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MÓDULO 4. ¿QUÉ ES LA VIOLENCIA DE GÉNERO?

1. Definiciones de Violencia de Género.

Todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual,
las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad, según la Ley Orgánica
1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género

La violencia doméstica hace referencia a aquella que se produce dentro del hogar, tanto
del marido a su esposa, como de la madre a sus hijos, del nieto al abuelo, etc. Excluye
aquellas relaciones de pareja en las que no hay convivencia.

La Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la


Mujer la define como: “Todo acto basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga
o pueda tener como resultado un daño o un sufrimiento físico, sexual o psicológico para
la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la
libertad, tanto si se produce en la vía pública como en la privada”.

Por violencia de género de acuerdo con la Ley Orgánica 1/2004 se entiende aquella
violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y
las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte
de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a
ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia.

En la violencia de género incluimos, de conformidad con la citada Ley Orgánica


1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género, “todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la
libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad.”

- Teorías psicológicas sobre la Violencia de Género.


Durante años se ha intentado desarrollar modelos explicativos para conocer por qué
ocurre la Violencia de Género y poder diseñar programas de prevención y tratamiento.
Dichas propuestas se pueden agrupar en dos grandes bloques: teorías psicológicas y
sociológicas.

Las teorías psicológicas buscan la causa del maltrato en factores individuales, y muy
especialmente en la presencia de psicopatología. Actualmente estos factores están
descartados como causa única y se cuestiona si la psicopatología del maltratador
desempeña algún papel en la génesis de este problema.

Las teorías sociológicas incluyen, la denominada perspectiva de la violencia familiar y


la perspectiva feminista.

- Teorías feministas.

Desde la perspectiva feminista se considera que el maltrato se sustenta en los valores


culturales patriarcales según los cuales los hombres deben dominar a las mujeres,
teniendo como objetivo ejercer un control sobre ellas.
El argumento central de la hipótesis feminista es que la victimización de una mujer por
su pareja varón no es un problema individual o familiar ni es un comportamiento
aislado o patológico, es una manifestación del sistema de dominación masculina de las
mujeres que ha existido histórica y transculturalmente, donde los roles de género
colocan a las mujeres en situación de desigualdad.

Según este modelo, dado que se considera que el objetivo del maltrato es ejercer y
mantener el control de la mujer, se considera que la violencia aumentará con el tiempo.
Y puesto que en el análisis de los malos tratos se enfatiza especialmente su
consideración como una consecuencia del patriarcado, es lógico concluir que los
maltratadores sean hombres y las víctimas mujeres.

- El modelo de la indefensión aprendida.


El modelo de «indefensión aprendida» fue propuesto por Walker en 1979 aplicando
las investigaciones de Seligman. Según este modelo, una mujer sometida a
acontecimientos incontrolables, en este caso actos violentos, generará un estado
psicológico donde la respuesta de reacción o huida queda bloqueada.

La imposibilidad de controlar la agresión generará en la víctima una afectación


motivacional y pasividad consiguiente, dificultades para la resolución de problemas, y
por tanto la confrontación con la situación, al tiempo que un trauma emocional que se
manifiesta en forma de indefensión, incompetencia, frustración y depresión.

Encontrarse en una situación de malos tratos puede percibirse perfectamente como una
situación incontrolable: no se puede hacer nada para cambiarlo. Hemos de comprender
que en las primeras fases de la relación la mujer trata de buscar ese mecanismo que
evita la ira del marido.

Ella piensa que haga lo que haga, él la maltratará e incluso la matará. Por eso no
hace nada para escapar.

Las personas aprenden que no pueden hacer nada para evitar lo que les está sucediendo
y se resignan a aguantar, a sacrificarse, a doblegarse sin posibilidad alguna de escape
ni alternativa.

- El Aprendizaje Social.

Puede ser una transmisión de pautas agresivas a partir del mensaje, según el cual el
ejercicio de la violencia comprende consecuencias positivas (o ventajosas) para el
agresor. No obstante, según un meta-análisis realizado por la ONU, una familia de
origen violento constituye sólo una variable más que hay que considerar en la etiología
de la violencia contra la mujer.

