, medicamentos y vacunas”[22].

Esto se extiende, no solo a las medicinas y vacunas, sino a instrumentos que facilitan la
recuperación de los pacientes, como los escasos respiradores artificiales. En esa carta se deja
por sentado una realidad a la que todos debemos prestar atención. Correctamente se
establece allí que las licencias obligatorias son mecanismos legales y legítimos, que en
ningún caso se pueden entender como una expropiación de derechos[23]. Esto es de especial
importancia, pues, aunque el común denominador de la comunidad internacional es el
bienestar y la salud de la población mundial y el acceso a los medicamentos y tratamientos,
una inquietud persiste en las organizaciones de investigadores y laboratorios médicos. Es
una realidad que estos procesos de investigación requieren de un arduo trabajo humano e
incalculables recursos económicos, por lo que, ante la posibilidad de que sus productos
sufran el otorgamiento de licencias obligatorias, podrían llegar a desmotivar y desincentivar
la innovación en materia de la salud.

El mismo artículo 31 del Acuerdo sobre los ADPIC prevé que una de las condiciones para la
autorización del uso del producto protegido por patente sin consentimiento del creador es
justamente que el titular de los derechos reciba una remuneración adecuada según las
circunstancias propias de cada caso, habida cuenta del valor económico de la autorización;
esto incluso en los casos de emergencias extremas como la actual. La carta señala que, ante
el uso de esta herramienta, el reconocimiento de regalías logra un balance entre el estímulo
a la innovación, la garantía de acceso a la salud y el derecho a la vida, debido a que se
reconoce la inversión o el riesgo que asumen los titulares al buscar soluciones técnicas y
tecnológicas. Además, se reconoce el importante rol de financiación de ciencia y tecnología
que cumplen los Estados y los ciudadanos[24].

Es imprescindible, pues, una participación diligente y dinámica de los Estados y las


organizaciones internacionales a nivel mundial para evitar la ralentización de los procesos
concernientes a los derechos de protección de los medicamentos e instrumentos esenciales
para contrarrestar los efectos de la enfermedad. Definitivamente, el tema de los tiempos
cobra prioridad. Un artículo publicado en 2015 reveló que, efectivamente, para que los
nuevos enfoques propuestos mejoren significativamente el plazo de acceso a las nuevas
vacunas, deben abordarse cuestiones de derechos de propiedad intelectual, de transferencia
de tecnología aplicada a las vacunas y de conocimientos prácticos[25]; además, su autora se
aúna a la idea de la creación de bancos de patentes médicas.

La realidad de que estas propuestas se materialicen depende de la correcta coordinación de


los organismos internacionales responsables de estos aspectos. A tal fin, existe la
80
denominada cooperación trilateral entre la Organización Mundial de la Propiedad
Intelectual (OMPI), Organización Mundial de la Salud (OMS) y Organización Mundial del
Comercio (OMC) que se desprende de la mencionada Declaración de Doha de 2001. Las
secretarías de las tres entidades han unificado esfuerzos para tratar los aspectos más
importantes relacionados con la propiedad intelectual, la salud pública y el comercio.

De esta alianza y los estudios realizados al respecto se han logrado instrumentar


recomendaciones que persiguen promover las actividades de acceso a medicamentos y que
esto no se vea obstaculizado por barreras reglamentarias injustificadas, como los indicados
anteriormente relativos a los largos plazos de tramitación de las solicitudes de registro o
comercialización.[26]

En el caso de República Dominicana, la Ley 20-00 sobre Propiedad Intelectual prevé


justamente la concesión de licencias voluntarias y obligatorias, estas últimas en caso de
emergencia nacional o de extrema urgencia. Además, formamos parte tanto de la
Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), como de la Organización Mundial
de la Salud (OMS) y Organización Mundial del Comercio (OMC). Asimismo, el 28 de febrero
de 2007 presentó su instrumento de adhesión al Tratado de Cooperación en materia de
Patentes (PCT). En suma, nuestro sistema normativo cuenta con los mecanismos y
herramientas para participar de manera dinámica en el desarrollo de las medidas a adoptar
por las principales organizaciones internacionales, en coordinación con los demás Estados
Miembros a nivel mundial. A la par, es importante que el gobierno se concentre en presentar
planes de cooperación y propuestas de innovación en el área a fin de ofrecer una salida
alterna y estudiada a la pandemia de la COVID-19.

En conclusión, los métodos de protección de los derechos de los creadores de las nuevas
tecnologías en materia de salud, manejados de manera regular, sin las atenciones
correspondientes y una actividad diligente de parte de los líderes del mundo, podrían
resultar ser más perjudiciales que la propia enfermedad. Bien conducidos, en atención a la
calamidad generada por la enfermedad, serán un remedio y nos permitirán resurgir.

Gracias a los importantes pasos de avance que están dando algunos países para que esto no
se convierta en un obstáculo a la solución del problema, podemos ser optimistas y asegurar
que este tema se está tomando en serio. La realidad que conocíamos hace tan solo un par de
meses ha cambiado drásticamente. Ahora vivimos en una nueva realidad que debemos
enfrentar y asumir nuevos hábitos para superar esta etapa. En el futuro, estaremos listos y
tendremos la experiencia vivida para encarar situaciones similares.
[1] DOMÍNGUEZ, Nuño. Carrera mundial para probar dos fármacos contra el coronavirus. El País, España. 20 de marzo de
2020. Recuperado de https://elpais.com/ciencia/2020-03-20/carrera-mundial-para-probar-dos-farmacos-contra-el-
coronavirus.html.
[2] HARASIMOWICZ, Rebeca. The Global Patent Race for a COVID-19 Vaccine. The National Law Review. 24 de marzo de 2020.

Recuperado de https://www.natlawreview.com/article/global-patent-race-covid-19-vaccine.
[3] Organización Mundial de la Salud (OMS). Pandemic influenza vaccine manufacturing process and timeline. 6 de agosto de

2009. Ginebra, Suiza. Recuperado en https://www.who.int/csr/disease/swineflu/notes/h1n1_vaccine_20090806/en/.


[4] Intervención del Director General de la OMS en la conferencia de prensa sobre el 2019-nCoV del 11 de febrero de 2020.

Disponible en: https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-remarks-at-the-media-briefing-on-


2019-ncov-on-11-february-2020.

81
[5] Ver artículo 12.1.
[6] Ver artículo 12.2., literales c y d.
[7] CORREA, Carlos. Integrando la salud pública en la legislación sobre patentes de los países en desarrollo, South Centre,

Ginebra (2001), pág. 101.


[8] Ibid., 102.
[9] OMC, Declaración relativa al Acuerdo sobre los ADPIC y la salud pública (20 de noviembre de 2001) WT/MIN(01)/DEC/2,

párr. 4; citado por VISSER, Conrad. Excepciones y limitaciones en materia de patentes en el ámbito de la salud, p. 6.
[10] Comunicado oficial del gobierno de Costa Rica a través de su plataforma digital. Disponible
en https://www.presidencia.go.cr/comunicados/2020/03/costa-rica-propone-a-oms-facilitar-condiciones-de-acceso-a-
tecnologias-para-combatir-covid-19/.
[11] Alocución de apertura del Director General de la OMS en la rueda de prensa sobre la COVID-19 celebrada el 6 de abril

de 2020. Disponible en: https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-


media-briefing-on-covid-19---6-april-2020.
[12] Carta emitida por el Senado del Congreso de la República de Colombia en Bogotá, abril de 2020, p. 3. Disponible

en: http://www.plebio.unal.edu.co/images/PDF/Carta_Patentes_Covid_19_Final_15_04_2020.pdf. Las referencias 13 – 21


fueron citadas en ella.
[13] Canadá https://www.parl.ca/DocumentViewer/en/43-1/bill/C-13/third-reading#ID0ETAA
[14]Alemania http://patentblog.kluweriplaw.com/2020/03/24/german-government-plans-possibilities-to-limit-patents-

inview-of-corona-pandemic/
[15] Francia https://www.legifrance.gouv.fr/eli/loi/2020/3/23/2020-290/jo/texte
[16] Reino Unido https://appg-vfa.org.uk/2020/04/12/parliamentarians-urge-government-to-ensure-equitable-access-to-

acovid-19-vaccine/
[17]Israel https://www.reuters.com/article/us-health-coronavirus-israel-drug/israel-approves-generic-hiv-drug-to-treat-

covid19-despite-doubts-idUSKBN216237
[18]Ecuador https://www.asambleanacional.gob.ec/es/noticia/65715-comision-de-educacion-aprueba-proyecto-de-

resolucion
[19]Brasil https://www.camara.leg.br/proposicoesWeb/prop_mostrarintegra;jsessionid=671EDFAC0E872703642109C50

6A8D4ED
[20] Chile https://www.camara.cl/verDoc.aspx?prmId=6028&prmTipo=RESOLUCION
[21] Costa Rica, ob. Cit. Ver referencia 9.
[22] Numeral 21 de la Declaración sobre la pandemia de coronavirus (COVID-19) y los derechos económicos, sociales y

culturales: https://www.ohchr.org/Documents/HRBodies/CESCR/STM_COVID19.docx.
[23] CONTRERAS JARAMILLO, Juan Camilo. Licencias obligatorias sobre patentes y su relación con la expropiación en

Colombia. Periódico Ámbito Jurídico, Facultad de Ciencias Jurídicas en la Pontificia Universidad Javeriana. 21 de noviembre
de 2017. Disponible en: https://www.ambitojuridico.com/noticias/especiales/mercantil-propiedad-intelectual-y-
arbitraje/licencias-obligatorias-sobre.
[24] Carta del Senado del Congreso de la República de Colombia, ob. Cit., p. 2.
[25] CRAGER, Sara Eve. Mejorar el acceso mundial a las nuevas vacunas: propiedad intelectual, transferencia de tecnología y

vías de reglamentación. Revista Panam Salud Pública, enero de 2015, pp. 59-68. Disponible en la US National Library of
Medicine, National Institutes of Health digital: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6291772/.
[26] Promover el acceso a las tecnologías médicas y la innovación, Intersecciones entre la salud pública, la propiedad intelectual

y el comercio. Organización Mundial de la Salud, Organización Mundial de la Propiedad Intelectual y Organización Mundial
del Comercio. Suiza, 2013, p. 55. Disponible en: https://www.wipo.int/edocs/pubdocs/es/wipo_pub_628.pdf.

