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Horacio 20verbitsky 20el 20vuelo 5B1 5D 1 PDF
Horacio 20verbitsky 20el 20vuelo 5B1 5D 1 PDF
EL VUELO
PLANETA
Espejo de la Argentina
ESPEJO DE LA ARGENTINA
ISBN 950-742-608-6
ÍNDICE
I LA CONFESIÓN ......................................................................3
DIGAMOS LA VERDAD ............................................................. 3
ELOGIO DE LA TORTURA ......................................................... 7
UNA MUERTE CRISTIANA ........................................................11
TIERRA DE SOMBRAS.............................................................30
COMO LA REALIDAD ..............................................................36
II LA NEGACIÓN ....................................................................40
LA MENTIRA INSTITUCIONAL ..................................................40
BOOMERANG ........................................................................44
LA DESINFECCIÓN .................................................................49
UN HUMANISTA DE UNIFORME ................................................54
TODOS O NINGUNO ...............................................................67
MODUS OPERANDI.................................................................69
III LA ALIENACIÓN................................................................73
EL PLATO .............................................................................73
UN TEMA SIN IMPORTANCIA ...................................................77
IV ANEXOS DOCUMENTALES ..................................................79
LA COMISIÓN DE ACUERDOS ..................................................79
TESTIMONIO DE PERNÍAS EN EL SENADO .................................80
TESTIMONIO DE ROLON EN EL SENADO ...................................88
LA CARTA DOCUMENTO A MOLINA PICO ...................................93
LA CARTA A VIDELA ...............................................................94
LA PRIMERA CARTA A FERRER .................................................96
LA SEGUNDA CARTA A FERRER................................................99
LA CARTA A MENEM ............................................................. 100
EL PEDIDO DE PRÓRROGA .................................................... 102
LA NEGATIVA ...................................................................... 103
EL PLATO A SCILINGO.......................................................... 105
LA SOLICITUD DE RECONSIDERACIÓN ................................... 106
LA RECONSIDERACIÓN......................................................... 109
EL PARTE MÉDICO ............................................................... 110
V NOTAS ..............................................................................111
"History is a nightmare
from which I am trying to awake."
JAMES JOYCE, Ulysses
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Horacio Verbitsky El vuelo
A mi hermana Alicia
La confesión
DIGAMOS LA VERDAD
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Horacio Verbitsky El vuelo
impartidas por el Poder Ejecutivo cuya titularidad usted ejercía, participé de dos
traslados aéreos, el primero con 13 subversivos a bordo de un Skyvan de la
Prefectura, y el otro con 17 terroristas en un Electra de la Aviación Naval. Se les
dijo que serían evacuados a un penal del sur y por ello debían ser vacunados.
Recibieron una primera dosis de anestesia, la que sería reforzada por otra mayor en
vuelo. Finalmente en ambos casos fueron arrojados desnudos a aguas del Atlántico
Sur desde los aviones en vuelo. Personalmente nunca pude superar el shock que
me produjo el cumplimiento de esta orden, pues pese a estar en plena guerra
sucia, el método de ejecución del enemigo me pareció poco ético para ser
empleado por militares, pero creí que encontraría en usted el oportuno
reconocimiento público de su responsabilidad en los hechos", decía.
"Como respuesta ante el tema de los desaparecidos usted dijo: hay subversivos
viviendo con nombres cambiados, otros murieron en combate y fueron enterrados
como NN y por último no descartó algún exceso de sus subordinados. ¿Dónde me
incluyo? ¿Usted cree que esos traslados realizados semanalmente eran producto de
excesos inconsultos? Terminemos con el cinismo. Digamos la verdad. Dé a conocer
la lista de los muertos, pese a que en su momento no asumió la responsabilidad de
firmar la ejecución de los mismos. La injusta condena que dice que cumplió fue con
la firma de un presidente ordenando el juicio, con la firma del fiscal solicitando
condena, con la firma de jueces fijando sentencia. Todos, equivocados o no, dieron
la cara y su firma. Nosotros todavía cargamos con la responsabilidad de miles de
desaparecidos sin dar la cara y decir la verdad y usted habla de reivindicaciones. La
reivindicación no se logra por decreto". Terminaba anunciándole que si Videla no
asumía su responsabilidad, él publicaría la carta "para que se sepa la verdad."
—¿Qué le contestó Videla?
—Nunca me contestó nada.
Scilingo envió copia de esa carta al entonces jefe de Estado Mayor de la Armada,
almirante Jorge Osvaldo Ferrer. Al no rechazar el indulto los ex comandantes
aceptaron que "su condena careció de motivación política". Desde entonces sus
antiguos subordinados "pasamos a ser ejecutores de órdenes que podrían tener
carácter delictivo. Si bien el Punto Final nos libera de toda condena, no por ello
dejamos de ser responsables de los hechos de los cuales fuimos partícipes", le
escribió. No deseaba ser responsable de encubrimiento "al no asumir mi autoría en
casos de desaparecidos" y había resuelto presentarse a la fiscalía federal a declarar,
"a fin de que se determine si en el cumplimiento de órdenes he cometido algún
ilícito". Como oficial más antiguo que el capitán de fragata Alfredo Astiz, se
proponía declarar ante la justicia de Francia "para explicar la verdad de los hechos
que se imputan y lograr su justo sobreseimiento". Ferrer debía ordenar "la
publicación de los nombres de los subversivos ejecutados por integrantes de la
institución, independientemente del método empleado". Scilingo pedía que su carta
fuera elevada a Menem.
El fajo de fotocopias que sacó del portafolios seguía con una nueva carta a Ferrer.
Por falta de respuesta a la anterior no se sentía conducido por sus superiores, sino
"usado y descartado". La Escuela Naval Militar "me educó para ser oficial de
Marina" pero en la Escuela de Mecánica de la Armada "me ordenaron actuar al
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Horacio Verbitsky El vuelo
ELOGIO DE LA TORTURA
Menem no sabía quiénes eran Pernías y Rolón. Sus nombres fueron incluidos en
la nómina de ascensos por el secretario de asuntos militares, Vicente Massot, un
buen amigo del jefe del campo de concentración en el que se desempeñaron
Pernías, Rolón, Astiz y Scilingo: el almirante Rubén Jacinto Chamorro. Massot,
quien visitaba a Chamorro en la ESMA, fue el primer funcionario del gobierno
constitucional que hizo una defensa pública de la tortura: "Lo que hay que
preguntarse, en términos maquiavélicos, es hasta qué punto, en ciertas ocasiones,
el fin justifica los medios. Un detenido sabe dónde está ubicada una bomba a punto
de estallar que va a matar a centenares de personas. Usted podría llegar a cargar
con la responsabilidad de que volase una bomba en un colegio de chicos, que
murieran cientos de chicos, por no haber aplicado la tortura", dijo para justificar los
ascensos.
El mismo acertijo había propuesto el ministro del Interior de la dictadura Albano
Harguindeguy al monseñor Miguel Hesayne. "No, señor general. El fin no justifica
los medios", le respondió el austero obispo de Viedma. Hesayne predicó que "una
victoria a costa de actos indignos se convierte pronto en derrota, porque "Fuerzas
Armadas que torturen no saldrán impunes ante Dios creador". Objetó la opción "por
los principios maquiavélicos, renunciando a Cristo y a su Evangelio" y dijo que "la
tortura es inmoral, la emplee quien la emplee". La conjetura maquiavélica de
Massot y Harguindeguy partía de supuestos falsos. Nunca ninguna organización
guerrillera en la Argentina atacó un colegio. En las salas de tormentos no se
interrogaba a los detenidos por bombas a punto de estallar sino por la próxima cita
con sus compañeros.
Menem desmintió furioso que se propusiera premiar al verdugo de las monjas
francesas: "Es una burda mentira. En ningún momento el gobierno está propiciando
ascensos de esta magnitud. No hay ninguna posibilidad". Los oficiales que hubieran
intervenido en torturas no serían ascendidos, prometió.
Su respuesta causó consternación en el gobierno y en la Armada. Cuando le
comunicaron que él mismo había firmado los pliegos, Menem ya era rehén de sus
palabras. La comisión de acuerdos del Senado aconsejó rechazarlos. Su dictamen
iba a ser ratificado en sesión pública, pero desde la Casa Rosada llamaron al
presidente del bloque justicialista, quien solicitó que la comisión volviera a estudiar
el caso.
Se convino entonces que Pernías y Rolón formularan su descargo ante la comisión
de acuerdos. Si los ex comandantes habían sido indultados, también debían ser
ascendidos quienes tenían una responsabilidad mucho menor, opinó su presidente,
Deolindo Bittel. Justo cuando comenzaba la mar gruesa, los principales jefes de la
Armada abandonaron el barco: Molina Pico viajó a Túnez para recibir junto con
Menem a la fragata Libertad mientras el subjefe Jorge Enrico asistía en París a una
exposición naval. Pernías y Rolón llegaron al Congreso solos y vestidos de civil.
Pese a que el Senado no les había dado el acuerdo cumplían funciones de capitanes
de navío. Exhibir sus insignias ante los senadores hubiera sido una provocación, y
disfrazarse con las de capitanes de fragata habría disminuido su autoridad ante los
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subordinados. Los estupefactos senadores, que ni siquiera los presionaron con sus
preguntas, les oyeron decir aquello que las Fuerzas Armadas habían negado
durante casi dos décadas.
Había un solo precedente. El contraalmirante (R) Horacio Mayorga, había dicho
durante un reportaje en 1985: "La gente se asombra por lo de Astiz. ¿Sabe cuántos
Astiz hubo en la Armada? Trescientos Astiz". Los oficiales de la ESMA eran personas
austeras que mataban por la Patria, "tipos que nunca tenían un mango. Astiz, el día
15, era un tipo que va a morfar al portaaviones. Era gente que se jugaba todo por
lo que estaba haciendo. ¿Que han matado gente? Claro. Todo el mundo sabe que
los eliminábamos. Se detenían cuatro o cinco y ¿cuántos había recuperables? Uno.
Y era mucho. Lo peor es lo que esa gente tiene que soportar ahora. A muchos la
mujer los echó de la casa, otros se extraviaron, se volvieron locos".
El que hablaba no era un hombre sin historia. En 1972 había sido el jefe de la
base naval de Trelew, donde se ejecutó la precursora masacre de dos decenas de
detenidos políticos pretextando un intento de fuga. Una década después se ofreció
para defender ante la justicia militar a sus dos discípulos más notorios, Chamorro y
Astiz. Mayorga negó que en la ESMA se les hubieran cortado los dedos con una
sierra a los detenidos para que no fueran identificables por las impresiones
digitales. "¡Mentira! Lo único que teníamos en la ESMA era picana". También
disintió con la conducción naval de la época. "Para mí habría que haber fusilado en
River, con Coca-Cola gratis y televisándolo. Yo no estaba de acuerdo con eso de
trabajar por izquierda". A una escritora norteamericana intentó convencerla del
humanitarismo de la Armada: "Usted me preguntará por qué teníamos que gastar
una inyección en esos prisioneros. Pero lo hicimos". Le dijo que había visto cosas
tremendas pero imprescindibles para ganar la guerra y comparó a los marinos con
los rugbiers uruguayos perdidos en la Cordillera, que sin embargo "no eran
caníbales". Se presentó como un buen cristiano asediado por su conciencia.
"Debemos condenar la tortura. El día en que dejemos de condenar la tortura —
aunque torturamos—, el día en que nos volvamos insensibles ante las madres que
perdieron a sus hijos guerrilleros —aunque eran guerrilleros—, habremos dejado de
ser seres humanos". Pero negó que los señores del mar hubieran violado o robado.
"Hablan de nosotros como si fuéramos salvajes africanos... ¡Somos oficiales
navales! No vamos a ensuciarnos por un reloj de oro!"
Esa primera y solitaria excepción al pacto de silencio no tuvo consecuencias.
Mayorga había pasado a retiro trece años antes y sus declaraciones fueron
formuladas a una revista marginal y a una escritora que las reprodujo en un libro
muchos años después.
En cambio Pernías y Rolón seguían en actividad, hablaban en primera persona
como ejecutores de actos atroces y el ámbito elegido era el Senado de la Nación
ante periodistas de todos los medios del país. La repercusión fue inmediata. El
abogado de las familias Domon y Duquet, Horacio Méndez Carreras, pidió a la
comisión que reclamara precisiones a Pernías acerca del lugar en que fueron
abandonados los restos "para darles cristiana sepultura". La Cámara de Apelaciones
de París ya había condenado a reclusión a perpetuidad por el asesinato de las
monjas a Astiz, el único militar que no puede salir del país ni para hacer la guerra
sin que lo detenga la policía. El canciller francés Alain Juppé voló a Buenos Aires,
planteó el caso al gobierno argentino, recibió a las Madres de Plaza de Mayo y
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como pinche. No sé por qué, me nombran a mí a cargo del primer vuelo. Al avión
subimos dos, yo y mi jefe y supervisor en el tema automotores, el teniente Vaca,
que después resultó que no era tal teniente Vaca, sino un abogado civil contratado,
primo del [jefe de inteligencia del grupo de tareas, el] Tigre Acosta. A partir de ahí
se cargaron como zombies a los subversivos y se embarcaron en el avión.
—¿ Usted sigue pensando en ellos con esa palabra o la usa ahora porque estamos
grabando?
—Yo le estoy describiendo el hecho como era en ese momento.
—Por eso le cambio el tiempo. ¿Ahora sigue pensando en subversivos?
—No.
—¿Cómo lo diría con sus palabras de hoy?
—Hoy lamentablemente, como están jugadas las cosas, como se sigue ocultando
todo y no se da la cara, creo que tanto los que murieron en esa forma, porque se
jugaban, como los que estábamos ahí, éramos dos grupos de idiotas útiles, que nos
usaron. ¿Cuántos son los subversivos importantes que murieron, fíjese quiénes son
los que murieron?
—¿Quiénes son?
—Yo no creo que haya muerto ninguno que tuviese una trascendencia tremenda
como para afectar... Que el país estaba en una situación caótica, sí. Pero hoy le
digo que de otra forma se podría haber solucionado sin problema. Lo pienso hoy y
no había ninguna necesidad de matarlos. Se los podría haber escondido en
cualquier lugar del país. No solamente fueron responsables las Fuerzas Armadas
sino que gran parte de la población consintió la barbaridad que se estaba haciendo.
—¿Cómo se expresó ese consentimiento?
—Yo no creo que la sociedad actuara por terror. Creo que le reclamó a las
Fuerzas Armadas o que avaló lo que hicieron. Algún exceso en los procedimientos,
como se hablaba en aquel momento, no era rechazado. Era aceptado. Se alzaron
muy pocas voces de repudio. Si la mayoría de la ciudadanía se hubiese manifestado
en contra, las cosas hubieran sido distintas. Hoy le digo que fue una barbaridad. En
ese momento estábamos totalmente convencidos de lo que hacíamos. En la forma
en que estábamos mentalizados, con la situación que se vivía en el país, sería una
mentira total si le dijese que no lo haría de nuevo en las mismas condiciones. Sería
un hipócrita. Cuando yo hice todo lo que hice estaba convencido de que eran
subversivos. Lo que pasa es que contarle esto en este momento, y se lo cuento con
detalles porque usted me lo pregunta, y creo que la verdad debe saberse, no crea
que me pone muy feliz ni me hace muy bien. En este momento no puedo decir que
eran subversivos. Eran seres humanos. Estábamos tan convencidos que nadie
cuestionaba, no había opción, como dijo Rolón en el Senado. La mayoría hizo un
vuelo, era para rotar gente, una especie de comunión.
—¿En qué consistía esa comunión?
—Era algo que había que hacerlo. No sé lo que vivirán los verdugos cuando tienen
que matar, bajar las cuchillas o en las sillas eléctricas. A nadie le gustaba hacerlo,
no era algo agradable. Pero se hacía y se entendía que era la mejor forma, no se
discutía. Era algo supremo que se hacía por el país. Un acto supremo. Es muy difícil
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de entender y de explicar, sobre todo pasado tanto tiempo, y viendo ahora cosas
distintas.
—La palabra comunión tiene un componente místico, carismático.
—Sí. Era así. Cuando se recibía la orden no se hablaba más del tema. Se cumplía
en forma automática.
—¿Todos participaron?
—Venían rotando de todo el país. Alguno puede haberse salvado, pero en forma
anecdótica. Si hubiera sido un grupito, pero no es cierto: fue toda la Armada. La
ESMA tenía un staff permanente, el grupo de tareas, que iba de pase, y otro
transitorio que duraba tres meses. Y además mandaban en comisión a oficiales de
todo el país, por un fin de semana o un día. Los vuelos eran los miércoles. El staff
salía cumpliendo órdenes legales y no mataban ni asesinaban, capturaban y
entregaban. El lavado de cerebro era total. Los chupados eran interrogados en 30
minutos, no había más tiempo, y después Chamorro decidía quien moría.
—¿Cuál era la reacción de los detenidos cuando les decían de la vacuna y del
traslado?
—Estaban contentos.
—¿No sospechaban de qué se trataba?
—Para nada.
—¿En qué lapso se empezaron a atontar por el efecto de la droga?
—Corto.
—¿Durante el viaje?
—No, antes de salir.
—El camión iba en columna...
—... con otros vehículos de custodia. Iban tipo zombie.
—Pero podían moverse para subir al avión.
—El cuestionario este es medio macabro, o totalmente macabro. Es un hecho real
y concreto. Si usted quiere que se lo relate yo se lo relato.
—Es ineludible. Usted lo menciona en la carta a Videla.
—Porque es la verdad, lo que pasó. ¿O tiene alguna duda?
—Ninguna. ¿Podían subir al avión caminando a pesar de la droga?
—No. Había que ayudarlos.
—¿No tenían conciencia de lo que estaba pasando?
—De eso no tengo ninguna duda. Nadie tenía conciencia de que iba a morir.
—El hecho de haber recibido lo que creían que era una vacuna, cuando sentían
que se ponían como zombies, no hacía que...
—No, no, no.
—El vuelo despegaba de Aeroparque. ¿Cómo sigue?
—No tengo ganas de seguir contando.
Esta vez alcanzó a detener el grabador.
—¿Por qué no quiere seguir?
—Porque no. La próxima vez.
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—Pero si usted está dentro de una organización armada, siempre recibe órdenes,
cumple órdenes o da órdenes. En la Armada no hay compañeros, hay más y menos
antiguos.
—Pero esas órdenes tienen que ser legales.
—Estas eran órdenes legales. No existen en la Armada órdenes que no sean
legales. Ahora, si usted me pregunta qué pienso hoy, es otra cosa, pero en ese
momento no tenía ninguna duda.
—¿Hoy qué piensa?
—Si hubieran sido órdenes legales nadie tendría vergüenza de decirle a todo el
mundo qué pasó, cómo se luchó. Sin embargo, este insólito ocultamiento o
encubrimiento, este misterio... Alguien habló de pacto de sangre, acá no hubo
ningún pacto de nada, nadie a mí me dijo de esto no se puede hablar. ¿Cómo voy a
aceptar yo que alguien me diga de esto no se puede hablar? Se puede aceptar no
hablar, porque son secretos de guerra, durante un determinado periodo. Pero
terminada la guerra ya esto es historia y pienso inclusive que le hace bien a la
República que se sepa no sólo qué se hizo, sino que es obligatorio que se entreguen
las listas de abatidos o muertos, por el sistema que sea, para que de una vez por
todas se termine con esa situación insólita de desaparecidos.
—¿Esas listas quién las tiene?
