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La violencia política popular

en las "Grandes Alamedas"


La violencia en Chile 1947-1987
(Una perspectiva histórico popular)

GABREL SALAZAR
Gabriel Salazar Vergara
{Santiago, 1936) Estudió en la
Universidad de Chile Historia, Filosofía
y Sociología. Entre 1977 y 1984 realizó
el Doctorado en Historia Económica y
Social en la Universidad de Nuil, en el
Reino Unido.En 1985 reanudó su labor
académica en Chile. En 1992 se
reincorporó como docente e
investigador al Departamento de
Ciencias Históricas de la Facultad de
Filosofía y H u m a n i d a d e s de la
Universidad de Chile, donde dirige el
programa de Doctorado en Historia. En
el año 2006 se le otorgó el Premio
Nacional de Historia.
Entre sus libros se cuer\tar\:Labradores,
peones y proletarios (1985, LOM, 2000),
Violencia Política Popular en las Grandes
Alamedas (1990), Los Intelectuales, los
Pobres y el Poder (1995), Autonomía,
espacio y gestión (compilado junto con
Jorge Benítez, LOM, 1998), Manifiesto
de historiadores (compilado junto con
Sergio Grez, LOM, 1999); los cinco
volúmenes,en coautoría con Julio Pinto
Vallejos, de Historia Contemporánea de
Chile (LOM, 1999-2002); Historia de la
acumulación capitalista en Chile (LOM,
2003), La Historia desde abajo y desde
dentro (Universidad de Chile, 2003),
Ferias libres, espacio residual de
soberanía ciudadana (Ediciones SUR,
2003), Construcción de Estado en Chile.
1800-1837 (Sudamericana, 2005), El
gobierno de Ricardo Lagos: balance
crítico (en coautoría con varios autores,
LOM, 2006).
Salazar Vergara, Gabriel
Violencia política popular en las grtmdes Alamedas; Sanli igo Chile
1947 - 1987 [texlo impreso] ' (labriel Sala/ar Vergar; .- 2' cd.-
Santiago: LOM lidiciones, 21)1)6
352 p.: I6x 2!cm.- (Colección Historia)

ISBN:956-2X2-X2(>-3
R.P.I.: 155.802

1. Violencia Política Chile


2. Chile-Política y (iobierno 1947- 1987.
Título. 11. Serie.

Dovvey : .320.98.3 . edd21


Cutter :S161v

Pílente: Agencia Catalográllca Chilena


GABRIEL SALAZAR

La violencia política popular


en las "Grandes Alamedas"
La Violencia en Chile 1947-1987
(Una perspectiva histórico-popular)

LOM
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

©LOM Ediciones
Segunda edición 2006
I.S.B.N: 956-282-826-3

Registro de Propiedad Intelectual N": 155.802

Primera edición: Ediciones Sur, 1990

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Impreso en Santiago de Chile


PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Reposicionando las críticas

1. Los tiempos de la crítica: dispersiones de derrota y propuestas


de reagrupación
El acto de 'criticar' puede consistir en; a) hacer un juicio evaluativo acerca de
la forma o procedimiento con que se llevó o lleva a cabo un ejercicio intelectual
(como la crítica de Inmanuel Kant a los procedimientos utilizados en los actos de
conocimiento), o bien, b) construir un juicio evaluativo sobre el estado o situación
en que se encuentra, en términos de ¡uncionalidad social, un organismo o estructu-
ra dada (como la crítica de Karl Marx al modo de producción capitalista industrial).
La crítica en el primer sentido (Kant) es una evaluación necesaria que puede
anteceder {a priori) al ejercicio en cuestión (para asegurar su corrección metodo-
lógica en términos de concluir o producir el hecho que se quiere) o bien sucedería
después de realizada (o no realizada). I.a crítica en el segundo sentido (Marx), en
cambio, tiende a realizarse casi siempre u posteriori, en presencia de una estructu-
ra objetiva ya existente, y, probablemente, en una situación de 'crisis' (es decir,
cuando contiene disfunciones sociales, contradicciones crecientes o una decaden-
cia final). Se comprende que la crítica en el segundo sentido -que va dirigida a la
situación global de un 'objeto' que tiene relevancia estratégica para la vida social
y no a un mero 'procedimiento'- conduce naturalmente a plantear la crítica en el
primer sentido, en tanto la crítica objetiva conlleva el imperativo de evaluar tanto
la consistencia de los conocimientos objetivos lo mismo que de las acciones socia-
les destinadas a producir el cambio eficiente de la estructura sometida a crítica.
Naturalmente, la crítica gnoseológica y metodológica (Kant) puede realizarse
con independencia de la crítica objetiva (Marx) y, por tanto, libre del imperativo de
'acción' que normalmente esta segunda crítica lleva éticamente atada. Puede, por
tanto, ser un ejercicio académico, sin conexión estratégica con la historicidad de los
sujetos y las estructuras. En otras palabras, puede ser un ejercicio con bajos índices
de historicidad y socialización. Por el contrario, la crítica objetiva contiene de suyo
el imperativo (ético, político y por tanto histórico) de 'actuar' frente a las anomalías
que detecta en la estructura o situación que examina. No tiene legitimidad ética, ni
social, ni práctica criticar una estructura social, económica o política como un ejerci-
cio que se agota en lo académico, sin intervenir en las anomalías que con ese ejercicio
se detectan. La verdad científica sobre una situación social de crisis, una vez esta-
blecida, obliga.
Ahora bien, la acción histórica que se deriva de la crítica objetiva a una estruc-
tura social dada (como la que han emprendido en distintas épocas los seguidores
de Karl Marx), puede incluir errores que concluyen en la derrota o fracaso históri-
cos del cometido. Tales derrotas o fracasos -que pueden tener un altísimo costo en
vidas y esperanzas- exigen, por razones de ética histórica: a) una evaluación re-
trospectiva de lo hecho, b) una reevaluación objetiva de las estructuras
anteriormente criticadas, y c) una evaluación prospectiva (metodológica) de los
nuevos cursos de acción histórica a seguir.
La crítica en general -pero en particular la 'objetiva'-, no puede desentender-
se de la situación histórica en que se ha desenvuelto y en la que deberá seguir
desenvolviéndose. Tiene una historicidad que, en contraste con las pretensiones
'autonomistas' del chovinismo escolástico, le es inherente, inmanente y, por lo
mismo, irrenunciable. Y en ese sentido, en tanto factor de los procesos históricos,
la crítica objetiva puede vivir momentos de triunfo, momentos de vida vegetativa
y momentos de derrota. Si es de triunfo, probablemente la energía crítica entrará
en reposo o alimentará un hagiográfico discurso oficial. Si es de vida vegetativa, lo
normal será que reavive sus tradiciones clásicas e instale su inlemporaiidad aca-
démica. Si es de derrota, entonces, con seguridad, deberá criticarse a sí misma,
reexaminar el estado de las estructuras vivas e iniciar los preparativos para una
nueva odisea histórica. Lo que significa que ha entrado en una fase de 'crisis'. Que
es, precisamente, su máximo momento de vida.
No es fácil, por lo dicho, reconstruir y revilalizar adecuadamente la crítica ob-
jetiva después de una derrota grave. Una derrota grave -como la experimentada
por el movimiento popular y la Izquierda chilenos después de 1973- trae consigo
una poderosa resaca sicológica que desordena y revuelve la subjetividad de los afec-
tados por ella. Una derrota que implica muerte, torturas, cárcel, extrañamiento,
desempleo, persecución, miedo, individuación, orfandad, etc., produce desorienta-
ción de las emociones y dispersión de los caminos. La búsqueda de refugios
reemplaza a la definición de objetivos. Y los refugios nunca son homogéneos, ni
están entre sí -cuando menos al comienzo- comunicados. Los escondrijos tienen
una intimidad introvertida, ciega, cercada. Si esa resaca sicológica se extiende en
el tiempo, puede llegar a engendrar identidades múltiples, desencontradas, que, a
su vez, pueden dar inicio a manifestaciones críticas sin orientación histórica co-
mún. Es decir: sin sentido valedero. O pueden llegar a constituir rompecabezas
críticos, archipiélagos intelectuales que monologan disparando los unos contra los
otros, sin comunicarse, y que requieren, por lo mismo, de un arduo trabajo de inte-
gración dialéctica para delectar la dirección útil que puedan contener.
De ese marasmo, algunos procesos críticos salen por la brecha pragmática de
aprovechar las oportunidades mínimas que ofrecen los vencedores (caso de los
intelectuales que construyeron el criticismo cómplice de la transición pactada con
Pinochet), salida que hace sentir a algunos que, al salir, deben criticar y disparar
hacia el lado y hada atrás, para evitar que 'otros' procesos críticos les ganen la
delantera (por ejemplo, hacia los que levantaban la crítica dura que, desde 1985,
conducía a la democracia social).
Otros, acaso más desorientados o menos comprometidos, optaron por desaho-
gar su frustración o su miedo practicando, con más ira que sapiencia, la crítica
escolástica a los 'procedimientos' de los otros (para no criticar su propio escapis-
mo), sin considerar su contenido objetivo, social e histórico.
Considerando lo anterior, tras la derrota de 1973 y años siguientes, pueden
distinguirse, en el caso chileno, cuando menos tres modulaciones críticas.

a) Los "escépticos del sentido"


Este tipo de crítica fue magistralmentc caracterizada por el filósofo Eduardo
Devés en un libro publicado en 1984'. Se refiere a una crítica que se fundó origi-
nalmente en la sensibilidad cristiana post-conciliar, para nutrirse luego de variantes
modernas del marxismo, para, posteriormente, "irse extraviando en los laberintos
de las ideas, de la historia y hasta del inconsciente (después de 1973)". El extravío
ha conducido a una suerte de escepticismo generalizado, que desplaza la crítica
contra la mera existencia de otras propuestas intelectuales, razón por la cual no
acepta lo tradicional ni lo dogmático, pero tampoco las propuestas nuevas que no
tienen respaldo en la ciencia o la teoría tradicionales. No llega, por eso mismo, a
concebir propuestas propias, de fondo, y solo deja abierto el camino para la adap-
tación a lo vigente (y dominante). Se duda de todo y la duda misma prueba su
(inocua) existencia.
"De esta manera fuimos saltando de una pregunta a otra; se fue radicalizando la
duda, y más fuerte y dolorosa fue haciéndose cuanto más grandes seguían mos-
trándose las derrotas nuestras y los triunfos del enemigo... Así fue creciendo el
ámbito de las realidades sobre las que se dudaba, como fue correlativamente agran-
dándose el grupo de los que dudaban"-.

Escépticos del sentido (Santiago, 1984. Nuestra América Ediciones).


Ibidem, p. 15.
Resultado de ello es que "los escépticos del sentido" dejaron de lado todo lo
que pareciera "esquema teórico", para acercarse a la realidad concreta como a la
única verdad verdadera. "Nos hicimos algo empiricistas". Y así fueron aparecien-
do los "grupos de estudio, después los talleres, los centros, los institutos y hasta las
universidades nuevas"'. La teoría, que antes de 1973 iluminaba el sentido de la
historia y de las cosas, se convirtió, para estos escépticos, en una anteojera que
impedía ver. Al desecharla, se arrojó también la búsqueda consistente del 'senti-
do'. Y después de eso, el empirismo los dejó ciegos. Pero videntes (o autómatas)
para la realidad actual. Y así nació, algo tortuosamente, el cariño a la 'democracia'
en general, tanto a la de antes como a la de ahora. La "práctica" (o acción), que
antes estaba guiada por el sentido (teórico), ahora la atrapaba, con realismo total,
la democracia vigente. Donde se convertía en pragmatismo vacío de sentido.
¿Quiénes son, de hecho, los escépticos del sentido?
"...los que siguen leyendo a Lenin, pero ya no como epopeya sino como simple
comedia;... los que la DINA jodio definitivamente y los que la DINA no pudo (o al
menos todavía no ha podido) joder;... los que están convencidos que aun vivimos
en la era del rock de Elvis;... los que olvidaron eso que nunca debe olvidarse: la
lucha de clases;... los que viven como si nada hubiera ocurrido u todo siguiera
igual; ... los que sueñan con ser presidentes de la república o al menos candida-
tos;... los quecamhiaron a Marx por Krishna;... los que trabajan como ejecutivos
en las empresas del prosaico capitalismo más dependiente que nunca; ...los que
trabajan en fundaciones suecas;... los que terminaron por sentarse a la vera del
camino; ... los que andan por la vida sin saber qué mierda hacer; ... los que en
alguna institución alternativa realizan algún estudio para alguna fundación del
mundo desarrollado; ...los que viven de la solidaridad internacional;., los que ter-
minaron por decidirse a fijar su residencia en París;... los que esperan el momento
propicio para reincorporarse a la vida pública;... los que han fundado pequeñas
sectas herméticas; ...los que sobre todo en el mundo cuidan la propia pega, mucho
más que la propia dignidad;... los que partieron sin rumbo cierto, pero en todo
caso huyendo...'"'.
La crítica, en este caso, no se ha ejercido sistemáticamente sobre las conductas
pasadas que fueron derrotadas^ Es la derrota en sí la que refutó e,sas conductas o las
dejó como tales: como prácticas inútiles. No ha habido aquí una segunda reflexión

Ibidem, p. 20.
E. Devés: Escépticos..., op.cit., pp. 141-144.
Es extremadamente ilustrativo también, en este sentido, el articulo de Eugenio Tironi: "Sólo ayer éra-
mos dioses", publicado originalmente en la revista Análisis N° 30 (Santiago, 1979) y en el libro La Torre
de Babel Ensayos de Crítica y Renovación Política (Santiago, 1984. Ediciones SUR), del mismo autor.
sobre el pasado. Tampoco un análisis profundo del presente instalado por los vence-
dores. Los escépticos del sentido son, en primer lugar, escépticos de su propia
capacidad (intelectual y ética) para criticar objetivamente el sistema triunfante y
para actuar inteligentemente contra él. Critican todo lo que parezca erigirse con
perfiles 'definitivos', tanto contra la derrota, como contra el triunfo de los vencedo-
res. Pero no critican científica o teóricamente, sino por mero descarte: eso (lo
tradicional) no; esto (lo nuevo) tampoco.
I,a crítica de estos escépticos no es más que la (cansada) aceptación de la de-
rrota, y la adaptación, por mera inercia, al sistema vencedor.

b) La crítica 'renovada'
La crítica 'renovada' es aquella que quiere trabajar de modo sistemático -al
revés de los "escépticos", que solo critican por medio de un cansado descarte prác-
tico- pero de un modo incompleto y parcial: se critican (solo) las prácticas
derrotadas del pasado, (solo) los procedimientos epistemológicos de la crítica
emergente (de 'otros'), y se elaboran (solo) las propuestas que apuntan a perfec-
cionar el sistema vencedor. Se excluye de modo notorio, en este caso, la crítica
objetiva al sistema vencedor y, por lo mismo, la propuesta de una vía alternativa a
ese sistema.
Cabe citar, como ejemplo de este tipo de crítica, en primer lugar, la labor reali-
zada por los intelectuales que instalaron la "teoría de la transición pactada a la
democracia" (que legitimó la Constitución dictatorial de 1980 y el modelo neoli-
beral) y, en segundo lugar, los que, después de eso, han estado asestando una crítica
epistemológica y discursiva (a lo Kant) a los que proponen vías alternativas al
modelo neoliberal. Se trata, en ambos casos, de una crítica profesional que, por
carecer de perspectivas de 'sentido', de crítica 'objetiva' y de propuesta 'alternati-
va' (es decir: de una crítica a lo Marx), se ha especializado en disparar sus dardos,
unilateralmente, hacia el lado y hacia atrás. Razón por la que ha funcionado, más
que nada, como una cómoda guerra escolástica fraternal (contra camaradas). En
este sentido, ambas constituyen casos flagrantes de crítica desde tiempos y áni-
mos de derrota, no desde tiempos y voluntad de reagrupación.
El trabajo crítico de los intelectuales que promovieron la 'transición pactada'
se orientó, fundamentalmente, a demostrar que la 'obra' del gobierno militar se
inscribía en procesos de cambio y transformación de largo plazo (que se habrían
iniciado con los gobiernos radicales en 1938), en consonancia y correspondencia
con los procesos mundiales de modernización y post-modernización. Con ello se
rescató el sello modernizador de la dictadura, legitimándola por este medio, al
paso que se desplazaba a un segundo plano sus rasgos genocidas. Esto abría cami-
no para condenar a Pinochet como el gran culpable y, a la vez, salvar intacto el
modelo neoliberal, dejándolo impoluto y libre de toda culpa''. En segundo lugar, el
trabajo de estos intelectuales tendió a demostrar que, con la revolución neolibe-
ral, en Chile la estructura de clases había sido alterada de tal modo que,
prácticamente, el conflicto entre clases había desaparecido, con lo cual se cancela-
ba todo intento por repetir el movimiento revolucionario anterior a 1973'. En tercer
lugar, como corolario de lo anterior, se consideró que toda forma de violencia polí-
tica popular era extemporánea e inútil, razón por la que se condenó la orientación
revolucionaria de las jornadas populares de protesta del período 1983-19871 En
cuarto lugar, se consideró que la tendencia de los pobladores y de la juventud
popular a desarrollar lazos comunitarios para sobrevivir y luchar contra la dicta-
dura constituía una involución anómica, un retorno a fases pre-modernas, razón
por la que el neo-comunitarismo no podía ser útil al proceso estratégico de la "gran
transformación" (modernizadora), debiendo, por tanto, ser políticamente desecha-
do''. En quinto lugar, en cuanto el intento de restaurar el movimiento popular sobre
una línea de cambio social era, de un modo u otro, un intento hecho en la línea del
'sentido', del 'gran relato' y de un movimiento social regido por 'metas' de desarro-
llo (por tanto, en conformidad a una lógica moderna), la crítica al modernismo de
izquierda (alternativa) solo podía hacerse desde una trinchera post-moderna, que
pusiese énfasis en la imagen, no en la palabra; en el discurso, no en la praxis; en la
epistemología, no en el análisis objetivo del modelo neoliberal; en los equilibrios
macroeconómicos, no en los indicadores de desarrollo humano, etc. La crítica post-
modernista, por todo ello, ha conducido inevitablemente a conclusiones vagas,
sombrías, inciertas (muy similares a la psicología de los "escépticos del sentido")'".
Los 'teóricos' de la transición, en suma, rescataron el carácter progresista de la
modernidad, en tanto régimen político formal (la democracia) y en tanto la con-
certación mundial de las democracias (mercado capitalista) aseguraba la
globalizacion de ese progreso (material). Al mismo tiempo, refutaron y desecharon
el carácter progresista de la modernización social y popular (revolución). Eln este

Ver de Javier Martínez y Alvaro Díaz: Chile: the Great Transformation (Harrisontiurg, Virginia, 1996.
Tiie Broolíing.s Institutions & UNRISI). United States of America), passim.
Javier Martinez & Eugenio Tironi: Las clases sociales en Cliile: cambio y estratificación, J970-J980 (Santia-
go, Í%S. Editorial SUR), passim.
Como eco de esa crítica,Tomás Moulian: "¿Historicismo o esencialismo?" (critica al libro de Gabriel
Salazar; Violencia política popular en las 'grandes alamedas'), en Proposiciones N° 20 (Santiago, 1991. Edi-
ciones SUR).
Eduardo Valenzuela: La rebelión de los jóvenes (un estudio sobre anomia social) (Santiago, 1984. Editorial
SUR).
Un ejemplo en Eduardo Sabrosky; "Socialismo, modernidad, futuro; tiempos difíciles", en FORO 2000,
N°3(Santiago, 1991), pp. 11-13.

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sentido, la crítica de estos intelectuales ha sido y es una crítica conservadora. Lo
revela el hecho de que privilegian la gobcrnabilidad del sistema sobre la partici-
pación popular; la paz y equilibrios del presente más que el devenir histórico; la
competitividad más que la soberanía popular, etc.". De hecho, le han dado al mo-
delo neoliberal lo que nunca, ni el general Pinochet ni su alto mando pudieron
darle: legitimidad teórica.
En cuanto a la crítica formal, epistemológica y discursivista que se ha desarro-
llado en algunas universidades chilenas después de 1990 (reconociendo como
modelo la filosofía francesa post-moderna), cabe decir que, en los hechos, ha ope-
rado como un brazo crítico 'académico' asociado a los teóricos 'políticos' de la
transición, en cuanto han actuado desarmando (o de-construyendo) las propuestas
alternativas (jue han tendido a brotar de las prácticas sociales y profesionales de
la Educación Popular, del Trabajo Social, de la Psicología Comunitaria y de la His-
toria Social, principalmente. La crítica se ha concentrado, de hecho, sobre la
posibilidad de que los movimientos sociales de nuevo tipo puedan, en Chile, hora-
dar y trascender, con un proyecto popular, la gran fortaleza neoliberal globalizada.
La crítica a la posibilidad de que en Chile se desarrollen movimientos sociales
de nuevo tipo (distintos a los movimientos 'de masas' de los años 50s y 60s) se ha
escindido en dos variantes: una que tiende a negar teóricamente su existencia en
Chile (pese a su existencia factual) a título de crítica 'objetiva', y otra que cuestio-
na o refuta la lógica histórica o discursiva con la que se propone su existencia y
desarrollo como vía alternativa, a título de crítica 'epistemológica'.
La crítica que niega la existencia en Chile de 'movimientos sociales' se basa en
la tesis de que en este país no hay clases o actores sociales plenamente constitui-
dos (modernos), porque se han debilitado las identidades estructurales, las
organizaciones sociales de nivel nacional, las dirigencias políticas de masa y los
programas sectoriales que estén en condiciones de 'negociar' racionalmente con
el sistema. Se implica que los movimientos sociales deben ser orgánicos, modernos,
jerárquicos y con capacidad de negociar con el sistema, como si fueran un partido
político parlamentario. De no ser de ese modo, no existen. Esta tesis se basa en
buena medida en las propuestas de Alain Touraine para América Latina". A partir
de esto, diversos sociólogos y dentistas políticos difundieron el aserto de que en
Chile no hay movimientos sociales (pese a que, en ese mismo tiempo, estallaron

Una visión global de este problema en G. Salazar: "Historiografía y dictadura en Chile: búsqueda,
dispersión, identidad", en ídem: La historia desde abajo y desde dentro (Santiago, 2003. Facultad de
Artes. Universidad de Chile), especialmente pp. 129-135.
Una versión resumida, nítida y simplificada de esas propuestas en A. Touraine: "América Latina: de
la modernización a la modernidad", en Convergencia (Santiago, 1990), marzo.

1 1
entre 1983 y 1987 veintidós jornadas nacionales de protesta)". Naturalmente, esta
tesis permitió a la intelligentsia chilena y a la dirigencia política de centro-izquier-
da negociar la transición política de 1988-1990, sin considerar al movimiento
popular.
La crítica que toma por asalto la lógica epistemológica y discursiva de las pro-
puestas movimientistas (que han surgido, como se dijo, de las prácticas en terreno
de la Educación Popular, del Trabajo Social, de la Psicología Comunitaria y de la
Historia Social) se caracteriza por ser un ejercicio intelectual que tiende: 1) a
desmontar esas propuestas desenterrando la arqueología discursiva de las mismas
(desnudando los supuestos ontológicos o de otro tipo de los cuales partieron); 2) a
consumar esa de-construcción sin vincular esas propuestas a la crítica objetiva y a
la realidad contextual en que 'consisten' las mismas, 3) sin vincularla tampoco a la
praxis real de los sujetos y actores que las promueven en terreno y en el debate
social (o comunitario) de las ideas. Un cuarto rasgo adicional de esta crítica es que
sus cultores no toman posición, ni social, ni histórica, ni política con respecto al
sistema dominante (neoliberal globalizado) dentro del cual y bajo el cual se vive y
se discute. Su crítica se hace desde una supuesta atalaya de 'crítica pura', como si
el crítico no habitara el mundo histórico, sino una entelequia científica a-histórica
y a-social. O sea: desde ninguna parte. Y quinto rasgo: la crítica de este tipo tiende
a trabajar las propuestas alternativas no como provenientes de autores o sujetos
sociales de carne y hueso, sino de formas discursivas que tienen existencia propia,
razón por la que no se considera pertinente 'entrevistar' a los autores, ni debatir
en su 'presencia viva' las propuestas que se critican. Si llegaran a estar presentes,
se les demuestra que son apenas títeres del 'discurso general' que, sin plena con-
ciencia, suscriben. Este tipo de crítica termina siendo, por ello, una especie de
'desarmaduría' de propuestas, cuyo trabajo no reconoce ni se sustenta en ninguna
crítica objetiva, ni en ninguna propuesta reconocible. Se trata de asesinatos se-
mánticos profesionalmente perpetrados.
Este tipo de crítica fue practicado, principalmente, en lo que fue el Taller de
Epistemología de la Universidad ARCIS y por algunos otros intelectuales'''. En el

La negación de estos movimientos es patente en Guillermo Campero (Ed.): Los movimientos sociales v
la lucha democrática en Chile (Santiago, 1986. CLACSO, ILET, UNU); del mismo autor: "Luchas y movi-
mientos sociales en la crisis: ¿se constituyen movimientos sociales en Chile?", en Fernando Calderón
(Comp.): Los movimientos sociales ante ¡a crisis (Buenos Aires, 1986. UNU, CLACSO, ¡ISUNAM), pp. 289-
307, ver también la revista Proposiciones N° 14 (Santiago, 1987. Ediciones SUR), todos los artículos.
Es un tipo de crítica que pretende ser lapidaria. Como ejemplo: Sergio Villalobos Ruminot; "Su-
jeto, historia y experiencia", en Carlos Casanova y Sergio Villalobos Ruminot: "Política y moder-
nidad en Chile: discursos y posí-dicladura", Tesis de Licenciatura en Sociología (Santiago, 1996.
(Continúa en la página signiente)

12
mismo sentido podría clasificarse la crítica a los supuestos y prácticas de la Edu-
cación Popular en Chile'\

c) La crítica del "humanismo crítico"


Este tipo de crítica fue sistematizada por el filósofo Martín Hopenhayn en 1993,
en términos de un ''campo de saberes sociales" nuevo, aparecido en Chile, algo en
dispersión, principalmente, durante la década de 1980, Se trataría de una "nueva
sensibilidad", que habría surgido, no desde la institucionalidad académica misma,
sino de una "desconfianza" social colectiva respecto a la eficacia histórica concreta
de los productos cognitivos de la institucionalidad académica tradicional y, por el
contrario, de una confianza creciente en el tipo de saber acumulado en la experien-
cia social"'. Dado este origen, "sus adherentes se resisten parcialmente a la
institucionalización del conocimiento que producen, y a sospechar de todo aquellos
saberes que sean... utilizados para un determinado agente político"''. Esto les lleva
a alejarse por igual del marxismo convencional y de la investigación positivista tra-
dicional, lo cual genera un vacío epistémico, que, en este caso, es llenado por una
opción "humanista" en un sentido amplio, pero al mismo tiempo por una auto-críti-
ca permanente de las opciones que surjan de esa gran placenta humanista. En general,
la crítica apunta de desmontar todas las formas de alienación humana que los siste-
mas dominantes producen en los sujetos (independientemente de sus 'intenciones'),
a cuyo efecto la "comunidad humanista crítica" (CIIC, en adelante) despliega un
arsenal multi-disciplinario de herramientas. La crítica despeja así el objetivo de
este paradigma: "el despliegue de sujetos libres y conscientes", unidos por una de-
mocracia social y participativa. Hopenhayn señala que la CHC ha desarrollado la
crítica humanista en gran escala y con gran fuerza, pero que esto no ha sido equili-
brado y potenciado con una propuesta de cambio social o de sociedad de igual
calibre"*. Lo más parecido a una propuesta de ese tipo es su tendencia a exigir una

Universidad ARCIS). En menor medida, Miguel Valderrama; ver, entre otros trabajos, su "I.a
cuestión del liumanismo iiistoriográfico en la nueva historia popular de Chile: historiografía
marxista y nueva histuria", Alamedas N° 3 (Santiago, 1997), pp.63-88.
Sobre todo, Sergio Martinic {¥A.): Profesionales en acción (Santiago, 1988. CIDE), que transcribe diver-
sas ponencias críticas expuestas en el Seminario Internacional de Educación Popular que tuvo lugar
en Santiago en 1987.
Martín Hopenhayn: "El humanismo crítico como campo de saberes sociales en Chile", en José Joa-
quín Brunner et ai.: Paradigmas de conocimientu y práctica social en ChUe (Santiago, 1993. FLACSO), p.
204 et seq.
M. Hopenhayn, loe. cit., p. 20,S.
Ibidem, pp. 214-216.

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"democratización exhaustiva", entendida, en lo esencial, como un proceso abierto con
fuertes referencias a 'lo comunitario', y desde aquí, a lo local, lo comunal y lo regional.
La "utopía democratizadora" pone énfasis, por lo mismo, en la potenciación de "lo
cultural", en un sentido social más que académico.
Martín Hopenhayn concluye que se trata de un paradigma incipiente, en estado
más bien larvario, pero que tendría mucho que decir en determinados ámbitos, como,
por ejemplo, en las relaciones e intersecciones entre lo privado y lo piiblico'"'.
El autor reseñado aquí entiende la CHC como un "campo de .saberes" que está
en vías de desarrollo por la acción convergente pero no concertado de un cierto
número de "dentistas sociales", a cuyo conjunto él denomina "comunidad".
Algunos años antes que el texto de Hopenhayn (que es de 1993), el autor de estas
líneas planteó, en el libro cuya segunda edición aquí se prologa (la primera es de
1990), la necesidad de que la experiencia popular acumulada durante el período KSQ-
1987 (y aun de antes) se constituyera en un campo de saberes organizado de modo
sistemático, precisamente para potenciar la eficiencia de su acción histórica. Sobre
todo, ante la dispersión de hecho del marxismo teórico y la derrota rotunda del marxis-
mo práctico. A este efecto se propuso la necesidad de desarrollar -de un modo que
cabía discutir- esa experiencia como "ciencia popular"^". De hecho, el desarrollo de la
educación popular, la aparición de diversos centros culturales poblacionales, la irrup-
ción de las historias barriales o locales escritas por sus propios actores, la multiplicación
de metodologías cualitativas en torno a los talleres de memoria o capacitación ciuda-
dana (de mujeres, sobre todo), el trabajo de miles de intelectuales de ONGs dentro de
las redes populares, particularmente entre 1977 y 1993, permitió plantear que estaba
en desarrollo no solo una nueva sensibilidad (Hopenhayn) o una comunidad de den-
tistas sociales inspirados por ella (la CHC), sino un nuevo paradigma cognitivo, que
tendía a legitimarse por abajo y a competir, de algún modo, con el paradigma cognitivo
tradicional (de la universidad) y con los paradigmas consultorial (adscrito al mercado
neoliberal) y estatal (basado en la producción 'cognitiva' de decretos, leyes y normas
de todo tipo)^'. Se trataba de un paradigma cognitivo social, basado no sólo en la memo-
ria colectiva, sino también en sus redes comunicacionales (orales y de otro tipo) y la
cultura derivada de la autoconstrucción de identidades en el margen (sobre todo de
las mujeres y los jóvenes del mundo poblacional)--.

Ibidem, pp. 271-277.


La propuesta puede leerse en la Introducción de este libro.
G. Salazar: "Las avenidas del espacio público y el avance de la educación ciudadana", en Documento
de Trabajo del Centro de Investigaciortes Sociales (CIS) N° 8 (Santiago, 1996. Universidad ARCIS). Una
versión preliminar en Última Década N° 4 (Viña del Mar, 1996. CIDPA).
Un desarrollo de estas ideas en G. Salazar: Los pobres, los intelectuales y el poder (Santiago, 1995. PAS).

14
Ciertamente, ese paradigma fue activado por la acción relativamente autónoma
de las ONGs durante la década de los '80 (que se auto-asumieron en ese período
como agentes de desarrollo de la 'sociedad civil') y por un movimiento popular movi-
lizado contra la dictadura. Esta situación cambió después de 1993 (cuando se cerró
por primera vez la transición política), con la retirada de las agencias internaciona-
les, la crisis de las ONGs y la tendencia de las que sobrevivieron a trabajar para el
Estado neoliberal-'. Sin embargo, la necesidad de que la memoria social y el "saber
a ras de tierra" se desarrollara siguió latente, razón por la cual, ante la crisis de la
educación popular de ÜNG, se aparecieron a fines de los '90 los "cordones populares
de educación" y otras prácticas de creación culturaP'. Esto correspondió a la acción
cultural de jóvenes universitarios y de población, quienes, a partir del saber y la
cultura populares, apuntan a potenciar los actores locales, a generar células de mo-
vimiento social y a buscar fórmulas de politización desde abajo. Es ya evidente,
hacia el año 2006, que la posibilidad de un movimiento social capaz de generar un
proyecto alternativo de sociedad está dependiendo casi enteramente de la capaci-
dad de esas células para crear una cultura cívica por el cambio social. Y, por tanto, de
esfuerzos dirigidos hacia la "auto-educación popular".
Actualmente, esos procesos están tratando de potenciar el paradigma cognili-
vo social o popular sobre la base de 'socializar' (o comunalizar) las investigaciones
sociales que se realizan en las universidades (sobre todo las alternativas y algunas
tradicionales), tanto por académicos como por tesistas, como también aquellas
disciplinas que son más afines a esos objetivos (la Historia Social, la Sicología
Comunitaria, la Sociología y la Pedagogía, principalmente)'^^ De hecho, el paradig-
ma cognitivo social ha madurado no solo en estos esfuerzos, sino también en una
"cultura de la calle" que opera como un incómodo contrapeso para el desenvolvi-
miento escolar de la cultura oficial. Esto, sin duda, multiplica los desafíos para los
cordones populares de educación. Todo ello obliga a los propios académicos a com-
patibilizar su trabajo científico con la demanda específica que surge desde la
sociedad civil y del paradigma cognitivo popular-''.

ídem: "La larga y angosta historia de la solidaridad social liajo régimen liberal (Chile, siglos XIX y
XX)", en Cuadernos de Historia N° 23 (Santiago, 2003. Universidad de Chile). Texto original en ACCIÓN
(Hd.): Congreso Nacional de las ONGs de Desarrollo (Santiago, 2001), vol. I.
Ver de Edgardo Alvarez Puga (Ed.): Movilizando sueños. Encuentro Nacional de Educación Popular (San-
tiago, 2005. ECO, PIIE, Canelo de Nos, Caleta Sur).
Ver la interesante publicación de los Estudiantes de Historia de la Universidad de Chile: Nuestra
Historia 1:1 (Santiago, 2006. Universidad de Chile).
G. Salazar: La Historia desde abajo y desde dentro (Santiago, 2003. Facultad de Artes. Universidad de
Chile).

15
En suma, cabe señalar que la 'crítica' en Chile dictatorial y post-dictatorial ha
estado fuertemente determinada por el hecho rotundo de la derrota (como lo reve-
la el paradigma de los "escépticos del sentido" y de la "crítica renovada"), y que
aquella que efectivamente ha asumido la necesidad de reagrupación y confluen-
cia de los grupos disidentes (en vista a un potencial movimiento social de nuevo
tipo), como es el caso de lo que Hopenhayn llamó "comunidad de humanismo crí-
tico" y los que nosotros hemos llamado paradigma cognitivo popular (o "ciencia
popular"), se ha encontrado con el gran desafío de levantar una propuesta de cam-
bio inédita, desde bases escasamente institucionalizadas y apostando a una
inestable alianza entre académicos, estudiantes y grupos poblaciones productores
de cultura identitaria. Todo ello bajo el fuego graneado lateral de parte de aque-
llos que siguen sosteniendo posturas críticas tradicionales y conservadoras, tanto
de izquierda, como de centro y de derecha.
No hay duda de que, en esta situación, es preciso apostar a las tendencias mo-
vimientistas que surgen de la propia base social. Donde la movilización reciente
de los estudiantes secundarios es solo una muestra.

2. Las críticas al libro

Violencia política popular en las 'Grarides Alamedas'


El libro cuya segunda edición aquí se prologa se escribió en acuerdo a la nece-
sidad de reagrupación y proyección marcada por las 22 jornadas nacionales de
protesta popular del período 1983-1987. E intentó fundarse en el saber social que
inspiró la decidida acción popular a lo largo de esas jornadas. Porque era además
evidente que tal tipo de movilización entroncaba coherentemente con los brotes
de 'poder popular' que aparecieron en las postrimerías de la democracia populista
(1969-1973, sobre todo)". Brotes que, a su vez, respondían al saber social que se
acumuló en relación a la poca eficiencia real de la vía parlamentarista de desarro-
llo seguida desde 1936 por la izquierda chilena. No se puede negar que tanto las
jornadas de protesta de los '80 como los brotes de poder popular de los '70 se
sustentaron más en la acumulación de experiencia popular (o saber social) que en
las elucubraciones ideológicas y programáticas de los partidos. De ahí que el libro
se planteó la necesidad de desarrollar ese saber de un modo sistemático, en térmi-
nos de un específico paradigma cognitivo (con alta legitimidad popular) que no

El mejor estudio de esas manifestaciones sigue siendo el de Hugo Cancino Troncoso: Chile: la proble-
mática del Poder Popular en el proceso de la vía chilena al socialismo (1970-1973) (Aariius, 1988. Aarlius
University Press. Denmark).

16
podía partir sino de las 'particularidades' de lo social, no de las 'abstracciones
universales' que utilizan los sistemas dominantes para legitimarse. Y esto, sin duda,
llevaba a privilegiar la historia social por sobre otras disciplinas. Lo que, en cierto
modo, ¡levaba a revalidar el materialismo histórico, sobre todo de los escritos filo-
sóficos de Marx'**.
Naturalmente, tal opción implicaba (como bien señaló Hopenhayn) dejar de
lado, por el momento, no solo el paradigma marxista vulgar (demasiado centrado
en lo económico en el caso del parlamentarismo reformista, o en la lucha armada
en el caso del izquierdismo revolucionario), sino también la teoría de la transición
pactada elaborada por los intelectuales de la "crítica renovada" y los dogmas más
formales del tradicional academicismo positivista; todos los cuales se formulaban
y enseñaban a partir de conceptos generales, casi siempre abstractos. No es extra-
ño que el planteamiento del libro fuera criticado desde todas esas perspectivas.
Está, en primer lugar, la frecuentemente citada crítica de Tomás Moulian". Esta
crítica tuvo un contexto, implicó una lectura, una argumentación y un tono. El contex-
to era la transición pactada a la democracia (año 1991), proceso liderado entonces por
intelectuales "renovados" de FLACSO (era el caso del Tomás Moulian de entonces),
del ILIÍT (donde trabajaba Guillermo Campero) y SUR (donde operaban Eugenio Ti-
roni, Javier Martínez y Carlos Vergara, artífices de la transición, y este autor, crítico de
aquélla), a lo que se sumaba el interés de la Fundación Ford (que financió el proyecto)
en saber hasta qué punto el movimiento popular chileno podría optar por la violencia
y por un proyecto socialista en la coyuntura de la transición (1987-1991). Era evidente
que los involucrados en el proceso de la transición pactada necesitaban destruir lo que
implicaba el libro sobre la violencia política popular (VPP en adelante): seguir un
camino distinto a esa transición. Se trataba de la primera colisión teórica y política
entre el paradigma cognitivo "renovado" y el del "humanismo crítico". La decisión
institucional fue realizar esa destrucción en el lanzamiento del libro, lo que se hizo en
un evento cerrado, con solo invitados seleccionados (el autor solo pudo invitar a cinco
personas). La tarea se realizó por texto y voz de Tomás Moulian.
Implicó también un tipo de lectura. Es evidente que Moulian basó su crítica,
de modo notorio y exclusivo, en algunos aspectos de la Introducción, demostran-
do no haber leído las 400 páginas restantes, que refutan con hechos y números
sus aseveraciones'".

Sobre este punto, G. Salazar: "Transformaciones del sujeto social revolucionario; desbandes y emer-
gencias", en Actuel Marx ¡mervenciones N° 1 (Santiago, 2003. Universidad ARCIS).
Publicada, a sugerencia de este autor, en Proposiciones N" 20 (Santiago, 1991) pp. 287-290.
Esta lectura deficitaria fue de inmediato hecha notar por algunos asistentes al lanzamiento, como
fue el caso del teólogo Manuel Ossa, que había leido el texto completo.

17
La argumentación crítica de Moulian no es histórica (el libro es histórico) sino
más bien conceptual, aunque con una dialéctica débil y confusa. Critica el "anti-
institucionalismo de que se hace gala en el texto" (iestábamos bajo dictadura!),
que se proponga desarrollar una ciencia popular porque "eso... es crear un nuevo
régimen de saber" (las universidades las regían los generales), que "pareciera que
los universales caminaran solos por la historia" (en el texto se demuestra que esos
universales habían salido a lo largo de siglos por boca de la clase política civil, que
en ese tiempo salían por boca de los dictadores y, en añadidura, por los discursos
de los que proponían la transición pactada), que proponer una ciencia popular
basada en la experiencia concreta de los pobres equivalía a realizar una "transmu-
tación de universales", y que asumir el movimiento popular como actor central en
el período de la transición equivalía a investirlo con "la categoría de sujeto tras-
cendental y preconstituido, depositario de la Historia". Sostuvo luego que el Estado
real existente (en la época, era el Estado legado por la dictadura) se había interna-
lizado simbólicamente en el pueblo, formando dentro de él una "cultura de Estado",
la cual era prueba de su legitimación. "Esa legitimación -agrega, con toda serie-
dad- incorpora el Estado en el alma y en el espíritu del pueblo", razón por la cual
no puede verse ese Estado como una "pura otredad... pura dominación". Siendo
esa la situación -según Moulian- "el camino del cambio eficaz ha sido las reformas
y no las rebeliones". De ahí la importancia de los mecanismos de "negociación
política". Por tanto, era necesario leer la historia del movimiento popular anterior
a 1973 como un proceso exitoso, porque se ganó en 1938 y en 1970, y no como un
proceso que terminó en la derrota y la castración. Reconoce también por qué se
debía destruir el libro:
"Diría que este libro, especialmente su introducción teórica, acumula armas pre-
cisamente para el rechazo del camino actual, plagado de obsesiones que a Salazar
le disgustan: ingeniería política, cálculo, compromisos, preocupación por la go-
bernabilidad, ausencia de cambios sociales profundos, falla de protagonismo
popular"^^.
Concluyó que la opción planteada en el libro por el movimiento popular en la
coyuntura de 1990 equivalía a quedar atrapados en "el esencialismo del sujeto: el
Pueblo", lo que era una conclusión a la que se llegaba por "otros razonamientos
que los del marxismo" (¿la transición pactada era marxista?). Que la eventual cien-
cia popular, si quería ser ciencia, debía ser institucional ("porque toda ciencia es
una institución... además ¿qué es una ciencia de la particularidad si el puro acto
de nombrar implica una abstracción generalizante?"), (la Historia, ciencia de lo

T. Moulian; "¿Historicismo o esencialismo?", Proposiciones N° 20 (Santiago, 1991), p. 289.

18
particular en movimiento ¿es ciencia de las abstracciones?). Señaló que el plan-
teamiento del libro podía ser seductor, pero que era "finalmente esencialista", lo
que no daba espacio para una "democracia plural y para una cultura diferenciada
y tolerante". Declaró luego que los ejes estratégicos de la actualidad eran y de-
bían ser los de "una democracia en la diversidad y la desigualdad".
En cuanto al tono, como él mismo lo confesó en el texto, respondió a una irrita-
ción condicionada, en buena media, subjetivamente.
No hay duda que la crítica de Moulian al libro sobre la VPP era una crítica
"renovada" que necesitaba destruir la opción por el movimiento popular en la co-
yuntura de 1987-1991, lo que realizó procurando demostrar que esa opción surgía
de un reduccionismo esencialista (no de los hechos reales que aturdieron la dicta-
dura entre 1983 y 1987), de la ilusión de proponer un tipo de saber surgido fuera
de la institucionalidad (lo que le parecía un imposible categórico) y del intento
puramente "voluntarista" de asumir que el Estado podía ser un sistema de domi-
nación (de una clase) sobre las masas populares, dado que, por la "cultura
estatalista" existente en Chile, ese sistema estaba ya instalado para siempre en el
"alma del pueblo"^-.
Esta crítica ha sido recogida por otros autores, fundamentalmente el juicio de
que en el libro .se practica un "reduccionismo esencialista". No es necesario casi
recordar que, en el libro, la 'clase popular' está desagregada en función de los
miíltiples y desiguales actores sociales que salieron a la calle para desarrollar dis-
tintas formas de VPP contra el sistema de dominación entre 1947 y 1987 en la
ciudad de Santiago. Precisamente se usó la expresión 'clase popular' (o pueblo,
simplemente) para recoger la heterogeneidad de actores que salieron a la calle en-
tre las fechas señaladas y las distintas conductas que algunos de ellos siguieron
entre 1983 y 1987, pero también para hallar un denominador comiin a la multipli-
cación enorme de las acciones VPP, sobre todo bajo la dictadura. Con todo, al parecer,
los analistas convencidos de que la transición que consen-ó el modelo económico y
la Constitución dictatorial de 1980 fue y es la única opción política racional y
'correcta', no tienen otro camino teórico para negar el derecho de la 'clase popu-
lar' a buscar su propio camino histórico que anular ese derecho a pretexto de que
esa cla.se no es más que una hipóstasis semántica, una reducción esencialista o un
acto de reificación o cosificación ontológica de lo que no es más que una abstrac-
ción. En este mismo sentido se planteó también Cristina Moyano en su Tesis de

Con posterioridad a 1993, Moulian tendió a cambiar de posición, de modo que asumió que su crítica
al libro VPP fue dictada por presiones coyunturaies. Por tal razón, pidió a este autor que presentara
su libro La jorja de ilusiones. El sistema de partidos en Chile, 1932-1973 (Santiago, 1993), para que 'com-
pensara' sus criticas de 1991. Naturalmente, no nos tomamos el desquite.

19
Licenciatura al referirse a los vendedores ambulantes de Santiago entre 1850-1880.
En esta tesis se critican algunos trabajos de este autor señalando que, cuando se
ha hablado de "proyecto popular alternativo" al dominante, se reduce la heteroge-
neidad de la clase popular a un "sujeto popular incontaminado por el capitalismo",
y la lucha de clases a "un agobiante reduccionismo entre dominados y dominado-
res, libres y oprimidos, patrones y obreros. La vida es más compleja que esta
oposición"^'. Asume también la idea de Moulian sobre que el Estado está instala-
do en "la cultura nacional y popular... y en las identidades colectivas". La autora
propone, en su trabajo, "desencializar" a los sujetos populares, y a ese efecto con-
cluye, como Moulian, que debe haber una "alianza en la que hegemónicos y
subalternos pactan prestaciones recíprocas"".
La crítica renovada tiende, pues, a negar el conflicto y a anonadar las identida-
des populares y su eventual proyecto histórico aplicando la idea de 'heterogeneidad',
que implicaría dispersión (o bien, "anomia"), en tanto la subjetivación cultural de
la idea de Estado permitiría establecer un puente entre "hegemónicos y subalter-
nos", una alianza por la cual podrían transitar cómodamente (hacia arriba) los
intelectuales y políticos renovados'". Otro aspecto de este tipo de crítica tiene que
ver con la idea de que la opción por las particularidades de los sujetos populares
(y por su saber social) implica entrar en una "vinculación conflictiva con la moder-
nidad", al paso que enfatizar el historicismo de las "formas de vida" (Dilthey)
equivaldría a suscribir un "romanticismo anti-ilustrado", propio de la "escuela
conservadora". Y también sería conflictivo sostener que el Estado es sobre todo un
"fenómeno super-estructural". Y como la política "por definición es sístémica", si
el movimiento popular no hace política moderna (o sea, aceptando el sistema vi-
gente) e intenta hacer política desde sus "formas de vida", entonces, simplemente,
ni es un sujeto político ni hace política. El ser político exige ser 'moderno', y ser
moderno es actuar con acuerdo al sistema*.
No son pocos los intelectuales que critican las variantes del "humanismo crítico"
recurriendo a los conceptos estructurales típicos de la "modernidad". Para muchos
de ellos, la gran crisis de 1982 (que ha sido generalmente leída como una crisis

Nada de esto puede ob.servarse en libros como Labradores, peones u proletarios (Santiago, 1985) o en
Historia contemporánea de Chile (Santiago, 1999 y siguientes) escrito ton .fulio Pinto.
C. Moyano: "Los vendedores ambulantes en la ciudad horrorizada: el eterno pregón. Santiago, 1850-
1880. Cambios en la identidad popular" (Santiago, 2000. Universidad de Santiago. Tesis de Licencia-
tura en Educación en Historia y Geografía. La tesis fue dirigida por el profesor Pedro Milos.
Alfredo Jocelyn-Holt podría decir que ésta es, precisamente, la ideología típica de los militantes del
MAPU.
Es el pensamiento del teólogo Juan Ormeño Karzulovic, en El discurso teórico sobre 'modernidad' en
Chile. Un estado de la cuestión (Talca, 1995. Universidad Católica del Maule), pp. 27-36.

20
significativa de la modernidad, sobre todo respecto a las clases sociales y a los gran-
des relatos de liberación) no cuenta, o cuenta poco. Al desconsiderar los grandes
cambios ocurridos en el mundo después de esa crisis y adoptar conceptos 'moder-
nos' para criticar es, en cierto modo, instalarse en posturas conservadoras o
iradicionalistas, que no engranan bien con los fenómenos propios de la post-moder-
nidad (por ejemplo, el peso abrumador de las "redes y tribus urbanas" y el eclipse
de los "movimientos de masas"). En este sentido, los dentistas sociales que propo-
nen que los actores sociales de hoy deben politizarse, tienden a entender eso al
modo 'moderno'; es decir: la política como ese ámbito específico que rodea y consti-
tuye el Estado (moderno). Tal opción, en tanto referida a la realidad de hoy, remite al
Estado neoliberal triunfante en el mundo desde 1982 (y en Chile desde 1973) y a la
"cultura estatalista" que se deriva de la dominación de ese tipo de Estado y se inyec-
ta en "el alma del pueblo". Lo que, en el caso de Chile, tiene el agregado de que el
Estado 'democrático' es producto directo de una dictadura genocida que aplastó el
proyecto revolucionario popular ¿Cómo recomendar que los actores populares se
politicen por referencia continua (por vía electoral y reivindicativa, como antaño) a
ese tipo de Estado? ¿Cómo conciliar eso con las encuestas nacionales que señalan
que, en la opinión pública, las instituciones estatales neoliberales tienen un insigni-
ficante grado de confiabilidad y credibilidad; el Gobierno 31,0 % (en una escala de
1 a 100), los Tribunales de Justicia 17,2 %, el Congreso Nacional 13,1 %, y los Parti-
dos Políticos 7,1 %?''. ¿Cómo reducir el concepto de 'política' a la política neoliberal
parlamentaria si estamos dentro de una notoria crisis de representatividad, según la
encuesta UDP? ¿Se está poniendo en un mismo pie teórico la democracia populista
del período 1938-1973 con la democracia neoliberal del período 1973-2006? ¿O se
piensa que 'la' política es igual a sí misma en toda época y circunstancia?
Es evidente que la gran derrota de 1973, refrendada por la transición pactada
en 1990, exige examinar la realidad social, cultural y política de la clase popular
chilena de una manera algo más cercana al sentir verdadero de 'la gente', sobre
todo si el PNUD anunció a todos los vientos que los chilenos vivimos con un
grave "malestar interior" bajo el modelo neoliberal. Esto implica preocuparse
de los sujetos reales de carne y hueso, para reconstituir en ellos, desde sus
relaciones sociales, desde su propia memoria, una práctica más auté?itica de la
política. Desde 1973 y luego desde 1992 los chilenos sentimos que la política

Encuesta realizada por la Universidad Diego Portales en agosto de 200S. Ver C.Salinas: "Encuesta
UDP: clima optimista favorece a Bachelet", en El Mercurio 2/09/2005, C6. Significativamente, el título
del reportaje ignora el contenido real del mismo. La empresa El Mercurio Opina S.A. liabía obtenido
resultados similares dos meses antes: P. Aravena: "Mala nota a la justicia chilena", ibidem, kjlO/07/
2005, D6-8.

21
debe ser reconstituida desde nosotros mismos, desde los sujetos sociales y desde
la misma vida cotidiana. La política de los alienados o marginados nace o renace
en el momento preciso en que ellos inician por sí y en sí mismos la desalienación
o la desmarginalización. La desalienación y la liberación constituyen, sin duda,
el elemento central del "poder histórico" de todos los tiempos'". La política
popular, en tanto construcción de poder social, no puede sino iniciarse en los
sujetos y en las asociaciones de sujetos, para, una vez consolidado eso como
'movimiento', ir hacia la construcción del Estado popular. La política, como esfera
auto-contenida y situada fuera y por encima de los sujetos sociales, es un concepto
modernista que, usualmente, hace referencia al sistema de dominación capitalista
(hoy día, neoliberal). La Historia Social y el trabajo de todas las ciencias sociales
afines, en el sentido de estudiar la realidad de los sujetos y la potencialidad de
sus redes asociativas y culturales, no tiene como fin "escapar de la política" para
quedarse en el mundo de los "bárbaros", sino no escapar de la realidad concreta
de los sujetos populares para construir desde esa realidad su poder concreto y la
verdadera política (que es aquella donde efectivamente se ejerce la soberanía
popular y ciudadana)''^
El gran desarrollo de los estudios históricos, sociológicos, antropológicos, sicológi-
cos y de trabajo social sobre los 'sujetos populares' (hombres, mujeres y niños), sobre
todo a partir de 1983-1984 (en coincidencia con el inicio de las jornadas nacionales de
protesta popular), revela que ha existido una necesidad real de avanzar desde los suje-
tos hacia la reconstrucción de la política (popular). El aporte en este sentido de
historiadores como Julio Pinto, Mario Garcés, Sergio Grez, Pablo Artaza, María Angéli-
ca Dlanes, Igor Goicovic y otros, ha sido notable. Desde que Eduardo Devés describió
el paradigma de los "escépticos del sentido" (1984) y Martín Hopenhayn describiera
los inicios del paradigma "humanista crítico" (1993), ha habido un enorme desarrollo
en la línea de los sujetos y los movimientos sociales, sobre todo hisloriográfico, y eso es
demasiado contundente como para ignorarlo de un plumazo y proclamar por sobre ese
acumulado un concepto modernista que, si es vigente, es por la lógica neoliberal y el
apoyo de sus seguidores, y si no lo es, no lo es por la crisis modernista de 1982.

Karl Marx señaló que la revolución comienza cuando los sujetos alienados se autotransforman en
sujetos revolucionarios. Ver de G. Salazar: "La transformación del sujeto revolucionario...", loe. cit.
Atisbos de este enfoque modernista tradicional puede hallarse en el articulo del profesor Sergio
Grez Toso: "Escribir la historia de los sectores populares ¿con o sin política incluida?", en Revista
Po/tíicflN° 44(Santiago, 2005), pp. 17-31. En este trabajo se critica el libro Labradores, peones y proleta-
rios por no considerar las conductas políticas del bajo pueblo en el siglo XIX. Debe recordarse, en
todo caso, que en el Prefacio de ese libro se define la política propia de la acumulación de poder
(popular) y se anuncia que en el tomo II de ese trabajo se incluyen ambas dimensiones de la política,
lo que también se ha expuesto en otros trabajos nuestros (el dicho tomo II está aun inédito).

22
Otro tipo de crítica sustentado en conceptos de modernidad es la que planteó
Sergio Villalobos Ruminot al concepto de "ciencia popular" que se propuso en el
libro de la Violencia política popula?- en las grandes alamedas*'. El objetivo explícito
de su análisis es "distanciarse de los presupuestos de la historia social" implicada
en ese libro, dada la "serie interminable de propósitos y despropósitos que alber-
ga la obra". Se centra primero en el concepto de "experiencia" (popular), señalando
(|ue el autor no da una definición específicamente popular porque, al mismo tiem-
po, esa experiencia está "coqueteando con el mundo académico", donde éste, en
definitiva, elaboraría el discurso público de la misma, perdiéndose su contenido
verdaderamente popular". Por tanto, hablar de esa experiencia es hablar simultá-
neamente de su "catástrofe". Pero eslima que construir la 'ciencia popular' es
construir 'ciencia' a secas, razón por la cual considera que el autor no está al tanto
de la "filosofía de la ciencia" y de los aportes que en este sentido habría hecho
Karl Popper, los que deberían ser incluidos para trabajar sistemáticamente la ex-
periencia popular. Por tanto, no habiendo arreglado cuentas con el "cientifismo
fundacional", esa sistematización no sería posible. Concluye que intentar desarro-
llar una ciencia popular es subsumir y anonadar la experiencia popular en el
"meollo de la actividad científica". Por tanto, no se funda nada nuevo. Sobre este
análisis, concluye ironizando que "este sujeto histórico popular carga el embrión
de un paraíso que, por fuera de la historia, arremete constantemente en el presen-
te bajo la figura de 'reventones históricos'... un embrión de paraíso que amenaza
al presente con hacerse presente".
Es evidente que este análisis habla desde el "cientifismo fundacional", critica
desde los conceptos formalizados de la vieja filosofía de la ciencia, discute confor-
me una lógica mecanicista (con incongruencias), esgrime a Karl Popper como
referente máximo y, tras practicar semejante de-construcción, ironiza motejando
las razones que mueven a los sectores populares a luchar por su liberación, des-
alienación y autonomizacion como un "embrión de paraíso" situado fuera de la
historia. También es evidente que el autor, o no vivió la derrota y la tortura en
carne propia, o nunca percibió la "nueva sensibilidad social" (Hopenhayn) que
dudó de los productos pretenciosos de la institucionalidad académica, o jamás
supo que la "educación popular" tuvo un enorme desarrollo en los años '80s, que
ha tenido un segundo renacimiento hacia el año 2000, y que ese tipo de educación
opera con métodos, epistemologías y técnicas propias para trabajar sistemática-
mente la experiencia popular como poder popular. El desprecio por el saber social y
popular, tan antiguo como el desprecio de la episteme griega por la doxa, o de la luz

S.Villalobos R.: "Sujeto, historia y experiencia", lot. cil., passim.


Ibidem, sin número de página.

23
filosófica de Platón sobre las sombras de los pobres hombres encadenados en el
fondo de una caverna, o de las vanguardias iluminadas sobre el pueblo ignorante,
aparece aquí del mismo modo que siempre.
La crítica planteada por Enrique Fernández Darraz es en cierto modo similar a
la de Villalobos: se asume que la propuesta de ciencia popular es la de levantar
otra 'ciencia', de modo que se le deben exigir las formalidades propias de la cien-
cia académica, y si, por el contrario, se la pretende contraponer críticamente a
aquélla, entonces estaría combatiéndose a sí misma, razón por la que no tiene
'posibilidad'. Dice: "la ciencia popular nació condenada... por un error El error de
querer convertirse en algo que combate, de ocupar el lugar que ahora ocupa su
enemigo, solo que con un proyecto distinto'"-. Una vez más se ignora el hecho de
que 'la ciencia' académica no es una esencia platónica perfecta, sino una actividad
social que vive momentos de alza y momentos de crisis, legitimada a veces en la
base social y deslegitimada en otras, y que dentro de ella hay intelectuales en
lucha permanente de unos contra otros. Y que la ciencia social ha tenido grandes
fracasos históricos y políticos. Y se ignora el hecho de que, precisamente por esas
mutaciones, fracasos e incertidumbres, la experiencia popular se atiborra cada
vez, para terminar confiando, principalmente, en sí misma. Tal como los chilenos
después de su derrota de 1973 y bajo la dictadura militar más feroz de su historia.
Tal como los chilenos que viven hoy bajo la democracia neoliberal, que experimen-
tan en carne propia sus desigualdades y que retienen en su memoria el verdadero
origen de la misma.
Es preciso que la crítica 'profesional' tome conciencia de que su actividad crí-
tica no tiene otro referente real ni otra legitimidad (independientemente de las
lógicas y los métodos que use) que el "malestar privado" que se anida al interior
de la experiencia... popular. Que, por eso mismo, no tiene más útero originario que
ése. Porque en sí y por sí misma, no es nada.

La Reina, septiembre 28 de 2006.

E. Fernández D.: "Entre el abandono de las genealogías y el olvido de la ciencia política popular", en
Mapocho N" 41 (Santiago, 1997), p. 145.
PRESENTACIÓN

Enlre 1987 y 1988 se llevó a cabo en SUR un estudio sobre "Orientación a la


violencia de los grupos marginales urbanos en escenarios de transición a la demo-
cracia", para el cual se dispuso del apoyo de la Fundación Ford. Me correspondió
coordinar esa investigación, en la (jue participaron Gabriel Salazar, Javier Martí-
nez y líugenia VVeinslein. Fl presente volumen expone los resultados más relevantes
del estudio histórico de los hechos de violencia popular en el período 1947-87. En
un segundo volumen se explora en el análisis sociológico de esos hechos y su evo-
lución, y se presentan los resultados de un estudio psicosocial sobre la disposición
a la violencia de los grupos marginales, realizado en 1987. Es importante señalar
que en estos estudios no se examinaron de modo específico las acciones estatales
(jue, dentro del período señalado, pudieran también computarse como 'violencia
política'. F,sas acciones serán objeto de una futura investigación.
Desde el pionero estudio de Duff & Mac Cammant publicado en 1976* -que
toma el período 19.S0-70, situando a Chile entre los tres países con el menor índice
de violencia en América Latina-, no se realizaban estudios sobre la propensión a
la violencia en Chile. No obstante, el tema de la violencia ha estado en el centro
del debate público a lo menos durante los últimos veinte años. Para no ir más
lejos, basta recordar la discusión de mediados de los ochenta acerca del llamado
"potencial de violencia" de los grupos marginales urbanos, o la polémica que tie-
ne lugar hoy en día a raíz del conocimiento público de violaciones a los derechos
humanos, fenómeno que para algunos sectores no sería sino un síntoma más de un
largo proceso de acumulación de violencia en Chile.
Nuestro estudio indica que la violencia no es ni ha sido nunca en Chile un
fenómeno social fuera de control; al contrario, ella aparece asociada a opciones
ideológicas y a debilidades en la capacidad de integración del sistema político.
Cabe suponer, por lo tanto, que el afianzamiento y ampliación de la democracia

E. Duff & J. Mac Cammant, Violence and repression in Latin America (New York and London; The Free
Press, 1976),

25
conduzcan a la minimización de la violencia. En cualquier caso, tenemos la espe-
ranza de que los antecedentes que aporta esta investigación permitan reducir los
niveles de emocionalidad e incrementar los grados de racionalidad en el debate
público sobre la violencia, de modo que éste contribuya a la paz de Chile y no se
transforme en un estímulo a la perpetuación de los antagonismos.

EuClíNIO TlRONI
Santiago de Chile, octubre 1990

26
INTRODUCCIÓN

a. Epistemología ahistórica de la Nación, epistemología histórica del "bajo


pueblo"
Ocurre a menudo en los procesos de modernización: lo que es importante es
presentado en el mercado ciudadano entremezclado y confundido con lo que no lo
es. Aquello que más tarde o más temprano necesita revestirse de mercancía, pier-
de gran parte de su aristocracia diferencial, quedando atrapado en la masificada
democracia de los valores de cambio. Y en los paneles de un quiosco, por ejemplo,
junto a intrascendentes comics de personajes fabulosos pero inexistentes, puede
hallarse un trascendental ensayo teórico acerca del destino histórico de Chile. Y
en la pantalla de TV, entre spots publicitarios, un debate filosófico acerca de cómo
debería ser la democracia en este país. Y en alguna página de algún voluminoso
diario dominical, una epigramática entrevista -en profundidad- en la que las en-
trañas de la sociedad chilena son disectadas hasta la última célula del último cáncer
social reconocido.
¿Signo inequívoco de que la modernización de la política ha llegado a nivel de
las masas? ¿O es que -como diría J. Ortega y Gasset- la bárbara democracia de las
mercancías ha impuesto por doquier, incluso a lo que es realmente importante, la
masividad de lo intrascendente?
Sea por ésa (la modernización) o por alguna otra razón, cuando los políticos y
analistas se han sentido compelidos a interpretar el sentido profundo de los últi-
mos y agitados decenios de la sociedad chilena, normalmente han acometido esa
operación intelectual asumiendo una postura fácil de intrascendencia epistemoló-
gica. A veces como si se tratara de una ya probada actitud de marketing\ Otras,

"La verdad determina a la larga nuestra adhesión; lo agradable consigne lo mismo en menos tiempo.
Las ideas vienen a organizarse en torno de lo que la comunidad en su conjunto o determinados
públicos consideran aceptable porque les es agradable. Y así como el científico en su laboratorio se
dedica a descubrir verdades científicas, del mismo modo el escritor a sueldo y el encargado de la
publicidad se preocupan de identificar lo aceptable... si cosechan aplausos, estos artesanos adquie-
(Continúa en la página siguiente)

27
como si la ciencia consistiera en un gesto libre de vida natural. O, más pragmática-
mente, como una actualización internacional del sentido común civilizado. Con la
misma naturalidad han asumido luego que las conclusiones o resultados de esa
operación constituyen verdades científicas o, si se prefiere, directivas políticas. Y
resulta notable constatar que, con un espíritu inlrascendental parecido, un por-
centaje importante de las masas ciudadanas internaliza esas verdades y directivas
como nortes históricos por seguir. Cuando menos, en la coyuntura. Para salir del
paso, y a falta de una visión más ensanchada.
Por supuesto, nada de eso constituiría problema si esas operaciones intelectua-
les de marketing y de sentido común -o sea, las "interpretaciones" de la sociedad
chilena- se limitaran a las contingencias cotidianas de la vida política o cultural
de las élites y la ciudadanía; .si reconocieran su pertenencia orgánica a la coyuntu-
ra histórica de turno; si su proyección se restringiera a los problemas simples de
funcionamiento de una sociedad que ya haya alcanzado (supuestamente) un grado
aceptable de ajuste interno y desarrollo global (vale decir, de "modernidad" real,
no ideal). Si, por último, su alegre intrascendencia no sustituyera ni eclipsara las
prácticas intelectuales que, alejadas de la gravitación mercantil -o electoral-, apun-
ten a las cuestiones de mayor trascendencia de la sociedad nacional.
Porque todo lo anterior resulta distinto cuando se toma en cuenta que la socie-
dad de que se trata no es ni plenamente desarrollada ni completamente ajustada,
sino integrada a medias y desarrollada a ratos; cuando se hace conciencia de que
se trata de Chile y no de otro país. Es decir, cuando se trata de una sociedad que
aún tiene pendiente la resolución de problemas, la toma de decisiones y la ejecu-
ción de tareas de orden estratégico, que pueden modificar significativamente su curso
histórico presente y futuro. Ni la epistemología de mercado ni la del sentido co-
mún civilizado -dominadas como están ambas por el coyunturalismo y la
intrascendencia- pueden ser eficientes a ese tipo de problemas, decisiones y ta-
reas. Lo que la sociedad chilena requiere de modo cada vez más compulsivo, según
lo revela el dramatismo de sus ajustes recientes, no es una nueva reedición de esas
prácticas epistemológicas, sino la constitución de una verdadera y orgánica Cien-
cia Política-.

ren prestigio profesional. Si no, han fracasado... Un 'huen' liberal... es aquel tuya conducta puede ser
prevista adecuadamente. Ello quiere decir que renuncia a cualquier esfuerzo original... Se otorga
una gran importancia a la habilidad para expresar una vieja verdad en una forma nueva... las ideas
aceptadas se elaboran cada vez con mayor elegancia..." J. K. Galbraith, La sociedad opulenta, T ed.
(Barcelona, 1963), pp. 29 y 31.
Los editores de Laítn American Annotated Bibliography of Paperback Books (Library of Congress,
Washington D.C., 1967) plantearon en 1967 que "Chile es un pais inadecuadamente estudiado"
(Continúa en ¡a página siguiente)

28
A decir verdad, la interpretación de una sociedad -es decir, el diagnóstico his-
tórico, económico, social y político de su estructura, su coyuntura y su proyección a
largo plazo- no es una operación intelectual ni simple ni intrascendente. Tanto
más si se trata de una sociedad con tareas históricas pendientes, como la chilena,
i.a inconclusión de las tareas y la transicionalidad de las estructuras -rasgos típi-
cos del acontecer nacional en las liltimas décadas- hacen que los procesos políticos
permanezcan estratégicamente abiertos, sensibles a cualquier presión sectorial,
orientables en direcciones diversas, sin cristalizar en formas estables y definidas.
I',s el desafío de la historicidad viva. Y ello, sin duda, constituye una complicación
y un desafío terminal para el análisis, lín estos casos, la realidad busca el pensa-
miento de un modo tal que la interpretación de marketing y sentido común civilizado
resultan prescindibles. Se requiere, como se dijo, la constitución de una Ciencia
Política orgánica; esto es, no la interpretación solista -genial o no- de algún inte-
lectual o político de nota, sino el surgimiento de una o más generaciones de
intelectuales que investiguen trascendentemente el proceso histórico en que se
debate la sociedad nacional, y la constitución social de actitudes epistemológicas
que superen las intrascendencias del modernismo intelectual. Mientras no alcan-
ce el desarrollo y la integración plenas, Chile necesitará pensarse a sí mismo a
iravés de -¿premodernas?- escuelas y generaciones de pensamiento científico.
No es eso todo, sin embargo. En el cascajo áspero de los hechos históricos, Chi-
le ha demostrado ya suficientemente que se trata de una nación que avanza con un
significativo desgarramiento social interno, que ha arrastrado a lo largo de siglo y
medio o más. Por ello, siente, diagnostica y tiende a resolver sus problemas estra-
légicos desde perspectivas diferenciadas y opuestas, que no por ser más de una y
no por ser opuestas son menos reales. Los estereotipos que sostienen la idea, la
necesidad (y a menudo, solo el mito) de la 'unidad nacional' pueden ser, y de hecho
son, menos reales que esas perspectivas. No lo son más las premisas teóricas que, a
su vez, derivan en la propuesta de un 'sistema único y autónomo de relaciones
sociales', capaz de anular la antigüedad del conflicto y la premodernidad de los

(p. 5S). En 1960 el sociólng» Kalmari Silvert sostuvo que, en Chile, la falta de buenos estudios sobre
el pais restó eficacia a la acción de su clase dirigente. En 1962 el mismo autor señalaba gue, hacia
1954, "ni la estructura partidaria ni muchos de sus dirigentes políticos han demostrado eficacia... e!
programa de desarrollo económico seguia su propio curso, sin grandes ni nuevas ideas". La sociedad
problema (Buenos Aires, 1962), p. 87. Similar opinión sostuvieron W. P. McGreeveiy, en "Recent Research
on the Economic llistorj' of Latin America", Latin America Research Review 3, N° 2 (1967); S. Stein &
W. Hunt, en "Principal Currents in the Economic Historiography of Latin America",yowrnalo/Eco/iomic
History 31, N" 1 (1971); y P. O'Brien, "A Critique of Latin American Theories of Dependency", Occasiouci!
Papers (Glasgow University, 1974), entre otros.