82
COVID-19 y la promesa de la Inteligencia Artificial

Eykis García Diaz

"Data is the new, Oil" Clive Humby, Matemático

No me mal interpreten, soy una admiradora de todo lo relacionado a tecnologías cognitivas,


protección de data personal y por supuesto la inteligencia artificial. Que «les nuances » de
cinismo en el entitulado no los engañe.

Pero luego de vernos enfrentados a esta crisis sanitaria, se amotina en mí una sensación de
duda sobre dónde nos encontramos y ahora me pregunto : ¿Cómo nos ayuda
verdaderamente la Inteligencia Artificial (IA) dentro de esta crisis?

Vamos a colocarnos en contexto desde la actualidad en el espacio Europeo. Primero: The


General Data Protection Regulation-GDPR (entrada en vigor el 25 de Mayo del 2018)
representa el cambio más relevante e innovador en protección de data personal de la última
década, en europa. Además, su campo de aplicación territorial puede alcanzar a los
responsables de tratamiento de datos personales, que se encuentren establecidos fuera
de la Unión Europea cuando el tratamiento de datos personales esté relacionado con la
oferta de bienes y servicios en el espacio europeo[1].

Segundo, la Inteligencia Artificial (la amiga y enemiga de la General Data Protection


Regulation-GDPR, ver artículo 22 y los límites que afectan la IA) es definida de manera muy
precisa y completa en la comunicación de la Comisión Europea al Parlamento Europeo de
fecha 25.4.2018: La inteligencia artificial (IA) se refiere a sistemas que demuestran
comportamiento inteligente en el análisis su entorno y tomando medidas - hasta cierto punto
autónomas - para lograr objetivos específicos.

Los sistemas con IA pueden ser puramente de software, actuando en el mundo virtual
(asistentes vocales, software de análisis de imágenes, motores de análisis de imágenes, imagen
investigación o sistemas de reconocimiento de voz y facial, por ejemplo) pero la IA también
puede ser integrada en los dispositivos de hardware (Robots avanzados, coches autónomos,
drones o aplicaciones de los objetos, por ejemplo). Usamos la IA a diario, por ejemplo para
traducir diferentes idiomas, generar subtítulos en videos o bloquear el spam [2].

Se entiende, que la IA nos ayuda y nos ayudará a enfrenter los más grandes desafíos e.g. el
tratamiento de las enfermedades crónicas, encontrar vacunas más rápido, ya se ha
comprobado que en Europa se han reducido las tasas de mortalidad en los accidentes de
tráfico, que es clave para la lucha contra el cambio climático o anticipar el cambio climático
o anticipar amenazas a la seguridad cibernética.

83
La IA ha sido clave dentro de esta crisis, ejemplo de esto es la celeridad con la que se iniciaron
los ensayos clínicos. La sociedad de capital inglés BenevolentAI ha iniciado ensayos clínicos
aleatorios para la identificación de un tratamiento potencial para COVID-19 usando
inteligencia artificial.

La empresa, anunció que identificó el fármaco baricitinib en una investigación reciente


utilizando la inteligencia artificial y el aprendizaje automático. El ensayo de Eli Lilly
investigará la eficacia y seguridad de la droga[3].

La geolocalización, es otro ejemplo de la utilización de la IA en la crisis sanitaria. El caso de


Israel es similar a los de China y Corea del Sur, dos países en los que se rastrea a las personas
en cuarentena, mediante una aplicación de telefonía móvil y en los que estas prácticas no
ofenden al público. Quienes son amantes del cine, seguro recordarán el filme Gattaca y su
presentación de una sociedad distópica con unos niveles de alertas y control siniestros.

En Israel una aplicación gratuita que destaca es HaMagen, en hebreo "el escudo", lanzada a
principios del 2020 por el Ministerio de Salud. Está disponible para teléfonos Android en
Google Play, y para el iPhone en la App Store. Disponible en cinco (5) idiomas, esta aplicación
usa la tecnología de geolocalización e informa a los usuarios sobre cualquier punto de
contacto con los casos conocidos de COVID-19[4].

Ahora bien, esta misma presteza para encontrar respuestas es lo que expone los principales
riesgos a la protección de derechos fundamentales, tales como : la protección de la data
personal, el respeto de la privacidad y no discriminación y otras cuestiones de seguridad.
Razones por las cuales el reconocimiento facial, no es una práctica generalizada en la Unión
Europea (no olvidemos el GDPR y su infinita búsqueda de reconciliación entre la protección
de derechos fundamentales y libertades con el poder y la continuación del desarrollo de la
tecnología).

De otro lado, esta crisis nos ha demostrado también que hemos sentido una falsa sensación
de progreso y que estamos más lejos de lo que queremos admitir. Si bien es cierto que la IA
ha demostrado que en la función de búsqueda, investigación y controles es genial ; en cuanto
a la prevención me debo cuestionar :

Quid de la función de prevención de la IA frente a una crisis imprevesible e


irresistible ? En realidad no es tan simple como quisieramos. En un mundo donde las
fronteras cada vez están menos divididas, no es simple rastrear, identificar o hasta medir con
precisión un virus de esta magnitud y velocidad. En naciones como China, donde el
reconocimiento facial está altamente desarrollado, con el soporte de la IA, este sistema
experimentó dificultades debido al uso de máscaras quirúrgicas.

No cabe duda que la IA nos ha movilizado exponencialmente para facilitar los diagnósticos,
las investigaciones, la robótica esto está claro. Inclusive, en este mismo año salió publicado
el 19.2.2020 : El Libro Blanco sobre la Inteligencia Artificial de la Comisión Europea y es
evidente la importancia de la IA y la que ya hemos logrado. Las economías más avanzadas,

84
entienden la importancia de ser los protagonistas en la revolución de la IA, con inversiones
impresionantes de millares de dólares y euros.

Una lectura muy interesante, ya que la Comisión Europea presenta los factores altamente
negativos o riesgos que este mismo desarrollo puede exhibir, tales como : la falta de
transparencia en la toma de decisiones, la discriminación de género, o por otros motivos, la
intrusión en nuestra vida privada o el uso con fines delictivos[5].

Finalmente, la IA no es magia ha sido un desarrollo sostenido y continuo. Tomará tiempo,


pero fortalecer las innovaciones en prevención utilizando la Inteligencia Artificial es vital. La
falta de mecanismos efectivos de prevención, nos llevan al caos económico, social y político
(elementos evidentes en esta crisis sanitaria). El siglo de la revolución de la IA le falta mucho
por alcanzar.

"El ritmo de progreso de la inteligencia artificial (no me refiero a la IA estrecha) es


increíblemente rápido. A menos que tengas una exposición directa a grupos como Deepmind,
no tienes ni idea de lo rápido que crece a un ritmo cercano al exponencial. El riesgo de que
ocurra algo seriamente peligroso está en el plazo de cinco años. 10 años como máximo[6]."
Elon Musk , 2014.
[1] Reglamento general de protección de datos personales-RGPD o GDPR-General Data Protection
Regulation:https://eur-lex.europa.eu/legal-content/FR/TXT/PDF/?uri=CELEX:32016R0679&from=FR
[2] Comunicación de la Comisión Europea al Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, El Consejo, el Comité
Económico Social y el Comité de las Regiones : Inteligencia Artificial para Europa,
2018 : https://ec.europa.eu/transparency/regdoc/rep/1/2018/FR/COM-2018-237-F1-FR-MAIN-PART-1.PDF
[3] BenevolentAI-: https://benevolent.ai/news/potential-treatment-for-covid-19-identified-by-benevolentai-

using-artificial-intelligence-enters-clinical-testing
[4] HaMagen: https://www.sante.org.il/application-hamagen/
[5] Livre Blanc sur l’Intelligence Artificielle, Commission Européenne 2020
: https://ec.europa.eu/info/sites/info/files/commission-white-paper-artificial-intelligence-feb2020_fr.pdf
[6] Elon Musk entrevista para Edge.org (luego eliminado): https://www.businessinsider.fr/us/elon-musk-killer-robots-

will-be-here-within-five-years-2014-11

85
La responsabilidad civil y el contagio por el COVID-19

Jorge A. Subero Isa

-El aspecto penal es otra cosa-

Cuando pienso en la presencia de un virus en la humanidad inmediatamente me viene a la


mente que muchas obras literarias lo han tenido como tema central, tal es el caso de La peste,
de Albert Camus, publicada en el año 1947, donde su protagonista, el Dr. Bernardo Rieux nos
dice que no todo está perdido. La obra narra lo ocurrido en Orán, ciudad de Argelia, a
mediados del siglo XX, donde sus habitantes solo pensaban en el trabajo como una forma de
enriquecerse y para los placeres mundanos, pero todo cambió repentinamente cuando
hizo su aparición una terrible enfermedad que asoló a la ciudad lo que produjo cientos de
cadáveres que eran recogidos en las calles diariamente; y como dice el autor, las pestes y las
guerras generalmente llegan cuando la agente está desprevenida, o sea, cuando nadie está
pensando en ellas. El Dr. Rieux fue un gran optimista. “Mientras la plaga hace estragos y
opera como metáfora de lo irracional de la existencia, Rieux se para en la vereda opuesta: se
empecina en construir significados, lógicas y fines allí donde parece no haberlos. En una
época en la cual comenzaban a desintegrarse las verdades supremas que habían guiado al
hombre durante siglos (la figura de Dios, las leyes de la moral universal), el personaje de
Camus reivindica el hecho de valorar la vida humana por sí misma… sin ningún credo, dogma
o ideología motorizando aquella actitud”.[1]

Más recientemente, Dan Brown, en el año 2013, publicó Inferno, a la cual yo le dediqué una
entrada (post) en mi página https://bit.ly/3fqeyoo. En este libro una obra de Botticelli sobre
el Infierno de Dante Alighieri le sirve de guía a Robert Langdon, principal personaje
de Inferno, para que junto a su amiga la Dra. Sienna Brooks, descubra la ubicación de una
bolsa que contiene un virus que se transmite a mucha velocidad y de gran penetración en la
población, sin que el lector pueda percatarse que desde el principio la búsqueda resultará
frustratoria, como lo anuncia el Dr. Bertrand Zobrist, creador de esa sustancia antes de
lanzarse al vacío desde la torre de la Badia, en Florencia y suicidarse, al expresar: “Nunca lo
encontrarán a tiempo”. El Dr. Bertrand Zobrist, preocupado por la superpoblación mundial
que irremisiblemente conduciría a la humanidad a una hambruna, crea un
virus transhumanista, con un efecto muy parecido a la Peste Negra que azotó a la humanidad
en la Edad Media, en el siglo XIV, con la diferencia de que este virus ocasionará que las
personas afectadas no tengan hijos, con lo cual la producción de alimentos sería suficiente
para el mantenimiento del resto de la humanidad que quedara viva. A pesar de sus siniestros
propósitos, el Dr. Bertrand Zobrist considera que lo que hace es en beneficio de la
humanidad, y así lo manifiesta antes de suicidarse exclamando: “Querido Dios, rezo para que
el mundo recuerde mi nombre, no como el de un pecador monstruoso, sino como el del
glorioso salvador que sabes que en verdad soy. Rezo para que la humanidad comprenda el
legado que dejo detrás de mí. Mi legado es el futuro. Mi legado es la salvación. Mi legado es
el Inferno”.