—No sé quién las tiene en este momento. Pero en forma orgánica, no a nivel de
banda, se informó a través de los comandos que en una de las últimas reuniones
de la Junta Militar el entonces almirante Massera antes de irse había planteado que
era imprescindible dar a conocer la lista de los desaparecidos. Según lo que se nos
dijo a través de la cadena de comando, los otros integrantes de la Junta se
negaron, especialmente Videla.
—¿A usted le consta que esas listas existen?
—Tienen que existir, en aquel momento existían. Yo creo que las deben tener los
Jefes de Estado Mayor. Es lo lógico. No se pueden tirar las listas de los muertos, si
es que se actuó como yo creo. Ahora, si la sospecha que yo tengo, que se actuó en
forma insólita, rara y tenebrosa, porque ahora no decimos la verdad... No sé.
Puede ser que algún jefe de Estado Mayor las haya tirado. Eso sería interesante que
lo dieran a publicidad. Yo he planteado ese tema en alguna de mis notas, pero
nunca tuve respuesta.
—Usted insiste en que no eran una banda. Pero en una carta al almirante Ferrer
dice que en la Escuela de Mecánica de la Armada le ordenaron actuar al margen de
la ley y lo transformaron en delincuente.
—Sí. Usted me está preguntando lo que hicimos. Y yo estaba totalmente
convencido. Cuando asume Alfonsín son juzgadas las juntas. Se dice que es un
problema político. Son condenados. Se insiste en que es un problema político. Pero
después son indultados y se acepta sin ningún problema. ¿Entonces qué pasó con
todo lo anterior? Si se acepta el indulto quiere decir que se acepta la condena, todo
lo anterior, el juicio. Quiere decir que todo es veraz y nada fue juego político,
quiere decir que se actuó fuera de la ley.
—Pero usted no necesitaba que aceptaran el indulto para saber que actuaron al
margen de la ley y que las afirmaciones en el juicio fueron veraces. Los
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sobrevivientes contaron exactamente lo mismo que usted vivió. Todos los relatos
de las víctimas y de los organismos de derechos humanos que se oyeron en el
juicio coinciden con su relato.
—¿Videla dijo eso?
—No.
—¿Y por qué no lo dijo?
—¿Usted por qué cree que no lo dijo?
—Me cuesta aceptarlo. Ya se lo dije al almirante Ferrer, que no me contestó. Si
usted me exige que defina si actuamos dentro o fuera de la ley, yo creo que
actuamos como delincuentes comunes. Me cuesta mucho aceptarlo, pero los otros
me lo demuestran. El almirante Molina Pico no habla del tema, el almirante Ferrer
no habla del tema. Les escribo y no me contestan. Si fueron actos de guerra y
órdenes militares, ¿por qué no me contestan? No lo entiendo. No dudo porque sí.
—En aquel momento, ¿nadie tuvo un instante de duda sobre la legitimidad de
esas órdenes de arrojar detenidos al mar desde un avión en vuelo? La formación
cristiana, la educación militar, ¿no entraban en contradicción con esto?
—Los pocos que se fueron de la Armada se opusieron evidentemente a esto. Casi
todos pensábamos que éramos traidores... perdón, que eran traidores.
—¿Cuántos conoce que se hayan ido?
—[El capitán de fragata Jorge] Búsico y otro que no recuerdo el nombre.
—Sólo dos. Esto supone una falla grave de formación.
—No, no, no. Yo creo que no. Porque si las Fuerzas Armadas son como deben ser
usted tiene que confiar totalmente en su superior. Tal vez le cueste entenderlo,
pero lo lógico es que usted no dude de su superior. Si se va a parar a analizar cada
orden...
—Pero no es un problema técnico.
—Técnico no. Pero todos estábamos convencidos que estábamos en una guerra
distinta, para la que no estábamos preparados, y se empleaban los elementos que
se tenían al alcance, el enemigo tenía permanentemente buena información y había
que negársela. Desde el punto de vista religioso, charlado con capellanes, estaba
aceptado.
—¿Los capellanes aprobaban el método?
—Sí. Después del primer vuelo, pese a todo lo que le estoy diciendo, me costó a
nivel personal aceptarlo. Al regreso, aunque fríamente pensara que estaba bien,
interiormente la realidad no era así. Creo que es un problema del ser humano, si
hubiese tenido que fusilar me hubiese sentido igual. No creo que a ningún ser
humano matar a otro le cause placer. Al día siguiente no me sentía muy bien y
estuve hablando con el capellán de la Escuela, que le encontró una explicación
cristiana al tema. No sé si me reconfortó, pero por lo menos me hizo sentir mejor.
—¿Cuál fue la explicación cristiana?
—No me acuerdo bien, pero me hablaba de que era una muerte cristiana, porque
no sufrían, porque no era traumática, que había que eliminarlos, que la guerra era
la guerra, que incluso en la Biblia está prevista la eliminación del yuyo del trigal. Me
dio cierto apoyo.
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Armada. Se eliminó al enemigo en una guerra, también podría haber sido por
fusilamiento. ¿Quiénes los han transformado en desaparecidos? Los que tienen la
responsabilidad de la conducción naval y del gobierno. El tema vuelve a tocarse con
el no ascenso de los capitanes Pernías y Rolón, que yo considero la más grande
injusticia. Y le aclaro que yo no he hablado personalmente con ellos hace
muchísimo tiempo. Ni siquiera sé qué piensan de mis notas. Cuando Astiz supo de
mis gestiones para presentarme a declarar a la embajada de Francia y demostrar
que se estaba cometiendo una injusticia me mandó pedir que mejor no hiciera líos,
porque le habían prometido que su situación se arreglaría discretamente. Nunca
pensé que el silencio pudiera llegar hasta permitir que la comisión de acuerdos del
Senado, por falta de información, cometa una injusticia, ya que era un tema de
toda la Armada, y desde el almirante Massera hasta el último teniente de corbeta
que participó, no tendría que haber ascendido a nadie si no asciende a Pernías y
Rolón.
—¿Usted dice que todos los oficiales de la Armada participaron en secuestros,
torturas y ejecuciones clandestinas?
—Ninguno de los oficiales de la Armada participó en secuestros, torturas y
eliminaciones clandestinas. Toda la Armada participó en detenciones,
interrogatorios y eliminación de los subversivos, que podría haber sido por distintos
métodos. Usted sabe que hubiera sido un disparate hacer allanamientos con orden
judicial; con interrogatorio muy elemental no se hubiese sacado ningún tipo de
información; y lo mismo hubiera sido eliminarlos con fusilamientos, si así se decidía
a través de la cadena de comando. No es que quiera justificarme ni justificar a los
que estuvieron ahí.
—¿Usted participó en torturas?
—No. Pero soy partícipe del tema, yo no tenía ninguna duda de que existía. Vi un
interrogatorio.
—Participó, entonces.
—No, no, no; observé.
—¿Qué es ver un interrogatorio? Era parte.
—No, no, no, porque no interrogué ni nada. Fui, me acerqué por un tema que
oportunamente le voy a comentar.
—¿Tenía que hablar con alguien que estaba ahí?
—No. Fue un tema circunstancial que me llevó a entrar al lugar donde estaban
interrogando a una persona.
—¿Quería escuchar el interrogatorio, le interesaba esa persona?
—No. Se me planteó una duda personal que puede ser que después se la
comente.
—Usted dice que no participó en torturas.
—¿Pero usted cree que yo no sabía que en los interrogatorios se usaba la tortura,
o usted cree por casualidad que alguien en la Armada no lo sabía?
—Una cosa es saber y otra cosa es participar.
—¿Cuál es la diferencia? No son cosas distintas. Si usted sabe que eso no
corresponde, aunque no participe, se tiene que ir, o hacer un planteo por nota.
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—Pero no es lo mismo saber que algo ocurre que hacerlo uno mismo.
—Era el método normal y todos lo habíamos asumido, así que esa responsabilidad
es ineludible para todos. Es distinto si usted está afuera y es totalmente ajeno;
usted no tiene nada que ver, podrá hacer denuncias. Pero si está adentro y lo
acepta es cómplice. Todos, de una forma u otra, participaron. No puede diluirse la
responsabilidad de los que no participaron en forma directa.
—¿Qué porcentaje son los que no participaron en forma directa?
—No sé. Los que participaban en interrogatorios eran muy pocos. ¿Usted sabe
que los tipos que torturaban eran de Prefectura y Policía? *
—Bajo la atenta mirada y las órdenes de los señores del mar, que no se
ensuciaban las manos.
—Los que participaban en operaciones, como usted dice, de secuestros, que eran
detenciones, eran muchos, porque iban rotando. Incluso los fines de semana,
además de los rotativos, venían oficiales de distintos destinos a cumplir funciones.
En vuelos, no sé que porcentaje voló y no voló.
—¿La tortura era una especialidad de pocos?
—De los que interrogaban. Pienso que no es tan fácil torturar.
—¿Por razones técnicas?
—Por eso. Sé de dos personas que interrogaban. Había gente que necesitaba la
información y se la pedía a los que interrogaban. Pero usted centra el tema en la
tortura, como si sólo fueran responsables los que la aplicaban. De ninguna manera.
Todos éramos responsables de lo mismo. ¿Usted qué quiere, justificar a los que
estaban en la Armada en ese momento?
—No. Quiero llegar a fondo en la descripción de lo que sucedía, conociendo todo
lo que usted conoce. ¿Todos participaban en los vuelos, o también eran una
especialidad de pocos?
—Eran rotativos. No sé si participó el cien por ciento pero cada vez que había un
vuelo iban personas distintas. Hay oficiales superiores que participaron en vuelos y
fueron ascendidos. ¿Por qué Rolón no? Hay que reunir todos los elementos y darlos
a conocer, porque el país tiene que saber esto que ocurrió, ésta es la historia real.
Están los vivientes y están los sufrientes, e insisto con el tema de los
desaparecidos, que es aberrante. El país ha hecho muy poco.
—Aparte de los vuelos, ¿cuál era su función?
—Estuve en la calle, era jefe de automotores de la ESMA a cargo de 202
vehículos. Cincuenta y pico de la Armada. El resto aparecían...
—Robados en la calle...
—Eso lo dice usted. Eran recuperados.
—¿Que aparecieran esos autos también era una decisión orgánica?
—Por supuesto. El tema es así: si se precisaba un tanque se conseguía un tanque
y si se precisaba un Falcon se conseguía un Falcon. El objetivo era destruir al
*
Esta apreciación de Scilingo no coincide con el testimonio de los ex prisioneros: quienes manejaban el arma
escogida de la guerra sucia eran los oficiales de la Armada. Véase nota en pág. 89.
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enemigo, por los medios que fueran y con los elementos que se necesitaran. Había
un sistema por el cual todos los vehículos que se necesitaban se obtenían.
—¿Cómo los obtenían? ¿Los oficiales les hacían el puente en la calle y se los
llevaban?
—Nooo. No iban a ir los oficiales.
—¿Los suboficiales?
—No sé.
—¿Cómo, el jefe de automotores no sabe?
—A mí los vehículos me los traían. Evidentemente eran vehículos non sanctos.
"Este vehículo hay que transformarlo, cambiarle el color, pintarlo de verde." Esas
órdenes me las daba el teniente Vaca, alias teniente Vaca. Y se hacía.
—Y cambiarle la chapa.
—No. La chapa era un tema que no manejaba automotores. Se la cambiaban en
la playa. Esa era una tarea de Vaca. Era tal el movimiento de vehículos y de
repuestos que había mucha plata en juego. La plata la manejaba contaduría, pero
había descontrol. Tuve que buscar un nuevo jefe de taller, que terminó siendo un
suboficial del Ejército, don Juan se llamaba, brillante. Intentó poner las cosas tan
en serio que se le desbocaban. Un problema era que no podía llevar el control de
los vehículos por chapas porque cambiaban permanentemente las chapas. Fue un
año muy particular, qué quiere que le diga. Automotores estaba organizado como
un taller no ya militar sino civil. Inclusive teníamos manuales de Ford, por la
cantidad de vehículos que había. Se contrató personal civil ajeno a la Armada. Esto
trajo algunos problemas porque a veces llegaban vehículos ensangrentados y los
civiles no estaban acostumbrados. Era un taller normal.
—¿Qué era la camioneta F-100 SWAT, que se usaba para torturar en movimiento?
—No era para torturar en movimiento. Eso no es así para nada.
—Con cuchetas...
—Era para hacer inteligencia. Casi siempre iba un subversivo o una subversiva
para marcar gente y había que estar horas y horas. Era una casilla rodante. Se lo
digo porque estaba en el taller muchas veces. Tenía aire acondicionado y otros
sistemas como para hacer una tarea de inteligencia larga en forma no identificable.
Pero no tenía nada para torturar. Inteligencia no es torturar, sino obtener
información del enemigo.
—¿Cuál era su nombre de encubrimiento?
—No me acuerdo ya.
—No le creo.
—Me parece que era Puma, o algo así. Pero no estoy seguro. La mayoría del
tiempo estaba de uniforme con los automotores, tenía que tener cara visible.
Participé en operaciones, pero poco. No estaba todo el día de civil. Tal vez el hecho
de estar tanto tiempo de uniforme me hizo ser hipercrítico de algunas cosas.
—¿Participó también en operaciones de secuestro de personas?
—Participé en una. Yo estaba en temas netamente logísticos, pero participé en
una. Usted dice secuestro, pero ahí era detención de personas.
—¿Cómo fue?
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—Le habrán dado órdenes de lo que tenía que decir. Porque la banda, como usted
dice, que para mí no es ninguna banda, se manejaba así, con autorizaciones, con
cumplimiento de órdenes. Usted verá que yo pido autorización.
—Y nadie le contesta.
—¿Usted sabe por qué no lo perdonan a Astiz? Porque se infiltró entre las Madres
de Plaza de Mayo. Pero para hacer eso hay que tener pelotas.
—Para entregar a una docena de viejas y dos monjas no hace falta ningún coraje,
es una cobardía.
—¿Pero usted sabe lo que le hubieran hecho si lo descubrían?
—Lo hubieran alejado. ¿Qué coraje hace falta para entregar a diez viejas y dos
monjas?
—Pero ¿estaban solas ellas? Si a usted le dan la orden de infiltrarse en un lugar
para determinar ciertas cosas... ¿Para usted no pasaba nada en el país?
—¿Pero qué riesgo corría el señor Astiz infiltrándose en un grupo de familiares de
desaparecidos que estaban juntando fondos para publicar una solicitada en la
Navidad tratando de reconstruir, con todas las dificultades de quien no tiene el
poder que tenían ustedes, la lista de los desaparecidos que usted mismo dice que
tendría que haber publicado la banda?
—La banda no, la Armada. Yo lo digo ahora, pero en ese momento tal vez no era
conveniente publicarla. Porque si se emplearon tantos métodos no convencionales
era porque la guerra no era convencional. Se trataba de negarle información al
enemigo, crearle incertidumbre de qué había pasado con sus detenidos, o lo que
usted llama secuestrados. Lo lógico hubiese sido informarle a la ciudadanía antes
de que asumiese el Presidente Alfonsín qué había pasado, cuáles eran los muertos.
Con una información no termina nada, no le va a devolver la vida a los que
murieron de un lado u otro, inclusive habrá heridas que quién sabe cuánto tiempo
va a pasar sin que se cierren. Por más que se creen leyes de amnistía, por decreto
o por comunicado no se soluciona este tema. Pero qué distinto hubiese sido si se
hubiese sabido la verdad, si se hubiesen eliminado los desaparecidos para
transformarlos en muertos. ¿Se acuerda quién dijo que no existían los
desaparecidos? Balbín. Balbín dijo: "¿Qué desaparecidos? Están todos muertos". Sin
embargo, siguen en estado de desaparecidos.
—Sí a Astiz lo hubieran descubierto, infiltrado en la Iglesia de la Santa Cruz, ¿qué
cree que le hubiera pasado?
—Lo podrían haber matado.
—¿Quién?
—¿Cómo quién?
—¿Las monjas?
—No, no, pero ¿usted cree que estaban solas, solas, solas?
—¿Y qué cree usted?
—Yo creo que estaban los grupos subversivos apoyándolas.
—Apoyándolas ¿cómo? ¿Usted cree que era una organización militar equivalente a
la de ustedes? Me parece que tiene una visión muy distorsionada de los hechos.
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algo raro había porque la gente del Dorado iba a pedir cubiertas viejas para cremar
el cuerpo. Esa era otra forma. Pero fueron muy pocos.
—¿Cuántos?
—Muy pocos.
—Es decir que se los subía a los aviones cuando estaban en condiciones de
caminar.
—Siempre estaban en condiciones de caminar. A los heridos se los curaba.
—Pero en estos casos que usted menciona, eran heridos que no podían...
—No, heridos no; muertos. Llegaban heridos. Eran detenidos y ofrecían
resistencia y a veces no sobrevivían, como cualquier herido de guerra.
—¿Había algún lugar especial para eso?
—No, no. Atrás. Pero eran casos muy raros.
—¿Tenían alguna instalación especial?
—No, nunca hubo nada raro. Es más, siempre estuvo en uso el campo de
deportes. Nunca se clausuró.
—¿Quemaban un cuerpo y después jugaban al fútbol en el campo de deportes?
—Nooooo. Ese campo de deportes es muy grande, de tierras recuperadas al río.
La última parte es prácticamente inaccesible, no está en uso. Era al fondo de todo,
junto al río.
La grabación ha concluido. Pero no se levanta. Pide que coloque otro cásete. Hay
algo que aún quiere decir.
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TIERRA DE SOMBRAS
Varias veces había merodeado sin decidirse a entrar de lleno en sus peores
recuerdos. Pero se había aproximado lo suficiente y no quería retroceder, como si
hallara en la confesión un atroz alivio. Introdujo la cuestión espontáneamente:
—Usted me preguntó qué pasaba en los aviones. Una vez que decolaba el avión,
el médico que iba a bordo les aplicaba una segunda dosis, un calmante
poderosísimo. Quedaban dormidos totalmente.
—Cuando los prisioneros se dormían, ¿qué hacían ustedes?
—Esto es muy morboso.
—Morboso es lo que hicieron ustedes.
—No me gustaría que alguien pudiera pensar que siento placer al contar esto.
—Ya ha quedado claro que usted quiere hablar de Rolón y Astiz. Soy yo quien le
pregunta por los detalles del vuelo, para que no quede como una abstracción.
—Hay cuatro cosas que me tienen mal. Los dos vuelos que hice, la persona que vi
torturar y el recuerdo del ruido de las cadenas y los grillos. Los vi apenas un par de
veces, pero no puedo olvidar ese ruido. No quiero hablar de eso. Déjeme ir.
—Esto no es la ESMA. Usted está aquí por su voluntad y se puede ir cuando
quiera.
—Sí, ya sé. No quise decir eso. Hay detalles que son importantes pero me cuesta
contarlos. Lo pienso y me rayo. Se los desvestía desmayados y, cuando el
comandante del avión daba la orden, en función de donde estaba el avión, se abría
la portezuela y se los arrojaba desnudos uno por uno. Esa es la historia. Macabra
historia, real, y que nadie puede desmentir. Se hacía desde aviones Skyvan de
Prefectura y en aviones Electra de la Armada. En el Skyvan por la portezuela de
atrás, que se abre de arriba hacia abajo. Es un gran portón pero sin posiciones
intermedias. Está cerrada o está abierta, por lo cual se mantiene en posición de
abierta. El suboficial pisaba la puerta, una especie de puerta basculante, para que
quedaran 40 centímetros de hueco hacia el vacío. Después empezamos a bajar a
los subversivos por ahí. Yo, que estaba bastante nervioso por la situación que se
estaba viviendo casi me caigo y me voy por el vacío.
—¿Cómo?
—Patiné y me agarraron.
—Usted mencionó dos vuelos en el mismo mes.