Por otra parte también se centra en las pautas de socialización inadecuadas desarrolladas
por el sujeto que tienen dificultades graves para manejar situaciones conflictivas. No ha
sido educado para enfrentarse a ellas.
La agresividad del sujeto se vuelve funcional, pues logra escapar de la demanda que le
resulta aversiva, con lo que su conducta se refuerza (refuerzo negativo), en cuanto a las
consecuencias a largo plazo: aparecen problemas de conducta y escasas habilidades
prosociales.

- Modelo ecológico.

Otro modelo explicativo del maltrato es el llamado ecosistémico, plantea la integración,


en cada caso concreto, de variables en diferentes niveles ecológicos (microsistema,
macrosistema, exosistema). De esa manera, muchos de los posibles factores de riesgo se
incluyen en los diversos niveles ecológicos.

En el macrosistema, Belsky incluye variables socioeconómicas, estructurales y


culturales; en el exosistema engloba todos aquellos aspectos que rodean al individuo y a
la familia y que les afectan de manera directa, es decir, las relaciones sociales y el
ámbito laboral; por último, en el microsistema ubica las variables referentes a
comportamientos concretos de los miembros de la unidad familiar y las características
de su composición.
Tiene en cuenta la interacción entre la familia (microsistema), la comunidad
(exosistema) y la cultura (macrosistema). Las transacciones familiares que se producen
pueden dar lugar al maltrato, pero no aclara si el trastorno debe ocurrir en un sistema o
en más de uno.

- La teoría del estrés.

La teoría del estrés parte de la premisa de que todo sujeto se enfrenta


permanentemente a situaciones difíciles derivadas de su propio comportamiento, del
comportamiento de las personas con quienes interactúa y del ambiente en que se
desarrolla, poniendo especial énfasis en las formas en las que se enfrenta el estrés.

Los elementos que componen esta teoría son los posibles factores de estres; la
evaluación primaria, que determina la naturaleza estresante o no de los factores
antecedentes, y secundaria, que establece los recursos internos y externos de que
dispone el sujeto para afrontar el estrés. Las evaluaciones y estrategias de afrontamiento
basadas en las emociones y su desahogo pueden ser desadaptativas y conducir al
maltrato físico.

2. Mitos sobre la Violencia de Género.

La violencia hacia la mujer no es obra de locos, afectados por el alcohol o las drogas. El
hombre violento sabe lo que hace y por qué lo hace, obtiene resultados, busca
coherencia en su justificación y quiere dar crédito a sus amenazas, siendo la fuerza y la
violación de los derechos las herramientas que utiliza para mantener a la mujer en
inferioridad y negarle autonomía y libertad, consciente de la dificultad que tiene su
víctima de probar una situación que soporta en el hogar de forma cotidiana.

No es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el


símbolo más brutal de la desigualad existente en nuestra sociedad. Se trata de una
violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser
consideradas por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y
capacidad de decisión.

Habitualmente se justifica y se trata de dar explicación a este tipo de violencia


atendiendo a:

 Características personales del agresor (trastorno mental, adicciones), ·


 Características de la víctima (masoquismo, o la propia naturaleza de la mujer,
que “lo busca, le provoca, es manipuladora…”),
 Circunstancias externas (estrés laboral, problemas económicos),
 Los celos (“crimen pasional”),
 La incapacidad del agresor para controlar sus impulsos, etc.
 Además existe la creencia generalizada de que estas víctimas y sus agresores son
parejas mal avenidas (“siempre estaban peleando y discutiendo”), de bajo nivel
sociocultural y económico, inmigrantes… Es decir, diferentes a “nosotros”, por
lo que “estamos a salvo”.
Aquellos hombres que son alcohólicos y maltratan a sus mujeres, sin embargo no
tienen, en su gran mayoría, problemas o peleas con otros hombres, con su jefe o su
casero. El estrés laboral o de cualquier tipo afecta realmente a mucha gente, hombres y
mujeres, y no todos se vuelven violentos con su pareja.

En el fondo, estas justificaciones buscan reducir la responsabilidad y la culpa del


agresor, además del compromiso que debería asumir toda la sociedad para prevenir y
luchar contra este problema.