86
Muchas de las enfermedades del pasado han sido erradicadas. Hubo enfermedades que
diezmaron poblaciones enteras. Se considera que la labor del médico del siglo XX fue curar a
las personas enfermas, mientras que la medicina del siglo XXI tiene por finalidad evitar que
los sanos se enfermen. Mientras más tiempo viva la gente más personas vivas habrá en un
momento dado. La esperanza de vida aumentó al mismo tiempo que disminuía la mortalidad
infantil. La esperanza de vida se ha doblado en los últimos doscientos años. Para el año 2050
las Naciones Unidas prevé para el mundo industrial desarrollado una edad de 82 años, y en
los más pobres se incrementará de 51 años hasta 66.

El mundo auguraba que enfermedades derivadas de los virus eran cuestiones del pasado,
pues se habían logrado éxitos extraordinarios en el ámbito de la medicina. El hambre se
había reducido en el mundo a consecuencia de la producción de alimentos y las grandes
guerras prácticamente habían desaparecido. O sea, cuando el mundo disfrutaba de más
salud, de más alimentos y de más paz, como la sangre, que al decir de Francisco de Quevedo
acude a la herida sin esperar que le llamen[2], irrumpió en el mundo un contagioso virus,
que se originó en la ciudad china de Wuhan, conocido como COVID-19 y que ha trastornado
al mundo entero. Todavía es muy temprano predecir la forma en que las personas cambiarán
su comportamiento de vida a consecuencia de ese virus, principalmente en la mayoría de los
países que hemos estado sometidos al confinamiento o cuarentena en el hogar.

Creo que todo lo que se puede decir del COVID-19 ya se ha dicho. Los mejores especialistas
del mundo y los grandes laboratorios se han manifestado, los jefes de Estados y de Gobiernos
de todo el universo se han hecho eco de la gran preocupación. Por lo tanto, sería llover sobre
mojado si en este pequeño artículo yo pretendiera repetir lo que se ha dicho y lo que se
conoce.

Las incidencias del COVID-19 en el cumplimiento de los contratos y las pretensiones de ser
una causa ajena liberatoria de responsabilidad, al asimilarse a la fuerza mayor, también ha
sido abordado con verdadero conocimiento de causa por nuestros jóvenes doctrinarios del
derecho, enriqueciendo de esa manera la doctrina dominicana. Yo, por mi parte, prefiero
abordar el tema desde el punto de vista de la responsabilidad civil que pudiera derivarse por
su contagio de manera intencional.

El 29 de abril de 2020, el exjuez, Manuel Ulises Bonnelly Vega, escribió en el periódico El


Caribe, un enjundioso artículo con el título “Contagio doloso de un virus”. Este consagrado
estudioso y especialista en materia penal formula algunos planteamientos desde el punto de
vista penal, y a tales fines formula dos hipótesis. La primera, cuando una persona a sabiendas
que es portadora del COVID-19, de manera voluntaria acciona con el propósito de contagiar
a otra. La segunda hipótesis, cuando una persona, sabiendo de su estado de salud omite
tomar el cuidado necesario y a consecuencia de su comportamiento descuidado o
imprudente, contagia a otra persona. En definitiva, se han descrito dos hipótesis. Una de
carácter dolosa, actuando deliberadamente, a sabiendas del daño que puede causar; y la otra
hipótesis, cuando el daño es causado por imprudencia, es decir, por un comportamiento
descuidado o negligente o atolondrado.

87
Partiendo del principio de legalidad que rige en material penal, indispensable en esta
materia para que una conducta sea punible, Bonnelly Vega, nos dice que en muchos casos el
contagio voluntario podría ser perseguido por el tipo penal contenido en los artículos 309 y
311 del Código Penal, siempre que la enfermedad, la imposibilidad de dedicarse al trabajo o
la muerte, sea como consecuencia de golpes, heridas, violencias o vías de hecho, como sucede
con la “persona que, por ejemplo, con un objeto contaminado golpea o punciona a otra para
contagiarla estaría dando los golpes, provocando las heridas o ejerciendo las violencias
requeridas por esta infracción”. O “Quien escupe a otro o le estornuda encima para
contagiarlo con el virus ejercería sobre su víctima una vía de hecho, o sea, un acto “…que por
su naturaleza debe sancionarse por la repugnancia que produce a la víctima… (hermanos
Garraud)”. En cuanto a la hipótesis de que el contagio del virus es producido por una
negligencia o un comportamiento descuidado, negligente o atolondrado, partiendo de ese
mismo principio de legalidad, dicho autor nos dice que, salvo el artículo 31 de la ley núm. 55-
93 sobre Sida, ninguna otra disposición legal prevé, expresamente, la conducta específica de
contagiar deliberadamente un virus.

Sobre la base de lo dicho por el exjuez, cuando el COVID-19 es transmitido deliberadamente,


o sea, voluntariamente, por una persona a otra, entonces habría una sanción penal en los
términos de los artículos 309 y 311 del Código Penal, pero si ese contagio se ha producido
simplemente por negligencia, descuido o de manera atolondrada, entonces no existe sanción
penal. Como se observa, él parte de la intencionalidad o no de causar el contagio para
establecer el tipo penal. No es mi propósito tomar partido o no por la posición sustentada
por el autor del Contagio doloso de un virus.

Me parecen muy interesantes los planteamientos que hace Bonnelly Vega desde el punto de
vista penal, pero quiero abordar brevemente lo que pudiera ocurrir en el campo de la
responsabilidad civil, y a tales fines voy a tomar las mismas dos hipótesis planteadas por él,
en el sentido de la primera, cuando una persona a sabiendas que es portadora del COVID-19,
de manera voluntaria acciona con el propósito de contagiar a otra. La segunda hipótesis,
cuando una persona, sabiendo de su estado de salud omite tomar el cuidado necesario y a
consecuencia de su comportamiento descuidado o imprudente, contagia a otra persona.

A propósito de dicho artículo, recuerdo haber escrito en el año 1989 un artículo para una
revista[3] de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), con el título Aspectos legales sobre el
SIDA: La experiencia extranjera como indicativo para la instauración en la República
Dominicana de un estatuto legal sobre el SIDA, donde en la introducción yo planteaba que “La
humanidad siempre ha sido abatida por calamidades originadas en ocasiones por la
naturaleza y en otras ocasiones por el propio hombre: las guerras y las enfermedades de
transmisión sexual avalan ese aserto. La mayoría de las veces el hombre ha impuesto su
destreza y sabido sobreponerse a esas calamidades”. Ese artículo de mi autoría tuvo su razón
de ser en la alarma que causó en el mundo la aparición del SIDA, que fue diagnosticado por
primera vez en el año 1981 entre las comunidades de homosexuales en Nueva York y Los
Ángeles.

El artículo al que he hecho referencia anteriormente fue escrito cuando en nuestro país
todavía no existía la ley número 55-93 sobre el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
88
(SIDA), identificada por Bonnelly Vega como ley 55-93 sobre Sida, al igual que lo que ocurre
en la actualidad que ninguna ley sanciona expresamente el contagio por el COVID-19, que
como bien apunta este, la ley dispone su artículo 31 que: “Las personas que deliberadamente
violen los artículos 25 y 26 de la presente Ley, o que con sangre, agujas, jeringas u otro
instrumento contaminado por el VIH, o que por violación sexual o seducción pretendan
infectar a alguna persona, serán sancionadas con las penas previstas en el Código Penal”.

Según mi parecer, desde el punto de vista de la responsabilidad civil poco importa las dos
hipótesis planteadas por el Dr. Manuel Ulises Bonnelly Vega, pues ya sea en el caso de que el
portador del COVID-19 haya actuado intencionalmente, de manera deliberada y con el
propósito de contagiar a otra persona, como cuando el contagio se haya producido por haber
actuado el portador de ese virus por negligencia, descuidado o imprudente, los resultados
serían siempre los mismos. En responsabilidad civil no rige el principio de legalidad, pues lo
que importa de manera fundamental es que se haya producido un daño a los términos de la
ley. Aquí no tiene aplicación el viejo principio de nuestro derecho nulla poena, nullum
delictum sine lege previae.

En ausencia de texto legal expreso, tenemos que recurrir al derecho común de la


responsabilidad civil extracontractual, específicamente a los artículos 1382 y 1383 del
Código Civil. De eso resulta que cualquier persona portadora del COVID-19 que de manera
intencional o por negligencia o inobservancia de los reglamentos causa a otra un daño, se
encuentra obligada a reparar ese daño. De esto se deriva que una persona que se encuentre
contagiada por el COVID-19 que por cualquier vía transmita o contagie a otra con el virus, al
causar necesariamente un daño a otro, compromete su responsabilidad civil y está obligada
a reparar los daños y perjuicios causados, en virtud de las disposiciones citadas del Código
Civil.