—Sí, en junio o julio de 1977. El segundo vuelo fue un día sábado. Mi familia vivía
en Bahía Blanca y yo viajaba cada quince días, o sea que trabajaba sábado y
domingo, estaba en la Escuela. Me dieron la orden. Me pusieron de jefe de la
columna, seguimos los mismos pasos, esta vez en un Electra. El procedimiento era
el mismo pero por la puerta de emergencia en la parte de popa, o sea atrás, a
estribor, es decir a la derecha. Se sacaba esa puerta y se ataba con una cuerda al
operador que iba a hacer la tarea. En ese segundo vuelo, siguiendo la teoría de ese
entonces de la Armada, también había invitados especiales.
—¿Qué quiere decir invitados especiales?
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—El cocinero no, porque estamos hablando de los jefes y oficiales en actividad en
aquel momento.
—Lo que usted me está diciendo es que o participaban en el secuestro, o
participaban en la tortura, o participaban en la ejecución clandestina. ¿No había
ninguno que no participara en ninguna de las tres?
—Alguno puede ser que no haya participado, en forma anecdótica. Rotaban
todos. Podrá aparecer alguno que diga "yo no estuve". Pero sabía, y si no participó
no fue porque no quiso sino porque no lo designaron. No confundamos.
—¿Lo que usted sugiere es que habría que invertir la carga de la prueba, partir de
la base de que todos participaron, y después analizar en cada caso concreto quién
puede demostrar que él no?
—Si quiere justificarlo que lo justifique él. Podría ser. Es un análisis que hizo
usted, pero hay que ver si quiere justificarlo. Puede ser que alguno aparezca.
—Si la decisión política fuera esa, aparecerían muchísimos que tratarían de
justificarlo.
—Podría ser la solución, puede ser. Pero así como están dadas las cosas, es
injusto.
—¿Es injusto con quién?
—Es injusto que hayan sido aprobados por la comisión de acuerdos del Senado
los que tuvieron participación realmente activa. ¿Cuál es la diferencia entre el
almirante Arduino que me dio la orden a mí y el capitán Rolón? Y Arduino llegó a
Comandante de Operaciones Navales, en un gobierno constitucional, pasando por la
comisión de acuerdos del Senado. No hay que ser hipócrita. Hay que decir la
verdad. Esa es la historia. Y a partir de la verdad, que se tomen decisiones. Usted
me pregunta qué haría yo. Yo no haría nada. Primero, que no estoy en actividad y
segundo, que no soy político. Yo lo que digo es: señores, basta. Digamos la verdad,
y a partir de la verdad, que decidan lo que tienen que decidir. Pero seguir jugando
a las escondidas, y de pronto aparece alguien que no asciende porque dicen que
fue torturador, es mentira. No asciende porque no se dice la verdad. ¿A quién se
encubre al no contar la verdad?
—Usted dice que no quiere ser encubridor. ¿Encubridor de qué?
—De ocultar algo, de negar información, no sólo a la comisión de acuerdos. Están
negando información a la sociedad sobre los desaparecidos.
—Si todos participaron no son todos encubridores. Son todos partícipes. Son
autores de homicidio, no encubridores.
—¿Quién es el que está encubriendo?
—Usted dice que están encubriendo.
—¿Quién es el que debería haber dado la información? ¿O usted cree que es
normal que un capitán de fragata vaya a tratar de defenderse ante la comisión de
acuerdos del Senado diciendo cuál era el método? Fue tremendamente llamativo,
usted vio los titulares de los diarios. Fueron a defenderse de algo que ellos saben
en el fondo que es una injusticia. ¿Y qué dijeron? ¿Mintieron los dos jefes que
fueron a hablar con la comisión de acuerdos o dijeron la verdad?
—Dijeron una parte de la verdad.
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—No se la preguntaron toda. ¿Son ellos los que tienen que decirla?
—¿Si les hubieran preguntado por las ejecuciones clandestinas lo hubieran dicho?
—No sé. No se lo preguntaron. Pero, ¿tiene que llegarse a esa situación o tiene
que decirse de una vez por todas la verdad? ¿No cree que es hora de que esto
salga a la luz en forma definitiva y clara? Mi información es mínima. ¿O usted cree
que si yo tuviera los nombres de los desaparecidos me los hubiera guardado? Pero
no los tengo.
—¿Cuando hizo esos traslados, usted sabía quiénes eran esas personas?
—Ni idea.
—¿No las conocía previamente, no las había visto en la Escuela?
—No, no. Tampoco me interesaba. Yo estaba confiado totalmente en las
decisiones que habían tomado mis superiores.
—Pero, por su tarea, ¿usted no tenía contacto...?
—No, no, yo tenía en forma esporádica contacto con los detenidos.
—¿Contacto de qué tipo?
—De hablar con ellos, no. De verlos, y demás. No tenía trato directo. Una versión
de café decía que al ex marino Jorge Devoto lo tiraron despierto, pero nunca supe
si era cierto.
—¿No sabía quiénes eran los detenidos?
—No, pero tampoco lo investigaba. Yo no dudé nunca de lo que se estaba
haciendo ahí. Si usted quiere que yo le diga: mire, yo no... Le mentiría totalmente.
—No quiero que me diga eso.
—Yo no tenía la más mínima duda de que se estaba obrando en forma totalmente
legal, como correspondía. Yo tenía veintiocho años y diez en la Armada. No es ni
mucho ni poco. Era teniente de navío y era lo suficientemente preparado y antiguo
como para no tener dudas de mis superiores. Estaba totalmente compenetrado con
la carrera.
—El tema no es dudar del superior. Pero, en la formación que ustedes
recibieron...
—... eso no existía. Pero sí existía matar al enemigo.
—¿Cómo se mata al enemigo?
—En la guerra. Esta era una guerra sucia, para la que no estábamos preparados.
—¿Es cierto que no estaban preparados o es una excusa?
—Preparados para esto no estábamos.
—Desde el año 58 en adelante, el servicio de informaciones navales trabajó sobre
esta hipótesis, haciendo cursos, publicando artículos, folletos, libros, especializando
gente...
—Todo lo que quiera, pero eso no tiene nada que ver con la preparación real de la
gente de la Armada para la lucha antisubversiva. ¿O usted cree que se hacían
cursos para luchar en la calle? Después empezaron, cuando empezaron los
combates, pero antes no. Si Rolón fuese infante de Marina, pero es comando naval.
—¿Pernías?
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—También. No, Pernías es infante. Había aviadores también. ¿Hay algún aviador
preparado para la lucha antisubversiva en la calle?
—Tal vez alguna especialidad no, pero la Armada como institución hacía veinte
años que se estaba preparando.
—Una cosa es la preparación ideológica, ¿qué tiene que ver? Lo que había eran
intentos por contrarrestar la penetración ideológica de la izquierda. Si usted me
pregunta qué se hacía sobre el tema en el alto nivel naval, no sé. Ah, usted dice
que como consecuencia de eso, nosotros estábamos convencidos.
—Preparados. Tengo el testimonio de un oficial al que le dieron instrucción para
torturar.
—¿En la Armada?
—SÍ. Un oficial de la ESMA. Durante un ejercicio antisubversivo se torturaban
entre ellos. Lo mismo hacían los comandos del Ejército.
—Nunca oí eso. Tal vez en la infantería de Marina.
—Me parece que es al revés de lo que usted cree. Los habían preparado para lo
que hicieron. Por eso nadie dudó.
(Cada vez que una idea lo sorprende permanece en silencio. Se resiste a aceptar
un enfoque distinto, pero tampoco es categórico. "Es su análisis, eso lo dice usted,
puede ser, tal vez tenga razón", dice cada vez al reanudar el diálogo, con una
flexibilidad extraña en una personalidad tan institucionalizada.)
—Es un análisis que usted puede hacer. No sé. Si la orden hubiese sido salir a
matar chilenos o subversivos, hubiera sido aceptada igual. Las órdenes superiores
no son discutibles. Si usted empieza a dudar... Yo puedo dudar de mis superiores a
partir del momento en que no me contestan notas que son claras. ¿Por qué no me
contestan? Usted está convencido de que la Armada actuaba como banda y yo no
me quiero convencer. Pero hechos como estos me crean dudas. No me contesta el
almirante Ferrer, no me contesta el almirante Molina Pico. Sigue el silencio. No sé.
Incluso sondeé adentro y nadie sabe qué pasó. Tampoco quiero ser tan hipócrita de
decir: yo soy el bueno ahora, que cuento esto. No. Porque el día de mañana van a
decir "Scilingo el arrepentido". No es así. Scilingo, en las mismas circunstancias,
hubiese hecho exactamente lo mismo. Pero todo ha ido cambiando, y en vez de
contárselo como un triunfo, se lo cuento en una situación que ni se la puedo
describir, gracias a mis superiores... Y en el fondo gracias a mí también. Porque yo
creí absolutamente todo lo que hacía y cumplí todas las órdenes completamente
convencido. Esa es la guerra sucia que ganamos.
La habitación está en penumbras. El tiempo se ha detenido. Al encenderse la luz,
Scilingo mira el reloj. Se ha puesto taciturno. Le cuesta regresar de la tierra de
sombras de su memoria. Se despide sin combinar un nuevo encuentro.
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COMO LA REALIDAD
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—Un día estaba en la Cámara de oficiales de la Escuela, en la zona del bar, entró
el falso teniente Vaca y me dijo que había hecho detener a una abogada en una
investigación que había llevado a cabo él personalmente. Me dijo que la estaban
interrogando en ese momento y si no quería ir. Fui porque quería ver qué
investigación podía haber hecho el teniente Vaca, porque tenía mis grandes dudas.
Estaba siendo interrogada empleando los métodos que, tal como se dijo en el
Congreso, eran los que se usaban... En una palabra, estaba siendo torturada con
una picana. Estuve muy poco, primero porque... no sé si soy... un poco blando para
el tema... Era una mujer. Por lo que escuché de las personas que estaban
interrogándola, no tenía absolutamente nada que ver con nada. Me fui. Pregunté al
tiempo y había desaparecido.
—¿"Había desaparecido" qué quiere decir?
—Y, que había desaparecido. Entonces...
—Que la habían hecho desaparecer.
—La habían... había desaparecido, sí. Y le pregunté a Vaca: "Pero si no tenía nada
que ver". No, no, dice, después se determinó que tenía cosas muy serias. Siempre
me quedó la duda. No sé más nada del tema. Pero siempre me quedó la duda. Esto
me cuesta comentárselo. Es real, es así, tal cual. Pero en las discusiones que
tenemos, cuando usted habla de banda y yo se lo niego totalmente, estos hechos
me hacen dudar si no hubo actitudes de banda.
—Por empezar, con el comandante en jefe, que salía a navegar con el esposo de
su amante y volvía solo.
—¿Cómo?
—Que el comandante en jefe de la Armada salió una tarde a navegar con el
marido de su amante y volvió solo.
—¿Cómo que volvió solo?
—Lo tiró al mar.
—Ahhh, en el...
—A Fernando Branca, el marido de su amante.
(Scilingo no contesta. Como el dinero de los autos, el vaciamiento del pañol
donde se guardaban los bienes requisados en los secuestros o la prosperidad del
Tigre Acosta, la referencia a la causa por la cual Massera fue detenido aun bajo la
dictadura, por un juez designado por el gobierno militar, parece perturbarlo más
que el recuerdo de los vuelos).
—Ese era el jefe de la Armada.
—¿Usted sabe que yo creía ciegamente en el almiran... en el entonces almirante
Massera? Es más, tenía total y absoluta admiración por el almirante Massera. Al
año siguiente de estar en la Escuela de Mecánica me dieron pase a la Fragata
Libertad; antes de zarpar hubo una cena y por casualidad me hicieron cenar al lado
del almirante Massera. ¡No se imagina lo orgulloso que estaba! Es así. Después
dejó de ser almirante, aceptó que lo indultaran, se fue callado y se olvidó de todos
los que estábamos debajo de él. Y bueh. ¿Qué va'cer?
—¿Usted siguió tratamiento psiquiátrico?
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—Fui varias veces al psicólogo del Hospital Naval, que me dio lexotanil. Pero el
psicólogo era civil y tampoco quería meterse en el tema. Después me quería
derivar a que hiciese terapia en el diván con una chica jovencita que había.
Entonces dije, esto no sirve para nada y dejé de ir.
—¿ Usted leyó el Nunca Más?
—No lo leí en forma imparcial, sino como una publicación parcial hecha por el
enemigo. Tal vez tendría que releerlo en este momento.
—Ahí se relata exactamente lo mismo que usted vivió.
—Siempre creí que el juicio a los ex comandantes era político. Porque estaba
convencido de todo lo actuado. En esa época creía que Sabato era subversivo y
ahora me doy cuenta que eso era una tontería. ¡Sabato!
—¿Y ahora qué piensa, del Nunca Más y del juicio?
—Me parecen intrascendentes frente al hecho de haber cumplido órdenes de
gente que me ha defraudado.
—Sigue con la misma soberbia. Lo único trascendente sería que sus jefes
asumieran la responsabilidad. La valentía de los sobrevivientes que narraron lo
sucedido, de los miembros de la Conadep y de los jueces que reconstruyeron la
verdad...
—¿Qué valentía, si estábamos en un gobierno democrático?
—Las Fuerzas Armadas permanecían amenazantes resistiendo los juicios.
—Las Fuerzas Armadas no estaban amenazantes. La prueba es que el juicio se
hizo.
—Todo lo que hagan los civiles le parece intrascendente, no le importa.
—¿A usted le parece poco que los jefes militares no asuman la responsabilidad de
lo que hicimos?
—Me parece mucho. Además no son sólo los jefes. Nadie de ningún nivel asumió
nada. Pero no entiendo por qué todo lo que sea distinto de eso le parece
intrascendente.
—Relatar lo que ocurrió es intrascendente, porque es real. El juicio se hizo sobre
hechos concretos.
—¿Entonces por qué pensaba que era político?
—Porque estaba convencido en ese momento.
—El tema de los vuelos está en la página 235 del Nunca Más y apareció en los
testimonios de los juicios. ¿Qué sentía al enterarse de eso?
—Que era un relato de los hechos contado por gente cuyas ideas no compartía.
Es real, como la realidad. Lo que me parece aberrante es que mis superiores no lo
digan. Sigo shockeado con esa actitud. Lo otro lo veo como cosa menor.
No hay mucho más que discutir. Está ansioso y eufórico. Pero tiene una duda:
—¿Me va a destruir en lo que escriba? —pregunta.
—Voy a opinar lo menos posible.
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II
LA NEGACIÓN
LA MENTIRA INSTITUCIONAL
El silencio que Pernías y Rolón comenzaron a romper en el Senado había sido
fruto de una construcción deliberada. Pero recién la confesión de Scilingo llegó al
hueso, al cabo de casi dos décadas. Desde la completa negación inicial pasando por
las admisiones parciales y los eufemismos vale la pena recorrer el itinerario que
conduce de la mentira institucional a la verdad de un hombre solo, al que nadie
quería escuchar.
A poco del golpe, Massera definió el sentido del combate: "Los que están a favor
de la muerte y los que estamos a favor de la vida". Comenzó diciendo: "No vamos
a tolerar que la muerte pueda andar suelta en la Argentina", y terminó con esta
admonición: "No vamos a combatir hasta la muerte, vamos a combatir hasta la
victoria, esté más allá o más acá de la muerte". En el medio describió una guerra
oblicua, primitiva y cruel, en la que "una máquina de horror fue desatando su
impunidad sobre los desprevenidos y los inocentes". Una abstracción sin cuerpos,
pura elipsis y vanidad metafísica.
Al año siguiente, cuando ya se había producido más de la mitad de los secuestros
y homicidios de todo el periodo castrense, Videla habló por primera vez de los
desaparecidos, que hasta entonces se negaban como un tema de propaganda de
los perversos y poderosos enemigos del país. En un diálogo con periodistas
extranjeros describió cuatro tipos de desaparecidos: los que pasaron a la
clandestinidad, los traidores eliminados por la guerrilla, los irreconocibles por
incendios y explosiones en enfrentamientos, y, sólo por último, los que padecieron
"excesos" cometidos por la represión. Se abstuvo de cuantificar cada rubro y no
aceptó el diálogo sobre ningún caso concreto.
Pocos días después el jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola, explicó en
la Sociedad Rural que habían sido abatidos o detenidos unos siete mil u ocho mil
subversivos, asombrosa imprecisión tratándose de la vida o la muerte de miles de
personas. Viola jugaba con las cifras; Massera con las palabras. Cada cual a su
manera se mofaba de sus interlocutores. Un periodista preguntó:
—Al exterior llegan informaciones según las cuales en la Argentina
presumiblemente no se respetarían suficientemente los derechos humanos,
llegando a decirse, inclusive, que hay personas a quienes injustamente se habría
privado de libertad o se les habría quitado la vida.
—¿Qué duda le cabe de que en la Argentina no se respetan los derechos
humanos, se priva injustamente de la libertad y se cometen asesinatos? ¿Qué
significa, si no, la larga, la inmensa lista de miembros de las Fuerzas Armadas, del
empresariado, de los dirigentes de la comunidad y de personas ajenas a la política,
mujeres y niños, asesinados sin misericordia o mantenidos durante meses en las
llamadas cárceles del pueblo en condiciones de vida que resultarían agraviantes
para el más despreciable de los animales?— replicó Massera.
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BOOMERANG
Desde el primer momento la información sobre el destino de los detenidos-
desaparecidos comenzó a fluir, pese a la rígida censura de prensa y al secreto
militar de las operaciones. Con algunas imprecisiones quedó constancia hasta del
vuelo, que Scilingo describiría en detalle tanto tiempo después.
El 20 de agosto de 1976 un cable de la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA),
creada por Rodolfo J. Walsh, afirmó que el gobierno no daría a conocer las listas de
detenidos porque "muchos de los registrados habían aparecido como muertos en
combate en fechas muy posteriores a su detención". Citaba el caso de la Escuela de
Mecánica de la Armada, "donde aparecen en los registros 160 detenidos, de los
cuales se encuentran alojados solamente 45. Ninguno de los restantes ha sido
enviado a otra dependencia, por lo que se cree que han sido eliminados y tirados al
Río de la Plata".
Poco después, la misma agencia distribuyó dentro y fuera del país un extenso
trabajo sobre la Escuela de Mecánica de la Armada titulado Historia de la guerra
sucia en la Argentina. Fue la primera sistematización de datos dispersos sobre
aquel campo clandestino de concentración. Comenzaba así:
"El 6 de septiembre de 1976 se cumplieron 46 años del primer golpe militar en la
Argentina del siglo veinte. Ese día, el Río de la Plata arrojó sobre las costas
uruguayas los cadáveres de tres hombres jóvenes, maniatados y mutilados.
"Ese macabro espectáculo se ha repetido decenas de veces a partir del 24 de
marzo de 1976 cuando los militares argentinos volvieron a apoderarse del gobierno
y una Junta Militar lo entregó al teniente general Jorge Rafael Videla, el undécimo
hombre que se mudó de los cuarteles a la Casa Rosada de Buenos Aires en el
último medio siglo.
"En noviembre de 1975, cuando aún prometía acatamiento a la presidenta María
Estela Martínez, Videla participó de la XI Conferencia de Ejércitos Americanos que
se realiza a iniciativa del Pentágono norteamericano. Allí declaró que "en la
Argentina deberán morir todas las personas que sea necesario para que vuelva a
reinar la paz". La Conferencia de Ejércitos se celebró en Montevideo, la capital del
Uruguay, donde los militares gobiernan desde hace un lustro bajo la máscara civil
prestada sucesivamente por los presidentes Juan Bordaberry, Alberto Demichelli y
Aparicio Méndez.
