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LA PUESTA EN ACTO DEL AMOR:

TRANSFERENCIA UNA REPETICIÓN DE ANÁLISIS.


Margot Mata Olguín

¿Qué es lo que por ser callado, se repite en el espacio analítico? ¿Es la relación
analítica (analizante-analista) una relación supeditada al amor; qué amor? Y
“finalmente” ¿Es o tiene que ser acaso el análisis un acto de amor “fallido”? Éstas
son algunas de las preguntas hasta ahora no formuladas explícitamente por mí,
pero que estuvieron presentes durante el proceso de revisión y análisis en un
seminario, en el que se revisaron diversos textos sobre la teoría y la clínica de
Freud y que además abrían paso a la discusión sobre cómo hacer la clínica hoy en
día.

Así retomaré algunos de los textos revisados, para intentar generar una reflexión
al respecto pero también para dar lugar a discernir, confrontar, concordar y/o
aportar lo que se pueda pensar a partir de este escrito.

Podría pensarse que sólo en los textos en los que Freud abordó de manera
abierta el tema de la transferencia como: Sobre la dinámica de la transferencia de
(1912) y Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (1914-1915), trató dicha
cuestión, sin embargo, desde escritos previos al periodo psicoanalítico, ya se
veían bosquejos, de lo que Freud denominó como: “la más poderosa palanca del
éxito” de un análisis pero también como “el medio más potente de la resistencia”
(p. 99).i O sea, la transferencia.

Y es que desde 1890 en el texto “Tratamiento psíquico, tratamiento del alma”, el


autor ubicó la importancia que tenían los afectos que deposita el paciente
(hipnotizado) hacia el médico (hipnotizador), en esta observación localizó, que
dichos afectos de por ejemplo, simpatía o rechazo que le provocase el médico al
paciente, permitía y facilitaba o dificultaba que las palabras del médico tuvieran un
efecto en la dirección de curar su malestar o síntomas.
De manera textual cito parte del texto:

…una credulidad como la que el hipnotizado presta a su hipnotizador sólo la


hallamos, en la vida real, fuera de la hipnosis, en el niño hacia sus amados
padres; y una actitud semejante de la vida anímica de un individuo hacia otra
persona con un sometimiento parecido, tiene un único correspondiente, pero
válido en todas sus partes, en muchas relaciones amorosas con entrega plena.
La conjunción de estima exclusiva y obediencia crédula pertenece, en general,
a los rasgos característicos del amor. (p.127)ii

Es decir que desde entonces Freud comenzaba a observar y a describir el


fenómeno transferencial, sin haberlo denominado aun conceptualmente como tal.

Además puede leerse, que hay algo de la transferencia que va más allá del
espacio analítico, es decir que no se limita a jugarse únicamente en el acto de
análisis; da entonces lugar a preguntarse si se puede hablar de transferencia o
de transferencias, haciéndonos voltear para cuestionarnos entonces:

¿Cuál es la singularidad en el análisis, que permite un despliegue total de dicho


mundo amoroso? Mundo que por ser del orden del amor, está sujeto a la
naturaleza sexual, o sea, al mundo pulsional del sujeto en análisis pero que
implica y toca al analista también.

La cuestión anterior le plantea y deja abierta la pregunta al analista: ¿qué hacer


con “eso” que produce lo sexual del otro, de su analizante, en él?

Pregunta que exige una respuesta en acto del analista, en donde si bien, no se
corresponderá la demanda de amor, de dar ese saber que le supone el analizante
de sí, de su síntoma; sí le permitirá a éste preguntarse respecto de sí.

Es a partir del no decir del analista, que se abre posibilidad del decir del
analizante; y es a través de la escucha flotante e intervención del analista que se
plantea la pregunta para y en el analizante, pregunta que cabe mencionar se venía
gestando en el sujeto de análisis, sólo que hasta ahora no había sido escuchada,
no se dejaba decir.
Será vía la interrogante y la escucha ahora no sólo del analista, sino también del
analizante, que este último, podrá elaborar algo respecto de sí y dar cuenta de
ello no sólo a través del pensamiento o la palabra, sino también, a través del el
acto, como efecto de análisis y no como reacción a éste.

En un segundo momento ya no en el periodo prepsicoanlaítico, sino ahora, ya bajo


el desarrollo de la clínica psicoanalítica propiamente dicha, Freud, siguiendo el
rastro de lo que antes había planteado logra elucidar la transferencia de la
siguiente manera:

…todo ser humano por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de


los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad
determinada para el ejercicio de su vida amorosa o sea, para las
condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así
como para las metas que habrá de fijarse (p. 97)iii

En este entramado, Freud, deja entrever el papel importante que él le da a la


sexualidad infantil para el posterior desarrollo de la psique de un sujeto, ya que
como lo señala es por suerte de una especie de molde, conformado por factores
biológicos y una disposición azarosa, que el sujeto estará sujeto a poder
vincularse de esa manera.