Como se observa de lo anterior, la responsabilidad civil que se puede comprometer por el


contagio del COVID-19 puede tener el carácter delictual, si el contagio es causado
intencionalmente o cuasidelictual, si el daño es causado de manera inintencional.

Debido a que ese virus es sumamente contagioso es prudente y conveniente que las personas
tomen las medidas de lugar a fin de evitar que con nuestra actuación comprometamos
nuestra responsabilidad civil y con ella se ponga en juego nuestro patrimonio, pues esta
conlleva la reparación de daños y perjuicios. Recuerden, finalmente, que no solamente
comprometemos nuestra responsabilidad civil cuando de manera intencional contagiamos a
una persona, sino también cuando por nuestra negligencia causamos tal contagio.
[1] https://www.ojoclinico.net/rieux-el-heroe-de-la-pesta/
[2] https://akifrases.com/frase/127007
[3] Revista de Ciencia y Cultura UNIBE, vol. 1,núm. 2, mayo-agosto, 1989

89
COVID-19 y reestructuración mercantil: dos conceptos que analizar

María G. Geara Hasbún

La propagación del virus COVID-19 ha impactado la economía mundial y, en consecuencia,


ha creado un ambiente de inestabilidad en el equilibrio financiero de las empresas. La
interrupción en la logística de producción y cadenas de suministro, la disminución de
productividad, pérdida de fondos, reducción de empleados, entre otras consecuencias, ha
llevado a las empresas a asumir riesgos que atentan de manera directa contra su capacidad
de solvencia y subsistencia. En esta medida, las empresas buscan solución a corto y mediano
plazo al cambio drástico en la economía y, sobre todo, de cara a la Covidianidad (vivir
cotidianamente con el COVID-19) y la reapertura próxima de la economía. Por esta razón,
surge el interés de comentar las disposiciones contenidas en la Ley 141-15, sobre
Reestructuración y Liquidación de Empresas y Personas Físicas Comerciantes (la “Ley de
Reestructuración”) y en el Decreto 20-17, que establece su Reglamento de Aplicación (el
“Reglamento”). Enfocando el análisis en la diferencia de dos conceptos que dan vida al
proceso concursal; entendiendo que el mismo es útil para las empresas y que deberá ser
analizado antes de dar cualquier paso en miras de combatir la crisis económica actual.

Los conceptos a los que me refiero son “cesación de pago” e “insolvencia”; los cuales, en
principio, no se encuentran definidos ni distinguidos en la Ley de Reestructuración o su
Reglamento; sin embargo, en la referida ley son mencionados dichos términos en la lista de
supuestos que sirven de fundamento a la solicitud de reestructuración o liquidación (artículo
29 de la Ley de Reestructuración). Es menester insistir que estos conceptos permiten incoar
el procedimiento concursal en la República Dominicana y su importante y fundamental
diferencia pueden dar lugar a procesos con procedimientos y resultados totalmente
diferentes.

Objetivo y funcionamiento de la Ley de Reestructuración

Antes de profundizar en la diferencia de los conceptos mencionados, es preciso entender el


objetivo y el funcionamiento del denominado “concurso” en la República Dominicana. La Ley
de Reestructuración y su Reglamento fueron concebidos a fin de modificar el Código de
Comercio Dominicano en lo que respecta al procedimiento de liquidación para personas y el
entonces llamado proceso de quiebra y de bancarrota para sociedades comerciales. Con la
modificación legislativa se introduce el procedimiento de reestructuración, mediante el cual
se pretende la recuperación y posterior reorganización del deudor, continuando con sus
operaciones, preservando los empleos y facilitando la recuperación de los créditos a favor
de sus acreedores.

Según el artículo 1 de la Ley de Reestructuración sus objetivos son los siguientes;

a) proteger a los acreedores ante la dificultad financiera de sus deudores, que puedan
impedir el cumplimiento de las obligaciones asumidas; y,

90
b) lograr la continuidad operativa de las empresas y personas físicas comerciantes,
mediante los procedimientos de reestructuración o liquidación judicial.

Dicho lo anterior, la Ley de Reestructuración viene a invertir los papeles y poner como regla
el procedimiento de reestructuración y como excepción la liquidación; protege los intereses
del acreedor, protegiendo y manteniendo al deudor.

Los procesos de reestructuración están habilitados para aquellas personas físicas o jurídicas
que se dediquen a la actividad comercial, excluyendo a las empresas propiedad del Estado
Dominicano, las entidades de intermediación financiera y las entidades participantes del
mercado de valores. Tendrán calidad para solicitar la reestructuración (i) el deudor o (ii) los
acreedores, siempre y cuando su acreencia supere los 50 salarios mínimos.

El artículo 29 de la Ley de Reestructuración establece una lista de 11 supuestos que sirven


de fundamento a la solicitud de reestructuración. Basta que se encuentre al menos uno de
ellos, dentro de los que se contemplan, entre otros, el incumplimiento por más de 90 días de
al menos una obligación de pago; cuando el pasivo exceda su activo por más de 6 meses;
incumplimiento de pago a la Administración Tributaria por 6 cuotas fiscales o más; cuando
haya dejado de pagar al menos 2 salarios de manera consecutiva a los empleados.

El proceso de reestructuración podrá ser llevado a cabo mediante tres vías;

a) Reestructuración amigable (Acuerdo Previo de Plan o Pre-concurso). Es un acuerdo


de voluntades pactado en cualquier momento previo al sometimiento de una solicitud
de reestructuración, a iniciativa exclusiva del deudor. Es una solución amistosa que
evita llevar a las partes incurrir en el proceso de reestructuración, con unos requisitos
mínimos, entre los cuales se encuentra la aceptación de los acreedores que
representan el 60% de la deuda registrada.
b) Reestructuración ordinaria. Este proceso inicia con la solicitud de reestructuración
por ante el tribunal, ya sea de parte del deudor o por uno o más de sus acreedores.
Una vez se ha sometido la solicitud, se agotan las etapas de verificación, conciliación
y liquidación judicial, con sus respectivos requisitos y plazos correspondientes (ver
gráficamente en el flujograma).
c) Reestructuración abreviada. Es una salida más simplificada, exclusivamente
dirigida a aquellos procesos en los que las acreencias o créditos totales no superen
los RD$10,000,000.00. En principio el procedimiento es el mismo, agotando las
mismas tres etapas, pero los plazos son acortados en un 50% (mitad de los plazos
señalados en el flujograma), así como las formalidades y requisitos son reducidos
según el artículo 62 de la Ley de Reestructuración.

La solicitud de reestructuración produce la suspensión de cualquier acción judicial,


administrativa o arbitral. Así como cualquier vía de ejecución, desalojo o embargo sobre los
bienes del deudor. Además, suspende el cómputo de intereses y los pagos de toda acreencia
anterior a dicha solicitud. Finalmente, el artículo 54 de la Ley de Reestructuración contempla
también la suspensión de la ejecución de créditos fiscales. Este principio tiene por excepción
el pago del salario o de las prestaciones laborales, de conformidad con el mismo Código de
91
Trabajo, pero este aspecto no será tratado en el presente artículo, por escapar al ámbito y
objeto del mismo.

Cesación de pago e Insolvencia

Las definiciones de estado de cesación de pago y de insolvencia responden sobre las bases
objetivas del comportamiento del patrimonio, su naturaleza y estado de liquidez. Algunas
corrientes doctrinarias y jurisprudenciales han asimilado los conceptos, basándose en la
figura del incumplimiento; se analizarán ambas posturas a fin de resaltar la importancia de
su diferencia.

El término insolvencia, por su origen latino está compuesto por el prefijo negativo “in” y por
“solve”, que tiene como significado liberar o pagar. Según el diccionario jurídico de la RAE la
insolvencia es identificado como presupuesto objetivo del concurso, que por existir un
desbalance patrimonial (activo disponible es inferior al pasivo exigible) no le permite al
deudor cumplir puntual y regular con sus obligaciones exigibles.

92
La legislación italiana ha sido la más cerrada a interpretaciones. Insiste en que la cesación de
pago va a estar determinada por la existencia de un estado de insolvencia. Según el artículo
4 de la Legge fallimentare “el estado de insolvencia se manifiesta con el incumplimiento y
otros hechos exteriores, que vienen a demostrar que el deudor no se encuentra en
condiciones de satisfacer regularmente las obligaciones contraídas”. De igual manera los
Estados Unidos de América comparte esta postura, el Bankruptcy Code establece como
motivo para la declaración de insolvencia, el que lo solicite el propio deudor, y el que
presente falta de pagos de sus deudas.

En estos ordenamientos prevalece la teoría de que el estado de insolvencia se manifiesta por


el incumplimiento de una o más obligaciones u otros hechos exteriores que demuestran la
incapacidad de cumplir con las deudas exigibles. Es decir, que asimila ambos conceptos como
uno, indicando que cesar de pagar es un hecho exterior que demuestra la característica
interna de la empresa, que se encuentra insolvente. Sin embargo, la cesación de pago y la
insolvencia aluden a un estado que generalmente, pero no necesariamente, provoca
incumplimiento, y, a la inversa, los incumplimientos no suponen la existencia de dicho estado
patrimonial. El incumplimiento es una acción que, bajo ciertos criterios, puede ser
considerada como revelador del estado de cesación de pago.

Así como lo explica el doctrinario dominicano, Juan A. Biaggi Lama “un deudor que se
encuentre en estado de cesación de pago no puede ser entendido como insolvente, que
justifique, y por ese solo hecho, que se proceda a la liquidación de sus activos para con ellos
pagar las acreencias de sus acreedores, pero sí podrá serlo cuando y no obstante no haber
caído en una cesación de pago, sus activos devengan a ser insuficientes para cubrir sus
pasivos, pues en este caso estaríamos en presencia de una insolvencia.”

Así también lo ha establecido el doctrinario argentino, Mauricio Yadrola “no hay que
confundir la cesación de pagos con el mero incumplimiento del que no paga por
circunstancias ajena a su impotencia patrimonial; ni con la carencia de activo, pues un activo
que no es líquido o liquidable, aunque fuera considerablemente superior al pasivo, no
permitiría solventar las deudas a medida que van siendo exigibles”. De aquí que la corriente
doctrinaria y jurisprudencial argentina, no considere la insolvencia como presunción
objetiva del concurso.