29
actores sociales sin estatura nacional. La sociedad chilena se ha movido por déca-
das, es cierto, a lo largo de un mismo proceso factual, pero no constituye por sí un
solo sujeto histórico, sino un abigarrado conjunto de actores sociales en pugna. Y
esto no es un mito, sino un hecho indesmentible'. El reconocimiento de los hechos
históricos lleva a reconocer la fuerza de un hecho epistemológico: que, frente a los
problemas trascendentes de la sociedad nacional, se han constituido y valen no
solo una, sino diversas actitudes epistemológicas abocadas a los problemas tras-
cendentes de Chile, que coexisten en tensión dentro de ella.
Sería un error fundar una Ciencia Política orgánica exclusivamente sobre la ne-
cesidad de asegurar la gobernabilidad del conjunto o la actualización de su ajusfe
internacional. Ello implicaría negar -por opción ética y conveniencia pragmática- la
existencia histórica del conflicto, dando por verificada a priori la hipótesis de que la
sociedad chilena constituye un solo y homogéneo actor histórico y que, superada la
etapa convulsa de la 'modernización' (obra coronada por el general Pinochet), está
en condiciones de dar el salto a la etapa superior de la modernidad. Como si la única
perspectiva epistemológica admisible fuera la nacionalista, en desmedro de las des-
encontradas pero reales perspectivas socialistas. En Chile se ha llegado,
probablemente, a la fase en que las masas ciudadanas han puesto sobre las autorida-
des una acrecentada demanda de productividad, esto es, de soluciones efectivas a
problemas de arrastre. Pero, al mismo tiempo, esas masas no están dispuestas a ano-
nadar su histórica condición de actores sociales premodernos. Por tal razón, la política
de productividad no logrará niveles de eficiencia si solo se funda en hipótesis de
conveniencia (teórica o coyuntural) y no en hipótesis de realidad; si, como en el
pasado, se insiste en la ética general (abstracta) del deber ser nacional y no en las
fuerzas valóricas que mueven su historia (social) real. Negar o ignorar un conflicto
que tiene ciento cincuenta años de vida no parece una buena base epistemológica,
para construir una política de efectiva productividad. Entre otras razones, porque la
negación ética del conflicto no mata en éste su historicidad, sino que, a menudo, la
revive, de seguro incontroladamente.
De consiguiente, la fundación de una Ciencia Política orgánica, en un país como
Chile, necesita partir del reconocimiento de que coexisten en él diversas episte-
mologías reales y, por ende, válidas. Más aún, que, para los efectos de implementar
no solo políticas de productividad por 'conveniencia sincrónica', sino también de

De la pugna interior han dado cuenta los estudios de A. Edwards, La fronda aristocrática (Santiago,
1927); M. Zeitlin, Vie Civil Wars in 19th-century Chile (Urbana, 10., 1988); A. Angelí, Politics and the
Labour Movement in Chile (London, 1972); B. Loveman, Struggle in the Countryside. Politics and Rural
Labor in Chile. 1919-1973 (Indiana, 1976); R. Santana, Paysans domines: lutte sociale dans les campagnes
chiliennes (1920-1970) (Paris, 1980).

30
alta probabilidad por 'eficiencia en la historia', se requiere de algún modo optar
lógica y consecuentemente por alguna de esas epistemologías reales.
Con respecto al caso de Chile, hay cuando menos dos actitudes epistemológi-
(as (o paradigmas, si se prefiere) que expresan mejor que otras el carácter
.(bigarrado y diverso del sujeto histórico nacional. Esas actitudes son:

(l)La que se sitúa preferentemente en las particularidades concretas de la


sociedad chilena, en su diversidad interior, y sobre los movimientos sociales espe-
cíficos que apuntan a su modernización y transformación en el tiempo'';
(2) La que se sitúa principalmente sobre los parámetros generales de su ser o
su deber ser estructural, en tanto éstos definen valores o funciones superiores,
I ales como los de unidad nacional y/o estabilidad institucional"';

Ambas actitudes epistemológicas son homologables en cuanto constituyen apres-


los para trabajar un mismo problema: cómo se constituye históricamente el sujeto
denominable 'sociedad nacional'. Pero se diferencian y contraponen desde que una,
la primera, constituye el dicho sujeto asumiendo en todo momento las bajas y varia-
das perspectivas sociales, económicas y culturales de los chilenos de carne y hueso;
y desde que la segunda lo constituye operando sobre las líneas altas y globalizantes
de la nación políticamente concebida como un todo. Esta diferenciación es lo sufi-
cientemente polar como para que esas actitudes se sitúen frente al intérprete como
un ineludible dilema epistemológico (jue debe ser resuelto antes de entrar de lleno
a la interpretación, y con tanta mayor razón si esa interpretación va a referirse a los
problemas trascendentes de la sociedad nacional. Ignorar ese dilema y la necesidad
metodológica de resolverlo podría significar incurrir, inoportunamente, en las des-
gastadas e ineficientes prácticas de epistemología intrascendente, justo cuando la
ciudadanía está preparada para reclamar, de la clase política, productividad.
En rigor, el dilema señalado se refiere a la necesidad de optar entre dos pers-
pectivas teóricas: la histórica y la ahistórica. Ambas perspectivas (o actitudes, o

Esla actitud arranca de los historiadores clásicos y de la teoria liistoricista en general (véase traba-
jos de 11. Rickert, W. Windelband, W. Dillhey, etc.). En Chile, junto a los autores citados en la nota 3,
han procurado situarse en esta perspectiva (con poco éxito) historiadores marxistas tales como J. C.
Jobet, 11. Ramirez, M. Segall y L. Vitale, entre otros.
Esta actitud es transparente en el discurso político e historiográfico de los dirigentes de estirpe
portaliana, de los economistas de prosapia librecambista, de los sociólogos de perspectiva
estructuralista y de los historiadores generales de la Nación, el Estado y la Patria. Su expresión
.suprema parece haber .sido alcanzada por Enrique Mac Iver, en 1901, con su célebre y multicitado
discurso sobre la "crisis moral de la república".

31
paradigmas) han trazado líneas diversas de tradición política en Chile''. Tanto es
así que -como luego se verá- la opción entre ellas no es ni ha sido un problema
puramente académico, sino bastante más.

b. Estratificación factual de las actitudes epistemológicas: razones y conse-


cuencias
Aunque dilemáticamente relacionados entre sí, los dos paradigmas señalados
tienen la misma validez y estatus epistemológico. Pues, en verdad, es tan válido y
legítimo acometer el conocimiento de la sociedad chilena sobre el lado de su 'par-
ticularidad y cambio' (historicidad), como sobre el lado de su 'generalidad y
permanencia' (ahistoricidad). La alta complejidad y mutabilidad de una sociedad
modernizante, como la chilena, permite la validación de ambos paradigmas. De
modo que entre ellos no podría darse o postularse una contradicción excluyente
(como sería, por ejemplo, afirmar uno negando al mismo tiempo, militantemente,
el otro); al menos, desde el punto de vista estrictamente lógico-formal.
No obstante esa compartida validación formal y la no contradicción excluyente
que se deriva de eso, la actitud epistemológica de tipo histórico se ha hallado, en
cierto terreno, en franca oposición a la de tipo ahistórico, como si efectivamente
existiera entre ellas una contradicción excluyente. Ese terreno ha sido, en Chile,
el de los hechos concretos. Pues ha sido en la práctica social y política -es decir, en
la historia misma- donde esas actitudes, pese a su equivalencia epistemológica,
han pesado de modo decisivamente desigual; donde, de hecho, se han estratifica-
do; y donde han concluido por trazar historias diferentes, asociadas a actores
sociales distintos, y en conexión a lógicas políticas factualmente contradictorias
entre sí.
¿Qué ha ocurrido?
En primer lugar, que, en los hechos, la actitud epistemológica ahistórica ha
tendido a identificarse estrechamente con las prácticas de liderazgo político na-
cional, por donde ha concluido normalmente asociada a la clase dirigente.

La tradición 'aiiistórica' lia enlazado movimientos tales como el de los "pelucones", el de los "conser-
vadores", el de los "oteros", la "coalición conservadora", el "desarrollismo", el "monetarismo", el
"nacionalismo", el "liberalismo" y ahora el "neoliberalismo". La tradición social-historicista, por el
contrario, se ha entretejido sobre movimientos como el de los "pipiólos", los "liberales rojos de
1850", los "demócratas" de 1900, los "mutualistas" y todas las variedades del "frente de trabajado-
res". Es instructivo conocer la definición ahistórica (conservadora) de un militante historicista del
siglo XIX: "Ese liberal eterno/ Que furioso noche y día/ Combate la tiranía/ Ladrando contra el go-
bierno;/ Que maldice la opresión/Truena contra el despotismo/Y al margen de un negro abismo/ Mira
siempre a la nación/ ¿Queréis que lo aplauda todo/ Que contrito se desdiga/ Que se postre i os bendi-
ga?/ -Sí; -Pues dadle un acomodo". En: La Estrella de Chile 2, N° 82 (1869): 446-47.

32
I'.n segundo lugar, que, también en los hechos, la actitud epistemológica histó-
rica ha tendido a identificarse con las prácticas de desarrollo del movimiento social
popular, razón por la que suele aparecer asociada a la clase subordinada.
\Ln tercer lugar, que, según lo demuestran los mismos hechos, la abrumadora
mayoría de los políticos y dentistas sociales chilenos ha tendido y tiende a asumir
l.i actitud epistemológica ahistórica, sea desde el bando oficialista, sea desde la
oposición. De aquí se ha derivado que esta actitud específica ha ejercido una he-
l',emonía de jacto no solo sobre el ámbito del quehacer científico, sino también
sohre el plano de los movimientos sociales y políticos. Correspondientemente, el
ejercicio y desarrollo de los paradigmas históricos (o sea, propios del movimiento
popular) se han visto bloqueados, cuando no censurados.
El problema radica, pues, en que una de las actitudes epistemológicas reales y
válidas ha predominado en los hechos, agostando y debilitando a su gemela. La
construcción de una ciencia, un pensamiento y un discurso político oficiales se ha
realizado en Chile a costa de la marginación y deslegitimación factual de otros
paradigmas epistemológicos de validez formal y social. Ello no tendría importan-
cia -ni académica ni histórica- si el paradigma oficializado asumiera eficientemente
los intereses sociales que se encarnaban en los paradigmas desplazados. Es decir,
si las actitudes epistemológicas ahistoricistas hubieran conducido al desarrollo de
políticas de productividad capaces de anular las demandas sociales (populares,
mayoritariamente) que se canalizaban a través del paradigma histórico. Pero, en
los hechos -otra vez-, no ha sido así. De modo que la hegemonía del paradigma
ahistórico ha creado condiciones concretas para que el movimiento popular chile-
no -identificado fuertemente con el paradigma subordinado y desplazado- no pueda
formalizar adecuadamente su proyecto social, estancándose así como un actor
masivo, territorialmente inundante, pero premoderno y sin estatura nacional por
sus actuaciones.
El problema de cómo una equivalencia epistemológica de dos paradigmas com-
plementarios se transforma en los hechos en una desigualdad de comportamiento
social medida históricamente, no es, como puede apreciarse, un problema nimio ni
puramente académico. Fácilmente tiene que ver con un problema trascendente y
estratégico de la sociedad chilena, como es la historicidad de su considerable mo-
vimiento popular.

c. La hegemonía de las constelaciones 'G': algunos hechos relevantes


En Chile, el predominio de las actitudes epistemológicas ahistóricas se ha ca-
racterizado, entre otros aspectos, por el discreto afán de las élites dirigentes por
monopolizar la administración pública de los términos y conceptos relativos a las
(estratégicas) ideas de 'totalidad' y de lo 'general' (ideas 'G', en adelante). Tan

33
discreto afán resulta comprensible, dado el hecho de que esas ideas usualmente
han encarnado o representado valores máximos o absolutos sociales que, por su
preeminencia genérica, han subordinado al resto de los valores o símbolos de la
sociedad y permitido, en consecuencia, levantar sobre ellos el sistema político
nacional. La administración y control de las ideas 'G' resulta, por lo tanto, una
tarea ineludible para quien o quienes aspiren a dominar ese sistema.
Con todo, no ha sido suficiente conquistar el dicho monopolio para obtener el
esperado efecto de dominación. lia sido necesario, también, administrarlo de ma-
nera tal que las ideas 'G' (o sea, los valores superiores que articulan políticamente
la Nación) sean públicamente concebidas, internalizadas y preservadas como tota-
lidades homogéneas, indivisibles, únicas e inalterables. Es decir, se ha requerido
que los ciudadanos asuman esas ideas, en la práctica, como si fueran estructuras
ahistóricas permanentes, a la manera de las ideas platónicas. Pues, sin la consoli-
dación de ideas generales permanentes que lo apoyen, el fenómeno de la
dominación no llega a constituirse como sistema nacional capaz de sostenerse a sí
mismo. La ahistoricidad es una condición de la perpetuación de los sistemas.
La compulsiva fuerza con que, para preservarse, el sistema político nacional ha
demandado el respaldo de una constelación de ideas 'G', ha generado, en comple-
mento, el desarrollo de una fuerza centrífuga o repelente, de rechazo hacia las
conductas sociales y políticas que eventualmenle atenten contra los principios de
totalidad e inalterabilidad (ahistoricidad) de las ideas 'G' que lo fundamentan. Es
decir, contra aquellos que asuman su (o una) particularidad contra la generalidad de
esas ideas, o/y el cambio contra su inalterabilidad. La sostenida dominación de las
constelaciones 'G' dentro del sistema nacional ha concluido, a la larga, por transfor-
mar la historicidad (particularidad y cambio) en un cuasidelito fundamental.
Véase lo anterior en los hechos concretos de la historia de Chile.
En las etapas iniciales del proceso nacional, por ejemplo (siglos XVI y XVII, sobre
todo), dominó una constelación 'G' asociada al sistema mundial del Imperio y la Cato-
licidad (o Cristiandad). En consecuencia, los principios articuladores de la sociedad
colonial chilena no fueron otros que los de un Estado Universal, que se fundaba más
en el derecho divino de los reyes absolutistas que en el derecho local de las naciones y
los pueblos. La idea suprema de Dios trascendía, fundando, de arriba a abajo, todo el
sistema social hispánico. Esta constelación admitía y en cierto modo requería que la
Iglesia y el Estado se asociaran (de mancomún et insolidum) para administrar y contro-
lar el desarrollo de lo que, en el fondo, se entendía como una variante de la CivitasDei'.

véase M, Góngora, El Estado en el Derecho Indiano (Santiago, 1951), y N. Meza, La conciencia ¡wlitica
chilena durante la monarquía (Santiago, 1958).

34
Dentro de ese sistema, la práctica política concreta no se fundaba tanto en las
contingencias de la vida ciudadana como en las definiciones filosóficas atingentes
a las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural. La capacidad política, en conse-
cuencia, se adquiría preferentemente -y en estatus de minoría privilegiada- en
las facultades de Teología y Derecho de las universidades imperiales. La Ley
-como los principios de la ciencia- descendía a la Ciudad desde los ámbitos tras-
cendentes, para educar y formar allí a los pueblos. Teólogos y jurisconsultos, en
asociación orgánica, devinieron en los iniciados reconocidos y en los custodios
naturales de las ideas 'G'. Pero también, y por lo mismo, en los fiscalizadores de la
conducta pública y privada, funcionarla y social, y en la verdadera clase política
del Imperio y sus Provincias". En contraposición, los militares (la espada), aunque
conquistaron continentes, no tuvieron otra función política que la de operar como
el brazo armado de las ideas de totalidad que teólogos y jurisconsultos promulga-
ban como compulsivamente válidas (la cruz).
En pocas etapas de la historia de Chile se ha dado una constelación de ideas
'(;' tan trascendental, dominante y rígida como en el período colonial. Y en ningu-
na otra etapa el imperio de esas ideas fundamentó una represión tan drástica contra
los que osaron levantar posiciones de particularidad y cambio contra ese imperio.
Los que lo hicieron -tildados habitualmente de "cismáticos", "herejes", "indivi-
duos sin Dios ni Ley", "insurgentes", etc.- fueron quemados vivos, colgados,
descuartizados y últimamente fusilados. El movimiento patriótico de 1810 se des-
envolvió como una flagrante rebelión cismática y particularista contra la
constelación imperial de ideas 'G', razón por la que fue drásticamente combatido.
Solo que sin éxito. El particularismo patriótico de 1810 demostró con hechos que
el delito historicista podía ser, también, una virtud. Al menos, por algún tiempo''.
Y no por mucho tiempo, sin embargo. La irrupción del llamado "régimen porta-
liano" (1830-61 en su fase clásica; 1861-1925 en su fase decadente) significó un
reajuste importante en la constelación hegemónica de ideas 'G'. Como varios obser-
vadores pensaron contemporáneamente, el reajuste estatal portaliano no fue sino
una restauración nacional-laicista de la vieja constelación católico-imperial. Porque,
en la práctica, el ajuste principal introducido desde 1830 se redujo al reemplazo de
las ideas de Imperio e Iglesia Católica por la de Nación, sin alterar la concepción
universalista de Estado y sin renunciar al revestimiento sacral y ritual que había

M. Salinas, Historio del pueblo de Dios en Chile (Santiago, 1987), capítulos I y II; también G. Salazar,
Labradores, peones y proletarios (Santiago, 198,S), capítulo I, passim.
La historiografía acumulada sobre este movimiento cismático ha sido abundante y, a la vez, unánime-
mente laudatorio. Para un enfoque externo, S. Collier, Ideas and Politics o¡ Chilean Independence. 180S-1833
(Cambridge, U.K., 1967).

35
caracterizado la vigencia de las ideas reemplazadas. En Chile, la emergencia de la
moderna idea de Nación fue acompañada por la institucionalización simultánea del
"ritual de la Patria". Y éste, no bien fue instaurado, ya demandó de parte de todos
los habitantes del territorio nacional (patricios, rotos e indígenas), un acendrado
"espíritu patriótico" y una entrega trascendentalista ("dar la vida si fuere necesa-
rio") a sus valores generales, símbolos y "aras". La sacralidad de los valores públicos
-legado de la era Imperial a la República- venía en la misma sangre de las modernas
ideas de Nación y Patria, y benefició a fin de cuentas al sistema político nacional
que la coalición portaliana construyó a partir del 'cambio' de 1829-30. De este modo,
casi insensiblemente, los grandes "héroes de la Patria" (B. O'IIiggins, J. M. Carrera,
J. San Martín, M. Rodríguez, etc.) vinieron a entremezclarse, en un mismo parnaso
nacional, con los 'héroes del Estado' (D. Portales, M. Montt, A. Varas, M. Ruines, etc.).
Y así como en el pasado colonial los distintos tipos de "subditos" se alinearon e
institucionalizaron a los pies de las "aras divinales" del Imperio y la Cristiandad, así
en el siglo XIX todas las variedades de "patriotas" (rotos como patricios) tuvieron
que hacer lo propio tras la égida de las "aras nacionales".
Las ideas 'G' pueden ser remecidas y aun transformadas por las olas historicis-
tas que revientan a sus pies, pero no pierden por ello ni su universalidad ni su
majestad. Ni, por lo tanto, su posición de 'autoridad'.
La reajustada constelación de ideas 'G' que llegó a ser dominante en Chile
después de 1830 no tuvo como estrellas centrales, sin embargo, ni la idea de Na-
ción ni la de Modernización, sino la de Estado. En la constelación portaliana, el
Estado jugó un rol incontrarrestablemente hegemónico. ¿Residuo de la idea tras-
cendente de Imperio? ¿El poder de las fuerzas destructoras inherentes a la
modernización? ¿Supervivencia del concepto trascendentalista de Ley? ¿Autorita-
rismo de una clase mercantil en expansión hacia afuera?'" Sea lo que haya sido, lo
cierto fue que, durante el período portaliano, la idea de Nación -valórica y retóri-
camente preeminente en la fase independentista- fue utilizada sobre todo como
una idea 'G' de tipo instrumental, llegando a operar en el discurso político corrien-
te como un legitimante del Gobierno y del Estado en general. Pues la Nación no
fue entendida entonces como un conjunto de diversos estratos y grupos sociales
unidos tras un proyecto común (las élites portalianas trabajaron con proyectos
diferenciados para cada clase social, lo que redundó en prácticas discriminatorias,
como ocurrió con sus políticas educacionales), sino como una entidad superior,
metafísicamente similar a la idea ritual y moralizante de Patria.

Acerca del rol destructivo del modernismo y los orígenes del autoritarismo, M. Berman, Todo lo sólido
se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad, 21° ed. (México, 1989), capítulo II; y B, Moore, Los
orígenes sociales de la dictadura y la democracia, 21° ed. (Barcelona, 1976), III Parte.

36
Del mismo modo, la idea de Modernización no llegó a ser hegemónica en el
orden portaliano, ni desde dentro de ni sobre la de Estado. En Chile, durante el
si¡;l() XIX y gran parte del XX, la modernización se circunscribió a la internaciona-
li/ación mercantil de los negocios, las costumbres, los intereses nacionales y
I amblen, a veces, de los asuntos de Estado, todo ello bajo el liderazgo indiscutido
(le los mercaderes ingleses, franceses y más tarde alemanes, lo que aseguró al
librecambismo, como teoría y práctica, una larga vida en el país. Siendo, como fue,
una modernización mercanlilista, no se planteó como una modernización neta de
las fuerzas productivas. En Chile, el primer tipo de modernización (que aseguró
larga vida al librecambismo junto al E^stado) aplastó al segundo tipo (que alejó el
social-productivismo de ese Estado), lo que aseguró a la crisis económica, al des-
empleo y al descontento social una larga vida junto al "bajo pueblo"". El Estado
portaliano incluyó de modo incompleto, en los hechos, la idea total de 'moderniza-
(iiin'. Asumió lo que fue útil y conveniente para las élites mercantil-financieras y
asociados menores que predominaban en la coalición portaliana, pero integró mal,
cuando no desechó, lo que no era útil para ellas. De todo eso resultó una moderni-
zación superficial, exógena y por arriba, que llevó por abajo al surgimiento de
incontables oleajes particularistas e historicistas, que fueron erosionando, a lo
largo de las décadas, la construcción política de Portales.
No siendo hegemónicas ni la idea social de Nación ni la productivista de mo-
dernización, la idea '(V de Estado Nacional devino en una construcción política
superestructura! y autorrcferida. lis decir, devino en un sistema que desenvolvió
la política como una actividad específica (capaz de reproducirse y de producir las
condiciones de su existencia): pues era nacional por definición, pero de hecho
divorciada de lo social; modernizante por conveniencia sincrónica, pero de hecho
escindida del productivismo. La política fue encerrada en un círculo tautológico
-pero con cuerpo institucional-, envuelta en la cola de su propia especificidad.
Sobre estas bases, el Estado portaliano se instaló en el cielo ciudadano como un
sol de rnediodía: supremo, solitario y pesado como un absoluto, fertilizante para
las élites especulativas, pero agostante para las mayorías productoras. Siguió sien-
do una idea 'G' de tipo colonial, trascendente a la contingencia.
Desde esa altura, el Estado portaliano reprimió a los opositores social-produc-
livistas casi con el mismo draconismo utilizado por el viejo Estado Imperial contra
sus opositores cismáticos. Una tras otra, las oleadas social-productivistas del siglo

Sobre la modernización mercantil del siglo XIX, G. Salazar, "Algunos aspectos fundamentales del
desarrollo del capitalismo en Chile" (Santiago, Tres Álamos, 1976; y SUR-EPS, 1987); y "El
empresariado industrial en Chile: conducta histórica y liderazgo nacional (1820-1938)", 2 vols. (Infor-
me de Investigación, Fondecyt, Santiago, 1989), vol. 1.

37
XIX y de comienzos del XX se estrellaron contra la espada blandida desde esa
nueva cruz. Primero cayeron los "anarquistas pipiólos", con sus banderas de desa-
rrollo regional y comunal. Luego cayeron los "liberales rojos, o girondinos chilenos",
con sus arengas antimonopolistas y antiautoritarias. A fines de siglo fue el turno
de "demócratas y radicales", como también de los emergentes "balmacedistas",
con sus llamados al proteccionismo y la industrialización. Y a comienzos de siglo
caían por miles los nuevos "anarquistas, subversivos y socialistas". La espada de
los estadistas portalianos no cesó de trabajar, pero la fuerza social y la tozudez
política del particularismo y del historicismo chilenos aprendieron también el arte
de la 'reproducción'. Los movimientos de base erosionaron los pilares terrestres
del trascendente Estado portaliano, debilitado ya por las incon.sistcncias de su
propia constelación de ideas 'G'. Así, hacia 1920 los movimientos social-producti-
vistas lograron hacer lo que el movimiento social-patriota había hecho en 1810:
convertir el delito historicista en una virtud, e imponer un nuevo reajuste en los
universales dominantes. Al menos, por algún tiempo'l
El colapso de los universales portalianos no puso fin a la hegemonía de las
ideas 'G' en Chile. La obra maestra de los políticos civiles y militares del período
1920-32 fue haber preservado, por sobre la agitación de la sociedad, la hegemonía
del universal Estado, sobre la base de redefinir la idea fundante de Nación. Como
se dijo, en la constelación portaliana el concepto de Nación designaba un objeto
más metafísico que antropológico ("el alma de los pueblos"), más litúrgico ("los
altares de la Patria") y sacrificial ("morir por la Patria"), que social (un tenso
conglomerado de ricos y pobres). Era una idea spengleriana, mejor dotada para la
retórica de una arenga militar o el razonamiento de un filósofo de la historia, que
al pragmatismo requerido desde el interior de un proceso efectivo de moderniza-
ción. En cambio, en la constelación de ideas universales ajustada por los políticos
de la década de 1920, la Nación no era sino el conjunto de la ciudadanía (es como de
hecho operó esta idea); la masa electoral del país; los chilenos cívicamente respon-
sables de la estabilidad del sistema institucional que los regía. Lo que tampoco
era una definición sociológica o histórica de Nación, sino una específicamente
político-constitucional".

Desde 1919, aproximadamente, los movimientos sociales chilenos incrementaron su presión sobre el
Estado oligárquico-mercantil, llegando a proponer, en 1925, su propio proyecto de Constitución socio-
política del Estado. El caudillo liberal Arturo Alessandri desatendió la propuesta popular e impuso un
proyecto tradicional de Constitución. Véase de G. Salazar: "Grandes coyunturas políticas en la historia
de Chile: ganadores (previsibles), y perdedores (habituales)", Proposiciones (Santiago) 17 (1989).
Revisar, del Ministerio del Interior, Actas Oficiales del nuevo proyecto de Constitución Política de la Nación
(Santiago, 1926), También, de E. Bello Codesido, Memorias políticas (Santiago, 19S4).

38
El sesgo introducido, claramente político, tenía una justificación: permitía aso-
(iar la idea fundante de Nación (un universal con tradición y tabú) con la emergente
ulca 'G' de Democracia Electoral. La emergencia de esta última, con fuerza com-
pulsiva desde 1912, había transformado esa asociación en una solución ideológica
inescapable para todos los grupos involucrados en la crisis del capitalismo mer-
cantil y en la del Estado portaliano. Con cuánta mayor razón, cuanto esa asociación
era la única fórmula capaz de frenar y recanalizar los 'reventones historicistas'
(|uc, por todas partes, hallaban la luz verde de la crisis global. Era la fórmula de
control y estabilidad apta para enfrentar la probabilidad de descontrol historicis-
la. Se comprende que la definición de Nación por asociación con la idea de
Democracia Electoral tenía por fin, en último análisis, la refundamentación de la
idea (siempre suprema) de Estado Nacional, De aquí que, en el nuevo reajuste de
universales, no fue la emergente idea de Democracia la que ocupó la posición cen-
Iral, sino, de nuevo, la (portaliana) idea de Estado. Las nuevas ideas no valoraron
.idecuadamente la situación particularista y pro-historicista de las masas ciudada-
nas -de haberlo hecho, habrían quedado a la vista las tensiones que las
desgarraban-, sino sus derechos y deberes frente a la estabilidad del sistema polí-
lico nacional. La idea ' C de Democracia que se asoció en 1925 a la de Estado no
lenía, como la de Nación en el siglo anterior, contenidos económico-sociales, sino
pura y específicamente políticos. En rigor, se trataba de una idea instrumental,
abocada a la tarea de relegitimar el sistema cuando fuese menester. Los construc-
tores directos del Estado de 192S no recibieron, por tanto, el rango de "héroes"
-como los constructores del de 1833-, sino solo el de "caudillos" o "constituciona-
listas"; esto es: de estabilizadores de masas.
De esa manera, el Estado, como universal específicamente político, continuó
hegemonizando el conjunto de la constelación 'G' e instrumentalizando, para ase-
gurar su perpetuación, los nuevos universales, con lo cual ni la definición social de
Democracia ni la definición productivista de Modernización salieron de su margi-
nalidad subordinada. Las nuevas generaciones de políticos -la de 1920 tanto como
hi de 1938 e incluso la de 1968-, formados y disciplinados en la advocación al
Estado, frenaron sus propios impulsos productivistas de modernización y socialis-
tas de desarrollo en el momento preciso en que fue necesario asegurar la estabilidad
del sistema político nacional y el adecuado gobierno de la sociedad. A lo largo de
todo el período 1925-73, la "defensa de la Democracia" -nervio estratégico de la
política epocal- no fue otra cosa que una formal defensa del Estado frente a los
embates historicistas de la sociedad. Como un eco de las definiciones que estaban
en juego, todos los grandes historiadores chilenos de ese período hicieron de la
idea suprema e inalterable de Estado el argumento central de sus investigaciones
y reflexiones históricas, denunciando de paso los -según ellos- desmoralizantes

39
movimientos de masas que brotaron, de tiempo en tiempo, del oscuro interior del
universal accesorio: la Democracia, y de su trasfondo económico-social". Así se
reforzó el círculo.
Dada la peculiar estratificación que se produjo en la constelación de ideas 'G'
que entró a dominar desde 1925, los universales nuevos no hallaron cabida en ella
sino en escalones inferiores y subordinados. Tal fue el caso de la idea de Desarro-
llo, que no fue concebida como una particularizada dinámica de bases, sino como
un plan general destinado al conjunto de la Nación y administrado por el Estado.
Fue el caso también de la idea de Participación, que fue asumida como 'acompaña-
miento ciudadano' -dentro de roles legalmente diseñados al efecto- a los planes
nacionales (y estatales) de desarrollo global o/y de reforma estructural. Todas las
ideas nuevas fueron asumidas como ideas 'G', y además .subordinadas a la idea
suprema de Estado Nacional. Las novedades e innovaciones (o modernizaciones, si
se prefiere) fueron rápidamente desocializadas, desparticularizadas y, en definiti-
va, deshistorizadas. La constelación dominante (democrática) de ideas 'G' fagocito
toda la 'historia' que halló a su paso. La clase política civil, en concordancia, res-
pondió clientelizando, a nombre de e.sas ideas, grupo tras grupo, al conjunto de la
sociedad chilena'l
Fue así como las masas populares comenzaron a oscilar entre el clientelismo
inconsciente y la inconsciencia particularista e historicista; entre la hegemonía
centenaria de las constelaciones 'G' y las punzadas violentas de las rebeliones
intuitivas. Los delitos historicistas comenzaron de nuevo a reventar desde abajo,
y a ser drásticamente reprimidos desde arriba. Y fueron cayendo, al principio,
los "rojos bolcheviques"; más tarde, los "extremistas' de todo tipo; luego los lla-
mados "upelientos"; y, más recientemente, los 'antisociales y subversivos" de
toda estirpe. Como antes, los derechos humanos de los militantes que reconocie-
ron filas en la particularidad social y en el cambio histórico fueron desconocidos.
Pues, en la perspectiva de las constelaciones 'G', los que luchan por la particula-
ridad se apartan y abandonan todo 'G': sus derechos se anulan, los universales ya
nos los amparan. Para ellos se instituye entonces el antivalor y el antiderecho
como universales de oportunidad (en los sistemas 'G' el antiderecho no se halla-
rá como un principio universal explícito, sino como una factualidad histórica).

Es el caso de Edwards, La fronda aristocrática; M. Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en
Chik durante los siglos XIX y XX (Santiago, 1981); y G. Vial, Historia de Chile (Santiago, desde 1979).
Sobre clientelismo y caciquismo, A. Valenzuela, Political Brokers in Chile: Local Government in a Centralized
Polity (Durham, N.C., 1977). El autor de este trabajo se encuentra realizando actualmente una investiga-
ción sobre "La dase política civil en Chile: conducta histórica y movimiento social", que tiende a probar
lo señalado.

40
I»c modo que los rebeldes fueron, de nuevo, literalmente, aplastados"". Esta vez
les decir, después de 1986) las viejas constelaciones dominantes han dejado poco
espacio (o ninguno) para que las masas ciudadanas hagan, por su propia acción,
del delito historicista una virtud. ¿Rs el "fin de la historia"?''
I'.sta rápida inspección por la trayectoria factual de las ideas 'G' en Chile per-
mile fijar varios rasgos generales, que son de importancia:

(1) La capacidad de reproducción cíclica de la constelación 'G', que le ha per-


mil ido asimilar y superar las crisis provocadas por los reventones historicistas.
(2) Pese a su reproductividad, las ideas 'G' han experimentado crisis de fragmen-
Iación o partición, que les han significado vivir un proceso de particularización
relativa. Así, la emergencia de la idea de Nación quebró la de Imperio, la de Demo-
(racia particularizó la de Nación, etc. De este modo, su referente territorial ha
ihsminuido desde la mundialidad del Imperio hasta la valorización de las comunas y
distritos (como lo hacen las campañas electorales en preservación de la idea supra-
(omunal de Kstado), pero en compensación, manteniendo a través de la perduración
del librecambismo junto al listado, la vigencia dominante de la internacionalidad.
(3) Las reproducciones y particiones no han alterado, sin embargo, la capaci-
il.id de las constelaciones 'G' para mantener en condiciones de subordinación los
brotes particularistas y proclives al cambio. Es decir, el historicismo social. Esto
significa que esas constelaciones han continuado siendo depositarías de los valo-
res máximos y los absolutos sociales, desde donde se articulan y legitiman los
sistemas políticos nacionales, y también se niegan, eventualmente, los derechos
universales de la historicidad social.
(4) En las constelaciones 'G' que han sido dominantes en Chile, el rol central
lia estado permanentemente ocupado por la idea trascendentalista de Estado.
Esto ha significado que el poder se haya concentrado, principalmente, en la pre-
servación de su propio sistema, ocupación a la que ha arrastrado, a la larga, a la
actividad política en general. Ideas 'G' con mayor contenido historicista, como

Acerca de las violaciones a los dereclios humanos de la militancia historicista y los crímenes cometi-
dos a nomhre de las supremas ideas 'G', véase de G. Kaempffer, Así sucedió: 1850-1925. Sangrientos
episodios de la lucha obrera en C/H'/Í? (Santiago, 1962); E. Devés, Los que van a morir te saludan (Santiago,
1988); E. Ahumada et al.. Chite. Memoria prohibida (Santiago, 1989, 3 vols.); y P. Verdugo, Los zarpazos
del puma (Santiago, 1989).
F. Ful(uyama, "El fin de la historia", Esn«/¡os Públicos (Santiago, Verano, 1990). El autor sostiene que el
mercado capitalista liberal y la democracia liberal han triunfado definitivamente sobre el socialismo.
Ello equivale también, en cierto sentido, a sostener el fin de la historicidad para los movimientos popu-
lares de liberación.

41
Modernización, Desarrollo, Democracia Social, Participación, etc., no han sido
hegemónicas en la constelación, sino instrumentales, coyunturales o marginales.
Los que se han propuesto utilizar la idea de Estado Nacional para implementar
algunas de esas ideas, han encontrado siempre insalvables dificultades de tipo
estructural en el mismo Estado"*.
En suma, cabe decir que, en Chile, el Estado y el poder -como constelación de
ideas y valores- se han constituido normalmente como verticalidad descendente,
pese a las particiones y particularizaciones ocurridas en su horizontalidad territo-
rial, y a las ilusiones democráticas generadas por la administración verlicalista de
ideas como las de Desarrollo y Participación. Es preciso reconocer, en la historia
de las ideas 'G', que ellas han amparado una particular definición de poder y Esta-
do, que no es necesariamente ni la más válida ni la más eficiente, pero sí la más
concurrencial entre las élites dirigentes. Es por ello que se ha hecho concurrencia]
también una idea refleja: la que considera a los movimientos sociales (especial-
mente populares) como esencialmente desestabilizadores, políticamente peligrosos
o, peor aún, como inexistentes a la inspección teórica. Se acepta el principio ('G')
de la "soberanía popular", pero no la idea o el proceso que permita a esos movi-
mientos definir a su modo el poder, y construir a su modo el Estado'''. Es indudable
que esta teoría refleja no solo constituye un halo de la constelación 'G' dominante,
sino también una introducción teórica al desarrollo histórico de los antivalores y
del antiderecho que esa constelación exuda, en períodos de desestabilización, con-
tra sus opositores. Pues, si se va "a los hechos" -como fulminaba Leopold von
Ranke-, la historia del sistema político nacional muestra la necesidad de que exis-
ta una pre-teoría que, de algún modo, autorice su endémica tendencia a encerrar
represivamente los movimientos sociales historicistas en las particularizadas e
indeseables celdillas de su identidad estructural inferior ('P', en adelante).

d. El pensamiento realizándose en la realidad: el caso de la ciencia 'oficial'


Al revisar la literatura que, en principio, puede ser enrolada como Ciencia Po-
lítica en Chile, se constata que está compuesta de dos ramas principales que

Desde 1952 y hasta 1973, los presidentes constitucionales fracasaron en sus intentos de realizar
reformas de tipo estructural en el Estado chileno. La simple implementación de sus programas de
gobierno fue, para ellos, también una dificultad mayor. A este respecto, P. Cleaves, Bureaucratic Pulitia
and Administration in Cíiiíe (Berkeley, Cal., 1974).
Sobre esta teoría, CLACSO-UNU, Los movimientos sociales u la lucha democrática en Chile (Santiago, 1985);
G. Arriagada, "Negociación política y movilización social: la crítica de las protestas". Materiales de Discu-
sión (Santiago: CED, 1987); G. Campero, "Organizaciones de pobladores bajo el régimen militar", Propo-
siciones lA (1987), entre otros. Véase de G.Salazar, "Historiografía y dictadura en Chile: búsqueda, iden-
tidad, dispersión (1973-90)", Cuadernos Iberoamericanos (1990).

42
,u ranean de un tronco común. Una de esas ramas puede denominarse 'ensayista', y
la otra, 'testimonial'.
La rama ensayista es de antigua data, y ha crecido sobre la base de la periódica
.iparición de "ensayos interpretativos" acerca de la estructura, coyuntura y proyec-
(iíin de la sociedad nacional, especialmente en los momentos de crisis. En sustancia,
lia constituido un juicio acerca del presente histórico -por lo común, negativo-, que
se formula por referencia a un doble trasfondo: uno de tipo filosófico, que exalta
ciertos valores universales (orden, libertad, legalidad, moralidad, desarrollo, etc.), y
(tiro de tipo histórico (etapa pretérita en que esos valores fueron realizados; o país
donde lo fueron). Aunque en un comienzo el género ensayístico exaltó conservadora-
mente los valores trascendentalistas del período colonial, más tarde reflejó
.igresivamenle los patrones modernizantes de la "cultura occidental", para tender
hoy a la propuesta de sistemas políticos autosustentados que encarnen o materiali-
cen el concepto puro de "modernidad". Habiendo sido, en el fondo, discursos de la
razón política pura, han utilizado la información empírica más como material ilus-
I rativo de las tesis que se proponen, que como fundamentacion inductiva. La Historia
i'S aquí convocada solo como una suerte de taxonomía temporal, cuando se toman
los largos plazos; o bien como mera sincronía del tiempo presente (el famoso "Chile,
hoy", más un entorno de diez años), cuando prima el análisis de coyuntura. Más
cómodos que el material histórico resultan, para el "ensayista", los cuadros estadís-
licos con series menores a diez años. Casi en la totalidad de los casos, los "ensayos"
lio han involucrado una investigación empírica ad hoc. De cualquier modo, la mayo-
ría de ellos ha alcanzado el rango de best sellers, siendo los únicos libros de análisis
(|ue en el país han superado la primera edición.
La rama testimonial es más voluminosa. Ha crecido por la profusa edición de
las "memorias", "autobiografías", "discursos parlamentarios", "escritos de prensa
y otros ensayos" -realizados por los mismos individuos de élite-, y también de las
"historias de partido" y "biografías y semblanzas", escritas por sus hagiógrafos.
i'.n sustancia, esta literatura ha sido y es una variante desmenuzada y anecdotaria
del mismo género ensayístico, pues no incorpora un índice superior de investiga-
ción o fundamentacion empírica -salvo excepciones-, aunque sin duda tiene un
valor apreciable como "fuente primaria". Su importancia radica en que es una
literatura que transmite y difunde el 'verbo', palabra u opinión de dirigentes y
caudillos. Podría decirse que la constelación hegemónica 'G' habla cotidianamen-
le por estas bocas. Primero de modo oral, en directo; luego, reproducida y aun
latiendo, en periódicos, panfletos y revistas; por último, recopilada y clasificada
en libros 'testimoniales'.
De cada una de esas ramas originarias han surgido brotes nuevos, modernos,
pero dependientes. Uno de ellos ha sido lo que podría llamarse el análisis inter-

43
nacionalista, que ha consistido en actualizar el pensamiento político local, in-
yectándole las modernizaciones prácticas o teóricas ocurridas o sugeridas en
otra parte. A menudo se ha tomado este análisis como la única vía válida de
modernización de la política. Este es un brote de antigua data. El otro brote, en
cambio, es de origen más reciente, y su desarrollo -explosivo en los liltimos dos
años- se ha vinculado a la creciente necesidad política de medir el impacto que
en la opinión pública tienen la palabra y acciones de los grupos dirigentes, cons-
tituyendo una versión relámpago del ciclo político completo recorrido por la
literatura testimonial. Más conocida como "encuestas de opinión pública", esta
disciplina ha tendido a jugar un rol histórico específico: lubricar las relaciones
(verticales) de coyuntura entre la constelación 'G' dominante, la clase política
que la representa y realiza, y la base ciudadana electoralmente considerada'".
Un rol claramente sincrónico.
El denominador común de todas esas ramas y brotes ha sido -por sobre las
diferencias de lenguaje, retórica y color literario- la advocación y refrendación
de un 'universal supremo': la gobernabilidad de la Nación y la estabilidad hege-
monizante del Estado; luego, la denuncia y crítica de los procesos que han
atentado y atentan contra la vigencia de ese universal; y finalmente, la propues-
ta de reformas políticas de tipo estructural, enmarcadas dentro y no fuera del
orden general históricamente dominante en Chile. Nunca se ha abierto debate
político sobre los universales mismos (sobre ellos, más bien, se han tejido las
concordancias), pero sí, y a menudo, sobre las responsabilidades detrás de las
crisis que han abierto camino a las avalanchas historicistas, y sobre el modo de
aplicar genéricamente la modernización y el análisis internacionalista, para re-
parar el daño dejado por las dichas avalanchas. El tronco común ha sido, a fin de
cuentas, un modo convencional de practicar un mismo tipo de ciencia: la ciencia
'oficial'.
Lo propio de la ciencia oficial es que su producción intelectual juega un rol re-
productivo dentro del sistema dominante, sin establecer, como norma, una distancia
cognoscitiva respecto de ese sistema, y sin generar tampoco, como resultado, el desa-
rrollo de un efectivo poder político e histórico sobre él. De ello deriva que la ciencia
oficial no está en condiciones estructurales de entregar respuestas adecuadas frente
al problema de los reventones historicistas, como no sea -ya al promediar la crisis-
la típica propuesta autoritarista de reprimir a los subversivos, negando, en razón de
la "seguridad interna del Estado", los derechos universales de aquéllos. Lo que equi-
vale a negar la cientificidad. O los mismos valores generales.

Acerca del rol jugado por este tipo de disciplina en la reciente transición chilena a la democracia
liberal, E.Tironi, La invisible victoria (Santiago, 1990).

44
El examen de los "ensayos interpretativos" revela que su rol teórico y práctico
lio ha sido otro que el de establecer, confirmar y restablecer, a un ritmo más bien
cíclico, la constelación de universales dominante. El examen de los "ensayos testi-
moniales", por su parte, revela que han actuado en un piano más contingente y
L'xperiencial, abriendo debate, promoviendo acuerdos y señalando formas de im-
|)lementación respecto de esos mismos universales. En cuanto a los brotes nuevos
pero dependientes -el análisis internacionalista y las encuestas de opinión-, han
operado en torno a los ajustes coyunturales entre los actores de nivel nacional y
los de nivel particular dentro del proceso político funcional. El conjunto de este
edificio puede no ser, al final, verdadera ciencia, pero puede ser presentado como
si lo fuera, que, para los efectos a nivel de la masa ciudadana, puede dar lo mismo.
Es lo que ha sucedido. Y es por lo que, a la larga, en Chile el prestigio de 'lo cien-
tífico' -fenómeno generalmente explícito-, se ha unido al prestigio de i o
hegemónico' -fenómeno por lo común críptico-, lo que ha dado vida a una atrayen-
le corriente ideológica estereotipada y oficialista, que ha arrastrado consigo a la
mayoría de los pensadores políticos chilenos. Más aún: de centro, de izquierda, y
de derecha. Como si todos hubieran contraído, a la larga, el contagio de una común
inhibición frente a la suprema 'estabilidad del sistema establecido', y de una co-
mún compulsión a velar civilizadoramente el sueño de esa estabilidad.
Es significativo, en este sentido, el hecho de que ese contagio haya sido contraí-
(h), también, por los pensadores políticos de tipo contestatario, incluido el
movimiento ideológico denominado "el marxismo chileno". En este caso, la activi-
dad propiamente intelectual se ha concentrado fundamentalmente en la denuncia
y crítica del fenómeno local de la dominación como otro caso del fenómeno gene-
ral de la dominación capitalista (imperialista). A este efecto, se ha invocado
sustantivamente la teoría "clásica" del desarrollo capitalista (K. Marx y F. Engels,
sobre todo), retocada aquí y allá con ideas latinoamericanas 'G' acerca de la teoría
nacional-estructuralista sobre desarrollo y dependencia. La repetida práctica de
esa invocación dio como resultado la marginacion de la investigación abocada a
las particularidades locales y a los procesos reales y concretos de cambio social; es
decir, se optó de hecho por arrojar sobre la borda nada más y nada menos que el
paradigma historicista. Lo que equivalía, en más que en menos, a adoptar el para-
digma ahistoricista. La denuncia y crítica de la constelación 'G' dominante en Chile
se realizó, en consecuencia, más sobre la base de contradefiniciones 'G' de las
ideas dominantes, que sobre efectivas propuestas 'P' (basadas en la particularidad
y propensión real al cambio del movimiento popular chileno)-'. En cuanto a la

G. Salazar, "Movimiento teórico sobre desarrollo y dependencia en Chile. 1950-1975", Nueua Historia
1,N°4(1982).

45
actividad propiamente político-contingente, el "marxismo chileno" ha recurrido
ideológicamente a una (u otra) doble invocación: a las teorías 'victoriosas' del Par-
tido y la Revolución (corporizadas en el pensamiento, por ejemplo, de V. Lenin, J.
Stalin o F. Castro), y a las normas 'vigentes' de la Constitución Política del Estado
(de 1925 y 1980, principalmente). Es obvio que, en el plano de la política contin-
gente, el "marxismo chileno" se ha movido invocando universales que estaban y
están en relación recíproca de flagrante antagonismo, mientras, de otro lado, asen-
taba la política popular de proyección y cambio (o de 'revolución', para ciertas
fases) sobre una versión apenas disimulada de 'la política como verticalidad des-
cendente' (ya comentada). De modo que, en el largo plazo histórico, y cualquiera
haya sido su volición de antagonizar el sistema político dominante en el país, el
"marxismo criollo" se ha movido ideológicamente en la política local por los bor-
des mismos de la constelación de ideas 'G', solo que en adscripción dialéctica (o
sea, incongruentemente) y sobre órbitas más bien excéntricas. Un indicador fac-
tual de ello es que este movimiento tardó más de treinta años en iniciar la
investigación histórica de la realidad chilena, y tardara apenas diez en abandonar-
W^. El fracaso -ahora notorio- del marxismo chileno en cuanto a desarrollar y
legitimar, frente a la ciencia oficial, un paradigma epistemológico de tipo históri-
co, da cuenta de la enorme fuerza gravitacional de la constelación 'G', y de las
dificultades ambientales que enfrenta un intelectual que se aventura fuera de las
órbitas reconocidas de la ciencia oficial.
Se llega así a una aparente paradoja: un intelectual medio, en Chile, ha podido
situarse en una actitud de conformismo y defensa del orden establecido, o bien,
inversamente, en una posición de rebeldía y desacato frente a ese orden, y en ambos
casos, servirse, para manifestar su actitud, de un mismo tipo genérico de ciencia y de un
mismo paradigma epistemológico. La lógica 'G' permite el desarrollo de alucinacio-
nes políticas de derecha, de centro y de izquierda, aunque solo es real y eficiente
como factor de reproducción de la constelación esencial a la que orgánicamente
pertenece. Es lo que, también, permite a numerosos intelectuales ir de una alucina-
ción a otra, fluidamente, sin crisis de identidad y sin perder ni su prestigio intelectual

La recepción del marxismo en Chile data, aproximadamente, de comienzos del siglo XX. La
historiografía marxista chilena se inicia, sin embargo, en 1949, con los primeros trabajos de J. C.
Jobet. Doce o quince años más tarde, la investigación histórico-marxista tendía a desaparecer (con
excepción, tal vez, de los esfuerzos de L. Vítale) bajo el peso de las teorías económicas y sociológicas
sobre la dependencia. En 1972, el economista S. Ramos escribió en un célebre ensayo: "En lo funda-
mental... no recurriremos al tradicional y trabajoso estudio histórico que 'explica' el presente... no
nos parece útil -sino definitivamente inútil- la larga y tradicional peregrinación hasta las formas
económicas del Chile colonial para entender lo fundamental del Chile de nuestros días". Cfíiie, ¿una
economía de transidón? (Santiago, 1972), p. 43, texto y nota.

46
ni su posición de hegemonía. Pues, a nivel de las constelaciones 'G', las derechas y
his izquierdas no se oponen a través de abismos de diferencias específicas, sino que
I icnden a homologarse en función de sus identidades genéricas.
El centenario predominio del paradigma ahistórico ha centrado la Ciencia Políti-
ca chilena en las capacidades intelectuales y en los métodos que son congruentes
ion ese paradigma. Se ha sobreimpueslo, por ejemplo, la reflexión filosófica, el razo-
namiento deductivo-tautológico y el analogismo internacionalista; cuando no, el
simple discurso impresionista. ¥A análisis empírico-inductivo se ha reservado para
los brotes secundarios (estudios electorales, especialmente). El concepto en abstrac-
ción y la gráfica cuantitativa (sobre todo porcentualista), en su formulación estática
o sincrónica, ha predominado sobre las representaciones concretas y las dinámicas
cualitativas de mediano y largo plazo. Como resultado, en su ciclaje y reciclaje cien-
lífico, la política chilena ha sido frecuentemente desconcretizada y desocializada.
1,0 que es casi tanto como ser deshistorizada. Es cierto que, a menudo, lo concreto y
lo histórico han sido considerados para producir lo biográfico, lo anecdótico o lo
heroico, pero esto ha sucedido cuando se ha expuesto la vida y obra de los grandes
héroes y caudillos. lian sido éstos los únicos fenómenos políticos que han recibido,
de parte de la ciencia oficial, un tratamiento parecido al histórico. Pero solo en tanto
(jue pro-hombres de la constelación 'G' -en cuyo servicio se han destacado y sacrifi-
cado-, razón por la cual su cotidianidad alcanza el rango de relevancia científica. El
resto de la sociedad, en tanto que chilenos de carne y hueso que no encarnan o no
encarnan en nivel heroico los valores 'G', no han sido tratados historiográficamente;
su cotidianidad biográfica o anecdótica carece de importancia general, y si la tuvie-
ra, sería porque corresponde a la cotidianidad estadística de los chilenos previa y
convenientemente entendidos y conceptualizados como 'masa'. El carácter de masa
ha venido a ser, en la perspectiva 'G', el único modo 'G' de ser para los pobres del
campo y la ciudad (y es bien sabido que, para esa perspectiva, las masas no son ni
actores sociales ni sujetos históricos). Lo que significa que la única vía lógica y co-
rrecta de entrada de las masas a la historia ha sido, según lo anterior, no como sujeto
histórico viviente, sino como concepto o fonema, articuladas o empaquetadas en los
discursos y proyectos políticos de la élite dirigente nacional. Pues biográfica o auto-
biográficamente no valen^l
En resumen, cabe decir que, en Chile, el pensamiento tipo 'G' ha estado reali-
zándose en la historia a través de múltiples afluentes y variantes, imponiendo un

La historiografía marxista chilena no ha examinado el movimiento social popular como tal, sino como
movimiento político. Y no de la base, sino de las ciipulas sindicales o partidarias. Y no con respecto a
sí mismo, sino por referencia constante al Estado. La ideología, el programa partidario, la represión
estatal, la explotación capitalista y el poder del imperialismo han sido sus principales objetos de
análisis histórico.

47
tipo oficial de ciencia. La hegemonía de la ciencia oficial, a su vez, ha hecho abor-
tar o bloqueado el desarrollo de otros tipos válidos de Ciencia Política, lo que ha
afectado especialmente al paradigma histórico y a aquellos que necesitan operar
a través de él. De este modo, se ha impuesto una fórmula científica y una forma de
interpretar el proceso político que puede resumirse del siguiente modo: es permi-
tido el tránsito lógico y político desde 'G' hasta 'P', pero queda prohibido o
restringido el paso inverso desde 'P' con vistas a 'G'. El predominio de esta fórmu-
la ha impedido hacer uso científico y político suficiente del campo intermedio que
se extiende entre los instintos historicistas de la base social y el bastión superordi-
nante de la gobernabilidad. Sustrae sociabilidad e historicismo a las estructuras
'G', de un lado, y de otro, decapita teórica y políticamente las potencialidades 'G'
contenidas en 'P'; con lo cual anula el campo y las vías 'P-G', que son, en verdad,
las áreas por donde suelen desplazarse los procesos históricos.
Lo anterior pone de relieve la necesidad de desarrollar una Ciencia Política
que, primero, considere seriamente el tránsito lógico y político inverso (desde 'P'
hasta 'G'), para, luego, preocuparse del campo y las vías concretas 'P-G'.

e. La realidad en busca del pensamiento: el caso de la ciencia 'reclusa'


Sin duda es un fenómeno notable que, en la historia de Chile, el "bajo pueblo"
(es decir, la clase popular), pese a que ha constituido durante dos siglos la masa
absolutamente mayoritaria (tres cuartos) de la sociedad nacional, jamás haya sido
considerado, ni teórica ni factualmente, como el corpus social central de la Nación,
sino tan solo como una mera parte de ella, como un sector entre otros. Lo normal
ha sido que se lo considere como una particularidad; o peor, como una pléyade de
particularidades. En el extremo, se lo ha tomado como un estrato social atomizado
o pulverizado, nonato; vale decir, como una masa históricamente inerte. Como si
fuera un incómodo satélite social de arrastre^^
En concordancia con tales definiciones, el "bajo pueblo" chileno -se suele afir-
mar- no es un actor nacional con capacidad para moverse sobre los escenarios 'G'. Es

Un ejemplo de ello es el siguiente texto, del siglo XIX: "Escuchad esas vociferaciones, ved esos
rebaños de hombres andrajosos que arroja el fango de los arrabales: es el motín que pasa. Ha
apestado el aire. He aquí 'el pueblo'... ¡el pueblo soberano!... esas frentes estúpidas i embadurna-
das de vino -¿eso es el pueblo?- ¡Vaya pues! Eso es lodo humano... impuro cardumen que aulla i
que degüella". E Fernández, "Variedades", Revista de Santiago 2, N" 3 (1848): 279. Otro ejemplo,
ahora del siglo XX, es el que sigue: "Esta descripción retórica sobre la lucha heroica de las masas,
combatiendo a la dictadura más militarizada de América del Sur con 'neumáticos encendidos,
destrozando semáforos', atacando con 'hondas y miguelitos' y derribando postes de alumbrado
público 'con cinceles y combos', no era más que una palabrería hueca y sin sentido. Nada de eso
(Continúa en la página siguiente)

48
un actor de segunda categoría, que se constituye como tal solo, y tan solo, cuando
deviene 'beneficiado' en la mira de las políticas sociales de Estado, 'soberanía' en
ios ciclos de reposición electoral de las autoridades, o bien 'representación' en la
mente de los intermediarios políticos institucionalizados o en vías de serlo (parla-
mentarios, dirigentes de partido, intelectuales, dirigentes nacionales de base, etc.).
1.a identidad del "bajo pueblo" consiste en habitar y residir, estructuralmente, en su
situación económica, social y cultural particular ('P'). Y allí, por siglos, ha permane-
cido, aherrojado por la prohibición lógica de transitar desde 'P' a 'G', o de postular la
validez de una posible estructura 'P-G'. La ciencia que, eventualmente, hubiera po-
dido trabajar la posición 'P' valiéndose del paradigma histórico y obviando la dicha
prohibición, ha enfrentado una montaña de aspecto irremontable: el cúmulo de prin-
cipios de identidad estructural (el principio aristotélico de identidad, invocado
incesantemente desde la lógica 'G', incrementa su adscripción a lo estático y lo sin-
crónico, por su asociación a un sistema político nacional que necesita asegurar
frecuentemente su perpetuación), y la misma institucionalidad en que aquellos prin-
cipios se encarnan-"'. El difícil remonte de tales montañas no solo profundiza la
permanencia del "bajo pueblo" en sus vallecitos 'P', sino que, además, la hace polí-
ticamente más estéril. Esa esterilidad puede apreciarse también en el hecho de que
la apabullante realidad económica y social en la que, por siglos, se ha debatido ese
"bajo pueblo" en Chile, no ha sido nunca consecuentemente asumida como un pro-
blema estratégico del sistema político nacional, sino, con mucha frecuencia, solo
como un problema del mismo "bajo pueblo". Durante un primer siglo (1830-1925), la
"cuestión social" no fue definida como un problema en sí, sino como un epifenóme-
no resultante de la no aplicación integral del librecambismo; o bien, como
consecuencia de la inmoralidad y desidia del mismo pueblo^''. De consiguiente.

pi)día afectar al régimen... Las protestas, que habían sido posibles debido a una pérdida del miedo
al Estado... era sustituido por el miedo a la sociedad; por el miedo a las propias tendencias
autodestructivas de la sociedad civil... ese miedo no sólo alcanzaba a las clases altas y medias..."
En-. Arriagada, "Negociación política...", pp. 22-3.
La descalificación -cuando no exoneración- ha sido usual en el trato dado por los personeros del
establishment liberal a los intelectuales que asumen con alguna organicidad el paradigma histórico-
popular (véase nota anterior). Sobre el paradigma histórico mismo, véase C. Cardoso & H. Pérez, Los
métodos de la historia, 6" ed. (Barcelona, 1986), capítulos VII y IX; también K. Kosik, Dialéctica de lo
concreto (México, 1963), passim.
La creencia de que la miseria popular era consustantiva con la inmoralidad popular llevó, en el siglo XIX
chileno, a desarrollar la "educación popular" (alfabetización y cristianización) como única política para
erradicar esa inmoralidad tanto como esa miseria. El enjuiciamiento moral de la miseria se puede hallar
fácilmente en los discursos de tribunos tales como M. Montt, Z. Rodríguez, E. Mac Iver, R. Espinoza y A.
Ross, entre otros. Véase G. Salazar, "Los dilemas de la autoeducación popular en Chile: ¿integración o
autonomía relativa?", Proposiciones 15 (1987).

49
durante el medio siglo posterior (1925-90) fue natural no haber intentado nunca,
directamente, erigir un Estado Económico-Social -pese a que las masas lo demanda-
ron más de una vez-, sino tan solo promulgar un heterogéneo, costoso e ineficaz
paquete de políticas sociales. Es decir, no un Estado fundado y reproducido sobre las
realidades 'P', sino un conjunto de políticas 'G' destinadas a resolver el problema
sectorial 'P', con lo cual no se ha favorecido el desarrollo histórico de una Democra-
cia Social de Bases, sino más bien reforzado los circuitos específicamente políticos
que reproducen la Democracia Liberal Neo-Portaliana, y reciclan la clase política
civil y militar conforme ese tipo de Estado. Lo social se ha mantenido cuidadosa-
mente separado de lo político, lo político unido a lo nacional (y lo general), el cambio
subordinado a lo permanente, lo concreto diluido en lo abstracto y, no lo menos, los
dirigentes elevados sobre las masas. Y así, la Ciencia Política oficial se ha divorciado
del paradigma epistemológico de tipo histórico y no ha tomado en serio -es decir, no
ha tomado el atajo epistemológico pertinente- el movimiento popular 'P', limitán-
dose a realizar estudios a distancia (cuantitativos o geográficos), que han satisfecho
una conciencia científica general y otra moral tradicional, e ilustrado un discurso
político de naturaleza 'G'. Los intereses del "bajo pueblo", con todo ello, no han
logrado alcanzar el rango de 'intereses generales de la Nación'.
Ese rango, sin embargo, lo han alcanzado regularmente -y sin mediación de
ninguna dramática lucha historicista- los llamados "recursos económicos de la
Nación". Para nadie es un misterio que, en la historia de Chile, esos recursos han
sido siempre, de algún modo, "privados"; o sea, pertenecientes a algunos parti-
culares. No obstante ese carácter, hacia 1837, por ejemplo, los intereses privados
de los exportadores de trigo y cobre fueron considerados, suficientemente, como
intereses nacionales, al extremo de involucrar al conjunto del país (y a los rotos
del "bajo pueblo", en particular) en una guerra exterior En 1879, los intereses
de las compañías salitreras fueron asumidos, también, como intereses naciona-
les, al grado suficiente como para involucrar al conjunto del país (y a los rotos
del "bajo pueblo", en particular) en otra cruenta guerra exterior Y en el siglo
XX, los recursos de la Nación y/o los del Estado han sido repetidamente reserva-
dos para el financiamiento de los planes nacionales y generales de desarrollo
global, o bien sociaimente congelados a efectos de lograr o mantener el indis-
pensable "equilibrio macroeconómico", postergándose la solución a los problemas
de la clase popular y haciendo pagar a ésa un elevado "costo social" (siempre
incalculable). Guste o no, el balance histórico neto a este respecto es contunden-
te: los "recursos" son prioritariamente obligaciones políticas 'G'; las
"necesidades" de la mayoría social, solo una pasiva y secundaria realidad '?'.
Cuando algunos han intentado perpetrar una valoración política inversa, han
pagado ellos y han hecho pagar a sus seguidores un altísimo precio, cuando no se

50
Iiiin arrepentido a tiempo conveniente. Ninguna argumentación lógico-estructu-
liil, ni justificación tecnocrático-sincrónica, puede ni podrá refutar nunca este
hecho histórico fundamental, que se revuelve soterrado en el subsuelo de la so-
ciedad chilena.
Aislado en la miríada de particularidades 'P', fragmentado de hecho y de concepto,
V prohibido el tránsito lógico de 'P' a 'G', el 'bajo pueblo" ha tendido, pese a todo, a
ri'accionar y moverse por instinto propio. En flagrante contradicción con la lógica 'G'
(|iie niega la existencia o prominencia del movimiento popular alegando su atomiza-
ción-los millones de corpúsculos populares han realizado, en su aparente dispersión,
una serie de sorprendentes movimientos históricos. Reventones de historicidad, que
han jalonado -pese a ios anatemas teóricos en su contra- la historia social y subpolíti-
ca de Chile desde fines del siglo XVm hasta, cuando menos, fines del siglo XX^'. Surgidos
(le instintos pre-, sub-, o quizá transpolíticos de rebelión (que a veces han tenido mu-
cho de desesperación), esos movimientos rara vez han respetado la institucionalidad
vigente. Por eso han desencadenado, en cada oportunidad, el contramovimiento repre-
sivo del Estado (portahano, en todas sus versiones), al punto de obligarlo a violar las
definiciones 'G' relativas a las "garantías constitucionales" y a los "derechos huma-
nos", como única táctica capaz de devolver la 'fiera historicista' (popular) a su jaula en
'I". Los hechos muestran que la táctica anti-'G' implementada desde la misma conste-
lación 'G' ha sido eficiente: normalmente, el movimiento popular chileno ha sido barrido
(le "las grandes alamedas" donde pudo haberse transformado en una constelación
social dominante, y permanece, aún, aherrojado en su situación estructural de siem-
pre. Allí, por largos períodos, ha languidecido, debilitado por su crisis económico-social
y su subordinación política. Allí ha rezumado y acumulado esos típicos cerrillos folkló-
ricos llamados de conjunto "cultura popular" (o estática de la pobreza), ornamento
lateral de la gran vía del 'desarrollo general', y testimonio auténtico de que la socie-
dad nacional marcha en orden y progreso. Pero, también allí, el "bajo pueblo" ha
acumulado frustración sobre frustración, hambre de humanización, rabia historicista,
y necesidad de contar con una ciencia social propia. Ha sido allí donde ha crecido la
compulsión y la práctica autoeducativa, y el tanteo que palpa a ciegas las categorías
básicas de una ciencia 'de salida'-l

Existe abundante literatura histórica al respecto: M. Góngora, "Vagabundaje y sociedad fronteriza


en Ciiiie. Siglos XVII a XIX" (Santiago, 1966). Véase también trabajos citados de Loveman, Kaempffer,
Angelí, y de K Espinoza, Para una historia de los pobres de la ciudad (Santiago, 1988). Son importantes
también los estudios de A. Illanes, J. Pinto y A. Daitsman sobre la lucha desarrollada por el peonaje
minero, los culies chinos y los bandidos rurales, en Proposiciones 19 ("Chile, Historia y 'Bajo Pue-
blo'").
Sobre educación popular, Salazar, "Los dilemas de la autoeducación..."; sobre cultura popular, K. Aman,
ed., The Popular Culture in Chile (Montdair State College, N.J., 1990).