En esta forma de vinculación se entrelazan sin saberlo, aquellas mociones


libidinales a las que les pudo dar sentido o respuesta “adecuada” a su exigencia
de hacerse y por otro lado, aquellas que pasaron en sentido estricto al sujeto, las
cuales sólo tuvieron lugar en él de manera momentánea, algunas quedando
soslayadas al plano reprimido del inconsciente; menciona el autor en el mismo
texto que existen algunas mociones pulsionales, que nunca bajaron del plano de la
fantasía. Lo que le permitió suponer a Freud, que entonces éstas, son liberadas a
través de la acción misma del inconsciente, que sin saberlo, busca repetírselas,
re-creárselas, re-escenificárselas, colocando y colocándose así el sujeto como un
extra de su propia escena, la cual sólo tiene y sigue la lógica de lo reprimido, de lo
soslayado, del inconsciente.
Esto da por resultado, digamos así, un clisé (o también varios) que se
repite —es reimpreso— de manera regular en la trayectoria de la vida, en
la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y la naturaleza
de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo
inmutable frente a impresiones recientes.” (p.98) iv

Luego entonces podemos decir que si bien dichos clisés, no son propios
del análisis, ni se originan solamente ahí, y que sí van más allá de éste, es
sólo en el espacio y acto de análisis, que su repetición no es pasada por
alto y que no se busca ignorarlos, prohibirlos o callarlos, sino por el
contrario, se trata de crear las condiciones que permitan a partir de este
“artificio real” de amor, que sean, no sólo, desplegados o puestos en acto
por el sujeto mismo, sino que también, él logre elaborar, construir un
sentido en torno a ellos para después re-significarlos, es decir crear algo
nuevo para sí en palabra y en acto también.

Así la relación que se establece analista-analizante, sí es de amor, pero de


un amor fallido, que busca: mantenerse y caer en cada sesión de análisis;
abrir y conservar en el sujeto, una añoranza que podría pensarse es por el
saber que el analista pueda mostrarle de sí, de su síntoma:

La cura tiene que ser realizada en la abstinencia; sólo que con ello no me
refiero a la privación corporal, ni a la privación de todo cuanto se apetece,
pues quizá ningún enfermo lo toleraría (...) hay que dejar subsistir en el
enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del
trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante
subrogados. [cursivas añadidas] (p.168)v

Así, podría pensarse al tratamiento psicoanalítico, como una promesa de


amor jamás cumplida y que jamás se cumplirá, o al menos no debería de
ser así, en ese espacio y en esa relación analista-analizante, y aunque
pareciese sonar absurdo o ilógico el hecho que sea una relación dispar en
donde sólo uno es el que ama, el que demanda, el que “aguarda” la
esperanza, es a partir de ésta cualidad que se podrá articular el trabajo
psicoanalítico y además resonar a manera de acción en el analizante.

Tal vez lo que queda al final, sea la posibilidad de mantener eso que
permitió y que aconteció durante y como efecto del análisis que es el
DESEO y el reconocimiento de éste por el sujeto mismo, ya no
exclusivamente a través de las formaciones del inconsciente como los son:
los síntomas, los sueños, los actos fallidos, los lapsus, el acting-out, el
chiste, sino, a partir de la palabra y del acto mismo del sujeto.

Así la elaboración, de un saber de sí, que si bien el sujeto pudo construir a


partir de la interpelación, del cuestionamiento del analista, y que en un
inicio había depositado gracias a la figura de amor, (de poder y de saber)
que le representaba su analista, al final reconoce ese saber incompleto y
además fuera del analista.

Es decir dicho saber lo hace propio, lo reconoce en él; así se descoloca del
lugar de saber que antes otorgó al analista y con esto a su vez, éste pierde
el lugar de la última palabra que antes le había sido permitido por el
analizante y que le posibilitaba escucharse a través de las interrogaciones,
interpretaciones e intervenciones del analista, las cuales antes tenían lugar
y efecto en el sujeto.