Dado el análisis anterior se puede concluir que la distinción entre cesación de pago e
insolvencia reside en dos aspectos sustanciales;

Determinación de la naturaleza económica. Se debe determinar la naturaleza de las causas


que están provocando la cesación de pago para entonces definir si es un hecho imputable al
deudor o si por el contrario, es una causa externa o imputable a terceros o a situaciones que
escapen de su control. En el caso de que el pasivo sea considerablemente mayor a sus activos,
hecho imputable al deudor, muy probablemente estaríamos frente a una insolvencia. Pero,
si este no fuere el caso entonces habría que determinar si existen causas externas que están
imposibilitando al deudor, como, por ejemplo, una recesión y contracción del mercado por
causa de una crisis económica, como la que se está viviendo en estos momentos por la
propagación del COVID-19 y por consecuencia de las medidas tomadas.
93
Concepto de un supuesto de liquidez. Por otro lado, deben ser evaluados todos los activos
(tangibles o intangibles) de una empresa para con certeza definir la situación económica en
un estado de cesación de pago o insolvencia. Teniendo presente que no estaría frente a una
insolvencia por el simple hecho de haber incumplido con sus obligaciones de pago por falta
de liquidez para ello. Las causas de esta iliquidez podrían tener origen en un embargo
trabado en su contra, pero a la vez podrían ser por un caso fortuito o de fuerza mayor, o una
crisis económica que haya paralizado la economía nacional.

Se desprende de lo anterior la gran importancia que juega el papel del verificador, quien
indaga, analiza y produce un informe sobre la situación económica y financiera de las
empresas a fin de presentar al tribunal y aconsejar qué camino debe agotar cada caso. Cabe
destacar que en algunos casos el verificador pudiese ser innecesario, según el artículo 59 del
Reglamento, cuando el proceso haya sido iniciado a instancias del deudor y existan
elementos suficientes para justificar su incapacidad financiera para cumplir con sus
obligaciones de pago.

En los casos en donde no se haya utilizado la función del verificador se entiende que el
deudor ya ha hecho por su parte un análisis, de la mano de profesionales (contables,
financieros, área legal) que lo ha llevado a concluir que el proceso de reestructuración o
liquidación es el más idóneo para poder salvaguardar su empresa. Sin embargo, debería este
proceso interno llevarse a cabo con regularidad por las empresas, actuando como sus
propios verificadores, sobre todo en estos tiempos, las empresas deben con periodicidad
conocer de su información corporativa, fiscal, contable y legal; deben conocer cuál es el
objetivo de su empresa y estar al tanto de la situación financiera. En ese sentido, se evidencia
una debida diligencia que debe llevarse a cabo por parte de la gerencia o el consejo de
administración tanto en la parte de la evaluación de la situación económica de la sociedad,
como en brindar esta información a los socios a los fines de que estén conscientes de la
misma y así poder adoptar las medidas correspondientes.

Deben, además, las empresas actuar de manera previa a cualquier crisis interna, no debe ser
regla, como bien lo establece la Ley de Reestructuración, esperar a una posible insolvencia
que lleve a la empresa a su liquidación y disolución. Por el contrario, se debe analizar con
una naturaleza preventiva y en estos tiempos, con más importancia, analizar el por qué se ha
ocasionado esta situación en la empresa. Se debe tomar en cuenta el análisis del momento
en que ha surgido la situación económica, si la misma venía desde antes del COVID-19 y se
ha visto agravada, pues quizás es momento de iniciar el proceso de reestructuración. Sin
embargo, si la situación económica de la empresa ha venido por consecuencia de las medidas
del COVID-19, exclusivamente, tampoco se debería por ese hecho utilizar la reestructuración
para cubrir a las empresas de sus incumplimientos de pago y beneficiarse de los efectos de
suspensión que habilita la Ley de Reestructuración.

Finalmente, es prudente tomar en cuenta las vías que han sido habilitadas por el Estado
Dominicano para cooperar con la subsistencia de las empresas. Por ejemplo:

94
- ha facilitado programas como Quédate en Casa y FASE; el primero dirigido a los
ingresos de los hogares y trabajadores informales y el segundo para apoyar el
sustento de los trabajadores de empresas formales que actualmente han sido objeto
de una suspensión del contrato de trabajo o que hayan reducido su jornada laboral.
Los cuales según el último discurso del Presidente Danilo Medina (17 de mayo de
2020), han sido extendidos por el mes de junio;
- se ha añadido un nuevo programa destinado a trabajadores independientes llamado
Pa’ Ti;
- se han puesto a disposición facilidades tributarias, habilitando prórrogas y
exenciones en los pagos de ISR e ITBIS; y,
- en el ámbito monetario y financiero el Banco Central ha reducido tasas como la tasa
de política monetaria, tasas de interés, entre otros. Incluso, los bancos privados
también han flexibilizado y tomado medidas para cooperar con esta crisis.

En conclusión, la propagación del COVID-19 y las medidas tomadas por consecuencia del
mismo han causado fuertes impactos en el patrimonio de las empresas. Algunos patrimonios
han podido resistir y combatir la crisis, mientras que, otros se han visto más afectados. En
búsqueda de salvaguardar las empresas y de continuar con su operatividad la Ley de
Reestructuración ofrece un gran mecanismo para la subsistencia y capacidad de solvencia
de las empresas. Por lo que, el conocimiento expreso de los conceptos de cesación de pago e
insolvencia, al ser los que habilitan el inicio del proceso de reestructuración, permiten
analizar a cabalidad el estado del patrimonio para poder tomar las medidas que mejor le
convengan a cada empresa.

Referencias Bibliográficas

1. BIAGGI LAMA, Juan A., El proceso de reestructuración y liquidación comercial de las personas físicas y jurídicas
en la República Dominicana, Santo Domingo: Editorial Librería Jurídica Internacional, S.R.L., 2018.
2. BONFANTI, Mario Alberto y GARRONE, José Alberto, Concursos y Quiebra, 4ta edición, Buenos Aires: Editorial
ABELEDO-PERROT, 1990.
3. FASSI, Santiago y GEBHARDT, Marcelo, Concursos y quiebras: Comentario exegético de la ley 24.522
jurisprudencia aplicable, 7ma edición, Buenos Aires: Editorial Astrea, 2000.
4. FERNANDEZ, Alberto, Fundamentos de la quiebra, Revista de Jurisprudencia Argentina, J.A., 1962, 1962, 125-213.
5. SANGUINO Sánchez, J., Cesación de pagos e insolvencia. En C. D. Medellín, Concordatos y quiebras de los
comerciantes, Medellín: Editorial DIKE, 1983.
6. YADROLA, Mauricio, El concepto técnico-científico de “cesación de pagos”, Revista de Jurisprudencia Argentina,
J.A.,1962-IV, 1962, 36-47.
7. Decreto 20-17 Reglamento de Aplicación de la Ley No. 141-15 de Reestructuración y Liquidación de Empresas y
Personas Físicas Comerciantes, de fecha 13 de febrero de 2017.
8. Ley No. 141-15 de Reestructuración y Liquidación de Empresas y Personas Físicas Comerciantes, de fecha 7 de
agostos de 2015.
9. Ley No. 24.522 de Concursos y Quiebra argentina, de fecha 7 de agosto de 1995.
10. Ley No. 267/1942 de quiebra italiana, de fecha 16 de marzo de 1942.
11. Oficio número 00001/2018 emitido por el Tribunal de Reestructuración y Liquidación de primera instancia del
Distrito Nacional en relación a la solicitud de reestructuración realizada por la entidad de intermediación
financiera Banco Múltiple BHD León, S.A., en perjuicio de la sociedad comercial Caribbean Recycling, S.R.L., de
fecha 31 de enero de 2018.
12. Trabajo de grado Reestructuración de la empresa y régimen de
insolvencia. https://www.javeriana.edu.co/biblos/tesis/derecho/dere6/DEFINITIVA/TESIS41.pdf
13. United States Bankruptcy Code.
14. https://dej.rae.es/
15. https://presidencia.gob.do/

95
El hecho del príncipe, un caso olvidado de fuerza mayor

Edgar Torres Reynoso

Decía en días pasados a través de mi cuenta de twitter “@etorres_reynoso”, que producto de


la pandemia del COVID-19, la comunidad jurídica nacional había vuelto a incursionar en la
doctrina, concentrándose en las causas eximentes de responsabilidad contractual,
puntualmente en la fuerza mayor y en el caso fortuito. En este sentido, debo felicitar a todos
los colegas sobre los escritos que han redactado, entiendo que se ha realizado un excelente
trabajo sobre ambas figuras jurídicas.

Consecuentemente, el objeto de este trabajo no es abundar sobre temas que han sido
previamente abordados por mis colegas, sino explicar una figura jurídica del derecho clásico,
la cual es considerada como causa de fuerza mayor, me refiero al hecho o fuerza del príncipe.

I. Concepto:

Los actos del soberano o fuerza del príncipe son aquellos actos que emanados de su
autoridad o imperium tienden a menoscabar o disminuir los derechos individuales de los
ciudadanos, en procura del bien general; por ejemplo, una prohibición del Poder Ejecutivo
para que no se ocupe determinado terreno por considerarlo sometido a la jurisdicción
nacional, pese a una concesión municipal otorgada, libera al concesionario de las
obligaciones contraídas respecto de la construcción de un edificio en dicho lugar, puesto que
debido a la prohibición establecida por el ejecutivo debe abandonarlo[1].

La ecuación o equilibrio económico financiero del contrato administrativo, puede sufrir


alteración por un acto imputable al Estado. Es lo que la doctrina denominase hecho del
príncipe, determinante de la llamada alea administrativa, por oposición al alea económica
propia de la llamada teoría de la imprevisión, alea esta ajena a la voluntad estatal.