"Cuatro meses más tarde, cuando Videla desechó esa táctica para su país y
desplazó a la señora Martínez, en Uruguay comenzó a sentirse el eco de aquellas
palabras suyas.
"El primer cadáver fue hallado pocos días después de la instalación del nuevo
gobierno militar argentino. Estaba desfigurado y su identificación resultaba
problemática. Oficialmente el Uruguay informó que por los rasgos podría ser
japonés o coreano, y el periodismo rioplatense ideó una fantástica orgía asiática en
alta mar, que habría concluido trágicamente.
"La hipótesis prosperó con el hallazgo de otros dos cuerpos, pero soportó mal el
cotejo de las evidencias. Ningún buque navegando a la deriva, ninguna denuncia
sobre la desaparición de personas la avalaban.
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"El río siguió depositando sus misteriosas cargas en las playas atlánticas del
Uruguay, de fina arena y tibio clima, frecuentadas por turistas de todo el cono sur
latinoamericano. Algunos cadáveres estaban tajeados, otros carecían de miembros,
a la mayor parte le faltaban las uñas de manos y pies.
"Exiliados uruguayos en París denunciaron que entre los muertos estaban cuatro
de sus compañeros detenidos por el gobierno de la República Oriental.
Inmediatamente las autoridades militares organizaron una conferencia de prensa
en Montevideo y condujeron a presencia de los corresponsales a las presuntas
víctimas.
"No eran coreanos, ni japoneses, ni uruguayos. El gobierno de Buenos Aires no se
dio por aludido. Su mayor preocupación por entonces consistía en conciliar las
distintas tendencias que lo componían".
Más adelante, el informe describía los procedimientos adoptados por los militares
golpistas:
"Pequeños grupos operativos, sin uniforme y en vehículos no identificables,
emboscan sigilosamente a sus enemigos y los trasladan a los cuarteles sin informar
oficialmente su detención. La Orden de Operaciones Lucha Contra la Subversión,
emitida por el Comando en Jefe del Ejército en noviembre de 1975, indicaba que se
aplicarían "métodos especiales de interrogatorios" para ejercer una sostenida
acción de Inteligencia. Vale decir torturas en búsqueda de información para realizar
nuevos procedimientos enmascarados".
El capítulo dedicado a la ESMA decía que su estructura ofensiva "quedó integrada
por el llamado grupo de tareas 3.3., conformado sobre la Compañía Ceremonial" y
describía sus denominadas operaciones especiales, "algunas de ellas de uniforme,
otras de civil, en móviles no identificables con apoyo de las seccionales 30 y 45 de
la Policía Federal". Las patrullas de uniforme salían dos o tres veces por día en
camionetas verdes, precedidas por un patrullero. "En cambio, las patrullas de civil
carecen de regularidad y se realizan sobre datos de Inteligencia obtenidos
previamente. No participan soldados conscriptos y están a cargo de oficiales,
suboficiales y cabos". El informe incluía el modelo, el color y el número de placas de
diez de los vehículos no identificables que se empleaban en los secuestros.
Bajo el subtítulo "Las sevicias" reproducía el testimonio de un detenido durante
tres semanas en la ESMA:
"Al llegar encapuchado al lugar donde permanecería detenido oí ruido de aviones.
Para llegar al pabellón donde me alojaron atravesamos una sala muy grande donde
se oía música moderna muy fuerte. La reconocí días después cuando me llevaron
allí para torturarme. De esa sala grande se pasa a un ascensor al bajar del cual me
hicieron subir una escalera de nueve peldaños. Me introdujeron en una habitación
con otras personas que no conocía, entre 20 y 30. Todos tenían los pies atados con
cadenas, unidas a argollas que ceñían los tobillos. La mayoría estaban sujetos a
columnas o a trozos de hierro muy pesados. Permanecí encapuchado las tres
semanas que estuve allí, y con las manos esposadas a la espalda. La capucha no
me la quitaban ni para comer, pero me pasaban las esposas para adelante para que
pudiera servirme de mis manos. Nos custodiaban hombres que por la edad no
parecían soldados conscriptos. Sólo podíamos verles los borceguíes por la parte
inferior de la capucha. Si intentábamos hablar entre nosotros nos castigaban a
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Horacio Verbitsky El vuelo
golpes. Un día me llevaron a la sala grande con música moderna, y dentro de ella a
una pequeña pieza. Allí me aplicaron la picana eléctrica.
"La picana eléctrica es una punta metálica a la que se conectan dos polos
eléctricos, que producen una descarga al contacto con la piel. Es un invento
argentino. Rudimentarias picanas se utilizaron durante mucho tiempo en los
frigoríficos para forzar al ganado en la dirección deseada por el jinete encargado de
arrearlo hacia los corrales de sacrificio. Ingenios similares son usados aún hoy,
alimentados por pequeñas pilas, por los jockeys que desean estimular a sus
cabalgaduras sin arriesgarse al doping, comprobable químicamente.
"En la década del 30, durante la primera dictadura militar del siglo veinte en la
Argentina, la policía comenzó a servirse de la picana para forzar confesiones de
presuntos delincuentes. La picana es un elemento de tortura útil para sortear las
evidencias y las penalidades que pueden caer sobre los torturadores bajo un
régimen liberal, en el que jueces, legisladores y periodistas controlan que los
excesos no sean escandalosos ya que pasados pocos días, y si se ha aplicado con
pericia, no deja marcas en la piel.
"Pero en la Argentina de hoy las marcas en la piel, los jueces, los legisladores y
los periodistas dejaron de preocupar a los militares, que no se sienten obligados a
rendir cuentas a nadie de sus actos e, inclusive, se permiten divulgar en escuetos
comunicados la muerte de algún detenido por un paro cardíaco, sin abundar en
mayores detalles. Los pocos detenidos que lograron salir con vida de la Escuela de
Mecánica de la Armada, liberados al comprobarse su desvinculación con las causas
por las que fueron apresados o, en un caso, por haber fugado, permiten reconstruir
aproximadamente la gama de sevicias que allí se aplican: violación de mujeres,
introducción de lauchas vivas en la vagina, mutilación de genitales con hojitas de
afeitar, vivisecciones sin anestesia, amputación de miembros, arrancamiento de
uñas de manos y pies. Las torturas concluyen con la muerte de los prisioneros, que
son arrojados al Río de la Plata, o cuando es posible, transportados en un barco de
la Armada hasta alta mar, en las afueras de Mar del Plata. Por eso, uno de los
cadáveres encontrados en el Uruguay, tenía en los bolsillos del pantalón cigarrillos,
fósforos y monedas argentinas".
Aquel informe identificaba a una docena y media de víctimas y a más de treinta
de sus verdugos, entre ellos los oficiales de la Armada Adolfo M. Arduino, Jorge
Acosta y Antonio Pernías, cuyo apellido figuraba sin la ese final. También
reproducía la carta abierta escrita por el ex viceministro de Educación Emilio Fermín
Mignone, cuya hija Mónica había sido secuestrada junto a dos sacerdotes y una
docena de catequistas en mayo de 1976. Pese a las negativas de los jefes navales,
Mignone señalaba con certeza hacia la Escuela de Mecánica de la Armada.
"¿Acaso no se negó, pese a todas las evidencias, que los sacerdotes jesuitas Yorio
y Jalics —que están incomunicados desde hace tres meses, sin cargos contra ellos—
no habían sido detenidos? Lo mismo que los quince catequistas que fueron largados
encapuchados y encadenados después de doce horas de hambre y frío en el Acceso
Norte. Las fuerzas que actuaron ese domingo 23 de mayo a las 12 horas del día, en
la villa del Bajo Flores, dijeron ser del Ejército y pidieron apoyo a la comisaría de la
zona. El almirante Montes, jefe de Operaciones Navales, que niega que mi hija esté
detenida en su arma (afirmación de la que me permito dudar totalmente) me dijo
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Horacio Verbitsky El vuelo
que ese procedimiento había sido realizado por la Infantería de Marina, y que los
secuestrados fueron conducidos a la Escuela de Mecánica de la Armada. Pero todo
eso se negó durante dos meses, hasta que se descubrió por la filtración de la
esposa de un oficial".
(Junto con Mónica Mignone había sido secuestrada su amiga la religiosa recién
exclaustrada Mónica Quinteiro, hija de un capitán de navío. Una prima hermana de
Mónica Quinteiro era la mujer del jefe de inteligencia del campo de concentración,
el capitán de fragata Jorge Eduardo Acosta, y una hermana estaba casada con
quien 18 años más tarde ocuparía la jefatura de Estado Mayor de la Armada, el
luego almirante Molina Pico. Es verosímil que la prima o la hermana hayan sido la
fuente que menciona Mignone.)
El informe transcribía in extenso la carta de Mignone, quien llegaba al fondo de la
cuestión con una exactitud rara para un contemporáneo y, por añadidura, víctima
de los hechos:
"O estos miles de presos detenidos por hombres en actividad de las Fuerzas
Armadas están bajo su jurisdicción, y entonces toda la jerarquía militar miente y
construye una gran farsa cuando nos recibe sonriente y amablemente, o los
comandos que actúan de esta manera no están subordinados a sus mandos, y
entonces la situación es gravísima.
"Calcule usted las consecuencias y la responsabilidad histórica de quienes
ascendieron al poder el 24 de marzo con la bandera del monopolio del poder por el
Estado y a los pocos meses no pueden controlar ni a un suboficial. El dilema es de
hierro y si mienten es igualmente grave, porque un Estado no se puede fundar en
la mentira. Todo esto lo he expuesto sin encontrar respuesta satisfactoria en todos
los estrados de las Fuerzas Armadas a los cuales me ha obligado a concurrir la
desaparición de mi pobre y buena hija.
Según Mignone, las autoridades militares practican la "guerra sucia, sin advertir
que esto es suicida, además de inmoral. ¿Cómo no tienen conciencia que de aquí a
dos años, sea que hayan matado a los 20 o 30 mil marginales que han encarcelado
o esperan encarcelar, o sea que los suelten, luego de meses de ocultamiento y
encadenamiento, encapuchamiento y torturas, la literatura sobre el tema va a
inundar el país y se va a volver como un boomerang imposible de detener sobre las
propias Fuerzas Armadas?".
"Otro alto funcionario de anteriores gobiernos militares, el brigadier Jorge
Landaburu, de la Fuerza Aérea, también padeció las tribulaciones que acongojan a
Mignone, desde la desaparición de una de sus hijas, de 23 años, militante de la
Juventud Universitaria Peronista.
"Cuando fue capturada por un pelotón de la Escuela de Mecánica de la Armada, la
joven tenía en su poder el relato de sevicias aplicadas a otra detenida, que había
logrado fugar días antes de la Escuela. Durante 150 días el brigadier efectuó
gestiones de alto nivel político y militar, pero la Marina negó que la mujer estuviera
en sus manos. A fines de setiembre, sin embargo, oficiales de la Escuela entregaron
al brigadier el cadáver de su hija, fusilada allí luego de cinco meses de torturas.
"Las estimaciones sobre la cantidad de víctimas son difíciles, pero se sabe que
entre un sótano muy próximo a las pistas del Aeroparque de Buenos Aires —casi
todos los relatos coinciden en mencionar el intenso ruido de motores de avión— y
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LA DESINFECCIÓN
Pernías admitió en el Senado que la Armada había intervenido en el secuestro, los
tormentos y la desaparición de Alice Domon y Leonie Duquet, pero negó su
participación personal. Dijo que en las primeras denuncias formuladas en Francia
hacia 1979 o 1980 "a mí no se me imputó en absoluto en esa cuestión". Recién
años después "se comienza a incriminarme, pero en forma vaga en el tema de las
monjas".
El testimonio que las sobrevivientes Sara Solarz de Osatinsky, Ana María Martí y
María Alicia Milia de Pirles brindaron en una sala de la Asamblea Nacional Francesa
el 12 de octubre de 1979 lo refuta. Ese texto afirma que los oficiales que
participaron en la operación en contra de las monjas fueron los tenientes de fragata
Alfredo Aztis (sic) y Alfredo González Menotti, los tenientes de navío Schelling y
Antonio Pernía (sic), el teniente de fragata Radizzi (sic) y el prefecto Favre. La
imprecisión en los nombres corresponde al grado del conocimiento disponible en
aquel momento. "Fueron salvajemente torturadas. La conducta de ambas fue
admirable. Hasta en los peores momentos de dolor, la hermana Alice, que estaba
en Capucha * , preguntaba por la suerte de sus compañeros. Colmo de la ironía:
preguntaba en particular por el «muchachito rubio», que no era otro que el oficial
de Marina infiltrado, el teniente de fragata Astiz". Los prisioneros en la ESMA
oyeron a los oficiales llamarlas las monjas voladoras. Una revista española
reprodujo parte de aquella declaración, ilustrada con fotos de Pernías y Rolón, en
1979.
Antes aun, en abril de 1978, la Comisión Argentina por los Derechos Humanos,
había difundido el testimonio de Horacio Domingo Maggio, un sindicalista fugado de
la ESMA. Maggio narró sus diálogos con las religiosas en el campo clandestino de
concentración. "Estaban con ropa de civil y muy golpeadas y débiles, ya que para
llevar al baño a sor Alice tenían que sostenerla dos guardias, pues no se podía
tener en pie". Ella le dijo que la habían atado a una cama, totalmente desnuda, y le
pasaron la picana eléctrica por el cuerpo. "Estuvieron en la ESMA unos diez días
aproximadamente, la mayoría de los cuales fueron interrogadas y torturadas. Luego
fueron trasladadas junto con otras once personas, no sé dónde". En una revista que
editaban en Suecia exiliados uruguayos, Maggio identificó a Pernías entre los
torturadores de las monjas. No hay dudas sobre la cronología porque Maggio fue
abatido pocos meses después.
Un detalle que aún obsesiona a los sobrevivientes fue que Astiz besó a los que
debían ser secuestrados para identificarlos ante sus captores que observaban a
distancia. La solicitada se publicó en la Navidad de 1977 y entre las firmas figura la
de Gustavo Niño, el nombre con que Astiz había fingido ser el hermano de un
desaparecido. Durante el juicio a los ex Comandantes la fiscalía presentó como
testigo al verdadero Gustavo Niño, un morocho esmirriado que no se parece en
nada al rubio y rotundo Astiz.
*
Capucha y Capuchita era la denominación de dos habitaciones de la ESMA donde eran depositados los prisioneros.
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Horacio Verbitsky El vuelo
Sara Solarz de Osatinsky, Ana María Martí y María Alicia Milia de Pirles habían
sido liberadas por el Grupo de Tareas 3.3, que las consideraba "recuperadas",
según la expresión empleada en la ESMA. También relataron el modo de
eliminación de los prisioneros, que se conoció entonces con un detalle superior al
de las primeras denuncias de 1976 y 1977 y que permite revivir los sentimientos
que suscitaban, del lado de las víctimas, los vuelos descriptos por Scilingo:
"Los días miércoles, excepcionalmente los jueves, se realizaban los traslados. En
un principio se nos decía que a los secuestrados se los llevaba a otras dependencias
o a los campos de trabajo que decían tener cerca del penal de Rawson. Nos costó
convencernos de que en realidad el traslado conducía a la muerte. El día del
traslado reinaba un clima muy tenso. Los secuestrados no sabíamos si ese día nos
iba a tocar o no. Los guardias tomaban medidas mucho más severas que de
costumbre. No podíamos ir al baño. Cada uno de nosotros debía permanecer
rigurosamente en su sitio, encapuchado y con los grilletes puestos, sin hacer
ningún gesto para poder mirar lo que pasaba. Todo esto ocurrió en Capucha y
Capuchita. El sótano era desalojado totalmente alrededor de las 15:30. Si algún
secuestrado estaba siendo torturado allí, se le subía al tercer piso.
Aproximadamente a las 17 en Capucha se comenzaba a llamar a los detenidos por
el número de caso. Se los formaba en fila india tomados uno del otro por los
hombros, ya que iban encapuchados y con grilletes. Los bajaban de a uno.
Sentíamos el ruido que hacían los grilletes al caminar acercándose a la puerta, que
se abría e inmediatamente se volvía a cerrar. Cada uno llevaba consigo sólo la ropa
que tenía puesta.
"Eran llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que
les aplicaba una inyección para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos,
eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos en un camión. Bastante
adormecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avión que volaba
hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos. Muchas veces durante el
traslado se escuchaba sobrevolar helicópteros por la zona. Por ello suponemos que
a veces los traslados se hacían por este medio. Para hacer estas afirmaciones nos
basamos en los hechos vividos durante los dos años de permanencia en el casino
de oficiales de la ESMA.
"De los miles de detenidos que se fueron en esos traslados colectivos nunca
supimos más. Muchas veces encontramos la vestimenta que tenían los compañeros
el día del traslado en una piecita, el pañol, donde se ponía la ropa que usaban los
secuestrados.
"Mientras se preparaba el traslado tampoco entraban al sótano los guardias; pero
algunas veces tuvieron que hacerlo, y al volver al tercer piso lo hacían visiblemente
alterados. Era evidente que no tenían una idea acabada de lo que sucedía.
Comentaban descontrolados que en el sótano pasaban cosas espantosas, que los
trasladados eran muertos o dormidos con una inyección. Durante la operación
traslado sólo entraban en el sótano el enfermero, el [guardia genéricamente
llamado] Pedro y el ayudante de Pedro, el oficial de guardia y su ayudante. El
enfermero entraba al sótano, horas antes del traslado, con una caja llena de
frascos y jeringas.
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Horacio Verbitsky El vuelo
"Uno de los Pedros, apodado Bolita, estuvo presente en casi todos los traslados,
aun en aquellos días en los cuales le correspondía franco. Otro Pedro siempre
presente era el apodado La Bruja. Se lo vio regresar en una oportunidad, después
de un traslado, en una camioneta de la Marina, con lona verde atrás, de la cual
bajó al sótano una caja de metal alargada, llena de grilletes. Por los oficiales
también obtuvimos algunos datos sobre los traslados. En momentos de debilidad se
les escapaba información. El oficial de Prefectura Gonzalo Sánchez, alias Chispa,
dijo que los cuerpos eran tirados al mar en el sur, en zonas cercanas a
dependencias de Marina.
"El capitán Acosta prohibió al principio toda referencia al tema traslados. En
momentos de histeria hizo afirmaciones como la siguiente: «Aquí al que moleste se
le pone un penthonaval y se va para arriba». La palabra naval agregada al nombre
del medicamento es un giro usual en la Marina. La expresión se va para arriba
significaba se lo mata. Acosta afirmaba también que de todos los detenidos que
pasaron por allí, los únicos vivos serían los del grupo que Marina liberaría más
tarde. Todos los demás morirían. La mano de Dios, según él, estaría presente en
esa elección.
"A fines de febrero de 1977 hubo un caso de traslado equivocado, en que el
compañero Tincho volvió a Capucha. Tincho era físicamente muy fuerte, y era
militante del movimiento peronista montonero de la provincia de Mendoza. Fue
detenido en el mes de enero. Había sido suboficial artillero de la Armada. A fines de
febrero los guardias lo llamaron para trasladarlo. Lo bajan a la enfermería del
sótano, donde le dicen que lo van a llevar a un lugar que reúne mejores
condiciones, pero que le pondrían una vacuna para evitar contagios. El enfermero le
aplica una inyección en el brazo, que tarda en hacerle efecto. Pasados unos
minutos, Tincho comienza a sentirse como si sus brazos y piernas no le
respondiesen, y que las mueve como en cámara lenta. Se siente muy débil, pero
sin llegar a dormirse. A otros prisioneros les hacen lo mismo que a él. Algunos
vomitan mientras eran sentados en los bancos del corredor del pasillo del sótano.