Dicha cuestión se deja entrever en el escrito de Freud: Análisis terminable


e interminable de 1937:

…Termino de un análisis (…) cuando se ha promovido el influjo sobre el


paciente hasta un punto en que la continuación del análisis no prometería
vi
ninguna ulterior alteración.”(p.222)

Y aunque la cita anterior podría remitirnos al campo de la sugestión, forma


de operar en el método hipnótico (1890), cabe señalar que para el año en
que se escribe Análisis terminable e interminable, han transcurrido 22 años
de la transición al campo de la transferencia como forma de operar del
método psicoanalítico.

Sin embargo, se hace evidente entonces o una contradicción por parte del
autor o la intuición de que para que suceda el trabajo psicoanalítico, es
necesario que en primera instancia, la figura del analista esté colocada en
un lugar de poder y de saber, lugar que le será dado y sostenido por aquél
que le demanda amor, ya sea a través de que le pida, cure su dolor, cese
su síntoma o que le diga algo al respecto de éste.

La satisfacción de la demanda de curar, aquietar y callar sus síntomas así


como el saber el origen de éstos, hecha por el paciente (analizante) al
médico (analista), era una forma de actuar propia y a través de la
sugestión, sin embargo, cuando sucede el giro al tratamiento psicoanalítico,
es gracias a las cualidades de saber y poder que se le suponen al analista,
que ya no se silencian los síntomas, si no que ahora se les cuestiona en
palabra y/o en acto, se les da lugar a ser analizados, a ser escuchados y
esto sólo es posible mediante el amor de transferencia, así transferencia y
sugestión nos muestran vías muy distintas de hacer la clínica del
inconsciente.

Otra cuestión que permite pensar, las líneas de dicha cita, es que el lugar
de amor, de poder y de saber que el analizante da al analista, también se lo
quita, o se derrumba a partir de la emergencia y del reconocimiento del
deseo del analizante por el analizante mismo.

Deseo que vale la pena decir, no emergió de la nada, al contrario, estaba


allí velado, “callado” y sin embargo era actuado y/o hablado en cada una de
la sesiones de análisis. Así lo antes formulado a partir de una las ideas
freudianas en relación al fin de análisis, abre la pauta para pensar el final y
tal vez la interrupción de análisis en relación con el término de amor de
transferencia, con la descolocación de la figura del analista del lugar de
amor, de poder y de saber que un inicio articuló y permitió el trabajo de
análisis.

Por lo revisado y discutido a partir de ciertas ideas elaboradas por Freud a


partir de su práctica clínica, se puede mirar, el trabajo analítico como un
acto de amor fallido, más no fracasado, porque es gracias a esta
imposibilidad, que se le permite al sujeto ver y elaborar algo de sí, incluso
de su falla misma inherente a él, que tal vez el desconocimiento pero
presentimiento de ésta, fue motivo de su llegada a análisis pero por efecto
de análisis, el reconocimiento de dicha falla, de aquello que Freud
denominó, “la roca dura de la castración”, es ahora el motivo de su salida,
de su fin de análisis.

Así se evidencia que la respuesta orientada a frustrar y a mantener la


demanda de amor/de saber, que cada analizante pide a su analista que
colme, se convierte en la vía de análisis a partir de la cual el sujeto pueda
saber suyo y reconocer algo, no todo, de sí, de su deseo velado y dejado
entrever en su demanda de análisis, en sus síntomas, en sus sufrimiento,
en sus sueños y también en sus risas.

“los fenómenos de la transferencia (…) nos brindan el inapreciable servicio


de volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y
olvidadas de los pacientes; pues en definitiva, nadie puede ser ajusticiado
in absentia o in effigie” (p105). vii

Finalmente en un intento de responder qué es lo que por ser callado se


repite y actúa en el espacio y acto analítico, podría enunciarse que es la
frustración de la castración, que además opera como vía para re-conocerla
constitutiva de sí, y es dicho re-conocimiento el que permite albergar la
posibilidad de actuar y de ser del sujeto, mediante la emergencia de su
deseo.
Bibliografía
i
Freud, S. (1912).Sobre la dinámica de la transferencia. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo XII. Argentina:
Amorrortu.

ii
Freud, S. (1890) Tratamiento Psíquico, tratamiento del alma. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo I. Argentina:
Amorrortu.

iii
Freud, S. (1912).Sobre la dinámica de la transferencia. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo XII. Argentina:
Amorrortu.

iv
Freud, S. (1912).Sobre la dinámica de la transferencia. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo XII. Argentina:
Amorrortu.
v
Freud, S. (1914-1915. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo XII.
Argentina: Amorrortu.

vi 6
Freud, S. (1937). Análisis terminable e interminable. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo XXIII. Argentina:
Amorrortu.

vii
“Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. Obras completas de Sigmund Freud. Tomo XXIII. Argentina:
Amorrortu.

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