Ya el redactor del Código Civil Argentino, Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, se ocupó de la
cuestión. Dijo que se "entienden por hechos del soberano (o del príncipe), los actos
emanados de su autoridad, tendiendo a disminuir los derechos de los ciudadanos". Waline
vincula el hecho del príncipe a la autoridad pública. Laubadere da dos significados: uno
amplio y otro restringido. En un concepto amplio, la expresión hecho del príncipe significa
toda intervención de los poderes públicos que tenga por resultado afectar de una manera
cualquiera las condiciones jurídicas o sólo las condiciones de hecho de acuerdo con las cuales
un contratante de la administración ejecuta su contrato. Tales actos de los poderes públicos
pueden ser de carácter general o de carácter particular. Pero en un sentido restringido
afirma que, para ser aplicable la teoría del hecho del príncipe, el acto o hecho dañoso debe
emanar de la propia autoridad pública con al cual se celebró el contrato…

La teoría del hecho del príncipe es conocida a través de diversas denominaciones, que vale
la pena tener presentes para saber que se refieren a lo mismo.

96
El redactor del código civil argentino, lo llama "hecho del soberano" o "fuerza del príncipe".
La generalidad de la doctrina la denomina "hecho del príncipe" (fait Du Prince, en Francia).

Otros, para distinguir adecuadamente esta situación, que es debida a un hecho o a un acto
estatal, de la situación que cae bajo el ámbito de la teoría de la imprevisión, la denominan
"alea administrativa" o fait de l'administration. Finalmente, como el agravio al derecho del
contratante puede resultar de una medida o actitud estatal negativa, por ejemplo, derogación
o no ampliación de un texto legislativo o reglamentario con cuya vigencia el cocontratante
pudo contar, algunos tratadistas hablan entonces de "hecho del príncipe negativo" (fait Du
Prince negatif)[2].

Son "hechos del príncipe" aquellos actos de la autoridad pública que agravan, sin culpa, la
situación de un contratante de una colectividad pública.

El poder de modificación de la Administración, se refiere a modificaciones internas del


contrato, mientras que el hecho del príncipe se refiere a intervenciones administrativas de
tipo general, no referidas exclusivamente a un contrato, pero que suponen un cambio en las
condiciones externas, fiscales, económicas, sociales, produciendo un desequilibrio en la
valorización económica de las prestaciones y haciendo más onerosa la del cocontratante.

Desde ya se pueden establecer los supuestos y condiciones en que opera el llamado "hecho
del príncipe".

a) Debe tratarse de una medida general de índole económica; las modificaciones


específicas y concretas de carácter técnico siguen un régimen especial.

b) Debe tratarse de un acto de autoridad con eficacia tal para ser impuesto en la
ejecución de los contratos, esto es, debe existir una relación directa de causalidad entre la
disposición administrativa y la elevación de las condiciones económicas del contrato. No son
operantes las disposiciones de carácter general y universal que sólo de una manera indirecta
son ocasión o causa de los aumentos. (política de deuda pública o manejo del crédito oficial,
manejo de los tipos de interés, etc.).

c) Debe ser imprevista y posterior a la adjudicación. Si se hubiese estipulado otra cosa


en el propio contrato" estará obligado a lo en él dispuesto.

d) El daño causado por el acto de autoridad debe tratarse de un daño cierto y especial,
no se tomarán en cuenta pues, disposiciones que impliquen únicamente reducción de
beneficios. Así, las cargas fiscales directas no se tomarán en cuenta como tampoco aquellas
que tienen un carácter absolutamente general, cuyas consecuencias pueden ser
consideradas como cargas públicas impuestas a la colectividad. Librar de ellas al
cocontratante sería un privilegio en relación a los demás.

e) La falta concomitante del contratista, dolosa o culposa, exime a la Administración de


toda responsabilidad por el "hecho del príncipe"[3].
97
En sentido lato, la expresión “hecho del príncipe” se refiere a toda intervención de los
poderes públicos, es decir, de cualquier órgano del Estado que afecte de cualquier forma, ya
sea de manera directa o indirecta, la ejecución del contrato…

(…) La teoría del hecho del príncipe nació para corregir las consecuencias de aquellas
intervenciones de los poderes públicos que tuvieran por efecto afectar, con medidas
generales, las condiciones jurídicas o de hecho conforme a las cuales el contratista ejecuta su
contrato…el hecho del príncipe concierne a las medidas que no tienen por objeto realizar
directamente la prerrogativa modificatoria, pero que inciden o repercuten sobre el contrato,
haciendo que su cumplimiento sea más oneroso (…)

(…) En cambio, en sentido estricto, la expresión, que también se conoce como “hecho de la
administración”, designa los actos provenientes de la autoridad pública contratante que, sin
tener por objeto el contrato, generan efectos sobre el mismo en cuanto a las condiciones de
su ejecución[4].

Se denomina, tradicionalmente, hecho del príncipe al acto emanado de cualquier autoridad


pública, que obsta al cumplimiento del deudor, v.gr., la requisa de mercaderías que debían
ser entregadas.

No importa que el acto de la autoridad sea ilegítimo si el particular no está en situación de


resistirlo eficazmente.

Cualquier autoridad pública puede originar casos fortuitos de esta índole. Pero si se trata de
resoluciones judiciales, como son, en general declarativas y no constitutivas de derechos y
no se dictan oficiosamente sino a instancia de parte, no puede aceptarse que sean
imprevisibles o ajenas al deudor. Con todo, si el acto judicial que obsta al cumplimiento de la
obligación se ha dictado sin audiencia del interesado y especialmente cuando éste no ha dado
motivo a la medida, puede ser un caso fortuito, el embargo trabado en un juicio de
reivindicación incoado sobre la base de antecedentes desconocidos.[5]

En ciertos supuestos el deudor puede verse impedido de cumplir con la obligación a su cargo
debido a un acto de autoridad pública. Por ejemplo, D debe entregar un inmueble a A, que
luego de constituida la obligación es expropiado. No interesa si dicho acto es legítimo o
arbitrario, lo único que importa es que sea imprevisible y obste al cumplimiento de la
obligación.

Debe existir imposibilidad de cumplir, por cuanto si el evento sólo torna dificultosa la
liberación del deudor, éste carece de derecho a invocarlo como causal exonerativa de
responder.

El acto del soberano que impide cumplir puede consistir en una ley (p. ej. una ley de
locaciones que prorroga la vigencia del contrato e impide que el dueño entregue el inmueble
desocupado a un comprador) o en un decreto del Poder Ejecutivo.

98
Las resoluciones judiciales, en principio, no constituyen caso fortuito por cuanto no son
imprevisibles para el deudor; pero si él no fue citado a juicio, o si la resolución recayó en un
pleito en el que no fue parte, tiene derecho a invocarla como causal eximente de
responsabilidad[6].

Para la doctrina francesa, es “cas de force majeure consistant dans une prescription de la
puissance publique, par exemple une expropriation, une réquisition, le retrait d'un permis
de construire[7]”, lo que traducido al español significa: “caso de fuerza mayor consistente en
una prescripción de las autoridades públicas, por ejemplo, una expropiación, una requisa, la
retirada de un permiso de construcción”.

En Venezuela tiene aplicación la concepción amplia de la teoría del hecho del príncipe que,
según el decir de Eloy Lares Martínez, "abarca toda intervención de los poderes públicos que
haga más difíciles u onerosas las condiciones en las cuales el contratista ha de dar
cumplimiento a las obligaciones contraídas", y así la Corte ha reconocido el derecho de
indemnización, como se ha visto, "aun si fuera inconstitucional" la exoneración por la
anulación del precepto legal que la contenga (y la anulación por inconstitucionalidad sólo
puede ser dictada por el órgano jurisdiccional competente), "por culpa imputable al
Legislador mismo, al adoptar una forma inconstitucional de conceder subvenciones[8]".

El hecho del príncipe, o fait du prince, es por antonomasia un evento de ruptura del equilibrio
económico del contrato en desmedro del contratista a causa de un hecho imputable a la
administración contratante, cuando quiera que a causa de este la economía del contrato se
desquicie por completo, de tal modo que represente una pérdida significativa el contratista
la ejecución de las obligaciones a su cargo, y no cualquier sacrificio, toda vez que por medio
de esa institución no se busca asegurar al cocontratante frente a todo tipo de alea o
contingencia que circunde las prestaciones de la relación negocial, particularmente en
aquellos contratos cuya ejecución tiende a prolongarse en el tiempo.

La jurisprudencia ha sostenido reiteradamente que por medio del restablecimiento del


equilibrio económico del contrato no se busca que la administración le colabore
parcialmente al contratista a soportar el pasivo que comporta la ejecución del objeto
contractual. Pues bien, en la medida en que la ruptura de la ecuación financiera del contrato
deviene a causa de hechos ajenos al propio contratista, la única manera de restablecerla es
que la entidad contratante asuma los costos necesarios para que su cocontratante no solo
obtenga la solvencia financiera para atender la ejecución de la obra o la prestación del
servicio, sino también la respectiva indemnización de los perjuicios que le han sido irrogados
y la utilidad esperada de acuerdo con las condiciones en que se celebró el contrato.

De otra parte, el Consejo de Estado ha sido prolijo al señalar que el hecho del príncipe se
estructura únicamente cuando la entidad contratante expide un acto general y abstracto que
resulta imprevisible al momento de la celebración contrato y cuya vigencia tiene como efecto
la incidencia directa o indirecta en la alteración extraordinaria o anormal de la ecuación
financiera del contrato.

99
Una vez verificados todos los supuestos ontológicos del hecho del príncipe, la consecuencia
es que la entidad contratante debe indemnizar al cocontratante por todos los perjuicios
causados por la ruptura del equilibrio financiero del contrato.

Ahora bien, la norma debe ser de carácter general y no particular, pues de lo contrario se
desbordaría el dominio del hecho del príncipe para ingresar al fenómeno del ius variandi
como clara manifestación de los poderes exorbitantes y excepcionales al derecho común que
la ley le confiere a la administración contratante sobre el contratista para tutelar el interés
general por medio de la dirección y el control de su actividad[9].

“…la expresión “hecho del príncipe” no es completamente ajena a los autores de derecho
privado. En efecto, la doctrina de este derecho considera al “hecho del príncipe” como una
de las especies de la causa extraña que exime de responsabilidad al deudor que incumple su
obligación por romperse el nexo de causalidad entre su comportamiento antijurídico y el
daño. Se trata, en la perspectiva de algunos, de una variante de la fuerza mayor y, en otros
casos, de una especie de hecho de un tercero, siempre con la consecuencia de eximir, al
deudor afectado, del cumplimiento fiel de la obligación contraída.