En algunos traslados iban desvanecidos y los sacaban arrastrándolos.
"A Tincho lo sacan por la puerta del sótano y lo suben a un camión que lo
conduce a un lugar de Aeroparque. Comienzan a subirlo a un avión Fokker. Estando
arriba, Pedro Bolita le pregunta su nombre. Al responderle que era Tincho, Pedro
Bolita le dice: «Te salvaste, pibe», y lo lleva de vuelta a la ESMA. Lo depositan
nuevamente en Capucha. Tincho duerme toda la noche y el día siguiente. Se lo
llevaron en un traslado individual días más tarde. Luego supimos que a mediados
del 77 estaba secuestrado en una quinta operacional en la provincia de Mendoza,
controlada por el Ejército. No sabemos qué pasó con él.
"Otro caso semejante ocurrió a fines de agosto de 1977. Un día no habitual de
traslados, desalojaron el sótano y bajaron a tres detenidos de sexo masculino que
se hallaban en Capuchita. Esa misma noche los vuelven a subir dormidos y sucios
de vómito. Los traen Pedro Bolita y varios guardias entre los cuales se encontraba
uno a quien le decían El Abuelo. Dos detenidas que salían del baño vieron a dos de
los detenidos tirados sobre una lona gruesa de color crudo que estaba frente a la
entrada de la puerta que conduce a Capuchita. Al tercero lo subían en ese
momento los guardias y Pedro Bolita, mientras protestaban porque algo había
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fallado en el traslado. A los dos o tres días volvieron a llevarse a los prisioneros que
no volvieron a aparecer por allí.
"Al sótano no se podía entrar hasta el día siguiente del traslado, aun cuando
terminara temprano. Al día siguiente el sótano se veía más limpio que de
costumbre, con olor a desinfectante. Algunas veces en día de traslado se nos decía
que debíamos desalojar el sótano porque había desinfección. En varias
oportunidades se referían al traslado como desinfección. A pesar de que la limpieza
profunda tenía el propósito claro de borrar toda prueba posible de lo que había
pasado el día anterior, hubo muchas veces en que por negligencia en la limpieza se
podían ver las marcas de los cuerpos que arrastraban desde la enfermería hasta la
puerta lateral del sótano. Las marcas que más se notaban eran las que dejaban las
suelas de goma de los zapatos o zapatillas. En las horas siguientes al traslado la
angustia se nos hacía más grande. Por un lado nos quedaba una semana más de
vida, por otro íbamos descubriendo a qué compañero habían llevado por las
colchonetas que quedaban vacías. Y ahí volvíamos a llorarlos entre el dolor, la
impotencia y la bronca. Por lo que pudimos saber, la ESMA fue designada en un
principio como lugar de reunión de detenidos, es decir el lugar en donde se
concentraba a los prisioneros para su posterior traslado.
"El siguiente organigrama fue visto por un detenido en dependencias de la
Marina, en la ciudad de La Plata, adonde fue llevado por un día:
Chupaderos
Chupaderos Centro de reunión de detenidos Hospital
Chupaderos
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otro lugar. Del resto nunca supe nada. A partir de mi transferencia al G.T. 3 y de
las conversaciones con sus oficiales, me convencí de que el objetivo de la acción
represiva era el exterminio físico de los detenidos. Pese a que jamás tuve un indicio
directamente de lo que sucedía en los traslados, otros prisioneros sí los tenían. La
hipótesis de que uno de los destinos de los prisioneros era que se los arrojara al
mar desde aviones, surgió de hechos observados, de fragmentarias charlas con los
oficiales, de relatos de los guardias, de un detenido que, equivocadamente, fue
llevado y traído desde el Aeroparque. Pero éste siempre fue un tema tabú sobre el
que estaba prohibido cualquier intento de averiguación. Como ex detenida en la
ESMA es obvio, en consecuencia, que no pueda afirmar nada concreto sobre la
suerte corrida en particular por alguno de los cientos de prisioneros trasladados. Sí
pueden dar cuenta de ello las Fuerzas Armadas y específicamente, los responsables
de cada centro de concentración de prisioneros. Era sabido entre nosotros que la
lista de trasladados se decidía en una reunión de oficiales de Inteligencia (en el
caso de la ESMA) que se celebraba el día anterior. Por otra parte, se confeccionaba
una ficha particular de cada secuestrado, que se guardaba en los archivos de
Inteligencia. Al menos a partir de la fecha de mi captura, todo aquel que llegaba
secuestrado a la ESMA era fotografiado, se le asignaba un número de caso y se
confeccionaba una ficha identificatoria (que a veces incluía un test sobre actitudes
políticas) que, según los oficiales de Marina, era entregada al Primer Cuerpo de
Ejército".
Parecía imposible seguir negando. Pero todavía pasaron once años hasta que
Scilingo dijera la verdad.
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UN HUMANISTA DE UNIFORME
El flamante presidente Raúl Alfonsín solicitó al Congreso que anulara la
autoamnistía y a la justicia que procesara a las tres primeras juntas militares, por
homicidio, privación ilegal de la libertad y aplicación de tormentos a los detenidos.
Para que el fallo de los tribunales militares fuera apelable ante la justicia civil,
reformó el Código de Justicia Militar. Debían ser castigados quienes idearon,
organizaron y pusieron en marcha el aparato represivo sabiendo que produciría
gravísimos atentados a la dignidad humana y aquellos que lo aprovecharon en
beneficio personal o con crueldad o perversidad. Pero era "imperioso ofrecer la
oportunidad de servir lealmente a la democracia constitucional a aquellos miembros
de las Fuerzas Armadas y de seguridad que no han actuado por propia iniciativa al
participar en actos lesivos de la dignidad humana".
Era el primer proyecto de ley de Obediencia Debida de Alfonsín. Pero el Congreso
estableció que no habría disculpa posible para los "hechos atroces y aberrantes".
Por ejemplo, torturar prisioneros o arrojarlos vivos desde aviones al mar.
El Consejo Supremo dictó la prisión rigurosa a Massera y Videla. Massera ya
estaba detenido por la desaparición del esposo de una amante durante una salida a
navegar en el yate del Comandante en Jefe de la Armada. Al declarar ante los
jueces militares dijo que durante la guerra sucia la Marina sólo tenía jurisdicción
sobre el mar, los ríos, sus riberas y las zonas portuarias. Cuando el brigadier que
presidía el Consejo le preguntó si había recibido alguna información sobre
secuestros, lugares secretos de detención, torturas, asesinatos, atentados contra la
propiedad y la libertad sexual, Massera replicó sin vacilar: "En ningún momento".
Agregó que todos los meses visitaba cada unidad y que advirtió a los comandos
"que se obrara con prudencia porque dentro de dos o tres años, o cinco o seis o
siete, como está pasando, los héroes de ayer iban a pasar a ser los enemigos de
mañana. Si ha habido excesos en alguna cosa, serán excesos puntuales que habrá
que analizar". Massera descargó la responsabilidad en sus subordinados: "No
porque el almirante dé la orden es que se van a ejecutar las operaciones, sino
porque los de abajo quieren ejecutarlas", dijo. El brigadier insistió:
—¿Tuvo conocimiento de excesos consistentes en la ejecución de detenidos sin
forma alguna de proceso?
—No, señor presidente —respondió.
Massera negó hasta la misma existencia de los campos clandestinos de
concentración. Uno de los vocales del Consejo quiso saber si hubo detenidos en
lugares que no fueran los específicamente designados, como comisarías o cárceles.
—De acuerdo a la información que yo dispongo, no, señor vocal. En ningún
organismo de la Armada se mantuvo detenida a alguna persona —dijo.
También le preguntaron qué alcance le daba a la expresión aniquilar.
—De tipo conceptual, porque la Armada tampoco tiene un diccionario operativo
donde esté definido el término aniquilar —contestó Massera.
—El aniquilamiento de la subversión, ¿justificaba la adopción de medidas
extremas como las torturas, las privaciones ilegales de la libertad, los homicidios?
—le preguntaron.
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Los miembros de las juntas militares que habían hecho temblar a la sociedad
hasta pocos años antes se ponían respetuosamente de pie por orden de un joven
secretario cada vez que ingresaban a la sala de audiencias los miembros de la
Cámara Federal que los juzgó. Pero los nueve, y entre ellos tres ex presidentes de
facto, negaron haber ordenado métodos denigratorios de la condición humana. No
reconocieron los hechos y acusaron a los sobrevivientes de los campos de
concentración de fraguar sus testimonios del descenso a los infiernos. Sugirieron
que también los magistrados integraban una siniestra conjura contra los virtuosos
guardianes del ser nacional. Si algún error se había cometido, era responsabilidad
de sus subordinados.
Víctimas y victimarios contaron su parte de la historia.
El vicealmirante Luis María Mendía era el comandante operativo de la Armada y
tuvo a su cargo la redacción, formulación y ejecución de sus planes, en
cumplimiento de los decretos del Poder Ejecutivo Nacional que ordenaron aniquilar
el accionar de los elementos subversivos.
Dijo que según el diccionario de la lengua, aniquilar significaba destruir, reducir a
la nada. Explicó que "las Fuerzas Armadas son violentas, destructivas, no tienen
términos medios. No usamos gases lacrimógenos. Si se usan gases son gases
letales". Citó la frase de Clausewitz sobre guerra y política y dijo que según los
decretos del Poder Ejecutivo, la política ya había agotado sus posibilidades sin
superar el efecto destructor del terrorismo. "Estábamos ante una guerra".
Mendía insistió en que la Armada no había actuado por segmentos parciales ni en
forma paramilitar, sino institucionalmente, según su organización operativa
permanente. También negó que hubieran existido centros clandestinos o ilegales de
detención. Dijo que los sospechosos eran interrogados en unidades de la Armada
en forma sumaria por oficiales de Inteligencia. Si se comprobaba su desconexión
con las organizaciones subversivas eran liberados. Si se determinaba su
participación permanecían detenidos "el tiempo necesario, prudencial", y luego
pasaban "a la autoridad procesal correspondiente". Una vez establecido si estaban
involucrados "se iniciaba el proceso correspondiente". Se seguía "el trámite que se
debía".
—¿Se cumplía el punto del Plan según el cual la detención no sería por más de 48
horas, para tomar declaración?
—Se cumplía en la medida de lo posible. Se seguía la norma del tiempo
necesario. A veces 48 horas no era insuficientes.
—¿Cómo interrogaba el personal de Inteligencia?
—Se cumplían las normas reglamentarias sobre interrogatorios.
—¿Las recuerda?
—En forma natural, no coercitiva, con tranquilidad, sin presiones sobre la persona
interrogada.
Luego prestó juramento de decir verdad el Vicealmirante Pedro Santamaría, ex
jefe de la Prefectura Naval. Le preguntaron si recordaba la aparición de cadáveres
en la costa.
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cuando Elizondo me había jurado que no. Triste e indignado me fui a ver
directamente al Comandante en Jefe de la Armada y le informé que iba a iniciar
una acción criminal".
—Espere, primero voy a hablar con Talarico —lo atajó Massera.
Talarico le dijo que no podría identificar a los secuestradores. Recién entonces
Massera autorizó a Quinteiro a iniciar las acciones judiciales, que como de
costumbre no dieron resultado.
En una de sus entrevistas, Massera le dijo que ni el Ejército ni la Armada tenían a
su hija, y que sólo le faltaba confirmar con la Fuerza Aérea. "Señor almirante, a
usted le están mintiendo muchos oficiales", le respondió el suegro de Molina Pico,
aún confiado en la sinceridad de su camarada.
—¿Sacó alguna conclusión acerca de qué fuerza detuvo a su hija y cuál fue su
destino? —le preguntó la Cámara.
—Por lo que me dijo Orlando Yorio, no tengo dudas de que estuvo en la ESMA y
que el Comandante en Jefe de la Armada sabía perfectamente no sólo acerca de mi
hija sino todo lo que ocurría con su fuerza. El 25 de mayo Yorio escuchó un discurso
que terminó con el saludo ritual: "Escuela de Mecánica, subordinación y valor", y la
respuesta: "Para servir a la Patria". En el sótano donde estaba detenido escuchó
decir: "Ay, Orlando", y reconoció la voz de mi hija.
—¿Qué contestó Massera cuando usted le dijo que lo engañaban? —le preguntó el
fiscal.
—No me contestó absolutamente nada.
El tribunal le preguntó al ex conscripto de la ESMA Alejandro Hugo López:
—¿Oyó comentarios sobre el destino de los detenidos?
—Sí. En el pañol de construcciones vi una batea de dos metros por 0,30 de alto y
arriba una parrilla. En un borde tenía un caño con un embudo levantado. Ahí ponían
los cuerpos y agregaban gasoil por el embudo. Así desaparecían —contestó.
Luego precisó:
—Había dos formas de desaparecer: vuelo o parrilla.
El ex cadete de la ESMA Jorge Carlos Torres recordó ante el tribunal: "El
suboficial nos dijo que iban a quemar un cuerpo... Detrás del campo de deportes se
veían fogatas frecuentes".
El capitán de fragata retirado Jorge Félix Búsico, ex jefe de estudios de la ESMA,
contó que todos los días veía entrar columnas de vehículos con detenidos
encapuchados, pero que nunca los vio salir. Dos veces oyó gritos de dolor.
—¿Alguna vez vio elementos de tortura?
—No los vi, pero se oían comentarios sobre el uso de una máquina. Me costó
aceptarlo. No tenía vocación de saber. Me resistía a aceptar que oficiales de la
Armada hicieran eso.
—¿Se mató a alguien? —le preguntaron.
—Apareció una jerga: chupar, tabicar, mandar para arriba, que quería decir
ejecución. Fue de uso común en la ESMA cuando fallecía alguien, lamentablemente.
Vi operar helicópteros, en la plaza de armas, donde está el centro neurálgico de la
Escuela, y en lugares menos a la vista.
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Búsico fue separado de los grupos operativos por cuestionar el uso de nombres
falsos.
—¿Qué dijeron Chamorro y Menéndez cuando le reprocharon identificarse ante los
detenidos? —le preguntó un juez.
—Que las operaciones serían encubiertas y todos los oficiales debían ocultar sus
nombres.
—¿Fundamentó Chamorro por qué?
—Ante mi insistencia dijo que se trataba de confundir al enemigo. Tampoco debía
saber si su personal había sido capturado o se había ido del país. Así se minaría su
moral.
—¿Usted que le contestó?
—Que no me parecía bien y que dudaba que esos métodos fueran militarmente
aptos, porque terminaron desastrosamente en otros lugares del mundo en que se
aplicaron. Este asunto me daba mucho miedo. Cuando me animé a volver al tema,
vi que estaba rígidamente decidido.
—¿Conoció otros disidentes?
—Entre los oficiales no afectados a la lucha contra la subversión se daba un
alejamiento del tema, pero la vida humana no tenía valor, cualquier vida que fuese.
Había renuencia a hablar, era difícil que un oficial se acercara a plantear
frecuentemente su desacuerdo.
—¿Y en sus otros destinos?
—Igual que en la ESMA. Los que no intervenían se sentían disociados. No es mi
caso; yo me siento cómplice.
—¿Por qué dice cómplice?
—Porque colaboré con mi silencio. No tuve el valor de hacer denuncias.
Su carrera se cortó abruptamente. A fines de 1977 le informaron que por haberse
divorciado, no sería elegido para tareas de comando, pese a haber sido felicitado
por la reorganización y puesta en pie de guerra del sistema de comunicación del
portaaviones, del que era segundo comandante.
La sobreviviente Rosario Evangelina Quiroga fue detenida en Montevideo,
trasladada clandestinamente a Buenos Aires y recluida en la ESMA. "El pasillo que
daba a las salas de tortura estaba identificado por un cartel que decía «Avenida de
la Felicidad». Cuando se torturaba se ponía un disco a alto volumen para tapar los
gritos. En una de las salas de tortura había una cruz en la pared, que según se
decía había sido dibujada por una de las monjas francesas", dijo. Agregó que se
llamaba trasladados a aquellos "de quienes luego no se tenía más noción de su
destino, porque no regresaban a la Escuela. Todos los oficiales de la Armada que
prestaban servicios o concurrían a la ESMA y frecuentaban el casino de oficiales
tenían contacto con los detenidos o conocimiento de su presencia en dicho
establecimiento, porque era inevitable que los vieran engrillados o esposados y
encapuchados". Los detenidos podían ser puestos en libertad, como le ocurrió a
ella, "ser trasladados a otro campo clandestino de detención o ser eliminados". El
sacerdote Emilio Gracelli tramitó su visa a Venezuela por solicitud de sus captores,
y Rolón la llevó hasta el aeropuerto de Ezeiza.
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Horacio Verbitsky El vuelo
Graciela Daleo contó que el día de su detención fue conducida al cuarto de tortura
número 13 de la ESMA. Pernías le advirtió: "Estás en nuestras manos. Si no hablas
te vas para arriba. Vas a contar quiénes son tus compañeros". Mientras le aplicaba
descargas eléctricas, "yo rezaba avemarías a los gritos y eso lo enfurecía. Pernías
tenía al cuello un crucifijo y una medalla de la Virgen milagrosa". Después "me
subieron a un coche. Luego de unas vueltas que supongo fueron dentro de la
misma ESMA me bajaron. Pernías me informó que por mi negativa a denunciar a
mis compañeros habían decidido fusilarme. Dispararon una vez y alguien dijo:
—Qué mala puntería.
Tocaron mi saco. Uno dijo:
—Que se lo saque, lo quiero para mi mujer.
Dispararon otras tres veces. Después me hicieron arrodillar, me colocaron un
arma en la sien e hicieron otro disparo al aire". Añadió que un día el capitán Acosta,
a cargo del grupo de tareas, le dijo: "Yo hablo todos los días con Jesucito. Si El dice
que tenes que morir, te doy un penthonaval y te vas para arriba".
Según Miriam Lewin, "por relatos de los guardias y de algunos presos se supo que
les aplicaban una inyección de penthonaval en el sótano, los cargaban en camiones
y el rumor decía que los arrojaban al mar desde aviones".
Un pequeño grupo de prisioneros fue seleccionado para lo que la Armada llamó
"proceso de recuperación", conducido por Rolón. El ex detenido-desaparecido
Andrés Castillo declaró que pudo identificarlo cuando un grupo de prisioneros fue
trasladado a una quinta de Del Viso. Al pasar por San Isidro, el marino comento.
"Todo esto era de mi abuelo, pero como despilfarró la fortuna sólo quedó una
avenida.
"—Te llamas Rolón —le dije.
"—¿Cómo sabes? —se sobresaltó.
"—Allí nacen las avenidas Fondo de la Legua y Rolón. Tu abuelo no se puede
llamar Fondo de la Legua.
"Se rió y lo admitió."
Como Penélope, Castillo escribió por orden de sus captores una historia del
sindicalismo argentino, que luego destruyó. Rolón "me contaba cosas personales.
Se había separado y vuelto a casar, me traía revistas de fútbol y para evitar que
me mataran dijo que eso hubiera quebrado el proceso de recuperación de otros
siete detenidos que eran amigos míos. En Navidad me llevó pan dulce hecho por su
cuñada. Estaba tocado. No quiero excusarlo, pero tenía cargos de conciencia.
«Estoy de guardia y cayeron detenidos. «No me banco más la máquina», me dijo".
Hijo de un oficial de la Armada que fue pasado a retiro por el almirante Isaac
Rojas y que nunca pudo integrarse a la vida civil, Rolón creció con el mandato de
culminar la carrera trunca de su padre. Mientras prestaba servicios en la Escuela de
Mecánica, se casó con una sobrina del superministro de Economía de la dictadura
militar José Martínez de Hoz. Sus parientes políticos le sugirieron que pidiera el
retiro y se dedicara a administrar una empresa familiar, donde ganaría cinco veces
más que en la Armada y no correría peligro. Luego de meditarlo, Rolón desechó el
ofrecimiento. Creía que las salas de tormentos de la ESMA eran una escala
ineludible de la travesía al almirantazgo.