51
EI movimiento popular necesita una ciencia que ilumine la celdilla estructu-
ral, la ruptura del encierro y el camino hacia las "grandes alamedas". Que ordene
lógica y eficientemente la rabia popular. Que planifique la longitudinal de los
instintos. Que se centre, de un lado, en la valorización categorial y metodológica
de las particularidades (o diversidades o fragmentaciones); y de otro, en la valori-
zación de las rupturas, proyecciones y procesos. Una ciencia de la dinámica social
de humanización, no solo de las normas de funcionamiento de un sistema estable-
cido de equilibrio social. Es decir, que trabaje sobre el sendero prohibido que,
centrado en 'P', lleva hasta 'P-G'.
¿Existe actualmente alguna ciencia que, de modo aproximativo, esté en condi-
ciones de responder a ese movimiento en que una realidad busca su pensamiento?
Aparentemente, hay una mejor que otras: la Historia. Esta ciencia -a la que
muchos 'generalistas' solo han considerado como un arte menor- ha sido y es, por
antonomasia, la ciencia de lo particular y del cambio. Es decir, la que estudia los
procesos y dinámicas reales que comúnmente sobrepasan y desarticulan los prin-
cipios (y construcciones) estáticos y tautológicos de identidad, y los sistemas
generales de dominación que reposan sobre ellos. En su sentido más auténtico, la
Historia es la ciencia de los movimientos 'P', y de sus efectos destructivos o cons-
tructivos sobre las estructuras 'G'. No es ni puede ser una ciencia centrada en la
descripción del modo de funcionamiento de un dado sistema 'G', a menos que esa
descripción constituya el apéndice de un estudio de cómo ese sistema fue cons-
truido a través de un específico y concreto movimiento 'P' (todos los sistemas 'G'
no son sino construcciones históricas originadas en movimientos 'P' que han sido
triunfantes). No es la ciencia del ser en su instantánea identidad 'es', sino en el
contradictorio movimiento de su identidad 'siendo'; en la longitud cambiante de
su existir temporaP'.
Con todo, siendo ésa su vocación central, a menudo la Historia ha sido despla-
zada a un rol secundario de disciplina auxiliar (y a menudo servil) dentro del sistema
de ciencias oficiales. Que los historiadores describan el funcionamiento sincróni-
co del Estado portaliano de 1833 o el de 1925. Que exalten los valores que lo
fundamentan (esto es, la parusía de las ideas 'G' en las batallas electorales, deba-
tes parlamentarios, leyes progresistas, obras realizadas, etc.) y condenen los
antivalores que lo desquician (la historicidad de las masas). Que hagan una pre-
sentación hagiográfica y epopéyica de los héroes de la Patria y del Estado, para
que las nuevas generaciones crezcan en conciencia y responsabilidad cívicas. Que
muestren cómo se han conquistado y acumulado (no gastado) los "recursos de la

A. Schaff, Historia y Verdad, 2' ed. (Barcelona, 1974), primera parte; y Ch. Tilly, As Sociology Meets
History (Orlando, FI., 1981), ch. 1.

52
Niición". Que, en fin, se aboquen a investigar el pasado como pasado, o que, alterna-
(¡Vilmente, acopien "antecedentes" para iluminar la coyuntura política presente*.
Construida de ese modo su celdilla estructural 'P', la Historia de Chile ha vegeta-
do más cerca de los monumentos nacionales (los grandes historiadores ya lo son)
(|ue de los desgarros internos de la Nación, o dentro de los "potreros y conventillos
V de la muerte" donde se ha revuelto inquieta la 'fiera histórica' de Chile. De este
modo, la Historia Nacional se ha desarrollado espuriamente, en relación defectiva
respecto de su paradigma epistemológico, concluyendo por desertar a la trinchera
de su paradigma antagónico, en cuya periferia -y con razón- ha girado en círculos
esiructurales, oficiales, ahistóricos.
Kstando la Historia acampada en órbitas ajenas, el movimiento popular no ha
contado, pese a constituir un movimiento 'P' en grado superlativo, con otra ciencia
(|ue sus propios instintos históricos; apenas su propia experiencia contingente,
local y concreta; su compulsiva búsqueda de educación, pensamiento, teoría; la
íriistración acumulada que ha resultado de la imposibilidad de formalizar políti-
camente (en apropiado lenguaje 'P-G') sus repetidos reventones historicistas, o de
imponer al sistema dominante su perspectiva procesal de la realidad, o de politi-
zar adecuadamente su afán de humanización. El acervo ideológico apretujado
dentro de 'P' es apenas una pitanza, sin duda, si se lo compara con las majestuosas
construcciones lógicas 'G' o con las publicaciones de la ciencia oficial. Pero es, en
el sentido más concreto de la expresión, una 'ciencia reclusa'; un gran trozo de
realidad viva en busca de un pensamiento propio.

/. De los caminos del "bajo pueblo" en Chile: la inconclusa historia de las


"agitaciones sociales"
La tendencia del "bajo pueblo" a romper el cerco y forzar una salida humani-
zadora no ha sido ni es computable como uno o varios episodios de tipo coyuntural.
Sería un error procesarla como una reacción "dependiente" ante el aumento del
nivel de precios, o como eco mecánico de las insinuaciones o provocaciones opor-
tunistas de caudillos, partidos o agitadores profesionales ("hordas comunistas").
Las "salidas" de la clase popular chilena han tenido, desde el siglo XVIH, la mis-
ma recurrencia tectónica que las "insurrecciones y malocas" mapuches frente a la
dominación hispánica. Como la épica "Guerra de Arauco" para la sociedad colo-
nial, así también las salidas populares de su encierro estructural en 'P' se han

Esta visión ha sido compartida por igual por los grandes liistoriadores que estudiaron la ruptura de la
'unidad nacional' (o la fase crepuscular del arquetipo estatal portaliano) y los grandes teóricos del
desarrollo, de la dependencia y de los macroequilibrios neoliberales. La actitud de S. Ramos ante la
Historia (citada más arriba) no ha sido un caso aislado.

53
configurado -solo que no épicamente- como un problema estratégico para la so-
ciedad global; y si no como un interlocutor gubernamental, de rango 'G' -los
mapuches tampoco lo fueron-, al menos como un interlocutor hoy por hoy insosla-
yable en los hechos concretos de la historia. Quiérase o no, esa tendencia ha
terminado por constituir el subsuelo volcánico del paisaje político nacional.
Baste un rápido recuento para fijar la imagen.
Durante el largo período que se extendió entre 1750 y 1900, las acciones
perpetradas por el "vagabundaje" criollo pusieron en jaque la seguridad del
sistema social y propietarial de la sociedad en su conjunto, rebasando la ca-
pacidad protectora del aparato policial de entonces. En lo esencial, ese
movimiento no fue otra cosa que la repulsa y desacatos de la juventud popu-
lar a las identidades estructurales (servidumbre doméstica o trabajo forzado
con salario nominal) que el sistema mercantil cernía sobre sus cabezas, y la
búsqueda paralela de una identidad humanizante, que debía ser labrada por
mano propia en otros espacios". Si esa "agitación social" ya era mucho, lo
fue más aún con el ubicuo desarrollo del "bandidaje popular", brazo armado
espontáneo y fragmentado que no solo acompañó por doquier al joven vaga-
bundo, sino también a los desórdenes políticos provocados por las élites de
oposición y por las primeras huelgas de artesanos y obreros^^ Pese a su enor-
me compulsividad, este movimiento tendió a extinguirse tras la seguidilla de
masacres del período 1903-7".
Entre 1850 y 1930, el movimiento popular de tipo productivista (sobre todo
su rama manufacturera) desencadenó, por su parte, otros oleajes de "agitación
social". Atrincherados en su amenazada actividad productiva independiente, los
gremios "industriales" (populares) de ese período desafiaron a los monopolios
mercantiles y a la legalidad portaliana que los amparaba. En el interior de sus
celdillas 'P' (todavía con retazos de independencia), esos gremios cultivaron gér-
menes de democracia local, de bases; de periodismo popular; de política social
mancomunada; de literatura y teatro populares; etc. Es decir, desarrollaron los
fundamentos particulares de una ciencia y de una política popular autónomas.
Montados ya sobre tales fundamentos, promovieron las impactantes "marchas
del hambre" de los años 1919 y 1920 -arrastrando hacia ellas tanto al proletaria-
do industrial como a los grupos medios-, y la Asamblea Popular Constituyente

ji
Véase trabajos citados de M. Góngora, A. Illanes y J. Pinto. También, G. Salazar, "La rebelión históri-
ca del peonaje. Siglo XIX", Tomo II de Labradores... (en preparación).
Ibidem. También Daitsman, loe. cit. Hay varias tesis de licenciatura en preparación sobre este tema.
Sobre esta seguidilla de masacres, véase Kaempffer,/líísucedió; 1850-1925...; y Devés, Los que van a morir...

54
lie l')25'''. Este movimiento, de clara connotación sociocrática, comenzó, sin em-
liiuno, a extinguirse tras la doble contraofensiva de la clase política nacional;
|H iinero, la de su contingente civil (conducción: A. Alessandri; producto: la Cons-
liiiición Política del Estado, de 1925), y poco después, de su contingente militar
(londucción: C. Ibáñez; producto: el Código del Trabajo, de 1931). Naturalmente,
Ills masacres de la fase 1903-7, así como la represión a los "subversivos y anar-
(|MÍsias' del ciclo 1918-31, aportaron también su grano de arena a esa extinción.
l'>ntre 1932 y 1973, las "agitaciones sociales" asumieron, predominantemente,
iMuí forma "reivindicativa". Es decir, de petición por conducto regular a los directo-
li's de la Empresa y del Estado, con respeto a la Constitución y al Código del Trabajo;
V de integración, con responsabilidad cívica, al sistema democrático instaurado en
1925. Era, sin duda, el tipo de comportamiento esperado por los legisladores que se
inspiraban en la constelación de ideas 'G'. Y fue lo que ocurrió en los hechos. Solo
(|iic, en los hechos también, se detectaron variantes inesperadas. Pues, esperándose
(|iie los movimientos social-populares salieran ordenadamente de 'P' para depositar
y diluir sus peticiones en los aparatos 'G' destinados a ello, lo que en definitiva
sucedió fue que los movimientos populares comenzaron, o bien a desordenarse en la
misma 'salida', o bien a marchar ordenadamente para intentar tomarse los aparatos
'("•'. Eso, sin duda, no era lo esperado. Eso violaba en dos puntos nodales -la 'salida'
y la 'disolución de la salida'- la lógica que prohibía transformar 'P' en 'G'. El "nacio-
nal-populismo" inaugurado en 1925 -que utilizó el voto popular para avalar un
(lesarrollismo estructuralista-, democratizó las prácticas parlamentarias y dio rango
estatal a las políticas sociales (antes eran solo accesos caritativos de inspiración
i'clesial), pero no logró paralizar o congelar la tendencia historicista del movimiento
popular a cavar contra viento y llovizna su proyecto secular de tránsito libre desde 'P'
hasta 'G'. Las políticas sociales del Estado de 1925 dieron un paso importante al
construir, en el centro de los viejos 'potreros de la muerte", un conjunto de moderni-
zaciones mínimas para la pobreza, pero no lograron erradicar la sensación de
apestamiento que el "bajo pueblo" tenía encerrado en 'P', ni su repulsa al encierro.
Porque 'P' continuó siendo, en lo fundamental, el 'P' de siempre. De modo que las
salidas populares continuaron su tarea volcánica con más eruptividad que siempre,
ayudadas por la retórica democrática y liberal que rodeó las 'modernizaciones míni-
mas'. Solo el Golpe Militar de 1973 y la represión que lo siguió, lograron devolver -a

Las "marchas del hambre" han sido estudiadas por R. González y A. Daire en "Los paros nacionales
en Chile. 1919-73", Documentos de Trabajo 1 (Santiago: Cedal, 1984); y por C. Pizarro, La huelga obrera
en Chile (Santiago, 1986). Sobre la Asamblea Nacional constituyente por Gabriel Salazar: "Movimien-
to Social y Construcción de Estado: la Asamblea constituyente Popular de 1925". Documento de
trabajo Sur Profesionales, 133 (1992); también en Página Abierta 50 y 51 (1991). Nota del Editor.

55
gran costo- el movimiento popular a sus estaciones estructurales.'^ Al menos, por
una década.
Este rápido recuento permite fijar algunas constataciones de interés: (a) la
compulsiva tendencia popular a transformar su identidad estructural 'P' (expresa-
da en sus incontables "agitaciones sociales"), ha sido tan general y estratégica como
la tendencia sistémica a velar y preservar la inalterabilidad de su identidad y
hegemonía; (b) el problema estratégico nacional que esa polarización ha determi-
nado, es definible y operacionalizable, por lo tanto, por sus dos entradas o polos, y
no tan solo por una (como se ha practicado de hecho en las esferas políticas); y (e)
que, por último, la propuesta actual de que una nueva modernización de la conste-
lación 'G' en Chile (en el sentido de su actualización internacionalista) es suficiente
para resolver el 'problema estratégico nacional', simplemente reitera la tradición
política premoderna del país, puesto que ignora la segunda clave que da acceso a
la tensión real del problema. Y esto constituiría un error de consecuencias ya ex-
perimentadas (a alto costo).
La tendencia histórico-estructural del "bajo pueblo" a transformar su identi-
dad 'P' revela también otra cosa: su aptitud para sentir y resentir, en carne propia,
el problema estratégico en el que se debate. Tal vez no ha operado nunca con con-
cepto formado respecto de ese problema, pero sí ha tenido sentimientos. Y de ese
fondo de sentimientos han brotado, a través de sus "agitaciones sociales", actitu-
des y acciones de proyección estratégica. Tales actitudes y acciones no se han
traducido en programas y peticiones intelectual y jurídicamente ajustados a un
nivel profesional, ni se han tramitado como un formal proyecto de ley, puesto que
se han expresado, mayoritariamente, solo en actitudes de protesta y en acciones
directas*. El "bajo pueblo" se expresa políticamente más y mejor en los hechos
históricos que en el funcionamiento institucional, de modo que su estrategia no es
fácilmente rastreable en los circuitos 'G' (donde no se la hallará como tal), sino en
la dirección general de sus movimientos 'P'. La tendencia del movimiento popular
a mantenerse en el terreno historicista, sin proyectarse de lleno al terreno institu-
cionalista, ¿es responsabilidad del mismo "bajo pueblo"? ¿Efecto de su 'incapacidad
innata' para articular un discurso teórico que formalice y torne nacionalmente
inteligibles sus sentimientos, actitudes y acciones estratégicas? ¿O, también, ha
sido responsabilidad de los intelectuales y políticos que, por las razones que fue-
ren, no han explorado seriamente la entrada 'P' al problema estratégico nacional,

Sobre el costo pagado, Ahumada et al., Chile. Memoria...; y sobre la política de enjaulamiento, A.
Cavallo et al, La historia secreta del régimen militar (Santiago, 1989).
Una visión más directa del problema en ECO, Informe del Taller de Análisis de Movimietttos Sociales,
números 1 a 5 (1988 a 1990).

56
ni asumido la tarea solidaria de formalizar las actitudes y acciones estratégicas
(|iie, incesantemente, asumen las masas populares? ¿Qué rol ha jugado en todo
csio el carácter recluso de la 'ciencia popular'?
Las repetidas oleadas de "agitación social" arrojadas por el "bajo pueblo" des-
de su encierro estructural se han disuelto, aproximadamente, frente a una misma
hnea de rompiente: aquella marcada por los momentos en que las actitudes y ac-
ciones perpetradas por las masas comienzan a buscar, con urgencia, el pensamiento,
i'l discurso formal, la teoría que sean capaces de viabilizar políticamente su pro-
yecto historicista. Ha sido sobre esa línea donde ha penado, por ausencia, la ciencia
reclusa; y por omnipresencia, el hechizo ideológico oficial que mantiene maniata-
do al paradigma histórico. Ha sido sobre esa misma línea donde, habitualmente, se
lian posado los críticos de inspiración 'G' para negar la existencia del movimiento
popular, o para restarle categoría protagónica. Y ha sido también contra ella que
han sido exonerados o ajusticiados los intelectuales "pipiólos", "liberales rojos",
"mancomunalistas", "anarquistas", "revolucionarios", etc., cuando no los simples
"hasistas", provocando con su caída el eclipse del "periodismo obrero", el desfon-
ihimiento del "teatro popular", el olvido de la "democracia mutualista", la
folklorización de la "cultura popular" y, no lo menos, el sepultamiento de la fuerza
vital de la lógica que transita desde 'P', confiadamente, hasta 'G'. Finalmente, so-
hre esa misma línea de arenas movedizas ha levantado su edificio la modernidad
intemacionalista.
¿Es posible, hoy, resucitar esa fuerza vital y formalizar de una vez por todas la
higica del tránsito prohibido?
De ser posible -todo es posible en historia-, sería, en todo caso, una tarea difí-
cil. Las dificultades son muchas. Se enumeran algunas de ellas:

(1) La lógica histórica se mueve en transversal respecto de la lógica convencio-


nal dominante, que está basada en los principios (estatizantes) de identidad. La
ciencia oficial razona, en todo lo esencial, con tiempo detenido, o concentrada en
los cortos plazos. Por el contrario, el "bajo pueblo" no puede discutir su destino
sino con el tiempo en movimiento, y concentrado en los cortos tanto como en los
largos plazos. De imponer su lógica, el "bajo pueblo" tendría que asumir la tarea
(le reeducar a la sociedad (y a su clase política), para hacerla pensar a su compás,
históricamente.
(2) De lo anterior se deriva otra dificultad lógico-práctica: el "bajo pueblo"
necesita rectificar la definición de los universales fundamentales. La idea de 'to-
(alidad', por ejemplo, no podría continuar reducida al 'conjunto de la
iiistitucionalidad vigente', o a la noción vaga de 'modernidad', o a la ficción 'siste-
ma autónomo de relaciones sociales'. Para el "bajo pueblo", la totalidad no es sino

57
un proceso social de realizaciones concretas, desenvuelto en el tiempo (no sobre
él), de sustanciación factual de un específico proyecto histórico-social. Frente a los
sistemas autónomos, de evidente conjugación abstracta, opone sus redes locales
de relaciones vivas, a menudo solidarias, de autodesarrollo. Frente al concepto de
'totalidad autosuficiente', que confunde la participación de las bases con la ano-
nadación de su protagonismo efectivo, el 'bajo pueblo" opone sus 'paquetes
protagónicos' en expansión, que redondean hacia afuera (no hacia adentro) los
límites móviles de las totalidades concretas. Todo lo cual sugiere que el "bajo pue-
blo", para moverse eficazmente en la línea de su proyecto histórico, tiende a
refundar la sociedad nacional sobre una relación distinta entre 'G' y 'P': no la
relación polarizada con hegemonía en 'G', sino el corpus dinámico 'P-G', que de-
manda fuertemente una definición social e historicista de la 'totalidad'.
(3) Del mismo modo, el "bajo pueblo" necesita centrar la ciencia, la teoría y la
política, no sobre sujetos abstractos (como el sujeto cognoscente de tipo cartesia-
no, con mente en blanco y conciencia pura, que rige la gnoseología oficial), ni
sobre ciudadanos 'modernos', cibernetizados (con protagonismo político progra-
mado para que deposite votos y emita opiniones de encuesta), sino sobre 'sujetos
humanos vivos'. Es decir, sobre chilenos de carne y hueso que, en respeto a su
propia humanidad, repelan la identidad "hombre-masa" (que muchos confunden
con "hombre moderno"), y quieran legitimar y protagonizar sus potencialidades
concretas, materiales y espirituales, por más complejas, cualitativas y contradicto-
rias (o premodernas) que ellas puedan aparecer. El "bajo pueblo", compulsivamente
orientado a caminar por senderos de humanización -que desarrollen al 'hombre
integral'-, es refractario a toda definición o/y práctica de homunculización o ra-
quitización de los sujetos, cualquiera sea la razón de Estado dada para ello: sea
por necesidad estructural de fragmentación funcional, o por simple sincroniza-
ción teorética. Sin 'sujetos integrales', no podrá haber nunca 'democracias
integrales'. La imposición de una definición concreta e integralista del sujeto cog-
noscente, social y político, por sobre la pléyade de definiciones fragmentarias, es
una tarea popular de enorme trascendencia, y de una también enorme dificultad
práctica.
(4) La 'ciencia popular' no trabaja en situaciones artificiales de laboratorio, o
en planos enrarecidos de alta abstracción, sino en la propia carne popular y en el
interior de un apretado proceso social a toda marcha. Se mueve en pleno tráfico de
las vías (prohibidas) que confluyen a las "grandes alamedas". Es ciencia en movi-
miento, del movimiento y para el movimiento. Para ella no rige, por lo tanto, el
imperativo categórico de detenerse en seco para buscar "verdades objetivas" (esto
es, intemporales). Sus científicos no tienen que hacerse asépticos y descontami-
narse de toda partícula historicista por medio de arrellanarse en los sillones
(diilemplativos de la observación pura para satisfacer los complicados requeri-
mientos (o justificaciones) formales de la razón en estado de reposo histórico. La
'ciencia popular' debe hacer ciencia en el centro mismo de la contaminación. No
llene que producir verdades descontaminadas desde su nacimiento, sino facilitar
los procesos reales de descontaminación estructuralista, cuyo bloqueamiento ha ge-
nerado y evidenciado -hasta la dolorosa náusea existencial, la demostración
científica suprema para el "bajo pueblo"- la repelida contaminación concreta de
his celdillas 'P'. La 'ciencia popular' tiene que trabajar, pues, para producir 'verda-
des de realización y movimiento'. O sea, verdades de historicidad. Verdades
((instruidas a partir de la vitalización científica de la hasta ahora apozada "cultu-
ra popular".
(5) Todo lo anterior significa que la eventual 'ciencia popular', para desarro-
llarse, tiene que traficar a espaldas de la 'ciencia oficial'. Y esto es riesgoso, no
porque eso equivalga a caminar por oteros no científicos, sino porque es lo mismo
(|ue caminar por senderos sin mucha tradición en Chile, sin un profundo holla-
iniento previo y, sobre todo, sin reconocimiento oficial. Equivale a merodear en
I orno al encenagado paradigma historicista, donde de nada sirve invocar la simili-
liid con la Historia oficial porque ésta -como se vio- está ocupada en pulir, a plena
luz del día, la res gestae de la Nación. De consiguiente, quien intente cultivar siste-
máticamente las intuiciones acumuladas de la ciencia reclusa se sitúa, si no en
.iieas no-científicas, cuando menos en estratos donde el prestigio intelectual no
llega sino por excepción. Y del desprestigio a la ilegitimización oficial hay solo un
paso.
(6) Por último, y no es lo menos, practicar la lógica prohibida es tanto como
impulsar las funciones históricas (de 'P') contra las funciones estructurales (de
'Ci'). O sea, presionar o atentar contra las leyes y valores positivos que sostienen el
eiiuilibrio institucional de la Nación. No se puede negar que gran parte de la histo-
ria que el "bajo pueblo" chileno ha tejido, teje y proyecta, se mueve sobre el filo
(le la legalidad vigente, y a menudo contra ella. Es imposible ir de 'P' a 'G' sin
estropear el ámbito 'G' en varios frentes; o mejor dicho, sin desmontar de algún
modo las bases de su hegemonía y los carteles de sus prohibiciones. Por ello, la
eventual 'ciencia popular' estará siempre bajo sospecha oficial. Y esto es, sin lugar
a dudas, una complicada dificultad 'política'.

Las dificultades han sido y son, pues, muchas. Sin embargo, ninguna de ellas ha
sido o es suficientemente lapidaria como para matar la historicidad que late, como
su propia sangre, en el movimiento popular. Ni para exorcizar el fantasma de la
ciencia popular en ella reclusa. Aquella historicidad y esta ciencia reclusa -el alma
dual del movimiento popular chileno- se sostienen en una suerte de inmortalidad.

59
que será tan perpetua como el sistema de dominación que le da vida. Y esto no es
poco decir: equivale a que el movimiento popular monopolice, por largo tiempo, la
historicidad estratégica de la Nación. Lo que no es un capital despreciable, para
empezar una empresa de largo plazo.
Es eso, a final de cuentas: el temor a la irreductibilidad histórica del "bajo
pueblo", lo que ha regido y sigue rigiendo la nerviosa vigilancia armada de las
capas dirigentes sobre su monopolizado sistema 'G'. Es ese miedo, más que otros.
Pues no es lo mismo monopolizar las estructuras y sistemas, que monopolizar la
historia. La ciencia oficial puede remendar fácilmente las brechas lógicas y aun
políticas que eventualmente se detecten dentro de los sistemas de dominación (la
identidad estática y la tautología se corrigen por ajustes en su coherencia inte-
rior), pero no pueden hacer mucho frente a las erupciones históricas que revientan
de repente desde el bajo fondo externo (social) de los sistemas. Es el miedo a la
historia, que, por mucho tiempo, ha estado retroalimentando las actitudes y accio-
nes estratégicas de tipo ahistórico en Chile. Dentro de las cuales, la violencia
represiva, más allá de todo valor y toda ley 'G', es la más digna de mención, no solo
porque involucra actitudes y acciones sistémicamente contradictorias (anti-'G'),
sino porque ha dado lugar a un fenómeno histórico-político interesante: el retorno
desde las fases de violencia represiva ('G' contra sus 'principios'), a una fase de
restauración de los 'principios de siempre'. Normalmente, este retorno ha estado
acompañado de jubilosos abrazos de reconciliación nacional, fraternales elegías a
los muertos que quedaron en el desvío, refrendación pública de las 'tradiciones
nacionales' (ideas portalianas 'G', no otras) y sonriente reposición de los carteles
que prohiben transitar de los (modernizados) callejones a las "grandes alamedas".
Las excentricidades del sistema (de alto costo social), se compensan con su re-
centralización nacionalista (de alto significado valorico en clave 'G'). Son los sístoles
y diastoles que logran hacer olvidar el miedo 'oficial' a la historia.

g. El opio del "bajo pueblo", o las suplantaciones de la 'ciencia popidar'


Al mantenerse el estado de reclusión de la ciencia popular, se han creado
condiciones para que proliferen, en torno al "bajo pueblo", prácticas ideológi-
cas de dudosa calidad científica y de alto costo social en su implementación. El
que casi todas ellas hayan entrado en escena henchidas de buena voluntad y
mística, animando procesos sentimentalmente respetables, no aminora el hecho
subyacente de que, desde un punto de vista técnico, han sido sofisticadas impro-
visaciones, a menudo irresponsables. Con el paso del tiempo, algunas de ellas
han llegado a encarnarse profundamente en los montículos estáticos de la "cul-
tura popular", como rescoldos que se resisten a desaparecer. Con todo, desde la
perspectiva del paradigma histórico, no aparentan ser otra cosa que perversos

60
íiiicedáneos o frustrantes suplantaciones de una ciencia popular que debería ser
V que no es. O que es solo una ciencia reclusa.
lisas suplantaciones han sido, en Chile, de dos tipos: las que simplemente han
ri'producido el 'profetismo popular', y las que han reproducido las formas 'G' de
liiicer ciencia y política (nacional-populismo). Las primeras, en lo esencial, se han
liinilado a justificar y activar ideológicamente los 'reventones historicistas' y las
'salidas desordenadas' del "bajo pueblo", recubriendo el instinto popular con un
rápido (aunque vibrante) discurso teórico, compuesto, más a menudo que no, de
ilustraciones historiográficas, versículos de ortodoxia clásica, consignes revolucio-
narias y arengas axiológico-voluntaristas. Las segundas han operado, más bien, en
el sentido de contribuir a la constitución y reproducción de una clase política de
i/(|uierda que, de un lado, pueda conducir al "bajo pueblo" al copamiento popular
del Estado Nacional; y de otro, pueda resolver todos los problemas populares des-
di' el interior de los aparatos 'G' de Estado (convenientemente reformados);
proyección y trayecto que se lubrica con un discurso técnicamente economicista,
doctrinariamente político, precedido de una dosis mayor o menor de antecedentes
históricos. En general, se puede observar que ambas suplantaciones operan sobre
|)rocesos sociales y políticos de antigua data en Chile, sin apartarse demasiado de
la dirección normal que aquéllos han tenido, lo que desnuda la verdadera natura-
leza de esas suplantaciones: se trata de aditamentos ideológicos que funcionan
como elementos de "agitación y propaganda", no como prácticas científicas abo-
cadas a trabajar los problemas estratégicos de la sociedad chilena.
El profetismo popular, por ejemplo, ha sido un activo creador de mitos propa-
gandísticos. Se pueden citar algunos: el de la "vuelta de tortilla" (la Revolución, la
Huelga Insurreccional, la Toma del Poder, la Dictadura del Proletariado); el del
advenimiento de la "prosperidad para todos" (fantasías religiosas de campesinos
y mineros en el siglo XIX, demagogia electoral en el XX); el de los "caudillos-
gallos de pelea" (J. Balmaceda, L. E. Recabarren, P. Aguirre, S. Allende, etc.); el de
la "invencibilidad" (toda victoria es "definitiva" y toda derrota denota "honor y
heroísmo"); etc. El profetismo es una ideología política que tiende a mitificar la
realidad, rodeándola de eventos catastróficos, pero 'buenos', que advienen por sí
mismos en algún tiempo indeterminado (no se los entiende como hechos social-
mente construidos); de héroes situados por sobre los eventos, cuya habilidad y
"muñeca" bastan -se cree- para el logro de los grandes objetivos, eximiendo a
muchos de construir en lo cotidiano; de derrotas que devienen en heroificantes
cultos a la muerte, no en procesos pragmáticos de superación del mero profetismo;
etc. La reafirmación constante de esas realidades 'trascendentes' ha determinado
(jue los militantes y seguidores involucrados en esta mentalidad política desarro-
llen, por sobre todo, las virtudes propias no de la eficiencia pragmática, sino de la

61
ortodoxia: fe en la victoria final, voluntad inquebrantable de lucha, entrega total a
la causa, ascetismo político. El profetismo no pone énfasis en el estudio científico
de 'P' y en las salidas desde 'P', sino en la moral del militante. En consecuencia, no
necesita de una investigación estrictamente científica, sino más bien de una ade-
cuada ejemplificación historíográfíca de los momentos heroicos de la lucha popular,
fueren ellos de victoria o de derrota, locales o foráneos. Necesita elevar la moral
combatiente, no conocer mejor la realidad social. Opera sobre los instintos histori-
cistas puros del "bajo pueblo", no sobre la viabilidad de su proyecto histórico. De
este modo, este tipo de suplantación tiende a la folklorización y a girar en círculos
en torno a la (estática) "cultura popular", aumentando su gravidez circular''.
La suplantación nacional-populista ha operado, en cambio, fundamentalmente
sobre órbitas de tipo 'G'. Como se dijo, este tipo de suplantación combina pragmáti-
camente los conceptos generales del marxismo-leninismo sobre Capitalismo, Estado
y Partido, con las normas generales de la Constitución Política (liberal) de Estado.
Los conceptos marxista-leninistas han configurado, en este caso, una suerte de cons-
telación general que, en la política contingente nacional, ha operado más como un
conjunto de nortes orientadores o amenazadores (según el punto de vista), que como
un conjunto de proyectos viables que estén en "la orden del día". En esa posición,
han dado vida a una suerte de profetismo parlamentario de izquierda que, de un
lado, se afirma en los programas de Partido (no de Gobierno); y de otro, en los discur-
sos parlamentarios para masas (no legislativos). Se diferencia del profetismo popular
en que éste se sustancia en acciones, mientras que el parlamentario lo hace, sobre
todo, en discursos. En cuanto a las normas constitucionales, el nacional-populismo
rige por ellas su conducta política, que sí está en "la orden del día"; por donde,
mientras el discurso nacional-populista tiende a una radicalización profética, las
acciones políticas concretas (históricas) del mismo tienden a la confirmación estruc-
turalista de los aparatos 'G'. Obviamente, este tipo de suplantación teórica no está
centrado en una moral militante de tipo heroicista, sino de tipo parlamentarista; es
decir, no se exige entrega total a la causa, sino habilidad para maniobrar, negociar,
moverse en dos o tres planos, cargando dos o tres identidades ideológicas. Como en
el otro caso, aquí no se requiere investigación: primero, porque el marxismo-leninis-
mo está tomado de un modo profético-parlamentario; y segundo, porque la
normatividad constitucional impone las verdades objetivas 'G' a las acciones políti-
cas concretas. El "bajo pueblo", enganchado desde la izquierda por la retórica

Varios autores consideran que en Chile se lia consolidado, en los estratos populares, una suerte de
"cultura comunista". Sobre esa "cultura" surgen, de tiempo en tiempo, movimientos y reacciones
políticas consistentemente izquierdistas, que no es posible ignorar.Véase intervenciones d e l Moulian
en "Historiografía ciiilena: Balance y perspectivas" (Seminario), en Proposiciones 12 (1986).

62
|H()lt'tica del marxismo (en 'G'), activa sus sueños proféticos instintivos (en 'P'), solo
liiiia hallarse históricamente atrapado desde su derecha por la normativa constitu-
(ioiial. Con lo cual, como siempre, sus sueños "sueños son". Pero los que conocen
pidlcsionalmente los arcanos de las teorías generales (incluyendo sus revisiones
(Diiiemporáneas) y dominan el arte de moverse entre los intersticios negociadores
(le la normatividad, prosperan y se consolidan como grupo específico o estrato fun-
(ional. Es la clase política populista. Esto, que el "bajo pueblo", tras el peso de sus
sueños, de todos modos ve y recuerda, es lo que ha formado y desarrollado la conoci-
da socarronería popular respecto de "los políticos" de todos los tiempos*.
No hay duda de que el marxismo chileno, más allá de lo que el marxismo en
general ha representado en la historia de las luchas populares en el mundo y del
respeto que merece su rol en las luchas populares locales, ha sido de hecho una
suplantación de la ciencia popular chilena que se ha encarnado tanto en el profe-
lismo popular (de clave 'P') como en el profetismo parlamentario del
nacional-populismo (de clave 'G'). Esta doble encarnación profética ha magnifica-
do ideológicamente, de una parte, su poder histórico real, más allá de lo que
eficientemente ha sido; y de otra, lo ha eximido de sus tareas propiamente cientí-
ficas, en desmedro de la ciencia reclusa". No es extraño, pues, que hoy no solo el
"bajo pueblo", sino la misma clase política de izquierda, constituyan trozos diná-
micos (en crisis) de realidad que están en búsqueda de 'un' (o 'su') pensamiento;

Esta visión crítica que la ciase popular tiene de la clase política civil es más antigua de lo que
habitualmente se cree. A modo de ejemplo -entre muchos- véase el siguiente texto: "Se nos echa en
cara nuestra ignorancia, nuestros vicios, y se nos llama chusma y plebe toda vez que intentamos salir
de la nulidad a que estamos condenados... que sólo podemos habitar lugares apartados del resto de
la sociedad: jente temible que pone en alarma a una población temerosa de ser saqueada por noso-
tros. Tenemos todos estos temibles dictados si alguna vez mostramos tener voluntad y opinión propia.
Todos estos defectos, todos estos insultos sólo cesan cuando estamos en víspera de una elección
popular. Los que ayer nos infamaban, nos salen al encuentro: nos dan la mano: nos preguntan cómo
nos va: si tenemos trabajo: nos halagan y nos ofrecen su protección y muchas veces dinero... Semejan-
tes protectores, ¡oh, pueblo de mi patria! son mentidos. Os halagan en ese momento porque tienen las
miras de arrancaros vuestro voto... Cuando haya concluido la votación, ya no os conocen..." En: Edito-
rial de La Libertad. Órgano reconocido del pobre y del roto (Valparaiso) 1, N" 1 (1851); 2. Opiniones simi-
lares se han vertido en el Taller de Movimientos Sociales de ECO (véase Informe. . . ).
En una carta a K. Marx, F. Engles recordaba que "la concepción materialista de la historia también tiene
ahora muchos amigos de esos para los cuales no es más que un pretexto para no estudiar la historia ...
sir\'e a muchos escritores... como una simple frase para clasificar sin necesidad de más estudio todo lo
habido y por haber; se pega esta etiqueta y se cree poder dar el asunto por concluido. Pero nuestra
concepción de la historia es, sobre todo, una guía para el estudio y no una palanca para levantar construc-
ciones a la manera del hegelianismo. Hay que estudiar de nuevo toda la historia, inve.stigar en detalle las
condiciones de vida de las diversas formaciones sociales, antes de ponerse a derivar de ellas las ideas
políticas..." (Citado por J.A. Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana (Buenos Aires, 1968) p. 520.

63
es decir, que formen parte sanguínea de la estancada pero siempre convulsa cien-
cia reclusa""'. La crisis del marxismo chileno -independientemente de la crisis
mundial del marxismo- tiene raíces locales. Y son éstas, sobre todo, las que deben
ser examinadas.
La represión absurda que los aparatos estatales 'G' han desencadenado regu-
larmente sobre los intelectuales y políticos de tipo profético (de ambas variantes),
y en general contra todas las suplantaciones de la ciencia popular, aparte de ser
desproporcionado (el profetismo popular ha sido regularmente ineficiente y, por
esto mismo, menos peligroso de lo que se teme), ha fertilizado el suelo martirológi-
co en el que esas suplantaciones han florecido y se han pasmado, reproduciendo
en círculos tanto la violencia política popular como su propia ineficiencia históri-
ca. Y con ello se ha mantenido viva, década tras década, la irracionalidad política
global, de largo plazo. Sin duda es cierto que la persecución sistemática al "mar-
xismo chileno" ha repuesto, tras cada 'reventón', el sistema dominante en su sitio
de siempre; pero no ha hecho al "bajo pueblo" ni más racional en sus acciones, ni
más científico en sus movimientos. Simplemente, ha prolongado la peligrosa efica-
cia 'marginal' e irracional del "opio político" que lo obnubila.

h. Arrostrando ¡os riesgos del paradigma histórico


La investigación a la cual esta Introducción sirve de pórtico y propuesta, se
refiere a los "hechos y procesos" de violencia política protagonizados por los sec-
tores populares de la ciudad de Santiago entre 1947 y 1987. Es decir, se refiere a
un cierto tipo de movimiento histórico desde 'P' que, a través de actitudes y accio-
nes políticamente "violentas" (según catalogación oficial), atentaron de diversos
modos y grados contra la normatividad constitucional establecida por entonces, lo
que dio al período su carácter típico de crucialidad estratégica.
Durante ese período, las dos suplantaciones ideológicas dominantes en el movi-
miento popular -descritas en la sección anterior- comandaron una salida a fondo de
ese movimiento, tendencia que provocó una movilización general de los grupos y
aparatos 'G' dominantes. El resultado -de todos conocido- fue el retorno forzado del
"bajo pueblo" a su reclusión estructural, el fracaso teórico y político de las suplanta-
ciones indicadas, y la restauración radical de las formas más puras de la dominación
'G'. El período 1947-87 encierra, pues, un ciclo histórico-estructural completo de las
relaciones entre 'G' y 'P' que se han perfilado más arriba; relaciones que, de modo
apropiado, podrían denominarse convencionalmente como de 'violencia política'.

Sobre la crisis de la izquierda chilena vista desde ios movimientos social-populares, ECO "Infor-
me...", en Cal y Canto. La Revista de los Movimientos Sociales en Chile 1, N° 1 (1990).

64
Como se señalara antes, esas relaciones componen un problema estratégico
(|iic tiene dos entradas reales y dos paradigmas epistemológicos válidos. Este tra-
il.ijo está abocado al estudio de ciertos aspectos de aquel problema y, por ende,
|iodría optar entre tres paradigmas epistemológicos; (a) el de entrada en clave 'G';
(1)) el de entrada en clave T'; y (c) el llamado paradigma 'objetivo' (que tomaría
simultáneamente ambas claves). Para este trabajo, el paradigma 'G' se descartó,
piles su lógica conduciría inevitablemente a producir otra condenación ética del
descontrol historicista del "bajo pueblo" y a suscribir otra o la vigente justifica-
ción ética del sistema 'G' dominante, lo que, naturalmente, le restaría sentido
histórico a esta investigación. En cuanto al paradigma 'objetivo', no podía ser to-
mado como esquema central del trabajo, porque, de una parte, la forma en que
iisiialmente se lo maneja (empírico-cuantitativa), es epistemológicamente coinci-
dente con el paradigma ahistórico, y de otra, al no existir suficiente acumulación
(le estudios en perspectiva 'P', el resultado de su aplicación sería igual coincidente
con el paradigma 'G', sobre el cual hay sobreabundancia de estudios. Se llegó,
pues, a la conclusión de que debía adoptarse el paradigma histórico enfocado a la
entrada 'P', utilizando, entre otros, ciertos métodos del paradigma 'objetivo'.
Se optó, pues, por el paradigma riesgoso. El que se sitúa en el lado oscuro de la
concepción de mundo y sociedad dominantes en Chile, y algo en el subsuelo de los
prestigios científicos oficiales. Lo que equivale a navegar en lo que podría llamar-
se la 'latitud Galileo' del planisferio científico-social: aquella posición u hondonada
donde el sistema hegemónico, defendiendo su existencia, arroja sus temores, sus
fobias e inhibiciones de todo tipo; hoyo negro que en Chile ha recibido diversos
nombres; "anarquismo" en el pasado lejano, "marxismo" en el pasado reciente,
"basismo" (tal vez) en el pasado-futuro (en suma, cualquier sinónimo político de
Mo nefando'). Zona legendaria que muchos intelectuales evitan, porque atrae la
sospecha de 'particularismo', 'acientifismo', 'historicismo', que no dan al involu-
crado ni prestigio ni hegemonía (excepto la heroica), sino, más bien, relegación. Es
zona de perdedores. Sin embargo, la latitud Galileo es la ruta y la ecología social
ineludibles para el desarrollo de la ciencia popular Y es ésta la ruta elegida para
este trabajo.
Dos puntualizaciones, antes de cerrar esta Introducción.
La primera: el paradigma historiográfico objetivista (tradicional) recomienda
laxativamente, como garantía de seriedad científica, ir a los hechos y quedarse,
descriptiva, cualitativa y cuantitativamente, entre ellos. Y solo allí. Sin embargo,
esta recomendación envuelve un problema. Es que el objetivismo historiográfico
involucra atenerse a los hechos puntuales, determinados por el aquí y el ahora de
su consistencia coyuntural, con olvido o devaluación de los procesos mayores y de
largo plazo. Pero los hechos históricos no son unidades fragmentadas o átomos

65
factuales aislados, sino eslabones orgánicamente entrabados en cadenas dinámi-
cas mayores. De consiguiente, no puede entendérselos ni como fenómenos
autogenerados, ni autocontenidos, ni -a fortiori- como dígitos mecánicamente con-
tabilizables. Los hechos y paquetes de hechos, siendo eslabones constitutivos de
totalidades dinámicas mayores, encuentran su sentido y explicación en su posi-
ción o sentido dentro de ellas. Más aún, como entidades explicativas, esas
totalidades dinámicas tienen más realidad que los hechos puntuales; no solo por-
que perfilan mejor la historicidad de esos hechos, sino porque, además, contienen
y hacen visibles fenómenos coyunturalmente difusos, como, por ejemplo, los pro-
yectos histórico-sociales, las tendencias instintivas de largo plazo, etc., que son
típicas del movimiento popular como tal. Consecuentemente, los "hechos y proce-
sos de violencia popular del período 1947-87 en la ciudad de Santiago" no podrían
ser trabajados, exclusivamente, como una colección informe de hechos puntuales,
huérfanos de procesos mayores que le dieren sentido. De aquí que, en este trabajo,
esos procesos mayores serán adecuadamente considerados, aunque sin constituir
el cuerpo central del análisis.
La segunda puntualización es que, al optarse por el paradigma histórico cen-
trado en 'P', se han privilegiado los análisis y explicaciones internos de las actitudes
y acciones del movimiento popular. Esto equivale a acampar en una de las riberas
del desgarramiento interior de la sociedad chilena. De algún modo, se incurre así
en lo que alguna vez se denominó, peyorativamente, ciencia 'comprometida'. Sin
embargo, a objeto de no incurrir en los excesos del compromiso (¿existe en verdad
la ciencia descomprometida?), el estudio se concentró primordialmente en la re-
construcción empírica, cuantitativa y tipificada de los "hechos y procesos de
violencia política popular" del período indicado, lo que es una clara concesión al
punto de vista objetivista. De modo que será éste el núcleo, y no otro, en torno al
cual girarán los análisis de los procesos históricos mayores, para darle, en retorno,
sentido y explicación.
Con todo, y en beneficio de la claridad, se adoptó el siguiente orden expositivo:
en primer lugar, se examinan las líneas fundamentales de los procesos mayores y
totalidades dinámicas en las cuales la relación 'G'-'P' es vista como la relación
fundamental. Seguidamente, se examinan las conclusiones empírico-cuantitativas,
que perfilan los hechos puntuales de la violencia política popular en su desarrollo
temporal. Finalmente, se expondrá el desarrollo conjunto del proceso factual, en
cuya crónica se incluirá la razón explicativa de los fenómenos estudiados.

66
CAPÍTULO I
PERSPECTIVA HISTÓRICA DE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN CHILE

1. Endurecimiento constitucional y movilización contra el Estado


Según un estereotipo de cuño centenario pero renovada efigie, Chile sería un
caso ejemplar dentro de América Latina por la estabilidad de su sistema político,
y por su capacidad para alcanzar soluciones consensúales y modernas para sus
conflictos. Un país donde el Estado ha sido, en todo tiempo y circunstancia, la
"matriz modeladora de la sociedad" y el poder institucionalizante que, en última
instancia, se ha sobrepuesto a la presión descontrolada por el cambio y el antago-
nismo. Chile -a diferencia de otros países del continente- habría aprendido, pues,
a confinar la irracionalidad y la violencia políticas a los márgenes episódicos de la
historia nacional, razón por la cual se hallaría en la posición de establecer un
sistema estable de 'modernidad'.
En el ámbito de la cultura política convencional chilena, ése es un estereoti-
po casi indiscutible. No obstante, tal apreciación resulta matizada cuando se
consideran las percepciones que han contribuido a formar dicho estereotipo, y a
la vez aquellas que han pretendido ir más allá del mismo. En este sentido, ha
habido en Chile dos tipos de percepción política que han contribuido a esa for-
mación: una es la internacionalista (que está sobreteorizada); la otra, la mítica
((jue se encuentra subteorizada). La internacionalista ha tomado cuerpo princi-
palmente a partir de las interpretaciones "a vuelo de pájaro" que, a lo largo de
varias décadas, diversos dentistas sociales europeos y norteamericanos han es-
tado barajando con el mazo de historias nacionales de América Latina (para
muchos, esas interpretaciones han echado las bases de la Ciencia Política de
este continente). Y ha sido normal que, sobre el cúmulo de sus tipologías, diagra-
mas, periodizaciones y mediciones de modernidad -que suelen componer el corpus
teórico principal, y a veces pontifical, de esas interpretaciones- ha sobresalido,
(ras analogías y comparaciones de diverso tipo, el "caso chileno", por la honrosa

67
estabilidad de sus parámetros políticos. Y estos colofones han constituido, en
buena medida, la base del dicho estereotipo"'.
El segundo tipo de percepción estereotipante ha derivado de la mitologización
doméstica de dos etapas de la historia estatal de Chile: la del período portaliano
clásico (1831-61), y la del período democrático moderno (1932-73). Ambas etapas
han sido consideradas, en especial por las clases medias y el centro político, como
las fases culminantes de la estabilidad institucional del país. Más aún: como las
que tipifican toda la historia política nacional, dado que realizaron de modo ejem-
plar los valores supremos de la Nación"-. Sin duda esta percepción mítica ha sido
asociada a la internacionalista, con la que mutuamente se refuerzan.
Dentro de las percepciones que han pretendido ir más allá de esos estereoti-
pos, está principalmente la involucrada en las investigaciones históricas recientes.
El balance de estas percepciones es menos estereotipante, y sin duda más icono-
clasta. Y esto no ha de sorprender, pues nunca o casi nunca el realismo histórico
bien practicado ha satisfecho las expectativas del convencionalismo ideológico
contingente (llamado también, a veces, "realismo político"), en relación al cual se
comporta de modo más bien provocativo e irreverente. Dicho en síntesis, la per-
cepción historiográfica actualizada no constata la estabilidad del sistema político
nacional como una intrínseca 'virtud estructural' que atraviesa toda la historia del

Entre los numerosos cientistas políticos extranjeros que han asentado la perspectiva 'internaciona-
lista' sobre el caso chileno, cabe citar, por ejemplo, a J. J. Johnson, Political Change in Latin America
(Stanford, Cal., 19.S8), ch. .S; F. J. Moreno, Legitimacy and Stability in Latin America (N. York, 1969); y
más recientemente, A. Touraine, Actores sociales y sistemas políticos en América Latina (Santiago, 1987),
entre otros. El dominio de la racionalización analítica llegó a un extremo en R. Fitzgibbon, "Pathology
of Democracy in Latin America", Tlie American Political Science Review 44, N" 1 (1950). Sin embargo,
Moreno -al menos- era consciente de la limitación de su base empírica, pues señaló: "Un análisis
comprehensivo del caso chileno no puede ser realizado por el momento. La información concerniente
a la vida chilena no es suficiente. Se necesita un conocimiento más particularizado de las tendencias
ideológicas y de las características sociológicas. Por lo tanto, este libro sólo intentó desarrollar un
modelo teórico... sin entrar en la naturaleza específica de los fenómenos mismos" {Legitimacy and
Stability..., p. 174).
La adjetivación positiva de ambas etapas fue realizada tanto por K. Silvert como por J. J. Johnson; F. Gil,
en su Tlie Political System of Chile (Boston, 1966), hizo lo propio, concluyendo que, por ello, "Chile es un
país que ha llegado a alcanzar un sistema político bastante maduro con sus características de respeto por
la legalidad, elecciones libres, alta proporción de votantes y partidos que constituyen un elemento inte-
gral y eficaz de la maquinaria política.... En consecuencia, la representación popular y democrática se ha
vuelto una realidad más próxima" (p. 16). Los cientistas políticos contemporáneos han reducido la
historicidad de esas etapas a un par de conceptos de arranque: el de "la columna vertebral" (histórica)
del sistema político (M. A. Carretón, El proceso político chileno, Santiago, 1983, pp. 31 et seq.), o el de
"consenso" o "estado de compromiso" (A. Aldunate et al.. Estudios sobre sistemas de partidos en Chile,
Santiago, 1985, passim). La base empírica de estos autores nacionales no ha sido superior, necesariamen-
te, a la de los arriba citados, con excepción de los trabajos de T. Moulian.

68
|i4iis, sino, más bien, como ciclos o momentos de estabilidad equilibrándose sobre una
li'iisa inestabilidad fundamental de largo plazo. De modo que, desde esta perspectiva,
hi csiabilidad puede verse como un factor de inestabilidad; e incluso, como una
íorina de violencia política. Los movimientos sociales (el popular, en especial),
ijuí' en las percepciones estereotipadas suelen aparecer como fuerzas coyuntural-
iiu'iiie desestabilizadoras, pueden, en esta perspectiva iconoclasta, aparecer como
piocesos o proyectos sociales de estabilización fundamental^^ El siguiente balan-
i (• histórico deja a la vista la precariedad factual del estereotipo presentado más
iirriba y de sus percepciones tributarias.

(/. IM estabilidad en el autoritarismo portaliano (1830-91)


Se comprueba que, efectivamente, este régimen se sostuvo por más de medio
siglo y que, tras su colapso, su recuerdo se transfiguró en un arquetipo clásico, de
referencia reverencial para varias generaciones sucesivas de políticos y politólo-
gos chilenos. En este sentido, y por comparación al resto de América Latina, dio

Los incipientes movimientos políticos que han brotado del interior del ancho movimiento social del
"bajo pueblo" han revelado, en 'su' perspectiva histórica, una sensatez autíktona que no puede cali-
ficarse sino de notable. Ello saltó a la evidencia, por ejemplo, durante la Asamblea Constituyente de
Trabajadores e Intelectuales, de 1925, al grado de llamar la atención de los editores de El Mercurio,
quienes escribieron: "El Congreso de Asalariados e Intelectuales reunido en Santiago con el objeto
de estudiar y acordar las reformas que, a juicio de sus miembros, deberían introducirse en la Consti-
tución de Chile, ha sido una asamblea en extremo interesante.... Las fuerzas que aparecieron bien
organizadas y aplastadoras por su número fueron las de la clase obrera ... muy conscientes de su
labor, los obreros desplegaron una bandera en torno a la cual había cohesión perfecta.... A ellos se
unieron ... los maestros ... y gran parte de los empleados. Los intelectuales tomaron una actitud
contraria ... exhibieron un liberalismo avanzado.... Pero fueron arrollados por el niimero, por el con-
vencimiento profundo y cerrada argumentación de los leaders obreros.... En resumen, se podría decir
que los obreros, profesores y empleados, fuerzas sociales que un tiempo fueron empujadas por los
intelectuales, hoy tienen sus propios conductores, su ideología propia y una orientación que ha deja-
do muy atrás la de sus iniciadores. Es también justo recordar que los debates fueron conducidos en
general con método, con cultura y en un tono elevado de doctrinarismo..." (Editorial, domingo 15 de
marzo de 1925). Por su parte, el diario La Nación opinó lo siguiente: "Esta asamblea de hombres de
trabajo nos parece interesante sobre todo por la hermosa revelación que ella ha significado del pro-
greso cultural de nuestra clase trabajadora.... Es preciso recordar que hasta hace algunos años la
preocupación por las cuestiones de interés nacional o social era algo excepcional en nuestro pue-
blo.... En la ocasión presente, los hombres de trabajo, por conducto de delegados salidos de sus pro-
pias filas, han manifestado de una manera bien sugestiva su capacidad para alternar con los intelec-
tuales.... La asamblea de Asalariados e Intelectuales fue la expresión de aspiraciones y de fuerzas
que se han creado en nuestra sociabilidad a espalda de nuestros políticos tradicionales ... fuerzas
nuevas que alientan impetuosas en el seno de nuestra sociabilidad, y a las cuales habrá que dar
expresión y cauces propicios ... debe ser un poderoso estimulante sobre los organismos políticos
roídos por la desorganización y debilitados a causa de la absorción de los ideales... más pequeños de
la vida partidista". Editorial, sábado 14 de marzo de 1925.

69
pruebas de estabilidad factual e ideológica, habiendo logrado imponer con éxito a
la sociedad nacional un determinado orden político. Sin embargo, se constata tam-
bién que fue un régimen excluyentemente controlado por las élites mercantiles
nacionales y extranjeras (más sus socios menores), socialmente discriminatorio
(los pobres no podían ser ciudadanos activos), altamente militarizado, y política-
mente autoritario (el Gobierno se sobrepuso al Congreso; los "Decretos" a las
"Leyes"; y las autoridades provinciales a la oposición). La modernización mercan-
til que este régimen impulsó por doquier generó violentas desigualdades sociales
y económicas, sin parangón en la historia anterior y posterior del país. Sintomáti-
camente, también, ha sido el único régimen que incubó y experimentó varias guerras
civiles: una en su origen (1829-30), dos en su apogeo (1851 y 1859), y una en su
declinación (1891). También ha sido el único que involucró al país en tres guerras
exteriores. Además, en su bajo fondo social fue incesantemente asaltado por hor-
das de rebeldía popular, que no pudo contener ni con la limitada extensión de su
modernidad, ni con sus políticas social-filantrópicas, ni con su aparato policial mal
remunerado, sino solo con el Ejército (de "rotos") en formación de batalla^^ De los
(vastos) movimientos de oposición que este régimen engendró, surgieron, como
por contraste, significativos procesos criollos de modernización, que se desplega-
ron sobre varios frentes: económico (industrialización por abajo), social
(urbanización espontánea, mutualización y desarrollo cultural autónomo de las
bases populares), ideológico (secularización de las costumbres) y político (forma-
ción de partidos democráticos, manifestaciones callejeras, etc.). Muchas de estas
modernizaciones de oposición constituirían, en el siglo siguiente, los fundamentos
del sistema político democrático nacional. A la inversa, el autoritarismo portalia-
no como tal ha sido una de las fuentes ideológicas principales del conservantismo
y aun del 'golpismo' dentro del concierto político chileno. Y es significativo que el
colapso de este régimen se haya producido por la acción espontáneamente sinco-
pada de todos los grupos sociales y políticos, incluidos, los antiguos portalianos'l

b. La estabilidad en el parlamentarismo post-portaliano (1891-1925)


A pesar de su colapso sistémico (ocurrido en torno al año 1891), el régimen
portaliano sobrevivió todavía varias décadas manteniendo su célebre estabilidad,
solo que no la de su sistema, sino la de sus contradicciones. Pues no fue la vitalidad

Salazar, "La rebelión histórica..."


La llamada "revolución (inter-elitaria) de 1891" fue más tarde considerada como un "fraude revoluciona-
rio" porque, siendo producto de la crisis acumulada, no resolvió ningún aspecto medular de esa crisis.
Para una visión general, H. Ramírez, Balmaceda y la contra-revolución de 1891 (Santiago, 1958); y H.
Blakemore, Gobierno chileno y salitre inglés, 1886-96: Balmaceda y North (Santiago, 1977).

70
ill' íKiuél sino la de éstas la que permitió que la Constitución de 1833, violada por
Niis mismos sostenedores, pudiera continuar rigiendo hasta 1925. Semejante para-
doja fue posible, de un lado, porque las inestabilidades fundamentales
permanecieron estables; y de otro, porque la corrupción generada por la crisis
Hisicmica del autoritarismo portaliano pudo tomar la forma de una modernización
(((' liecho del sistema político nacional, forma que se ha conocido como 'parlamen-
l.iiismo', y que en rigor corresponde a un parlamentarismo postautoritario. Fue a
1(1 largo de esta modernización política retorcida (que no resolvió la desigualdad
t'coiiómico-social que producía la inestabilidad fundamental) donde se descubrió
en Chile la 'democracia liberal y formal'. Pero todo esto exige destinar un mayor
número de líneas al examen de este régimen particular.
De una parte, sintomáticamente, el parlamentarismo no incubó ni alentó gue-
rras civiles interoligárquicas, ni exteriores de expansión mercantil. Al contrario:
los conflictos comenzaron a ser conceptualizados, debatidos y resueltos (o revuel-
tos) mediante pactos y negociaciones entre los grupos políticos que habían
alcanzado alguna representación parlamentaria. Estos métodos, aunque no resol-
vieron los problemas estratégicos de la sociedad, sí satisíaciemn las necesidades
de consenso político en la cúpula estatal. Porque con ese consenso, cuando menos,
se impedía que el desgarramiento social y el estancamiento económico (por enton-
ces en su punto más alto) trizaran la unidad interna del Estado y/o su asociación
estratégica con las potencias extranjeras (con Inglaterra, en especial). Había que
preservar la gobernabilidad de la Nación y su actualización internacionalista. De
paso, con ese consenso, se mantenía a los militares en sus barracas profesionales,
lo que excluía el recurso a las armas como forma regular de restablecer la coheren-
cia interna del Estado (recurso generosamente utilizado durante la fase autoritaria).
Invidentemente, el consensualismo civil y la desmilitarización de la política eran
testimonios conspicuos de modernización. Valores estabilizantes. Su inauguración
tientro del sistema político nacional pareció, por entonces, un logro suficiente, que
restaba importancia a lo demás*.

Pese a su constante alusión a la necesidad de reformar el sistema político parlamentarista y resolver


los problemas de los más necesitados, el Presidente Arturo Alessandri sobrepuso siempre la necesi-
dad de mantener la gobernabilidad y la estabilidad institucional de la Nación. En 1921 señaló: "Para
mantener el orden y la paz social en forma definitiva, no puede producirse ese resultado mediante
medidas violentas y enérgicas de represión. La paz y el orden social definitivos sólo pueden cimentarse
sobre la base del equilibrio recíproco entre los derechos y los deberes de todos los ciudadanos y todos
los intereses". En 1924, hablando en la Escuela de Caballería, dijo: "Las instituciones son la base de
un país, y por eso el Ejército de Chile con su jefe Constitucional a la cabeza, acatará los preceptos de
la Constitución ... las instituciones son la garantía tanto de los de arriba como de los de abajo, de los
grandes afortunados... y de los desdichados". En enero de 192.5 escribía: "Me lancé con la bandera en
(Continúa en la página siguiente)

71
De otra parte, el parlamentarismo post-portaliano (o postautoritario), no resol-
vió el conflicto económico-social que, durante el siglo XIX, había provocado sus
frecuentes quiebres armados. En rigor, después de 1891 ese conflicto se agudizó a
extremos casi increíbles'''. Es que el parlamentarismo chileno no había entrado en
escena para resolver 'esos' problemas, sino, más específicamente, para asegurar la
sobrevida de las élites mercantiles (portalianas) ante la agudización de la crisis y
tras el colapso de la dictadura constitucional que esas élites habían establecido en
1833. Pues los graves tropiezos experimentados por el liderazgo capitalista de la
Nación hicieron necesario reciclar en forma adecuada, cuando menos, su liderazgo
político, salvando la gobernabilidad del país. De aquí que el parlamentarismo,
pese a la modernización que involucraba, no inauguró ninguna consistente políti-
ca desarrollista, ni socialista, sino tan solo tímidos ajustes económico-nacionalistas,
hipertrofia de la contribución formal e informal del Estado a las fortunas priva-
das, y dramáticas reediciones de la política represiva al historicismo de las masas
populares. Se ganó un tiempo político (la 'paz oligárquica'), pero se perdieron cua-
tro décadas de tiempo para el capitalismo nacional. La paz oligárquica, de
consiguiente, no pudo hacer otra cosa que gastar la historia en sí misma. Bajo su
modernización política cutánea (el consensualismo y la desmilitarización), latió
en expansión la desmoralización política subcutánea (el fisco para beneficio del
interés privado), por donde su evolución histórica de mediano plazo consistió en la
tendencia a denunciar y extirpar los vicios reventados bajo su piel. Esa operación
de quirurgia política tomó, cuando menos, dos décadas. Y fue ésa la distracción
que alejó los esfuerzos de todos de la tarea menos profiláctica pero más necesaria
de organizar el Estado en función de los problemas estratégicos de fondo. El parla-
mentarismo iba en camino de descubrir más rápido la democracia liberal que el
Estado Empresarial y Benefactor. En suma, cabe decir que el sistema político por-
taliano, impulsado y sostenido por sus propias contradicciones, transitó desde la
'dictadura constitucional' a la 'democracia liberal', pasando por el 'parlamentaris-
mo consensualista', sin que perdiese nunca el control de la gobernabilidad de la

la mano a conquistar el poder para implantar en la Casa de los Gobernantes de Chile un gobierno
esencialmente nacional, que tuviera por origen la voluntad de todos". Y a fines de marzo de 1925; "En
estos momentos, lo único que necesitamos es congregarnos todos los que amamos a Chile, olvidar los
prejuicios, resentimientos y rencores ... debemos despojarnos de todo fanatismo, negro rojo, y mirar
exclusivamente la finalidad liltima: el progreso de la Patria (Los Editores, El Presidente Alessandri a
través de sus discursos y actuación política, Santiago, 1926, pp. 93,196, 219-20 y 341-42, respectivamente).
La crisis social alcanzó en Chile ribetes realmente dramáticos hacia 1910, manifestada por tasas récord
de cesantía, alcoholismo, prostitución y mortalidad infantil. Para una caracterización de esta crisis, J.
Valdés C, Sinceridad. Chile íntimo en 1910 (Santiago, 1910); o bien ?. de Shazo, Urban Workers and Labor
Unions in Chile: 1902-1927 (Madison, Wis., 1983), ch. 4.