En la actualidad, dentro del contexto del derecho de los contratos administrativos, la


expresión “hecho del príncipe” es utilizada comúnmente con diversas acepciones: una en
sentido lato y otra en sentido estricto. En sentido lato, la expresión “hecho del príncipe” se
refiere a toda intervención de los poderes públicos, es decir, de cualquier órgano del Estado
que afecte de cualquier forma, ya sea de manera directa o indirecta, la ejecución del contrato.
La doctrina que sostiene esta posición ha definido la figura en los siguientes términos:

La teoría del hecho del príncipe… nació para corregir las consecuencias de aquellas
intervenciones de los poderes públicos que tuvieran por efecto afectar, con medidas
generales, las condiciones jurídicas o de hecho conforme a las cuales el contratista ejecuta su
contrato… el hecho del príncipe concierne a las medidas que no tienen por objeto realizar
directamente la prerrogativa modificatoria, pero que inciden o repercuten sobre el contrato,
haciendo que su cumplimiento sea más oneroso.

En cambio, en sentido estricto, la expresión, que también se conoce como “hecho de la


administración”, designa los actos provenientes de la autoridad pública contratante que, sin
tener por objeto el contrato, generan efectos sobre el mismo en cuanto a las condiciones de
su ejecución. La doctrina partidaria de concebir la expresión en este sentido más restringido,
encabezada por de Laubadère, ha manifestado:

El hecho del príncipe es una medida tomada por la autoridad contratante que afecta las
condiciones de ejecución del contrato. Pero, como medida tomada por la administración
contratante, el hecho del príncipe parece duplicarse. La administración contratante pue de,
en primer lugar, tomar una medida que tiene por objeto directo y, en consecuencia, al mismo
tiempo por efecto, modificar las condiciones de ejecución del contrato... en segundo lugar, la
administración puede tomar una medida que si bien no tiene por objeto propio la ejecución
del contrato, tiene un efecto sobre esta ejecución... podríamos reservar para la segunda
hipótesis la expresión «hecho del príncipe»”[10].
100
La teoría del hecho del príncipe, que ha sido calificada como una de las más confusas del
Derecho Administrativo, nació para corregir las consecuencias de aquellas intervenciones de
los poderes públicos que tuvieran por efecto afectar, con medidas generales, las condiciones
jurídicas o de hecho conforme a las cuales el contratista ejecuta su contrato.

A diferencia de la alteración del equilibrio financiero que se opera por el ejercicio de la


potestad de modificación unilateral del contrato, el hecho del príncipe concierne a medidas
que no tienen por objeto realizar directamente la prerrogativa modificatoria, pero que
inciden o repercuten sobre el contrato, haciendo que su cumplimiento sea más oneroso. Se
trata de un supuesto de responsabilidad extracontractual.

Por ese motivo se ha sostenido que debe tratarse de medidas de carácter general, que adopte
el Estado, sean legítimas o no (lo que puede incidir en la extensión del resarcimiento),
mientras que si la medida es de alcance particular, el caso encuentra aplicación dentro de la
responsabilidad contractual, donde la reparación corresponde en plenitud, aun cuando
provenga de una ley formal, siempre que pertenezca al mismo orden de competencia
constitucional bajo el cual se realizó el contrato (v.gr., nacional, provincial o municipal, en
caso de tener estos entes reconocida autonomía en las constituciones provinciales).

Poco importa, pues, si la medida general proviene o no de la administración contratante, del


órgano legislativo pertinente o de otra entidad estatal con personalidad jurídica encuadrada
en dicha administración, ya que en todos estos supuestos se consuma un "alea
administrativa" por una medida general que torna aplicables los principios que rigen en
materia de responsabilidad extracontractual del Estado.

Para que el contratista pueda invocar el hecho del príncipe para obtener el reajuste del
contrato afectado por un alea de esa naturaleza, se requiere que la medida general:

1) sea de índole económica o financiera;


2) provoque una excesiva onerosidad sobreviniente;
3) sea imprevista y exceda el alea normal de todo contrato;
4) exista una relación de causalidad entre la medida y la alteración de la ecuación del
contrato; y
5) que el daño sea cierto y especial, en el sentido de que afecte más intensamente al
contratista que al resto de las personas a quienes se les impone la medida de alcance general,
cuyas consecuencias resultan asimilables a la imposición de cargas públicas[11].

Esta teoría consiste en la modificación que se produce en las condiciones bajo las cuales el
contratista particular pensó ejecutar el contrato, como consecuencia de una actuación
imperativa de la administración contratante. Esta modificación, que puede ser ajena a la
relación contractual pero que la afecta, trae como consecuencia el restablecimiento de la
condición contractual a la situación existente al momento de contratar, o por lo menos, al
momento anterior a la actuación administrativa que provoca el desbalance. «Cuando la
potestad pública (el príncipe) agrava con su hecho, las condiciones de ejecución del contrato,

101
ella puede ser obligada a indemnizar al cocontratante. La indemnización es entonces
integral, es decir, igual al perjuicio sufrido».

Según Rivero, la esencia de la teoría está en la existencia de un álea administrativa, es decir,


el riesgo que el contratista está obligado a soportar en y durante la ejecución del contrato,
que rebasa el riesgo razonablemente calculado por el contratista particular y coloca el
contrato en una situación tal que pierde la posibilidad de otorgar al contratista la
remuneración esperada. Agrega el tratadista francés que las soluciones jurisprudenciales
establecen tres posibilidades en la aplicación de la Teoría del hecho del príncipe:

a) La teoría del hecho del príncipe, está presente siempre y cuando la persona pública
cocontratante usa su poder de modificación unilateral de las obligaciones del cocontratante...

b) La teoría no interviene jamás cuando la medida que agrava las obligaciones del
cocontratante emana no de la persona pública contratante, sino de otra persona pública...

c) La teoría puede intervenir cuando la persona pública contratante dicta una medida
general que agrava las cargas del cocontratante…[12].

II. Naturaleza:

De los conceptos anteriormente compartidos es preciso señalar que los mismos están
presentes en el ámbito del derecho civil y el derecho administrativo. En otras palabras, el
hecho del príncipe tiene matices que impactan el derecho privado y el derecho público, a
saber:

a) En el derecho civil, porque está incluida como causal de fuerza mayor eximente de
responsabilidad por inejecución de las obligaciones; el cual debe ser probado y vinculado
totalmente a la obligación no ejecutada.

Es preciso recordar que al verse incluida como causal de fuerza mayor por parte de la
doctrina se encuentra revestida de las mismas características de las otras causales.

b) Mientras que, es parte del ámbito del derecho administrativo porque emana de una
autoridad pública, lo que lo convierte en un “acto administrativo”.

En ese sentido, es menester recordar que el legislador dominicano entiende como acto
administrativo a “toda declaración unilateral de voluntad, juicio o conocimiento realizada en
ejercicio de función administrativa por una Administración Pública, o por cualquier otro
órgano u ente público que produce efectos jurídicos directos, individuales e inmediatos
frente a terceros[13]”.

Por su lado, la jurisprudencia dominicana ha entendido que un acto administrativo es “la


decisión o resolución administrativa, con efectos individuales frente a terceros, dictada por
la Administración en el ejercicio de una potestad administrativa distinta a la
reglamentaria[14]”.
102
Asimismo, nuestra Suprema Corte de Justicia ha establecido los elementos esenciales para la
existencia del acto administrativo, diciendo: “Considerando, que esta Corte de Casación
considera que la existencia de un acto administrativo depende del cumplimiento de ciertos
elementos esenciales como son la competencia, el objeto, la voluntad, la forma, y además de
otros requisitos que se consideran accesorios o eventuales, como es la condición, el modo y
el término; que son requisitos del acto administrativo la condición, el cuándo y el término,
los cuales aunque no afectan su existencia, sí lo hacen en su eficacia con respecto al cuándo
y al cómo de la producción de los efectos jurídicos del acto, siendo así, la condición significa
el hecho futuro e incierto del cual se hace depender la eficacia de un acto administrativo[15]”.

III. Características:

De conformidad con la doctrina referenciada en la parte de los conceptos, el hecho del


príncipe tiene las siguientes características:
a) Debe tratarse de una medida general de índole económica; las modificaciones
específicas y concretas de carácter técnico siguen un régimen especial.

b) Debe tratarse de un acto de autoridad con eficacia tal para ser impuesto en la
ejecución de los contratos. En otras palabras, debe existir una relación directa de causalidad
entre la disposición administrativa y la elevación de las condiciones económicas del contrato.

c) Como toda causal de fuerza mayor, debe ser imprevista y posterior al contrato.

d) El daño causado por el acto de autoridad debe tratarse de un daño cierto.

e) La falta concomitante del contratista, dolosa o culposa, exime a la Administración de


toda responsabilidad por el "hecho del príncipe”.

IV. En la legislación dominicana:

Haciendo una búsqueda en la legislación dominicana, podemos decir que:

En el Código Civil dominicano, expresamente no se encuentra en su texto como causal


eximente de responsabilidad. En ese sentido, es preciso recordar que el artículo referente a
las causales eximentes de responsabilidad por incumplimiento de las obligaciones
contractuales es el art. 1148, el cual expresa:

“Art. 1148.- No proceden los daños y perjuicios, cuando por consecuencia de fuerza mayor o
de caso fortuito, el deudor estuvo imposibilitado de dar o hacer aquello a que está obligado,
o ha hecho lo que le estaba prohibido”.

Asimismo, es menester recordar que este es el derecho común y complementario para todas
las materias especializadas.

103
En la Ley General de Electricidad núm. 125-01, establece en Artículo 2, correspondiente a las
definiciones, lo siguiente:

“FUERZA MAYOR”: Acontecimiento (fuerza de la naturaleza, hecho de un tercero, hecho de


la Autoridad Gubernamental o del Estado) que no ha podido ser previsto ni impedido, y que
libera al Agente Deudor por no poder cumplir su obligación frente al tercero que ha resultado
afectado, por la imposibilidad de evitarlo. A pesar de que dicho texto no define
expresamente el “hecho del príncipe”, lo incluye dentro de las causales de fuerza mayor para
fines del sector eléctrico.