- Perspectiva actual.

Los poderes públicos tienen, conforme a lo dispuesto en el artículo 9.2 de la


Constitución, la obligación de adoptar medidas de acción positiva para hacer reales y
efectivos dichos derechos, removiendo los obstáculos que impiden o dificultan su
plenitud.

En los últimos años se han producido en el derecho español avances legislativos en


materia de lucha contra la violencia de género, tales como la Ley Orgánica 11/2003, de
29 de septiembre de Medidas Concretas en Materia de Seguridad Ciudadana, Violencia
Doméstica e Integración Social de los Extranjeros; la Ley Orgánica 15/2003, de 25 de
noviembre, por la que se modifica el Código Penal, o la Ley 27/2003, de 31 de julio,
Reguladora de la Orden de Protección de las Víctimas de la Violencia Doméstica;
además de las leyes aprobadas por diversas Comunidades Autónomas, dentro de su
ámbito competencial.

La Ley 1/2004 pretende atender a las recomendaciones de los organismos


internacionales en el sentido de proporcionar una respuesta global a la violencia que se
ejerce sobre las mujeres.

El ámbito de la Ley abarca tanto los aspectos preventivos, educativos, sociales,


asistenciales y de atención posterior a las víctimas, como la normativa civil que incide
en el ámbito familiar o de convivencia donde principalmente se producen las
agresiones, así como el principio de subsidiariedad en las Administraciones Públicas.
Igualmente se aborda con decisión la respuesta punitiva que deben recibir todas las
manifestaciones de violencia que esta Ley regula.

La violencia de género se enfoca por la Ley 1/2004 de un modo integral y


multidisciplinar, empezando por el proceso de socialización y educación.

3. El ciclo de la Violencia.

Este ciclo pretende explicar la situación en la que se da violencia física, ya que la


violencia psicológica no aparece de manera puntual, sino a lo largo de un proceso que
pretende el sometimiento y control de la pareja.

Este modelo suelen comprender tres fases:

A) La fase de acumulación o de generación de tensión; en ella la mujer actuaría con


un comportamiento pasivo como medio de protección. La víctima percibe claramente
cómo el agresor va volviéndose más susceptible, respondiendo con más agresividad y
encontrando motivos de conflicto en cada situación.

Esta fase se caracteriza por agresiones psicológicas, cambios repentinos e imprevistos


en el estado de ánimo, incidentes “menores” de violencia física (pequeños golpes,
empujones) por parte del agresor hacia la víctima. Ésta, en un intento por calmar a su
pareja, tiende a comportarse de forma sumisa o ignora los insultos y descalificaciones
de él, minimiza lo sucedido ya que sabe que las acciones de él pueden ser peores,
incluso intentar negar los malos tratos, atribuyendo cada incidente aislado a factores
externos y no a su pareja –“quizás tiene problemas en el trabajo”, o “ha bebido mucho y
no sabe lo que hace”–, por lo que si ella espera, las cosas cambiarán y él mejorará su
trato hacia ella. Lamentablemente empeoran ya que lo habitual es que se produzca una
escalada en esos incidentes de maltrato.

B) La fase de agresión o descarga de la tensión, esta segunda fase supone el Estallido


de la Tensión, en la que la violencia finalmente explota, dando lugar a la agresión en la
cual la mujer intenta calmar al agresor.
Cuando la tensión de la fase anterior llega a cierto límite, se produce la descarga de la
misma a través de maltrato psicológico, físico o sexual grave. Esta fase se distingue de
la anterior por la ausencia total de control en los actos del maltratador y por la mayor
destructividad que entraña. La agresión ha empezado en un intento de darle una lección
a la víctima y ha finalizado cuando él considera que ella ha aprendido la lección,
desgraciadamente cuando finaliza el episodio la mujer ha sido severamente maltratada.

C) Y tras el ataque, la fase de arrepentimiento del maltratador que generará una


ficción de reencuentro llamada «luna de miel», hasta el inicio del nuevo ciclo.
En la tercera fase, denominada de “Luna de Miel” o arrepentimiento o reconciliación, el
agresor pide disculpas a la víctima, le hace regalos y trata de mostrar su
arrepentimiento, prometiendo que no volverá a suceder.
Se comporta de manera encantadora e incluso cariñosa. La mujer le cree e intenta
asimilar la situación como una pérdida de control momentánea de su pareja, que no
volverá a repetirse, cree que él será capaz de hacer lo que ha prometido y, asimismo,
cree que ella podrá cambiarlo y que las cosas serán mejores en el futuro.