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Horacio Verbitsky El vuelo
Según varios testimonios era el oficial de mejor trato con los prisioneros. Uno de
ellos iba a ser puesto en libertad. Una semana antes de la fecha anunciada, Rolón
entró a su celda y le mostró un diario. En la portada se veía a un policía del Sha de
Irán, perseguido por un grupo de mujeres que pugnaban por arrancarle el
uniforme. El detenido le devolvió el diario sin decir nada. En el campo de
concentración no convenía hablar de más.
—¿Qué le parece? —preguntó Rolón.
—¿Qué me parece qué?
Rolón señaló la foto. El prisionero volvió a tomar el diario y se limitó a responder:
—Un oficial de la Savak en dificultades.
—Sí. ¿Pero qué piensa?
—¿En qué sentido? —volvió a eludirlo el prisionero, cuya vida dependía del humor
del marino.
—¿A usted le parece que esto sería posible aquí? —preguntó Rolón.
La compleja relación entre víctimas y victimarios no consentía respuestas
lineales.
—Si usted me pregunta si es posible que una turba los corra a ustedes por la
calle, yo le diría que no lo creo —comenzó el prisionero—. Si lo que quiere saber es
si alguna vez les pedirán cuentas, mi opinión es que sí.
—¿Qué clase de cuentas? —insistió Rolón.
—No sé. Nosotros hemos metido mucho la pata, pero ustedes han hecho
barbaridades y tendrán que explicarlas —arriesgó el prisionero.
—¿Cree que habrá algún tipo de juicio?
—Sí.
Rolón formuló la pregunta más temida:
—Si hubiera un juicio, ¿usted declararía?
El prisionero no tenía alternativa. Si mentía y Rolón se daba cuenta, perdería su
confianza. Si decía la verdad podía enfurecerlo.
—Sí—respondió.
—¿Y qué diría? —se demudó Rolón.
—La verdad.
—¿Diría que no me gusta torturar?
—Sí, porque es la verdad.
Por un instante, el subibaja del poder se equilibraba.
—¿Diría que cuando estoy de guardia de inteligencia me encierro en mi camarote
y apago la luz?
—Sí.
—¿Y que no contesto cuando me llaman para que crean que no estoy y que otro
interrogue a los prisioneros recién llegados?
—Lo diría porque es la verdad. Pero también contaría a quienes sí torturó —
concluyó el prisionero.
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Horacio Verbitsky El vuelo
Rolón no dijo nada más y salió de la celda. Una semana después, junto con un
oficial más joven, lo condujo al aeropuerto, donde se embarcaría hacia la libertad.
El avión sobrevoló la autopista por la que Rolón y Astiz regresaron a la Escuela de
Mecánica. Aquel prisionero sería otro de los testigos en el juicio.
El ex detenido-desaparecido Carlos Muñoz reveló a los jueces que en la ESMA
había una carpeta por cada detenido, que era microfilmada. Contenía el nombre del
prisionero, su número, sus antecedentes, su historia tal como la había escrito en la
ESMA: quién lo secuestró, cuándo, a qué grupo pertenecía y una sentencia. T
quería decir traslado y L libertad. "En 1979, a raíz de la declaración de las tres
mujeres en París me ordenaron buscar sus casos. Había 5.000 casos en cuatro
casetes de microfilms y muy pocas L. Allí tuve la dimensión de la matanza", —dijo.
Contra todas esas pruebas, Massera volvió a negar en su alegato personal ante
los jueces: "Cualquiera puede imaginar que nadie transforma a los oficiales y
suboficiales del Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada en una banda de
sorprendentes asesinos que de la noche a la mañana pierden todo reflejo ético".
De la noche a la mañana no. El ex oficial de la Armada Julio César Urien, quien
luego participó de la guerrilla montonera y pasó en prisión todos los años de la
dictadura, fue enviado en 1971 a la ESMA, donde siguió un curso de lucha
antisubversiva. "La idea era comprometer a todos. Actuábamos como paramilitares,
aprendiendo a seguir, secuestrar y quebrar a alguien", le contó a la periodista
estadounidense Tina Rosenberg.
—¿Quebrar? ¿Cómo?
—Mediante la tortura.
Durante la instrucción a Urien se le asignó el rol de líder enemigo comunista.
"Hicimos ejercicios en los cuales me torturaron de verdad con corriente eléctrica,
colgándome de una barra y con el submarino, metiéndome la cabeza debajo del
agua. Después estudiaron mis reacciones. Nos enseñaron que la tortura era una
forma moral de combatir al enemigo. Así nos aislaban de la sociedad. Traían curas
que decían, «sí, eso está bien». Algunos tenían problemas con aprender a torturar.
Pero el condicionamiento era que quien no torturaba era un débil", dijo.
—No he venido a defenderme. He venido, como siempre, a responsabilizarme de
todo lo actuado por los hombres de la Armada mientras tuve el incomparable honor
de ser su Comandante en Jefe. También me responsabilizo por los hombres de las
fuerzas de seguridad y policiales —recitó Massera, con los gestos de un actor, un
discurso ajeno que había memorizado en prisión. Extendió esa responsabilidad "a
los errores que pudieron haber cometido" sus subordinados.
—Yo, y sólo yo, tengo derecho al banquillo de los acusados —se jactó con la
mirada fija en los seis jueces.
Sin embargo, no reconoció ninguno de los actos ocurridos por su decisión. "Me
siento responsable pero no me siento culpable", dijo, y concluyó olímpicamente:
—Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí
donde se escuchará el veredicto final.
Responsabilidad sin culpa, eventuales errores de los subordinados, que se
asumen con la serena conciencia de un mandato histórico. La misma hojarasca
retórica de siempre. Scilingo lo recuerda con fastidio. Tanto o más que el recuerdo
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Horacio Verbitsky El vuelo
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Horacio Verbitsky El vuelo
TODOS O NINGUNO
A regañadientes, las Fuerzas Armadas habían aceptado el juzgamiento de sus
antiguos jefes, y sin reconocer nunca su culpa. Pero los oficiales en actividad,
ejecutores directos de los actos atroces y aberrantes ordenados por sus superiores,
amenazaron con sublevarse cada vez que la justicia apuntó hacia ellos. Con la
misma lógica de Scilingo, sólo se reconocían como engranajes de una maquinaria
institucional, jerárquica, cuya responsabilidad sería colectiva y no podría medirse
con la vara del Código Penal, que sanciona los actos criminales que los individuos
cometen por su libre voluntad.
La orden de detención contra los capitanes Gustavo Adolfo Alsina y Enrique
Mones Ruiz precipitó la primera crisis militar en el Ejército, en junio de 1984. El
arresto de Astiz fue su equivalente en la Armada, seis meses después.
Alsina estaba procesado por los tormentos seguidos de muerte del médico José
Rene Moukarzel, estaqueado en el patio del penal de Córdoba con cinco grados bajo
cero, en castigo por haber recibido un paquete de sal de otro recluso. Durante doce
horas fue golpeado y se le arrojaron baldes de agua sobre el cuerpo desnudo.
Trasladado a la enfermería, el oficial del Ejército impidió que fuera atendido.
Cuando un soldado le informó de la muerte del atormentado, Alsina respondió: "Lo
felicito, acaba de matar a un subversivo". Un oficial penitenciario arrojó los
anteojos del médico a la celda, y anunció a sus compañeros: "Esto es lo que queda
del Turco".
Mones Ruiz debía responder por el homicidio de Raúl Augusto Bauducco,
representativo del modo arbitrario y discrecional en que se disponía de la vida de
un ser humano. Durante una requisa Bauducco fue golpeado con bastones de goma
y obligado a permanecer con los brazos contra la pared. Al cabo de dos horas no
pudo sostener la posición.
—Levántalos o te mato —le gritó el cabo Miguel Ángel Pérez.
—No puedo, señor —respondió Bauducco. Pérez solicitó autorización. Mones Ruiz
la concedió. El suboficial disparó a quemarropa a la cabeza del preso. "Quiso
arrebatarle el arma", informó luego Mones Ruiz.
Un grupo de oficiales se amotinaron para pedirle a un juez federal que se dejara
de importunar a sus camaradas. Su Señoría no fue insensible a la rogatoria y
remitió el expediente al Consejo Supremo, que dispuso la libertad de Mones Ruiz y
Alsina.
Los oficiales de la ESMA se encubrían con nombres de animales. Chamorro era el
Delfín, Acosta el Tigre, Pernías la Rata, Astiz el Cuervo, Scilingo no se acuerda. La
segunda crisis detonó a partir de la citación del Cuervo por otro juez federal en el
tórrido diciembre de 1984 y se extendió durante todo el verano. El Consejo de
Almirantes se autoconvocó y exigió que Astiz no fuera sometido a reconocimientos
en ronda de personas ni a careos y que se presentara de uniforme, aunque la
querella decía que al secuestrar a la adolescente argentino-sueca Dagmar Ingrid
Hagelin iba de civil. Como se puede apreciar, hace una década el vestir uniforme
ante las autoridades constitucionales era un punto de honor para la Armada.
También esa causa pasó al Consejo Supremo, que absolvió a Astiz. Su fallo fue
apelado ante la Cámara Federal, qué dio por probada la intervención de Astiz en el
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Horacio Verbitsky El vuelo
secuestro, pero declaró prescripta la acción por el paso del tiempo. Una típica
conciliación alfonsinista: culpable pero en libertad.
Tres madres de Plaza de Mayo, con sus blancos pañuelos en la cabeza
aguardaron que se retiraran de la sala los jueces y gritaron asesino y monstruo al
paso de Astiz. Una de ellas había sido testigo del secuestro de las monjas y la
docena de familiares que él había entregado. Desde el público un camarada de
armas de Astiz ordenó:
—¿Por qué no detienen a esa puta marxista? El comisario de Tribunales acató.
Al cumplirse el plazo de la ley de Punto Final había cuatro centenares de oficiales
procesados, un número que superaba en quince veces los deseos oficiales y en tres
o cuatro sus previsiones más pesimistas. Los sobrevivientes de la ESMA habían
identificado a 110 responsables por 400 casos, menos de una décima parte de los
reales. La acusación fiscal sólo reclamó el procesamiento de 33, y la Cámara
accedió a procesar a 19, de los cuales media docena en actividad. Integraban esa
nómina Astiz, Pernías y el suboficial de Prefectura Antonio Azic, que había aplicado
la picana eléctrica a un bebé de veinte días, hijo de un detenido.
Compañeros de Mones Ruiz, Alsina, Pernías, Rolón, Scilingo y Astiz llegaron a
contemplar la formación de comandos operativos con el propósito de resistir las
citaciones y rescatar de la prisión a Massera y Videla. Pernías encabezó en Puerto
Belgrano un conato de alzamiento, que sólo fue desactivado por la persuasión de
un camarada de paciencia y nombre bíblicos, el entonces capitán de navío Ismael
García, quien pasó una noche en vela convenciéndolo de que la Armada defendería
institucionalmente a sus hombres.
Alfonsín leyó en reunión de gabinete la escalada de medidas que había elaborado:
1) destitución de todo jefe de unidad que asilara a un insubordinado y no
garantizara su presentación; 2) cerco sobre cualquier unidad rebelde con tropas de
la misma fuerza y eventual recurso a las otras dos si fuera imprescindible. 3) corte
de víveres, agua, energía eléctrica y gas; 4) campaña de difusión nacional e
internacional; 5) movilización pública sobre los insurrectos; 6) uso de las armas
para reducirlos.
El jefe de Estado Mayor Arosa regresó con una contrapropuesta: la Armada
negociaría con el gobierno el número tolerable de procesados. Debían ser muchos
menos y de la lista era imprescindible extraer al simbólico Astiz. El gobierno
rehusó. A las 2:30 de la madrugada del miércoles 25 de febrero Arosa envió un
radiograma refrendado por todo el almirantazgo. Calificaba como gravísima la
situación, porque se juzgaba a "algunos de sus hombres por la participación que le
cupo a toda la Armada". Sin embargo, los seis almirantes llegaron a Tribunales
detenidos en una furgoneta naval y a cargo del Director General de Personal. Como
en la guerra sucia, la Armada seguía actuando verticalmente, en cumplimiento de
las órdenes superiores. Al día siguiente, cuando condujo detenidos a los restantes,
el jefe de Inteligencia de la Armada le advirtió a uno de los jueces: "Ustedes aplican
el Código Penal, pero algunos de estos hombres me han visto hacer a mí cosas
peores que aquellas por las que ustedes los juzgan".
Era el mismo mensaje que después repetiría Scilingo: como muchos lo hicieron
aunque no contra todos hay pruebas, ninguno debería ser castigado.
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Horacio Verbitsky El vuelo
MODUS OPERANDI
En su declaración indagatoria ante la Cámara Federal el ex jefe de inteligencia del
grupo de tareas de la ESMA, capitán de fragata Jorge Eduardo Acosta, dijo que la
Escuela había sido la unidad especializada en el combate contra Montoneros. El
fiscal le preguntó cuántos de ellos fueron detenidos en la ESMA.
—No tengo realmente precisado el número, pero yo le diría señor que... —
comenzó a contestar Acosta. Vaciló y pidió una significativa aclaración:
—¿Con los muertos también?
Luego de mucho dudar respondió que entre 1976 y 1979 habían rotado por la
ESMA de 300 a 500 prisioneros. Los clasificó en dos grupos. Si se evaluaba que no
tenían vinculación con la guerrilla, quedaban en libertad. A partir de 1977 se
decidió no matar a los militantes sino tratar de convertirlos en agentes de
inteligencia propios que contribuyeran a terminar rápidamente la confrontación.
(Los almirantes Massera, Lambruschini y Mendía se habían ofendido ante la sola
pregunta sobre detenidos afectados a tareas de inteligencia.)
—¿No había nadie en el medio, que sí tuviera que ver y que no aceptara
colaborar? —le preguntó el tribunal.
—Posiblemente había. Entonces creo que eran... conozco algunos que fueron
remitidos al Poder Ejecutivo o, pero yo... que es lo que pasaba con ellos no conozco
—titubeó Acosta.
—¿Recuerda algún caso, individual, de persona que haya sido puesta a
disposición del Poder Ejecutivo? —insistió el fiscal Luis Moreno Ocampo.
—Sí... es la señora... una señora muy joven... que el marido... No le puedo dar el
apellido pero a lo mejor averiguando puedo concretárselo. Me parece que el padre
era suboficial del Ejército e informó que la hija estaba en la organización terrorista,
entonces se la fue a buscar. Dijo "No, yo no participo, no creo en nada de esto", y
fue al Poder Ejecutivo.
En sus propios términos, un caso sobre 500. Al resto "venían a buscarlo de otros
organismos que desconozco".
El tribunal quiso saber cómo se decidía el destino de cada detenido. Escuchó la
descripción de un simulacro de juicio en el que se jugaba la vida o la muerte:
—Se reúne algo muy parecido a esto, con todo respeto. Está el comandante y su
Estado mayor. El fiscal es el oficial de Operaciones, y el defensor el de Inteligencia.
Plantean posiciones contrapuestas. El de Operaciones cuenta qué dijo cuando lo
detuvo. El de Inteligencia interpreta que lo dijo porque estaba fingiendo. Así se
avanza hasta la determinación —contestó.
Con la detención de Acosta, Astiz, Pernías y los demás marinos, comenzó una
cuenta regresiva que culminaría dos meses más tarde. La Armada se comportó con
una homogeneidad institucional que explica la dificultad para desprenderse de su
disciplina y sus mitos, aun para hombres como Scilingo, desengañados de sus
jefes.
En cambio el Ejército entró en descomposición.
—Yo también tengo la chaquetilla manchada en la guerra sucia —dijo el general
Roberto Atilio Boccalandro en la Escuela Superior de Guerra.
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Horacio Verbitsky El vuelo
—Con tuco —cuchicheó el capitán Fernández Núñez con el capitán Catuzzi, hijo de
uno de los generales procesados.
Setenta oficiales del Ejército en actividad manifestaron bajo un chaparrón de
verano en el barrio militar de Palermo en solidaridad con Mones Ruiz, citado una
vez más en Córdoba. Algunos vestían su uniforme y se quejaron de la conducción
militar. Una semana más tarde fue arrestado nada menos que el ayudante del jefe
del Estado Mayor del Ejército, el teniente coronel en actividad Osvaldo Quiroga, por
homicidio calificado al aplicar la ley de fugas a tres detenidos. La propia perversión
del sistema aplicado, la pretensión ejemplarizadora de la barbarie, permitieron su
esclarecimiento.
Eduardo Alfredo De Breuil, su único sobreviviente, contó el operativo a la justicia.
Los cuatro presos fueron retirados por Quiroga de la cárcel de Córdoba. El personal
femenino exigió la firma de un recibo antes de entregarlos. Luego de un tramo,
Quiroga los hizo bajar de la camioneta en que los trasladaron. De Breuil le oyó
decir: "Preparen las armas". Luego preguntó si todos estaban listos. Cuando recibió
la respuesta afirmativa ordenó abrir el fuego. De Breuil escuchó los disparos y
sonidos guturales, de alguien que no podía gritar por la mordaza que tapaba su
boca.
—Este es un trabajo de mierda —dijo uno de los fusiladores.
—Aguántenselas que así es la guerra —contestó el jefe.
Un oficial quitó la venda y la mordaza a De Breuil, lo condujo hacia el cuerpo
caído de Hugo Miguel Vaca Narvaja, que tenía un orificio de bala en la ceja derecha.
A pocos pasos estaba Higinio Arnaldo Toranzo y más allá su hermano, Gustavo
Adolfo De Breuil.
—¿Sabes por qué los matamos? —preguntó el oficial—. Porque ustedes mataron a
un cabo.
—Yo no estoy de acuerdo con que se mate a nadie.
—Ya es tarde. Ahora al volver a la cárcel, les contás a los otros todo lo que viste.
Que sepan que si siguen matando militares a todos les va a pasar lo mismo. Y vos
sos el primero de la lista. Hoy te salvaste raspando.
La efervescencia de los oficiales jóvenes que no aceptaban ser procesados creció
en contra del jefe de Estado Mayor del Ejército, que ni siquiera era capaz de
defender a su ayudante. "La actual cúpula militar formaba parte de las Fuerzas
Armadas durante la guerra contra la subversión, ocupando puestos de significativa
trascendencia. La legalidad que en ese momento no exigieron a las sucesivas
juntas militares pretenden ahora imponérsela a subalternos que se limitaron
expresamente a cumplir órdenes", afirmó una declaración que Alsina y Mones Ruiz
llevaron a las agencias de noticias. El tercer hombre que los acompañó en la
arriesgada misión no fue el suboficial Pérez, sino el teniente coronel Ernesto
Guillermo Barreiro, alias Nabo, que tenía en el tema un interés tan ostensible como
ellos: estaba procesado por su desempeño como jefe de torturadores de La Perla,
el campo de concentración de Córdoba.
Otra tarea peligrosa fue encomendada a un oficial que con ropa de fajina y casco
se presentó en la Plaza de Mayo a la hora de la ronda semanal de las madres,
acompañado por un grupo de jovencitos. "Libertad para los héroes de la guerra
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Horacio Verbitsky El vuelo
contra la subversión. Basta de juicios izquierdosos. Libertad a los que nos liberaron"
decían sus carteles. Hebe Bonafini los persiguió con un megáfono, al grito de
buchones y cornudos. El Círculo Militar reivindicó a los "jóvenes que sólo actuaron
llenos de fervor patriótico" en la cacería de oponentes.