72
Nmion, pero sin organizarse nunca, tampoco, para resolver directamente los pro-
hlt'iiias de fondo que originaban sus contradicciones''*.
I'or último, el parlamentarismo, como salida del autoritarismo y transición a la
tlcniocracia liberal, debió enfrentar las bombas de tiempo sembradas por aquél y
iiisi'chadas por ésta. Es decir; debió hacer frente a una oposición cada vez más
ili.isificada y políticamente radicalizada, que el autoritarismo portaliano había
liccho madurar a fuego lento en el siglo anterior. La marea historicista no se
iipatiguó después de 1891, sino al contrario. Así, el parlamentarismo debió sortear
Iti ofensiva popular-violentista del período 1890-1907, la arremetida sociocrática
ilt'l período 1919-25, y la constante presión reformista de las capas medias desde
1914. El sistema político nacional experimentó, a comienzos de siglo, un jaque
Nocial múltiple y a fondo que, por primera vez en la historia de Chile, dejó a la
vis(a pública el hueso de su ilegitimidad y la necesidad social de actuar quirúr-
gicamente (historicistamente) sobre su estructura. De ello fueron graves adver-
U'iicias los alzamientos de las masas urbanas que, en 1903, demostraron con hechos
(|iie podían saquear Valparaíso; en 1905, que podían, al menor descuido militar,
hacer lo propio con Santiago; y en 1907, que eran capaces de adueñarse de Iquique;
V entre 1919 y 1920, que podían movilizar reivindicativamente a casi toda la masa
ciudadana. Así es que había miedo. Era el mismo miedo oligárquico que había
recorrido la espina dorsal del siglo XIX, que entonces se refería solo al saqueo
eventual, al asalto en poblado y despoblado, y al robo; pero que ahora adquiría,
además de todo eso, una jadeo político, de miedo al "alzamiento", al "anarquismo",
al "socialismo"; o sea: al "peligro rojo". Es preciso leer, bajo la paz oligárquica,
sensaciones de peligro; el mismo viejo miedo a la historia, dado el evidente fracaso
de las estructuras de dominación. De este miedo básico surgieron dos típicas tácticas
parlamentaristas: la represión draconiana a los "rotos alzados" (primera fase), y la
propuesta de integración democrática a la ciudadanía nacional (segunda fase);
ambas expresadas y ejecutadas en clave 'G' (no 'P'). La táctica primera fase fue
aplicada con éxito entre 1903-7 ("masacres"), lo que llevó a los "rotos alzados" a
reconocer, a regañadientes (o sea, "por mientras"), cuál era el sitio que les
correspondía en la estructura de la sociedad chilena (logro no alcanzado por el
autoritarismo portaliano). La táctica de segunda fase fue aplicada en forma
escalonada desde 1910, y consistió en difundir la metodología política de "los
acuerdos", haciéndola extensiva a los actores sociales. El sistema político nacional

Sobre la evolución del régimen parlamentarista en Chile, P. Reinsch, "Parliamentary Government in


Chile", The American Political Science Review 3 (1909): 507-38; y J. M. Young "Chilean Parliamentary
Government, 189M924", Ph.D. Diss. (Princeton University 1953).

73
amplió su capacidad de debate, el parlamentarismo absorbió los desgarramientos
V contradicciones que hasta entonces explotaban por las calles y minas, y se
constituyó así un sentido cívico-formal de funcionamiento democrático"''. En ese
terreno parlamentarizado, la vieja clase política portaliana pudo todavía mostrar
el poder de su "muñeca". El proceso parlamentarista pudo así desembocar en las
soluciones de 1925 (Constitución Política Liberal del Estado) y de 1931 {Código
Liberal del Trabajo).
En suma, cabe decir que, pese a su reconocida corrupción moral -en cierto
modo, beneficiado por ella-, el parlamentarismo post-portaliano modernizó el sis-
tema político nacional; por lo que, en el largo plazo, aparece como una forma de
transición a la democracia liberal. Una forma de transición, sin embargo, que no
tuvo ni se preocupó de una transición paralela al capitalismo industrial desarro-
llado. Más bien fue una forma política destinada a dar un rodeo para sortear los
problemas desatados por la falta de esa transición paralela. Como tal, era una
transición espuria. Y por lo mismo, la democracia liberal que engendró fue, tam-
bién, una forma política históricamente espuria. O sea, no una democracia
económico-social (que es lo que se requería), sino una democracia liberal neo-
portaliana, que perpetuaba una dudosa estabilidad institucional.
La modernización de la política, pues, no siempre avanza por canales social o
económicamente {es decir, localmente) óptimos de transición, ni las transiciones
democráticas constituyen siempre una garantía de resolución de las inestabilida-
des fundamentales de la Nación. Una y otras, en un sentido social-historicista, son
o/y pueden ser no más que procesos híbridos, ambiguos y embaucadores. No cons-
tituyen, por lo tanto, categorías absolutas para el análisis histórico, para el que no
existen valores per se.

c. La estabilidad en la democracia neo-portaliana (1925-73)


Clasificado por los juristas como "presidencial", vulgarizado en las campañas
electorales como "democrático", pero a fin de cuentas derribado militarmente por
"demagógico-parlamentarista", este régimen, nacido del proyecto de 'gobernabili-
dad e integración política nacionales' desplegado a última hora por la decadente
oligarquía mercantil-portaliana, repitió punto por punto -solo que con modales

Médicos, matronas, trabajadores sociales y maestros denunciaron activamente "la cuestión social" a
lo largo de la década de 1910. Los partidos políticos integraron "la cuestión social" en sus programas
oficiales. El emergente discurso democrático incorporó de modo creciente ese problema. A partir de
esta percepción política, entró a definirse la educación cívica de la ciudadanía. Véase D. Salas, El
problema nacional (Santiago, 1917); y A. Labarca, Nuevas orientaciones de ¡a enseñanza (Santiago, 1927).
La situación general, en Salazar, "Los dilemas de la Auto-educación..."

74
modernos- el mismo ciclo histórico recorrido por los regímenes de estabilidad que
III (irecedieron. Es decir: saltó a la historia tras una seguidilla de "ruidos de sa-
bles" (muy activos en el siglo XIX) y de "acuerdos entre notables" (activos también
(•III re 1910 y 1925), por donde, bajo aquéllos y entre éstos, quedaron moldeados la
t (institución y el Estado. Luego, el neo-portalianismo continuó su marcha con una
liinilada (pero publicitada) apertura al nacional-desarrollismo y al nacional-popu-
lismo, hasta quedar embotellado dentro de una grave crisis de desarrollo global, y
ifi'cado por un nuevo jaque social múltiple. Y de allí no pudo escapar; al comien-
zo, sino asumiendo una defensa casi neurótica de la Constitución (en cuya letra
terminó por residir, como por natura, la democracia 'en sí'); y hacia el final, ha-
ciendo un llamado naufrágico a las 'armas de la Nación'. Es que el sistema político
(le 1925 estuvo preñado, desde su nacimiento, de las enfermedades y la violencia
portalianas, y eso fue lo único que, a su fin, pudo parir
Los sistemas políticos se definen, históricamente, no tanto por su funciona-
miento institucional en períodos de estabilidad relativa (una excepción más bien
(|ue una constante en un país en vías de modernización), sino por su modo social y
económico de originarse, por su forma de evolucionar a través de las crisis que le
salen al paso y, finalmente, por los procesos históricos reales que provoca durante,
y sobre todo en la fase final, de su existencia. Por lo tanto, ni la mera definición
jurídica, ni la mejor tipificación teórica de sus parámetros centrales, pueden dar
cuenta cabal de la naturaleza dinámica de lo que es, en el fondo, una construcción
histórica compleja. Y ello sobre todo en sociedades todavía en tránsito de moderni-
zación integral. Si se aplican estos criterios al régimen democrático neo-portaliano
(le 1925, se desprenden las siguientes conclusiones:

(1) Por su origen, es claro que la democracia liberal no surgió en Chile para
resolver la crisis económica que roía las entrañas del capitalismo nacional desde
el siglo anterior, ni para convertirse en el gran instrumento de liberación y desa-
rrollo de las clases populares empozadas en sus "potreros y conventillos de la
muerte". No se trataba, entre 1925 y 1932, de construir un Estado Empresarial
Eabril ni uno Social Benefactor, sino un (nuevo) sistema político de equilibrio so-
bre el suelo volcánico de la crisis centenaria^". Como tal, el Estado
Democrático-Liberal de 1925 era la desembocadura obligada del parlamentarismo
transitivo, por lo que no era otra cosa que la continuación lógico-factual de la línea
portaliana de 'modernización'. No involucró, pues, ninguna verdadera ruptura po-
lítica. El proceso social, pese a su afloramiento sobre el escenario ideológico y a la
extralimitación de su crisis, continuó entendiéndose, aun después de 1925 y de

Cf. nota 46.

75
1931, con respecto a la política, como una tectónica intrusiva -pero no metamórfi-
ca-, y sus punzantes aristas historicistas, como delitos. En suma: algo para
domesticar y disciplinar. En cuanto al proceso económico, no se prestó oídos al
clamor gremial que reclamaba "nacionalismo industrial", ni se dotó al Estado de
1925 del equipamiento tecnocrático necesario para promover la industrialización;
se mantuvo así la crisis económica como un temblor soterrado, casi ajeno, detesta-
ble pero no manejable^'. Tanto por su relación con lo social como con respecto a lo
económico, la democracia liberal surgió manteniendo más semejanza con el Esta-
do de 1833 que con los problemas de fondo que, a comienzos del siglo XX, tendían
a desestabilizar la sociedad chilena en su conjunto. Trabajadores, cesantes y em-
presarios, en particular y en conjunto, quedaron insatisfechos con la fórmula
implantada en 1925 y en 1931, como lo demostrarían, con hechos, en las décadas
siguientes. Es que, en rigor, la democracia liberal, tal como se originó, constituyó
solo el resumen de las formas históricas de dominación oligárquico-mercantil (por-
talianas) en Chile, verdad es que modernizadas; esto es: adaptadas a una presión
social ensanchada que se había hecho casi insoportable. En lo demás -lo demás
era lo históricamente sustantivo-, el Estado de 1925 fue una estructura que entró
a trabajar, en terreno difícil, con un doble handicap incorporado: su incapacidad
constitucional tanto para desarrollar las fuerzas productivas (ahora en un contex-
to de oportunidades perdidas y plazos por vencerse), como para resolver con
eficiencia la "cuestión social" (cuando los movimientos sociales, en tren de organi-
zación, se aprestaban a lanzar ofensivas reivindicativas cada vez más politizadas).
Por su modo de origen, pues, la democracia liberal de 1925 quedó condenada a
evolucionar determinada por el zapato chino de ese doble handicap, el mismo que
había ya sellado el destino del autoritarismo implantado en 1833. La flamante
democracia chilena nació trayendo apretado sobre el cuello el cordón umbilical de
los ciclos portalianos de la política.
(2) Por su forma de evolucionar, el sistema político establecido en 1925, regido
como estaba por su doble incapacidad constitucional, se caracterizó por su forma
de ejercitar, con variable intensidad y oportunidad, dos tipos de violencia político-
estatal; una dirigida contra sí mismo, destinada a reformar o ensanchar los

En su aspecto económico, el Estado de 1925 surgió orgánicamente correlacionado al régimen


librecambista de patrón oro y a la concepción, liberal-monetarista del Banco Central. La organiza-
ción económica del Estado fue de hecho realizada por los economistas (liberal-monetaristas) de la
Universidad de Princeton, E. Kemmerer y asociados. Véase P. T. Ellsworth, Chile: an Economy in Transition
(N. York, 1945); A. Flirschman, "The Chilean Inflation", en Journeys Towards Progress: Studies of Economic
PoUcy-Making in Latin America (N, York, 1963); y E. W. Kemmerer, "Chile Returns to the Gold Stan-
dard",/oiirna/o/Po/iiica/Economy 34 (1926): 265-73.

76
iiiiersticios del texto constitucional de 1925 (un modo tardío de dotar al Estado de
|)r6tesis nacional-desarrollistas y nacional-populistas); y otra destinada a conte-
ner el rebalse de la línea reivindicativo-legal impuesta como límite máximo a los
movimientos sociales organizados según el Código del Trabajo de 1931. La violen-
cia intraestatal ejercía presión sobre los filos de la legalidad y sobre los límites
lazonables de un Estado merodeadoramente desarroUista, pero oficialmente libe-
ral. La violencia antisocial ejercía presión sobre el reivindicacionismo ciudadano
y laboral, presión que se transmitía de allí al barómetro de la legitimidad electoral
del Gobierno y del Parlamento y, eventualmente (cuando la presión se extralimita-
ba), al cuestionamiento moral del sistema en su conjunto. El sistema político
establecido en 1925 avanzó por la historia jugando con dos fuegos políticos. Y no
podía dejar de hacerlo: la democracia liberal chilena no podía permitirse el lujo
de ser plenamente liberal y, smithianamente, dejar hacer y dejar pasar las fuerzas
automáticas que regían, no el desarrollo, sino la crisis del capitalismo chileno y,
por añadidura, el equilibrio del sistema político nacional. De esta suerte, el modo
de evolución de ese sistema consistió en hacer obligadamente lo contrario de aque-
llo para lo cual había sido creado (tuvo que desarrollar y no equilibrar), caminando
sobre el filo de la astral constelación 'G', lo que equivalía a existir pulsando todas
las cuerdas que atentaban contra la armonía estructural de su estabilidad. Al in-
tentar reformarse a sí mismo 'en estabilidad' (como el autoritarismo portaliano
después de 1891) y al hacer lo contrario de su identidad sistémica, el Estado de
1925 concluyó por hipertrofiarse burocráticamente, incrementar enormemente sus
costos de funcionamiento, crear grandes expectativas sociales sin base, para, final-
mente, no alcanzar ninguno de sus objetivos: ni autorreformarse, ni preservar su
identidad original, ni promover con éxito el desarrollo, ni asegurar su indispensa-
ble estabilidad. El jaque social múltiple de 1915 se convirtió, hacia 1972, en un
jaque social prerrevolucionario. La modernización democratizante del sistema
político nacional no había hecho sino radicalizar la presión historicista. La lucha
de la democracia liberal consigo misma y con los problemas estratégicos de la
Nación llegó así a un punto en que debía mostrar sus verdaderos huesos, y renun-
ciar al juego de la modernización. Hacia 1973 solo cabía jugar cartas clásicamente
portalianas: autoritaristas, dictatoriales, militaristas. Es decir, cartas retro-moder-
nas. Fueron estas soluciones 'retro' el producto histórico principal de la (espuria)
democracia liberal neo-portaliana de 1925^'-.

Sobre el encadenamiento histórico que condujo al golpe: S. deVylder, Chile 1970-73: the Political Economy
of the Rise and Fall of the Unidad Popular (Stockholm, 1974); A. Valenzuela, The Breakdown of Denwcracy
in Chile (Baltimore, Md., 1978); y T. Moulian, "Tensiones y crisis política: análisis de la década del
sesenta", en Aldunate et a\., Estudio sobre sistema departidos...

77
(3) Los productos históricos netos evacuados por el sistema político implantado
en 1925 no fueron otros que las tendencias antidemocráticas y anticonstitucionales
que terminaron por destruirlo en 1973. Entre esas tendencias cabe enumerar: el
protagonismo funcional excesivo de la clase política civil, la clientelización
electoralista y a la larga historicista de los movimientos sociales por parte de los
partidos políticos, el paternalismo hegemónico del Estado sobre la sociedad, la
subordinación de la iniciativa privada a la iniciativa estatal, el creciente desacato
del movimiento popular y de las capas medias a la autoridad y las normas
establecidas, el monopolio político de los procesos de desarrollo y cambio
estructural, el apoyo rígido de las Fuerzas Armadas a los valores universales de
tipo 'G', la elitización del movimiento de izquierda, etc. En síntesis, cabe decir que
los productos netos de la democracia liberal de 1925 no fueron los procesos fun-
cionales de modernización y desarrollo derivados de su estructura constitucional,
sino los procesos historicistas derivados de su doble handicap estratégico.
Comprensiblemente, entonces, reapareció el viejo miedo oligárquico a la historia,
contagiado esta vez a amplios sectores de la clase media. Reapareció, como antes,
la nerviosa defensa del Estado, esta vez llevada hasta la destrucción de su cascara
democrático-modernizante. El Estado de 1925 fue así históricamente tragado por
sus propios déficit, hasta dejar a la vista su verdadero hueso estructural: las 'armas
de la Nación', formadas en honor del librecambismo y el portalianismo. Desde
1973, pues, la sociedad chilena debería reconocer filas en un nuevo orden
librecambista y portaliano, en tránsito probable hacia una nueva forma de
democracia liberal. Las fuerzas históricas habían perdido una batalla.

En conclusión, puede decirse que -según la percepción histórica reciente los


tres grandes períodos de estabilidad del sistema político nacional surgieron en
respuesta a un mismo y recurrente tipo de inestabilidad fundamental. Los tres
representaron esfuerzos más o menos exitosos de estabilización política; pero ni
cada uno por sí, ni en conjunto los tres, lograron establecer un ciclo largo de esta-
bilidad económico-social. Las fuerzas de inestabilización, entonces, indomesticadas,
obligaron a repetir tres veces el mismo experimento. De donde puede colegirse
que la célebre estabilidad del sistema político nacional -eje del estereotipo resu-
mido más arriba- no ha sido más que una cristalización estatal de equilibrio,
emergida en la epidermis y no en el flujo sanguíneo e históricamente vital de la
sociedad chilena. De ahí, también, su triple colapso frente al caudal acrecentado
de ese flujo; es decir, frente a la insoluta inestabilidad fundamental.
Siendo ésa la conclusión global, el problema histórico que es preciso resolver
entonces es éste: ¿cómo y por qué el sistema político nacional ha logrado resistir y

78
sdsienerse, período tras período, sobre esa repotenciada inestabilidad fundamen-
tal? Lo mismo, planteado en forma inversa: ¿por qué los movimientos sociales
inayoritarios de la Nación han acosado tan sostenidamente a un sistema político
i|iic ha demostrado -sobre el plano hemisférico- tan altos índices de estabilidad
relativa, de modernización y capacidad de dominio?
A la luz de las consideraciones hechas más arriba, la hipótesis de trabajo más
plausible es la siguiente: las mismas fuerzas que han sostenido al sistema político
nacional en estabilidad, son, a la vez, las que han empujado a los movimientos
sociales mayoritarios contra el Estado. El endurecimiento constitucional parece
haber generado a la par que sofocado el conflicto. Y esto hace suponer que la
i'siabilidad se ha reducido al endurecimiento de un determinado sistema de domi-
nación, que ha sido eficiente en el plano político de la gobernabilidad, pero no en
el desarrollo de los proyectos históricos latentes en la sociedad. Esta hipótesis se
fundamenta en las siguientes tendencias globales, que se desprenden del balance
hecho en páginas anteriores:

(1) La estabilidad del sistema político nacional es reductible, en último análi-


sis, a la estabilidad o endurecimiento constitucional, sin una correspondiente
estabilización económico social por la base.
(2) La estabilidad constitucional ha sido una estabilidad social e históricamen-
ic amenazada, lo que quiere decir que el sistema político nacional, junto a un alto
índice de estabilidad institucional, ha tenido un bajo índice de legitimidad social y
económica.
(3) La estabilidad constitucional no podría explicarse por su legitimidad social
en el conjunto de la Nación, sino solo por su funcionalidad a una parte de ella. Es
preciso identificar esa parte.
(4) La estabilidad del sistema político nacional ha determinado que la movili-
zación social (popular) contra el Estado, pese a su recurrencia, no logre traducirse
en un proyecto constitucional alternativo, por lo que se ve obligada a mantener
sus actitudes y acciones de tipo historicista, sobre el filo de la Ley.

Ha sido en el marco de estas cuatro tendencias globales donde ha surgido y se


ha planteado, en Chile, el problema de la violencia política, tanto desde el Estado
hacia los movimientos sociales, como de éstos contra aquél.
A pesar de lo dicho, el problema de la violencia política ha sido tratado casi
exclusivamente en clave 'G'. Es decir, ha predominado la noción de que la violen-
cia política es solo aquella que atenta contra la Ley, la Constitución y el Gobierno
establecido. Por lo tanto -se asume- es más o menos inherente a los movimientos

79
sociales, y computable a sus afanes de libre historicidad. Con una especificación;
la violencia no emana de los movimientos sociales mismos (pues éstos, en la clave
'G', son depositarios del principio de la "soberanía popular"), sino de los "sedicio-
sos", "conspiradores", "anarquistas", "extremistas" y "subversivos" en general,
quienes, oportunistamente, actúan en el interior de los movimientos. Y dado que
no existe otra Ley ni otro Derecho válidos que los escriturados en los textos cons-
titucionales de 1833,1925 y 1980, los 'violentistas' carecen de toda ley o moral que
justifique sus actos, como no sea su propia estructura mental (no de conciencia),
moral e incluso ontológica. Se rigen solo por su intrínseca 'perversidad', o por sus
conexiones externas. De aquí la frecuente conclusión política oficial según la cual
la violencia política no debe ser explicada (¿cómo se podría, si carece de 'G'?), sino
solo extirpada^^
Es evidente que esa definición (unilateral) de violencia política se beneficia
del hecho de que las acciones y roles historicistas carecen de un Derecho o Ley
Fundamental que los respalde y justifique. Ni la más justa ideología ni la más
estricta ciencia social sustituyen o/y duplican el Derecho. Pues la Ley, la Cons-
titución y las Normas son, por naturaleza, funciones estructurales, intrasistémicas
y, por tanto, ahistóricas. Sincronizan los procesos, no necesariamente los desarrollan.
La historicidad, por contraste, tiene legitimidad social, pero no institucionalidad.
De aquí que una definición legalista o estatal de violencia política (es decir, de
clave 'G') ignora, por cuestiones de principio, el hecho de que todo sistema político
nacional es, en última instancia, una construcción histórica. Es decir, procesos de
cambio, que han permitido a determinados proyectos sociales convertirse en textos

El doctor Alberto Coll, cubano nacionalizado norteamericano, profesor universitario y "considerado


uno de los grandes expertos mundiales sobre el tema del terrorismo", definió el problema para la
periodista Lucía Santa Cruz de la siguiente manera: "El terrorismo glorifica la violencia como un fin
en sí mismo, como forma de llevar a la sociedad a un caos violentista que actiie como una suerte de
fiebre del cuerpo social..." (El Mercurio, domingo 17 de agosto de 1988, D 2-3). Véase también, en
ibidem, el reportaje titulado "Las cifras de la violencia" (DI). Una asimilación de la violencia políti-
ca popular a esa definición de "terrorismo" puede hallarse también en el estudio de M. M. Marinovic,
"Hipótesis del terrorismo: una metodología de análisis aplicada al caso chileno. 1983-1986", Revista
de la Facultad de Derecho 1, N° 2 (1987); este autor define "terrorismo" de la siguiente manera: "Son
acciones de violencia llevadas a cabo mediante el ocultamiento y la sorpresa por grupos paramilitares,
en contra de la integridad física de las personas y las necesidades básicas de la población ... con fines
de desestabilización económica, social y política" (p. 135). Para el abogado G. Pickering, por el con-
trario, el "terrorismo" deriva, sobre todo, de la "cultura de la intolerancia generalizada, en la lógica
del dogmatismo, del todo que aparentemente lo resuelve todo" y propone que, para combatirlo, más
importante que el autoritarismo represivo, es "la existencia y vigencia de un Estado de Derecho ...
que ha demostrado ser más eficaz contra el terrorismo que la discrecionalidad de las estructuras
autoritarias". En: "Terrorismo: aspectos jurídicos, políticos y militares". Documentos D/25/88 (Santia-
go: CED, 1988), pp. 2-3.

80
I (institucionales y sistema político nacional. Ignora también que, si bien esos
liroyectos llegan a ser vigentes, los que no llegan a serlo y/o no son adecuadamente
t (insiderados por el triunfante, pierden sin duda su oportunidad coyuntural, pero
lio m legitimidad social ni su historicidad. En este sentido, el sistema político nacional
es el producto construido por 'un' proyecto social, pero también, y sobre todo, es el
Mil)producto del conflicto social. Como tal, entonces, el sistema político nacional
se establece ejerciendo una dosis determinada (a veces muy alta) de 'violencia
política constituyente', que consiste en el forzamiento de otros proyectos sociales
ii encerrarse (y repotenciarse) en su historicidad 'P'.
En Chile, cada período de estabilidad constitucional ha estado precedido por
inia fase de violencia política constituyente, armada y no armada, estatal y no
cslatal, civil y militar, en dosis variables''^ La violencia estatal represiva muchas
veces no ha sido sino la continuación de esa violencia original. Sin embargo, ese
li|)o de violencia no ha sido ni conceptualizado ni condenado en la ciencia política
(il'icial. Por el contrario, en los hechos -donde ha configurado una norma consuetu-
dinaria- ha sido proclamado un acto legislativo fundamental que es preciso respetar
y revestir, finalmente, con la majestad de la Ley. Como si la Ley fuese, en sí misma,
más importante que su origen y que su eficiencia real. Por supuesto esto no ten-
(hía ninguna importancia si el sistema político nacional así institucionalizado
demostrara a la larga eficacia en resolver los problemas estratégicos de la socie-
dad; pero eso, para ningún sistema político portaliano, ha sido demostrado. De
modo que no parece socialmente conveniente continuar ignorando lo que ha signi-
ficado y significa la violencia política constituyente.
La consideración científica del problema planteado por la violencia constitu-
yente incluye una reconsideración del problema de la violencia histórica ejercida
por los movimientos sociales. Pues, al constatarse en la realidad que lo que está
funcionando es la fórmula sistémica (violencia constituyente original + ineficien-
cia estratégica actual), entonces la estabilidad política e institucional del sistema
|)olítico nacional no aparece como un valor per se, ni como un absoluto social; ni
tampoco la movilización contra el Estado aparece como un antivalor. Más bien al
contrario, el acoso social contra el sistema de dominación aparece como la ejerci-
lación de un derecho histórico más o menos inalienable, inherente al flujo vital
interior de la sociedad chilena. Es el mismo derecho histórico que los militares se
han arrogado, a nombre de la constelación 'G', cuando el sistema político nacional
'G' ha estado seriamente inestabilizado, para proceder contra sus restos y contra
las encarnaciones sociales concretas de la soberanía popular. La diferencia es que

Salazar, "Grandes coyunturas políticas..

81
el derecho histórico de los movimientos sociales gira en torno a 'P', principio des-
conocido hasta hoy (desafortunadamente) por los militares. La convalidación de
ambas variantes del mismo derecho no solo parecería una modernización superla-
tiva de la política chilena, sino que extirparía el centenario y arraigado temor
elitista hacia la historia. Y ésta, con esa convalidación, muy probablemente vería
exorcizado el espíritu del mal que hasta hoy parece caracterizarla en la opinión de
las élites dirigentes de la sociedad chilena.
Por todas las razones antes expuestas, el estereotipo citado al comienzo de esta
sección puede estimarse como técnicamente reversible. Y así se le entenderá en el
resto de este trabajo.

2, Ciento sesenta años de librecambismo


Es cierto que, para mantener una adecuada gobernabilidad de la Nación, aun
en sus coyunturas de crisis y cambio, todo acto exitosamente constituyente de Es-
tado debe ser presentado y entendido como nacional. Pese a ello, resulta imposible
desconocer que en Chile esos actos han sido, históricamente hablando, eventos en
los que un proyecto social de Estado se ha impuesto sobre otros. Y que han utiliza-
do una dosis variable de 'violencia constituyente'. Que, en consecuencia, no han
sido actos propiamente nacionales (en que la Nación en masa ha cuidado por sí de
sus intereses generales), sino acciones sobresalientes de su conflicto social, por las
que un sector o grupo o estrato ha logrado imponer sobre los demás su proyecto
histórico específico, en virtud de su mayor fuerza operativa, su mayor habilidad
político-parlamentaria, o la mayor universalidad ('G') de su discurso coyuntural.
El problema consiste, pues -como se señaló antes- en identificar esos proyectos, o/
y los sectores que lo han respaldado.
La pesquisa historiográfica ha acumulado suficientes pruebas como para ase-
gurar que, a lo largo de 160 años (1830-1990), un mismo proyecto y un mismo tipo
de grupos sociales se han impuesto sobre sus competidores. Correspondientemen-
te, un mismo tipo de proyecto y un conjunto similar de grupos han sido los
predominantemente desplazados por aquél.
El proyecto recurrentemente triunfante ha sido el que, de modo genérico, se
puede denominar como 'librecambista'; y sus grupos funcionales, como 'oligarquía
mercantil-financiera'. Han sido estas fuerzas las que han prevalecido en la consti-
tución del capitalismo chileno y en la de su Estado. Ellas, también, han sido las
que han determinado el tipo de relaciones entre 'G' y 'P' y condicionado la forma
en que ha actuado históricamente el movimiento social popular (entre otros). Su
hegemonía, sin embargo, no ha consistido en una aplicación reiterativa de la mis-
ma fórmula institucional de dominación; se ha regido, a nivel superestructural.

82
|it)i' una línea autodesarrollada de modernización y actualización internacionalis-
lii, V en su base, por un proceso de adaptación a diferentes tipos de jaque social, lo
i|ii(' ha determinado cambios de importancia en aquella institucionalidad de do-
minación. Estos cambios internos han permitido al proyecto librecambista y a sus
(jKipos funcionales presentar faces y apariencias distintas (progresistas) a la ciu-
thukuiía, que han facilitado la transfiguración de su interés privado en el estratégico
Inlcrés nacionaPl Más aún, la larga duración de su hegemonía ha concluido por
iiKidelar 'librecambistamente' no solo la cultura política convencional del país,
Hiino también su ciencia (la 'oficial') y su filosofía (sus valores 'G'), relegando las
formas potenciales de una cultura política, ciencia y filosofía 'alternativas' a la
iiiiirginalidad, pese a su validez técnica.
i''s indispensable presentar los hechos y procesos más relevantes de esa hege-
monía, sintéticamente.

(/, ¡MS mercaderes (de carne y hueso) ai poder (1829-33)


El desarrollo económico de Chile dependió, en el principio (siglos XVI y XVII),
de las exportaciones de oro, sebo y cueros. Más tarde, de las exportaciones de
irigo, cobre y salitre (siglos XVIII y XIX). Recientemente, de las de cobre y aque-
llas de "exportación no tradicional". Además, en todas las épocas, ese desarrollo
lia dependido también de las importaciones de manufacturas, medios de produc-
ción (herramientas, maquinaria, combustibles, materia prima, etc.) y divisas (oro,
libras esterlinas, dólares). De modo que no han sido poco importantes, en la histo-
ria del capitalismo nacional, los "estancieros" (productores de cueros y sebos), los
"hacendados" (productores de trigo) y los "mineros" (más que nada, fundadores
(le plata y cobre). Sin embargo, de mayor importancia que el de estos productores,
ha sido el rol estratégico desempeñado por los "mercaderes-banqueros" en la es-
tructura nacional de acumulación capitalista, dado el hecho de que regularmente
administraron -y a menudo monopolizaron, los canales de ida y vuelta del comer-
cio exterior chileno, conjuntamente con el mercado de oro y divisas adosado al
mismo.
De modo que, en el largo plazo, ha sido el millonario conglomerado mercantil fi-
nanciero el que, en illtimo análisis, ha comandado el desarrollo del capitalismo
nacional, y no, como se ha creído, los "estancieros", "hacendados" y "mineros' (o
empresarios productores en general), quienes se han visto regularmente compelidos

Un mayor desarrollo de este problema en G. Salazar, "Problemas históricos de la sociedad chilena


contemporánea" (Texto para profesores), Centro de Perfeccionamiento del Magisterio (Lo Barnechea,
1987), pp. 157-92 y en G. Salazar y J. Finio: "Historia Contemporánea de Chile", v. 1, LOM Ediciones
(1999). Nota del Editor.

83
a situarse en una posición de subordinación y dependencia respecto de ese conglo-
merado.
Es por ello que, históricamente, las políticas netas de desarrollo han consisti-
do, en el fondo, más en la reiteración del apoyo estatal a la racionalidad
'mercantil-financiera' de acumulación capitalista, que en el impulso efectivo a la
lógica 'productivista'. Es la conclusión que se obtiene observando, al paso, la suce-
sión de gobiernos y coaliciones políticas desde 1830 a 1990. La hegemonía de esa
racionalidad ha permitido así la reproducción reiterada -aunque algo solapada-
del proyecto librecambista en el país.
Durante el período colonial, el Rey de España favoreció progresivamente a los
mercaderes hispanocriollos, liberalizando el mercado interno del Imperio y tratan-
do de neutralizar la agresividad comercial de los mercaderes ingleses, franceses y
holandeses. Hasta 1810, esa política tuvo un éxito parcial. Por su parte, los gobiernos
patriotas y "pipiólos" del período 1810-30 intentaron también proteger a los merca-
deres (esta vez, solo a los "criollos") tanto del revanchismo hispánico como de la
omnipresente competencia anglosajona. En general tuvieron éxito en lo primero,
pero fracasaron en lo segundo. A su turno, los grupos mercantiles (criollos) que asu-
mieron el control del Estado en 1830, trataron de fomentar ("patrióticamente") el
desarrollo de la producción nacional, pero sobre la base de asociarse ellos mismos,
orgánicamente, a los comerciantes ingleses, franceses, etc., que pugnaban por rom-
per el proteccionismo chileno. En el mediano plazo, tuvieron éxito en consolidar un
discurso patriótico de 'gobernabilidad', pero, factualmente, lo que hicieron fue con-
solidar la hegemonía económica de un poderoso núcleo de compañías comerciales
extranjeras*. El éxito histórico del proyecto mercantil impuesto en 1830, constitu-
cionalizado en 1833, y económicamente consolidado por la eficiente acción
empresarial de ese conglomerado extranjero desde entonces hasta 1914 ó 1930, de-
terminó que Chile, de modo gradual, se estructurara en los términos de ese patrón
de desarrollo capitalista y de ese tipo de sistematización estatal.
No fue poco significativo, por tanto, lo que ocurrió en la coyuntura 1829-33.
Pero, ¿quiénes fueron, realmente, los que entonces llegaron al poder y modelaron
constitucionalmente el Estado? La tradición historiográfica y los discursos políticos
convencionales apuntan: "los terratenientes". Los hechos puntuales mismos, por

Acerca de la entronización del capital mercantil extranjero en el Chile portaliano, entre otros: Ch.
Pregger, "Dependent Development in 19"' Century Chile" (Ph.D. Diss., Rutgers University, 1975); J.
Mayo, "British Interests in Chile and Their Influence. 1851-1886" (Ph.D. Diss., Oxford University,
1977); G. Salazar, "Entrepreneurs and Peons in the Transition to Industrial Capitalism. Chile, 1820-
1878" (Ph. D. Diss., The University of Hull, 1984); y E. Gavieras, Comercio chileno y comerciantes ¡«^te-
ses. 1820-80 (Valparaíso, 1988).

84
Nil lado, insisten: fueron los mercaderes monopolistas ("estanqueros"), comandados
por el comerciante Diego Portales; gremio que también controló la mayoría de la
Asamblea Constituyente que evacuó la Constitución de 1833. La perspectiva de
mas largo plazo indica a su vez que, para comprender adecuadamente el 'proyecto
mercantil' impuesto en 1830, es indispensable entender a cabalidad cómo era el
proyecto social alternativo derrotado por aquél; es decir: en qué había consistido
el proyecto "pipiólo". En síntesis, éste privilegiaba el gobierno local sobre el central,
la democracia social extensiva sobre la democracia electoral restrictiva, la milicia
(iiidadana sobre el Ejército Profesional, la producción sobre el comercio, y la
libertad empresarial sobre el monopolio amparado por el Estado. Su base social
i'siaba compuesta, sobre todo, por medianos y pequeños productores, y también
|ior intelectuales etiquetados como "anarquistas", "federalistas" o, simplemente,
"rojos"^\ En contraposición, el proyecto mercantil privilegiaba el centralismo (o
sea, la hegemonía del eje comercial Santiago-Valparaíso), la democracia
aristocrática (censitaria), el Ejército Nacional Centralizado, el comercio exterior,
y los monopolios privilegiados por el Estado. Su base social estaba compuesta por
l(»s ricos mercaderes-banqueros (chilenos y extranjeros) y sus asociados menores:
los productores de trigo (hacendados) y los "mineros" (fundadores y habilitadores).
Sobre esa plataforma política y social, el movimiento político mercantil declamó
su célebre discurso patriótico y 'proteccionista'™.
De ese discurso arrancó, sin embargo, la tradición ideológica de la política
chilena, la cual ha resaltado, del proyecto triunfante en 1830, su capacidad para
imponer los principios de gobernabilidad, modernización occidental, aprovecha-
miento de las riquezas naturales, moralidad cívica y sentido de Nación. Ha
asumido, al mismo tiempo, que esa capacidad fue inherente a la aristocracia
terrateniente y conservadora que gobernó el país por entonces^''. En esta tradi-
ción ideológica no se han resaltado ciertos hechos relevantes: el desplazamiento
de los mercaderes chilenos del comercio exterior nacional, por los comerciantes
foráneos; la supremacía alcanzada sobre la economía nacional por las grandes
"casas comerciales" y bancos extranjeros que, sin disputa, se prolongó hasta 1930;
la crisis en cadena de las estructuras productivas de la Nación (la minería, hacia
1873-78; la industria manufacturera, en 1880 y luego en 1908; y la agricultura.

Sobre ia base ecünómica y la racionalidad social-productivista de la oposición "roja" de mediados del


siglo XIX, G. Salazar, "El movimiento popular de industrialización: desarrollo y crisis. 1830-1885"
(Ponencia en jornadas de Historia de la Universidad Metropolitana de Educación, octubre de 1989).
G. Salazar, "El empresariado industrial...", 2 vols., passim.
Edwards, La fronda aristocrática; J. C. Jobet, Ensayo critico sobre el desarrollo económico y social de Chile
(Santiago, 1%^); y A. Pinto, Chile, un caso de desarrollo frustrado (Santiago, 1958).

85
hacia 1930); la irrefrenable pauperización y barbarización de la clase trabajado-
ra, que tocó fondo abismal hacia 1910; la agitación y bandolerismo populares,
que corroía y recorría los pilares profundos de la modernización mercantil; la
inutilización administrativa del Estado para todo efecto de desarrollo netamen-
te productivo y auténticamente social; etc.'""
Es decir, lo que el mito del Estado Portaliano no ha entregado ni resaltado es la
inocultable evolución librecambista negativa que la economía y la sociedad chilenas
experimentaron bajo su conducción en el siglo transcurrido entre 1830 y 1930. Los
hechos de largo plazo -es decir, las 'totalidades dinámicas'- denuncian cuál fue la
naturaleza real del proyecto que triunfó en 1830, lo cual exime a este trabajo de
abundar en detalles empíricos acerca de su modo de origen'''.
¿Cómo fue posible que la oligarquía mercantil chilena (y sus hacendados y
fundadores asociados) perseverara tanto tiempo en un modelo político y económi-
co que conducía a la penetración imparable de los extranjeros, a la paralización de
los sectores productivos tradicionales y a la pauperización extrema de las masas
populares? Es decir, ¿cómo pudo perseverar en un modelo que estaba corroyendo
su propio liderazgo nacional, como los mismos hechos han demostrado?
Solo cabe una respuesta: porque el conglomerado extranjero (que controlaba
hacia 1900 más de 60 por ciento de los mecanismos de acumulación capitalista del
país) no experimentó ningún síntoma de crisis hasta la Guerra Mundial de 1914 y,
sobre todo, hasta la crisis comercial de 1930. Fue la solidez y dinamismo capitalis-
tas de ese conglomerado los pilares que crecientemente 'sostuvieron' al país
(activando su industria, su banca y su comercio), al Estado (al convertirse en el
único sector tributario de la Hacienda Pública), y a la misma oligarquía mercantil
criolla (al convertir a ésta y a la clase media siútica en los 'gestores políticos" de
sus intereses económicos frente al Estado). La satelización del Estado, la oligar-
quía y la clase media respecto del conglomerado económico extranjero, sobre todo
entre 1891 y 1930, permitió la consolidación de un pacto social y político que, de
un lado, fue el eje de la desempresarialización de la oligarquía, la "empleomanía"
de la clase media, la desmoralización de ministros y parlamentarios, y de la des-
clientelización política de la masa popular. No obstante, semejante edificio era

Sobre la crisis del empresariado popular, Salazar, Labradores... Respecto de la "agitación social" de
este período, véase los trabajos de A. luanes, G. Guajardo y J. Pinto en Proposiciones 19 ("Chile,
historia y 'bajo pueblo'").
Para un visión particularizada y tradicional del modo de origen del Estado portaliano, D. Barros A.,
Historia General de Chile (Santiago, 1897), tomos 15 y 16, capítulos XXX a XXXIX; y R. Sotomayor V.,
Historia de Chile durante los cuarenta años transcurridos desde 1831 a 1871 (Santiago, 1875), tomo 1, capítulos
I aV. Una perspectiva iconoclasta en S.Villalobos, Portaíes, una falsificación histórica (Santiago, 1989). G.
Salazar: "Construcción de Estado en Chile. (1800-1837), Ed. Sudamericana (2005). Nota del Editor.

86
Iiidiivía suficientemente 'estable' y liberal como para que las Fuerzas Armadas
(odavía lo consideraran, en 1920, como el plexo geopolítico de la Nación, que era
jMcciso proteger''^
l',s interesante, en este sentido, lo ocurrido entre 1914 y 1930, pues la irrupción
(le la Guerra Mundial hizo trastabillar el conglomerado económico extranjero en
Cliile. Sintomáticamente, cuando eso ocurrió, todos comenzaron a hablar de "na-
(idiialismo industrial", de 'reformas" y "democracia". Pero, al término de la guerra,
t'l conglomerado se recuperó y la oligarquía, seguida de la clase media, encarpetó
los proyectos de industrialización, reforma y socialismo. Entonces vino el colapso
comercial (internacional) de 1930. ¥A conglomerado económico extranjero en Chi-
le se derrumbó. Simultáneamente, reapareció el discurso nacional-desarrollista...''^
La prolongación de la hegemonía mercantil-financiera a través del conglomera-
do extranjero y del pacto sociopolítico tejido por los grandes actores nacionales en
I orno a ese conglomerado, determinó que los proyectos propiamente productivistas,
industrialistas y sociocráticos fueran sostenidamente transitados, marginados, y sus
bases sociales reprimidas'"". De este modo, no debe extrañar que, a fines del siglo
XIX, los empresarios productores y la "clase operaria" sintieran que estaban com-
partiendo una misma lógica productivista, que la "clase agiotista" era su enemigo
natural y que, de hecho, sumaran a veces sus bases en la calle para luchar contra la
oligarquía dominante''^ Tampoco debe extrañar que el proyecto social-productivista
(|ue estos sectores compartieron, no solo fuera perdiendo sus plazos históricos de
oportunidad, sino que, también, se transformara en un proceso de periferia, en una
lógica crecientemente desprestigiada e, incluso, subversiva. A comienzos del siglo

Cf. nota 48. Acerca de la retirada de la oligarquía nacional del comercio exterior,!. F. O'Brien,"British
Investors and the Decline of the Chilean Nitrate Entrepreneurs. 1870-90" (Ph.D. Diss., University of
Connecticut, 1976). Sobre el rol de las Fuerzas Armadas, A. Joxe, Las Fuerzas Armadas en el sistema
politia) d)/le;io (Santlago,1970); y F. Nunn, The Military in Chilean History. Essays on Civil-Military Relations.
¡810-1973 (Albuquerque, N.Y., 1976).
Una visión global de este cambio de actitud en P. Drake, "The Political Response of the Chilean Upper
Class to the Great Depression and the Threat of Socialism", en F. C. Jaher, The Rich, the Weil Born and the
Powerful; también .su Socialism and Populism in Chile. 1932-52 (Urbana, III., 1978).
No existen suficientes estudios históricos acerca del movimiento social-productivista en Chile. Sobre
los conflictos entre los liberales "rojos" y los llberal-conseri'adores de mediados del siglo XIX la
literatura, en cambio, es más abundante. Por ejemplo, L. Vítale, Las guerras civiles de 1851 y 1859 en
Chile (Concepción, 1971). Es de interés también el ensayo de M. Zeltlln, The Civil Wars in 19th-century
Chile, or the Bourgeois Revolution that Never Was (Urbana, III., 1987).
Mientras fueron oposición política, los liberales ("rojos") acudieron a menudo, en su política callejera, a
la colaboración de las masas artesanales, peonales y aun Indígenas. La actitud de desacato y dellctualidad
de las masas peonales favorecieron el desarrollo de la violencia desarrollista de los grupos liberales.
Véase B. Vicuña M., Historia de los diez años de la administración de don Manuel Mojur (Santiago, 1862),y Los
girondinos chilenos (Santiago, 1989).

87
XX. Ill pi'nloiinaci()n de esta marginalidad llevó a los empresarios productores a ce-
diT icireno estratégico, a transar con el conglomerado mercantil, e incluso a adoptar
para si las políticas desnacionalizadoras del librecambismo. Como resultado, desde
1910 o desde antes, la clase popular se halló sin aliado empresarial con quien promo-
ver la estrategia económica y política productivista y desarrollista. En su aislamiento,
el movimiento popular proletarizó sus objetivos políticos y comenzó a hablar, en
tono cada vez más golpeado, de revolución socialista.
Después de 1910, la hegemonía librecambista -habiendo tenido origen, en la
primera mitad del siglo XIX, en la colisión económica entre la racionalidad mer-
cantil (liberal) y la productivista ("pipióla")- se entrampó en un conflicto
esencialmente político entre una racionalidad mercantil desnacionalizada y una
racionalidad socialista y proletaria, sin que hubiese amparado un real desarrollo
industrial capitalista''^

b. El castillo vacío, los mercaderes fantasmas y el poder del hechizo (1925 y


después)
El proyecto histórico librecambista había tenido, en 1830, carne social propia,
y viva. Pues lo habían presentido, necesitado e impulsado un conjunto de merca-
deres criollos, con apoyo de mercaderes ingleses y de productores en grande de
trigo y cobre. Las más conspicuas élites intelectuales y militares le dieron también
su adhesión.
Hacia 1878 -año de crisis estructural, disimulada por la guerra de 1879- ese
proyecto tenía aún carne social, pero enflaquecida y enrarecida: solo los mercade-
res anglosajones y los hacendados y mineros asociados a ellos (sobre todo a través
de deudas) militaban protagónicamente en él. Pero ello era suficiente para que el
Estado de 1833 se mantuviese a horcajadas sobre ese proyecto, con su carga buro-
crática (civil, militar y eclesiástica) de tipo montt-varista, y su discurso moralista y
patriótico.
Hacia 1910 -año clave de la "crisis moral de la República"- el proyecto libre-
cambista estaba, para toda consideración histórica, extranjerizado (o sea,
'desocializado'). Sin embargo,, en compensación, y en lo que respecta a las élites
chilenas, se había politizado. Es que la 'idea' librecambista se había reproducido

No se ha realizado aún un estudio sistemático acerca de la conducta histórica del centro politico en
Chile. Se han escrito numerosas crónicas del Partido Radical y del Demócrata Cristiano, pero no así
del Partido Liberal. Todos estos grupos comparten conductas y roles históricos relativamente simila-
res. Es el resultado que arroja, hasta el momento, una investigación que este autor está realizando
acerca de "La clase política civil en Chile: Estado y movimientos sociales (1925-1973)" (Fundación
Ford - SUR, Profesionales Consultores Ltda., 1990-91).

88
lii.is y mejor entre los "gestores políticos" y los "agiotistas" que entre los mismos
t'iii presarlos. Es decir, más en la cascara del Estado (y de la Bolsa) que en la carne
liipiíalista de la clase dirigente. Hacia 1910 ó 1920, la clase política civil (parla-
iiicntarista) era la principal base de apoyo del viejo proyecto librecambista, y la
Idciuidad de refugio para la decadente oligarquía mercantil chilena. Al término
(kl primer siglo de hegemonía, el proyecto librecambista había pues cambiado
I res veces de carne social: partió con los monopolistas portalianos, continuó con
liis compañías comerciales foráneas, y concluía, hacia 1920, con los políticos libe-
rales de todo origen y filiación. Al final de esa triple metamorfosis social, había
perdido el sentido de la verdadera 'empresarialidad'.
El Estado de 1925 fue entonces construido por ese tipo de políticos, en ausen-
cia de ese tipo de empresarios. Como tal, fue un castillo estatal á la extranjera,
legado a Chile por el primer siglo de librecambismo criollo. Un castillo mercantil,
sin duda, pero sin mercaderes dentro (los criollos habían quebrado y los extranje-
ros estaban en vías de hacerlo). Hechizado sí por una ancestral lógica acumulativa
tic mercaderes, banqueros y especuladores. La democracia liberal de 1925, por lo
lanto, consistió en la libertad electoral para que cualquier grupo social entrase al
castillo estatal y, pasajeramente, lo habitase, bajo la 'maldición' de que no debían
mortificarse ni sus murallas constitucionales, ni su lógica fantasmal. Los ángeles
custodios de esa maldición no eran otros que el espíritu patriótico y profesional de
las Fuerzas Armadas, y el inquebrantable respeto de la clase política civil a los
textos constitucionales de la Nación. Eue por esto que los grupos social-producti-
vistas que, después de 1930, viendo electoralmente entornadas las puertas del
castillo, entraron a merodear en él, sintieron en sus pies el frío cepo librecambista,
que poco a poco paralizó su caminar. El frío de ese aherrojamiento recibió un
nombre: era la parálisis de la "nueva dependencia"'''.
Hablando de los hechos, el proyecto librecambista, administrado en 1925 por
la clase política, se impuso al propuesto por la Asamblea Constituyente de Traba-
jadores e Intelectuales'*. Los políticos y los historiadores solo han recordado, de
esa coyuntura, lo hecho por la "Comisión Constituyente" designada por el Presi-
dente Alessandri, pero no lo propuesto por la constituyente popular, ni la
constitución económica que entregaron al país los economistas norteamericanos
contratados por el mismo Alessandri, ni el déficit de reformas sociales que a últi-
ma hora debió cubrir, para evitar males mayores, el "dictador" Ibáñez.'''' Tampoco

Salazar, "Movimiento teórico..."


Id., "Grandes coyunturas políticas..." y en "Movimiento Social y... (1992)".
G. Strawbridge, "Militarism and Nationalism in Chile. 1920-1932" (Ph.D. Diss., University of Pensylvannia,
1962).

89
han resaltado la segunda arremetida hecha por los sectores social-productivistaj
en los años treinta (sobre todo el sector empresarial), ni la forma en que el Presi»
dente Alessandri se deshizo de ellos'".
En verdad, el colapso que el conglomerado económico extranjero experimentó
en 1930 dejó un vacío importante en la conducción superior del capitalismo chile-
no. Para llenar ese vacío estratégico había, hacia 1932, solo dos candidatos hábiles:
la misma clase política civil, y el empresariado industrial. La primera tenía venta-
jas: disponía de una larga experiencia especulativa, ideológica y política respecto
del capitalismo liberal; manejaba diversos contactos con el capitalismo interna-
cional, y monopolizaba un importante instrumento de poder: el Estado Liberal de
1925, y su flamante prestigio democrático. La candidatura de la clase política civil
al liderazgo económico de la Nación involucraba la transformación del Estado en
un Estado Empresarial á la liberal; es decir, en un aparato capacitado para contro-
lar el comercio exterior y el mercado de capitales en moneda dura. Un Estado
Empresario calcado a imagen y semejanza del viejo y ya decrépito conglomerado
mercantíl-financiero extranjero''.
Con todo, hacia 1930 la masa ciudadana no quería hegemonías mercantiles,
sino industrialización. De modo que, en función de respetar las demandas nacio-
nales, era preciso que el flamante Estado Empresario y los flamantes empresarios
de la Nación (la clase política civil) actuaran de hecho como un Estado Fabril. Esto
significaba, en concreto, importar medios de producción a precio conveniente y
acumular divisas baratas para poder importarlos. Con todo, después de 1938, eso
no era posible sino consolidando la dependencia de Estados Unidos'^.
El otro candidato al vacío era el empresariado industrial (solo después de 1930
este sector salió de su largo anonimato político, de más de ochenta años sucesivos).
Pero el empresariado industrial no tenía prestigio, ni autoconfianza, ni estructu-
ras estatales desarroUistas de las cuales servirse, ni racionalidad industrialista
realmente internalizada en la clase política civil y militar, ni aliado productivista
importante (el proletariado industrial, desde 1900, le había quitado su apoyo).
Era, más bien, un típico candidato advenedizo. Peor aún: su evidente inclinación
hacia el corporatismo social-productivista lo acercaban más al modelo alemán de
desarrollo capitalista, que al modelo inglés o norteamericano (librecambistas);

Salazar, "El empresariado industrial...", vol, II.


Acerca de la formación y evolución del conglomerado mercantil extranjero, Salazar, "Algunos aspectos
fundamentales..."; y "Entrepreneurs..." ch. 3-8.
Los problemas estructurales de la dependencia económica chilena respecto de Estados Unidos han
sido estudiados en profundidad por T. Moran, Multinational Corporations and the Politics of Dependence:
Copper in Chile (Princeton, N.J., 1974),

90
Iliilinación que, a finales de los años treinta, era, en los altos círculos de la política
hemisférica, un cuasi delito de traición. Aun así, el empresariado industrial se
niiivio. Pero, entre 1934 y 1938, se estrelló con la misma derecha política, represen-
liul.i, en el caso, por el Presidente Alessandri y su ministro Gustavo Ross S.M."
Así, durante el período 1932-73, el librecambismo continuó rigiendo la historia
poli I lea y económica de Chile (pese a la muerte de su legítima carne social) a
Ir.ives de sus zombies: la estructura mercantil del capitalismo local (importación
ill' medios de producción para el desarrollo); la estructura liberal del Estado de
I'12,''); el liderazgo raquítico del empresariado industrial; la división del social-pro-
diictivismo entre un polo patronal debilitado y otro laboral pauperizado; la
hegemonía ejercida por la potencia extranjera proveedora de divisas y medios de
pioducción; la mentalidad y tradición liberales de la clase política civil y militar
i liilena, etc. Fue en razón de este librecambismo fantasmal que, en vez de un Esta-
do Fabril propiamente tal, se levantara solo una Corporación de Fomento a la
l'ioducción de tipo intersticial; y en vez de un proceso de desarrollo autosustenta-
do, se lograran solo espasmos desarrollistas de corta duración; y en vez de
autonomía, se profundizara la deuda externa y la dependencia del capital extran-
jero; y en vez de efectivo desarrollo social, se generaran procesos inflacionarios y
agitaciones sociales en espiral creciente. El fuerte movimiento desarrollista y so-
cialista, que arrastró consigo a los dos tercios inferiores de la sociedad chilena
después de 1940, no encontró eco así ni en la estructura del Estado, ni en el empre-
sariado industrial, ni en Elstados Unidos ni en los partidos políticos, ni en los
militares ni, en definitiva, en las posibilidades históricas ofrecidas por la demo-
cracia liberal. El hechizo librecambista paralizó el desarrollismo y el socialismo,
liasta derribarlos, en 1973.
Lo que probó que no se pueden desafiar, con base en un puro merodeo, las
maldiciones acumuladas en un castillo de 160 años de antigüedad.

c. Donde las armas del librecambismo revelan no ser meros fantasmas (1973-
90)
El Golpe Militar de 1973 y la violencia constituyente de 1980 no necesitan de
mayor presentación empírico-coyuntural. Aunque sí, tal vez, a la luz de 160 años de
librecambismo en Chile, necesiten de un rápido balance histórico.
El Golpe Militar de 1973 y la violencia constituyente de 1980 fueron, sin duda,
contundentes materializaciones ectoplásmicas del espíritu centenario del libre-
cambismo chileno, a través de su medium y custodio: las 'armas de la Nación'. No

Cf. nota 70.

91
extrañamente, tras una ligera invocación al fundador del Estado, Diego Portales,
el régimen militar del general Augusto Pinochet ha propendido a realizar tres ta-
reas fundamentales: (1) la reconstitución en Chile del conglomerado económico
extranjero, en su viejo rol de director mercantil financiero del capitalismo nacio-
nal; (2) la construcción de una nueva élite mercantil-financiera criolla, con socios
productivos menores; y (3) la construcción de un Estado Liberal Autoritario pero
eventualmente Democrático, capacitado para disolver desde su raíz cualquier sue-
ño o alucinación desarrollista o socialista. Tales tareas requerían de la eliminación
de todos los bolsones social-productivistas que, a todo nivel, habían furunculizado
el Estado y la sociedad chilenas. A un altísimo costo social, la extirpación se reali-
zó con éxito.
Con todo, el nuevo régimen no pudo doblegar por completo las salidas histori-
cistas del nuevamente agigantado "bajo pueblo" (1983-86), ni la nerviosa
resurrección de los escrúpulos democrático-liberales de la clase política civil de
todas partes (1987-89). La dictadura librecambista debió dejar paso, nuevamente,
a una democracia liberal, esta vez corregida y reajustada (1989-90). Pero el Estado
Liberal de 1980 es, hacia 1990 -y a diferencia del de 1925-, no un castillo vacío
poblado por mercaderes fantasmas, sino una estructura institucional explícitamente
librecambista que se ha hecho carne viva en un agresivo conglomerado mercantil-
financiero (nacional e internacional) de carne y hueso, y aun en unas 'armas de la
Nación' que esta vez han acampado algo más cerca que 'al alcance de la mano'. Los
políticos liberales de 1990 no ignoran, como los de 1938 y después, dónde están
prisioneros: el castillo actual está remozado y tiene guardias perfectamente visi-
bles. El librecambismo no necesita ahora del ultramundo histórico: está en pleno
escenario, de cuerpo completo, más fuerte que siempre.
Sintomáticamente, para muchos intelectuales y políticos, el tiempo del "desa-
rrollismo" y del "socialismo" a secas ha pasado definitivamente. Para esos objetivos,
habría llegado el "fin de la historia". Por lo tanto -asumen-, es preciso aceptar
derechamente el librecambismo triunfante. Y si se llegara a hablar -por respeto al
pasado y a los muertos- de esos (viejos) objetivos, habría que hacerlo en términos
del proyecto triunfante, como por ejemplo: "socialismo de mercado", "desarrollis-
mo comercial", etc.,"'' lo que revela, de una parte, que las categorías 'G',
hegemonizadas tiempo ha por el librecambismo sin apellidos, siguen fascinando a
gran parte de la intelectualidad de élite; y de otra, que la clase política civil y su
intelligentsia orgánica siguen sintiendo temor por la historia. El mismo temor que
ha sido uno de los más grandes aliados del librecambismo en Chile.

Entre otros, J. J. Brunner, "Socialismo y mercada", La Época, febrero 17,1990, p. 7.

92
Y eso se sabe en las intuiciones historicistas del "bajo pueblo", y en su ciencia
'M'ihisa'.

1 Ciclos y escenarios de la violencia política en la historia de Chile


l'.n Historia no es posible ni tiene sentido práctico discernir la existencia de
ii'Vcs históricas, al modo de las leyes físicas y naturales. Sin embargo, en determi-
iiiidos casos es posible distinguir recurrencias de hechos o tendencias recurrentes,
cuya detección permite comprender mejor ciertos problemas específicos.
l']n el interior de un sistema de dominación, por ejemplo, que ha sido capaz de
reproducirse repetidamente en el largo plazo (operando de hecho, por lo tanto,
CDino un sistema más bien cerrado), las tensiones y antagonismos existentes tien-
den a desenvolverse de un modo cíclico y/o en espiral, configurando una cadena
recurrente de ciclos reproductivos del problema central.
Lo anterior tiene pertinencia para el caso de la violencia política en la historia
de Chile. Se observa, en efecto, que, replicando los procesos y ciclos estructuradores
del sistema político nacional, se han presentado en su entorno tendencias semies-
iructuradoras de ciclos y escenarios de violencia sociopolítica de tipo historicista.
l'.n consecuencia, del mismo modo en que es posible y válido examinar la lógica que
ha regido y rige los procesos y ciclos de reestructuración del sistema político, cabe
determinar los trazos gruesos de la lógica que ha regido la historia de esa violencia.
Respecto de esto último, cabe anotar algunas constataciones globales.
En primer lugar, se observa que, tras la consumación factual de un acto consti-
lucional de Estado (con dosis variables de violencia constituyente), ha seguido, en
Chile, un período de relativa paz sociopolítica. Normalmente ha sido una paz por-
1 allana, consistente en la imposición victoriosa de alguna de las fórmulas políticas
del librecambismo, en la retirada confusa de la oposición social-productivista y,
ante todo eso, en la estupefacción histórica de la masa ciudadana. Ese período ha
sido más corto o más largo, pero lo que en él ha sido constante es que, en su trans-
curso, los grupos de oposición reaccionan y se mueven de manera desigual. Los
grupos medios, por ejemplo (clase política civil, profesionales, empresarios, buró-
cratas, eclesiásticos, etc.), tienden a jugarse, con diversos y cambiantes grados de
inhibición y remordimiento, por negociar con el bloque social dominante la forma-
ción de una coalición civilista amplia, de tipo nacionalista, a efectos de asegurar la
gobernabilidad de la Nación y el retorno a la normalidad institucional. Ello ha
dependido, por supuesto, de por cuánto tiempo el bloque en el poder prolongue la
represión de sus opositores: bajo el autoritarismo portaliano las negociaciones
demoraron treinta años en producirse (1830-1861); bajo la crisis de ese autoritaris-
mo (1891), solo demoraron meses; bajo el Estado Liberal de 1925, con interregnos.

93
entre siete y diez años; y, como se sabe, el general Pinochet retrasó la apertura •.
hasta los dieciséis años. No obstante, las coaliciones nacionales rara vez han per-
durado más allá de las primeras erupciones de la inestabilidad económica y social
de fondo. Esas erupciones han puesto fin a la paz post-constituyente, abriéndose
procesos políticos de fragmentación de bloques y fraccionamiento de partidos,
procesos a lo largo de los cuales los grupos medios de oposición al librecambismo
concluyen por asumir de lleno esa oposición, buscando alianzas y apoyo, ahora, en
el movimiento popular de base. La necesidad de apoyar a éste para, a su vez, ser
apoyado, ha de hecho sumado progresivamente los grupos medios, en el período
que intermedia entre una acto constituyente y otro, al movimiento contestatario
del movimiento popular".
Los grupos "subalternos" de oposición (movimiento popular), al abrirse el
período de la paz post-constituyente, se han hallado en una situación de relativo
aislamiento político. Así ocurrió en 1833, 1891,1925 y 1980. En tales casos, y al
contrario de los grupos medios, no han sido proclives a adoptar actitudes de
negociación, sino más bien de reclusión en su propia identidad social (retorno a
'P'). Han palpado entonces más en directo que siempre el grado de inhumanidad
de tales identidades, razón por la que han tendido a reaccionar pronto, asumien-
do otras de sorda resistencia. Estas no son claramente políticas (por lo común,
durante la paz post-constituyente no hay canales institucionales abiertos para
tipos de oposición clasificables como de desacato o deslegitimación del régimen
recién establecido), ni necesariamente legales. A menudo son delictuales, cuan-
do no insurreccionales. Ha sido este comportamiento refractario del "bajo
pueblo", de introversión inicial seguida luego de una extraversión opositora in-
transigente, lo que ha dado inicio en Chile a los ciclos de violencia política contra
el Estado.
En segundo lugar, se observa que las coyunturas de entrada y salida a un acto
constituyente de Estado han sido normalmente críticas para el movimiento po-
pular. De entrada, por la presión que ese movimiento ejerció contra el sistema
político que fue reformado y por la represión subsecuente que el proyecto libre-
cambista, en lucha por la victoria, ejerció sobre los que habían hecho esa presión'''.
De salida, por los esfuerzos del conjunto de la clase política -civil y militar-
tendiente a imponer al movimiento popular (en actitud sorda de resistencia) la

Cf. nota 65. Sobre integración y desintegración del Frente Popular, Drake, Sociaüsm and Populism...; y
J. R. Stevenson, The Chilean Popular Front (Philadelphia, 1942).
Esto fue especialmente evidente en los ciclos 1825-37, 1887-1907, 1919-34 y 1969-88. La represión
puede ser defensiva, ante la inminencia de un cambio, o disciplinante, después del mismo. El cambio
de carácter de la represión prolonga el ciclo de violencia estructural contra el movimiento de las
bases populares.

94
nueva disciplina institucional. Por el contrario, en los tramos que median entre
un acto constituyente y otro (en Chile estos tramos han fluctuado entre treinta y
t iiicuenta años), la presión sobre el movimiento popular ha tendido a disminuir.
I'.ii parte, porque los problemas de funcionamiento convocan la atención de las
(•liles dirigentes, y en parte, también, porque esas élites comienzan a dividirse y
fraccionarse, generando tensiones intracupulares. Paralelamente, la crisis eco-
nómica ha tomado cuerpo social. Aquella descompresión política y esta
compresión económica han empujado y permitido al movimiento popular recom-
poner su empuje historicista, e incluso encontrar algunos aliados políticos. El
producto de todo ello es la radicalización y politización de sus "agitaciones so-
ciales", y un incremento de la violencia política orientada contra el sistema
político nacional, reproduciéndose el ciclo.
En el largo plazo, la reiteración del triunfo librecambista y de las subsecuentes
conductas típicas de sus opositores derrotados ha configurado en Chile ciclos de
gestación, desarrollo y neutralización de la violencia política contra el Estado.
Normalmente esos ciclos son iniciados por el incremento de las actitudes socio-
políticas de resistencia del movimiento popular, pero se han desarrollado
políticamente cuando los grupos medios de oposición se descuelgan categó-
ricamente de las coaliciones nacionales, para terminar con la irrupción de la
violencia librecambista (VLC, en adelante), por lo común, militar. Como puede
apreciarse, el fenómeno de la violencia política no es de responsabilidad exclusiva
del movimiento popular; sus protagonistas, en diversos grados, son prácticamente
todos los actores sociales importantes de la Nación, moviéndose desde un lado o
desde el otro del desgarramiento interno de la sociedad chilena.

En la historia de Chile pueden distinguirse siete ciclos de violencia política,


que se esquematizan a continuación.

Cido I: 1750-1832. Este ciclo se inició con la agudización de la hegemonía mer-


cantil en la economía chilena y el incremento del desempleo que ella provocó en
la clase popular Después de 1800, con la entronización de los mercaderes anglo-
sajones, dicho proceso se radicalizó. Ello llevó a que, por arriba, la élite económica
local atentara con armas en la mano contra el orden colonial, a efecto de expandir
su cuota de poder sobre los mercados en que operaba (virreinales); y por abajo, a
que las masas populares se enfrascaran en un activo "vandalaje" (bandolerismo).
La crisis de la Independencia y las políticas "pipiólas" aumentaron la tensión en-
tre el polo mercantil y el social, llevando la violencia al enfrentamiento armado en
las guerras peonales del período 1818-32 (llamadas eufemísticamente "la guerra a

95
muerte") y en la revolución librecambista de 1829-30. La represión portaliana le
puso término (transitorio)"'.

Ciclo II. 1836-1860. Este período se inició con el reblandecimiento de las políti-
cas patriótico-proteccionistas del régimen portaliano (ocurrido a partir de 1836-38)
y de la represión física a sus opositores, mientras aumentaba la hegemonía de los
mercaderes extranjeros en la economía nacional. La expansión arrolladura del
capital mercantil-financiero, en términos crecientemente monopólicos, provocó la
crisis del (otrora activo) empresariado popular y el surgimiento de formas semies-
clavistas en torno al peonaje. Ante eso maduró una atrevida oposición
social-productivista (empresarios productores de todo tipo e intelectuales "rojos")
por arriba, y una nueva oleada (incontrolable) de desacatos y violencia delictual,
por abajo. En ese contexto, dos insurrecciones estallaron contra el régimen porta-
liano de Manuel Montt, sofocadas a sangre y fuego por el Ejército y la marinería
extranjera, al servicio ambos de los grandes intereses mercantiles'".