Es preciso señalar que el Decreto 555-02, de fecha 19 de julio de 2002, con sus
modificaciones, que aprueba el Reglamento de Aplicación de la Ley General de Electricidad
núm. 125-01, asume este mismo concepto de fuerza mayor.

En la Ley 249-17, que deroga la anterior Ley 19-00, del Mercado de Valores, establece en su
artículo 12, lo siguiente:

“Artículo 12.- Exigencia de responsabilidad por terceros. No podrá intentarse ninguna acción
personal, civil o penal contra los miembros del Consejo, el Superintendente o el Intendente,
ni el personal que preste sus servicios a la Superintendencia o al Consejo por los actos
administrativos realizados durante el ejercicio de sus funciones, conforme a lo previsto en
esta ley, sin que con carácter previo se haya obtenido una resolución judicial definitiva e
irrevocable, declarando la nulidad del acto administrativo en cuya realización dicha persona
hubiere participado.

Párrafo I: En el caso de que se declare la nulidad de dicho acto y que la causa de la misma
fuere la conducta particular de la persona que dictó o ejecutó el acto, quedará abierta la vía
para ejercitar la acción disciplinaria que corresponda, sin perjuicio de las demás acciones
que procediesen en Derecho.

Párrafo II: A los efectos previstos en este artículo, la Superintendencia asumirá los costos de
defensa del demandado, aún cuando haya dejado de prestar servicios a la misma. La
Superintendencia tendrá derecho a repetir estos costos contra dichas personas en el caso en
que las mismas fueran encontradas personalmente responsables de la ilegalidad.

Párrafo III: Los daños derivados de fuerza mayor, entendiéndose como tales los eventos
inevitables ajenos al ámbito de actuación administrativa, no serán imputables a la
Superintendencia ni al Consejo, así como a los miembros del Consejo, el Superintendente y
al Intendente, ni al personal que presta sus servicios”.

Llamo la atención al párrafo III, el cual en principio establece que la fuerza mayor está ajena
al ámbito de actuación administrativa, lo que significa que, para esta normativa, el hecho del
príncipe no es causal eximente de responsabilidad o simplemente no existe esta figura.

104
En todas las demás normativas que pude revisar, algunas 500, mencionan la causa de fuerza
mayor como eximente de responsabilidad, pero no se refieren al “hecho del príncipe” o
“hecho de la administración”.

V. Conclusiones

Como podemos observar, aunque la normativa dominicana ha sido tímida en la inclusión del
“hecho del príncipe” dentro de sus disposiciones, la doctrina internacional la ha valorado
como una causal de fuerza mayor válida, siempre y cuando se cumplan con los requisitos y
características señalados.

[1] Diccionario Jurídico Enciclopédico. Edición 2005. Consultor Jurídico Digital de Honduras
[2] Diccionario Jurídico Enciclopédico. Edición 2005. Consultor Jurídico Digital de Honduras
[3] LOS RIESGOS Y EL EQUIVALENTE ECONOMICO EN EL CONTRATO ADMINISTRATIVO DE OBRA PUBLICA. OSVALDO
OELCKERS CAMUS. Universidad Católica de Valparaíso.
[4] La prevalencia de los principios en la contratación estatal, como primer límite al ejercicio de la declaración
administrativa de la caducidad del contrato estatal. Gerardo Orrego Lombana
[5] Llambías, Jorge J.- Raffo Benegas, Patricio J. (Actualizador). Tratado de las Obligaciones.
[6] Atilio Aníbal Álterini, Óscar José Ameal, Roberto M. López Cabana. Derecho de obligaciones. Civiles y comerciales.
[7] Léxicos de términos jurídicos. 2018-2019. Editora Dalloz.
[8] Brewer-Carías, Allan. Tratado de derecho administrativo. Derecho público en Iberoamérica. Volumen III. Los actos
administrativos y los contratos administrativos. Edición 2013.
[9] Santofimio Gamboa, Jaime Orlando. Compendio de derecho administrativo. Edición 2017. Universidad del Externado,
Colombia.
[10] Fernández Ruíz, José; Santiago Sánchez, Javier. Coordinadores. Contratos administrativos, culturas y sistemas
jurídicos comparados. Universidad Nacional Autónoma de México. Edición 2007.
[11] Cassagne, Juan Carlos. Derecho administrativo. Tomo II. Séptima edición actualizada. Editora Lexis-Nexis.
[12] Mendoza Torres, Arnaldo. Los contratos de la administración pública. Ediciones Uninorte. Barranquilla, Colombia.
Año 2004.
[13] Artículo 8 de la ley 107-13 sobre los Derechos de las Personas en sus Relaciones con la Administración y de
Procedimiento Administrativo. G. O. No. 10722 del 8 de agosto de 2013.
[14] Tercera Sala SCJ, Sentencia 387 de fecha 23 de julio de 2014; B.J. Inédito; Exp. núm. 003-2012-02612
[15] Tercera Sala SCJ, Sentencia 760 del 28 de diciembre de 2016, B.J. Inédito; Exp. núm. 2015-4432

105
La abogacía colaborativa, nunca fue tan necesaria como ahora

Francisco Lapouble Segura

Durante todo el confinamiento, hemos ocupado una parte del tiempo para participar en un
sinnúmero de actividades virtuales, en las que se ha tratado de hacer un ejercicio, buscando
adaptar determinados temas legales a la nueva realidad que ha impuesto la pandemia del
coronavirus.

A pesar del esfuerzo y la gran calidad de las exposiciones, pocas son las preguntas que
encuentran respuesta, pues se trata de un problema nuevo, de característica imprevisible,
que estamos y seguiremos afrontando, a través de las mismas estructuras, con las mismas
instituciones y los mismos actores. Adecuar lo que tenemos a esta nueva realidad y salir
airosos de ella, es el gran reto.

El retorno al diario trajinar está a la vuelta de la esquina, poco a poco irán reabriendo los
tribunales, y en la medida que el individuo se reorganice, irán incrementando los problemas
de cuya solución vivimos los abogados. Sin embargo, este nuevo arranque conllevará el
despliegue de nuevos protocolos que van a generar cambios en la forma en la que estábamos
acostumbrados a realizar nuestros trámites, en la programación y la celebración de las
audiencias; situación que para bien o para mal provocará que el acceso a la justicia
tradicional, aunque posiblemente más organizado, a partir de ahora se encuentre aún más
limitado.

Este escenario nos debe invitar a replantear el modelo de ejercicio que hasta ahora hemos
llevado, donde acudir a la justicia tradicional es el principio y los métodos alternativos de
conflictos la excepción. Sin embargo, en esta ocasión no pretendo hacer una oda a la
mediación y al arbitraje, que mucho han ayudado a descongestionar nuestros tribunales.
Sino más bien, reflexionar sobre la posibilidad de un nuevo estilo de abogado, a quien se
acudirá con el problema y cuyo despacho, muchas veces, se puede convertir en esa instancia
única donde ese conflicto encuentre solución.

Nunca como hoy, se hizo más necesario hablar sobre la abogacía colaborativa, ese ejercicio
focalizado fundamentalmente en el asesoramiento legal y en la gestión de la solución de los
conflictos desde una actividad constructiva, pacificadora y esencialmente no litigante, pues
la solución no dependerá del juicio y el criterio de una tercera persona.[1].

Esta corriente profesional, muy diferente al método tradicional, se inició en los Estados
Unidos a principio de los años noventa, a causa del trauma que originan los conflictos
generados en el derecho de familia, motivando a abogados y clientes a trabajar juntos en una

106
atmósfera de colaboración en busca de un compromiso de una salida consensuada sobre la
base de la buena fe, capaz de mitigar los efectos emocionales y daños colaterales que implica
un proceso litigioso[2].

Probablemente estas líneas no sean del agrado del abogado esencialmente litigante, pero
tranquilos colegas, que ustedes saben bien que por cuestiones de orden público y
características particulares de ciertas normas, existen situaciones cuya solución escapan a la
autonomía de la voluntad de las partes.

Sin embargo, a través de un ejercicio productivo del derecho colaborativo, se pueden


encontrar además salidas importantes a situaciones que involucran temas de contratos de
alquiler, litigios hereditarios, división patrimonial, establecimiento de regímenes de visitas,
manutención, gestiones de cobros, conflictos entre socios en diferentes tipos de empresas, la
lista es larga, y qué bueno.

El abogado, o los abogados, antes que acudir a tribunales o a cualquier método alternativo
de solución de conflictos, puede trabajar con su cliente la búsqueda de una solución cuya
norma aplicable sería el resultado de la elaboración de un criterio consensuado que se
adapte plenamente a las circunstancias del caso y las condiciones de las partes, de una
manera más rápida, más justa y sustancialmente más económica[3].

La queja sobre la mora judicial es constante, la de la calidad de las sentencias también, todos
estamos conscientes que ejercemos y somos partes de un sistema de administración de
justicia burocrática, que en vez de ayudar a quitarle trabajo, lo rebozamos con solicitudes,
demandas y recursos anodinos, cuyo sustento jurídico es poco o nulo, pero que ocupan
tiempo y recurso. Nosotros los abogados, somos parte del problema y sobre nuestras
espaldas reposa buena parte de la solución.

Aprovechemos pues, las oportunidades que vamos a tener a partir de esta reactivación para
comenzar a fomentar entre nuestros clientes una cultura de gestión del conflicto, esa que nos
avoque a agotar todas las posibilidades de negociar, y cuando la negociación sea imposible,
intentarlo diez veces más, porque como decía Sun Tzu, el resultado de una victoria es mucho
peor, incluso para el que la obtiene, que las consecuencias y los desastres de una batalla[4].

[1] P. Ortuño Muñoz, Justicia sin jueces, Editorial Planeta, Barcelona, 2018, p.278
[2] S.Daicoff, Law as healing profession: The “Comprehensive Law Movement”, New York Law School Clinical Research
Institute 05/06 12. https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=875449
[3] P. Ortuño Muñoz, op. cit.
[4]Ibid.

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