A medida que pasa el tiempo las fases empiezan a hacerse más cortas, llegando a
momentos en que se pasa de una breve fase de acumulación de la tensión a la fase de
explosión y así sucesivamente, sin que medie la fase de arrepentimiento, que acaba por
desaparecer.

Este ciclo, en el que al castigo (agresión) le sigue la expresión de arrepentimiento que


mantiene la ilusión del cambio, puede ayudar a explicar la continuidad de la relación
por parte de la mujer en los primeros momentos de la misma.

El ciclo de la violencia tiene unas consecuencias muy importantes en la mujer que lo


padece:
1. Desorientación y paralización: Su pareja puede ser violento en un momento
dado, seductor en otro, amable y delicado con ella más tarde, ignorarla luego,
etc. Esto hace que se sienta desorientada respecto a cómo es él o a cómo es su
relación de pareja. Puede paralizarse, al no saber cómo actuar o qué línea de
conducta seguir.
2. Pérdida de habilidades sociales y capacidades y herramientas para las relaciones:
Cree que su relación de pareja puede funcionar (momentos de “luna de miel”) y
modifica su comportamiento intentando que esa fase de tranquilidad o felicidad
sea más continua en su relación: evita las conductas que ella piensa que
“provocan” el conflicto, “cede” continuamente ante su pareja y esta cesión
permanente se va convirtiendo en su único mecanismo de relación, perdiéndose
así por desuso las herramientas con las que normalmente nos relacionamos con
los demás (habilidades sociales, de comunicación, empatía, capacidad de
resolución de problemas, estrategias ante los conflictos, etc.), quedando así
dañada su personalidad.
3. Expectativas “mágicas” de cambio: Cuando ella asume que no puede continuar
en este modelo de relación e intenta escapar, él suele prometerle que “va a
cambiar”, y ella suele creerlo porque tiene “pruebas” reales y objetivas de que
cuando quiere se comporta como la pareja que ella siempre buscó (fase de “luna
de miel”). En realidad no existe el cambio sino sólo adaptaciones de la conducta
de él a las distintas fases del ciclo, pero ella está convencida de que puede
cambiar y le da una oportunidad tras otra a lo largo de un amplio periodo. Es
necesario que asumáis que el ciclo es una de las principales causas de la gran
dificultad que vive vuestra hija para salir de la situación de violencia.

4. Tipos de Violencia de Género.

El maltrato a la mujer por su pareja incluye conductas tales como agresiones físicas
(golpes, patadas, palizas, etc.); abuso psicológico (intimidación, menosprecio,
humillaciones, etc.); relaciones o conductas sexuales forzadas; y conductas de control,
tales como aislamiento, control de las actividades y restricciones en el acceso a
información y asistencia . Aunque no todas las mujeres sufren todos los tipos de abuso,
es muy común que se den de forma conjunta y muchos autores plantean el control y la
dominación como una característica central de este tipo de violencia.

Si nos centramos en la violencia ejercida por la pareja, este tipo de violencia puede
manifestarse de tres maneras diferentes:
1) Maltrato físico: Cualquier conducta que implique la utilización intencional de algún
instrumento o procedimiento para afectar el organismo de otra persona, de modo que
encierre riesgo de lesión física, enfermedad, daño o dolor, con independencia de los
resultados de dicha conducta.

Deben considerarse tanto conductas “activas”, por ejemplo, abofetear, empujar, golpear,
dar puñetazos, patadas, estrangular, utilizar objetos, armas o sustancias químicas con el
fin de causar una lesión, etc., como conductas “pasivas”, entre ellas la privación de
cuidados médicos durante una enfermedad o lesión (incluidas las lesiones causadas por
los malos tratos), o el no aviso intencionado de situaciones de evidente riesgo físico
(fallo en los frenos del coche, escape de gas, etc.).