Ciclo ni. 1865-1891. Este ciclo se inició con el término de la expansión exportadora
de la fase 1861-65 y el debilitamiento de las coaliciones políticas amplias que surgieron
al término de la administración de Manuel Montt. La oligarquía mercantil local,
arrinconada por los empresarios extranjeros, radicalizó su manejo liberal-monopolista
del Estado, creando privilegios por arriba y apretando hacia abajo (vía Decretos de
dudosa constitucionalidad) al empresariado intermedio y popular, y profundizando,
de rebote, la crisis económica y social del peonaje. Surgieron partidos políticos
antimonopólicos, democratizantes y social-productivistas. Se exacerbó el bandidaje
y se inició el éxodo popular. La radicalización política del movimiento opositor
recogida por arriba durante la administración de J. M. Balmaceda, desató la reacción
violenta de las armas y los socios del librecambismo, en 1891. El primer Presidente
portaliano de (vaga) orientación socialproductivista, fue así derrocado''.

Ciclo TV. 1896-1907. Este ciclo se inició con el debilitamiento de las exportaciones
salitreras y trigueras, la inflación de costos del sector industrial y de precios domésti-
cos, y el fracaso de la conversión metálica de 1894. El conglomerado económico
extranjero señoreaba en todos los frentes, sin competencia ninguna. El coalicionismo

Sobre las guerras peonales del período post-independentista, B. Vicuña M., La guerra a muerte (Santia-
go, 1868); y T. Guevara, "Los araucanos en la revolución de la independencia", Anales de la Universidad
de Chile, Número Extraordinario, 1911.
Cf. notas 64 y 65.
Salazar, "El empresariado industrial...", vol. 1. También Ramírez, Balmaceda...

96
|iiiiiamentarista, sin salida, entró en una pendiente de desmoralización, aumentando
Kill su caída la inef i ciencia administrativa del Estado. La crisis de la clase popular
liKo entonces fondo, reventando en éxodos, pestes, alcoholización, mortandades, huel-
gas del proletariado industrial con apoyo peonal, bandidaje radicalizado (a esta altura
s.inguinario), que de tiempo en tiempo se asociaron en paquetes rebeldes creciente-
iiiciile insurreccionales, mientras una intensa prédica socialista crecía por dentro de
i'llos en un conjunto (la "cuestión social") de cada vez más difícil control y represión,
l'.l ciclo concluyó con la seguidilla de masacres de 1903-7*'.

Czcío V: 1908-1934. Este ciclo partió con el movimiento huelguístico-reivindicativo


(|iie se expandió desde 1908, facilitado por la paz oligárquico-parlamentarista abierta
lias las "masacres" de 1903-7. La crisis de 1914 radicalizó la movilización popular-
rcivindicativa y la presión reformista, sin que el empresariado industrial lograra
montarse en la ola. A falta de una alternativa económico-social consistente, las fuerzas
social-productivistas eligieron al líder liberal del parlamentarismo, Alessandri, como
jefe de la cruzada antilibrecambista. Frustración en 1922-23. Nueva ofensiva social-
productivista en 1924. "Ruidos de sables", de diversos signos. Impasse. Confusión social
y política. Vacío de proyectos y de poder; resultado: militarismo bonapartista. Crisis de
1930, nueva ofensiva social-productivista en 1932 (solo ideológico-socialista, sin real
contenido social ni empresarial ni proletario). Contraofensiva institucionalista y ple-
no triunfo del parlamentarismo constitucional en 1932, con imposición de la democracia
liberal, desde 1934, a las dos alas del social-productivismo*'.

Ciclo VI. 1943-1973. Este ciclo se inició con el tensionamiento de la paz cliente-
lística de 1934-43, producida por la estagnación del proceso políticamente inducido
de industrialización (rol monopólico y no desarrollista de Estados Unidos en la
función dominante de la economía nacional), el deficiente desempeño fabril del
Estado Empresarial á la liberal, y la creciente espiral precios-salarios. Descompo-
sición de la coalición política de gobierno, con norteamericanización paralela de
la clase política democrático-liberal y del empresariado industrial. Radicalización
del movimiento popular reivindicativo. Respuesta liberal: "Ley Maldita". Crisis

De Shazo, Urban Workers...; y Kaempffer,/Isí siiceííio; 1850-1925... Para una visión particularizada del
prol)lema social, A. Illanes, Historia del movimiento social y de la salud pública en Chile. 1885-1920 (San-
tiago, 1989).
J. 0. Morris, Elites, Intellectuals and Consensus. A Study of the Social Question and the Industrial Relation
System in Chile (Itliaca, N.Y., 1966); De Shazo, Urban Workers ...; y J. Barría, Los movimientos sociales en
Chile. 1910-26 (Santiago, 1960).También, C. H. Haring, "The Ciiiiean Revolution of 1931", Hispanic America
Historical Review JJ (1933).

97
económica. Radicalización socialista del movimiento popular. Nuevas respuestas
liberales: desarrollismo económico-social "dependiente", con represión selectiva.
Otras crisis económicas. Profundización de la ofensiva socialista del movimiento
popular, a dos vías: legal-reformista y revolucionaria (armada). Gobierno de la
Unidad Popular y Golpe Militar librecambista de 1973"^.

Ciclo VIL 1978-1990. Este ciclo se inicia con la aparición de resquicios en el libre-
cambismo dictatorial, abiertos por la prolongación de la crisis económica y social y por
sus primeros intentos de institucionalización política (liberal) (1980-82). Afloramiento
de un (débil) liderazgo democrático. Irrupción masiva de la "resistencia" popular. Re-
presión sangrienta. Nuevas "protestas" populares, con inclusión eventual de apoyo
armado (1983-86). Represión sangrienta, con ampliación de los resquicios dictatoria-
les en la legitimidad ideológica de retaguardia. Ampliación del liderazgo democrático,
recomposición de la clase política civil. Inicio de "negociaciones". Plebiscito. Delinea-
ción de una nueva democracia liberal, a partir de la Constitución de 1980. Coaliciones
amplias. Elecciones en 1990, con disciplinamiento del movimiento popular (replie-
gue), para asegurar la gobernabilidad civil de la Nación. Este es un ciclo históricamente
abierto, por las razones que más abajo se exponen*".

Conforme los esquemas anteriores, se observan ciertas regularidades en los ciclos


de la "violencia política" en Chile. En primer lugar, se constata que no son ciclos de
corto plazo, sino más bien de largo plazo (promedian entre veinte y treinta años). En
segundo lugar, que se inician algunos años después (de cinco a siete años) de un acto
político de restablecimiento o confirmación del orden librecambista; comúnmente,
tras la reaparición de la crisis económico-social de fondo. En tercer lugar, que la curva
de movilización social y violencia política es creciente, sobre todo después de que los
grupos medios de oposición se descuelgan de las coaliciones nacionales. En cuarto
lugar, que la violencia política popular (VPP, en adelante) se inicia como un movimien-
to semidehctual o semipolítico ("agitación social"), pero en una segunda fase tiende a
la politización, conectado a una fracción de la clase política civil. En quinto lugar, que
la violencia ejercida por el movimiento popular ha tendido, en todos los casos, a termi-
nar dirigida 'historicistamente' contra el Estado y la dominación librecambista. Y en
sexto lugar, que el ciclo VPP ha concluido normalmente con la intervención de las
Fuerzas Armadas, la reconfirmación del orden tradicional, la recomposición de la cla-
se política civil (coaliciones nacionales) y la restauración de la institucionahdad liberal.

T. Moulian, "Violencia, gradualismo y reformas en el desarrollo político chileno", en Aldunate et al.,


Estudios sobre sistemas de partidos ...; y Valenzuela, The Breakdown...
Cavallo et al., La historia seaeta ...

98
lis importante recalcar en este punto que la agudización del ciclo VPP en su
si'nunda fase no es de la exclusiva responsabilidad del movimiento social popular,
l'.ii todos los ciclos registrados -con la excepción, tal vez, del cuarto-, se constata la
iDMvergencia táctica, a medio camino del ciclo VPP, de grupos de la clase media
|s()l)re todo de su clase política civil), de filiación nacional-populista. Normalmente
esa convergencia deriva de la reaparición de la crisis económica y social de fondo,
(|uc multiplica las tensiones ideológicas en el interior de las élites dirigentes y forta-
lece las posiciones nacional-populistas. Los grupos convergentes inician un trabajo
político (activismo) de deslegitimación ideológica del régimen existente, de difu-
sión de propuestas de reforma estructural y de fortalecimiento de los derechos sociales
de la ciudadanía por sobre los derechos del sistema a su reproducción. Es decir:
desertan parcialmente de las estructuras, para sembrar 'historicismo' entre las ma-
sas, lo cual significa que promueven la violencia política ideológica contra los textos
constitucionales y legales. Aunque sus métodos y objetivos son formalmente pacífi-
cos -apuntan en el fondo al juego electoral y parlamentario-, su "trabajo de masas"
tiende a radicalizar el historicismo de éstas, legitimando sus movilizaciones y politi-
zando su tendencia a la "acción directa" (en política, el parlamentario es a la palabra
lo que el pueblo es a la acción). La consecuencia histórica neta -no conscientemente
buscada- del trabajo de masas de los grupos nacional populistas al promediar el
desenvolvimiento de un ciclo VPP ha sido, pues, la radicalización de VPP. Por este
efecto historicista neto (donde, si ese efecto es voluntario o no, es un problema irre-
levante), es posible hablar, también, de una violencia política de tipo
nacional-desarrollista (VND, en adelante). El problema a este respecto ha sido que
la convergencia de la VND al promediar el ciclo VPP genera en el movimiento popu-
lar excesos de acción directa, que suelen sobrepasar los límites autoasignados por
los promotores de la VND, que no quisieran verse ellos mismos acusados de 'violen-
tistas' (de ocurrir eso, significaría el término de la "carrera política" del involucrado;
a menos que, de frente al país, gire sus lealtades en 180 grados; es decir, en sintonía
con el sistema liberal). A la vista de los excesos de acción directa desatados por el
movimiento popular, gran parte de los grupos nacional-populistas asumen actitudes
regresivas, y abren negociaciones con los grupos librecambistas (dominantes), para
restablecer la gobernabilidad de la Nación."''

Convocar -desde el centro político- a las masas populares para la realización de algún tipo de acción
directa contra el sistema suele transformarse, más pronto que tarde, en un difícil juego de 'aprendiz
de brujo', con final de miedo. Ha sido lo último lo que ha determinado la conversión y marcha atrás
de los convocantes. Así ocurrió en la guerra civil de 1851 y 1859, como también en 1891 y durante el
período 1920-32. Lo mismo ocurrió durante las "jornadas de protesta" del período 1983-86. El miedo
a la historicidad popular atraviesa de extremo a extremo la espina dorsal de las lógicas seculares de
mera gobernabilidad.

99
La presencia y la función VND explica en parte el incremento de VPP en su
segunda fase. Por ello, en esta fase, se puede hablar de una violencia política com-
pleja, compuesta del conjunto VND + VPP. Esto equivale a que el jaque social de la
primera fase se potencie en la segunda con un jaque político, aumentando la pre-
sión sobre el sistema a un nivel estratégicamente peligroso. Ha sido por esto que
de un modo regular, la intervención librecambista de las Fuerzas Armadas se ha
dirigido tanto contra el movimiento popular como en contra del movimiento polí-
tico nacional-populista. Los excesos que, a su vez, genera la intervención directa
de las 'armas de la Nación', acerca los grupos liberales a los derrotados nacional-
populistas, resurgiendo así las coaliciones nacionales, la 'paz oligárquica' y la
institucionalidad liberal. Este acercamiento escinde el conjunto VND + VPP -an-
damiaje político transitorio de VPP-, frustra la politización del proyecto histórico
popular, inicia la desocialización y tecnocratización de los modelos nacional-desa-
rrollistas, reproduce el aislamiento político del "bajo pueblo" en tomo a su
identidad 'P', e induce el progresivo descuelgue del movimiento popular por la
izquierda del nuevo "centro político", para repetir el ciclo.
No es difícil -pero sí extenso- describir historiográficamente el desarrollo y la
función de los grupos VND dentro de cada ciclo VPP. Será suficiente, a este efecto,
recordar el rol precipitante de los grupos "pipiólos" entre 1810 y 1830. O el de los
liberales "rojos" (antíportalianos), entre 1846 y 1859. O el de los "radicales" y
"demócratas" entre 1868 y 1891. O el de la clase media "anarquista" entre 1908 y
1928. O el de los políticos "desarrollistas" y "marxistas" entre 1936 y 1973, y des-
pués. Los políticos de inclinación VND se han movido entre el nacional-populismo
en los períodos de crisis económica y el nacional-desarrollismo en períodos de
expansión o de intervención militar, sin abandonar de hecho, en ningún caso, la
institucionalidad nacional-liberal. En rigor, se han constituido en el frente dialéc-
tico de la tautología histórica del librecambismo en Chile.
Como síntesis de lo dicho acerca de los ciclos históricos de la violencia política
en Chile, véase el Gráfico 1.

GRÁFICO 1. Ciclos y escenarios de la violencia política en Chile

I II III IV V VI VII
1750-1832 1836-60 1865-91 1896-1907 1908-34 1943-73 1978-90
VPP •H+-I-H-H-H-H -^•^-^•^-^ ++++++ +++++++ +++++ +-("H-H-I- -l"H-(-l-+

VND •^•^-^ -^-^-^ -^•^-t-^•^ + •(-•(- +•t"^•t- +•(-+ •(-+•)•

VLC -H-l- ++ -H- -n- + +++++

100
I,os ciclos de violencia librecambista (VLC) han sido generalmente breves (con
excepción del ciclo VII); han involucrado intervención militar masiva o sistemáti-
c.i; han puesto fin a los ciclos VPP en su fase VPP + VND y, por lo común, han dado
hi^ar al ejercicio de algún tipo de violencia constituyente para reponer el sistema
político sobre sus fundamentos 'normales'. Los ciclos VLC, por lo tanto, pueden ser
cMiendidos como funciones sistémicas de reestructuración, no de cambio históri-
co. Los ciclos VPP, por el contrario, pueden ser definidos como funciones históricas
di' cambio estructural, hasta ahora bloqueadas. Los ciclos VND, en cambio, apare-
cen como funciones reproductivas de la tensión fundamental, al oscilar entre el
i'slructuralismo y el historicismo.
Los escenarios de la violencia política son las situaciones históricas (comple-
jos de procesos económicos, sociales y políticos; de funcionamiento estructural y
de tensión historicista; de confrontación de actores sociales de diverso tipo) que
se producen dentro del proceso de desarrollo de los ciclos conjuntos de violencia
política. Pueden distinguirse los siguientes tipos de escenarios: (a) de paz oligár-
quica: dominio de una coalición nacional dentro de una constitución liberal, fase
de expansión económica, movimiento popular ensimismado en 'P'; (b) de reaflora-
miento del problema estratégico: crisis económica, tensiones en la coalición
nacional, salidas intempestivas de la clase popular desde su encierro en 'P' (VPP
en fase 'uno'); (c) crisis económico-social más o menos incontrolado, constitución
de un movimiento nacional populista (VND en punto de oscilación 'a'), radicaliza-
ción política de la "agitación social" del "bajo pueblo" (VPP en fase 'dos'); (d) la
crisis se complica con políticas nacional-populistas (inflación, dependencia), VPP
+ VND ejerciendo presión máxima sobre el sistema político, el Estado Liberal en
peligro; (e) intervención militar librecambista, reestructuración del Estado Libe-
ral, excesos represivos, surgimiento de los escrúpulos liberales; (f) expansión
económica mercantil, constitución de coaliciones nacionales (VND en su punto de
oscilación 'b'), legitimación del Estado Liberal, repliegue del movimiento popular
a su identidad 'P' (VPP en punto cero).
Los escenarios de la violencia política, a diferencia de los ciclos, son de corta
duración (entre uno y cuatro años, ordinariamente) y de naturaleza coyuntural; la
presencia política cotidiana de los actores sociales tiende a dominar la escena, con
marginación o ensombrecimiento de la trama histórica de más largo plazo.

4. La violencia política protagonizada por los


sectores populares en el período 1947-87
Este período, que es el que se examinará en esta investigación, incluye la se-
gunda fase del ciclo VI y la primera fase del ciclo contemporáneo VIL

101
Aparte del importante rasgo de su contemporaneidad, el período señalado con-:
tiene otras características específicas, que es importante enumerar:

(1) Contiene una importante acumulación de experiencias estructuralistas e


historicistas previas: planificación, teoría, organización de base, participación,
propaganda, etc. Esto ha determinado que los actores sociales cuenten con una
capacidad acrecentada de comprensión y acción; este factor, en general, podría
favorecer los procesos de modernización, o bien, alternativamente, agudizar la
confrontación y la misma violencia.
(2) Ha sido el período en que la paz oligárquica (instaurada, para este caso, en
1932) ha amparado las experiencias más consistentes y largas de nacional-desa-
rrollismo y nacional-populismo dentro del marco del Estado Liberal. Sin embargo,
habiéndose originado en una fase de debilidad de la oligarquía mercantil-finan-
ciera chilena y extranjera (1930-45, especialmente) y de consolidación política de
la democracia liberal, el trabajo VND de masas tendiente a deslegitimar el siste-
ma político librecambista fue débil, sobre todo en la fase radical (1938-52). Cuando,
desde 1964, ese trabajo de masas se incrementó (fase democratacristiana), se hizo,
sin embargo, dentro de un esquema más estructuralista que historicista, y más
desarrollista que socialista. Fue por esto que la VND de este período, si bien cons-
tituyó una experiencia político institucional considerable, no convergió
concretamente con la VPP ni constituyó el paquete VPP -H VND, sino que, más bien,
clientelizó al movimiento popular dentro de los patrones de la democracia liberal.
Por ello mismo, la VND fue menos virulenta (kerenskista) de lo que pareció y, por
el contrario, su necesidad de apoyarse en Estados Unidos y en el Estado de 1925 la
condujo, de hecho, a buscar la coalición funcional con el librecambismo antes de
que se produjera la irrupción de la VLC.
(3) A la inversa de lo ocurrido en otros ciclos anteriores, en el VI (primera par-
te del período en estudio), el trayecto de los movimientos nacional-desarrollistas
no concluyó con la irrupción de VLC, sino con la declinación y crisis de sus experien-
cias gubernamentales (1946, 1952-54, 1962 y 1967-68). Este hecho, unido al
estructuralismo dominante en el movimiento VND, hicieron que el paquete VPP +
VND no solo no llegara a constituirse, sino que, por el contrario, se transformara
en una oposición crecientemente antagónica mucho antes de la irrupción de VLC.
De esto se desprendieron procesos específicos, de suma importancia: (a) el movi-
miento popular comenzó a tomar el proceso VND como su enemigo fundamental
("el desarrollismo, nueva cara del imperialismo"), por donde la radicalización de
VPP por efecto de VND no fue por convergencia esta vez, sino por antagonismo;
(b) el movimiento popular entró a jugar de lleno su carta "socialista" desde una

102
posición clasista (por sí solo), utilizando para ello tanto la táctica nacional-popu-
lisi.i como la VPP (modernizada) propiamente tal; (c) la VLC irrumpió, por lo tanto,
ti pretexto del desorden creado por la "lucha de clases" incentivada por el marxis-
inii y el desarrollismo, pero en el fondo para cortar el alargado y peligroso ciclo
iMcional-desarrollista y nacional populista; de aquí que a la fase dictatorial anti-
socialista siguiera (para sorpresa de los grupos eventualmente VND) una fase de
revolución librecambista.
(4) El ciclo VII (segunda fase del período en estudio) incluye la intervención
VI,C más larga de la historia de Chile. Al mismo tiempo, el tramo más largo en el
(liie no se presentara influyentemente ningún movimiento nacional-populista. En
consecuencia, la polarización entre VLC y VPP (mucho mayor que VLC versus VND)
ha sido, en este ciclo, extrema y prolongada. Debería, por tanto, computarse como
una experiencia acumulada y socialmente internalizada, con capacidad de influen-
cia y reproductibilidad a futuro, tanto por parte de VLC como por parte de VPP. El
surgimiento de la coalición nacional desde el plebiscito de 1988, que ha neutrali-
zado VND dentro de la democracia liberal (purificada) de 1980, ha creado
condiciones para que, dentro de la polarización VLC versus VPP, se den gérmenes
de la típica polarización del ciclo VI: entre VND y VPP. Por ello, el ciclo VII, inaugu-
rado en una alargada forma clásica librecambista (dictadura VLC), está recién
entrando en su escenario histórico de paz oligárquica. Es, por tanto, un ciclo in-
completo de la violencia política típica de la historia de Chile.

El objetivo específico de esta investigación, respecto de examinar la violencia


política popular del período 1947-87, no es otro que establecer las tendencias a
mediano plazo de la VPP dentro del ciclo histórico VII, cjue está aún inconcluso,
particularmente con referencia a los procesos VLC (estructura estatal) y VND (coa-
lición nacional).

103
CAPÍTULO II
HECHOS Y TENDENCIAS CONDUCTUALES DE VIOLENCIA
POLÍTICO-POPULAR EN LA CIUDAD DE SANTIAGO ( 1 9 4 7 - 1 9 8 7 )

1. Conceptos, definiciones y articulaciones


El período 1932-1973 -en el cual se inscribe el segmento 1947-73 bajo inspec-
ción- se caracterizó, como se dijo, por la hegemonía política alcanzada en él por el
movimiento nacional-desarroUista, y por los deslizamientos nacional-populistas que,
(hirante su segunda fase, se desprendieron de aquél. Durante este período, pues,
la 'paz oligárquica' tuvo una duración excepcionalmente larga. Tanto, que ensom-
breció y difuminó -aunque sin anonadarles por completo- los otros escenarios
liistóricos.
En este contexto prevalecieron dos situaciones que resultaron determinantes
para el desenvolvimiento específico de la violencia político-popular: una primera,
la prolongada validación y permanencia de los modelos nacional-estructuralistas
aplicados de un modo u otro por la mayoría de los gobiernos democráticos de este
período, lo que no solo afianzó la formalidad nacional de la Democracia Liberal
-proyectando la ilusión de que efectivamente actuaba en el Estado una coalición
nacional-, sino que también abrió hacia abajo una ecología permisiva de cielos
políticos abiertos. Una segunda situación fue la producida por la acción de la pri-
mera, en el sentido de que el nacional-estructuralismo dominante concluyó por
divorciarse de todos modos, pese a su populismo y en razón de su ineficiencia, de
la dimensión social de la crisis y de las contradicciones existentes, las que conclu-
yeron entonces por encarnarse en el movimiento popular en tanto que clase
químicamente pura.
De este modo, el "bajo pueblo" chileno se encontró, en virtud de la segunda
situación, instalado firmemente en su condición de clase; y en virtud de la prime-
ra, con una ecología política permisiva no habida hasta entonces, que le permitía
desenvolver, más o menos en confianza, los componentes (difusos o no) de su pro-
yecto histórico. Se pudo iniciar así una nutrida marcha clasista hacia las "grandes
alamedas". Se elevaron los índices historicistas del viejo movimiento, y la politiza-
ción partidista alcanzó verdaderos records. A poco andar, se construyó un jaque de
gravedad excepcional para el sistema. La violencia contra-constitucional -siempre

105
a flor de piel en ese movimiento- entró en escena a grandes zancadas, de radicalis-
mo creciente, yendo rápidamente desde fases más primitivas (de clientelismo
partidario y reivindicacionismo institucional) en dirección a fases secundarias de
franca intencionalidad política de cambio, y aun a otras terciarias de avance VPP
directo y/o de confrontación revolucionaria (con alguna incipiente conciencia de
guerra). Esto mientras, por arriba, el nacional-populismo freísta primero, y el alien-
dista después, apostaban cada uno a su modo sus respectivos proyectos de
radicalización social de la política.
En consecuencia, no se podría definir la VPP del período indicado ni como un
clásico reventón historicista del "bajo pueblo", ni como otra serie de acciones
violentistas promovidas y ejecutadas desde fuera del movimiento popular por
las 'hordas marxistas' de siempre, ni menos como una colección desenhebrada
de hechos puntuales de violencia política. En este caso, el movimiento VPP se
presentó como un proceso anchamente ramificado, caracterizado esta vez por un
prolongado -pero no definitivo- desenvolvimiento interior y exterior. Es decir,
se configuró como un continuum factual, una tendencia gruesa, en torno a la cual
los hechos de violencias se organizaron política e históricamente, hasta sumar
los decibeles reales y potenciales que sacudieron la hasta entonces adormecida,
pero hasta ahora siempre alerta, violencia política librecambista (VLC). La sa-
cudida fue, sin duda, de excepción. Así lo testimoniaron los militares, verdaderos
sismólogos de la política nacional. Tras un siglo y medio o más de expectante
vigilia, las Fuerzas Armadas chilenas parecen haber aprendido a distinguir un
sismo de otro, y a proceder en correspondencia, sin transformar cualquier crisis
sociopolítica en un formal golpe militar sobre el Estado y la sociedad. Pero el
jaque popular al sistema de 1925 era, hacia 1972-73, excepcional. Y excepcional
fue también la intervención militar en septiembre de 1973. El movimiento popu-
lar VPP, en diversa combinación con los nacional-populismos de turno, había
estado a punto de desquiciar -no necesariamente de transformar- el sistema
nacional de dominación. Y eso no era una casuística intrascendente. Se trataba
más bien de la fuerza histórica de siempre del movimiento popular chileno, pero
en un momento de totalización dinámica.
En esta investigación, sin embargo, no se examinará el movimiento VPP como
un continuum, sino como el conjunto de hechos puntuales en los cuales ese movi-
miento se materializó. Con ello ese continuum sube a la categoría metodológica de
significado global o de sentido explicativo de esos hechos. La opción empírica to-
mada determina la necesidad de alejarse de la totalidad dinámica VPP, para
concentrarse en la consistencia puramente conductual de los hechos VPP. Esto, a
su vez, obliga a tomar otras opciones, entre las cuales cabe citar la que se refiere a
las conductas de violencia, y la que se refiere a los actores de la violencia.

106
Kcspecto de las conductas de violencia, el análisis factualista privilegia solo la
ilición integrada efectivamente a los hechos. Esto significa que no considera, o
(leja en el espectro invisible del análisis, todo el síndrome psicológico que pudo
Ncr concomitante a la acción (emociones, sentimientos, compulsiones, emulacio-
nes, etc.). Se asume que, como quiera que haya sido ese síndrome (coherente con
i'l hecho o no), es la acción factual la que fue en definitiva determinante para la
hisioria política''^ Lo mismo cabe decir respecto de los actores de la violencia: al
privilegiarse los hechos, automáticamente se valida el análisis historicista y no
i'siructuralista de los sujetos-actores. En la acción de tipo VPP, la identidad socio-
i'siructural de sus actores se disuelve en un trasfondo difuso; no está de manifiesto
en el primer plano de la acción. Más aún: en la acción, sujetos de distinta inserción
en la estructura económico-social tienden a converger y homogeneizarse (obreros,
estudiantes, pobladores, militantes, etc.). En este estudio, la relación identidad
estructural versus acción VPP no está, por tanto, considerada centralmente. Se
asume que el sujeto de los hechos VPP es un sujeto popular, porque así lo denun-
cia el sentido y significado general de las conductas articuladas en esos hechos (el
continuum de marras); pero, en términos de identidad estructural, ese sujeto emerge
en los escenarios como un sujeto conglomeral, abigarrado y semi-anónimo, en el
cual se dan presencias simultáneas de varias de esas identidades estructurales. Es
por esto que, en este análisis, no se intentará comprender o explicar los hechos
VPP según ninguna conciencia de clase (proletaria), sino según el proyecto popu-
lar que dejan entrever, en su conjunto, esos hechos. La historicidad contiene y
demanda sus propias categorías de análisis.
Conforme lo anterior, puede decirse que las acciones VPP del período 1947-87
comportaron, cuando menos, tres tipos de significado historicista. A saber:

a. Manifestaciones 'reclusas' del proyecto histórico popular


La clase popular está relativamente ensimismada en su identidad estructural
'P'. La salida se encuentra obstruida por un nivel bajo de teorización o/y politiza-
ción, o bien por un nivel alto de clientelización político-institucional. El proyecto
histórico popular, en consecuencia, late soterrado en sentimientos de disconformi-
dad e incomodidad, en reacciones violentas de tipo espontáneo o instintivo

La opción epistemológica y metodológica por el conductismo liistórico diferencia este trabajo de las
otras dos investigaciones complementarias realizadas en SUR, Profesionales Consultores Ltda. bajo
el patrocinio de la Ford Foundation; E. Tironi & E. Weinstein, "Violencia y resignación: dimensiones
psicosociales de la marginalidad urbana en un contexto político autoritario"; y J. Martínez, "Violen-
cia social y política en Chile, 1947-87: un examen nuevo de algunas hipótesis viejas" (SUR, Informes
de Investigación, septiembre-diciembre, 1989).

107
(delictuales), o en actitudes de conformismo oportunista (reivindicacionismo). Lai
acciones y hechos VPP, en consecuencia, fluctúan entre los excesos delictuales de
las masas (o de sus grupos flotantes) y los excesos reivindicativo-institucionales
cometidos por los sectores organizados. Constituyen la fase primaria o primitiva
de la VPR

b. Manifestaciones de 'salida' del proyecto histórico popular


La identidad estructural 'P' está relativamente abierta, o por una crisis económi-
ca (que debilita las coaliciones nacionales y las lealtades clientelísticas), o por el
trabajo de masas realizado por alguna variante radicalizada de violencia política
nacional-desarrollista (VND), o por el desarrollo de algún tipo de "educación (políti-
ca) popular". Se multiplican las acciones organizadas con objetivo político, sea de
simple deslegitimación del sistema dominante (protesta amplia), o de promoción de
cambios estructurales concretos (reforma agraria, por ejemplo). El discurso por los
cambios radicales prima sobre los discursos valorices y funcionales. Aumenta la in-
tencionalidad política de la agitación social. Se expande una atmósfera historicista
de cambios, y de tiempo y 'hombres nuevos'. Se amplía la variedad de acciones VPP,
que ya no fluctúan entre polos distantes (delito versus reivindicación), sino conver-
gentes (masificación de las expectativas y de las acciones), que suman fuerza y
velocidad específicamente políticas contra el sistema dominante. Jaque combinado
contra el capitalismo (no necesariamente contra el librecambismo) y el Estado. Los
partidos parlamentarios de oposición crecen y asumen la vanguardia del movimien-
to. Fase secundaria, politización parlamentarista de VPP.

c. Manifestaciones 'prerrevolucionarias' del proyecto histórico popular


La salida está ensanchada por el peso horadante de una fase secundaria, pero
complicada por la crisis económica tipo VND (inflación, agitación social, jaque al
capitalismo y al Estado) y el inicio de la reacción VLC. La conducción parlamen-
tarista se torna ineficiente. Surgen o crecen partidos populares específicamente
organizados para la acción directa. El proyecto histórico popular comienza a
canalizarse de lleno fuera de las válvulas y circuitos del sistema político institucio-
nalizado. Los partidos parlamentarios de oposición pierden el control total del
movimiento VPP. Las acciones VPP incluyen, de modo creciente, armamento. La
lucha política comienza a utilizar "otros medios" (violencia física) para destruir
los obstáculos e imponer los objetivos. La salida desde 'P' se transforma en una
avance o ataque contra los aparatos y símbolos de la constelación 'G' dominante.
Los grupos VND se ven rebasados, confundidos, y algunos de ellos comienzan a
convocar al escenario las 'armas de la Nación'. VLC entra en escena. Se expande
una conciencia de guerra. El movimiento popular siente la necesidad de teoría

108
piopia, que ilumine sus objetivos y posibilidades de corto y largo plazo, pero está
fni/ado a jugarse en los hechos. Está aislado y a la vez dividido entre
|itHÍamentarismo tradicional y accionalismo coyunturalista. Fase prerrevolucionaria
lid proyecto histórico-popular. La irrupción de VLC transforma las acciones VPP
t'M una decreciente guerrilla de resistencia; es decir: primero, de enfrentamiento
III intruso; luego, defensa de los oteros hollados por el avance y la salida, y, más
líirde, de la misma celdilla 'P'. El proyecto histórico popular es finalmente rodeado
V encerrado. Las acciones VPP pierden sentido práctico: la fase 'revolucionaria' se
illc'jó.
Las acciones VPP, sin embargo, no solo portan significados provenientes del
proyecto histórico popular de base. También proyectan blancos u objetivos, y/o
cfuctos que explotan su significado en el interior del sistema dominante. No hay
una correspondencia orgánica y necesaria entre los significados que las acciones
VI*P portan, y los que proyectan. Puede darse el caso -frecuente en la historia de
Chile- de que los liltimos lleguen más lejos que los primeros. Es que la reapari-
ción cíclica de la crisis y la inminencia de la desestabilización total han generado,
en los grupos administradores del sistema nacional -como ya se ha dicho-, la neu-
rosis del desequilibrio, o el miedo a la historia, que ha operado como un cámara
amplificadora de las acciones historicistas del "bajo pueblo". Lo importante aquí
es que ese miedo ha contado, regularmente, con un poder de defensa (las 'armas
de la Nación') proporcional a su intensidad. Lo contrario ha ocurrido habitualmen-
le en el movimiento popular, donde el profetismo parlamentarista ha portado
significados (atingentes al proyecto histórico popular) mucho mayores que el po-
der efectivo de realización con que ha contado para implementarlos. No se debe
confundir, por lo tanto, los significados que portan las acciones VPP, con los que
proyectan. Entre otras razones, porque, en el desarrollo mismo de los hechos, las
proyecciones terminan inflando artificialmente, o distorsionando -lo que puede
engañar al mismo "bajo pueblo" protagonista de los hechos- los significados que
se portan. Esto ocurre cuando el temor acumulado en los nervios del sistema con-
cluye por descargar su desproporcionado poder VLC sobre algunas más bien
modestas acciones VPP de significación portada, desencadenando con ello una
reacción VPP de rango mayor, con más altos índices de agresividad antisistémica.
De este modo, las proyecciones de las acciones VPP pueden producir por sí mis-
mas, eventualmente, una espiral proyectiva, in crescendo, que paradojalmente puede
ser de utilidad neta decreciente para el proyecto histórico popular.
Los significados de proyección tienden, con todo, a clavarse en determinados
destinatarios. De acuerdo a esto, las acciones VPP son de cuatro clases: (a) sin
destinatario específico: ía acción es una expresión o manifestación cerrada, surgi-
da de la ausencia de salidas claras y, por tanto, de la desesperación; (b) orientadas

109
fundamentalmente contra el capitalismo en general o contra sus materializacio-
nes particulares (patrones, empresas, situación económica, etc.), a partir de una
incomodidad fundamentalmente gremial; (c) dirigidas contra el sistema político
nacional y sus distintas instancias orgánicas (Gobierno, autoridades, adversarios,
etc.), como resultado de una percepción politizada de la situación global 'P'; y (d)
orientadas a realizar en el terreno el modelo de sociedad contenido en el proyecto
histórico popular
Las proyecciones ay h han producido por lo común resonancias de bajo decibel
dentro de la cámara amplificadora situada en los nervios centrales del sistema
dominante. Son generalmente percibidas y cicladas como fenómenos delictuales
(caso a), o bien tensos pero legales (caso b). En verdad, ha existido una correlación
proporcional entre el estado de equilibrio del sistema (indicadores económicos en
grado medio, coaliciones políticas todavía amplias, institucionalidad aún legiti-
mada, etc.), las proyecciones provocadas por las acciones VPP de tipo a-b, y la
predisposición (baja) de las autoridades a implementar acciones represivas. La
correlación entre variables económicas, sociales y políticas son aquí comparativa-
mente altas, de tipo estructural. Las proyecciones de los hechos VPP son, en este
caso, fácilmente deglutidas y asimiladas por el proceso funcional del sistema. Esto
mismo permite al movimiento popular acumular tiempo y experiencia, en prepa-
ración para ulteriores desarrollos. Pues, como se verá, las acciones delictuales y
las reivindicativo-legales, que son formas de acción VPP sin contenido explícitamente
político de violencia, pueden, en situaciones determinadas, llegar a tener esos con-
tenidos, sin que por ello cambien de forma.
Las proyecciones de tipo c, en cambio, producen resonancias de alto decibel
dentro del sistema dominante. En realidad, en el caso chileno, la VPP dirigida
contra el aparato capitalista ha producido y produce menos nerviosidad que la
dirigida contra el aparataje político. Como ya se ha visto, ha sido el Estado, y no el
capitalismo, el que ha coronado el circuito neurálgico de la sociedad nacional. Y
las 'armas de la Nación' han demostrado ser los diamantes inquebrantables de esa
corona. La nerviosidad es tanto mayor, cuanto que las acciones VPP politizadas
(véase más arriba) aparecen cuando el desequilibrio fundamental está generando
sismos (crisis económica, tensión en las cúpulas políticas, etc.) y corroyendo la
confianza del sistema político en sus propias instituciones. En un escenario así, la
correlación proporcional entre las distintas variables internas de la estructura tien-
de a quebrarse, y las variables de agitación sociopolítica, por ejemplo (a las cuales
están indisoluble y neuróticamente trabadas las variables del 'miedo a la histo-
ria'), pueden desarrollarse y crecer a una tasa desproporcionadamente superior a
las de la crisis económica o a las del quiebre político-institucional. La correlación
entre las variables historicistas llega entonces a ser más alta y positiva que la de

1 10
LIS variables estructurales y de equilibrio cerrado. Lo político se convierte, en el
iiuerior de las pendientes internas del sistema, en una rodante bola de nieve, do-
lada de energía retroalimenticia. La historia remece toda la estructura institucional
de la sociedad. Las proyecciones de VPP contra el Estado han tomado vuelo pro-
pio, fertilizadas por la crisis soterrada en las venas de aquél. Puede que no haya
una real revolución en marcha (esto depende del desarrollo interno, portado, del
|)n)yecto popular, no de las algazaras históricas levantadas por las proyecciones
t'xternas), pero la cámara amplificadora del sistema así lo proclama. Y eso es sufi-
ciente para que se movilice VLC.
Las proyecciones de tipo d, en cambio, pueden clasificarse como una rara avis.
tlonsisten en la proyección de las acciones VPP hacia adelante del proyecto históri-
co popular ('P' desenvolviéndose como 'P-G'), no en lucha lateral, hacia el costado.
Se trata de acciones VPP que se orientan a desarrollar e implementar ese proyec-
10, creando de hecho células y glándulas de 'sociedad popular', no destinadas solo
a combatir al Estado imperante. Sin embargo, este tipo de acciones (pro, no anti)
lian sido escasas en la historia del movimiento popular chileno. Podría afirmarse
(jue su rareza es el resultado de la ausencia de una 'ciencia popular' y de una
'política popular' orgánicamente articuladas a su proyecto histórico latente; y con-
secuencia de que la mayoría de las salidas de 'P', o han sido de tipo recluso, o han
estado vanguardizadas por distintas variantes del nacional-populismo y su even-
tual profetismo parlamentario, lo que las ha hecho involucrarse más en la dialéctica
interna de los miedos que recorren el sistema dominante, que en el desenvolvi-
miento efectivo del proyecto histórico popular. La lucha contra la negación ha sido
más determinante, en la política popular, que la lucha por la autoafirmación. Pero
aun hay más. De la misma rareza de este tipo de proyecciones se desprende otro
hecho importante: la cámara amplificadora del sistema no ha sido programada
para procesar los decibeles que aquéllas producen, que suelen ser de baja tonali-
dad catastrofista. En parte porque se trata de proyecciones que no penetran el
sistema, sino que más bien se alejan de él. De hecho, tienen más que ver con los
contenidos intrínsecos del movimiento popular (humanización, etc.), que con la
destrucción de nada. Y en parte, también, porque esa táctica popular no incide,
explícitamente, sobre los temblorosos equilibrios en los que descansa la estabili-
dad del sistema político. La proyección de tipo d, por lo tanto, va de sesgo respecto
de aquél. No se han registrado reacciones sistémicas desproporcionadas frente a
esos hechos (considérese, por ejemplo, el desarrollo del movimiento mutualista, a
través del cual el "bajo pueblo" adquirió la parte sustantiva de su entrenamiento
para la democracia, que no provocó, hasta la dictadura de C. Ibáñez, ninguna reac-
ción histérica en su contra por parte del sistema dominante). Acciones de este tipo
son, sin embargo, atentatorias contra el orden establecido, porque construyen de

11 1
hecho, en paralelo, otro orden; y por ello son potencialmente revolucionarias. Solo
que no han sido consideradas seriamente por los propios interesados.
En suma, cabe señalar que la VPP es un fenómeno complejo, cambiante, de
fuerza y significados diversos. Su definición operatoria debe ser -si ha de ser his-
tórica y no ética- necesariamente amplia. La red de relaciones donde ha crecido
ha sido ancha y de trama demasiado compleja como para unilateralizarla en defi-
niciones simples y de rápido marketing. Definitivamente, la VPP no es un ejercicio
de pura violencia física actuada contra las personas o la propiedad bajo un nimio
pretexto político, sino más bien el ejercicio procesal de un variable poder históri-
co-popular contra los límites y estructuras establecidos por el sistema
(librecambista) que ha sido predominante en Chile.

2. Los hechos VPP en Santiago, 1947-87:


frecuencias y tendencia generad'
Al contabilizar los hechos VPP del período 1947-87 (ocurridos en la ciudad de
Santiago), se detecta la presencia de una tendencia general: la frecuencia anual
de esos hechos, comparativamente baja en una fase inicial (1947-60), experimentó
un acelerado crecimiento en el corto lapso de ocho años (1961-68), para mantener-
se después en ese alto nivel (salvo en fases de excepción) por casi dos décadas
(1969-87) (véase Cuadro 1).
Podría de eso deducirse en general que, en el período estudiado, la VPP no solo
emergió y creció como un factor de resonante presencia en el sistema político
nacional, sino que también, como práctica de salida y avance, se transformó en un
elemento estable de la cultura política habitual del movimiento popular Lo indica
así tanto el hecho de su relativamente larga permanencia en el escenario político
(de 1961 a 1987, cuando menos), como su desarrollo en fases democráticas de 'cie-
los políticos abiertos' (1964-73) y lo mismo en fases dictatoriales de 'cielos
represivos' (1973-87). Es particularmente notable el último caso, pues la obstinada
permanencia de VPP sobre el escenario político dictatorial, aun si pagando altísi-
mos costos (muertos, heridos, tortura, prisión, etc.), revela la profundidad alcanzada
por sus raíces históricas. Correlativamente, podría concluirse también que la irrup-
ción dictatorial y revolucionaria de VLC en 1973, pese a su extremismo, no logró
erradicar por completo, tras catorce años de ejercicio indisputado del poder (has-
ta 1987), la historicidad asumida por VPP desde 1961, para lograr lo cual en gran

Por su extensión, las tablas de frecuencia de las categorías conductuales de la violencia política
popular solo han sido incluidas, como totales por año, en la sección Apéndices Estadísticos de este
trabajo.

1 12
medida se autoconvocó*'. Está aún por verse si la democracia liberal constituida
cu 1980 e implementada en 1989-90 podrá borrar la VPP no solo del escenario
político, sino también -y es lo importante- de la historicidad popular. Véase el
Cuadro 1.

CUADRO 1. Hechos de violencia política popular (1947-87f


(Frecuencias anuales y promedios por ciclo presidencial)

Ciclos Promedio
Año 1 Año 2 Año 3 Año 4 Año 5 Año 6 ciclos
Presidentes
G. González V.
(1947-52) 13 5 15 16 12 14 12,5
C. Ibáñez del C.
(1953-58) 13 4 11 15 8 13 10,6
J. Alessandri R.
(1959-64) 6 14 25 19 30 18 18,6
E. Frei M.
(1965-70) 23 17 34 21 54 40 31,5
S. Allende G.
(1971-73) 63 41 85 - - 63,0
A. Pinochet U.
(1974-79) 10 13 3 16 14 49 17,5
A. Pinochet U.
(1980-85) 32 49 13 61 36 55 41,0
A. Pinochet U.
(1986-87) 58 39 - - - 48,5

Es indudable que el ciclo presidencial de G. González Videla (1947-52) corres-


ponde a la fase declinante y crítica de la gestión VND comandada por el Partido

Esta conclusión se obtiene al repasar el lapso total de la dictadura militar. Véase, por ejemplo, Cavallo
et al., La historia secreta...
Véase Apéndice I.A.

113
Radical y sus asociados. Durante ella tendió a estancarse el crecimiento indus-
trial, a crecer la inflación, a desintegrarse la coalición de inspiración nacional y a
deslizarse la clase dirigente hacia las soluciones librecambistas demandadas ya
por Estados Unidos y el Fondo Monetario InternacionaF''. La ruptura del Presiden-
te González con el Partido Comunista chileno es sintomática, pues revela la
temprana escisión del eventual complejo VND + VPP, y su desarrollo posterior
como una oposición de antagonismo creciente*. De aquí que las frecuencias de
hechos VPP durante ese ciclo, aun cuando son bajas en comparación con el resto
del período bajo estudio (1953-87), son altas con relación a los ciclos previos (1932-
47), constituyendo en realidad el comienzo de la tendencia alcista de VPP en los
escenarios políticos chilenos.
En cambio, el ciclo de C. Ibañez del Campo (1953-58) corresponde al intento,
hecho fundamentalmente desde el movimiento popular, por reajustar la relación
política entre VPP y VND. Es decir, por desembarazarse del parlamentarismo libe-
ral y del tipo de clientelismo político con que aquél envolvía y desgastaba a las
masas ciudadanas. En esta oportunidad (1952), las masas populares no apostaron
a una VND parlamentarista, sino caudillista; es decir, con capacidad de realizar
acciones gubernamentales directas (obviando la legalidad inútil, el estructuralis-
mo nacional y los traficantes profesionales de la política) a favor del desarrollo
económico, pero sobre todo popular. La elección de Ibañez abrió alegres expectati-
vas en el "bajo pueblo", en el sentido de que la capacidad de acción directa del
caudillo elegido hacía innecesario activar VPP por la base. No se pueden leer de
otro modo las relativamente bajas frecuencias VPP durante el ciclo Ibañez (las
más bajas de todo el período considerado). Sin embargo, la VND caudillista resul-
tó también un fiasco, cuando menos desde la crisis económica de 1954-55, que
marcó verdaderos records de inflación y desequilibrio. Aun así, la legitimidad re-
lativa de Ibañez, si medida por las frecuencias de hechos VPP, continuó siendo
alta, incluso después de la crisis económica'".

Este proceso puede ser seguido, paso a paso, en la revista Ercilla, en sus ediciones del 14 de octubre
de 1947 (divorcio Partido Radical del Partido Comunista, pp. 3-4); 30 de noviembre de 1948
(desclientelización de los empleados particulares y semifiscales respecto de parlamentarios y parti-
dos políticos, p. 4); 3 de mayo de 1949 (crisis económica, p. 14); 9 y 23 de agosto de 1949 ("sismo
político" provocado por la agitación social de los empleados, pp. 4 y 3-4, respectivamente); y 30 de
agosto de 1949 (reacción política ante políticas liberales de estabilización de J. Alessandri, p. 5).
Véase revista Ercilla, enero-junio de 1947. También G. González V., Memorias (Santiago, 1975), vol. II, pp.
575-715.
Sobre las políticas económicas de la administración de C. Ibañez, véase E. Sierra et al.. Tres ensayos de
estabilización en Chile (Santiago, 1970), pp. 52-70; también R. Ffrencli-Davis, Políticas económicas en Chile.
J952-70 (Santiago, 1973), pp. 23-40.

114
El Cuadro 1 no lo indica de por sí, pero no hay duda de que el colapso de las
relaciones VPP con VND (radical) y el desencanto de las relaciones caudillistas, de-
I erminaron en el movimiento popular diversos desplazamientos de ajuste y búsqueda.
1,1 período 1953-58 fue evidentemente un período de transición e introversión políti-
(.1 del "bajo pueblo" y de los partidos de izquierda. El balance indica que el
parlamentarismo á la radical fue desechado, como también el caudillismo á la Ibá-
iicz. Pero no del todo, pues hacia 1958 los hechos enseñan que del primero se tomó su
constitucionalismo (refrendación de la democracia legal de 1925), y del segundo, su
presidencialismo (caudillo, sí, pero apoyado simultáneamente por una ideología cla-
sista, de encarnación parlamentaria a la vez que de masas), para producir el fenómeno
del allendismo. El allendismo, por lo tanto, fue una fórmula de transacción entre la
VND tradicional y la VPP en desarrollo; fórmula nacional-populista definida por
una acción legal (presidencial) directamente destinada a abrir la legalidad en un
sentido populista, y acciones de masas destinadas a consolidar avances de hecho.
lira una forma popularmente ideal de combinar VND y VPP. Lo ideal de esta fórmu-
la, estrenada en las significativas elecciones presidenciales de 1958, explica en cierto
modo la perseverancia de la base popular en su apuesta (la carta fue jugada tres
veces, a lo largo de doce años, hasta obtener éxito) y el rechazo progresivo y final-
mente frontal de esas bases a la fórmula VND + VPP jugada desde 1964 por la
Democracia Cristiana (interesante en sí misma, pero no idealmente popular). En
consecuencia, fue la idealidad del allendismo (como fórmula VND + VPP) lo que
puede ayudar a explicar el sorprendente crecimiento de los hechos VPP desde 1961
y, sobre todo, desde la crisis de la propuesta democratacristiana en 1967-68. El peak
alcanzado por los hechos VPP durante el gobierno de S. Allende (1970-73), sin em-
bargo, se explica no solo por la idealidad de la fórmula señalada, sino también por su
insuficiencia (Allende se vio atrapado en el legalismo del conjunto de la clase polí-
tica, y no pudo desarrollar lo que se esperaba de él: un programa de acciones
gubernamentales directas), lo que incentivó a VPP a acelerar su movimiento por
vías autónomas, tanto para detener la contraofensiva de los adversarios como para
"avanzar sin transar", sobre todo después de que el propio Allende convocó a las
'armas de la Nación' para estabilizar el sistema político'^ Lo anterior explica los
records que VPP registró en 1971 y 1973.
La irrupción de la VLC en 1973 desarticuló el allendismo (como fórmula com-
binatoria de VND + VPP), pero no eliminó los hechos VPP de su propia escena

P. O'Brien, Chile: State and Revolution (London, 1975), passim. Es de interés, para este análisis, el
artículo de P. Winn, "Loosing tiie Ciíains. Labor and the Chilean Revolutionary Process, 1970-73",
Latin American Perspectives 3, N" 1 (1976): 70-84; y de F. Zapata, "The Chilean Labor Movement and
Problems of the Transition to Socialism", ibidem, pp. 85-97.

115
política. Las frecuencias de esos hechos durante el ciclo 1974-79 (fase de máxiitií
represión) así lo indican, pues su promedio ciclal coincidió con los rangos histórü
eos medios de VPP, no con los más bajos. Además, el cierre de ese ciclo (1979)
registró la séptima marca más alta en los cuarenta años considerados (véase Cua-
dro 1). El rápido crecimiento de los hechos VPP desde 1979 hasta, cuando menos,
1986 -que constituye una cima histórica comparable al peak 1969-73, ya señalado-
, reveló además la capacidad de VPP para recuperarse y desarrollarse independientemente
de su asociación con VND. En ausencia de un Estado Liberal y de un estamento
parlamentario, el movimiento popular demostró, en este período, que podía atraer
e incorporar militancia partidaria a su propia lógica, proyecto y acciones, configu-
rando una suerte de Estado historicista no constitucionalizado. La fuerza y
perseverancia de las autonomízadas acciones VPP del período 1979-86 pueden eva-
luarse no solo en referencia a la envergadura de la represión dictatorial enfrentada,
sino también por el espacio político parlamentarista que ellas abrieron al término
de ese período'*. Es un hecho significativo que merecería un análisis más extenso
de lo que permiten los límites de este estudio.

3. Motivos y objetivos aparentes de la VPP


durante el período 1947-1987
Como se indicó antes, los hechos históricos tienen una puntualidad y una iden-
tidad precarias. Primero, porque sus significados y proyecciones trascienden su
mera factualidad y materialidad (su particular aquí y ahora). Segundo, porque
rara vez están constituidos por 'un' acto individual o social, sino por una serie de
actos, acciones y contra-acciones, hasta configurar un proceso o complejo factual
(que, sin embargo, a pesar de su aparente multifacetismo y heterogeneidad, man-
tiene una unidad de sentido histórico). Tercero, porque, por su naturaleza procesal
y compleja, concurren en un mismo hecho diversos planos estructurales e, incluso,
otros procesos. Finalmente, porque en un mismo hecho se involucran simultánea-
mente o en sucesión varios protagonistas o actores, con relaciones cambiantes de
oposición o/y afinidad (o acuerdo).
Por todo lo anterior, los hechos históricos constituyen unidades dialécticas, que
contienen desarrollos internos de alta complejidad, a lo largo de los cuales pue-
den darse cambios y contradicciones, superposición de objetivos y planos, como

Sobre la actuación de los pobladores durante las "jornadas de protesta", V. Espinoza, "Los pobladores
en la política", en CLACSO-UNU, Los movimientos sociales y la lucha democrática en Chile (Santiago,
1985), pp. 31-52; y G. de la Maza & M. Garcés, La explosión de las mayorías. Protesta nacional, 1983-84
(Santiago, 1985), passim.

1 16
Iiiiiihién diversificaciones u oposiciones en el interior de un mismo actor o prota-
Kimista. Puede presentarse, pues, la aparente paradoja de que 'un' hecho pueda
iici, en términos de identidad y digitalidad (esto último entendido aquí como cali-
(liul de ser un elemento aritmética o estadísticamente contable), más que sí mismo
(d sea, 'uno y otro' a la vez, dentro del hecho; sumando más que uno), lo que viene
ii mostrar que un hecho histórico supera la identidad y la digitalidad convencio-
nal. Puede involucrar más motivaciones y objetivos, por ejemplo, que los que
mlinitiría su identidad simple (es decir, su identidad considerada en un sentido
(•siálico, no dialéctico). De este modo, por el ojo de aguja de una misma unidad-
identidad factual pueden pasar los camellos de múltiples (y a veces mayores)
|)i()cesos históricos, incluso antagónicos entre sí.
Lo anterior se ha tenido en cuenta para definir el universo de hechos VPP. Así,
por ejemplo, la huelga del Magisterio de 1968 fue definida e incluida entre los dígi-
los generales del Cuadro 1, como 'un' hecho histórico; pero, como en sí misma fue un
hecho 'uno y múltiple' a la vez (se compuso de decenas de acciones e incidentes, con
intervención de múltiples actores sociales y políticos, y convergencia de diversos
planos estructurales y motivacíonales, que generaron finalmente un proceso interno
(|ue se desenvolvió a lo largo de varias semanas, y sobre un conjunto de proyecciones
(pie perduraron más allá del término de las acciones mismas), en los análisis de
variables específicas (véase Cuadros siguientes) se hizo necesario contabilizarla, para
ciertos efectos, como 'más que uno', sobre todo desde que sumó dentro de ella varia-
bles alternativas o contradictorias (se combinaron hechos 'espontáneos' con
'organizados', por ejemplo). Por otro lado habría sido un error contabilizar como
'hechos generales' (en el Cuadro 1) cada una de las acciones puntuales que constitu-
yeron solo aspectos específicos de 'la' huelga. Es este tipo de definiciones lo que
permitirá explicar que, en las descripciones estadísticas que se encontrarán en las
próximas páginas, el total de 'casos detectados' (respecto de una variable x de tipo
específico) sea eventualmente mayor que el total de 'hechos generales' (entidad
multivariada) encontrados, y que en un mismo hecho se contabilicen dos o más tipos
de 'motivaciones' u 'objetivos', 'formas', 'duraciones', etc.
En esta sección se examinarán, específicamente, tres aspectos de los hechos ge-
nerales VPP incluidos en el Cuadro 1; las motivaciones, el modo de origen y los
objetivos. Estos tres aspectos confluyen sobre una misma dimensión de los procesos
VPP: su direccionalidad y lógica conductual, la que, a su vez, constituye el elemento
básico de sus significados. Se examinará cada uno de esos aspectos por separado.

a. Motivaciones
Se ha de entender por motivación de los hechos VPP, en los análisis que siguen,
las razones, compulsiones o situaciones aparentes que, en los hechos, dieron inicio

117
o desencadenaron la acción VPP. Aparentes, porque en este estudio se ha conside-
rado la motivación según se dio en los hechos mismos, sin tomar necesariamente
en cuenta las declaraciones de intención que, eventualmente, hayan precedido en
el tiempo a la acción misma. En los hechas concretos, las intenciones {y las segun-
das o terceras intenciones) suelen mostrarse de manera más evidente y desnuda
que en aquellas (eventuales) declaraciones; y esto tiene aun mayor peso en el caso
de los hechos y procesos de violencia política.
Se han considerado cuatro tipo de motivaciones básicas, ligadas a los hechos VPP:
las de tipo económico-social; las corporativo-gremiales; las propiamente políticas; y las
que se refieren a otras dimensiones de la sociedad no incluidas en las anteriores.
Las motivaciones económico-sociales, según los hechos observados, aparecen nor-
malmente referidas al estándar de vida de la población en general, pero del "bajo
pueblo" en particular. De un modo u otro, se han vinculado a la variación y estado del
poder adquisitivo de los salarios, y al precio o accesibiUdad de la alimentación, habita-
ción, salud, educación, vestuario, etc. Normalmente, las acciones VPP motivadas
socioeconómicamente han surgido cuando la clase popular ha percibido en sí misma
un descenso significativo en uno o más de los rubros componentes de su estándar de
vida (lo que puede ser independiente de los descensos objetivamente medidos a nivel
nacional). Las acciones de este tipo no son, como tales, de carácter político, pero en
definitiva lo llegan a ser, o por sus antecedentes, o por sus consecuentes, o por ambos.
A menudo, lo político de los hechos que son expresivos de una situación económico-
social se constituye en su aureola de repercusiones lácticas, y ha sido más bien en ésta
donde ha emergido, con más frecuencia que no, su violencia eventual.
Las motivaciones corporativo-gremiales, en cambio, aparecen conectadas al
proceso de desenvolvimiento de las organizaciones sociales de base. Dicen rela-
ción, por lo tanto, con la percepción que los actores sociales tienen de sus propias
necesidades y posibilidades corporativas. Con cierta frecuencia, este tipo de moti-
vaciones se relaciona con las económico-sociales, pero en sí mismas se mueven en
una línea sociocrática que desemboca por canales propios en lo político. Las moti-
vaciones de esta clase tuvieron una alta presencia en el movimiento popular chileno
durante el primer tercio del siglo XX y, de cualquier modo, resultan importantes
aun hoy en tanto que su estudio puede revelar la autonomía relativa de los movi-
mientos sociales frente a lo político, base a su vez de la conciencia realmente
democrática. La ausencia de motivaciones corporativo-gremiales puede eventual-
mente indicar, por oposición, un incremento del clientelismo político.
Las motivaciones propiamente políticas, en cambio, aparecen referidas direc-
tamente, por sí mismas, al sistema político nacional. Están ligadas o bien a su
funcionamiento simple (violencia electoral), a su historicidad (discursos de desle-
gitimación del sistema político o de promoción de cambios estructurales, por

118
cjumplo), o a sus representantes directos o indirectos (agresión o desacato contra
lUKoridades, policías o adversarios políticos). A menudo, estas motivaciones han
constituido meros desarrollos de otras motivaciones más sociales, al grado en que,
en los hechos, aparentan ser independientes de aquéllas y generar proyecciones
que son más importantes en el sistema político nacional que en el ámbito econó-
mico-social o corporativo de los actores involucrados.
Las otras motivaciones son, obviamente, variadas y heterogéneas. Sin embar-
co, las más de las veces se han articulado a situaciones, procesos o compulsiones
(|iie anidan a mayor profundidad en los distintos actores del movimiento popular,
y (¡ue no han tenido válvulas normales de manifestación al exterior. A través de
ellas se han canalizado, confusa pero categóricamente, tendencias sociales básicas
frustradas, que pueden estallar contra las autoridades, la legalidad vigente o la
propiedad pública o privada a propósito de situaciones inaparentes (por ejemplo:
violencia contra la policía y la infraestructura en el Hipódromo Chile), o bien de-
mandar valores supremos que trascienden la política contingente y habitual
(manifestaciones por los derechos humanos, por ejemplo). Aunque intrascenden-
tes en apariencia, estas motivaciones pueden ser altamente significativas, si se las
examina en relación a determinados escenarios históricos y a los paquetes de com-
binaciones que se dan entre las otras motivaciones. Véase el Cuadro 2.

CUADRO 2. Vioíenciu poíííicu popular (1947-87); MotiDUciones'"'


(Porcentajes promedio por ciclo presidencial y tipo de motivación)

GGV Cíe JAR EFM SAG APU APU APV Promedio


47-52 S3-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos

Motivación

Política 4S,1 51,7 41,3 51,9 57,5 78,5* 72,6* 79,2* 59,7
Corp-Gremial. 24,3' 20,5* 31,5' 21,0* 16,2 3,9 7,0 7,5 16,5
Econ-Social 17,0* 25,8' 22,5* 24,0* 18,6* 0,0 8,6 3,7 15,0
Otras 13,4* 1,7 3,7 2,4 7,5 17,4* 11,6* 9,4' 8,3

Total % 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

N° Casos 82 58 133 204 252 126 300 106 1,261

Sobre el promedio del período.

Véase Apéndice I.B.

119
No hay duda de que la aparición de los ciclos presidenciales ligados a A. Pino-
chet U. (APU) (dictatoriales) generó un trastorno importante en la composición
motivacional normal, democrática o, si se prefiere, histórica, de VPP, mucho mayor
que el generado por el ciclo S. Allende G. (SAG) (¿prerrevolucionario?). En efecto,
mientras éste giró ostensiblemente en más o en menos, pero cercanamente respec-
to de los promedios motivacionales del tramo democrático del período estudiado,
todos los ciclos APU se alejan notoriamente de aquéllos. Las motivaciones políti-
cas de VPP durante el período democrático 'normal' (1947-69), por ejemplo,
promediaron 47,5 por ciento; el ciclo SAG, entre 1971 y 1973, redondeó 57,5 por
ciento, mientras que los ciclos APU, entre 1974 y 1987, promediaron 76,7 por cien-
to. Respecto de las motivaciones no directamente políticas, el fenómeno se repite:
período democrático 'normal': 52,5 por ciento; ciclo SAG: 42,5 por ciento; ciclos
APU: 23,3 por ciento. La aparición de los ciclos APU generó, como se puede obser-
var, un trastorno de la composición 'normal' de las motivaciones de la VPP, que se
tradujo en un desproporcionado incremento de las acciones VPP políticamente
motivadas, una reducción anormal de las motivaciones económico sociales y cor-
porativas de VPP, y también un aumento excepcional de las 'otras' motivaciones.
En cambio, el ciclo SAG tendió más bien a agudizar las tendencias motivacionales
del período democrático 'normal', sobre todo sus componentes de tipo político.
Durante el período democrático 'normal' (1947-69) se observa un significativo
equilibrio entre las motivaciones políticas y las no directamente políticas, de una
parte (ambas fluctúan en torno a 50 por ciento), y de otra, un contrapunto cíclico
en relación al signo de la coyuntura económica y al grado de represividad existen-
te (en coyunturas de crisis económica de tipo inflacionario, confluidas con fases
de baja represividad, tendió a aumentar la politización de VPP; es el caso, por
ejemplo, de 1954-57 ó 1968, lo que calza con las fases en que la VND se tornó
populista; y al contrario en fases de estabilización económica unidas a grados ma-
yores de represividad, como en 1950-51 y 1961-62). Resulta también de interés el
contrapunto entre las motivaciones corporativo-gremiales de VPP, y las económi-
co-sociales: aquéllas tienden a asociarse positivamente con los ciclos de menor
politización de VPP pero de mayor represividad por parte del Estado, lo contrario
de las segundas. De modo que a una fase en que VPP aparece volcada hacia el
sistema político nacional, siguió otra en donde VPP aparece también actuando
hacia el sistema político, pero trabajando en el fondo el aceramiento orgánico y
corporativo del movimiento popular (como ocurrió, por ejemplo, durante el ciclo
de J. Alessandri R., JAR). Es este mismo aceramiento el que ha solido servir de
base para las fases (subsecuentes) de mayor movilización política de VPP.
El ciclo SAG (crisis inflacionaria y VND en punto óptimo), en corresponden-
cia con la lógica democrática de VPP descrita en el párrafo anterior, muestra

120
una politización proporcionalmente agudizada de VPP, y motivaciones económi-
K) sociales superiores a las corporativo-gremiales. Esto no sugiere la existencia
(le rupturas significativas en esa lógica. Pero el importante incremento de las
'otras' motivaciones de VPP sí son significativas, en tanto revelaron, como se
verá más adelante, subsuelos políticos extraordinarios, a menudo interpretados
como peligrosos para la preservación de los valores asísmicos de la sociedad en
superficie. De cualquier modo, el aumento de las 'otras' motivaciones no fue
espectacular (subió solo 2,2 puntos sobre el promedio democrático 'normal', que
lúe de 5,3 por ciento).
Notoriamente, los ciclos APU revelan que su aparición produjo la ruptura
del equilibrio normal entre las motivaciones políticas y no-políticas de VPP.
(¡eneró un hiperdesarrollo de las primeras, al extremo de que prácticamente
anuló el peso histórico de las acciones VPP motivadas por lo económico-social
y corporativo-gremial, llevando al mismo tiempo a un incremento récord las
otras motivaciones (en este caso, relativas a derechos humanos). El problema
por debatir a este respecto es: ¿hasta qué punto la ruptura de la composición
democrática de VPP, en la dirección y sentido marcada por los ciclos APU, se
ha convertido o se convertirá en una composición 'normal'? La alta politiza-
ción (violenta) de VPP, ocurrida contra viento y marea a lo largo de un tiempo
tan largo como catorce o dieciséis años, equivale a la sedimentación de una
cultura o mentalidad de violencia política, no solo en el movimiento popular,
sino en otros actores o movimientos. Cuando menos, en la conciencia y subcon-
ciencia de la generación que se desarrolló bajo la hegemonía (dictatorial) de
los ciclos APU. La capacidad de la democracia liberal constituida en 1980 y
refrendada en 1989-90 para anular esa cultura instalada, va a depender de su
eficiencia en satisfacer las aspiraciones políticas (populares) crecidas en la
sombra de esos ciclos, y las necesidades económico-sociales y corporativas que,
desde 1973, han estado comprimidas contra bajos niveles absolutamente anor-
males. La cuestión concreta es hasta qué punto el eventual reequilibrio histórico
de las motivaciones no-políticas -que parecería inevitable-, de no ocurrir flui-
damente, se hará con la utilización de los medios y métodos incorporados al
parecer orgánicamente a la cultura popular de violencia política, encarnada
bajo tan duras lecciones en los últimos veinte años.
Las acciones VPP han sido, sin duda, expresiones del movimiento popular chi-
leno. Pero no han constituido, al mismo tiempo, su sustancia central, ni definido su
historicidad. Más bien han sido manifestaciones extremas que solo han orlado sus
movilizaciones de mayor peso social y político. No se puede descartar, sin embar-
go, que a falta de una ciencia y una política estrictamente populares, la 'cultura
política de la violencia', ahora desarrollada, pueda continuar siendo un opio útil a

121
necesidades y frustraciones viejas que las modernizaciones aparentes de la políti-
ca formal no logran, pese a todo, resolver. Como lo enseña la Historia'-'.

b. Modo de origen (coyuntural)


La violencia política no es un rasgo inherente a la esencia del proyecto histórico
popular (que está definido por la búsqueda de humanización), pero le es concomitan-
te. Es decir, le adviene desde el exterior, de la naturaleza estructural de sus relaciones
con el sistema dominante; pero se queda junto a él, se apega, se encarna y así lo acom-
paña -como la bruja que Simbad cargaba en sus espaldas- por tanto tiempo como dure
la indeseabilidad del sistema dominante con el que se relaciona. El problema ha sido
(y es), sin embargo, que lo que es y debió ser solo concomitante, ha demostrado tener
capacidad para crecer, hipertrofiarse, e incluso, en ocasiones, para encubrir y sustituir
la imagen pública del proyecto histórico popular. La 'guerra' no ha constituido la natu-
raleza de ese proyecto, pero sí ha sido capaz de determinarlo. Puede, por lo tanto,
llegar a atrofiarlo sin que haya efectivamente cumplido su función de romper la per-
petuidad de la dominación indeseada. Y así, lo que en un comienzo fue el chisporroteo
de acciones y represiones que se produjo bajo los pies de la institucionalidad vigente
cuando el movimiento popular salió en directo de su encierro en '?', fue más tarde, a
menudo, ocasión para la perpetuación del mismo encierro. Es dentro de la dinámica
de esta concomitancia donde es preciso situar, históricamente, las actuaciones de aque-
llas organizaciones políticas que han definido y asumido la violencia armada como su
método central de acción, y no dentro de la historicidad misma del proyecto popular.
Lo mismo cabe decir de las acciones de aquellos que -como los que a la ligera son
llamados "lumpen", "enajenados", "desalmados", etc.- perpetran en ciertas oportuni-
dades, por sí mismos y sin mediar definiciones de principio ni de táctica, acciones
violentistas que escandalizan a las autoridades y a la prensa 'seria'.
En tanto lid de violencia política, la concomitancia que rodea al proyecto popu-
lar es un río coyuntural de responsabilidades y orígenes revueltos. Es aquí donde las
acciones VPP, en tanto que hechos puntuales, reconocen sus orígenes factuales, no
en las contradicciones estructurales. Si se tratara de explicar la violencia política
existente en la sociedad entendida como un todo, esas contradicciones se erguirían
como el sospechoso principal para cualquier análisis histórico mayor. Pues, a este
nivel -como se vio en el capítulo precedente- los procesos de autorreproduccion del
sistema dominante monopolizan las responsabilidades de lo que ocurre dentro de él.