En las tres Fuerzas Armadas se discutía apasionadamente la responsabilidad de
los superiores que dieron las órdenes y de los subordinados que las ejecutaron.
Una semana antes de comenzar las audiencias públicas del juicio oral a Pernías,
Astiz y los demás detenidos de la ESMA, la crisis deflagró en el Ejército. El
miércoles 15 de abril el mayor Barreiro faltó a la cita con los jueces y se refugió en
un Regimiento de Infantería, cuyo jefe, el teniente coronel Luis Polo, se negó a
detenerlo. Las otras unidades de la guarnición no cumplieron la orden de apresarlo.
Un capitán paracaidista explicó a la prensa la posición de los rebeldes: "Nos juzga
gente que ni siquiera nos comprende. También los militares tenemos nuestro
modus operandi".
En Buenos Aires, la Escuela de Infantería fue tomada por el teniente coronel Aldo
Rico. Había comenzado la rebelión de Semana Santa. Ante la Asamblea Legislativa
y a pocos metros de una concentración de centenares de miles de personas en la
Plaza de los Dos Congresos, Alfonsín pregonó: "La democracia de los argentinos no
se negocia".
Pero Rico previno que no habría oficiales en todo el Ejército dispuestos a
reprimirlo.
—Voy a sacarlo de allí a cañonazos —lo amenazó el comandante del Cuerpo II,
Ernesto Alais, cuñado del ex general Carlos Suárez Masón.
—En cuanto usted haga tal cosa, yo voy a tirar un morterazo sobre la multitud, y
después usted explique que no fue su cañonazo mal dirigido —le respondió Rico.
Alais no volvió a insistir y sus tropas nunca llegaron a Campo de Mayo.
Esa tarde unas dos mil personas estuvieron a punto de penetrar desarmadas en
la Escuela de Infantería, empujando a los comandos. Alfonsín voló a Campo de
Mayo cuando advirtió que estaba perdiendo el control. De regreso a la Plaza de
Mayo luego de su diálogo con el jefe insurrecto, arrancó una ovación a la multitud
al anunciar que "los hombres amotinados han depuesto su actitud". Pero hubo
desconcierto y silbidos de reprobación cuando agregó que algunos de ellos eran
héroes de la guerra de las Malvinas, que habían asumido una posición equivocada
sin intención de provocar un golpe de Estado. Terminó pidiendo al pueblo que había
ingresado en Campo de Mayo que se retirara, como final de un impresionante acto
de prestidigitación política.
Su consecuencia fue la ley de Obediencia Debida. Con ella, Alfonsín podría
cumplir su propósito de excusar también los hechos aberrantes y atroces que se
hubieran cometido cumpliendo órdenes superiores. En la última semana de junio de
1987 recuperaron su libertad el grueso de los militares procesados, entre ellos Astiz
y Pernías.
Con sus decretos de indulto de 1990 y 1991 Menem cortó el nudo que Alfonsín
había empezado a desatar. Pero ni aun así pudieron dar vuelta la página más
trágica de la historia argentina moderna. Los organismos de derechos humanos
reclamaron la baja de todos los perdonados. Habían quedado a salvo de la justicia,
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Horacio Verbitsky El vuelo
pero no tenían por qué recibir un premio. Cada fin de año la batalla se reanudó con
las nóminas de ascensos de cada fuerza.
Mientras duraron sus procesos, Astiz permaneció en su mismo grado. Pero en
demostración de solidaridad los oficiales más modernos que se le adelantaron lo
trataban como a un superior, compadecidos por lo que denominaban la destrucción
de su carrera y de su vida. "Fui repudiado socialmente en diversos círculos. Ni
siquiera puedo visitar a mis padres en Mar del Plata", se quejó Astiz ante el Consejo
Supremo durante una audiencia. En los años siguientes las revistas del corazón lo
fotografiaron varias veces bailando en las disco de Buenos Aires con adolescentes,
veinticinco años menores que él. Llegó a golpear a periodistas y fotógrafos, velarles
los rollos y romperles las cámaras.
En un dramático despacho emitido a sus abonados de todo el mundo en vísperas
de la Navidad de 1987, la agencia noticiosa France Press adujo que "Astiz
representa una verdadera bomba de tiempo colocada sobre la mesa de trabajo del
jefe de Estado. Toda la Marina argentina, desde los grumetes hasta el comandante,
se movilizaron detrás de Alfredo Astiz para obtener que el Presidente Raúl Alfonsín,
bajo pena de desencadenar una nueva rebelión en caso de rechazo, autorice la
promoción del militar". Alfonsín accedió, pero simultáneamente instruyó al
ministerio de Defensa que iniciara los procedimientos para su pase a retiro
obligatorio.
Según las instrucciones de Alfonsín no podía negarse el ascenso a un oficial
absuelto por la Justicia. Pero como Astiz "por razones vinculadas o no a su
voluntad" había adquirido especial significación para la sociedad, que condena los
métodos del Estado Terrorista, su permanencia en actividad podía resentir la
cohesión social y repercutir negativamente sobre las instituciones castrenses. Por
eso, "no debe permanecer en actividad".
En este alambicado razonamiento se escamoteaba el hecho básico de que la
absolución de Astiz no obedeció a su inocencia sino a una ley posterior a la causa y
que fue dictada especialmente para rescatarlo de la cárcel. La pretensión de que la
voluntad de Astiz era indiferente para su triste fama es tan parcial en su contra
como desleal hacia las víctimas que no pudieron ver concluido el proceso judicial en
el que había semiplena prueba de su culpa en un delito tan atroz como el secuestro
de dos monjas y diez familiares de desaparecidos.
No se lo apartaba por culpable, sino por conocido. Como eran menos notorios, los
otros trescientos secuestradores, torturadores y asesinos beneficiarios de la ley de
Obediencia Debida no sólo habían quedado libres de persecución penal, sino que
podían continuar sus carreras militares.
La Armada no cumplió con la orden de pasar a retiro a Astiz. En la lista de
ascensos que Alfonsín firmó sin complejos estaba Pernías. Pero no sólo él. El
periodista Juan Yofre, quien luego sería jefe de los servicios de inteligencia de
Menem, destacó la contradicción entre el ordenado retiro de Astiz y la simultánea
entrega de sus insignias al vicealmirante Adolfo Mario Arduino, quien había sido
superior de Astiz en la ESMA y también acusado por violaciones a los derechos
humanos.
Arduino fue el jefe que un día de 1977 le ordenó a Scilingo prepararse para su
primer vuelo.
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Horacio Verbitsky El vuelo
III
La alienación
EL PLATO
Dos vasos de whisky hasta el tope fueron su ración al regresar del primer vuelo.
Los apuró de un trago y durmió hasta el día siguiente. Descubrió que esa medicina
era más consoladora que las palabras del capellán naval. Pero tampoco lo
embrutecía lo suficiente. Más adelante dejó el alcohol por los psicofármacos. Con
whisky o lexotanil, lo más difícil era pasar las noches. Al dormirse revivía el vuelo.
Mientras arrojaba los cuerpos desnudos por la portezuela pisaba en falso y caía.
Aquel día de 1977 un tripulante alcanzó a sujetarlo. Pero al dormirse el vacío lo
devoraba. Antes de tomar contacto con las aguas del mar se despertaba.
Sin embargo, Scilingo tardó muchos años antes de cuestionar aquella orden. Sus
primeras críticas fueron por temas que le parecían más graves que el vuelo.
Todo lo que se requisaba en los allanamientos se guardaba en un depósito de la
Escuela. Su contabilidad era estricta. La norma era que sólo se podía retirar algún
objeto por las necesidades operativas del grupo de tareas o para ayudar a la viuda
de algún camarada muerto, como el teniente Jorge Mayol. Un día Scilingo fue al
pañol a buscar una perforadora que necesitaba para el taller y descubrió que no
estaba. "Pero había dos o tres ", reclamó, sin resultados.
Empezó a percibir que los controles se habían flexibilizado. Lo planteó a sus jefes
y le contestaron que no le concernía. También criticó el exceso de gastos en
automotores. No se cuidaban los vehículos, se solicitaban detalles de lujo insólitos
en autos operativos. Hasta recibió quejas porque el taller entregó un auto al que le
faltaba una bagueta y otro con un problema en el tapizado. Los autos de
inteligencia tenían prioridad aunque no siempre se usaran para tareas de
inteligencia. Los reclamos los transmitía el jefe de playa, el teniente de navío Vaca,
su compañero en el primer vuelo, con quien Scilingo desarrolló una antipatía
recíproca.
Según su relato, antes de arrojar a los prisioneros los desnudaban. Pero los
primeros cadáveres que aparecieron en el Uruguay estaban vestidos. "Eso fue una
enorme hijaputez, la mayor barbaridad. El que hizo ese vuelo está como loco. No
aguantó y pidió la baja", dice. En ese contexto, ¿qué es una barbaridad? Las
palabras pierden sentido. Scilingo no quiere explicarlo.
—Antes de hablar de eso tengo que averiguar algo.
—¿Averiguar qué?
—Un nombre.
—Cuando entró a la sala de torturas y vio a la abogada del teniente Vaca...
—No le voy a decir más hasta que no averigüe ese nombre.
—¿La tiraron vestida? ¿Además de vestidos, los tiraban despiertos?
—Cuando sepa ese nombre volvemos a hablar.
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punto de caer al vacío, hecho que fue evitado por la rápida intervención de uno de
los tripulantes", decía.
Había pasado un mal momento, pero ya estaba repuesto y no volvería a soltar la
lengua, ante propios ni extraños, era el mensaje implícito. En tres semanas le llegó
la respuesta, aun más breve que la primera notificación: el plato había sido
parcialmente reconsiderado. Ahora era "no propuesto para función directiva-
temporario". Es decir que no ascendería ese año, pero podría ser considerado al
siguiente. No quedaba ninguna duda sobre cuál era el problema que lo había vuelto
poco confiable a los ojos de sus superiores.
Pocos días después la Cámara Federal condenó a Videla y Massera a prisión
perpetua, inhabilitación absoluta perpetua y destitución, como autores responsables
de múltiples homicidios agravados por la indefensión de las víctimas; privaciones
ilegales de la libertad, calificadas por amenazas y violencia; tormentos; tormentos
seguidos de muerte y robos.
La sentencia describió el "plan criminal" adoptado por los ex Comandantes
consistente en "aprehender sospechosos, mantenerlos clandestinamente en
cautiverio bajo condiciones inhumanas de vida, someterlos a tormentos con el
propósito de obtener información para, por fin, ponerlos a disposición de la Justicia
o del Poder Ejecutivo Nacional, o bien, eliminarlos físicamente".
Las defensas de los militares procesados admitieron en los mismos términos del
Documento Final la posible comisión de excesos, que justificaron por la existencia
de una guerra no convencional. La Cámara Federal les respondió que "la gravedad
de la guerrilla y la dificultad de combatirla, no pueden resultar razones atendibles
[para] ejecutar actos que significaban absoluto menosprecio a la dignidad humana".
Según los jueces "matar a un enemigo en el campo de batalla y en el fragor de la
lucha, no es situación que guarde identidad alguna con la de aplicar crueles
tormentos a personas inermes en la tranquilidad y seguridad de cuatro paredes". El
tribunal sostuvo que ni la obediencia ciega podía excusar a quienes obedecieron
órdenes de ejecutar hechos atroces, cualquiera fuera su jerarquía. "El respeto a la
persona del enemigo capturado constituye una regla esencial que no puede estar
ausente de la conciencia de ningún militar, y que ha sido consagrada por normas
internacionales y de derecho interno".
La justicia castigaba los secuestros, los tormentos y las eliminaciones
clandestinas. La Armada reprendía a quien las mencionaba, aun entre camaradas.
Massera debería pasar el resto de sus días en la cárcel y Scilingo podría continuar
su carrera porque, una vez más, había recuperado pie antes de caer.
Pero Scilingo volvió a sorprender a sus superiores: en forma voluntaria pidió el
pase a retiro. Ya no soportaba el silencio.
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IV
Anexos documentales
LA COMISIÓN DE ACUERDOS
Tanto la Constitución histórica de 1853 como la de Olivos de 1994 requieren el
acuerdo del Senado para el ascenso de los oficiales superiores de las Fuerzas
Armadas propuestos por el Poder Ejecutivo.
Durante un cuarto de siglo se prestaron en sesión pública. Recién a partir de
1877 fueron secretas, porque el ex presidente y senador Domingo Sarmiento
prefirió que su ascenso a general no fuera sometido al debate público, en el que
podrían haberse repetido las punzantes observaciones de Juan Bautista Alberdi a su
desempeño como boletinero del ejército de Urquiza. La sesión pública implicaba "la
libertad de deshonrar a quien el gobierno trata de honrar", dijo.
En épocas más o menos normales la lista de ascensos es un teatro habitual de
fricciones entre el poder político y las Fuerzas Armadas. Yrigoyen se abstuvo de
enviarla al Senado durante varios años de sus presidencias, de lo cual tuvo tiempo
para arrepentirse. Perón la usó para sacarse de encima al general Jorge Carcagno,
sugiriendo a sus senadores que negaran el acuerdo al principal colaborador del
comandante en jefe, el coronel Juan Jaime Cesio. A partir de 1983 lo que estuvo en
juego no fue la aptitud profesional ni las simpatías políticas de los candidatos, sino
su comportamiento durante la guerra sucia.
Al año siguiente de concluir la dictadura los organismos de derechos humanos
elevaron al Senado una lista de 896 militares acusados de actos ilegales durante la
represión. En años sucesivos, a medida que iban ascendiendo oficiales más jóvenes
y menos conocidos las listas de impugnaciones adelgazaron.
Bajo el impacto en 1990 de la ampliación de la Corte Suprema, cuyos nuevos
miembros recibieron el acuerdo en sesión secreta, y del ascenso al coronel
torturador Guillermo Minicucci, el senador radical Adolfo Gass presentó un proyecto
para que las sesiones volvieran a ser públicas, que se incorporó al reglamento del
Senado en 1992.
Las publicidad de las sesiones para examinar los antecedentes de un candidato es
un avance significativo en el control republicano. La comisión de acuerdos del
Senado permitió incluso la asistencia de periodistas y fotógrafos a la del 19 de
octubre de 1994 convocada para escuchar a los capitanes de fragata Pernías y
Rolón. No debería menospreciarse la incidencia de este clima, de máxima
transparencia democrática en la sincera exposición de los dos oficiales, que se
transcribe a continuación.
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Más aún, antes de concurrir a la reunión convocada por el senador Bittel, estuve
supervisando el adiestramiento de la infantería de Marina en lo que hace a la
posibilidad de la eventual participación en la República de Haití.
Pues bien, durante la guerra contra la subversión he sido un participante más de
la Armada. Obviamente, tengo presente una serie de acusaciones a las que
después me voy a referir. Por esto fui tildado como delincuente. En realidad, los
siguientes veinte años que permanecí en la Armada demostraron después, a mi
juicio, que fui un combatiente, como lo demostraron los hechos ocurridos en
Malvinas. Ustedes saben que el Batallón 5 de la Infantería de Marina fue la última
unidad que se replegó y creo que las cosas ahí anduvieron bien. Si la Armada me
propone para el ascenso al grado de capitán de navío es en virtud de un análisis
muy pormenorizado de mis antecedentes.
Tengo claro, porque eso fue política de la Armada —y además lo ratificó el actual
jefe del Estado Mayor—, que la Armada depuró y separó de sus filas a quienes,
según su criterio, se excedieron en su participación en la lucha contra la
subversión. Yo seguí en carrera. Los que se excedieron, siempre al entender de la
Armada, fueron aquellos que no habían cumplido estrictamente las órdenes que se
les habían dado y escaparon a esa supervisión. Creo que de alguna manera, más
allá de la opinión que podamos tener cada uno de nosotros y demás, es una opinión
a tener en cuenta la óptica particular de seguimiento de la Armada de quienes
estuvieron de alguna manera cuestionados o cometieron algún tipo de excesos,
según el enfoque de la Armada.
En otra oportunidad, le expresé al señor senador Bittel que yo no fui un
voluntario para permanecer en el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la
Armada. Me tocó igual que le tocó a muchos. Obviamente, la prensa lo dice
claramente, pasé a ser una cabeza visible de lo que fue la guerra contra la
subversión. El señor senador denominó a esta guerra como una guerra sucia. Hay
muchas maneras de definirla. Lo que es obvio es que no fue una guerra clásica.
A continuación, me gustaría apuntar un poco a las causas que están relacionadas
conmigo. En el diario Página/12 de hoy, matutino que tiene la tendencia que tendrá
y demás, se ponen en primera plana —cosa que ya ha hecho varias veces— dos
causas que son muy sensibles a la opinión pública, como son los casos de los
sacerdotes palotinos y las monjas francesas. Me parece que esto es una cosa
armada, y después voy a explicar por qué digo esto.
La Armada claramente ha dicho que no tuvo nada que ver en los hechos de los
sacerdotes palotinos. En cuanto al tema de las monjas francesas, señaló que el
capitán Pernías no tiene nada que ver.
Ahora bien, en lo que respecta al tema de los sacerdotes palotinos existe una
denuncia concreta de una señora de apellido Daleo, una ex montonera. Por eso
digo que esto fue armado. En los años 79 u 80 hubo en Europa las primeras
manifestaciones sobre los hechos que ocurrían en la Escuela de Mecánica de la
Armada en las que participa la señora Martí y Soler (sic) de Osatinsky. En esas
declaraciones, que fueron reproducidas a nivel mundial ya que ocurrieron en
Francia, al menos que yo recuerde, a mí no se me imputó en absoluto en esta
cuestión. A veces es bastante difícil atacar a las instituciones; por eso, es mejor tal
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vez atacar a algún miembro de las instituciones para que produzca cierto efecto
dentro de ellas.
Con el correr del tiempo se fueron haciendo varias declaraciones que llegaron
hasta el año 1987. A partir de ese momento se comienza a incriminarme, pero en
forma vaga, con el tema de las monjas francesas. En el tema de los sacerdotes
palotinos hay una denuncia concreta de la señora Daleo, con quien tuve
oportunidad de hablar delante de un juez, justamente por esa causa. Tampoco me
incriminaron las tres señoras que realizaron la conferencia de prensa de carácter
internacional de la que hablé anteriormente.
Ahora bien, ella dijo que escuchó que yo había dicho que había asesinado a los
sacerdotes palotinos en junio de 1976, época en la que recién se armaba
prácticamente el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Manifiesta que esas tres señoras eran testigos, pero esas tres señoras no
mencionaron nada de ello en su conferencia de prensa. Yo no tuve en absoluto
nada que ver pero, sin que me consten, éstas son las acusaciones que se me
hacen, que me duelen. No me constan porque no sé si las declaraciones son ciertas
o no. Fue un hecho que se sucedió a muy corto plazo a posteriori del atentado al
comedor de Seguridad Federal, donde fueron detenidos algunos policías. A mí no
me consta que hayan sido ellos u otros. Sí me consta, y le consta a la Armada, que
en eso no tuvo nada que ver la Armada. En aras de ser sincera, la Armada no dice:
"La Armada no tiene nada que ver en el tema de las monjas francesas", pero dice,
eso sí, que no tiene nada que ver con eso el capitán Pernías.
Sé que en Francia se lleva a cabo un juicio por este tema. Me imagino que debe
ser serio. Pero yo no he sido convocado ni se me ha pedido que preste declaración
sobre el tema. ¿Qué quiero demostrar con esto? Que realmente no tuve ninguna
participación en estos hechos y que si hubiera sido posible, a través de la Cámara
Federal, en su momento se hubiese podido demostrar —y existía esa posibilidad—
que yo no estaba en el país cuando ocurrió el hecho de las monjas francesas.
