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Diana Morales

¿Cómo se puede entender una enfermedad mental?

Es la pregunta que en algún momento fue planteada por la ciencia médica, en


específico aquellos vinculados con el área de la salud mental, y cuya especialidad o
disciplina van acompañadas por el prefijo “psi”; la psiquiatría, la psicopatología.
Tanto la psiquiatría como la psicopatología, estudian las enfermedades mentales
sólo que en distintos niveles y con distintos campos de posibilidad de acción. De
acuerdo a Ortuño (2010) la psiquiatría es una especialidad de la medicina cuyo
objetivo es el diagnóstico, tratamiento y prevención de las enfermedades
mentales, mientras que la psicopatología, según Zeigarnik (1981), es la rama de la
psicología, que se encarga del estudio de las leyes de disgregación o de separación
de la actividad psíquica y de las propiedades de la personalidad (inteligencia,
emociones, comportamiento), comparándolas con una norma poblacional, teniendo
como referencia las leyes del desarrollo psicológico normal.

Es decir que, si bien ambas se encargan del estudio de las enfermedades


mentales, la psicopatología no puede ni debe deslindarse del conocer con exactitud
el desarrollo psicológico normal, de las distintas áreas en las que se ve implicada la
vida de un sujeto; la cognitiva o de pensamientos, la emocional o afectiva, la social
y la de comportamiento. Campos de los que se vale la psiquiatría para poder
encontrar datos clínicos que puedan dar un criterio diagnóstico al paciente, pero
que, a diferencia de la psicopatología, quedan vistos de manera aislada a las
teorías del desarrollo. Por ende, se hace presente el campo de acción de cada
disciplina ya que un psicólogo en ningún momento tendrá la facultad de medicar, a
menos que curse los estudios pertinentes, así como un psiquiatra en algún
momento requerirá el conocimiento de estudios psicológicos o psicoterapéuticos
para poder dar terapia o dar un diagnóstico diferencial.
Es en este punto de cruce entre ambas disciplinas donde se puede construir un
trabajo en conjunto, en donde, por un lado, se auxilie a ese cuerpo biológico, pero
además se dé lugar a ese otro campo, al de la subjetividad de cada sujeto, aspecto
que implica, abrir un espacio, así como la posibilidad de que la singularidad de esa
persona, de decir, de hacer y de sentir ante la vida pueda ser enunciada por él
mismo y no quede estigmatizada bajo el título de un trastorno o de una
enfermedad mental. Bajo esta perspectiva es que uno puede aproximarse a la
serie de contingencias que tuvieron que suceder para que un chico que, de
acuerdo a lo conversado con sus padres, bajo tratamiento psicológico y
psiquiátrico pueda hacer comunidad con sus compañeros de trabajo.

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