Aun después de la transición formal a la democracia liberal (1988-90), los asaltos a bancos y los
ataques a determinados personeros políticos no solo han continuado, sino que ocurren con una fre-
cuencia muy superior al crítico período 1967-73. Infiltrados o no, los grupos VPP organizados han
sobrevivido al magno esfuerzo represivo realizado por el gobierno militar a lo largo de dieciséis años
(1973-90).

122
IVro al tratarse solo de los orígenes tactuales de acciones VPP perpetradas dentro
(le un período determinado, entonces el campo de análisis que necesita ser acotado
no es otro que el de la supradicha concomitancia; y en ésta, los orígenes no son
únicos, sino múltiples, y las responsabilidades, compartidas. En este nivel de análi-
sis (empírico, por concesión al objetivismo) interesan más los orígenes como función
del proceso histórico que como responsabilidad de estructura.
Metodológicamente, pues, los orígenes de las acciones VPP no podrían clasifi-
carse según responsabilidades únicas (criterio estructuralista o histórico mayor),
sino conforme las modalidades como aparecieron en los escenarios (criterio objeti-
vo factual). De acuerdo a esto, se distinguieron los siguientes modos de origen: el
origen espontáneo, el derivado, y el organizado.
Las acciones VPP de origen espontáneo han sido, fundamentalmente, aquellas
realizadas por individuos, grupos, pobladas o masas sin la mediación de una conduc-
ción política o corporativa, sin correspondencia temática directa con la situación de
entorno, pero en respuesta a tendencias social-populares importantes que se halla-
ban sentimentalizadas -al momento de estallar la acción- por la ausencia de
apropiados canales institucionales de desenvolvimiento. Se han caracterizado, en
consecuencia, porque esas tendencias afloran, a través de esas acciones, de modo
súbito, disruptive y sin pretexto proporcionado, razón por la cual han solido desper-
tar grados generalmente altos de conmoción pública. Sobre todo, porque se estima
que .son ramalazos de irracionalidad, que asustan y convocan a prevenirse mejor de
ellos. Por esto mismo tienden a atar (con descargas variadas de electricidad política)
cabos sociales peligrosamente sueltos, sin conseguirlo necesariamente. De este tipo
fueron, por ejemplo, la marcha de los chacareros contra La Moneda en 1959, las
asonadas que siguieron a las Fiestas de la Primavera en 1961, o los saqueos que a
menudo han reventado al amparo de, por ejemplo, jornadas generales de protesta.
Las acciones VPP de origen derivado son también, en cierto modo, espontáneas,
solo que no por afloramiento súbito de tendencias profundas a propósito de la primera
oportunidad, sino como respuesta mecánica a la represión (provocación) despropor-
cionada. Ha sido un acontecimiento recurrente en la historia política del movimiento
popular que las movilizaciones simples a que se ha convocado a las bases (es decir:
formales, pacíficas, reivindicativas o conmemorativas) han sido disueltas con métodos
draconianos, resultando de ello el inicio de acciones directas por parte de la masa
popular, o contra la fuerza represiva, o contra otros objetivos. En este caso, la acción
espontánea surge desde el interior de otra acción no-espontánea (dándose aquí la típi-
ca duplicación o desdoblamiento de los hechos históricos), pero en reacción a una
represión de hecho. Una parte considerable de la violencia política popular ha obede-
cido a este modo de origen, que constituye sin duda la forma más pura de la lógica
concomitante, y la más fértil en términos de acumular o rutinizar la 'cultura de la

123
violencia' contra el sistema establecido. De aquí que las acciones VPP de origen deri'l
vado, junto con indicar el grado de desarrollo de esa cultura en la clase popular,!
constituyan un índice de la represividad de un determinado ciclo presidencial.
Las acciones VPP de origen organizado, en cambio, han sido aquellas que han exv
plicitado, en grado diverso, los objetivos, intenciones o propósitos que se habían
perfilado en la conciencia social o política de los sujetos que las reahzaban. Demues*
tran haber tenido detrás un plan de acción y/o un esquema orgánico previamente
discutidos y trazados. Tal planificación, sin embargo, no ha implicado obligatoriamen-
te la existencia de grandes planes conspirativos, nacionales o extranjeros, salvo
excepciones. De hecho, esa planificación ha sido tan puntual y particular como las
acciones que han derivado de ella. Su importancia radica en que el grado de organiza-
ción y planificación que comportan constituye un índice de racionalización,
modernización y, por ende, de pohtización. A menudo -es cierto- solo se ha tratado de
la organización del espontaneísmo ambiental, debido a la ausencia de esquemas teóri-
cos y políticos que trasciendan el profetismo y el coyunturalismo dominantes. Sin
embargo, sus proyecciones en el sistema político nacional no solo han generado las
típicas conmociones cortoplacistas que siguen tras el estallido de las acciones espon-
táneas y derivadas, sino también consecuencias gubernamentales y legislativas de más
largo efecto. Sin duda, la proyección de las acciones VPP organizadas sobre el sistema
dominante ha sido de efecto más letal, pero no necesariamente más eficiente.
Los casos en que se han manifestado esos tres modos de origen son L311, y se
desglosan conforme lo indica el Cuadro 3.

CUADRO 3. Violencia política popular (1947-87): Modos de origen'"'


(Porcentajes promedio anuales por ciclo presidencial y tipo de origen)

GGV Cíe JAR EFM SAG APU APU APU Promedio


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
Origen
Organizado 39,7 53,8 54,0 71,5* 54,5 63,9* 65,1* 68,0* 58,8
Derivado 27,9* 18,4 21,8 18,3 15,6 31,5* 23,2* 23,7* 22,5
Espontáneo 32,5* 27,6* 16,7 10,0 29,8* 4,5 11,6 8,1 17,6
Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0
NQ Casos 93 65 137 218 255 111 310 122 1.311

Sobre el promedio del período.

Véase Apéndice I.C.

124
Se puede sin duda afirmar, observando el Cuadro 3, que la mayoría de los he-
(líosVPP perpetrados en la ciudad de Santiago entre 1947 y 1987 fueron organizados
(indicios de organización aparecieron en 58,8 por ciento de los casos estudiados).
Olio porcentaje importante (22,5 por ciento) correspondió a hechos de violencia
derivados de otros no violentos, especialmente tras una irrupción de las fuerzas
n'presivas. Solo 17,6 por ciento de los hechos VPP registrados en el período se
oiiginó espontáneamente.
El predominio de los hechos VPP organizados sugiere que, en la cascara de
violencia concomitante que ha crecido en torno al movimiento popular chileno, la
violencia política se ha semi racionalizado y semi institucionalizado. Los hechos
VI'P no son, o ya no podrían ser, por lo tanto, caracterizados como meramente
ingenuos ni puramente ocasionales, ni como condenables 'reventones' manejados
desde fuera, o por 'antisociales'. El espontaneísmo neto, según lo muestra el Cua-
dro 3, no solo es minoritario, sino que tiende a ser decreciente, mientras que la
organización es un indicio que, por el contrario, tiende a aumentar de modo soste-
nido, sobre todo desde 1967''. Sería un error, sin embargo, interpretar ese
crecimiento como adoración de temibles estrategias históricas de violencia. Más
l)ien se ha tratado de la multiplicación de acciones directas, como respuesta popu-
lar extrema a crisis económicas (ciclos C. Ibáñez del C, CIC; y E. Frei M., EFM, por
ejemplo) o a grados más alto de represividad (ciclos G. González V., GGV; y A.
I'inochet U., APU); son acciones que han tendido a acumularse, permitiendo el
desarrollo de hábitos y rutinas. Las organizaciones políticas que han brotado en
correspondencia con esa incipiente 'cultura de violencia' han experimentado sig-
nificativas crisis ideológicas y falta de crecimiento, lo que refleja el carácter
concomitante de esa 'cultura"*.
Es notorio que el espontaneísmo fue mayor en los primeros dos ciclos presiden-
ciales del período estudiado (es decir, entre 1947 y 1958), en correspondencia con la
declinación del clientelismo político tipo Partido Radical y la crisis del caudillismo
¡bañista. Desde 1958 tendió a decrecer de manera significativa. Solo durante el ciclo

No existen estudios sistemáticos, objetivos y de tipo histórico acerca de las organizaciones VPP chi-
lenas. Con todo, son de interés los trabajos de R.C. Hirschfield, "Chile's MIR: the Anatomy of a
Revolutionary Party", Monthly Review 18, N° 9 (1967); Lautaro (pseud.), "Radiografía de la
ultraizquierda: razones y sinrazones de su gravitación actual", Panorama Económico N° 270 (1972): 3-
10; y de Carmen Rojas, Recuerdos de una tnirista (Santiago, 1988).
De ello dan cuenta las divisiones intestinas que han aquejado tanto al Movimiento de Izquierda Revolu-
cionaria (MIR), como al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), así como la evidente desorienta-
ción estratégica del Movimiento Lautaro. Sobre los problemas ideológicos de la izquierda revolucionaria
pre-golpe, G. Salazar, "La generación chilena del '68: ¿omnipotencia, anomia, movimiento social?". Propo-
siciones 12 (1986).

125
presidencial S. Allende G. (SAG) (especialmente, entre 1972 y 1973), las acciones
VPP espontáneas alcanzaron un número elevado (29,8 por ciento sobre el total), en
correspondencia esta vez con el desarrollo relativamente independiente de las ac-
ciones directas por abajo, en un momento de dudas respecto de la conducción por
arriba del movimiento allendista". Las bajas frecuencias de las acciones VPP espon-
táneas después de 1973, en un contexto de crisis del allendismo y de las vanguardias
políticas tradicionales, es un fenómeno significativo: ¿Se consolidó en la masa el
hábito de actuar según conducción organizada? ¿Explica eso el desarrollo del Fren-
te Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y la recuperación del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) a lo largo del segundo ciclo APU y aun después?
En suma cabe decir que, en la 'concomitancia VPP' surgida en torno al proyec-
to histórico popular, se ha constituido una cultura o institucionalidad de violencia
política, coactivada desde el sistema (bloqueo y represividad, con modernización
técnica) y desde el movimiento popular ('salidas' de 'P' en función de acciones
directas crecientemente organizadas), que los ciclos presidenciales APU no logra-
ron, al parecer, eliminar, sino al contrario. De esa 'cultura' acumulada han brotado
no solo acciones VPP organizadas y organizaciones políticas ad hoc, sino acciones
VPP derivadas de tipo cada vez más automático'"". Las mismas acciones espontá-
neas han tendido a estructurar -dentro de su espontaneísmo- modos y patrones
que se correlacionan con el nivel más alto de organización que parece regir la VPP
contemporánea en Chile, como se verá en un capítulo posterior.

c. Objetivos y 'contras'
Las acciones VPP no solo portan una motivación que de algún modo se enraiza
en el proyecto histórico central del "bajo pueblo", y no solo surgen sobre los esce-
narios políticos de acuerdo a diversos modos que determina su movediza
concomitancia, sino que, además, definen o proyectan objetivos y blancos a donde
se dirige -consciente o inconscientemente- la acción. Los objetivos que constru-
yen o definen los hechos VPP no tienen correspondencia orgánica, necesariamente,
con algún programa o estrategia política preconcebidos. Es decir, no se derivan
obligatoriamente de una planificación previa, destinada a cubrir un largo tramo
histórico. En un gran número de casos, los objetivos de la acción se construyen en

Sobre el crecimiento histórico del llamado "poder popular" en Chile, O'Brien, Chile: State and
Revolution; y Winn, "Loosing the Chains..." Para una crónica de ese crecimiento, véase revista Chile
Hoy (1972-73).
Cf. notas 95 y 97. La acumulación cultura! y psicosocial de la predisposición a la violencia política se
observa claramente en los testimonios recogidos por P. Politzer en La ira de Pedro y los otros (Santiago,
1988).

126
la acción misma, o en su rápida organización previa y, con frecuencia, en respuesta
a una directiva más bien que a una reflexionada planificación. Se trata de objeti-
vos factuales, de corto (y a veces sin ningún) alcance táctico o estratégico. Por esto,
más que de objetivos, tal vez sería más preciso hablar de los adversarios, o los
'contra qué o quién', que la acción, ya a toda marcha en el terreno, descubre, defi-
ne o reconoce. La presencia de una cultura de violencia política de concomitancia
y el no desarrollo de una cultura política popular de tipo científico a la vez que
estratégico, refuerza la idea de que los objetivos de la VPP son, de hecho, no otra
cosa que una galería de 'contras' que, usualmente estáticos en la subconciencia
ideológica de las masas populares, irrumpen, se agigantan o se enardecen en la
coyuntura o en los escenarios mismos de la acción, o en sus inmediaciones tempo-
rales o espaciales. La coyuntura o el escenario de acción generan un azuzamiento
recíproco: desde las nociones estáticas de 'sistema dominante' que anidan en el
subconsciente popular, hacia los 'contras' que aparecen representando a aquél en
el terreno; y desde estos 'contras' hacia las masas movilizadas. La 'guerra' no es la
"madre de todas las cosas", pero, cuando menos en el terreno, tiende a ser en
buena medida la madre de sí misma.
El estudio historiográfico de los hechos VPP reveló que la galería de 'contras'
es relativamente reducida. Se pudieron distinguir siete tipos de objetivos o 'con-
Iras'; a saber:

Las autoridades. En los hechos, se las ha entendido como los individuos que re-
presentan al Estado o al sistema político nacional ante las masas. Se ha asumido que
son los civiles que tienen la responsabilidad constitucional e histórica de resolver
los problemas del pueblo. Casi siempre las Autoridades han aparecido confundidas
o identificadas con el 'sistema dominante'; y por extensión simbólica, con los edifi-
cios públicos en que residen tanto aquéllas como ése. El desacato a las autoridades
ha involucrado normalmente desacatos al 'orden establecido' y deterioros a la infra-
estructura que cobija a ambos. Puede entenderse, pues, que este 'contra' es en el
fondo el sistema mismo de orden y dominación. Es una categoría central.

Los adversarios políticos. Se trata, fundamentalmente, de los grupos que com-


piten, desde fuera y desde dentro del movimiento popular, por los beneficios y
¡)oderes del sistema, o por la conducción de ese movimiento. A menudo, estos
'contras' laterales han llegado a eclipsar a los 'contras' frontales, desatando una
violencia que, aunque conmocionante por ser violencia, no significa de por sí un
ataque al sistema como tal. Solo podría serlo de sesgo. Es otra de las formas
típicas en que se desenvuelve la lucha dentro de la 'concomitancia VPP' del
movimiento popular (y en general dentro del sistema político nacional chileno).

127
y que revela el predominio de la cultura coyunturalista y profética sobre la cul-
tura política científica y estratégica, y aun sobre la 'lucha de clases', con la que a
veces se la ha confundido.

Los patrones. Se trata de la burguesía, los empresarios, grandes propietarios,


banqueros, comerciantes u hombres ricos en general. En la ortodoxia marxista, se
trataría del enemigo fundamental, en tanto administradores de la mecánica acu-
mulativa (y explotadora) del capital. En la tradición popular, son "los que tienen
mucho" frente a los que nada tienen. Como en el caso de las autoridades, los patro-
nes representan o encarnan un sistema (el capitalista) y residen en una
infraestructura o propiedad. La acción directa, por lo tanto, suele dirigirse, indis-
tintamente, a unos y a la otra. Es el 'contra' clásico.

Las Fuerzas del Orden. Obviamente, se trata de la Policía y las Fuerzas Armadas.
Ambas, históricamente, han garantizado la Constitución y el sistema dominante;
la primera en la lucha táctica y cotidiana, y la segunda en las crisis estratégicas.
En las acciones VPP, ambos 'contras' han encarnado la consistencia más abusiva
(la primera) e irreductible (la segunda) del sistema de dominación. Por ello, se las
ha identificado con la estabilidad central y última de ese sistema, sobre todo a las
Fuerzas Armadas. La violencia contra ellas, pues -especialmente contra la última-
revelaría un desacato al sistema de rango mayúsculo, que sobrepasaría incluso los
eventos más letales de la concomitancia. Es un 'contra' de riesgos y significados
cuasi revolucionarios.

Situaciones generales internas. A menudo las masas populares se han movilizado


en respuesta a una percepción negativa del 'estado general de cosas'. No se identi-
fica aquí un 'contra' o adversario específico. Es una protesta general, aunque
mayoritariamente va dirigida contra la situación económica: inflación, escasez,
desempleo, etc.; eventualmente, la ha ocasionado el desorden burocrático o lo que
se ha estimado era una generalizada ineficiencia de la clase política. lia sido un
'contra' de objetivos más vagos que de costumbre, pero cuya violencia no ha sido
menor que siempre.

Situaciones internacionales. No en pocas oportunidades las masas populares se


han movilizado en contra de 'enemigos' que se han perfilado en el plano interna-
cional. A veces, en respuesta a una situación estructuralizada de abuso
(imperialismo); otras, ante actos abusivos perpetrados coyunturalmente contra
algo o alguien que se estima como afín o propio. En estos casos, la acción directa.

128
aunque significada hacia afuera, ha desarrollado hacia adentro la misma violen-
cia concomitante de usanza en asuntos domésticos. Como si la concomitancia no
reconociera o no distinguiera entre significados, sino solo su propia dinámica
latente.

Otros. La cultura instalada de violencia política, aunque de raíces más epifeno-


ménicas que nouménicas, ha podido ejercerse en Chile a propósito de las situaciones
más diversas, irrespectivamente de las temáticas situacionales. Así, ha podido es-
tallar en una carrera de caballos, en un entierro, frente al apresamiento de un
hampón, ante un discurso papal, o ante la detección de cualquier abuso o sayón de
oscuro designio. Cuando, a pesar de la no correspondencia contextual con planos
políticos, la acción VPP ha derivado en 'contras' políticos (policía, edificios o sím-
bolos públicos, adversarios, etc.), entonces los 'otros' han sido considerados, para
este trabajo, como 'contras' VPP al paso. Otro indicador de la dinámica autónoma
(le la concomitancia.
Los 'contras' que han aparecido en los hechos VPP examinados suman, en total,
1.435, es decir, 373 manifestaciones más que el número total de hechos VPP estu-
diados, que son 1.062.
Su distribución en el tiempo (véase Cuadro 4) muestra el predominio que, des-
de 1960 y salvo excepciones, ha tenido un objetivo: las Autoridades (31,4 por ciento
en promedio para todo el período estudiado), respecto del resto de los 'contras'.
Las siguen las Fuerzas del Orden (18,5 por ciento promedio para el período glo-
bal), sobre todo por el gran incremento experimentado en este rubro desde 1974.
Sumados ambos 'contras', demuestran haber absorbido un porcentaje creciente de
los hechos VPP, que fluctúa entre 45 y 75 por ciento a partir de 1960. Esto indica
(}ue el incremento numérico de las acciones VPP se ha realizado, en proporción
casi abrumadora, en proyección contra el sistema dominante como tal. Ha sido
esta dirección -diríase políticamente letal- la que, en ocasiones, ha exacerbado la
violencia política lateral 'contra adversarios' (como ocurrió en el ciclo presiden-
cial SAG).
En contraposición, los 'contra' clásicos, como los Patrones, aparecen situados
en un rango minoritario y decreciente. Solo entre 1947 y 1950 (ciclo presidencial
GGV), y entre 1976 y 1980 (ciclos APU), la violencia clásica alcanzó un rango signi-
ficativo (en torno a 25 por ciento), pero aun así minoritario dentro de la galería de
'contras' del movimiento popular chileno. Obsérvese el Cuadro 4.

129
CUADRO 4. Violencia política popular (1947-87): Objetivos y 'contras'"",
(Porcentajes promedio anuales por ciclo presidencial y tipo de 'contra')

GGV Cíe JAR EFM SAG APU APU APU Promedio


47-52 53-5S 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos

'Contras'

Autoridades 17,0 21,1 38,9* 33,0* 25,9 37,0* 37,8* 41,1* 31,4
Fuerzas del Orden 14,0 7,0 8,7 11,2 9,8 29,9* 36,7* 31,2* 18,5
Patrones 23,0* 11,2 14,0 15,0 14,9 25,1* 14,1 19,8* 17,1
Adversarios políticos 23,0* 22,S* 18,1* 10,8 29,5* 4,7 1,9 2,1 14,0
Sit. grales. internas 9,0 21,1* 7,3 13,8* 12,5* 0,0 5,0 2,1 8,8
Sit. internacionales 6,0* 9,8* 6,0* 10,0* 1,1 0,0 1,9 2,8 4,7
Otros 8,0* 7,0* 6,7* 5,8* 5,9* 3,1 2,2 0,7 4,9

Total % 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

N° Casos 100 71 149 239 254 127 3.54 141 1.435

* Sobre el promedio del período.

Es notable, junto con el peso mayoritario de los objetivos antiestatales de la


VPP y el bajo peso de los anti-capitalistas, la violencia dirigida contra los Adversa-
rios Políticos, especialmente durante la fase democrática (1947-73). En efecto,
durante esta fase la lucha lateral contra competidores políticos superó no solo la
dirigida contra las Fuerzas del Orden (20,8 por ciento contra 10,1 por ciento), sino
incluso la dirigida contra los Patrones (20,8 contra 15,6 por ciento), acortando sig-
nificativamente la distancia que la separaba de la lucha directa contra el Estado
(20,8 contra 27,2 por ciento). La agudización de la violencia contra Adversarios
Políticos tuvo lugar especialmente en las coyunturas electorales (1952,1958 y 1964,
sobre todo). No obstante, la lucha faccional sobrepasó la mera confrontación elec-
toral, a veces en ocasión de diferencias ideológicas (comunistas versus socialistas
en la primera etapa, democratacristianos contra allendistas en la segunda etapa,
por ejemplo). El 'contra' más importante de la VPP desplegada durante el ciclo
presidencial SAG (29,5 por ciento, superior a todo otro 'contra') correspondió a la
dirigida contra Adversarios Políticos, dentro de la lucha faccional de masas tal vez

Véase Apéndice I.D.

130
más importante de la historia política de Chile'"-. Significativamente, el adveni-
miento de los ciclos presidenciales APU redujo la importancia relativa de la lucha
política lateral a porcentajes anormalmente bajos. Cabe asumir que con el retorno
de la democracia liberal, el 'contra' Adversario Político recobrará, cuando menos
en parte, su normalidad histórica.
La irrupción de los ciclos presidenciales APU trajo consigo, además, otra alte-
ración de importancia: el explosivo incremento de la VPP dirigida contra las Fuerzas
del Orden, es decir, contra el pilar más sensitivo del sistema nacional de domina-
ción. Los datos indican que la importancia relativa de este 'contra' se triplicó a
partir del Golpe Militar de 1973 (el promedio durante la fase democrática fue 10,1
por ciento; el de la dictatorial, de 32,6 por ciento). Este incremento, mantenido a
lo largo de dieciséis años, podría haber erosionado seriamente la histórica legiti-
midad que tuvo el Ejército chileno dentro de la cultura popular, construida desde
las guerras del siglo pasado y desde el perfilamiento del mito del "roto chileno".
i''sa legitimidad constituyó por casi un siglo el substrato estabilizador del senti-
miento popular frente a las ideas generales de Patria y Estado. El deterioro de esa
legitimidad podría, eventualmente, ensanchar los canales populares de visión res-
pecto del sistema dominante indeseado'"*. De menor importancia, aunque
significativas, fueron las alteraciones que los ciclos APU produjeron en otros dos
'contras', que durante la fase democrática tuvieron mayor relevancia: los referidos
a la Situación Internacional y los referidos a Otras Situaciones. Ambos experimen-
taron un descenso importante, aunque sin aparentes repercusiones de fondo. De
cualquier modo, ese descenso debe computarse al rebote de la creciente especiali-
zación de las acciones VPP en el trabajo antisistémico.
Por último, la VPP dirigida contra las Situaciones Generales Internas (domi-
nantemente de inspiración económica) se movió en correspondencia con la
alternancia de fases de expansión y fases de crisis. Claramente, las frecuencias
más altas de este tipo de 'contra' se produjeron en coyunturas de crisis (ciclo CIC,
sobre todo en 1954 y 1957; ciclo EFM, años 1967 y 1969; ciclo SAG, 1973 sobre todo;
y segundo ciclo APU, año 1982).
En suma, podría concluirse, en general, que la violencia popular de intención
o/y repercusión política se despertó más por una percepción negativa del Estado

El enfrentamiento entre las masas sociales de la Unidad Popular y las de la oposición (lideradas por
el Partido Demócrata Cristiano y el Nacional), producido en el intento de las últimas por desestabi-
lizar el gobierno de Salvador Allende, caracterizó el período 1972-73. La ofensiva de masas lanzada
entonces por el centro y la derecha políticas representa, quizás, la forma más extrema de la 'violen-
cia nacíonal-desarrollísta'. Véase el Capítulo Tercero de este trabajo ("El movimiento histórico de
violencia política popular: relato de cuarenta años").
Una aproximación a este tema en Salazar, "Movimiento teórico...", Tercera Parte.

131
(gobierno, sistema político, fuerzas del orden, etc.) o por la competencia en torno
al Estado (adversarios políticos), o como forma de ejecución de un aspecto u otro
del proyecto histórico popular, que en reacción directa ante una percepción nega-
tiva de lo económico o/y del capitalismo como sistema. Es como si el Estado o el
sistema político nacional hubiesen devenido, en la conciencia del movimiento po-
pular, en los portadores del verdadero mal o responsables principales de las
posibilidades de bien o mal (sociales). Eso, sin duda, revela una forma de politiza-
ción (de alto grado, en todo caso), que podría caracterizarse como la descomposición
progresiva de lo que alguna vez fue un intenso clientelismo político estatal (y par-
tidario), más que como el desarrollo progresivo y orgánico de un determinado
proyecto sociopolítico. El incremento de la violencia contra Autoridades, por ejem-
plo, se agudizó en las fases de fracaso o crisis de los intentos nacional-desarrollistas
(1951, 1954, 1967 y 1969, por ejemplo), y con más fuerza aún ante los intentos de
derecha (1960, 1961, 1963 y ciclos APU). En este sentido, el alza de VPP podría
computarse más al agitado proceso de desclientelización que al vago proyecto de
desarrollo socialista que pudo haber anidado el movimiento popular durante el
período en estudio. La visita popular a su galería de 'contras', durante este perío-
do, dejó bien en claro su rechazo no solo al sistema constituido en 1925, sino -en
los hechos, no en las votaciones- también al constituido en 1980.
El problema que queda por debatir respecto de esa conclusión es, pues, si el
proceso de desclientelización sistémica iniciado hacia 1950 y continuado más acá
de 1980, desarrollará de nuevo su concomitancia de hechos VPP como antes de
1986; o si, por el contrario, se volcará a desarrollar el proyecto histórico popular,
politizándose en un sentido más social y menos antisistémico'"''.

4. Formas dominantes e instrumentos de las acciones VPP (1947-87)


Las acciones VPP han sido, en su mayoría, argumentos políticos protagonizados
por grupos o masas sobre un escenario urbano. Como tales, han hecho aparecer en
escena diferentes formaciones de los individuos participantes; diversos tipos de ocu-
pación del espacio metropolitano; variados acatamientos o desacatamientos de la
legalidad o de las autorizaciones o prohibiciones vigentes; infinidad de actitudes y
maneras corporales de manifestar los contenidos; múltiples instrumentos coadyu-
vantes de la acción, y algunas tácticas generales de enfrentar a los 'contras'. La

La politización del movimiento social ha sido uno de los objetivos medulares de la educación popular
desde 1983. Sin embargo, el desafío teórico y político que eso involucró ha frenado el ímpetu de los
educadores populares en ese sentido. Véase de S. Martinic & H. Walker, Profesionales en la acción. Una
mirada crítica a la educación popular (Santiago, 1988).

132
construcción de las conductas de VPP involucra tomar opciones -verdad es que a
loda marcha en el terreno- entre diversas alternativas para expresar los contenidos
o/y enfrentar los antagonistas. El conjunto de opciones tomadas ha configurado una
'forma' determinada; es decir, un patrón de conducta colectiva, que rige o a lo largo
del cual se desenvuelve la acción VPP (el cual puede ser compartido por acciones
populares no necesariamente violentas, según se verá pronto). Los hechos VPP ob-
servados entre 1947 y 1987 tendieron a desenvolverse dentro de un cierto número de
formas o patrones conductuales, cuya recurrencia hizo necesario examinarlos por
separado, como aquí se hará. Ello vendría a demostrar que los hechos históricos no
solo tienen fecha, lugar, protagonistas y acción, sino también una determinada mor-
fología factual, que en la historia del movimiento popular chileno ha revelado tener
una considerable importancia en la organización de sus tácticas.
Las formas asumidas por las acciones VPP durante el período 1947-87 no fue-
ron, por supuesto, únicas ni rígidas. Los hechos históricos -como se ha dicho- tienden
a transmutarse y transvestirse de por sí sobre el mismo escenario eventual, pasan-
do por tres, cuatro o más formas distintas sin perder su identidad significativa. Un
mismo hecho, por lo tanto, podría ser considerado según cualquiera de sus varias
formas. Es esta, su naturaleza diversificante, la que ha determinado a posteriori, el
surgimiento de diversas interpretaciones y de largos debates acerca de sus oríge-
nes, responsables, significados, etc. La importancia y el peso relativo de cada una
de las formas que lo contuvieron se podría determinar según diversos criterios. La
perspectiva de la historicidad, sin embargo -que en este trabajo es la predominan-
te-, indica que el peso relativo de cada forma se determina por la imagen o
representación del hecho que prevaleció en la conciencia pública (y política) des-
pués de consumado el mismo. Es decir, la importancia de una forma la da no su
inmanencia, sino su trascendencia; por tal razón, la forma definitiva se construye a
menudo después del tiempo de la acción y no durante. De acuerdo a esto, enton-
ces, cabe distinguir formas predominantes y formas subordinadas.
Un hecho VPP, por ejemplo, pudo originarse en una forma determinada: un Acto
en el Teatro Caupolicán. Pudo continuarse a través de una Marcha que los asistentes
al Acto decidieron realizar, sin contar con autorización para ello, hacia el Centro
Cívico de la capital. Cerca del Centro, pudo transformarse en un Enfrentamiento,
derivado de la represión iniciada por la fuerza policial sobre la marcha no autoriza-
da de los manifestantes. El enfrentamiento pudo hacerse (innecesariamente) cruento,
cobrando algunas víctimas. El hecho VPP, por lo tanto, continúa hasta el día siguien-
te, encapsulado en la conmoción pública que el enfrentamiento y las víctimas
ocasionaron (el grado de conmoción política producida dependerá de otras varia-
bles). Eso da lugar a nuevos Actos, multiplicados en varios lugares (sedes sindicales
o políticas). Nuevas Marchas hacia el Centro Cívico. Nuevas víctimas. El gremio más

133
afectado reclama solidaridad, paros de apoyo, etc. De este modo, el Acto originario,
como 'forma', perdió progresivamente relevancia a lo largo de la cadena de eventos,
hasta perderse y subordinarse bajo el cúmulo de Marchas, Enfrentamientos, Huel-
gas, Concentraciones, etc., que estallaron después, pero ya dentro de una misma
coyuntura y un mismo tiempo mayor. Al final, la conciencia pública retiene solo el
hecho mayor, de conjunto, al cual le asigna un nombre genérico: "Revolución de la
Chaucha", "Los Sucesos del 2 y 3 de Abril", la "Batalla de Santiago", etc. Es esta
imagen o forma predominante la que ha sido considerada para el recuento que se
expone en el Cuadro 5. Y es la anterior definición lo que puede explicar que un
sinnúmero de hechos y formas menores hayan sido eclipsados, por inclusión signifi-
cativa dentro de otro mayor, anonadándose así, por razones metodológicas, su
identidad puntual (lo que reduce el número potencial de hechos VPP)"'l Pero tam-
bién pudo ocurrir que el Acto original deviniera en sí mismo la forma predominante,
si, por ejemplo, los discursos que allí se pronunciaron fueron 'incendiarios' o 'ame-
nazantes', opacando, en su trascendencia subsecuente, cualquiera Marcha posterior
que no hubiera cobrado víctimas, aunque hubiese acarreado algún nivel de enfren-
tamiento incruento con las Fuerzas del Orden.
En total, se distinguieron veinte formas predominantes en los hechos VPP del
período 1947-87, y un mismo número de formas subordinadas. No obstante, a obje-
to de simplificar la exposición, se examinarán solo las formas predominantes
genéricas, que suman catorce. Sigue una rápida caracterización individual de ellas.

Actos o asambleas. Por lo común, se ha tratado de reuniones masivas realizadas en


espacios cerrados (teatros o sedes), o espacios abiertos acotados (plazas o eriazos peri-
féricos). No son multitudinarios (entre trescientas y cinco mil personas como promedio),
y en su mayoría se refieren a problemas corporativos, funcionales, electorales, conme-
morativos, con una agenda oral relativamente nutrida. En sí mismos son pacíficos,
pero se convierten en un hecho VPP -por tanto, válido para este trabajo- cuando esta-
llan incidentes en su desarrollo, o cuando se transforman en Marchas o Desfiles no
autorizados, o encuentran a su salida un grupo de adversarios políticos, o cuando al-
gún participante de nota pronuncia un discurso 'violento' (llamado a romper legalidad,
etc.) que la prensa opositora u oficialista destaca a grandes caracteres al día siguiente,
a menudo con consecuencias judiciales para el o los involucrados.

Concentraciones. Se ha tratado de reuniones multitudinarias (sobre cinco mil),


generalmente autorizadas, en espacios abiertos más o menos próximos al Centro

véase Apéndices II.l a II.4. Las definiciones de orden metodoiógico utilizadas en este trabajo se
exponen en los capítulos correspondientes a cada unidad temática.

134
cívico (riñon político de la metrópoli y del país), y a objeto de subrayar la existencia
(le determinados problemas, posiciones (corporativas o políticas) o efemérides (Pri-
mero de Mayo). lian resaltado y aureolado también, al mismo tiempo, la figura de un
grupo reducido de líderes (o bien, de solo un caudillo). No obstante, por su masivi-
(lad extrema y por la distancia que de hecho se ha dado entre liderazgo cupular y
hase, ha sido una forma que ha visto diluir rápidamente su carácter funcional (de
Acto lideral), en favor de la dinámica grupal, partidaria o faccionalista, que toma
cuerpo y vigor dentro de la masa multitudinaria. Son estas dinámicas grupales y
particulares las que tienden a desarrollarse de manera autónoma al término de la
Concentración, con o sin correspondencia con el tenor de los discursos centrales -
generalmente sin-, sea para desarrollar acciones de Agitación y Propaganda, sea
para iniciar marchas convergentes a las Casas del Estado, o para lidiar con otros
'contras'. Con frecuencia, tales desarrollos, siendo originalmente subordinados al
evento principal, se convierten en los predominantes, cuando encuentran a su paso
la oposición represiva de las Fuerzas del Orden, o cuando incurren en ataques a la
propiedad pública o privada. Siendo funcionalmente pacíficas, son relativamente
escasas las concentraciones que, por sí mismas, constituyeron hechos VPP. Las que
los constituyeron derivaron, en su mayoría, en disturbios provocados no por la natu-
raleza funcional sino multigrupal, altamente diversificadora, de toda Concentración.
F.s significativo, sin embargo, que en los casos considerados la conciencia pública
retuvo de todos modos la imagen de Concentración por sobre la violencia de sus
desarrollos subordinados (a la inversa de lo que ha solido ocurrir en los Actos). De
ahí la frecuencia de títulos como éste: "Violencia en la Concentración (o Celebra-
ción) del Primero de Mayo en la Capital".

Marchas y desfiles. Se trata de Concentraciones en movimiento, de menor masivi-


dad pero mayor movilidad. Han sido por lo común formas desprendidas de o adosadas
a otras de tipo más funcional, y han operado regularmente como el canal conductual
que ha convertido las formas funcionales en acciones VPP. Cabe distinguir, pues,
entre Marchas derivadas o espontáneas, y planificadas como tales. Pero también se
puede diferenciar entre Marchas de exhibición, concentración o demostración de
fuerzas, y Marchas sobre objetivos determinados. En general, se puede decir que las
Marchas han devenido en un hecho de VPP cuando han sido espontáneas (no autori-
zadas), han excedido los límites asignados, cuando han adoptado expresamente la
forma de 'avance sobre', o cuando la policía ha excedido por propia iniciativa su
función respecto a ellas. En las Marchas la dinámica multigrupal está subordinada
al avance y movimiento del conjunto, y es menor. De aquí que, pese a tener un mayor
potencial de movilización espacial y unidad de acción que las Concentraciones, ha-
yan redundado menos veces en hechos VPP (véase Cuadro 5).

135
Las 'tomas'. Esta forma ha sido un tipo de acción protagonizada por grupos, po-
bladas o masas, no superior a cinco mil personas, que ha consistido en la ocupación
de un espacio -baldío o edificado, productivo o no-, sea para subrayar un problema,
acelerar una decisión, o asumir de jacto un derecho que se ha estimado como propio.
Generalmente, la ejecución de una Toma ha involucrado un acto violatorio del dere-
cho de propiedad o/y de los trámites y procedimientos institucionales. Como tal, ha
representado un ostensible desafío al establishment y un acto social de rebeldía, siendo
percibido como tal, o no, según el clima político existente en el momento. Ha sido
una forma en la que la masa popular -y otras masas no populares- ha llevado la
'marcha sobre' al punto de la 'ocupación', grado más alto de pragmatismo y operacio-
nalidad que la ha obligado a realizar trabajos previos de organización. La politización
de la VPP, desenvuelta en estrecha conexión con la desclientelizacion respecto del
Estado y del nacional-desarrollismo, se ha canalizado preferentemente a través de
esta forma. Ha sido un tipo de modernización sociopolítica de las acciones masivas
VPP, que ha transformado las formas clásicas y tradicionales, como la huelga, por
ejemplo. A pesar de todo, la represión que se ha descargado sobre las Tomas ha sido
variable, según haya sido el bloque político que estaba en el momento controlando
el gobierno (el nacional-populismo ha tendido a ignorar o relativizar el desafío re-
belde contenido en esta forma, mientras que el librecambismo la ha reprimido
sistemáticamente). Lo cierto es que ha logrado acelerar los procesos.

Las huelgas. A diferencia de otras formas, ésta ha estado definida y reglamentada


por la ley. En teoría, pues, ha sido una forma de acción permitida solo a trabajado-
res, y en menor medida a cierta clase de trabajadores -los del sector privado-, para
presionar y dialogar una solución a un problema laboral específico. Con respecto al
conjunto del movimiento popular, ha sido, pues, un derecho restringido y caüficado.
En concordancia con esto, la mayoría de las huelgas del período democrático se ri-
gieron por la normatividad existente, sin llegar a convertirse en hechos VPP; o bien,
sin rebasar las fronteras del espacio productivo ni convertirse en hechos políticos.
Sin embargo, el índice de conversión ha hecho VPP se incrementó desde que los
empleados públicos, o trabajadores del Estado, iniciaron masivas huelgas ilegales, y
desde que otros actores sociales -los estudiantes, por ejemplo- adoptaron por sí
mismos este derecho que, de estamental y funcional, se fue haciendo general e histo-
ricista. El ingreso de los trabajadores del Estado al terreno de la acción directa
contribuyó de manera importante a la transformación de la Huelga en una forma
VPP de alta historicidad, en parte por el mayor número de huelguistas que estos
nuevos gremios lanzaron a las calles en todas partes, en parte también por la abierta
ilegalidad en que operaban, y sobre todo porque constituyeron de hecho un categó-
rico testimonio de desclientelizacion respecto del Estado y la estrategia VND o VLC

136
(le turno. Las huelgas del gremio de la Salud o del Magisterio, por ejemplo, han sido,
sin lugar a dudas, los casos más representativos y políticamente impactantes de esta
íorma de hecho VPP. Un rol similar -sobre todo en la dinamización de la concomitan-
cia general de estos movimientos- han desempeñado las huelgas estudiantiles. Las
huelgas industriales, por el contrario, han operado mayoritariamente dentro de la
legalidad y dentro del campo productivo, salvo excepciones.

Los paros nacionales. Esta forma, en teoría, constituye un desafío mayor al régi-
men existente (presupone que una dirigencia gremial puede movilizar a la Nación
contra el Estado); por tal razón los gobernantes la han solido descalificar enérgi-
camente, y debería computársela, en cada caso, como un hecho VPP. Sin embargo,
al observar los acontecimientos mismos se constata, de un lado, que su significado
político real ha sido normalmente bajo (la intención dominante ha sido protestar
en general o advertir frente a un estado global de cosas, no inicia un cambio deter-
minado); y de otro, que en sí no ha constituido una acción directa, sino más bien al
contrario. Su transformación en un hecho VPP no se ha realizado a partir de su
definición pública, sino de aspectos locales y puntuales. Es decir, como hecho VPP
no ha sido más que lo que los grupos locales -de la más variada identidad- hayan
realizado por su cuenta y riesgo, con o sin correspondencia temática con la defini-
ción oficial. La discusión acerca de su "éxito" -considerable después de cada Paro-
ha girado en torno al número de gente que no fue a trabajar, como si el éxito o el
fracaso dependiera del poder real de convocatoria de los dirigentes del Paro y no
de la historicidad neta del acontecimiento.

Las jornadas de protesta. Esta forma ha sido un caso extremo de hecho VPP y de
descarga histórica por parte del movimiento popular. Ha consistido en un variado
conjunto de acciones directas realizadas convergentemente por masas de diversa
identidad estructural, tendientes a forzar un cambio en el estado general de cosas
(razón por la que ejercen una presión mayor sobre la autoridad y la ley) y extendi-
das sobre gran parte del territorio durante un tiempo que se siente como mayor
que el usual. Pudo o no haber tenido, en su origen, una convocatoria tipo Paro
Nacional, pero lo definitorio de su naturaleza es que la respuesta de las masas en
el terreno ha sobrepasado los límites de aquélla, y la concomitancia VPP desenca-
denada ha tensado el sistema en todos sus planos (ataque a autoridades, a edificios
públicos, a símbolos generales, a la propiedad privada, a la legalidad, etc.), lo que
ha forzado a las Fuerzas del Orden, en conjunto, a revestirse de actitudes y tácti-
cas 'de guerra'. De ahí que el debate posterior no ha versado tanto sobre su éxito o
fracaso, o sobre el poder de convocatoria de los dirigentes convocantes, sino sobre
los hechos mismos. En realidad, es un Paro Nacional que devino de facto en una

137
Acción Nacional o, cuando menos, en una Acción Popular Nacional. Aunque el gra-
do de espontaneísmo detectado en las jornadas de Protesta ha sido alto, no se ha
dado solo espontaneísmo, sino también organización y respuestas mecánicas a la
provocación; en cada caso se ha reconocido con claridad un 'contra' general -el
sistema de dominación vigente-, sobre todo después de 1980. Es por esto que de-
bería computárselas como acciones políticas de alto grado de desclientelización, y
no como meras explosiones de irracionalidad social (de todos modos, es absurdo
encarcelar a los dirigentes convocantes por un hecho histórico que sin duda reba-
sa su liderazgo real). Aunque los actores de una jornada de Protesta suelen
pertenecer a los más diversos estratos, en el terreno mismo han sido los actores
populares los predominantes, y en especial, los 'pobladores'. Su impacto político e
histórico ha sido casi siempre elevado, aunque no catastrófico.

Las manifestaciones o acciones de agitación y propaganda. Se trata de acciones


demostrativas que se han perpetrado en espacio público, mayoritariamente por
piquetes gremiales, comités sociales, o bien por algunas decenas o centenas de
militantes partidarios -con periferia social convocada antes o reclutada en el te-
rreno-, tendientes a publicitar un problema, una reivindicación o una candidatura,
presionar por el logro de una solución, o protestar contra determinados abusos (o
abusadores). Los grupos que han aparecido operando en este tipo de acciones han
exhibido un grado mayor de conciencia política y/o gremial -a menudo su núcleo
central se ha compuesto de dirigentes nacionales o mandos medios-, capacidad
para actuar con arreglo a planes o tácticas preconcebidas, y liderar en la acción a
masas mayores (podiendo ser conductores, apaciguadores o provocadores). Por el
menor tamaño de los grupos que exige esta forma de acción, se hace posible des-
plegar una mayor habilidad para enfrentar las reacciones represivas, por lo que
muchas veces la VPP, en estos casos, ha adquirido ribetes lúdicos. Las Acciones de
Agitación y Propaganda, sin embargo, no han tenido siempre relevancia histórica
ni gran repercusión política, razón por la cual han tendido a mimetizarse con las
peripecias normales de la "vida política en democracia" o del juego político calle-
jero. Por eso mismo, sin embargo, han desempeñado el rol de mantener la tensión
política ambiental, asegurando un mínimo que ha servido de base para la emer-
gencia eventual de otros hechos VPP de escala superior. Su contenido de violencia
política neta ha sido variable, dependiendo del contenido violatorio de la Propa-
ganda, o de los excesos perpetrados en el terreno por la Agitación; y en todo caso,
de la nerviosidad de los aparatos represivos.

Las agresiones y ataques. Normalmente, esta forma de acción VPP ha consistido


en una descarga de violencia física realizada por individuos o grupos menores

138
contra personas (adversarios políticos, guardianes del orden o público en general)
o propiedades (públicas o privadas), que pueden ser planificadas o no, pero, en
lodo caso, involucrando siempre algún grado delictual de intencionalidad. Han
solido perpetrarse echando mano de instrumentos coadyuvantes, que han ido des-
de los pies y los puños hasta la bazooka, pasando por los palos y las piedras. Han
producido siempre, por tanto, algún nivel de daño físico a las personas o a sus
propiedades. Han estallado en el interior de otras formas de VPP (sobre todo las
agresiones simples), pero de modo creciente lo han hecho como un operativo aisla-
do, presuponiendo un trabajo previo de análisis político y planificación táctica
(bombazos, por ejemplo), en conexión orgánica con la existencia de grupos o movi-
mientos especializados en acciones directas. Puede establecerse una distinción
entre lo que ha sido una agresión simple (acto espontáneo, sin uso de armas), y un
a taque (acto premeditado, con uso de instrumentos y armas). Ambos casos, sin
embargo, han tenido lugar dentro de un clima político general, que es el que les ha
dado su sentido e historicidad genérica. El Ataque, especialmente, se ha configu-
rado como otra de las formas características de la modernización política
(desclientelizada) de las acciones VPP, y su presencia, creciente en el escenario
nacional, ha tipificado la moderna violencia política en Chile.

El sabotaje. Aunque incluida dentro de las formas clásicas de la violencia labo-


ral contra el capital y los capitalistas -con obvias repercusiones políticas-, en Chile
ha sido un recurso poco utilizado por el movimiento obrero o de los trabajadores
en general. Cuando ha ocurrido, sin embargo, ha tenido un amplio eco político. Ha
sido reemplazado, más bien, por los ataques organizados desde fuera de las plan-
las productivas, no desde dentro, como en la forma clásica.

Los enfrentamientos. Han sido acciones de defensa o/y ataque acometidas por
grupos o masas en cuya conducta se ha hecho evidente una decisión de combatir al
o a los 'contras', especialmente cuando éstos han demostrado en el terreno una
actitud similar, fuere para reprimir al actor popular, fuere para combatirlo como
adversario. La decisión de combatir ha sido una conducta propia de la acción (aun-
que haya habido fases organizativas previas), por la cual el o los actores involucrados
han puesto de manifiesto su disposición a asumir los costos que del enfrentamien-
to pudieran resultar, pues en esta forma es requisito la presencia activa del 'contra'.
Esos costos derivaban de los efectos punitivos que pudieran haber recaído sobre el
protagonista tras su agresión o/y ataque contra el antagonista, y de las consecuen-
cias físicas que pudieran haberle sobrevenido del ataque o contraataque de ese
antagonista. Como quiera que hayan sido en estos casos las emociones y senti-
mientos del o de los protagonistas (pudo haberse dado un miedo básico, o accesos

139
de cólera, etc.), lo que ha quedado claro ha sido, normalmente, la decisión de "ir a
la pelea", decisión que casi siempre ha sido más colectiva que individual ("si otros
van, voy"). Como resultado, el costo computable a los enfrentamientos (en integri-
dad física, en vidas o en daños materiales) ha sido generalmente elevado, debido a
que en la gran mayoría de los casos la decisión de combatir se ha potenciado auto-
máticamente por la decisión paralela de buscar y usar un instrumento adicional a
los pies y los puños. Los costos han variado, sin embargo, según la naturaleza de
los antagonistas: si se ha tratado de una confrontación entre masas políticamente
rivales (masas allendistas, por ejemplo, versus masas democratacristianas, como
en 1973), los costos han sido altos en términos de daños materiales y número de
contusos y heridos; si, por el contrarío, se ha tratado de masas populares contra
amplios contingentes policiales o/y militares (jornadas de protesta de 1983), los
costos han configurado más bien la imagen de "masacre"; pero si el enfrentamien-
to ha sido entre un grupo especializado en acciones VPP y las Fuerzas del Orden
("combate de Malloco", en 1975), entonces los costos han sido altos en términos de
"vidas" y represión posterior, más que en el rubro de daño material. Los enfrenta-
mientes han revelado, en Chile, una conciencia primaria y limitada de guerra
interna. De cualquier modo, como acciones VPP han significado los casos de más
abierta violación del sistema de dominación vigente.

Los incidentes electorales. Esta forma ha estado constituida, en el terreno, por


otras formas ya descritas (manifestaciones y acciones de agitación y propaganda,
agresiones-ataques, y enfrentamientos, sobre todo), pero su diferencia específica
ha consistido en que, cuando ella se ha dado, no ha estado envuelta ni la legitimi-
dad del sistema dominante ni el desacato a las autoridades, sino más bien al
contrario: han supuesto una refrendación tácita de ambos. En rigor, es una extrali-
mitación de la rivalidad permitida por el sistema en las coyunturas electorales. En
casi todos los casos, esta forma ha aparecido en hechos VPP orientados 'contra
adversarios'. Su trascendencia política real, por lo tanto, ha sido de rango menor,
limitada al radio de la coyuntura electoral y a las tensiones propias del funciona-
miento institucional del sistema político.

Los preparativos clandestinos para VPP. Esta ha sido una forma VPP de retaguar-
dia, de más bien tardía aparición, ligada a la modernización desclientelizada de
VPP. En sí misma, no ha sido otra cosa que un conjunto de acciones organizativas
y logísticas, de apertrechamiento, entrenamiento y planificación de acciones VPP,
realizadas por individuos o grupos que han decidido especializarse en ello. Se ha
tratado de la acumulación de arsenales, constitución de redes de propaganda sub-
versiva, escuelas de entrenamiento, organización de grupos operativos, estudios

140
de terrenos posibles de operación, etc., todo ello con el fin expreso de desestabili-
zar el sistema dominante e imponer algún objetivo del movimiento popular. Esta
forma ha aparecido normalmente ligada a la existencia de organizaciones arma-
das; sin embargo, desde 1983 aproximadamente se ha ligado también, en menor
escala, a la cultura popular de VPP, sobre todo en la juventud. A menudo, la detec-
ción de un centro de Preparativos Clandestinos ha dado lugar a un enfrentamiento
intergrupal, pero con o sin enfrentamiento, su hallazgo ha ido regularmente acom-
l)añado de un gran despliegue de publicidad que con frecuencia ha hecho aparecer
esta forma como más importante de lo que realmente ha sido, lo que testimonia
acerca del carácter dinámico de la concomitancia.

Las rebeliones abiertas. Esta forma ha consistido en una acción VPP destinada a
desconocer y desafiar la institucionalidad vigente sobre la base de implementar
de hecho, sobre el terreno, una institucionalidad alternativa, de directa inspira-
ción popular. Normalmente el movimiento popular, para subsistir, ha creado
múltiples formas económicas, sociales y culturales alternativas, que han sido tole-
radas o asimiladas por uno u otro de los intersticios o debilidades del sistema
dominante. En este caso, por el contrario, las innovaciones populares no han surgi-
do sobre los márgenes o intersticios de ese sistema, sino sobre alguno de sus aspectos
neurálgicos (aparato judicial, por ejemplo). Esto sí las ha hecho aparecer como
actos de rebelión, por lo que han sido reprimidas y extirpadas violentamente. Las
Rebeliones Abiertas han surgido en conexión con alguna organización especializa-
da en VPP, de orientación revolucionaria, pero hasta ahora han sido
extraordinariamente escasas en la historia del movimiento popular chileno.

La frecuencia y distribución de estas formas VPP predominantes, durante el


período 1947-87, se puede observar en el Cuadro 5. Este Cuadro no incluye todas
las formas encontradas (que suman veinte, como se indicó), ni las formas subordi-
nadas, que se examinarán separadamente.

141
CUADROS. Violencia política popular (1947-87): Formas predominantes""'
(Porcentajes promedio anuales por ciclo presidencial y forma predominante)

GGV
47-52
Cíe
53-58
m
59-64
EFM
65-70
SAG
71-73
APU
74-79
APU
80-85
APU Promedio
86-87 ciclos
Formas
Ataque 20,0 12,7 15,1 24,8 22,7 40,0* 39,8* 58,0* 29,1
Tomas 1,3 14,4 24,9* 42,1* 39,1* 4,7 12,1 12,2 18,9
Enfrentamientos 19,9* 5,4 11,5 3,5 21,1* 19,9* 12,5 9,5 13,0
Manifestaciones 4,0 18,1* 9,8 14,0' 10,0 19,0* 19,5* 2,7 12,1
Huelgas 17,2* 12,7* 7,9* 2,0 1,0 0,9 1,6 2,7 5,8
Concentraciones 12,9* 3,6 8,8* 2,5 0,0 5,7* 1,6 5,4* 4,9
Marciías 5,3* 5,4* 7,0* 4,5* 2,5 1,9 1,6 4,1* 3,9
J. de Protesta 1,3 7,2* 3,5* 3,5* 0,0 0,0 8,9* 2,7 3,4
Incidentes Elect. 9,3* 9,0* 3,5* 0,0 0,5 0,0 0,0 0,0 2,8
Actos 4,0* 5,4* 2,6* 1,0 1,5 0,9 0,8 0,0 2,0
Paro Nacional 0,0 5,4* 2,6* 1,0 0,0 0,0 0,0 1,3 1,3
Prep. Clandest. 0,0 0,0 0,0 0,5 0,5 6,6* 1,2* 0.0 1,1
Sabotaje 5,3* 0,0 1,7* 0,5 0,0 0,0 0,0 0,0 0,9
Rebelión 0,0 0,0 0,0 0,0 0,5 0,0 0,0 0,0 0,1
Total % 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

N" Casos 75 55 112 199 189 105 246 73 1.054

*Sobre promedio del periodo.

En el Cuadro 5 pueden distinguirse dos tipos de formas VPP; las que represen-
taron de algiin modo la extralimitación de las normas de funcionamiento del sistema
establecido (Actos, Concentraciones, Marchas, Huelgas, Manifestaciones e Inci-
dentes Electorales), y las que de algiín modo involucraron una franca ruptura de
esas normas (Tomas, Jornadas de Protesta, Ataques, Enfrentamientos, Preparati-
vos Clandestinos y Rebeliones Abiertas). Es notorio que las formas VPP de
extralimitación de funcionamiento fueron predominantes hasta el término del ci-
clo presidencial CIC, siendo significativas incluso al término del ciclo presidencial
JAR (que fue, sin duda, una fase de transformación de los hechos VPP). En cambio,
las formas VPP de ruptura alcanzaron una conspicua preeminencia desde ese mis-
mo ciclo JAR hasta el término del período considerado. Véase el Cuadro 6.

Véase Apéndice I.E.

142
CUADRO 6. Violencia política popular (1947-87):
Formas 'funcionales' y 'de ruptura""'
(Porcentajes promedio generales por ciclo presidencial)

Ciclos Formas funcionales Formas de ruptura

GGV 52,7 42,5


Cíe 54,2 39,7
JAR 39,6 55,0
EFM 24,0 74,0
SAG 15,5 83,9
APU 28,4 71,2
APU 25,1 74,5
APU 14,9 82,4

Los datos indican que, a medida que se profundizó la desclientelización esta-


lista de la masa popular y avanzó la modernización política de VPP, se fueron
descartando las acciones institucionalizadas de presión democrático-formal sobre
el sistema. Es notable, en este sentido, dentro del desincremento general de las
formas funcionales, el anquilosamiento de formas como la Huelga y la Concentra-
ción (cuya estaticidad relativa es fácil de comprender), y el relevamiento relativo
de formas más ágilmente políticas, como la Manifestación y la Marcha. Dentro de
las formas de ruptura, que crecieron rápidamente desde fines de la década de
1950, es significativo el auge experimentado por las Tomas (sobre todo en la fase
final de la democracia pre-golpe) y la consolidación de los Ataques y Enfrenta-
mientos en la fase post-golpe.
Los Cuadros 5 y 6 demuestran también que la irrupción de los ciclos APU no
significó a la larga la neutralización histórica del proceso expansivo de las formas
de ruptura. En cierto modo, agudizó su desarrollo. En el Cuadro 6 se observa que
el primer y segundo ciclo APU generaron una relativa restauración o reactivación
de las formas funcionales (Manifestación y Concentración, especialmente); sin duda
eso ocurrió porque, dentro del apretado cerco represivo dominante, esas formas
resultaron de mayor efectividad política que otras más violentas. Sin embargo, el
tercer ciclo APU -que involucró una cierta apertura hacia la democratización-

Ibídem.

143
muestra el debilitamiento de estas formas pacíficas. Esto se explica, en parte, por-
que esa apertura dio lugar a una agudización récord de los Ataques y a la reaparición
de la forma más típica de la VPP del período democrático: la Toma, y en parte,
también, porque desde entonces el proceso político pacífico tendió a encapsularse
en las cúpulas parlamentaristas, y no en las acciones de masa.
A lo largo del período 1947-87, pues, parece haber ocurrido una transformación
significativa de los hechos VPP, en el sentido de que las nuevas formas predomi-
nantes alojaron dentro de sí una carga antisistémica mayor y más definitiva, al
paso que una agresividad más directa e instrumentalizada. Es claro que los ciclos
APU no detuvieron ese proceso de transformación. Las formas funcionales y de-
mocráticas de VPP, sin embargo, aunque rebasadas, no han sido desechadas. Pueden,
por tanto, reaparecer durante el desenvolvimiento de la nueva democracia (libe-
ral) inaugurada en 1990, repitiendo o no su trayectoria histórica anterior.
La dirección tomada en su desenvolvimiento por las acciones VPP se hace visi-
ble también al observar el uso de 'instrumentos' por parte de sus protagonistas. La
gran mayoría de las formas VPP han sido, en su origen, formas pacíficas de ac-
ción"". Cuando los actores populares han entrado en acción directa, comúnmente
lo han hecho a partir de un ánimo previo de respeto (o temor) al orden establecido,
razón por la que su aproximación al terreno ha sido originariamente en actitud
pacífica, con solo una noción vaga de los riesgos y peripecias posibles que se po-
drían eventualmente enfrentar. En términos de intencionalidad, ha prevalecido
más la actitud psíquica de ruptura con el sistema, que la instrumentación física de
la ruptura. Es esta la razón por la cual, en la mayoría de los hechos VPP, la adición
de instrumentos ha sido un problema resuelto más o menos improvisadamente, a
último minuto. Ello explica que las 'armas del pueblo' hayan sido casi siempre o su
propio cuerpo, o los elementos contundentes disponibles en el entorno urbano de
la acción. Buena parte del vandalismo observable en muchas acciones VPP no ha
sido otra cosa que un improvisado pero compulsivo apertrechamiento de la masa
para una acción no pensada en términos físicos de enfrentamiento, sino solo en
términos de ruptura psíquica o ideológica (política). Solo la aparición de organiza-
ciones armadas y la proliferación de las 'tomas' ha modificado esa tendencia
instrumental básica de las acciones VPP, en el sentido de incluir, desde la fase de
organización previa, el pertrecho instrumental (armas). Esto ha reducido los már-
genes de improvisación y la confianza en los elementos simples proporcionados
por el campo de acción.

El bajo índice de uso de armas de fuego en las acciones VPP (promedio) determinó que, en este
estudio, no se examinaran las correlaciones estadísticas de esos hechos con la variable "Instrumen-
tos". Solo para la acción de organizaciones VPP ese índice es más alto. Véase Cuadro 7.

144
Los Instrumentos pueden clasificarse en cuatro grupos: los corporales propios,
los elementos del entorno, las armas en general, y las bombas.

Los instrumentos corporales. En los escenarios políticos chilenos, el conflicto ideo-


lógico ha sido una dimensión aceptada, y aun elogiada, pero no así el enfrentamiento
verbal y físico. La violencia política ha entrado en escena desde el mismo momen-
to en que el conflicto comienza a verbalizarse en términos de agresión a la imagen
pública del 'contra'. Se incurre en violencia política, por ejemplo, cuando se insul-
ta públicamente a un político o a una autoridad. El insulto, la ridiculización y la
violencia (ingenio) verbales han sido recursos abundamentemente utilizado por el
"bajo pueblo" para deslegitimar y desacatar a sus 'contras', sobre todo cuando,
como masa, actúa a espacio abierto. La voz ha sido regularmente el primer instru-
mento popular que ha entrado en acción directa, terminando por ser el detonante
(jue ha movilizado a los otros medios. Tras el estallido verbal ha sobrevenido el
empleo de otros instrumentos corporales: los puños, los pies, y a veces los dientes.
El uso de instrumentos corporales para dirimir un conflicto es similar a los casos
delictuales o de simple riña, pero tiene obviamente otro significado y repercusión
cuando ese uso se da en un contexto político y con una masa popular actuando a
espacio descubierto. Han sido estas últimas consideraciones las que han determi-
nado el registro de los hechos VPP tipo 'pelea de hombre a hombre' en el Cuadro 7.
Habiendo sido el más frecuente de los instrumentos utilizados por la masa popu-
lar, cabe contabilizar también su grado de eficiencia, que, por la maestría alcanzada
en su uso y su efecto magnificado por el estado de 'masa' del sujeto que lo emplea,
lo han hecho temible. De aquí que las autoridades, indefensas frente a estas ar-
mas, se han perfeccionado en el uso de otras de mayor contundencia a escala masiva,
donde han sacado ventajas.

Los elementos del entorno. En razón de su mayor capacidad para aprovechar el


medio local, las masas populares han demostrado una considerable habilidad para
utilizar los recursos y/o instalaciones del entorno urbano como instrumentos de
defensa y/o ataque. En este sentido, piedras y palos han jugado un rol preponde-
rante en el arsenal desplegado por las masas en acción. Pero la construcción de
harricadas -ciertamente, una fase superior en el desarrollo de la instrumentali-
dad VPP- ha demostrado tener un efecto más depredador que táctico, salvo cuando
se han construido en territorio propio. En todo caso, el empleo de estos elementos
ha testimoniado la decisión de combatir, lo que diferencia sustantivamente este
tipo de instrumentos de los utilizados en la simple riña corporal, donde se arriesga
mucho menos. Sus costos han sido, como cabe esperar, mucho más altos.

145
Las armas. Normalmente estos Instrumentos se han llevado a la acción, deno-
tando con ello un rasgo de planificación e intencionalidad que no siempre ha
aparecido en los hechos dotados de Elementos de Entorno. Se ha tratado, sobre
todo, de laques y armas de fuego portables (desde pistolas hasta bazookas). Por
lo regular, las armas blancas y cortantes no han aparecido en hechos VPP, salvo
excepciones. El uso de armas ha estado notoriamente asociado a acciones plani-
ficadas, y a operativos ejecutados por organizaciones o militantes aislados. Es
evidente la disociación de la masa popular, en sentido estricto, respecto de este
tipo de instrumentos, al menos en sus acciones espontáneas o derivadas. No obs-
tante, es un aditivo que ha tendido a aparecer con creciente frecuencia en la
cultura popular de VPP.

Las bombas. Sin duda, éste es un instrumento que pudo haberse clasificado
conjuntamente con las armas, dado que su efecto es tan letal como el de ésas,
presuponiendo su uso, también, una intencionalidad más o menos abierta. Sin
embargo, el empleo que se ha hecho de este instrumento revela la presencia de
otros rasgos específicos, que lo hacen distinto; de una parte, es dirigible a blan-
cos generales y no individualizables (como el caso de las armas), cualidad que lo
hace más efectivamente político y menos delictual; y de otro, involucra una pre-
paración concertada que obliga a una determinada asociación y culturización en
términos de política VPP. El conocimiento elemental de las técnicas de su fabri-
cación doméstica se ha difundido con relativa facilidad en los sectores más
radicales del movimiento popular, en paralelo con el desarrollo de una cultura
modernizada de VPP.