Tampoco tuve nada que ver con el tema de los sacerdotes palotinos.
También se dijo que yo era un sicario de García Meza en los años 1980 o 1981 y
que tenía que ver con el tema de la droga, con el objeto dé sumar más
antecedentes desfavorables a mi persona. En 1980 y 1981 no estuve haciendo otra
cosa que caminar por los médanos de Baterías dando instrucciones.
Entonces, esta propuesta que hace la Armada de ascenso a capitán de navío la
hace estrictamente con las reglas navales de seguimiento de la carrera de cada
uno. Se ha demostrado que desde que terminó la subversión y demás he seguido
mi carrera con absoluta normalidad. Lo digo con total sinceridad: si la guerra contra
la subversión la hubiera llevado a cabo un gobierno democrático y yo tenía que
tener esa participación lo hubiese hecho si me lo hubieran ordenado, como
cualquier orden que se me ha dado a partir, incluso, del momento en que
asumieron los gobiernos democráticos.
Me resta decir que en lo personal una decisión negativa obviamente afecta a la
persona, a la familia, porque en el fondo si los representantes del Congreso dicen
"no" es como si realmente he sido culpable de todas estas cosas. No sé si me
corresponde decirlo a mí pero creo que al ser propuesto por la Armada esto —de
alguna manera— lesiona a la institución porque en el fondo se están creyendo más
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ROMERO: Entre la experiencia y las normas que la fuerza tiene desde ese
momento, un oficial joven como lo era usted hace casi veinte años ¿está obligado a
cumplir cualquier tipo de orden?
PERNÍAS: YO creo que fue una experiencia inédita y que las circunstancias no se
van a dar nunca más para que esto suceda. Por la jerarquía que yo tenía en ese
momento, no poseía ningún tipo de decisión política sobre el tema. Me hubiera
gustado que esto fuera atravesado por un gobierno democrático con las normas
que ese gobierno hubiera dictado. Tendría que someterme a ello. ¿No es cierto?
ROMERO: Siendo un oficial joven en ese momento ¿qué opción le quedaba? ¿Pedir
la baja? ¿Retirarse?
PERNÍAS: Creo que sí.
ROMERO: ¿Cuántas opciones tiene el oficial ante una orden?
PERNÍAS: Retirarse o pedir la baja. En ese entonces sólo podía pedir la baja porque
los años de servicio no daban como para solicitar el retiro. Pero de todas maneras
creo que fue un capítulo, porque a lo que apunta la Armada y apunto yo es a lo que
luego fui: un oficial absolutamente normal. Creo que lo dicen mis antecedentes,
¿no?
ROMERO: ¿A usted le consta que algún oficial de la Armada haya pedido en ese
momento el retiro o la baja o se haya negado a cumplir las órdenes contra la
subversión?
PERNÍAS: NO, creo que no. Por lo menos en la Armada.
ROMERO: ¿A usted le consta que el almirante Massera haya estado haciendo
gestiones por usted?
PERNÍAS: Al almirante Massera no lo veo desde esa época.
SENADOR RICARDO BRANDA: YO le tenía una pregunta: ¿Usted tiene algún camarada
que fue dado de baja por excesos en la lucha contra la subversión?
PERNÍAS: YO creo que sí. No me pida que dé nombres. Y no eran sólo camaradas
sino también superiores. Entendiendo por exceso tal vez el acto delictivo que no
correspondía a las normas que se utilizaban para ese combate. O sea que tal vez
tendrían ambiciones personales o cometieron actos delictivos ajenos al
cumplimiento estricto de la orden que recibían. Me consta y le pido no manejar
nombres.
BRANDA: NO estoy pidiendo nombres, sólo le pregunto si tenía compañeros que
habían sido dados de baja por exceso en la lucha contra la subversión.
ROMERO: El concepto de exceso no es en el acto sino en el cumplimiento estricto
de la orden. ¿Cuándo se habla de exceso? Para nosotros el concepto de exceso es
tener en cuenta el marco global. Entiendo que para quien cumple una orden el
exceso es no haberla cumplido o haberse excedido en su cumplimiento sin haber
valorado si la orden era excesiva o no.
PERNÍAS: SÍ, señor.
ROMERO: Por lo que me dice es como si un inferior no tuviera posibilidad de
cuestionar la orden. Por lo que entiendo del concepto global que usted plantea del
exceso, no se refiere a la misión sino a la orden dada que podría haber sido
excesiva.
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PERNÍAS: Las órdenes dadas. Tal vez no es momento, uno las podría llegar a
analizar como una cosa difícil pero en ese momento ésa era la herramienta. Me
refiero más particularmente al tema de interrogatorios y tormentos. Quienes
estuvieron en la Escuela de Mecánica —y esto es un descargo, se puede creer o
no— si hablan con sinceridad y la Armada también lo sabe, tienen conocimiento de
que cuando me desempeñé en el área de inteligencia efectuando interrogatorios
realmente me preocupé demasiado para que el sistema de interrogatorio no
corriera por la presión del tormento. Además, a esa altura de los acontecimientos,
lo digo con sinceridad, ya no era necesario. Es decir que la gente, aparte de que no
se hizo en forma indiscriminada, iba con un adoctrinamiento previo y hasta
inclusive se ingería una pastilla de cianuro porque habían dicho que los tormentos
eran brutales; yo creo que era tal vez para preservarse la cúpula, pero cuando se
encontraban con que eso no era así, y es más, veían a personas que tal vez habían
sido sus superiores, eso bastó para quebrar su voluntad de combate. Creo que se
hizo todo lo suficiente como para que los muertos fuesen los menos y que los
buscados puntualmente fueran las cabezas, como para evitar que haya muertos.
Esto es lo que puedo aportar. Ustedes pueden hablar con algún oficial de la Armada
que haya estado en ese lugar y también con muchos de los liberados que también
estuvieron.
LAFFERRIERE: Capitán, ¿usted cree en las leyes de la guerra?
PERNÍAS: YO creo en las leyes de la guerra y las conocí bastante después. Las
conocí realmente en Malvinas. Las leyes de la guerra convencional.
LAFFERRIERE: ¿Usted dice que hay guerras no convencionales que no tienen leyes?
PERNÍAS: YO creo que esto fue una guerra no convencional. Las leyes fueron
acomodadas, tal vez, a los procedimientos que utilizaron las Fuerzas Armadas. Yo
creo que no había leyes. No había leyes como para...
LAFFERRIERE: NO... Estoy hablando para el futuro, es decir, de hoy en adelante.
Nosotros acá tenemos que valorar, para que usted comprenda cuál es nuestro
escenario, su posible desempeño como oficial jefe, como oficial superior de la
Marina argentina. De ahora en adelante, si su ascenso sigue, si el Senado le da el
acuerdo, no estará solamente obedeciendo órdenes sino que será responsable de
dar órdenes de profunda trascendencia. Entonces, un elemento fundamental de
nuestro juicio es el de saber cuál es su condición como oficial para interpretar las
leyes vigentes y dar órdenes acordes con esa normativa.
Es fundamental para nosotros tener en claro cuál es su comprensión de sus
obligaciones para dar esas hipotéticas órdenes. Usted sabe que desde la Segunda
Guerra Mundial el concepto de la obediencia ciega y mecánica ha cambiado
sustancialmente, que hoy existen reglas básicas de convivencia humana que
cualquier hombre, sobre todo aquellos que tienen la posibilidad de dictar normas u
órdenes, tiene que tomar como base siempre para poder llevar adelante su misión,
y esto implica estas normas básicas de humanidad.
Usted ahora está siendo propuesto por la Armada y por el Poder Ejecutivo, es
decir, no sólo por la Armada sino también por el señor Presidente de la República,
para un ascenso y nosotros tenemos que conocer cuál es su visión del mundo y del
derecho, porque la responsabilidad que el país estaría dejando en sus manos no es
la de aquel oficial recién egresado de la escuela que quizá no tiene el
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ROMERO: ¿Cuánto tiempo transcurrió entre los primeros tres meses y el segundo
período?
ROLÓN: Un año.
ROMERO: ES decir, tres meses, un año y un año.
ROLÓN: Un año estuve en la Base Aeronaval Comandante Espora.
ROMERO: ¿Con otro tipo de operación?
ROLÓN: NO. Dedicado a lo específico de la Armada.
ROMERO: Cuando usted recibió una condecoración en el año 1978 por valor en
combate, ¿a qué combate entendió usted que se refería?
ROLÓN: A las actividades antisubversivas. Esa condecoración la recibí por mi
participación en esos tres meses.
ROMERO: ¿Usted conoce si se otorgaron muchas condecoraciones de ese tipo?
ROLÓN: Creo que deben estar en el orden de las veinte o veinticinco en ese
período.
SENADOR REMO COSTANZO: ¿En qué consiste el mérito para recibir una distinción de
esa naturaleza?
ROLÓN: NO sé cuáles fueron los méritos que la superioridad evaluó. Supongo que
habrán sido que he cumplido bien las órdenes que me impartieron mis superiores
en una situación que, insisto, era sumamente atípica. Yo soy un oficial de buque;
no soy un infante de Marina que, quizás, podría haber tenido alguna relación. Fue
realmente algo inédito y no estábamos preparados. Recibimos un entrenamiento
muy escaso y después fuimos a participar en estas operaciones urbanas.
ROMERO: ¿Qué edad tenía usted en ese momento?
ROLÓN: Nací en 1948. Tendría veintiocho años.
ROMERO: ¿A usted le consta que el señor Massera haya hecho gestiones en favor
de este acuerdo?
ROLÓN: NO. Para nada. Hay algo que quisiera aclarar, si es que se me permite. En
las imputaciones que se hacen sobre el capitán Rolón se dice que estuve a cargo de
los detenidos para trabajos políticos del almirante Massera. Lo quiero desmentir
absolutamente y negar mi participación en actividades políticas para el almirante
Massera. Quiero dejar en claro que cuando se me insinuó alguna posibilidad, yo me
negué categóricamente a eso.
ROMERO: ¿ES decir que usted estaba en condiciones de resistir esa orden?
ROLÓN: Se me insinuó.
ROMERO: En los casos operacionales, ¿no eran insinuaciones? ¿Eran órdenes a
cumplir?
ROLÓN: SÍ.
ROMERO: ¿Hay diferencia técnica para ustedes?
ROLÓN: La diferencia está en que una orden era una orden militar para
operaciones militares, mientras que lo otro tenía una connotación política que
alguien, tomando café, me podría haber insinuado y yo fui sumamente claro al
respecto.
ROMERO: Las órdenes de operaciones eran verbales, obviamente.
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de dar órdenes que estén de acuerdo con nuestra visión de lo que debe ser la
convivencia en el país.
Para nosotros mucho más importante que saber si usted se excedió o no en el
cumplimiento de una orden, es estar absolutamente convencidos de que en ningún
caso y bajo ninguna circunstancia, por más difícil que sea, usted como oficial
superior de la Marina de nuestro país, daría una orden parecida a aquellas que tuvo
que cumplir al inicio de su carrera.
ROLÓN: Le doy la plena seguridad de que no la daría. No la daría porque —
insisto— hay una evolución personal, producto de la experiencia que me ha tocado
vivir y de lo traumática que ha sido. Creo que también en un contexto integral hay
una evolución que dice que las cosas no son así. Además, existe un convencimiento
personal de algo que me ha tocado vivir, no deseado y que no deseo vivirlo nunca
más, y si me toca vivirlo será como mercenario en otro país, que no iría.
COSTANZO: ¿Implica decir esto que las órdenes impartidas fueron equivocadas?
ROLÓN: Le vuelvo a decir, senador. Creo que desde la visión de hoy de las cosas
yo digo, fueron equivocadas. Pero esto es un poco como decía Ortega y Gasset
aunque es lamentable porque había en juego vidas humanas, "yo y las
circunstancias". Creo que fueron equivocadas.
BRANDA: ¿Usted en esa época era casado. ¿Cómo se constituye su familia?
ROLÓN: SÍ, señor, mi primer hijo nació durante 1978, cuando yo estaba en la
Escuela de Mecánica. Tengo tres hijos, de 16, 15 y 11 años: Juan Martín, Macarena
y Bautista.
BRANDA: En el futuro usted puede llegar a ser comandante en jefe de la Armada,
puede ser jefe del estado Mayor Conjunto y llegar a conducir a todas las Fuerzas
Armadas, por lo tanto nosotros estamos habilitando el pase hacia eso, razón por la
cual nuestra decisión no es fácil, sobre todo en la personalidad y en su
desenvolvimiento dentro de lo que fue la Fuerza. Quisiera saber dentro de lo que es
la ley de Defensa y en ésta reestructuración de las Fuerzas Armadas cuál es su
opinión con respecto a cuál es el rol que desempeñan las Fuerzas Armadas y en
convivencia con lo que es la actitud democrática en la época que está viviendo la
República.
ROLÓN: YO creo, señor senador, que con la actual condición de las Fuerzas
Armadas es absolutamente imposible romper el estilo democrático de vida. Y no
porque no tengan capacidad material, sino porque no hay una capacidad o un acto
volitivo racional para que eso ocurra. Hoy las Fuerzas Armadas argentinas están
absolutamente convencidas de que deben transitar por el camino de la democracia.
Así lo entiende particularmente la Armada, que es la que yo conozco. No tengo
ninguna duda de eso, pero ninguna duda. BITTEL: Bien. Muchas gracias.
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LA CARTA A VIDELA
La carta que Scilingo envió al ex dictador Videla luego del indulto y la firma del
custodio que la recibió: arrojados desnudos desde los aviones en vuelo. No hubo
respuesta.
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LA CARTA A MENEM
La carta a Menem y el recibo firmado en la Casa Militar de Antonietti:
reconocer errores. No hubo respuesta
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EL PEDIDO DE PRÓRROGA
Scilingo pide prórroga para su examen de ingreso a la Escuela de Guerra
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LA NEGATIVA
El jefe de arsenal de Puerto Belgrano le niega la prórroga. Debe rendir el
examen de ingreso
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EL PLATO A SCILINGO
La Armada le comunica el 7 de octubre de 1985 que no será ascendido a
capitán de fragata. Sin explicaciones.
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LA SOLICITUD DE RECONSIDERACIÓN
El 10 de octubre de 1985, Scilingo explica por qué habló del vuelo con sus
superiores. Dice que es un problema personal ya superado y solicita
reconsideración.
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LA RECONSIDERACIÓN
El 30 de octubre de 1985 su solicitud de reconsideración es aceptada. Sólo
queda excluido del ascenso por un año. Así, la Armada da por superado el
incidente.
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EL PARTE MÉDICO
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Notas
DIGAMOS LA VERDAD
ELOGIO DE LA TORTURA
La afirmación de Menem sobre que no había solicitado el ascenso de los
torturadores, en Página/12, el 29 de diciembre de 1993.
Massot sobre la tortura en Página /12 del 2 de enero de 1994. El debate sobre la
tortura entre Hesayne y Harguindeguy en el suplemento sobre los indultos de
Página/12, el 31 de diciembre de 1990. La declaración del canciller Alain Juppé, en
Clarín del 26 de octubre de 1994. La decisión del bloque justicialista de senadores,
en Página/12 del 27 de octubre. Menem sobre el triunfo de la ley en el programa
Periodismo y medialunas, de Radio FM Jai, el martes 25 de octubre de 1994. Balza
sobre la humildad ante el pasado en La Prensa del 27 de octubre de 1994. Sobre el
fin y los medios, luego de asumir como jefe de Estado Mayor, en Somos, del 1° de
junio de 1992 y en su mensaje a los egresados del Colegio Militar, en Página/12, el
17 de diciembre de 1993. El reportaje a Mayorga fue efectuado por Jorge Lanata y
se publicó en la revista El porteño en abril de 1985. Sus declaraciones sobre la
inyección a los prisioneros y su reivindicación de la tortura en el excelente libro de
Tina Rosenberg The children of Cain (William Morrow & Company, New York, 1991,
pág. 86).
LA MENTIRA INSTITUCIONAL
El discurso de Massera en La Nación del 3 de noviembre de 1976. La primera
explicación de Videla sobre los desaparecidos, en La Prensa, el 15 de setiembre de
1977. El cálculo de Viola sobre detenidos y abatidos, en La Nación, el 30 de
setiembre de 1977. El reportaje a Massera en su biografía, Claudio Uñarte:
Almirante Cero (Buenos Aires, Planeta 1992, página 139). La arenga de Viola sobre
los ausentes para siempre, en todos los matutinos de Buenos Aires del 30 de mayo
de 1979. Las jactancias de Harguindeguy en Clarín del 22 de setiembre de 1979 y
en La Nación del 22 de marzo de 1980. Las advertencias de Viola y Galtieri al
producirse el relevo en el Ejército, en Clarín del 12 de abril de 1980. En el mismo
diario, del 17 de abril de 1980, la pretensión de Videla de legitimidad de la guerra
sucia. La respuesta de la dictadura a la OEA, en Clarín del 20 de abril de 1980. La
constancia de que el conservador Francisco Manrique fue el único político
preocupado por la guerra sucia, en una interesante declaración pública formulada
por Bignone, en La Nación del 29 de marzo de 1987. Los detalles sobre la
mediación de la Iglesia y la misa de la Reconciliación me fueron suministrados por
el dirigente del partido Demócrata Cristiano Augusto Conté. El documento de la
Junta dirigido a que los partidos se comprometieran a no juzgar la guerra sucia, en
Clarín del 12 de noviembre de 1982.
BOOMERANG
Los cables de ANCLA, la Historia de la guerra sucia y la Carta abierta de un escritor
a la Junta Militar, en Horacio Verbitsky: Rodolfo Walsh y la prensa clandestina
(Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1985).
LA DESINFECCIÓN
El testimonio de las tres mujeres que incrimina a Pernías por el secuestro de las
monjas en la revista española La calle, del 23 de octubre de 1979. El de Horacio
Maggio en la edición enero-marzo de 1979 de la revista Alternativa, editada en
Suecia. Ambas publicaciones, en el archivo del autor.
UN HUMANISTA DE UNIFORME
La reforma al Código de Justicia Militar en Cámara de Diputados de la Nación,
Diario de Sesiones, 5 de enero de 1984, y Cámara de Senadores de la Nación,
Diario de Sesiones, enero 31 y febrero 1 de 1984. Massera sobre el humanismo
cristiano de la guerra sucia, en sus declaraciones indagatorias ante el Consejo
Supremo de las Fuerzas Armadas del 8 de febrero y el 30 de agosto de 1984.
Lambruschini sobre la extirpación del cáncer en su declaración ante el Consejo
Supremo de las Fuerzas Armadas del 13 de febrero de 1984.
MODUS OPERANDI
La declaración de Acosta del 27 de febrero de 1987 está tomada del acta de la
Cámara Federal firmada por el procesado y los jueces. La manifestación bajo la
lluvia en el barrio militar es narrada por La Nación del 26 y por La Prensa del 27 de
febrero de 1987. Los pormenores de la aplicación de la ley de fugas a Vaca
Narvaja, Toranzo y De Breuil, así como el certificado de retiro de los presos de la
cárcel fueron tomados del expediente de la justicia federal de Córdoba. La queja de
Astiz por su aislamiento social en Rosenberg: The children of Cain, página 134.
Juan Yofre sobre Astiz y Arduino, en Ámbito Financiero del 23 de diciembre de
1987.
EL PLATO
La descripción del plan criminal en la sentencia de la Cámara Federal condenando
a Videla, Massera y compañía, en diciembre de 1985. Las menciones a la
obediencia ciega y al respeto debido a la persona del enemigo capturado, en el fallo
del mismo tribunal un año después, condenando a Ramón Camps.
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