Este tipo de maltrato es el más evidente y el más fácil de identificar, por eso suele ser al
que se le da más importancia, tanto en el ámbito personal como en el social y en el
legal, aunque no suele existir de forma aislada.

2) Maltrato sexual: Se entiende por maltrato sexual cualquier intimidad sexual forzada
por parte de la pareja, ya sea con amenazas, intimidación, coacción o por llevarse a cabo
en estado de inconsciencia o indefensión de la mujer. Incluye todo tipo de conducta de
carácter sexual, no limitándose a la penetración vaginal o anal. Aunque esta categoría en
realidad es un tipo de maltrato físico, se suele considerar de forma diferenciada por
tener connotaciones muy particulares.

Por un lado, la mayor intimidad asumida para este tipo de comportamientos, y por otro,
el que con frecuencia se considera que es un “deber” u “obligación” realizar este tipo de
comportamientos con la pareja. En consecuencia, muchas mujeres piensan que no
pueden negarse a realizar este tipo de conductas con su pareja, aunque no lo deseen, e
incluso aunque sean violentamente exigidas, por lo que es poco frecuente que las
mujeres consideren que han padecido violencia sexual por su pareja.

Existen diferentes manifestaciones de violencia sexual:

- Violencia sexual que no implica contacto corporal: Exhibicionismo, forzar a ver


material pornográfico, mensajes obscenos por correo electrónico o telefónicos,
gestos y palabras obscenos, insultos sexistas, acoso sexual, proposiciones
sexuales indeseadas, etc.
- Violencia sexual con contacto corporal: Tocamientos, la imposición de
relaciones sexuales o prácticas no deseadas, obligar a adoptar posturas que la
mujer considera degradantes. Violación.
- Violencia contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres: Incluye
cualquier actuación que restrinja a las mujeres el ejercicio de su derecho a la
salud sexual y reproductiva, afectando su libertad para disfrutar de una vida
sexual sin riesgos para su salud, así como ejercer libremente su derecho a la
maternidad. Las agresiones sexuales comprenden cualquier atentado contra la
libertad sexual, realizado con violencia o intimidación.

El acoso sexual es también una forma de violencia contra las mujeres. Se produce a
través de comportamientos verbales, no verbales o físicos, de índole sexual, no deseados
por la mujer, que tengan como objeto o produzcan el efecto de atentar contra su
dignidad, o le creen un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante, ofensivo o
molesto.

3) Maltrato psicológico: Cualquier conducta física o verbal, activa o pasiva, que trata
de producir en las víctimas intimidación, desvalorización, sentimientos de culpa o
sufrimiento. Humillaciones, descalificaciones o ridiculizaciones, tanto en público como
en privado, aislamiento social y económico, amenazas de maltrato, daño físico o tortura
a la mujer o a sus seres queridos, destrucción o daño a propiedades valoradas por la
víctima (objetos o animales), amenazas repetidas de divorcio o abandono, etc., y
atribución de responsabilidad absoluta a la víctima en los episodios de maltrato.

Este tipo de violencia es más difícil de identificar, en especial si se disfraza de


“atención” o “preocupación” por la víctima, o se consigue convencer a ésta de que ella
es la responsable del comportamiento del agresor. Quizás por eso se le dé menos
relevancia, en especial desde el punto de vista social o legal, pero no por ello es menos
importante y suele ser el que más frecuentemente aparece.

Existen también otras dos categorías destacables: el maltrato social y el maltrato


financiero, referido el primero a aislar a la víctima de su entorno social a través del
control de sus relaciones familiares y de amistad, y el segundo, al control absoluto de
los recursos económicos de la víctima. Sin embargo, se prefiere considerar estos dos
tipos de maltrato como subcategorías de la violencia psicológica, ya que ambos apuntan
al control de la mujer a través de la creación de un fuerte sentimiento de desvalorización
e indefensión.

Las formas de maltrato que suelen interrelacionarse y que se llevan a cabo con un
objetivo común: controlar a la víctima. La eficacia a la hora de conseguir este objetivo,
junto con las posibles consecuencias personales y sociales de su puesta en marcha,
probablemente sea la mejor explicación de su presencia.