Durante el período 1947-87 destaca el enorme peso relativo de las armas 'natu-
rales' del movimiento popular (las corporales y las del entorno), que en conjunto
promediaron 69,2 por ciento de los instrumentos utilizados en las acciones VPP.
Correspondientemente, se observa un bajo uso relativo de las armas de fuego (14,6
por ciento para todo el período), especialmente durante la fase democrática. Los
ciclos APU alteraron esa tendencia, llevando el uso de las armas naturales, en
ciertos años, a una posición minoritaria dentro del conjunto (primer ciclo APU,
especialmente), desencadenando en cambio un explosivo aumento del uso de bom-
bas y armas de fuego. Véase el Cuadro 7.

146
CUADRO 7. Violencia política popular (1947-87): Instrumentos utilizados"'^
(Porcentajes promedio anuales por ciclo presidencial e instrumento utilizado)

GGV Cíe JAR EFM SAG APU APU APU Promedio


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
Instrumento
Corporales 47,3 57,8* 64,1* 58,6* 52,3* 33,0 41,1 33,7 48,5
Entorno 29,8* 26,5* 22,0* 22,6* 26,8* 0,8 17,5 19,8 20,7
Bombas 12,2 3,6 6,9 14,5 4,4 34,7* 21,7* 30,4* 16,1
Armas de fuegol0,5 12,0 6,9 4,2 16,3* 31,3* 19,6* 15,8* 14,6

Total % 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

N" Casos 114 83 159 261 294 115 377 151 1.554

' Sohre promedio del período.

Es absolutamente evidente que, en una proporción abrumadora (alrededor


de 80 por ciento), los instrumentos utilizados en las acciones VPP durante la fase
democrática fueran ¡as armas naCucales del "baja pueblo". EsCa es válido gun
para el ciclo presidencial SAG, cuyo promedio se descompuso de una baja del
uso de bombas compensada con un alza en el uso de las armas de fuego, un au-
mento de los elementos del entorno y un descenso de los corporales. De este
modo, la agudización y modernización de las acciones VPP antes del Golpe Mili-
lar de 1973 se produjo mayoritariamente con arreglo a un arsenal de tipo
tradicional.
Salta a la vista, también, la ruptura de la tendencia democrática producida
por los ciclos APU, que redujeron casi a la mitad los porcentajes de las armas
naturales, duplicando en cambio los de las bombas y armas de fuego, especial-
mente entre 1974 y 1979. Solo el ciclo GGV se asemeja a las composiciones
instrumentales denotadas por los ciclos APU. Por su composición inversa, desta-
ca el ciclo JAR.
En suma, puede concluirse que, durante los cuarenta años sometidos a estudio,
se produjo una multiplicación creciente de las formas VPP de ruptura, que signifi-
có el desuso creciente de las formas de tipo democrático y funcional. El desarrollo
de las primeras, sin embargo, aunque iniciado en la fase democrática, no incluyó
desde el primer momento la utilización de instrumentos no tradicionales. La radi-
calización política del movimiento popular, en tanto que expresada en los hechos

Véase Apéndice I.F.

147
VPP, no incluyó armas de fuego sino en una etapa avanzada del proceso, y en rela-
ción a coyunturas con elevado enfrentamiento lateral (ciclo SAG). Han sido los
ciclos APU los que han intensificado el uso de bombas y armas de fuego dentro de
las formas de ruptura. El nuevo régimen democrático (liberal) verá reaparecer,
probablemente, las desusadas formas funcionales y las viejas armas naturales del
movimiento popular; pero es una incógnita la dirección que tomará la tendencia
alcista de las formas de ruptura, basadas, como han estado, en un desarrollo cuali-
tativo de la 'cultura de las armas'.

5, Actores protagonistas, actores de movimiento


Hasta aquí se ha asumido, provisoriamente, que el sujeto protagonista de los
hechos VPP no ha sido otro que el movimiento popular. Ello porque el significado
global de esos hechos tenía la misma filiación proyectiva de aquél. Ahora, sin em-
bargo, es ya el momento de 'ir al sujeto', y de inspeccionar su identidad social y
factual.
En la ciencia oficial, el problema de las identidades sociales se resuelve por
invocación a la idea de sistema o estructura. Allí las identidades sociales o tactua-
les no se definen por sí mismas, según se las halla en el terreno de los hechos, o en
las subjetividades de los sujetos, sino por derivación lógica según se las precise en
los soportes y goznes del armazón estructural de la sociedad. Desde esta perspec-
tiva, las identidades son, en primer lugar, idénticas a sí mismas: no pueden ser
sino como se las define en el Código o Reglamento correspondiente (Laboral o
Civil o Institucional). En segundo lugar, son distintas unas de otras; la que se cons-
tituye con arreglo a esta función sistémica no se confunde con la que se constituye
sobre esa otra función del sistema; repelen por tanto la dualidad y la contradic-
ción, porque llevan en sí los principios de identidad, orden y coherencia lógica de
la matriz que las hace posibles. En tercer lugar, su conciencia de identidad se
desarrolla específicamente sobre tal definición y cual distinción: únicos telesco-
pios gnósicos que permiten al sujeto tener una vista del (y a través de ésta, un
sentido de pertenencia al) universo social donde habita. En cuarto lugar, su única
forma de entrar en el escenario histórico es a partir de su identidad estructural y
en función de esa identidad; es decir: solo puede devenir en un actor social y en un
sujeto histórico si existe y confirma primero su identidad estructural para, solo
después de eso, actuar; como un lázaro que se levantara y anduviera solo después
de autoidentificarse en la inertidad pura. En quinto lugar, no puede producir un
auténtico movimiento social si no ha pasado por todos esos ritos de pasaje, y si,
después de todo eso, no se mueve en sentido inverso; o sea, se reasume a sí misma,
en pleno escenario histórico, como un actor sistemico que se vuelve hacia las

148
estructuras de donde viene y actúa frente a ellas sistemáticamente, con su misma
lógica"".
Las identidades que se descubren en los hechos históricos mismos suelen mo-
verse sobre patrones arguméntales menos clásicos, más revueltos y, desde luego,
más parecidos a la realidad que a la coincidencia teórica. La inspección de los
hechos VPP, por ejemplo, ha dejado como saldo algunas evidencias que no pueden
dejarse de lado: en primer lugar, sus protagonistas aparecen más identificados
ion la acción misma que con las estructuras, como si su identidad se definiera más
con arreglo a las dimensiones del movimiento y del mismo protagonismo, que con
respecto a las identidades estructurales abandonadas en el camarín, tras el esce-
nario; como si se tratara, por momentos, de seres de la factualidad, o de lázaros
perpetuamente caminantes. En segundo lugar, sus protagonistas revelan provenir
(le distantes y distintos soportes y goznes (y, por tanto, de miiltiples identidades
estructuralmente separadas), para homogeneizarse y fundirse -en un bautismo de
agua, gases y fuego- en una misma identidad histórica, de movimiento, y en fla-
grante contradicción con el principio que prohibe, lógicamente, ser uno y otro
(solidariamente) a la vez. En tercer lugar, sus protagonistas, es cierto, entran en
acción tras reconocer su ser estructural; pero la mayoría se mueve porque aspira a
otro ser, que no está en la estructura de retaguardia, sino al otro extremo de la
historicidad; se levantan y andan, pero con una lealtad anidada en la bruma tem-
poral de su proyecto de vida. De aquí que, en cuarto lugar, los protagonistas de los
hechos VPP han levantado y echado a andar un movimiento social que no tiene
sistematicidad (ni lealtad al sistema, ni orden sistemático, ni racionalidad funcio-
nal), pero sí tenacidad de proyecto, y en consecuencia, lógica de historia, que apunta
(.solo apunta) a construir un orden nuevo. Y en quinto lugar, las acciones VPP, más
adentro de su cascara de violencia, se enhebran una con otra -tejiendo al cami-
nar-, en una trama estructural distinta a la encarnada en la institucionalidad
vigente; atravesada respecto de ésa, pero real solo en su estado de historicidad
latente; trama que, aunque visible solo en el proceso de largo plazo y palpable solo
en los rincones de la conciencia indigente (y a veces, desquiciada) de la sociedad,
comporta una dimensión y una lógica de la realidad que no merecen menos respe-
lo y preocupación que las que rigen, a plena luz del día, a la sociedad 'oficial'.

Véase el Código Civil de 1853 y el Código del Trabajo de 1931. Sobre la identidad social de tipo
estructural, F. Fernandes et al., Las clases sociales en América Latina, 10" ed. (México, 1987), passim; A.
Touraine, Actores sociales y sistemas políticos en América Latina (Santiago, 1987), pp. 7-11 y 49-84. Sobre
una definición estructuralista de movimiento social, G. Campero, "Luchas y movilizaciones sociales
en la crisis. ¿Se constituyen movimientos sociales en Chile", en E Calderón, ed., Los movimientos
sociales ante la crisis (Buenos Aires, 1986).

149
Pues los protagonistas de los hechos VPP se presentan sobre el escenario, normal-
mente, no individualizándose como indignadas identidades funcionales simples, sino
como masa de identidades múltiples. No menos indignadas. Incluyendo dentro de su
carácter de actor no solo identidades estructuradas en proletariedad (como la de obre*
ro industrial), sino también estructuradas en rango superior (empleados y profesionales
a sueldo), como estamentos (estudiantes y religiosos), en marginalidad (pobladores) y
flotantes (militantes de partido). En los hechos VPP y, por extensión, en la historia
misma, el sujeto popular es más ancho y abigarrado que la clase proletaria en sentido
estructural estricto. En las acciones directas, la masa popular (entendida en un senti-
do conductista) ha sido consistentemente un sujeto más presente que el contingente
funcional (grupos de clase químicamente puros). Como si la aglutinación lateral, soli-
daria, fuese más importante, en el movimiento popular mismo, que el carnet de filiación
estructural. Es esto lo que sugiere el Cuadro 8. Que no han sido los individuos aislados,
ni los "grupúsculos" antisociales, ni los "desalmados de siempre" los que han protago-
nizado principalmente los hechos de violencia, sino las "muchedumbres" o "masas",
en las que han participado identidades de la más variada -y a veces respetable- filia-
ción sistémica. En función de una solidaridad factual elemental.
En este trabajo se ha entendido como muchedumbre o masa a todo protagonista
que, en el terreno de la acción, ha operado por sí como un contingente de personas
superior a doscientas. Es decir, un número superior al que un individuo o un grupo de
individuos puedan efectivamente comandar y controlar en el teatro de los aconteci-
mientos y en plena acción (asumiendo que el "bajo pueblo" no está organizado como
un ejército o un solo y disciplinado partido de cuadros). Se ha observado que, cuando
se constituye una masa en un escenario de acción, es el contagio o la solidaridad con-
comitante a la acción la que ha regido principalmente al movimiento conjunto. Es
posible que un grupo de provocadores haya iniciado la acción (las "muchedumbres"
han estado casi siempre en los escenarios en una posición de concentración estática,
razón por la que han solido necesitar de alguna estimulación lideral); pero ese grupo
no ha tenido ningún efecto motriz en los escenarios cuando la muchedumbre no se ha
constituido a sí misma sobre la base de esa solidaridad de movimientos. A menudo esa
solidaridad o contagio ha aparecido en escena sin la intervención previa de un grupo
de provocadores. La constitución de masas como sujetos de hechos VPP ha obedecido
a factores más enraizados en el conjunto del escenario histórico que a meras provoca-
ciones incidentales"'. Esto puede explicar el hecho de que, en la mayoría de los casos.

La constitución espontánea de masas callejeras y de acciones "descontroladas" de las mismas, sin la


presencia visible de una vanguardia instigadora, constituyó una tradición en el movimiento popular
chileno desde 1820, aproximadamente. Eso quedó en (fuerte) evidencia en las coyunturas políticas
de desestabilización relativa (1829-30,1851,1859,1887-91, 1903-7, etc.). Las organizaciones VPP mu-
chas veces han contado con esa tradición para montar su línea política.

150
I.I masa o muchedumbre, como sujeto de acción VPP, no ha sido unifuncional (com-
puesta de individuos de solo una misma identidad), sino un abigarrado conjunto de
Mnilliples identidades, lo que se ha manifestado claramente, por ejemplo, en las jorna-
das de protesta. Lo anterior permite y justifica entender la muchedumbre no solo
como un actor factual diferenciable, sino también, por su multiplicidad o diversidad
inlerior, como testimonio de la extensión social alcanzada por las situaciones que han
motivado u originado la acción. De aquí que las mayores frecuencias de aparición de
las masas en el escenario VPP hayan coincidido con desequilibraos profundos del sis-
lema económico o/y del sistema político.

CUADRO 8. Violencia política popular (1947-87): número de participantes"^


(Porcentajes promedio por ciclo presidencial y tamaño del actor)

GGV Cíe JAR EFM SAG APU APU APU Promedio


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
Actor

Muchedumbre 42,6 59,2* 66,0* 53,9* 38,6 19,0 39,0 34,7 44,1
(írupo 25,3 9,2 18,7 22,7 16,9 60,9* 36,1* 41,3* 28,9
l'oblada 22,6* 22,2* 13,3 23,2* 42,3* 8,5 18,2 23,9* 21,8
Individuo 9,3' 9,2* 1,7 0,0 2,1 11,4* 6,5* 0,0 5,0

* Sobre promedio del periodo.

El Cuadro 8 muestra que las masas o muchedumbres han sido predominantes


en la protagonización de hechos VPP, especialmente, en la fase democrática 'nor-
mal' (1947-70). Solo durante la crisis política vivida durante el ciclo SAG y bajo el
período dictatorial APU, este actor cedió primacía a otros actores: a las pobladas
durante el primero, y a los grupos operativos durante el segundo.
En orden de frecuencia, el segundo actor importante en los hechos VPP (prome-
dió 28,9 por ciento para todo el período) ha sido el de los grupos operativos,
usualmente vinculados a organizaciones políticas más o menos especializadas en
acciones directas. Cabe hacer notar, sin embargo, que este actor -casi siempre confi-
gurado por militantes de partido- adquirió preponderancia en el movimiento popular
solo desde el advenimiento de los ciclos APU, etapa en la que aumentó 2,5 veces la
frecuencia que promedió durante el período democrático (en ese período fue supe-
rado por el actor poblada). Con todo, el incremento del número de apariciones públicas

Véase Apéndice I.G.

151
de los grupos operativos no ha sido necesariamente consecuencia de las solidarida-
des de acción que suelen animar por dentro a una masa en movimiento, sino, más
bien, de las proyecciones políticas trazadas más o menos autónomamente por las
organizaciones específicas con las cuales esas apariciones se han identificado. De
aquí que los grupos operativos, respecto de la línea de desarrollo del proyecto popu-
lar, hayan aparecido moviéndose en una órbita más bien excéntrica: a ratos dentro,
pero bastantes veces fuera de los escenarios propios de las grandes masas; es por
ello que han mantenido con éstas una relación de baja consanguinidad social, pero
de altos intercambios históricos (las acciones exorbitadas de estos grupos han caído
a menudo en carambolas y coletazos restrictivos sobre el movimiento popular pro-
piamente tal, mientras las acciones de las masas mismas han tenido un efecto
energético en el desplazamiento de las órbitas excéntricas). No hay duda de que la
trayectoria histórica de los grupos operativos no se ha trazado en Chile por dentro
del movimiento popular, sino más bien sobre su epidermis exterior. Solo los ciclos
APU aparentan haber internalizado -en alguna medida que habría que explorar
mejor- esos grupos y sus acciones en ese movimiento.
El tercer protagonista de los eventos VPP del período 1947-87 ha sido la pobla-
da (promedió 21,8 por ciento de apariciones durante ese período). Según lo
revelaron los hechos inspeccionados, este actor factual se compuso, en términos
cuantitativos, de un número de individuos que fluctuó entre veinte y doscientos.
Su tamaño, por lo tanto, ha sido regularmente menor que la masa, pero superior al
Grupo (compuesto éste, por lo común, por tres como mínimo y veinte individuos
como máximo). Sin embargo, no solo en tamaño ha sido distinto de la masa: lo ha
sido también porque, a diferencia de ésa, la poblada ha aparecido casi siempre
como un contingente unifuncional (o sea, compuesto por un mismo tipo de identi-
dad estructural), de alta consanguinidad social y, consiguientemente, de rápido
contagio solidario en la acción. A su definida identidad estructural ha agregado
habitualmente todavía una más definida identidad con la acción. La poblada, por
ello, no ha necesitado de muchos provocadores o de mucha provocación para en-
trar en movimiento: diríase que está siempre tensada y predispuesta a hacerlo, al
punto de ser provocadora por sí misma. Sin embargo, ha demostrado no ser un
actor puramente espontaneísta, que solo se constituye a propósito de la pura cir-
cunstancia. Pues, con creciente frecuencia, ha admitido la posibilidad de
organizarse y la necesidad de aceptar alguna planificación y conducción desde
fuera, sobre todo cuando se ha tratado de acoplar dos compulsiones básicas: la
reivindicación y la acción directa (toma de terrenos, principalmente). Por esto, a
menudo la poblada ha actuado en los escenarios VPP como si fuera un real grupo
operativo, o como una masa operativa. El "trabajo de masas" de los militantes de
partido ha encontrado en este actor el suelo más fértil para cosechar eventos y

152
resultados historizables, posibilidad que los ha convertido a ellos mismos, even-
lualmente, en militantes 'orgánicos'. Por estas características, la poblada,
originalmente un actor social clásico, ha operado en los hechos como un actor his-
tórico con gran capacidad para disputar trabajo militante y organizativo (incluso
concepciones políticas) a los partidos con representación parlamentaria. Ha sido
el sujeto histórico central en torno al cual se ha encarnado buena parte del movi-
iviiento social del "bajo pueblo". La asociación de los grupos operativos de base
partidaria con las pobladas de base social, ha sido frecuente y funcional para su
alimentación recíproca. Se observa en el Cuadro 8 que este actor ha sido, de los
cuatro considerados en ese Cuadro, el que ha tenido el más estable índice de pre-
sencia en hechos VPP. Solo durante el ciclo SAG rompió su ritmo, para convertirse
en el actor factual más importante durante dos años; y durante el primer ciclo
APU, en el que fue el menos activo. Dos coyunturas de signos opuestos, pero am-
bas, sin duda, de excepción. Ha sido un actor factual que merecería un estudio
monográfico de mayor profundidad etnográfica que éste.
El protagonismo de los individuos en los hechos VPP ha sido bajo (promedio
para el período; 5,0 por ciento). Es significativo que la frecuencia de aparición, en
este caso, haya sido superior en las fases en que el proceso de desclientelización
no ha ido acompañado de una propuesta política alternativa suficientemente cla-
ra (ciclos GGV y CIC), o en aquellas de alta represividad y con ausencia de canales
de expresión (los dos primeros ciclos APU). Hasta cierto punto, el protagonismo
individual en esta clase de hechos revela una cierta perversidad, que puede indi-
car la existencia de una atomización partidaria, o/y de desesperación de los actores
sociales encerrados en 'P', o bien de desequilibrada hipertrofia de la conciencia
de guerra en cierto tipo de militantes 'profesionalizados' en la acción directa.
La gran mayoría de los hechos VPP ha sido realizada, como se dijo, por actores
masivos (las masas y las pobladas suman 65,9 por ciento de los casos, promedio
(jue subió a cerca de 80 por ciento en las fases democráticas de mayor actividad
política). Este hecho deja en evidencia la necesidad de examinar la composición
de esos actores masivos en términos de lo que podría llamarse su identidad estruc-
tural. El estudio de los hechos reveló, en primer lugar, que los actores masivos no
se componían solo de protagonistas identificables por su clase social (obreros o
empleados, por ejemplo), sino también por otros no identificables por su clase
sino por su carácter estamental (estudiantes), volante (militantes) o circunstan-
cial (ptiblico). Esto respecto de los protagonistas componentes del actor o bando
popular en los hechos VPP. Pero los hechos VPP han involucrado también actores
del bando opuesto (carabineros, soldados, detectives, provocadores, matones, etc.).
Se logró establecer que los protagonistas normales de los hechos que oficialmente
han sido catalogados como de violencia política contra el orden existente para el

153
período considerado, eran, como promedio, trece; a saber: pobladores, obreros,
empleados, estudiantes, público (incluyó, de modo creciente, contingentes feme-
ninos), militantes, carabineros, soldados, policías civiles, agentes represivos,
pequeños empresarios (taxistas, comerciantes, etc.), campesinos en la ciudad, y
religiosos (muy escasos, pero significativos). A objeto de no aumentar en exceso la
extensión de este trabajo, en esta sección se examinarán solo los seis primeros, y
el último de los indicados. Véase el Cuadro 9.

CUADRO 9. Violencia política popular (1947-87): Identidad social de los protagonistas"^


(Porcentajes promedio de participación por ciclo presidencial y protagonista)

GGF Cíe JAR EFM SAC APV APU APV Promedio


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
Actor
Militantes 33,3 28,8 21,6 27,6 39,8* 60,8* 41,6* 42,6* 37,0
Pobladores 19,6* n,.";* 21,6* 19,6* 23,2* 2,8 18,1* 8,7 16,4
Estudiantes 4,9 18,8* 16,0 27,2* 12,4 10,9 18,9* 22,0* 16,4
Obreros 22,5* 21,3* 20,4* 13,2 16,8* 5,1 4,5 3,3 13,4
Empleados 6,9 11,2* 16,7* 10,0* 6,1 2,8 4,3 10,7* 8,6
Público 12,7* 2,5 3,7 2,4 1,6 10,1* 9,8* 12,7* 6,9
Religiosos 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 7,2* 2,8* 0,0 1,3
Total % 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

N° Casos 102 80 162 250 314 138 397 150 1.593

* Sobre promedio del período.

Es palmariamente evidente que los Militantes han sido los principales prota-
gonistas de los hechos VPP del período 1947-87. Y más aún: lo han sido de manera
creciente, particularmente desde el ciclo SAG y durante los ciclos APU. Cabe des-
tacar también el hecho de que la militancia ha operado con acompañantes sociales
(preferentes) distintos a lo largo del período: hasta 1960, aproximadamente, su
acción se asoció de preferencia con los obreros; desde entonces, con los poblado-
res. Del mismo modo, es notable que la militancia haya incrementado al máximo
su protagonismo en los hechos VPP justo en un período en el que las organizacio-
nes partidarias estaban destruidas y acosadas (primero y segundo ciclos APU, sobre

véase Apéndice I.H.

154
lodo), pudiendo asociarse entonces con otros actores (estudiantes, público y reli-
giosos), en rotación (retorno a los pobladores en segundo ciclo APU). Este
comportamiento del actor militantes sugiere que su identificación con las accio-
nes de campo y su asociación con actores sociales que estén dispuestos a presentarse
allí puede ser, eventualmente, indicador de adhesiones y definiciones políticas
distintas y eventualmente independientes de las existentes a nivel de las cúpulas
partidarias, y que la dinámica de la militancia de base puede moverse en una
dirección diferente a la marcada en esas cúpulas. Los partidos políticos de izquier-
da parecerían tener una identidad institucional y formal (parlamentaria), y otra
más invisible, asociada a nivel de acción con el movimiento popular, más insensi-
ble a las peripecias que puedan afectar al partido institucional. Es un punto que
merecería mayor análisis"''.
Los protagonistas de clase se han movido de un modo claramente desigual.
Mientras los pobladores han mantenido un nivel de participación consistentemen-
le alto y parejo (con excepción del primer y tercer ciclos APU), los empleados han
desplegado un movimiento más fluctuante y errático, y los obreros una participa-
ción claramente decreciente. Las acciones rupturistas han tendido así a descansar,
socialmente hablando, en el actor pobladores y en la irrupción eventual de los
empleados. Al afianzarse en su movilización funcionalista, el movimiento obrero
aparenta coincidir con la línea de desarrollo de un eventual ciclo VND.
Los protagonistas estamentales (estudiantes y religiosos) aparentan incremen-
tar su presencia en hechos VPP en períodos de crisis económica, política, y de alta
explosividad social, sin marcar una línea conductual consistente. En cambio, el
protagonista público muestra un significativo incremento a partir de los ciclos
APU, lo que se debe a la creciente participación, en hechos VPP, del 'género' muje-
res. La alta cuota lograda por este protagonista en el ciclo GGV correspondió más
bien a la alta tasa de espontaneísmo que existió por entonces en las acciones so-
ciopolíticas (véase Cuadro 3).
La estructura social del protagonismo VPP se ha modificado, por lo tanto, a lo
largo del período 1947-87. Hasta fines del ciclo JAR, podría estimarse que la con-
certación de actores sociales en hechos VPP fue alta y con predominio de la lógica
corporativa, de referencia estructural; al punto que -podría decirse- la acción de
la militancia se limitó a cabalgar sobre un corcel que tenía energía y dirección

La juventud poblacional percibe que los partidos políticos suelen moverse, en las barriadas popula-
res, conforme a una dinámica distinta a la del movimiento social local. Un joven poblador planteó:
"La gente que venía de los partidos no estaba dedicada a pensar: ellos solamente se dedicaban a
llevar adelante lo que el partido decía". ECO, VI Taller de Análisis de Movimientos Sociales, Cal y
Canto 1, N° 1 (1990).

155
propias. Desde el ciclo EFM, en cambio, se evidencia un repliegue paulatino de los
actores estructurales (obreros y empleados), y un avance incremental de la mili-
tancia, en compañía de actores no tan tradicionales y no estructurales (pobladores,
estudiantes, público). Esto último es especialmente notorio en el último ciclo APU
(1986-87).
Los distintos desplazamientos de los actores en la escala de protagonismo pue-
de verse en el Cuadro 10.

CUADRO 10. Violencia política popular (1947-87): Actores y escala de protagonismo


(Posición de actores en escala ordinal de protagonismo)

GGV Cíe ]AR EFM SAG APU APU APU


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87
Posición
1 M M P M M M M M
2 0 0 M EST P EST EST EST
3 P EST 0 P 0 PUB P PUB
4 PUB P EMP 0 EST R PUB EMP
5 EMP EMP EST EMP EMP 0 0 P
6 EST PUB PUB PUB PUB P EMP 0
7 R R R R R EMP R R

Nota: M= Militante.s, P= Pobladores; 0= Obreros; EST= E.studiantes; PUB= Público; EMP= Empleados; R=
Religiosos.

Los protagonistas registrados en los Cuadros 9 y 10 han demostrado haberse


relacionado entre sí de modo distinto a lo largo del período en estudio. Pero no
solo han protagonizado hechos VPP en combinación de uno con otro, sino también
por sí solos, autónomamente. Los actores han tendido a operar solos y a asociarse
con otro según las coyunturas, pero marcando, a la larga, ciertos patrones de auto-
nomía y asociación. El grado de autonomía y asociatividad -así entendidas- que
cada actor demostró a lo largo del período examinado se expone en el Cuadro 11.

156
CUADRO 11. Violencia política popular (mJ-SJ)'''':
Autonomía y asociatividad de los protagonistas (Porcentajes promedio de autonomía y
asociatividad por escenario histórico y tipo de protagonista)

Escenarios históricos Período


(1947-58) (1959-73) (1974-87) global

Actores /turón. Asoc. All ton. Asoc. Auton. Asoc. Auton. Asoc.

Militantes 55,1 44,9 30,4 69,6 51,9 48,1 45,8 54,2


Pobladores 36,6 63,4 33,0 67,0 11,7 88,3 27,1 72,9
Público 46,1 53,9 10,3 89,7 8,7 91,3 21,7 78,3
Obreros 37,1 62,9 22,0 78,0 6,0 94,0 21,7 78,3
Estudiantes 13,7 86,3 30,1 69,9 B,3 86,7 19,0 81,0
Hmpleados 0,0 100,0 17,3 82,7 0,0 100,0 5,8 94,2

Los militantes muestran ser los protagonistas con la mayor autonomía relativa
de acción y la más baja de asociatividad, moviéndose los demás en un mismo nivel
medio, con la excepción del grupo empleados, que es el de menor autonomía en
este sentido. Sin embargo, el hecho de mayor interés a este respecto es que la
autonomía general de los actores fue considerablemente más alta durante el pri-
mer escenario histórico considerado (1947-58), con un efecto de fragmentación
sobre el movimiento conjunto, decreciendo después hasta reducirse a la mitad en
el último escenario. La asociatividad, por lo tanto, ha sido un rasgo de importancia
creciente en las movilizaciones de masas (de tipo VPP) desde, aproximadamente,
1960-61; esto ha dado, sin duda, un mayor contenido conduccional al creciente
asociativismo de actores como los militantes y estudiantes, que son 'volantes' y de
más bien bajo contenido gremial-corporativo (o estructural) propio.
La asociación para la acción presupone, de algún modo, ejercicio de opción y
preferencia. De hecho, cada protagonista distribuyó sus opciones, entre 1947 y
1987, entre los otros, pero de distinta manera. El Cuadro 12 muestra esas preferen-
cias, específicamente para el escenario histórico 1947-38 (descomposición deVND).

Véase Apéndice I.H.

157
CUADRO 12. Violencia política popular (1947-58): Relaciones de asociatividad'"'
(Porcentajes promedio de asociatividad, según tipo de protagonista)

Actores Poblads. Obreros Empleds. Estudts. Público Mihts. Total


Pobladores 15,7 15,7 21,0 5,2 42,1 100
Obreros 12,5 45,8 16,7 4,2 20,8 100
Empleados 13,0 47,8 21,7 8,7 8,7 100
Estudiantes 16,0 16,0 20,0 8,0 40,0 100
Público 14,2 14,2 28,6 28,6 14,2 100
Militantes 30,8 19,2 7,7 38,5 3,8 100

Total % 86,5 112,9 117,8 126,5 29,9 125,8

Nota: Total porcentaje horizontal = preferencias dadas.


Total porcentaje vertical = preferencias recibidas.

Es notable el hecho de que los actores sociales estructurales (obreros y em-


pleados) se dieron por entonces, recíprocamente, sus mayores preferencias de
asociación en los hechos VPP, superiores incluso a las concedidas a los ubicuos
militantes, siendo, al mismo tiempo, los mayores beneficiados por las preferencias
recibidas. No hay duda de que es aquí, en esta relación bilateral, donde cabe ha-
llar el núcleo medular del movimiento VPP en el escenario 1947-58. Algo divorciada
de ellos, la militancia pareció constituir un segundo núcleo de asociatividad, con
los estudiantes y los pobladores, siendo significativo, en este sentido, el alto núme-
ro de preferencias recibido por los Estudiantes, superior incluso a los militantes;
esto se explica, en verdad, más por su mayor movilidad a través del conflicto social
que por una mayor demanda de asociación hacia ellos. Es también resaltante el
desinterés existente entre los actores de ese tiempo por asociarse con los poblado-
res (éstos son los únicos que ostentan déficit de preferencias recibidas, junto con
el público).
El Cuadro 13 subraya el retroceso de los actores estructurales durante el escena-
rio 1959-73 (constitución y avance del allendismo, como fórmula VND -i-VPP ideal), y
el avance del rupturismo, marcado por la asociación militantes-pobladores.
El Cuadro 13 enseña el auge experimentado por el protagonismo de los mili-
tantes en el escenario histórico 1959-73 (definido por la fórmula allendista). Todos
los actores, con excepción de los empleados, aparecen concediendo sus mayores
preferencias a ese actor, lo que se refleja en la suma de las preferencias recibidas.

Ibidem.

158
Algo similar ocurre con el actor pobladores, que, en esta etapa, mejoró sustantiva-
mente su cuadro de asociación general. Es significativo a este respecto que la más
alta opción asociativa de los militantes (en cuanto a hechos VPP se refiere, por
supuesto) se dio con los pobladores. El núcleo estructural (obreros y empleados)
aparece debilitado, cuando menos desde el lado de los primeros, que parecieron
deslizarse algo hacia el rupturismo e historicismo del núcleo volante (militantes-
pobladores). Los Estudiantes mantuvieron su vieja asociación con el núcleo volante,
pero en una posición más moderada.

CUADRO 13. Violencia política popular (1959-73): Relaciones de asociatividad"'


(Porcentajes promedio de asociatividad, según tipo de protagonista)

Actores Poblads. Obreros Empleds. Estudts. Público Miltts. Total


Pobladores - 20,9 10,4 17,2 5,2 46,3 100
Obreros 22,0 - 30,7 13,4 3,1 30,7 100
Empleados 16,2 45,3 - 19,8 3,5 15,1 100
Estudiantes 20,7 15,3 15,3 - 3,6 45,4 100
Público 26,9 15,4 11,5 15,4 - 30,8 100
Militantes 36,0 22,7 7,6 29,0 4,7 - 100
Total % 121,8 119,6 75,5 94,8 20,1 168,3

Nota: Total porcentaje horizontal: preferencias dadas.


Total porcentaje vertical: preferencias recibidas.

El Cuadro 14 muestra el colapso del protagonismo y la asociatividad de los


actores estructurales (obreros y empleados). Los ciclos dictatoriales APU consu-
maron así una tendencia que venía observándose desde el Escenario 2 (1959-73).
El núcleo historicista, en cambio (militantes, pobladores, estudiantes), mantuvo
su nivel de protagonismo VPP y sus lazos de preferencias dadas y recibidas, acen-
tuando su diferencia de estilo con el colapsado núcleo tradicional. Resalta el bajo
porcentaje global de preferencias recibidas por el actor obreros y el aparente ais-
lamiento histórico en el que se encuentra al término del ciclo dictatorial; al menos,
dentro del movimiento popular. Podría hipotetizarse que es un actor que tiende a
proyectar sus asociaciones historicislas hacia fuera de la trama popular. ¿Equivale
eso a un reconocimiento mayor (tipo Lázaro) de su identidad estructural?

Ibidem.

159
CUADRO 14. Violencia política popular (1974-87): Relaciones de asociatividad'
(Porcentajes promedio de asociatividad, según tipo de protagonista)

Actores Pohlads. Obreros Empleds. Estudts. Público Miltts. Total


Pobladores 10,3 11,0 24,3 18,4 36,0 100
Obreros 18,2 - 20,8 22,1 16,9 22,1 100
Empleados 13,6 14,5 - 28,2 20,9 22,7 100
Estudiantes 23,0 11,9 21,7 - 18,9 24,5 100
Público 21,6 11,2 19,8 23,3 - 24,1 100
Militantes 31,8 11,0 16,2 22,7 18,2 100
Total % 108,2 58,9 89,5 120,6 93,3 129,4

Nota: Total porcentaje horizontal: preferencias dadas.


Total porcentaje vertical: preferencias recibidas.

El Cuadro 14 sugiere que el actor Obreros abrió en abanico, en este escenario,


sus alianzas laterales, alejándose de su aliado tradicional (los empleados), pero
dentro de una anemia generalizada de sus asociaciones históricas de tipo VPP (véase
porcentaje total vertical de preferencias recibidas correspondiente a obreros). A
esta altura del proceso, podría decirse, este actor se movía sobre los escenarios sin
la compañía argumenta] de 'socios' orgánicos y políticos del propio movimiento
popular. Como si mirara hacia otros escenarios, excéntricos a ese movimiento. Solo
los empleados seguían tras su huella, dispensándole los restos de una lealtad cons-
truida en otros tiempo. Por contraste, la 'collera' popular típica de este escenario
fue la formada por los militantes, los pobladores y los Estudiantes. La alta jerar-
quía de las preferencias que estos actores se dispensaron recíprocamente reforzó
así el protagonismo de este ya tradicional grupo historicista. La jerarquización de
las preferencias por cada actor puede verse en el Cuadro 15.

Ibidem.

160
CUADRO 15. Violencia política popular (1947-87):
Jerarquización de preferencias asociativas'"
(Porcentajes promedio de asociación, por actor y escenario histórico)

Escenarios históricos
1947-58 1959-73 1974-87 Promedio
Pobladores con:
Militantes 42,1 46,3 36,0 41,5
Estudiantes 21,0 17,2 24,3 20,8
Obreros 15,7 20,9 10,3 15,6
Empleados 15,7 10,4 11,0 12,4
Público 5,2 5,2 18,4 9,6
Obreros con:
Empleados 45,8 30,7 20,8 32,4
Militantes 20,8 30,7 22,1 24,5
Pobladores 12,5 22,0 18,2 17,6
Estudiantes 16,7 13,4 22,1 17,4
Público 4,2 3,1 16,9 8,1
M¡7iíííMte' con:
Pobladores 30,8 36,0 31,8 32,9
Estudiantes 38,5 29,0 22,7 30,1
Obreros 19,2 22,7 11,0 17,6
Empleados 7,7 7,6 16,2 10,5
Público 3,8 4,7 18,2 8,9
Estudiantes con:
Militantes 40,0 45,4 24,5 24,5
Pobladores 16,0 20,7 23,0 19,9
Empleados 20,0 15,3 21,7 19,0
Obreros 16,0 15,3 11,9 14,4
Público 8,0 3,6 18,9 10,2
Público con:
Militantes 14,2 30,8 24,1 23,0
Estudiantes 28,6 15,4 23,3 22,4
Pobladores 14,2 26,9 21,6 20,9
Empleados 28,6 11,5 19,8 20,0
Obreros 14,2 15,4 11,2 13,6

Ibidem.

161
Es evidente que el público no puede tomarse como un actor estructural, ni
estamental, ni siquiera como marginal o volante, como los otros. Es sin embargo
un actor factual, de importancia creciente desde la irrupción de los ciclos APU, y
sobre todo desde la reaparición, en su interior, del movimiento del 'género' muje-
res, y de sus asociados coyunturales: religiosos, padres de familia y jóvenes con
vocación de militancia social. Tal vez sería preciso categorizar al género mujeres
separadamente, como un actor del mismo nivel de los otros. Sin embargo, en esta
investigación no se hizo eso, porque antes de 1973 ese movimiento no apareció
como tal actor, de modo que no habría podido tenerse un plano de comparación; de
aquí entonces la opción por mantenerlo incluido, metodológicamente, dentro del
actor Público.
El Cuadro 15 pone de relieve, nuevamente, que las preferencias asociativas, en
hechos VPP, han ido hacia los militantes, en primer lugar; a los pobladores, en segun-
do; y a los estudiantes, en tercer lugar Esta triple alianza ha revelado tener una
considerable capacidad de permanencia sobre el escenario VPP, con el apoyo cre-
ciente del desarrollista actor Público. Poca duda cabe de que la fuerza motriz de
esta alianza factual ha estado constituida por la militancia, pese al alto grado de
autonomía de acción que ésta también ha demostrado (véase Cuadro 11). Los datos
sugieren que el trabajo de masas ha tendido a concentrarse notoriamente en las
'poblaciones' y en el tipo de acción historicista que los Pobladores han mantenido.
La organicidad social de la militancia partidaria ha tomado, al parecer, un rumbo
decididamente historicista, alejándose de su antiguo atrincheramiento en los cana-
les más bien estructuralistas del frente sindical. El problema de cómo se articula
esta tendencia del trabajo militante por abajo con las acciones partidarias maneja-
das por arriba (sobre todo dentro de la fase de recuperación del sistema político
liberal parlamentarista) es una cuestión de importancia que escapa a los límites de
este estudio. Hipotéticamente podría decirse que las cúpulas partidarias, ya instala-
das en el Estado (civil) de 1980, cerrarán por algún tiempo sus esclusas inferiores,
de intercomunicación orgánica e interdinámica con las bases sociales'^".
Lo que sí calza en los límites de este trabajo es el examen del comportamiento
específico (en hechos VPP) de los dos actores motrices detectados en páginas an-
teriores: los pobladores y los militantes. Su conducta asociativa ya ha sido
someramente vista en páginas anteriores, pero es importante conocer también su
comportamiento autónomo, es decir, las tendencias puestas de manifiesto cuando
se han movilizado por sí solos, sin la compañía de otros actores. Los Cuadros 16 y
17 muestran las tendencias VPP manifestadas por cada uno de ellos.

véase Informes del Taller de Análisis de Movimientos Sociales.

162
En términos de su conducta en hechos VPP protagonizados autónomamente
durante el período 1947-87, el movimiento de pobladores ha demostrado ser un
movimiento social de masas, dotado de una predominante motivación socioeconó-
mica, que ha adoptado las acciones directas como un medio de ir contra la situación
económica, pero que, por la inmutabilidad de su situación, ha debido comenzar a
organizarse para la acción y, a la vez, a politizarse. Su forma principal de acción ha
sido la 'toma' de terrenos. Ha sido también, de por sí, un movimiento social desar-
mado (ostenta un bajísimo índice de utilización de bombas y armas de fuego). Sin
embargo, durante los ciclos dictatoriales APU, entró también en acciones de en-
frentamiento y de proyección contraestatal.
La caracterización que el Cuadro 16 entrega del movimiento (autónomo) de
pobladores indica que ese movimiento no ha sido ni parece ser, en sí, un movi-
miento políticamente violentista. De algún modo, el miedo a la historia se ha
encarndo socialmenle en él'-'. El violentismo o terrorismo político, más bien, se le
ha asociado desde fuera, y echado raíces en ciertos estratos del movimiento (jóve-
nes, sobre todo) que han sido fertilizados por una situación de exclusión prolongada
y exacerbada por un hostigamiento represivo fuera de toda medida. Diríase que,
en su estado 'natural' (o sea, sin cultivo político), está más orientado y capacitado
para construir sociedad o economía locales que para destruir o reconstruir Estado.
Tomarlo en sí como un movimiento peligroso para la seguridad nacional, sería un
error basado en temores infundados. La atracción que ha ejercido y ejerce sobre
los grupos historicistas deviene, probablemente, de sus capacidades socio-cons-
tructivas más bien que de sus (no naturales) potenciales Estado-destructivas.
Obsérvese el Cuadro 16.

Acerca del miedo político y mesocrático frente al moviiniento (autonomizado) de los pobladores, E.
Tironi, "La revuelta de los pobladores", Nueva Sociedad 83 (1986) y "Pobladores e integración social",
Proposiciones 14 (1987).También J. Martínez, "Miedo al Estado, miedo a la Sociedad", ProposidoMes 14
(1987).

163
CUADRO 16. Violencia política popular (1947-87): Conducta autónoma de los pobladores"^
(Porcentajes promedio por categoría conductual y escenario histórico)

Escenarios históricos Promedio


Categorías 1947-58 1959-73 1974-87 general
Modo de origen:
Organizado 41,6 76,8 60,0 59,S
Espontáneo 41,6 12,2 14,3 22,7
Derivado 16,6 10,1 25,7 17,5
Motivación:
Económico-social 66,6 76,5 45,5 62,9
Política 16,7 16,0 42,4 25,0
Otras 8,3 3,7 12,1 8,0
Corporativas 8,3 3,7 0,0 4,0
Instrumentos:
Corporales 80,0 84,3 65,0 76,4
De entorno 20,0 14,5 30,0 21,5
Armas de fuego 0,0 1,2 2,5 1,2
Bombas 0,0 0,0 2,5 0,8
Formas:
Tomas 45,5 79,3 64,2 63,0
Dist. Enfrentamientos 36,4 2,5 10,7 16,5
Manifestaciones 0,0 2,5 14,3 5,6
Otras 18,1 15,6 10,7 14,8
'Contras':
Situación económica 36,4 40,2 21,1 32,6
Autoridades de Gobierno 0,0 40,2 44,5 28,2
Fuerzas del Orden 9,0 4,1 34,2 15,8
Patrones 27,3 6,2 0,0 11,1
Otros 27,3 9,3 0,0 12,2
Participantes:
Masa 41,7 68,5 69,2 59,8
Poblada 58,3 28,8 27,0 38,0
Grupo 0,0 2,7 3,8 2,2
Individuo 0,0 0,0 0,0 0,0

Basado en Apéndices I.B a I.H.

164
Es ostensible que el movimiento de pobladores perdió tempranamente su espontaneís-
mo ingenuo, para adentrarse en el campo de las acciones organizadas, proceso iniciado ya
durante el primer escenario histórico, antes de 1959. Su politización, entendida como orien-
tación de las acciones hacia y/o contra los aparatos del Estado fue, en cambio, más tardía:
la proyección reivindicativa hacia las autoridades y el Gobierno de las acciones realiza-
das, como elemento constante, data de 1958; la motivación política de las acciones, en
cambio, data desde 1972, y la proyección contra las Fuerzas del Orden (como elemento
constante), desde 1980. No obstante este obvio crecimiento como actor social y político, el
movimiento de pobladores no ha perdido nunca su hegemónico componente o motivación
socioeconómica, aun bajo los ciclos APU, ni su carácter de movimiento social desarmado.
Como puede verse en el Cuadro 16, aun bajo el régimen de enfrentamiento en que se halló
durante los ciclos APU, el movimiento de pobladores no incrementó de modo significativo
su instrumental ofensivo, aunque sí duplicó su recurso al instrumental de entorno (barri-
cadas, etc.). En este sentido, la disminución relativa de su forma típica de acción directa
(la 'toma') y el aumento relativo de su predisposición al disturbio y enfrentamiento, que
caracterizaron su conducta durante el período dictatorial 1974-87, debe entenderse más
como una adaptación forzada ante una situación de excepción, que como el desarrollo
natural de su tendencia histórica. Esto no anula, sin embargo, el hecho de que, tras quince
años de enfrentamiento, se ha constituido una cultura VPP en amplios estratos del movi-
miento poblacional, que no desaparecerá automáticamente con el simple traspaso del
gobierno a manos no dictatoriales. Más liempo tomará, tal vez, la disolución o ablanda-
miento del tipo de politización que este movimiento asimiló -por sí o por otros- entre 1972
y 1987.
El Cuadro 17 muestra, por su parte, la conducta VPP desarrollada por el actor militan-
tes en las acciones que, autónomamente, realizó entre 1947-87. Es evidente que se está
aquí no delante de un movimiento de masas -como en el caso anterior- sino ante un inten-
so movimiento de grupos regularmente organizados y dotados de una motivación casi
exclusiva -u obsesivamente- política. Su espontaneísmo ha decrecido casi a cero. Su recur-
so al instrumental ofensivo (bombas y armas de fuego) ha aumentado infecciosamente, de
modo que ha sido natural que su forma predominante de acción directa haya concluido por
ser la agresión o ataque, dirigida fundamentalmente (pero de modo decreciente) contra
adversarios políticos y (de modo creciente) contra los aparatos de Estado en todas sus
corporizaciones. Ha sido un movimiento de grupos operativos que no se ha ligado (tal vez,
por su propia descorporatización) a procesos económicos o social-corporativos, excepto
por significación y repercusión indirecta. Véase el Cuadro 17.

165
CUADRO 17. Violencia política popular (1947-87):
Conducta autónoma de los militantes"'
(Porcentajes promedio por categoría conductual y escenario histórico)

Escenarios históricos Promedio


Categorías 1947-58 1959-73 1974-87 general
Modo de origen:
Organizado 64,9 70,2 71,3 68,8
Derivado 8,1 13,8 27,0 16,3
Espontáneo 27,0 16,0 1,7 14,9
Motivación:
Política 100,0 87,6 93,2 93,6
Económico-social 0,0 2,1 0,0 0,7
Corporativa 0,0 1,0 0,0 0,3
Otras 0,0 9,3 6,8 5,4
Instrumentos:
Armas de fuego 18,0 32,2 41,0 30,4
Bombas 16,0 30,6 43,3 30,0
Corporales 38,0 26,4 13,4 25,9
De entorno 28,0 10,7 2,2 13,6
Formas:
Agresión, Ataque 44,1 55,6 59,5 53,1
Manifestaciones 20,6 13,1 7,4 13,7
Dist. Enfrentamientos 0,0 15,2 22,3 12,5
Concentraciones 5,9 2,0 0,8 2,9
Otras 29,4 14,1 9,9 17,8
'Contras':
Adversarios políticos 84,8 29,4 3,0 39,1
Patrones 0,0 22,9 33,1 18,7
Fuerzas del Orden 0,0 15,6 36,9 17,5
Autoridades de Gobierno 6,0 18,3 23,1 15,8
Otros 9,1 13,8 3,8 8,9
Participantes:
Grupos 34,4 68,2 81,1 61,2
Masa 25,0 15,9 1,8 14,2
Individuos 21,8 5,7 10,8 12,8
Poblada 18,8 10,2 6,3 11,8

Basado en Apéndices I.B. a I.H.

166
Como quiera que haya sido o sea el trabajo de masas de los partidos políticos
populares, o/y el trabajo social orgánico de los militantes (ambos trabajos pueden
definirse en la realidad chilena como categorialmente distintos), lo cierto es que
las acciones directas protagonizadas de forma autónoma por el grupo militantes
han configurado un movimiento de grupos operativos altamente (u obsesivamen-
te) politizado, cuyo potencial de acción, creciente, ha tendido a cambiar sus
objetivos desde los tradicionales adversarios políticos hacia los aparatos del Esta-
do (autoridades y Fuerzas del Orden) y hacia los patrones. No hay duda de que,
con el paso del tiempo, sus objetivos se han abierto en abanico. De hecho, por la
capacidad de acción acumulada e instalada, podrían apuntar en cualquier direc-
ción. Los ciclos dictatoriales APU agudizaron notoriamente esta tendencia,
manifiesta también en la multiplicación de sus ataques y el incremento de su pre-
disposición a los enfrentamientos. Es significativo, por oposición a todo esto, la
disminución relativa de la forma manifestaciones públicas (callejeras), que era un
antiguo típico modo de acción militante, y su forma de participación como masa.
Es especialmente notable el hecho de que las acciones VPP autónomas de los
militantes sean, en casi un ciento por ciento, de motivación política. Es decir, ac-
ciones donde el centro de la atención está puesta en el Estado o en la cuestión del
poder, no en lo social, económico o corporativo como tales. Estas últimas dimensio-
nes han aparecido sobre todo como pretexto de la acción, pero no como su
motivación o su objetivo centrales. En este sentido, podría decirse que la energía
estrictamente política de la acción militante (y eventualmente partidaria) se ha
gastado en escaramuzas concomitantes a lo político, y marginales a lo social y lo
económico-popular. No se ha inyectado, pues, en la trama natural e interior del
movimiento popular, sino hacia la periferia del Estado Liberal, donde ha ardido
con espectacularidad variada, pero convertida al fin, como diría F. Braudel, en
"humo histórico". Esto sugiere que el movimiento VPP de los militantes es un
movimiento social y políticamente volante, que flota entre el Estado y el Movi-
miento Popular, con una dinámica que, en su raíz, surge de las (malas) relaciones
entre aquéllos, pero que, en su chisporroteo factual, se alimenta prioritariamente
de sí mismo y de su autonomizada percepción de la coyuntura. Poca duda cabe de
que los ciclos APU dieron un poderoso impulso a la autonomización y autosufi-
ciencia de ese movimiento.
¿Se trata del típico extremismo "moderno" que, hoy por hoy, se halla en cual-
quier sociedad civilizada? Esto no parece tan claro ni tan simple en el caso de
Chile, dado que, según se vio, la acción militante ha aparecido también altamente
asociada (y ya por varias décadas) con movimientos sociales de base y con otros
actores volantes, en un movimiento que, además, ha crecido consistentemente. En
realidad, se trata de un movimiento extremista relativamente nuevo, que surgió a

167
comienzos del Escenario 2 (1959-73), dentro de la lógica VPP + VND (allendismo),
que comenzó a tomar ostensiblemente los instrumentos ofensivos desde 1971, pero
que fue "a las armas" de modo más sistemático solo desde 1981. Vale decir, ha sido
un movimiento que creció a lo largo de ciclos de excepcional agitación de masas y de
excepcional represión estatal. Corresponde no tanto al típico "terrorismo moderno"
de las sociedades desarrolladas, sino a la radicalizacion política de los movimientos
sociales y militantes de una sociedad que ha tropezado con serias crisis en su proce-
so de modernización y desarrollo. El extremismo chileno ha surgido dentro de una
sintomatología histórica diferente a la del simple y estereotipado terrorismo moder-
no. El tratamiento conceptual, represivo y penal de la militancia (autónoma) VPP
chilena no podría, por lo tanto, establecerse por la simple aplicación de la figura
internacional del "terrorismo" (que presupone de algún modo la acusación de des-
quiciamiento mental y moral de los acusados, asumiendo que no existirían en la sociedad
razones sociales o históricas para radicalizar la acción, dado su desarrollo y moder-
nidad). Éticamente la violencia no se justifica en ningún caso, pero su explicación
fundamental y su tratamiento teórico, político y penal pueden ser diferentes y espe-
cíficos en cada situación concreta. Y ello porque en un país en vías de modernización
los factores y motivaciones que históricamente la engendran son más y más comple-
jos que el mero desquiciamiento moral o mental de sus autores, al punto de que a
menudo es la misma sociedad la que tiene, en algún lugar -que debe ser detectado y
tratado represivamente-, algún tipo grave de desquiciamiento.
En conclusión, cabe señalar que los actores de la VPP del período 1947-87 en
Santiago de Chile han sido múltiples, fundamentalmente masivos, con tendencia
creciente a la organización y la politización, y con una división semifuncional in-
terna entre movimientos sociales propiamente tales y militantes de base; que ha
estado acosando de modo cada vez más directo y frontal al Estado Liberal, tanto
en sus formas democráticas como autoritarias. En conjunto, el protagonismo de
esos actores ha producido un movimiento sociopolítico de un alto nivel de asocia-
tividad entre actores, donde la autonomía de acción del actor militantes ha sido
relevante aunque no definitivamente distorsionante. El efecto que ha producido
en este movimiento la rotación de los escenarios históricos (crisis del parlamenta-
rismo liberal, allendismo y dictadura) ha sido de aceleración y radicalizacion, con
desarrollo creciente del historicismo global. En este contexto -donde la presión
por los cambios y los cambios mismos han desencadenado dinámicas tactuales que
han sobrepasado en varios frentes la estabilidad institucional-, los actores margi-
nales, estamentales y volantes se han adaptado mejor y presionado más. Esto se
ha expresado en el surgimiento y desarrollo de una alianza de fichaje historicista
(militantes, pobladores y estudiantes, con creciente acompañamiento del públi-
co), y en la declinación sostenida del núcleo estructuralista (obreros y empleados,

168
sobre todo). Puede, por lo tanto, decirse que la base social del movimiento VPP no
fue disuelta por ningún experimento político del período 1947-87. Al contrario: al
ser estimulada, considerada o reprimida desde ángulos diversos, reaccionó afla-
tándose y especializándose en torno a su rama más flexible. Obviamente no ha
sido, ni probablemente será, una base social que haya habitado o habitare muy
adentro las estructuras más funcionales de la sociedad chilena, sino más bien una
(}ue se ha aglutinado y aglutina en sus umbrales exteriores o al término de sus
toboganes de 'descolgamiento' (económico, social o ideológico), que no han sido ni
son, en realidad, pocos. En tanto que movimiento, por tanto, esa base social no
podrá ser detectada ni valorada, si para ello se utilizan y se le aplican categorías
sistémicas de definición y observación. Estrictamente, se trata de un sujeto predo-
minantemente desestructurado que se constituye como tal sobre todo en la acción
y en el movimiento. Es un sujeto factual, que no debe ser confundido con o anona-
dado en otros de tipo institucional, pues recoge la historicidad de la sociedad
nacional, no su mera estructuralidad'-^

6. Los perfiles globales del proceso VPP y el 'punto de intolerancia'


En las secciones anteriores se han examinado los hechos VPP en sus distintos
componentes internos, analíticamente, tanto en sí mismos como en su transforma-
ción o cambio a lo largo del período en estudio. Es necesario ahora observarlos
como proceso conjunto. Es decir, como una fuerza histórica en despliegue, que
genera repercusiones y significaciones en el interior de la sociedad en que opera.
En primer lugar, está el problema del tiempo. El tiempo social es, por decirlo
así, una dimensión escasa y limitada. Como tal, opera como un bien que puede ser
gastado en un tipo de operación o movimiento u otro, donde un tipo de gasto deter-
mina lateralmente a los otros, en una relación económica de interdependencia. El
eventual incremento del gasto temporal en ciertos rubros puede, por lo tanto, ge-
nerar en torno suyo acomodaciones ideológicas, valóricas, factuales y culturales
de la más variada especie. Esto puede significar que un incremento de ese tipo
puede tener una importancia histórica mayor que la que pueda, por sí mismo, es-
pecíficamente contener. En este sentido, el tiempo que una sociedad 'gaste' en
violencia política -cualquiera sea su origen y responsabilidad- puede tener una
importancia considerable, que debería sin duda investigarse a fondo.

Es evidente la ausencia, en el caso de Chile, de un estudio de tipo histórico y teórico que se refiera a
las caracteristicas estrictamente factuales del movimiento popular. La teoría editada hasta el mo-
mento abunda en la negación de ese movimiento o en las identidades estructurales; se trata de una
teoría ciega para lo que es realidad factual, históricamente aprehendida.

169
El examen de los hechos VPP en Santiago de Chile indica que el tiempo social
gastado en violencia política (considerando solo la reputable como popular) entre 1947
y 1987, se ha prácticamente quintuplicado. Esto ha significado que el espacio ocupado
por este tipo de hechos en la conciencia política, coyuntural, valórica, social e ideológi.
ca tradicionales, se ha expandido a paso infeccioso. Véase el Cuadro 18.

CUADRO 18. Violencia política popular (1947-87): Duración de los hechos^-''


(Puntaje promedio anual, según frecuencia, unidad de duración y rango,
por ciclo presidencia)
GGV ac JAR EFM SAG APU APU APU Promedio
47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
Unidad

Un día 10,2 6,5 12,7 23,5* 50,3* 14,0 30,5* 3.5,5* 22,9
Dos días 1,3 1,0 4,3 5,7* 10,7* 1,0 6,7* 4,0 4,3
Más de dos días S,0 6,0 11,5 15,5* 14,7* 9,0 19,0* 2.5,5* 13,2

Total 16,S 13,.'; 28,5 44,7 75,7 24,0 .56,2 65,0 40,4
* Superior al promedio del período.

El incremento de las duraciones puede apreciarse mejor en el Cuadro 19.

CUADRO 19. Duración media de los hechos VPP: índices por ciclo presidencial

Ciclos índice
GGV 122
Cíe 100
JAR 211
EFM 331
SAG 560
APU 177
APU 416
APU 481

índice: (Ciclo CIC = 100).


Fuente: Cuadro 18.

Véase Apéndice I.I

170
La mayor parte de los hechos VPP tienen una duración 'explosiva'; es decir,
puntual, de cuestión de horas. La violencia 'normal' -podría decirse- irrumpe en
los escenarios de ese modo, y en función de que asume tales características, el
sistema social la inspecciona y la asimila. La sociedad está predispuesta y prepa-
rada para tolerar sus propios exabruptos conductuales, en el entendido de que son
excepciones que confirman sus reglas fundamentales. Y de hecho, la mayor parte
de los eventos VPP, como lo enseña el Cuadro 18, se ha presentado de modo pun-
tual y explosivo, como exabruptos. No obstante, el impacto o significado de esos
exabruptos rebasa esa frágil normalidad de excepción, para convertirse en una
normalidad peligrosa, cuando su frecuencia aumenta sostenidamente, en compa-
ñía de un crecimiento similar de los hechos VPP de 'larga duración' (más de dos
días). Evidentemente, los hechos de violencia política que se prolongan más allá
de dos días denotan la presencia de contenidos motivacionales y organizacionales
de relevancia histórica, transfuncional, que deberían ser evaluados y asimilados
por la sociedad de otro modo que como pasajeros exabruptos: de un modo que
podría entenderse como paranormal, de excepción. No hay duda de que, cuando
los hechos VPP actúan sincopadamente, desplegando presiones de corto y largo
alcance, la violencia política se vuelca a erosionar activa y directamente los pila-
res fundantes del sistema institucional nacional o local existente (o sea, la
"Seguridad Interior del Estado"). Es esto lo que se observa en el caso de Santiago
de Chile, particularmente en las fases 1968-73 y 1982-87, que fueron los momentos
en que el tiempo social gastado en hechos VPP alcanzó niveles excepcionalmente
altos, lo suficiente como para haber provocado, el primero, la intervención militar
de 1973, y el segundo, la apertura democrática de 1988-89.
¿Significa lo anterior que la expansión acelerada del tiempo gastado en hechos
VPP puede alcanzar un punto de intolerancia que obliga a realizar un ajuste insti-
tucional de excepción, cual quiera sea su dirección y contenido? Es evidente que,
frente a hechos VPP de orientación política diferenciada pero de radicalismo his-
toricista similar, las Fuerzas Armadas chilenas reaccionaron con métodos
excepcionales de intervención, pero de sentido diferente: en un caso, represiva-
mente; y en el otro, en apertura. Es cierto que, en el segundo caso, aceptaron el
repliegue tras haber consumado la reorganización constitucional del Estado y ob-
tenido el acatamiento negociado de la clase política civil. Pero el hecho que interesa
aquí destacar es que el cambio a la apertura aceptado por las Fuerzas Armadas se
produjo después de que ellas experimentaron el punto de intolerancia frente a la
expansión de la violencia política (de los ciclos APU 2 y 3), y no antes (habiendo
tenido tiempo funcional suficiente para haber practicado ese cambio antes). Ese
punto de intolerancia -específicamente chileno- podría definirse, tentativamen-
te, por el nivel maximizado de gasto social en hechos VPP alcanzado en las dos

171
coyunturas citadas. Debe hacerse notar que ese nivel se duplicó durante el ciclo
JAR, y triplicó durante el ciclo EFM, sin que se hubiese dado entonces una reac-
ción política tendiente a producir un ajuste institucional de excepción, como sí se
produjo después de los peaks señalados.
Naturalmente, el punto de intolerancia no se alcanza solo por el mero incre-
mento del gasto de tiempo en hechos VPP. También hay comprometidas otras
variables y nervaturas del funcionamiento social, cuyo tensionamiento o deterioro
determinan también el arribo a ese punto. Una de esas otras variables es el espa-
cio urbano (en este caso, capitalino o metropolitano).
El sistema institucional y los aparatos del Estado están desplegados no solo como
un sistema de ideas y valores, o de normas y fuerzas represivas, sino también como
una infraestructura material y espacial. Su plexo sensible se extiende, por lo tanto,
sobre varios niveles de la realidad social. Y así como descansa sobre nociones y valo-
res generales cuya inmutabilidad ideológica es una cuestión fundamental, y también
sobre un orden normativo y policial que demanda respeto permanente y pleno aca-
tamiento, así también depende de la preservación de las localidades donde se
almacena y concentra, material o/y simbólicamente, el poder político, militar, econó-
mico y social del sistema que sostiene por dentro a la Nación. Los hechos VPP pueden
actuar, o separadamente sobre cualquiera de esos niveles, o simultáneamente sobre
el conjunto de ellos. La presión sobre el primero puede ser, por ejemplo, muy pro-
funda, sin despertar por ello una reacción represiva o de reajuste institucional
desproporcionada a la presión. Allí el punto de intolerancia es elástico -sobre todo si
hay democracia- y su límite se alcanza solo cuando la presión ideológica se transfor-
ma en llamados a movilizar a fondo las otras presiones'^*". No ha ocurrido lo mismo
cuando los hechos VPP han operado sobre los otros niveles, pues aquí han tropezado
normalmente con un bajo y más o menos rígido punto de intolerancia. Podría decir-
se que la agresión al sistema, en sus aparatos físicos de acumulación y defensa, es
muchísimo más sensitiva -y, por lo tanto, de represión más explosiva- que si esa
agresión va dirigida a sus aparatos ideológicos de legitimidad, sobre todo cuando no
va acompañada de acciones directas contra los primeros.
Es de interés, en este sentido, examinar el comportamiento de los hechos VPP
con respecto a la dimensión espacio urbano, en Santiago de Chile, durante el pe-
ríodo 1947-87. Véase el Cuadro 20.

La mayoría de los discursos políticos de centro-izquierda del período 1965-73 ejercieron una fuerte
violencia verbal contra los valores generales que sostenían el sistema, que, incluso, se canalizó a
través de los procesos legales. Eso no despertó, salvo excepciones, una reacción histérica del sistema
mismo. Sin embargo, el resultado fue distinto cuando, a fines de ese período, la violencia comenzó a
presionar sobre el orden normativo-policial y sobre la infraestructura material de ese sistema.

172
Sin duda, el foco principal de los hechos VPP es el área popular sur de la capi-
tal. Su rol ha sido determinante en el desarrollo de esos hechos, en parte por su
larga tradición histórico-popular, y en parte porque ha concentrado importantes
planteles industriales y densas "poblaciones" de tipo marginaP^'. Cabe hacer no-
tar que la mayor parte del protagonismo de esta área en los hechos VPP de los
ciclos GGV y JAR tuvo relación, principalmente, con huelgas de tipo industrial
que estallaron en la zona y manifestaciones callejeras de los involucrados, de tipo
reivindicativo y funcional. En cambio, el protagonismo posterior a 1968 obedeció
sobre todo a acciones realizadas por los Pobladores, con fuerte presión sobre la
propiedad, pública y privada, y extensiones de esta presión sobre el Centro (Cívi-
co y Comercial) de la capital.

CUADRO 20. Violencia política popular (1947-87): Áreas metropolitanas comprometidas^^'*


(Porceniaies promedio de hechos, por área y ciclo presidencial)

GGV Cíe JAR EFM SAG APU APU APU Promedio


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
Areas
Sur 42,5* 25,3 32,3* 19,3 33,0* 24,4 28,1 30,2* 29,4
Centro 26,2 31,7* 38,2* 36,3* 24,4 25,1 22,7 26,0 28,8
Oriente 5,0 4,8 5,3 17,0* 14,3 34,6* 21,3* 15,1* 14,7
Poniente 10,0 9,5 12,0* 13,9* 14,8* 7,1 13,5* 12,6* 11,7
Norte 7,5 19,0* 9,8 9,9 11,7* 7,9 10,1 10,9 10,9
Ciudad 8,7* 9,5* 2,2 3,6 1,4 0,7 4,2 5,0* 4,4
Total % 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

* Superior a promedio del período.

El Centro Cívico y Comercial de Santiago fue, sin lugar a dudas, el eje de atrac-
ción y convergencia de los hechos VPP durante los ciclos democráticos 'normales'

La historia rehelde de los barrios capitalinos del sur (llamados "los potreros de la muerte" por el
intendente B. Vicuña M. en 1873) es antigua. Los primeros estudios de su explosividad política fueron
realizados por A. Portes. Véase su "Leftist Radicalism in Chile: a Test of Three Hypothesis", Comparative
Politics 2, N° 2 (1970): 251-74; "Political Primitivism, Differential Socialization and Lower Class Leftist
Radicalism", American Sociological Review 36, N° S (1971); "On the Interpretation of Class
Consciousness",American yourna/o/Socio/o^i) 77, N° 2 (1971); y "The Urban Slum in Chile: Types and
Correlates", Land Economics 47, N° 3 (1971).
Véase Apéndice I.J.

