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Diarios de Motocicleta.

Notas de viaje por América Latina de Ernesto el “Che” Guevara


comienza diciendo que “el personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra
Argentina, el que las ordena y pule, “yo”, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior.
Ese vagar sin sumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado más de lo que creí.” Y
luego dice: “los dejo ahora conmigo mismo; el que fui…” (26).
El Che, muy contento de dejar su trabajo, harto de la Facultad de Medicina, de hospitales y de
exámenes. Su amigo Alberto Granado, tomando mate dulce, dejando su puesto en el leprosario
de San Francisco de chañar y trabajo mal remunerado en el hospital español.
“Por los caminos del ensueño llegamos a remotos países, navegamos por los mares tropicales y
visitamos todo el Asia. Y de pronto, deslizada al pasar como una parte de nuestros sueños
surgió la pregunta: ¿Y si nos vamos a Norteamérica? ¿A Norteamérica? ¿Cómo? Con la
Poderosa, hombre. Así quedó decidido el viaje que en todo momento fue seguido de acuerdo
con los lineamientos generales con que fue trazado: improvisación. Los hermanos de Alberto se
unieron… lo demás fue un monótono ajetreo en busca de permisos, certificados, etc… sólo
veíamos el polvo del camino y nosotros sobre la moto devorando kilómetros en la fuga hacia el
norte” (27).
Le faltaba un año para acabar la carrera de medicina y se fue de viaje.
Gripe terrible en Bahía Blanca.
“Países remotos, hechos heroicos, mujeres bonitas, pasaban en círculo por nuestra imaginación
turbulenta; y por mis ojos cansados que se negaban, no obstante, al sueño, un par de ojos
verdes que sintetizaban un mundo muerto se reían de mi pretendida liberación, acoplando la
imagen a que pertenecieran a mi vuelo fabuloso por los mares y tierras de este mundo” (34)
La moto se cae, hay que repararla todo el tiempo. Polvo, mugre, reparaciones de alambres y
tornillos, Pinchadura de llanta, pérdida de tiempo.
San Martín de los Andes:
“El camino serpentea entre los cerros bajos que apenas señalan el comienzo de la gran
cordillera y va bajando pronunciadamente hasta desembocar en el pueblo, tristón y feúcho,
pero rodeado de magníficos cerros poblados de una vegetación frondosa. Sobre la estrecha
lengua de quinientos metros de ancho por treinta y cinco kilómetros de largo es que el lago
Lacar, con sus azules profundos y los verdes amarillentos de las laderas que ahí mueren, se
tiende el pueblo, vencedor de todas las dificultades climáticas y de medios de transporte, el día
que fue “descubierto” como lugar de turismo y quedara asegurada su subsistencia” (38)
“Ahora supe, casi con una fatalista conformidad en el hecho, que mi sino es viajar, que nuestro
sino, mejor dicho, porque Alberto en eso es igual a mí; sin embargo hay momentos en que
pienso con profundo anhelo en las maravillosas comarcas de nuestro sur. Quizás algún día
cansado de rodar por el mundo vuelva a instalarme en esta tierra argentina y entonces, si no
como morada definitiva, al menos como lugar de tránsito hacia otra concepción del mundo,
visitaré nuevamente y habitaré la zona de los largos cordilleranos” (39).
En Chile, la Poderosa II termina su gira. Se estrellan con una piedra, ellos se salvan de milagro,
se quedaron sin frenos en una bajada. Accidente, desde entonces la moto hace una serie de
cosas raras. Los llevan en camión a un cuartel de bomberos y duermen el casa da un alférez del
ejército chileno. Están ahí, no pueden reparar la moto.
Llegan a Santiago de Chile. “tiene el aspecto de Córdoba más o menos”. No se quedan mucho
tiempo, consiguen ahí una visa para entrar a Perú.
“Al fin llegó el gran día en que dos lágrimas surcaron simbólicamente las mejillas de Alberto y,
dando el postrer adiós a la Poderosa que quedaba en depósito emprendíamos el viaje hacia
Valparaíso, por un magnífico camino de montaña que es lo más bonito que la civilización puede
ofrecer a cambio de los verdaderos espectáculos naturales (léase no manchados por la mano
del hombre) en un camión que aguantó a pie firme nuestro pechazo” 62
Va a ver a una vieja asmática en La Gioconda, un lugar de comer, observa: “Es que la adaptación
al medio hace que en las familias pobres el miembro de ellas incapacitado para ganarse el
sustento se vea rodeado de una atmósfera de acritud apenas disimulada; en ese momento se
deja de ser padre, madre o hermano para convertirse en factor negativo en la lucha por la vida
y como tal, objeto del rencor de la comunidad sana que le echa su enfermedad como si fuera
un insulto personal a los que deben mantenerlo. Allí, en estos últimos momentos de gente cuyo
horizonte más lejano fue siempre el día de mañana, es donde se capta la tragedia que encierra
la vida del proletariado de todo el mundo; hay en esos ojos moribundos un sumiso pedido de
disculpas y también, muchas veces, un desesperado pedido de consuelo que se pierde en el
vacío, como se perderá pronto su cuerpo en la magnitud del misterio que nos rodea. Hasta
cuándo seguirá este orden de cosas basado en un absurdo sentido de casta es algo que no está
en mí contestar pero es hora de que los gobernantes dediquen menos tiempo a la propaganda
de sus bondades como régimen y más dinero, muchísimo más dinero, a solventar obras de
utilidad social. Mucho no puedo hacer por la enferma: simplemente le doy un régimen
aproximado de comidas y le receto un diurético y unos polvos antiasmáticos” 65

Se encierran en el baño de un barco y así pueden salir de Chile: “Allí comprendimos que nuestra
vocación, nuestra verdadera vocación, era andar eternamente por los caminos y mares del
mundo. Siempre curiosos; mirando todo lo que aparece ante nuestra vista. Olfateando todos
los rincones, pero siempre tenues, sin clavar nuestras raíces en tierra alguna, ni quedarnos a
averiguar el sustratum de algo; la periferia nos basta. Mientras todos los temas sentimentales
que el mar inspiran pasaban por nuestra conversación, las luces de Antofagasta empezaron a
brillar en la lejanía, hacia el noreste. Era el fin de nuestra aventura como polizones, o, por lo
menos, el fin de esta aventura, ya que el barco volvía a Valparaíso” 71

Sobre una pareja de comunistas chilenos obreros de los que se hacen amigos: ‘El gusano
comunista’ que había hecho eclosión en él, no era nada más que un natural anhelo de algo
mejor, una protesta contra el hambre inveretada traducida en amor a esa doctrina extraña cuya
esencia no podría nunca comprender, pero cuya traducción ‘pan para el pobre’ eran palabras
que estaban a su alcance, más aún, que llenaban su existencia” 73

Llegan a Cuquimata. Una zona de minas en el desierto, cobre.

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