5. Secuelas de la Violencia de Género.

La mujer maltratada presenta un perfil muy concreto; la normalidad de sufrir maltrato es


tal que aumenta su capacidad para afrontar situaciones adversas; además, se producen
distorsiones cognitivas, sentimientos de depresión, rabia, culpa, sumisión, baja
autoestima, rencor, falta de proyección de futuro, déficit en solucionar problemas,
suicidio, trastornos de ansiedad, disfunciones sexuales, conductas adictivas,
inadaptación reflejada porque hay aislamiento social motivado por el agresor, cuadros
clínicos que provocan inadaptación emocional, alteración de las relaciones familiares,
bajo rendimiento laboral, absentismo laboral, asilamiento de los compañeros y trastorno
de estrés postraumático.

Igualmente, la mujer maltratada desarrolla mecanismos que le permiten adaptarse a la


violencia y dependiendo del nivel de intensidad de ésta manifiestan sorpresa, alerta,
desorientación o se acostumbran.

Toda mujer que vive en un ambiente violento se adapta porque ha aceptado el abuso de
poder ejercido por el hombre. Junto a este rasgo, y como consecuencia del dominio y de
la manipulación, aparece la dependencia hacia el agresor.

También, hay que señalar un factor importante entre las mujeres y es su tendencia a
reproducir el modelo de pareja que formaban sus padres, de tal modo que las mujeres
que han sido maltratadas en la infancia tienen más riesgo de ser víctimas de violencia
conyugal.
Y fruto del aprendizaje social destacamos estudios que afirman que en hogares donde la
madre ha sufrido violencia, los hijos tienen mayor tendencia a ser violentos y las hijas a
ser víctimas. Por esta razón, es fácil que cuando llegue la agresión para la mujer, ésta se
acostumbre e incluso tolere más la violencia psicológica que la física.

El síndrome de la mujer maltratada, se define como una adaptación a la situación


adversa caracterizada por el incremento de la habilidad de la persona para afrontar los
estímulos adversos y minimizar el dolor, además de presentar distorsiones cognitivas,
como la minimización, negación o disociación; por el cambio en la forma de verse a sí
mismas, a los demás y al mundo.
La victimización secundaria se deriva de las relaciones entre la víctima y las
instituciones sociales (servicios sociales, sanitarios, medios de comunicación, jurídicos,
etc.), quienes en algunas ocasiones brindan una mala o inadecuada atención a la víctima.

La atención a las mujeres afectadas por violencia de género supone abordar una
situación de una gran complejidad, que implica a un extenso entramado de instituciones
sociales (sistemas sanitario, social, policial, judicial, educativo, e informativo), y que
por ello, nos ha llevado a reflexionar sobre los riesgos de reproducir situaciones de
violencia que se produce en espacios de atención.

Situaciones que victimizan a las mujeres afectadas se dan cuando se minimizan los
hechos que narran, o las que expulsan de la institución, mediante derivaciones
precipitadas a otro servicio, en el que tiene que volver a explicar su situación y ser
evaluadas de nuevo.

Para prevenir que nuestra actuación profesional pueda generar en la mujer víctima de
violencia esta doble victimización, consideramos claves los siguientes aspectos:

- Formación específica en violencia de género, ya que nos permitirá comprender


la complejidad de las relaciones violentas y de este modo ofreceremos a la mujer
que atendemos una intervención más ajustada y adecuada.
- Es adecuado contar con una serie de habilidades de relación y de control
emocional que nos permitan manejar con fluidez la relación con la mujer.
- La intervención en temáticas de violencia, puede generar en nosotros un estrés
emocional, por lo que consideramos que el trabajo en equipo es recomendable,
ya que el sentirse parte de un equipo disminuye el nivel de estrés, se comparte la
responsabilidad, aumenta la confianza y permite el apoyo mutuo.

Si tenemos en cuenta que las relaciones agresor-víctima están basadas en el dominio y


en la sumisión, es importante que la relación asistencial no reproduzca un sistema
jerárquico.

Otras actitudes profesionales como la descalificación, el descrédito, la falta de empatía,


la imposición de ritmos y/o actuaciones, etc., favorecen la revictimización.

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