173
(Cíe, JAR, EFM). Ese hecho puso en evidencia la medida alcanzada por el cliente-
lismo estatal y la presión reivindicativa y funcional de las masas. Reveló también
la ausencia o debilidad de la presión ejercida sobre la propiedad y los barrios
acomodados de la capital. Sin embargo, desde fines del ciclo EFM, pero sobre todo
desde el ciclo SAG, el Centro de Santiago perdió la primacía como foco de atrac-
ción de los hechos VPR El foco popular Sur tendió a enlazarse con los otros focos
populares (Norte y Poniente), generando una dinámica expansiva que tendió a
envolver, por primera vez en la historia, el acomodado distrito residencial Oriente.
La irrupción de los ciclos APU llevó la presión sobre ese distrito a niveles excep-
cionalmente altos.
La ocupación del espacio urbano por parte de los hechos VPP cambió, pues,
con el paso del tiempo. El cambio realizado parece haber consistido en la ruptura
y declinación abruptas del clientelismo estatal -con debilitamiento de la mentali-
dad reivindicacionista institucional-, para actuar directa y destructivamente
(aunque con una intención social constructiva) sobre los bolsones concentrados de
propiedad, riqueza y poder represivo, con niveles crecientes de concertación entre
las áreas populares (Sur, Norte, Poniente)'^l Un viraje como ése no parece haber
sido resultado de una "conspiración", sino de un ajuste social espontáneo, consi-
derado el conjunto de las circunstancias. Pero su efecto neto fue, sin duda, generar
la sensación de que se había alcanzado el punto de intolerancia. Se observa que,
en este sentido, ese punto se alcanzó durante el ciclo SAG, pero no se lo dejó atrás
durante ninguno de los ciclos APU, lo que pareciera indicar que la saturación es-
pacial desatada por los hechos VPP estuvo también presente en los dos ajustes
institucionales indicados más arriba.
No es diferente el resultado cuando se observan otras variables saturadas por
los hechos VPP. En el caso de los costos sociales producidos por esos hechos -una
vez consumados-, por ejemplo, esa conclusión es aun más evidente. Claramente el
ciclo SAG alcanzó el punto de saturación, lo mismo que el segundo y sobre todo el
tercero de los ciclos APU. Aquí la variable 'costo social' se define como el puntaje
(único) ponderado del número de muertos, heridos y detenidos habido en cada
ciclo presidencial, en conjunto con el rango (ponderado) de los daños materiales
producidos. Véase el Cuadro 21.

Es de interés el trabajo de A. Rodríguez, Por una ciudad democrática (Santiago, 1984).

174
CUADRO 21. Violencia política popular (1947-87): El costo social "'
(Puntaje medio anual, según frecuencia y rango, por ciclo presidencial)

GGV ac m EFM SAG APU APU APU Promedio


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87 ciclos
¡temes
Daños maleriales 9,7 4,0 12,5 24,0 36,0* 12,8 42,3* 57,0* 26,0
Detenidos 5,5 5,8 11,0 16,7 21,0* 11,3 36,7* 39,0* 18,4
Heridos 7,3 6,3 11,0 13,0 33,0* 4,3 26,2* 23,0* 15,6
Muertos 2,0 1,0 1,5 1,3 7,0 4,2 10,8* 7,5* 4,4
Total 24,5 17,1 36,0 55,0 97,3* 32,6 116,0* 136,0* 64,4

índice 143 100 210 321 569 190 678 795

* Superior al promedio del período.


índice: Ciclo CIC = 1 00.

El costo social de los hechos VPP no incluye el costo devengado por los hechos
estatales autónomos de violencia política (es decir, sin interacción sobre escenario
público con actores populares), que no son examinados en este trabajo. Por tanto,
no incluyen las detenciones, torturas, encarcelamientos o desapariciones de indi-
viduos (de o vinculados al "bajo pueblo") que se han practicado fuera de los
escenarios públicos. Por otra parte, los costos sociales considerados en el Cuadro
21 han tenido diversa incidencia, pues han recaído sobre la propiedad pública, las
autoridades, los patrones, la propiedad privada, etc., tanto como sobre los mismos
protagonistas populares de los hechos. En general, puede decirse que la mayor
parte de los costos materiales ha recaído sobre el Estado y la clase propietaria,
mientras que la mayor parte de los costos humanos (detenidos, muertos, heridos,
exonerados; sin considerar los torturados y asesinados) han recaído sobre los acto-
res populares. En todo caso, la sensación de saturación y el punto de intolerancia
parecen relacionarse con el índice del costo social conjunto.
Es de suma importancia el hecho de que el costo humano del costo social
general de los hechos VPP haya sido un costo computable en su mayor parte al
movimiento popular mismo. Es importante porque, en términos de movimiento y
de dinámica historicista, el hecho de que las acciones VPP hayan continuado

Debido a la enorme extensión de las frecuencias correspondientes a las variables componentes del
'costo social', no se ha incluido su tabla completa en este texto, ni en sus Apéndices. Se las hallará en
el Informe de Investigación entregado a la Fundación Ford en 1989, Anexo I.

175
radicalizándose dentro de un nivel excepcionalmente alto (como lo fue el de
todos los ciclos APU), pagando por ello un costo humano también de excepción,
sugiere que la saturación de violencia puede eventualmente producir en el mo-
vimiento popular conjunto no un efecto de reajuste disuasivo (con paralización
de las acciones), sino otro de exacerbación y de insensibilización a los altos cos-
tos humanos pagados. En este caso, la saturación no parece desencadenar la
intolerancia a los hechos VPP, sino más bien aumentar su tolerabilidad. Sin duda,
no es posible comprobar por entero esa probabilidad, pero el análisis de los he-
chos VPP de las fases APU 1983-85 y 1986-87 así lo sugieren. De ser así, ¿es su
mayor tolerabilidad a los costos sociales de los hechos VPP lo que ha hecho del
movimiento popular exacerbado el percutor del 'punto de intolerancia' de la
clase dirigente nacional (militar y/o civil), situación que la ha llevado a inducir
ajustes institucionales de excepción?
El Cuadro 21 indica que los costos humanos pagados por el movimiento popu-
lar durante el segundo ciclo APU (1980-85) constituyeron los más altos de toda su
historia conocida. No obstante, durante el ciclo siguiente (APU, 1986-87), el monto
de los daños materiales producidos por los hechos VPP experimentó un aumento
de 63,1 por ciento, agresividad extra que arrastró un costo humano (popular) de
rango similar al ciclo récord (1980-85). La exacerbabilidad del movimiento popu-
lar durante los dos últimos ciclos APU fue indudablemente mayor y más riesgosa
que la ocurrida durante el ciclo SAG (durante éste, además, los objetivos de las
acciones VPP eran más confusos y menos unidireccionales). De cualquier modo, el
costo social pagado durante el ciclo SAG y durante los dos últimos ciclos APU
triplicó el del período democrático 'normal', pese a que dentro de ese período
también hubo una triplicación de costos, entre 1953 y 1969.
De nuevo, pues, el punto de intolerancia a determinados niveles de presión
VPP queda a la vista, tanto para el peak alcanzado durante el ciclo SAG, como para
el alcanzado durante los dos últimos ciclos APU. Con todo, es evidente que el cre-
ciente protagonismo histórico de los hechos VPP, y su conexión con los reajustes
institucionales de excepción que se han producido después de 1970, no podrían
reputarse como debidos exclusivamente a los gobiernos SAG y APU. En cierto sen-
tido, esos gobiernos se hicieron cargo de los peaks alcanzados por la VPP, no la
provocaron enteramente por sí mismos. De igual modo, los hechos VPP, que se
incrementaron durante esos ciclos a niveles de intolerancia, no podrían reputarse
enteramente al movimiento popular o a sus aliados en la acción, pues en los he-
chos VPP normalmente participaron -como corresponsables en la acción- diversos
agentes del sistema; y en lo estructural, el sistema por sí mismo. Lo relevante aquí
es el hecho de que las acciones VPP comenzaron a incrementarse y radicalizarse
desde fines del ciclo CIC, y aun de antes. El período democrático 'normal' (ciclos

176
cíe, JAR y EFM, sobre todo) se hizo cargo de duplicaciones y triplicaciones de los
hechos VPP que, de un lado, no logró neutralizar ni resolver (puesto que ellos
continuaron aumentando); y de otro, logró asimilarlos (puesto que los niveles de
intolerancia no se habían aún alcanzado). No cabe decir, pues, que en los tiempos
de la democracia (aludiendo a los ciclos señalados) no se conocía o no existía VPP
porque esos gobiernos eran democráticos, y que VPP existió durante los ciclos
SAG y APU porque entonces el gobierno no fue democrático.
Los hechos VPP, en verdad, parecen responder a procesos y factores que han
operado y operan a mayor profundidad histórica que los gobiernos de turno y que
la democracia formalmente entendida e implementada. Solo una hipótesis de este
lipo -manejada en la Primera Parte de este trabajo- podría explicar el comporta-
miento de los hechos VPp durante el (largo) período 1947-87. Una visión conjunta
de las principales variables de ese comportamiento puede obtenerse inspeccio-
nando el Cuadro 22, con el cual concluye este Capítulo.

CUADRO 22. Violencia política popular (1947-87): Radicalización global'"


(índice, según puntaje promedio anual, basado en frecuencia, rango y categoría)

GGV ClC JAR EFM SAG APU APU APU


47-52 53-58 59-64 65-70 71-73 74-79 80-85 86-87
¡temes
Modo de origen 128 100 408 380 764 192 524 636
Motivación 144 100 218 366 944 292 624 577
Instrumento 123 100 176 304 595 157 577 729
Participación 124 100 206 347 666 137 396 450
Area 120 100 50 130 50 20 230 330
í'ormas 130 100 210 409 809 227 587 527
'Contras' 144 100 263 388 852 280 810 944
Duración 100 100 200 314 914 157 371 800
Costos 147 100 200 294 597 180 656 735
Promedio 135 100 221 343 707* 201 605 685*

* Niveles de intolerancia.
índice: Ciclo CIC = 100.

Véase Apéndice 11.4. Basado en Apéndices I.I. a l.H.

177
CAPÍTULO III
EL MOVIMIENTO HISTÓRICO DE VIOLENCIA POLÍTICA POPULAR:
RELATO DE CUARENTA AÑOS

Los hechos de violencia político-popular no se presentaron a la conciencia públi-


ca bajo la forma de armazones analíticos, como la vista en el capítulo anterior. En
realidad, lo hicieron como sensaciones concretas, continuas, e imágenes orgánica-
mente integradas a sus actores protagónicos y espectadores periféricos. Bajo esa
forma y en esa conciencia devinieron en acontecimientos; es decir: 'viniendo a cuen-
to' y relato. En este capítulo se intentará reproducir, de modo inevitablemente
esquemático, los hechos VPP "tal como acontecieron". Es decir, la forma objetivada
del relato social. A este efecto, se construirá una sucinta crónica de los hechos más
representativos de cada uno de los escenarios históricos del período bajo estudio.
Como se preanunció en los capítulos previos, en el período examinado se han
distinguido tres escenarios históricos: (a) el de descomposición interna del nacio-
nal-desarrollismo (1947-58); (b) el de recomposición y crisis del nacional-populismo
(1959-73); y (c) el de la irrupción de la dictadura librecambista (1973-87). Cada
uno de estos escenarios constituyó una situación específica, articulado según una
lógica interna que asignó roles facluales, de un modo u otro, a los actores involu-
crados en ella. Coaccionado por esas situaciones y por esa lógica, amén de impulsado
por .sus propias predisposiciones interna.s, el movimiento popular desplegó, en cada
caso, un determinado código de hechos VPP, típico para cada escenario.
Con todo, los escenarios históricos no se comportaron como estructuras hermé-
ticas, sino dinámicas y abiertas. Es decir, su lógica interna, aunque suficientemente
circular como para redondear un código típico dentro de un mismo tramo tempo-
ral, proyectó de todos modos, más allá de sí, un sentido o movimiento macro de
desenvolvimiento. El deslizamiento de los escenarios a lo largo de estas macro-
proyecciones fue lo que, en definitiva, tensó la lógica interna hasta generar
desenlaces que inauguraron, por rotación progresiva, nuevos escenarios. De este
modo, un escenario histórico condujo a otro, en un lapso de proceso-tiempo que
fue variable, pero que, en el período estudiado, fluctuó en torno a los quince años.
Conforme a este comportamiento 'escénico', los hechos VPP se constituyeron de-
terminados, de un lado, por la lógica interna de cada escenario; pero determinando

179
ellos mismos, de otro lado -como macro-proyección-, al desenvolvimiento del proceso
global. Como si la levadura del movimiento popular actuara dialécticamente con el
horno de cada escenario histórico: comprimida al principio (cuando fría), pero compri-
miente después (ya caldeada); acosada primero hasta alcanzar su punto interno de
intolerancia, expandida más tarde hasta desencadenar el punto de intolerancia de la
estructura caldeante. Podría decirse que, hasta 1969, la interacción entre escenario y
movimiento popular estuvo determinada por la lógica interna del primero; pero que
desde ese año el determinismo se revirtió, y el historicismo de los hechos forzó enton-
ces un giro rotatorio de las estructuras escénicas (solo que no en la dirección del
social-historicismo, sino en el sentido grávido de las estructuras).
La crónica que sigue intentará describir los hechos VPP conforme a su doble
dimensión dinámica: como hechos escénicamente determinados, y como tenden-
cias proyectivamente determinantes. La selección de los hechos que se expondrán
se realizó en función de su capacidad para traslucir esa doble tensión. Así, como
hechos escénicamente determinados, los casos que se relatarán recogen la lógica
situacional y el típico "color local". Pero como hechos proyectivamente determi-
nantes, ellos irán constituyendo, uno con otro, la proyección macro que desencadenó,
en el sistema, los puntos de intolerancia de 1973 y de 1986-87.

1. Composición y descomposición del nacional-desarroUismo (1932-58)

a. El escenario
Los principales constructores del escenario nacional-desarrollista fueron, sin
lugar a dudas, Arturo Alessandri Palma, y la clase política civil que él, entre 1920
y 1938, representó y encabezó. En general, la lógica interna del escenario construi-
do por ellos se compuso de las premisas que se describen a continuación:

(1) El grupo social que desde 1932 hegemonizó la modelación de las estructu-
ras nacionales fue la 'clase política civil', y no el empresariado confederado ni el
movimiento popular organizado ni el estamento militar. En verdad, la llamada "con-
solidación democrática" de la sociedad chilena y la "industrialización sustitutiva"
(ambas tareas realizadas desde el Estado), encubrieron el desplazamiento político
de esos tres actores funcionales, así como la hegemonía que sobre ellos ejerció,
desde 1932, la clase política civil.

El frente más significativo donde la clase política civil luchó la construcción de


su hegemonía fue el de sus relaciones con el "empresariado confederado".

180
Como se dijo antes, hasta 1914 aproximadamente el empresariado industrial
chileno se halló en una situación apendicular y dependiente respecto del podero-
so conglomerado económico constituido por las casas comerciales y bancos
extranjeros, y sus respectivos holdings productivos. Hasta entonces, el desarrollo
industrial chileno se había producido bajo esa sombra. La Primera Guerra Mun-
dial agrietó el edificio conglomeral, permitiendo, por sus fisuras, la aparición del
"nacionalismo industrial". Fue entonces cuando el empresariado industrial co-
menzó a meditar -tímidamente- sobre dos posibilidades: una, la eventualidad de
(jue él mismo pudiera reemplazar, en el liderazgo económico de la nación, al tam-
baleante conglomerado económico extranjero (que había desempeñado ese rol por
casi un siglo); y otra, que el Estado pudiera reformarse en un sentido productivis-
ta, corporatista y nacionalista (dado que, durante ese siglo, había estado más cerca
del conglomerado que de los industriales)''-.
Entre 1917 y 1938, aproximadamente, el empresariado nacional (industrial prime-
ro y confederado después) borroneó un modelo de Estado Nacional-Desarrollista, de
consistencia social corporativa y con evidente influencia de los modelos italiano y
alemán. Ese borrador emergió nítidamente en sus debates internos y en sus peticiones
a los gobiernos de tumo'^^ Con todo, su presión política fue débil en este sentido, no
lanto por lo incipiente de la industrialización misma (que era mucho mayor que su
capacidad política), como por no tener a su haber tradición de Hderazgo.
El movimiento político del empresariado industrial fue, en consecuencia, neu-
tralizado, tramitado y finalmente obviado por la clase política, especialmente por
su segmento civil. Entre 1917 y 1924 su demanda de activo proteccionismo indus-
trial fue recogida, pero desoída. Entre 1927 y 1931, el general Carlos Ibáñez recogió
solo la parte financiera de las peticiones empresariales. Entre 1932 y 1938 -fase
en que se libró la batalla política crucial-, su lucha (ya a "juego perdido") por el
establecimiento de un Consejo Económico y Social autónomo e independiente de
la clase política civil y del Estado, fue tramitado y finalmente revertido por el
Presidente Alessandri y su ministro Gustavo Ross (se aprobó un Consejo con ma-
yoría de la clase política civil)"^ Hacia 1934, ya era evidente que sus bosquejos de

Salazar, "El empresariado industrial...", vol. II.


El Boletín de la Sociedad de Fomento Eabril reflejó directamente el desarrollo de ese borrador desde la
Convención de Industriales de 1917. Los resultados de la gran Convención de la Producción y el Comer-
cio, de 1934, lo mismo que su petición al gobierno de crear un Consejo Económico y Social autónomo,
dieron también cuenta de su concepción de que el Estado debía estar constituido en conformidad a los
intereses de las "clases productoras" (véase £7 Mercurio, del 7 al 15 de junio de 1934).
La presión de los industriales no fue, sin embargo, ni profunda ni perseverante. En realidad, su visión de
la clase política era extremadamente crítica y no confiaba en el resultado de sus gestiones. En 1905 se
(Continúa en la página siguiente)

181
Estado habían sido descartados. Hacía 1940, y tras la creación de la Corporación
de Fomento de la Producción (Corfo), era ya un hecho irreversible que el empresa*
riado industrial (a esta altura coligado al comercial y financiero) estaba ya excluido
de la estructura orgánica del Estado y sin posibilidad de ejercer, desde dentro o
desde fuera del Estado, el liderazgo económico de la Nación. Esto significaba que
su estatus político no era diferente del que tenía el movimiento popular o el esta-
mento militar: desde fuera del Estado tenía que beneficiarse de las políticas
aprobadas (o no) y reivindicar frente a él sus propios intereses. Hacia 1940 ya
había emergido un empresariado tecnocrático fiscal -creación de la clase política
civil en el contexto de su propia hegemonía-, que entró a gobernar la economía
nacional como una sola gran empresa. Reemplazaba así, de hecho y desde el Esta-
do mismo, al conglomerado extranjero, el cual había sucumbido casi por completo
ante la crisis de 1930, de catastróficos efectos en la estructura comercial del país.
En realidad, la crisis de 1930 dejó al Estado en la necesidad de asumir el con-
trol (y monopolio) del comercio exterior, y el control (y monopolio) del comercio
interior de divisas de la República. Eso equivalía a asumir de hecho el rol históri-
co que hasta 1930 había desempeñado -relativamente bien- el conglomerado
extranjero. Y eso mismo creaba la oportunidad para que el grupo o clase social que
eventualmente controlara los aparatos del Estado pudiera transformarse, sin más
esfuerzo que el político, en una suerte de super-empresariado nacional. Pues, por
primera vez en la historia de Chile, el Estado no estaría estacionado debajo del
conglomerado rector de la economía, sino identificado con él y, en cierto modo,
por encima de él.
De este modo, el "nacionalismo económico", que había brotado como una tími-
da ideología empresarial desde el remezón conglomeral de 1914-17, se halló, después
del gran sismo de 1930, materializado como estructura estatal y tinglado legiti-
mante de la hegemonía alcanzada por la clase política civil después de ese sismo.
No era la posibilidad prevista por el empresariado, pero sí una realidad que la
clase política civil juzgó imprescindible cultivar y defender. Naturalmente, esa
realidad exigía un cambio en los modos y estilos de hacer política; entre otras

afirmaba:"... la insaciable hambre oligárquica de aquellos que, escudados en el apellido de sus padres o
en el origen de su cuna, juzgan que el Estado es una Providencia que debe alimentar a los haraganes e
ineptos. Todo este cúmulo de escándalos es obra exclusiva de la política, y de esa política verbosa, insus-
tancial, disociadora y disolvente, torpe y banal..." N. N. "Siempre la politica", La producción nacional,
N° 6 (190S): 1. En 1915, la critica seguía siendo la misma: "Los ministros, como los partidos de Gobierno,
jamás han prestado atención a los problemas económicos y sociales. Sin embargo, la situación financiera
y económica del país requiere la atención decisiva de los poderes públicos". Boletín de la Sociedad de
Fomento Fabril (abril 1915): 203. Véase Salazar, 'El empresariado industrial...', vol. II, pp. 241 et seq.

182
cosas, porque ahora los estadistas tenían que ser, al mismo tiempo que los astutos
parlamentarios de siempre, los nuevos grandes empresarios de la República. La
necesidad de este cambio fue claramente intuida por los grandes líderes de la
época, y muy particularmente por Pedro Aguirre Cerda, para quien el "arte de
gobernar" exigía una dosis creciente de ciencia y manejo tecnocrático de la "gran
empresa" que era la Nación"^
Significativamente, todos los partidos políticos se preocuparon, después de 1934,
(le incluir dentro de sus programas de acción ideológica, planes de acción empre-
sarial sobre las necesidades de desarrollo global del país. Fue en este contexto
donde surgió y se legitimó la noción de Estado Empresarial y/o de Estado Fabril"''.
Y con este fin trabajaron, conscientemente o no, pero por igual, los grupos libera-
les del Presidente Alessandri (que desplazaron a los actores sociales enumerados
arriba) y los grupos desarrollistas del Presidente Aguirre (que actuaron posesio-
nados ya de la atribución empresarial de la política).
En suma, el nacional-desarrollismo se estructuró en Chile como un movimiento
político que, al heredar el liderazgo económico del país de manos del conglomerado
mercantii-financiero extranjero, definió la sociedad nacional como una sola gran
empresa. Formó entonces un empresariado tecnocrático de Estado, a efectos de ad-
ministrar esa gran empresa principalmente a través de la manipulación de las políticas
comerciales, cambiarías y financieras. Así, la unidad empresarial de la Nación devi-
no en un valor político superior a la diversidad social de la misma; y la política como
tal, en una actividad hegemónica sobre todo lo social o corporativo privado.

(2) El Estado Empresarial constituido en los años treinta (sobre la base de la


función rectora legada por los comerciantes extranjeros) resultó, sin embargo, y
por diversas razones, menos autónoma y eficiente de lo que había sido en el pasa-
do su antecesor

La función rectora legada por los comerciantes extranjeros no era ni pudo ser, para
sus herederos, un instrumento de libre uso. Era, en el fondo, una estructura acumulati-
va pacientemente labrada y perfeccionada a lo largo de cien años de inteligente trabajo
comercial. Su poder de acción era ampho en un sentido y limitado en otros. Asimismo,
estaba construida a imagen y semejanza del emplazamiento internacionalista de sus
antiguos dueños (que eran comerciantes y extranjeros), y no del emplazamiento loca-
lista, político y productivista de los nuevos. En suma, escondía trampas y sorpresas.

Salazar, "Problemas históricos...", cap. V; P. Aguirre C, El problema agrario (París, 1929); y El problema
industrial (Santiago, 1933), passim.
A. IVlontenegro, Historia general de ¡a industria fabril en Chile (Santiago, 1947).

183
La trampa principal era que la función rectora de la economía nacional respon-
día consustancialmente a una lógica mercantil y financiera. En lo esencial, eso
significaba que la inversión reproductiva -eje para el desarrollo industrial del país-
se había estructurado, de una parte, como una función del comercio exterior (im-
portación de máquinas, herramientas, materias primas y combustibles); y de otra,
como una función del mercado nacional de divisas extranjeras (el peso chileno no
tenía poder liberatorio en el mercado internacional). Se trataba, en realidad, de
una lógica de desarrollo capitalista que hacía pasar estructuralmente todo proce-
so expansivo por las bóvedas acumulativas de las grandes casas comerciales y bancos
extranjeros que habían monopolizado el comercio exterior y las divisas disponi-
bles del país. Esta lógica de desarrollo había bloqueado consistentemente, por
más de medio siglo, la capacidad nacional para producir medios mecánicos de pro-
ducción y bienes de capital (fundiciones e industria metalmecánica, en especial),
aunque sí había favorecido el desarrollo de las ramas industriales que producían
bienes de consumo directo. En esta lógica, el comercio extranjero ocupaba exacta-
mente el centro estratégico y el cuello de botella'".
La estatización de la función rectora constituyó en el fondo un cambio de pro-
piedad, pero no una modificación de la lógica acumulativa ni de la estructura
productiva de la economía nacional. En consecuencia, la principal tarea que debía
cumplir la clase política civil, en tanto que 'empresarios de la Nación', fue proveer
al mercado interno de máquinas, herramientas, etc., y de divisas para importar e
invertir, según lo requiriese el mismo desarrollo de la producción. Cumplir tales
tareas no hubiera sido difícil, si el Estado chileno hubiese controlado -como el
conglomerado extranjero antes que él- al sector exportador que producía la ma-
yor cantidad de divisas para el país, a las empresas extranjeras que fabricaban
tecnología y maquinaria sofisticada, a la banca internacional que proveía de mo-
neda dura, y a los contactos del capitalismo monopólico mundial, que daban fluidez
a los negocios. Pero el flamante Estado Empresarial (mercantil-financiero) chile-
no no controló casi nada de eso, y menos aún después de que estalló la Segunda
Guerra Mundial, que cerró el crédito internacional, cercenó Europa para las ex-
portaciones chilenas y subordinó la economía nacional a un Estados Unidos que
estaba más interesado en hegemonizar Europa que en desarrollar el capitalismo
en América Latina.
Tras asumir la función rectora mercantil-financiera, el Estado Empresarial chi-
leno no pudo comportarse sino como un mercader sin mercados y un banquero sin

Un mayor desarrollo de este análisis en Salazar, "Algunos aspectos fundamentales...", pp. 65-100; y
"Entrepreneurs...", ch. V. y en Historia de la Acumulación Capitalista en Chile. LOM Ediciones (2003),
Nota del Editor.

184
liquidez. Es decir, se halló condenado a no reeditar la eficiente actuación desarro-
Uista del viejo conglomerado extranjero, justo cuando su discurso exaltaba con
altos decibeles el futuro promisor del nacional-desarrollismo. Al final, su tarea
consistió en administrar políticamente la compresión que todo eso descargó sobre
los actores estatalmente desplazados en los años treinta, y la crisis social que, de
rebote, comenzó a cuestionar al mismo Estado. Y como nadie pensó seriamente en
promover una revolución nacional-productivista (al estilo japonés o alemán), por-
(lue eso significaba ir contra la tradición en Chile y contra las democracias aliadas
en Occidente, entonces no quedó más salida que perseverar en la contradicción
nacional-desarrollista hasta su explosión final. Así, la clase política civil quedó
cogida en la trampa de una función rectora que ningún actor social-productivo
chileno había, en el siglo previo, preparado a imagen de los intereses locales.
Naturalmente, desde el momento en que comenzó a sentirse el zugzwang en
que se encajonó el ajedrez de la gran 'empresa nacional', se hizo claro que había
que hacer algo. Algo, desde luego, que no significara violar el código lógico de
ese zugzwang. Es decir, algo para aliviar lo desesperado del caso. ¿Qué podía ser
ese algo? Simplemente, solicitar crédito y máquinas a Estados Unidos -el verda-
dero administrador, al final, de la función rectora heredada y mantenida por el
Estado Empresarial chileno-, en las condiciones que esa potencia, en plena si-
luación de guerra, tuviera a bien conceder. Eso es lo que tuvo que hacer el Frente
Popular. Es decir: aceptar políticamente el hecho de la dependencia económica,
fomentar el imperialismo mientras se hablaba de nacionalismo industrial, impo-
ner la dominación comercial y financiera para desarrollar la producción y, al
final, descargar el costo de un liderazgo económico desnacionalizado sobre los
hombros de los actores socio-productivos políticamente desplazados. Peor aún:
listados Unidos tampoco reeditó la actitud colaboracionista que el antiguo con-
glomerado extranjero había desplegado hacia la modernización y desarrollo de
las fuerzas productivas locales"*.
La victoria de la clase política civil sobre los actores sociales desplazados por
ella en los años treinta fue, pues, una victoria táctica transitoria, con derrota es-
tratégica a mediano plazo. En rigor, el modelo mercantil de desarrollo que la clase
política civil tomó bajo su control durante esa década ya estaba económicamente
colapsado (por sus crisis de 1914 y 1930), de modo que después de eso solo podía

El efecto regresivo de la conexión norteamericana sobre la economía chilena, con respecto a la co-
nexión europea que la precedió, puede observarse en Salazar, "Movimiento teórico...", Cuadro 1. Ese
efecto, como un boomerang, se volvió contra los gobernantes 'desarrollistas', y en especial, contra O.
Schnake.

185
evolucionar hacia su colapso político. Y fue este colapso político el verdadero lega-
do que, en definitiva, asumió y pagó a su costa la clase política civil chilena. Eso,
que para ella ya era difícil de intuir en 1930, lo fue más aún a lo largo de su propio
colapso. Solo la dictadura del general Pinochet la ha hecho meditar un tanto a ese
respecto. De cualquier modo, lo cierto fue que el desarrollo de la economía nacio-
nal, iniciado con dinamismo y esperanza en 1938-39, se había detenido y estancado
a mediados de 1950, incluso perdiendo el ritmo alcanzado en las etapas anteriores
a la crisis de 1930i«.

(3) La idea-fuerza de la gran 'empresa nacional' unitaria determinó la necesidad


de clientelizar políticamente los movimientos sociales de todo tipo, anonadando
su protagonismo histórico; mientras tanto, se les subsumía en la categoría anóni-
ma de 'electorado nacional', que era esencial, en cambio, para la reproducción de
la hegemonía de la clase política civil sobre la sociedad y el Estado. Esto equivalía
a estructurar un sistema político típicamente liberal-mercantil, sin contenido
social consistente; y, al mismo tiempo, a cultivar reventones de agitación social
difíciles de controlar políticamente.

La clase política chilena se formó y desarrolló dentro del Estado liberal-mercan-


til del siglo XIX, de modo que ya en el XX demostró una consistente repulsa a todo
tipo de corporatismo social o a cualquier conato protagonizante por parte de algún
movimiento social (para los grandes políticos liberales de comienzos de siglo, la "cues-
tión social" no existía). Esa repulsa se manifestó en la persecución lanzada desde
1918 contra la inclinación sociocrática (descalificada como "anarquista" y "subver-
siva") del mutualismo chileno; en la tramitación, neutralización y obviamiento de la
ofensiva corporatista dialogada que lanzó, desde 1917, el empresariado industrial; y
en la tendencia a cuadrillar el sindicalismo asalariado dentro de un Código (liberal)
concebido para impedir el riesgo de un desequilibrio tensional entre las clases anta-
gónicas. Código que se impuso políticamente en 1931. La repulsa afectó también al
movimiento social campesino, el cual, aunque desde antes de 1920 comenzó a reivin-
dicar su derecho a la organización y a un trato socioeconómico más justo, fue
consistentemente dejado de lado por todos los partidos políticos influyentes. Por
último, el estamento militar vio postergadas, desde 1932, tanto sus reivindicaciones

La crisis del movimiento nacional-desarrollista promovido por la clase política civil desde la década
de 1930 se presentó nítidamente en 19S4-5S, motivando el surgimiento de un intenso debate teórico.
Entre otros, 0. Sunkel, "Cambio y frustración en Chile", Economía 23, N° 88-89 (1965): 5184; y Pinto,
Chile, un caso...

186
políticas de tipo liberal puro como las de tipo sociocrático, al paso que su condición
económica y profesional comenzó a ser oblicuamente tratada. De modo eventual,
además, esa repulsa se manifestó en represiones que pusieron sangriento fin a los
conatos más osados del movimiento sociocratista, sobre todo durante la segunda
administración del Presidente Alessandri'*.
Uno tras otro los movimientos sociales fueron despojados, legal y violentamen-
te, de su protagonismo político. Con ello, esos movimientos perdieron -unos más,
otros menos- autonomía de acción y sentido de responsabilidad en los procesos
políticos funcionales y/o de construcción de Estado. Tal despojo se realizó a nom-
bre de la unción y confirmación de sus miembros como ciudadanos socialmente
anónimos con derecho a voto, y como empresarios o trabajadores con identidad
organizacional reivindicativa regulada por y de frente al Estado, pero en todo caso
subordinada a los intereses de la "gran empresa" que era la Nación. La acción que
en este sentido realizó la clase política civil produjo despojo de protagonismos
políticos en un lado, pero concentración de los mismos en otro. Irresponsabilidad
política creciente en la masa ciudadana, y maximización de responsabilidades es-
iructurales en la clase política civil en general y en sus respectivos partidos y
movimientos. Anonadación de la historicidad formal de la sociedad, y totalización
de la historicidad legal del flstado.
No obstante, la reproducción cíclica de la clase política civil pasaba por la
rutina electoral. Es decir, dependía periódicamente (y al final, frenéticamente)
del electorado nacional. Lo cual significaba depender de una masa anonimizada,
irresponsable de los procesos políticos centrales, ignorante de los aspectos téc-
nicos de la crisis global, y cuya opinión política carecía de una base informativa
sólida y cultivada. El clientelismo estatal impuesto en todas partes por la clase
política civil imprimió el sello de la "sociedad de masas" encima de la antigua
sociedad de clases. El colapso del viejo periodismo social, la desaparición de los
Centros de Estudios Sociales, el eclipse de la sociabilidad corporativa y de la
democracia mutual, hicieron descender la cultura política a un mínimo, deslin-
dante a veces con lo pre-político. De este modo, la irracionalidad y las
"mutaciones" imprevistas comenzaron a corroer por dentro, nada más y nada
menos, el cuerpo viviente de la "soberanía popular". Así, la obra maestra de la
clase política civil -la democracia nacional-desarrollista-, no solo se asentó so-
bre el barro interno de esa soberanía, sino sobre el magma volcánico que

Sobre el movimiento sociocrático chileno, P. Drake, "Corporatism and Functionalism in Modern Chilean
Politics",yoiiriia/ of Latin American Studies 10, N° 1 (1978); y H. E. Blcheno, "Anti-Parliamentary Themes
in Chilean History. 1920-1970", Government & Opposition 7, N° 3 (1972).

187
soterradamente crecía allí. Así, mientras intentaba cultivar ciencia en las cimas
de la política, cultivaba irracionalidad y anomia de masas en la base social.

(4) El polígono formado por las tres tendencias anteriormente descritas -más
otras que aquí no se han descrito- constituyó una situación global o escenario
histórico que predeterminó, para los distintos actores nacionales, roles estruc-
turales (más o menos explícitos) y roles históricos de movimiento (más o menos
implícitos). En ese escenario, entonces, el proceso político tendió a escindirse
entre dos dinámicas desencontradas: una racionalidad superestructura! de con-
tenido histórico irracional, y una irracionalidad político-social, de contenido
histórico racional.

La lógica interna del escenario histórico del nacional-desarrollismo desborda-


ba a babor y a estribor, por lo tanto, el discurso de mando de la hegemónica clase
política civil, ya que donde predicaba nacionalismo, había en el fondo una dosis
alta de dependencia. Y donde se anunciaba voluntad industrializadora, había en el
fondo reproducción ampliada del viejo capital mercantil-financiero (foráneo). Y
donde se preservaba la supremacía de estructuralismo inherente al desarrollo de
la gran empresa nacional, había en el fondo estagnación económica y acrecenta-
miento del potencial historicista de la baja sociedad. Y -lo que no fue lo menos
importante- donde se reverenciaba una democracia moderna, no había sino una
fluctuante democracia de masas premodernas. Todos los procesos políticos tenían,
pues, doble fondo. Un divortium acquarum que, más temprano que tarde, desunía
lo que trabajosamente los políticos intentaban unir O alteraba en los hechos lo
que se había prometido en los programas, quebrando las palabras comprometidas,
desfondando las acciones consecuentes y obligando a muchos a girar en círculos
en torno a distintas lealtades. Nadie, en esa atmósfera difusa, era realmente el
que parecía ser.
Así, por ejemplo, el más recalcitrante librecambista de derecha del período (Gus-
tavo Ross S.M.) fue uno de los más eficientes artífices en la constitución original del
Estado Empresario (mercantil-financiero). Arturo Alessandri P., por su lado, idola-
trado en un tiempo como el "caudillo de la chusma popular", fue en el fondo el más
sistemático destructor del movimiento sociocrático popular Y Carlos Ibáñez del
Campo, "hombre fuerte", "tirano" y "dictador", fue el que má s cerca estuvo en los
años veinte de resolver las demandas de todos los actores sociales desplazados por
la clase política civil, para convertirse durante los años cincuenta en el gobernante
que más cerca estuvo de satisfacer ciento por ciento las demandas del capitalismo
mercantil-financiero internacional. Por su parte, la izquierda socialista enrolada en
el Frente Popular se vio entrampada en débiles negociaciones con Estados Unidos, a

188
efectos de recontratar la dependencia estructural del capitalismo chileno. Asociada
estrechamente a la clase política civil, la cúpula nacional del sindicalismo criollo se
dejó arrastrar también por la dinámica del juego a dos bandas"'.
Ese juego, inevitablemente, condujo al quiebre de los frentes, bloques y
partidos, y desarrolló en grado candente, en el interior de la clase política
civil, la "lucha ideológica", la confrontación lateral, la violencia contra adver-
sarios. La desocialización de la política nacional conducía así al
autodescuartizamiento de lo político. De modo que no extrañó a nadie que los
aliados del Frente Popular, victoriosamente unidos a fines de los años treinta,
se despedazaran en las calles a mediados de los cuarenta. El hegemónico Parti-
do Radical, alineado tras la industria nacional y el movimiento popular en una
década, se alineaba tras el librecambismo internacional y el empresariado
monopólico en la siguiente. Hacia 1950 se había roto la identidad de la izquier-
da, del centro y de la derecha. Los partidos intercambiaban sus programas, sus
militantes y sus alianzas, al mismo tiempo que combatían encarnizadamente a
sus pares de ayer.
De este modo, la ciudadanía se halló apretada entre una decreciente producti-
vidad industrial, con inflación creciente, y un expansivo, híbrido y caotizado sistema
político. Y esto justo cuando la situación de esa ciudadanía se hallaba definida por
un grado máximo de clientelismo político-estatal y un grado mínimo de corporati-
zación social y responsabilidad política. De este modo, la tensión circundante solo
podía canalizarse proyectando la irresponsabilidad básica a través de las múlti-
ples vías del clientelismo, ecuación dinámica que solo podía dar como resultado,
en términos sociales, un reivindicacionismo maximizado, y en términos políticos,
la promoción de algún tipo de cesarismo o caudillismo (de masas). No habiendo
otro pilar sólido que el mecanismo electoral, la clase política civil se apresuró a
hacerse cargo del reivindicacionismo maximizado de las masas (lo que la llevó a
transformar el Estado Empresario en un Estado Social-Benefactor), pero solo para
acrecentar la tasa inflacionaria e iniciar la represión del excedido movimiento de
masas. Esto naturalmente gatillo la cápsula segunda de ese movimiento: la promo-
ción del caudillismo y el triunfo inesperado y aplastante en 1952 del ex "tirano"
Carlos Ibáñez del Campo, el cual en ese contexto no pudo alinearse con ninguna
lógica, ni ser el hombre fuerte de nada"-.

La mejor visión de este controvertido periodo sigue siendo la externa: Drake, Socialism and Populism...,
passim; S. Romualdi, Presidents and Peons. Recollections of a Labor Aynbassador in Latin America (New
York, 1967); y F. Pike, Chile and the United States. 1880-1962 (Notre Dame, Ind., 1963).
Una aguda percepción de la crisis política del nacional-desarrollismo controlado por la clase política
civil, en 0. Bermúdez, £í drama político de Chile (Santiago, 1947).

189
Hacia 1950, ya era claro que las masas ciudadanas, y especialmente las masas
populares, estaban rebotando con veinte años de retraso la repulsa que la clase
política civil había lanzado contra ellas en los años veinte y treinta. La sorda
crítica popular a la conducta histórica de la clase política civil y al conjunto del
sistema que ella comandaba -sin poder manifestarse completamente a través
del monosilábico mecanismo electoral y de los asimétricos canales del cliente-
lismo, y sin tener a mano cultura política suficiente para reconstruir el Estado-
comenzó entonces a tomar el más ancho y expresivo camino de las acciones di-
rectas contra el Estado. Es decir, alimentó la multiplicación y expansión de los
hechos VPP.

b. El movimiento VPP
El escenario que se bosquejó más arriba determinó que aproximadamente en-
tre 1947 y 1958, los actores sociales populares sintieran, cada cual a su modo y
según su situación específica, una aguda punzada de identidad. Hambre vaga de
protagonismo vago. Compulsión historicista.
Para empresarios, empleados y obreros, eso significó lanzarse a la lucha por
alzar los precios antes que los salarios, los primeros; y por nivelar los salarios a los
precios, los siguientes; lo cual significaba imponer sobre la clase política civil y el
Estado la espada de Damocles de "la espiral precios-salarios" y los "flujos y reflu-
jos de la agitación social". Y ello, en el fondo, no era sino el juego a dos bandas
llevado a una potenciación histórica superior a toda política.
Para las masas desempleadas y marginales, que crecían vertiginosamente en el
bajo fondo del estancamiento industrial, esa compulsión indicó la señal para salir
a la calle y tomar por sí mismas, en acción directa, lo que se necesitaba para man-
tener cuando menos una mínima identidad social. Lo que, en el fondo, era descartar
todo clientelismo para asumir a cambio, de lleno, el protagonismo histórico-social.
Los reventones sociales comenzaron a multiplicarse, espontáneamente, hasta
comenzar a invadir desde la base el sistema político. Los partidos sintieron que
la soberanía popular entraba en erupción, fuera de todo control preestablecido.
Sensibles a eso, presintieron que debían ajustar sus definiciones, programas,
alianzas y conductas a los nuevos y riesgosos brotes que emergían de la base
social. Para todo efecto práctico, ello consistía en la modernización y socializa-
ción del desarrollismo; es decir, en un incremento de las tasas netas de desarrollo
económico (mejorando la ciencia gubernamental en varios puntos) y en un en-
sanchamiento de los canales participativos de la masa ciudadana, lo cual
involucraba mayor tecnocratismo y mayor populismo; o sea, los soportes que per-
mitían transitar desde el precientífíco nacional-desarrollismo al planificado
nacional-populismo.

190
El movimiento VPP correspondiente al escenario 1947-58 se caracterizó, pues,
por el reivindicacionismo excesivo, el espontaneísmo sub-político, la lucha encar-
nizada contra adversarios, y un tono general de irracionalidad y futilidad.
El espontaneísmo: el libre juego de la punzada protagónica

Las cosas no se habían dado bien en la mañana del 12 de enero de 1947 en el


Hipódromo Chile.
Para empezar, en la cuarta carrera se había dispuesto un intempestivo cam-
bio de monta cuando ya se habían timbrado los boletos. El público protestó largo
rato, y quedó inquieto. De modo que durante el transcurso de la quinta carrera,
la gente se mostró desconcentrada, inusualmente bulliciosa. El final de "la quin-
ta" fue estrecho y milimétrico. Cuando por los parlantes se anunció el "fallo
fotográfico", a todos les pareció dudoso o injusto. La masa comenzó a agitarse en
sus asientos.
Fueron los espectadores de la tribuna alta los que irrumpieron con gritos más
consistentes de protesta. El bullicio, entonces, aumentó de grado. Algunos espec-
tadores de la tribuna baja saltaron la reja de fierro y entraron en la pista. Diversos
grupos comenzaron a desplazarse en direcciones encontradas. Desde uno de esos
grupos comenzaron a tirar botellas y piedras contra las instalaciones de apuestas.
El ruido de vidrios quebrados pareció electrizar el aire y más y más grupos comen-
zaron a invadir la pista de carrera, lo que obligó a jinetes y caballos a replegarse
en sentido opuesto. La multitud comenzó a tirarles piedras.
El orden funcional del espectáculo quedó roto. Masas de gente se desplaza-
ban en todas direcciones, en actitud de ataque. Varios tumultos y disturbios
estallaron simultáneamente. Los espectadores de las aposentadurías superio-
res comenzaron a lanzar sillas y bancas hacia las inferiores. Algunos, armados
de palos, avanzaron rompiendo cuanto vidrio hallaban a su paso. Otros rom-
pían las pizarras y las cabinas telefónicas. Las casetas recibidoras y pagadoras
fueron derribadas, a pesar de los gritos y protestas de los cajeros que no alcan-
zaron a escapar. Y fue entonces cuando al cajero Bolívar Faiíndez Henríquez le
arrebataron su reloj, le destrozaron la ropa y le llevaron cerca de 20 mil pesos
en efectivo. El descontrol y la destrucción se esparció así como una ola por
todo el recinto.
La escasa dotación policial que estaba presente no pudo contener a las tur-
bas enfurecidas y se replegó a solicitar refuerzos. Cuando llegaron los piquetes
de policías a caballo, fueron recibidos por una lluvia de piedras, palos, botellas,
y por una masa agresiva, fuera de sí. Sin embargo, tras media hora de acción
represiva, la policía logró dispersar a la multitud y restablecer el control. Se

191
tomaron seis detenidos y no hubo ningún herido. Los daños materiales fueron
cuantiosos'''*.
La reacción desmedida de las masas ante un hecho que ellas estimaban injusto
fue un evento VPP altamente frecuente durante la fase de descomposición del
nacional-desarrollismo. La consiguiente confrontación con la policía reflejó tam-
bién la animosidad existente contra las llamadas "Fuerzas del Orden". En ciertos
casos, el enfrentamiento a esas fuerzas fue más directo y con más graves resulta-
dos. Así sucedió en el que se describe a continuación.
A las 19.50 horas del sábado 21 de abril de 1949, un policía uniformado y otro
de civil se hallaban cumpliendo tareas de rutina en la calle San Diego a la altura
de la calle Bío-Bío. En un momento dado, se percataron de la presencia sospechosa
de tres individuos que llevaban un carro de mano cargado de fierros y otros imple-
mentos. Decidieron inspeccionarlos, pero los sospechosos -según el parte policial-
soltaron el carro, se desplegaron en abanico y atacaron a los policías, fierro en
mano. Fue un incidente confuso. Pero, sintiéndose amenazado, el policía de civil
(Alejandro Rodríguez) repelió el ataque disparando su revólver de servicio. Uno
de los individuos atacantes cayó muerto.
El incidente, en sí, no fue muy largo. Fue una cuestión de minutos. Pero hubo
gritos, carreras y disparos. Eso atrajo la atención de los habitantes de la "pobla-
ción callampa" que estaba asentada junto a la vía férrea (del ferrocarril de
circunvalación). En poco tiempo, en torno al occiso se constituyó "una poblada".
Hubo murmullos, reclamos, voces amenazantes. La mayor parte de ellos parecía
conocer al "finaíto". Hasta que, de repente, se alzó una voz indignada: "¡Démosle
a los tiras!". Toda la tensión acumulada en minutos se descargó en un segundo, y
sobre los policías cayó una turba que comenzó a golpearlos sin misericordia. El
carabinero logró zafarse y escapar hacia el Teatro Franklin. Hasta allí lo siguió una
parte de la "poblada" (la otra quedó sobre el policía de civil), que lo atrapó y
golpeó hasta dejarlo como un guiñapo.
Cuando llegaron refuerzos policiales, la turba había desaparecido y "nadie sa-
bía nada". Los dos policías afectados quedaron gravemente heridos'*''.
La estagnación económica se manifestó, en el estrato bajo de la sociedad, en
situaciones de carestía, escasez de alimentos y proliferación de clandestinos "de-
pósitos de licores" que, de algún modo, se convirtieron en centros de las actividades
anémicas de la población desplazada, y en depósitos populares de frustración y
agresividad.

E¡ Mercurio, enero 13,1947, p. 13.


Ercilla, abril 5 y 19,1949; Las Noticias Gráficas", abril 24,1949.

192
Era la noche del Sábado Santo de 1951. La patrulla, compuesta de tres carabi-
neros vestidos de civil, fue informada de que en el centro de la población San
Eugenio estaba funcionando, con escándalo, un depósito clandestino de licores.
Eran las 22.00 horas cuando los policías se apersonaron en "el clandestino" de las
hermanas González Díaz, donde hallaron a un gran número de personas, la mayo-
ría en estado de intemperancia. En realidad, según se supo después, el "clandestino"
no era tal, sino una fiesta particular que se celebraba allí. Pero la policía ordenó el
despeje del local, a efectos de clausurarlo, y luego se aprestó a llevarse a las due-
ñas de casa a la comisaría. La respuesta a esa conminación fue un vocerío de
protesta. Nadie pareció acatar la orden. Más bien por el contrario, la casa se con-
virtió en un foco de atracción, y más y más pobladores comenzaron a rodearla y a
reclamar a coro con los de adentro. A los pocos minutos, la patrulla vio embaraza-
da su acción por una "poblada" de más de cien individuos. Los policías se pusieron
tensos. Todos, en realidad, se pusieron tensos.
Fue entonces cuando alguien empujó a alguien. Y alguno, a los policías. Se
inició un forcejeo y, de repente, "un alud de puños y pies" cayó sobre los represen-
tantes del orden. Pronto no fueron solo puños y pies sino toda clase de objetos
contundentes los que cayeron sobre los miembros de la patrulla. Dos carabineros
lograron desprenderse y correr en busca de refuerzos. El tercero no pudo. Y a los
pocos minutos, cuatro vehículos policiales, más el Grupo de Emergencia, con me-
dio centenar de policías fuertemente armados, se hizo presente en el lugar del
incidente. Más de cincuenta pobladores fueron tomados detenidos.
Solo en la mañana del domingo 25 de marzo los detenidos confesaron dónde
habían ocultado el cadáver del carabinero asesinado, cabo José Erasmo Rocha.
Cuatro de los detenidos denunciaron que habían sido salvajemente torturados
en los calabozos de la comisaría. El hecho provocó conmoción pública y se inició
una prolija investigación de todo el suceso'^l
La explosividad de las masas empobrecidas de la capital era, como puede ver-
se, alta. La autoridad, para evitar males mayores, comenzó a frenar el alza de los
precios de los artículos de primera necesidad. Es decir, estableció bandas especia-
les de "precios políticos". Los productores, descontentos, frenaron el proceso
productivo. Surgió una coyuntura y una psicología de la escasez. Los comerciantes,
en ese contexto, acapararon los alimentos y dieron vida a un mercado negro, don-
de vendían la mercadería no a precio político, sino a precio comercial. La frustración
popular, de ser ciega y sin objetivo, encontró pronto en los productores que traba-
jaban a media máquina y en los comerciantes especuladores, un objetivo más

La Tercera, marzo 27,1951; Las Noticias Gráficas, marzo 26 y días siguientes, 1951.

193
preciso. La violencia espontánea comenzó así a descargarse sobre la clase patronal
y propietaria. El derecho de propiedad comenzó a ser desconocido. Los hechos
VPP entraban de esta manera en una escalada políticamente peligrosa.
Lo anterior se manifestó muy nítidamente en los conflictos suscitados en torno
a la producción y comercialización del pan. A fines de 1950, la mayoría de los
empresarios del pan, viéndose perjudicados por los precios, se negaron a reajustar
los salarios de sus obreros. Al poco tiempo, 2.162 panificadores se declararon en
huelga, afectando a 177 panaderías de la capital. Las conversaciones se rompieron
pronto. En la disyuntiva, los panificadores comenzaron a lanzas bombas ("hechas
en casa") contra los establecimientos patronales. Numerosas panaderías sufrieron
incendios y graves daños materiales. Se reabrieron las conversaciones. Se llegó a
un acuerdo. Pero entonces el piiblico consumidor descubrió que el tamaño del pan
disminuía, lo que equivalía a un fraudulento aumento del precio. Y ahora fueron
los consumidores los que pasaron a la acción directa.
En la mañana del 28 de enero de 1951, un grupo de pobladores hacía cola para
comprar pan en una panadería ubicada en la calle Euclides 1490 (comuna de San
Miguel). Y eran las 9.50 cuando alguien reclamó que, para el tamaño del pan, el
precio era muy alto. Ante eso, otros exigieron que el pan les fuese vendido no por
unidad, sino por kilo. El empresario se negó a esa petición. Se generó una discu-
sión. Los pobladores rompieron la fila y se aglomeraron frente al mesón. Estaban
todos discutiendo, cuando alguien rompió una vitrina. Fue la señal. Acto seguido,
los clientes comenzaron a romper todo y a tomar el pan de las estanterías. El due-
ño sacó un revólver y disparó varias veces al aire, pero los proyectiles pasaron
demasiado cerca de las cabezas de los compradores.
A la vista del tumulto, llegaron otros pobladores. El incidente habría asumido
mayores proporciones, a no mediar la oportuna llegada de la policía. Se tomó un
detenido. El dueño del local estimó sus pérdidas en 3 mil pesos de la época'*.
Se puede observar que, en ninguno de los casos descritos, se dio la presencia
de militantes de partidos políticos. Se trató de hechos típicos de agitación social.
Hechos VPP determinados por un substrato básico de dignidad mínima y de sensi-
bilidad socioeconómica. La multiplicación de esos hechos llevó a varias revistas y
periódicos a señalar que la capital se hallaba inundada por una ola de delincuen-
cia. En cualquier caso, se consolidó una cierta cultura de acción directa que no
solo desconoció los canales reivindicativos institucionalizados, sino también la
autoridad y las normas generales del sistema, al paso que involucraba un vago
pero explosivo reencuentro de la clase popular con un mayor protagonismo histó-
rico en relación a los problemas que la afectaban.

Ercilla, enero 23,1951; Solidaridad, enero de 1951; y Las Noticias Gráficas, enero 29,1951.

194
El siguiente hecho VPP, ocurrido el 10 de julio de 1959, muestra hasta qué
punto se había internalizado esa cultura a fines de la década de 1950 y, en razón de
lo mismo, a qué grado de creatividad y desenfado era capaz de llegar cualquier
segmento de la clase popular en cuanto a hacer valer sus derechos y pesar su re-
descubierto protagonismo.
En un esfuerzo por hacer respetar el "precio político" de los alimentos y com-
batir la especulación, el Ministerio de Economía expidió a fines de junio de 1959
un Decreto Supremo por el cual se fijó un límite a las utilidades obtenidas por
los intermediarios. El tope general fue de 60 por ciento y, para el caso de las
papas y cebollas, uno inferior, de 30 por ciento. Los comerciantes establecidos
de la Vega Central habían estado embolsando utilidades que, según informes de
los inspectores del Ministerio, fluctuaban entre 200 y 300 por ciento. Obtenían
esta ganancia especialmente en la reventa de las verduras que compraban a los
productores. La tensión entre los comerciantes y el Presidente Jorge Alessandri
aumentó rápidamente.
Al alba del 10 de julio de 1959 llegaron a la Vega Central varios inspectores de
la Superintendencia de Abastecimientos y Precios a objeto de verificar el acata-
miento del dicho Decreto, encontrando que los "veguinos" se habían negado a
operar con los precios fijados por el Decreto. Los inspectores intentaron persua-
dirlos para que se respetara lo decidido por el Gobierno, pero sus esfuerzos
resultaron inútiles. Y en consecuencia con su negativa, "los comerciantes se abstu-
vieron de efectuar los remates". Esta actitud ("de irritante desafío al Gobierno")
recayó de modo directo, sin embargo, sobre los "chacareros" que, como de costum-
bre, habían llegado con sus carretelas y camiones cargados de verduras, frutas y
hortalizas. Al negarse los veguinos a rematar, los chacareros se quedaron con sus
cargamentos intactos. Con ello, a la irritación de los primeros se sumó la de los
segundos. Entre ambos actores sociales, los inspectores del Gobierno se sintieron
incómodos e impotentes.
Los veguinos, en verdad, habían realizado una temeraria acción directa. Ante
ese hecho consumado, los chacareros consumaron la suya: comenzaron a vender
sus productos directamente a los consumidores y público presente (el cual, como
no podía comprar nada, se había sumado al griterío existente). Tal hecho era un
segundo desacato al Gobierno, puesto que otro decreto anterior prohibía a los cha-
careros vender al público en el recinto de la Vega.
La acción directa de los chacareros indignó aun más a los veguinos, quienes,
sintiéndose traicionados, instigaron a los cargadores y muchachones que trabaja-
ban bajo su dependencia para que apedrearan a los productores, a fin de disuadirlos
de su actitud. Al comenzar a caer las piedras, el público echó a correr, generándose
una gran confusión. Algunos chacareros respondieron el apedreo. Los inspectores

195
se vieron entonces definitivamente sobrepasados por los acontecimientos, perdien-
do toda autoridad. La tensión, acumulada y descargada rápidamente, creó una
situación electrificada, en la que cualquiera de los actores involucrados podía to-
mar una decisión mayor.
Esa decisión la tomaron los chacareros. En verdad, eran los únicos que tenían
los medios para hacerlo. Así, en medio del fragor, realizaron un aparte improvi-
sado y, sesionando con exaltación, acordaron "abandonar el sector de la Vega,
dirigiéndose, a través del Mapocho, al Palacio de La Moneda". Eran las 8.30 de
la mañana. Siete carretas y tres camiones, cargados hasta los topes con verduras,
frutas, hortalizas y más de doscientos indignados chacareros, se formaron en la
calle exterior. Acto seguido, iniciaron la marcha. La caravana, a una velocidad
mayor que la utilizada en estos casos -al parecer, amén de los vehículos, influyó
en esto la mayor definición de la meta elegida para la marcha-, avanzó con deci-
sión y llegó a Plaza Italia sin novedad. Y también sin ser detectada por las Fuerzas
del Orden.
Allí, sin embargo, se toparon con un oficial y dos carabineros. Sorprendidos, los
policías intentaron desviar la caravana en dirección a la Avenida Vicuña Macken-
na. Pero fracasaron. Los chacareros, "a latigazos, se abrieron paso" y los sacaron
de su camino. El avance continuó por Alameda Bernardo O'Higgins, en dirección a
la Casa del Gobierno. No hallaron obstáculo ninguno. Y así fue que, sin otra nove-
dad que la escaramuza de Plaza Italia, la marcha arribó a su destino. Eran las 9.10
horas cuando las siete carretas y tres camiones se abocaron a las puertas del Pala-
cio de Gobierno, en la calle Moneda. Cogida por sorpresa, la Guardia de Palacio
salió -algo tardíamente- a despejar la calle y disolver la manifestación.
Entonces comprendieron -también algo tarde- que ésa no era una manifesta-
ción corriente. Y que, definitivamente, no era una mera protesta de peatones prestos
a correr a toda prisa al menor tropiezo represivo. En efecto: el avance policial fue
replicado, desde lo alto de las inmóviles carretas y camiones, con una verdadera
andanada "de frutas y verduras" que detuvo, por desconcierto simple, al cuerpo
policial. Fue necesario que los carabineros se subieran a los vehículos para hacer
un efectivo uso de sus bastones de servicio. Eso, sin embargo, ocasionó un gran
desorden y mucho esparcimiento de frutos del país.
Once fueron los chacareros detenidos y varios los contusos. Se ignora si hubo
contusos entre los policías. Pero, en todo caso, cuatro fueron los productores que
tuvieron que ser personalmente recibidos por el secretario general de Gobierno,
señor Patricio Silva (el subsecretario de Economía se hallaba en ese momento en
la ciudad de Mendoza, República Argentina), a quien debidamente le explicaron
lo que ocurría. Demandaron permiso para vender sus productos directamente al
consumidor, y así dar un golpe mortal a los especuladores.

196
Los veguinos, por su parte, con menos capacidad de movilización, optaron por
comunicarse telefónicamente con el asesor del Ministerio de Economía, don Alfre-
do Vicuña, con el director de la Superintendencia de Abastecimientos y Precios,
don Femando Echeverría, y con el regidor don Luis Ugarte, a quienes convocaron
a una reunión urgente, a realizarse en las oficinas del administrador de la Vega,
don Luis Valenzuela. Allí, haciendo profesión de su fe librecambista, los veguinos
manifestaron rotundamente que "a nosotros no nos controla nadie".
Obligado por dos acciones directas a actuar precipitadamente en dos frentes a
la vez, el Gobierno cedió un poco frente a cada una: acordó postergar la vigencia
del Decreto (contentando a los veguinos), diciendo que, cuando le diera curso efec-
tivo, de no ser acatado, se decretaría la venta directa del productor al consumidor
(contentando a los chacareros). Tan salomónica solución pudo ser una política de
buen o mal gobierno (lo que no compete discutir en este trabajo), pero lo que sí es
claro (para este análisis) es que los dos actores sociales involucrados en este inci-
dente aprendieron que sus intereses podían ser mejor y más rápidamente atendidos
cuando hacían uso de alguna acción directa. Eso les daba una idea de las ventajas
del protagonismo propio.
Y fue así como el movimiento VPP comenzó a crecer"".

De la acción reivindicativa-funcional a la acción directa


Entre 1931 y 1945, aproximadamente, el proletariado industrial, junto a otros
trabajadores (empleados especialmente), entró a organizarse y regirse por el Có-
digo del Trabajo de 1931. Este Código -que no institucionalizó las prácticas que el
movimiento mutualista había desarrollado a lo largo de un siglo, sino las ideas de
equilibrio que la clase política civil y militar incubó después de 1920- resultó
funcional para el proyecto nacional-desarrollista. Cuando éste se popularizó des-
pués de 1936, el Código resultó también funcional para el mismo movimiento obrero,
que se sintió, a través de él, integrado a un movimiento trascendente del conjunto
de la Nación. De este modo, el movimiento obrero "organizado" (es decir, regido
por el dicho Código) devino en un movimiento orgánicamente articulado y funcio-
nal al nacional-desarrollismo y a la clase política civil"*.
No obstante, la crisis económica que afectó a ese proyecto obligó a los trabaja-
dores a realizar movilizaciones que excedieron los límites de esa organicidad. De
otra parte, la crisis política de ese mismo proyecto afectó a los dirigentes sindica-
les que se habían asociado demasiado estrechamente a las ciipulas partidarias. Lo

Ercilla, julio 15, 1959; y La Tercera, julio 11, 1959.


Angelí, Politics..., passim; y Pizarro, La huelga obrera..

197
primero despertó la desconfianza de los políticos nacional-desarrollistas respecto
del movimiento obrero (se aprestaron a reprimirlo, y lo hicieron). Lo segundo, a su
vez, despertó la desconfianza de las bases laborales respecto de sus propios diri-
gentes nacionales y de sus correspondientes "caciques" políticos (se aprestaron a
autonomizarse de ambos, y lo hicieron). El terreno global quedó así abonado para
el desarrollo de acciones directas espontáneas desde dentro del supuestamente
funcionalizado movimiento laboral, y a través, precisamente, de las organizacio-
nes 'de equilibrio' impuestas por el Código del Trabajo de 1931.
Se describirán aquí algunos casos de este proceso global.
Personalmente, el Presidente González Videla había logrado, el 24 de diciembre de
1946, que los empresarios de microbuses y el gremio de choferes y cobradores firma-
sen un convenio, por el cual los primeros se comprometieron a pagar a los segundos un
sueldo mínimo de 2 mil pesos mensuales. Además, a concederles un sistema de impo-
siciones similar al de los empleados particulares, y a hacerlos partícipes del 6 por
ciento de la entrada bruta devengado por los buses. El paquete convenido significaba
un mejoramiento sustantivo para los trabajadores. Pero el convenio no fue respetado
por los empresarios, quienes sentían su cuota de ganancia demasiado amenazada por
el conjunto de la situación económica. Por tal razón, procuraban retrasar el cumpli-
miento de sus convenios a fin de realizar una capitalización marginal, ganándole tiempo
a la inflación e ingreso a los trabajadores (lo que fue una práctica empresarial común
en la fase declinante del nacional-desarrollismo). De modo que, a seis meses de incum-
plimiento del convenio (a principios de junio de 1947), las relaciones entre microbuseros
y trabajadores eran extremadamente tensas.
El 6 de junio en la mañana, treinta y cinco sindicatos de choferes y cobradores,
con un total de 3.800 trabajadores, se declararon en huelga, exigiendo el cumpli-
miento del convenio de diciembre del año anterior. El Gobierno trató de intervenir
a efectos de lograr un acuerdo, pero fracasó. Dos acciones directas -de los empre-
sarios primero y de los trabajadores luego- rebasaron su capacidad institucional
de negociación. En la tarde del día 6, más de 70 por ciento de la locomoción colec-
tiva de la capital no estaba en circulación.
No era ése el único conflicto laboral que existía en ese momento en el país. La
agitación social era densa y extensa. El Gobierno temía que pudiera desencade-
narse un desorden general. En consecuencia declaró que la huelga era "ilegal", y
ordenó protección militar y policial a los microbuses y personal que, desafiando la
huelga, salieran a trabajar. Se notificó que todo chofer que se mantuviera en paro,
sería detenido. El día 8, un matutino de gran prestigio informó que 90 por ciento
de la locomoción colectiva estaba funcionando de modo regular, desde el día 7, con
un personal que incluía rompehuelgas, choferes de la Empresa de Transportes
Colectivos del Estado y militares; todos con protección armada.

198
Los huelguistas se sintieron traicionados. El gremio entró en efervescencia.
Decenas de asambleas, mítines y conversaciones cruzadas se programaron y desa-
rrollaron rápidamente. Entre el 7 y el 11 de junio, con los militares rondando por
las calles y los choferes y cobradores yendo y viniendo de un local a otro, la tensión
ambiental creció a niveles casi intolerables.
El día 12 estalló la violencia.
Apresuradamente debió partir el Grupo Móvil del Cuerpo de Carabineros, a
las 6.50 de la mañana, al terminal de los buses Avenida España, en las calles Ca-
mero con Cautín. Allí, varios grupos de "individuos bebidos" impedían la salida de
los buses y acosaban a los improvisados conductores. A las 10.30, en Mac Iver con
Alameda, varios grupos de huelguistas comenzaron a arrojar piedras "a los ele-
mentos traidores que manejaban algunas micros". Los policías que protegían esas
micros respondieron a la agresión con más de treinta disparos al aire. Los huel-
guistas se disolvieron.
Pero la nerviosidad se hizo general. Cerca de las 11.00 se reportó que, debido a
la inexperiencia de los choferes que conducían los buses, se estaban produciendo
muchos choques, atropellos y destrucción de material. Más de doce microbuses, en
efecto, habían quedado paralizados como resultado de eso. En las calles Mapocho
con Juan Miranda, un empresario obligó a un chofer sin documentos a manejar la
"góndola" que poseía. Nervioso, el inexperto chofer atropello al ex cobrador e
inspector Carlos Veas, quien falleció a consecuencias del atropello. A la vista de
todo eso, los huelguistas decidieron paralizar la circulación de buses a cualquier
costo.
A las 19.00 horas, alrededor de trescientos huelguistas se concentraron en el
local del Sindicato Industrial de la Compañía de Gas, en Bascuñán 642. Al termi-
nar la asamblea, una hora después, los huelguistas se disolvieron en diversos grupos.
Uno de éstos se encaminó hacia Avenida España. Otro lo hizo hacia la Avenida
General Velasquez. Y otro, hacia Alameda Bernardo O'Higgins. Este último (com-
puesto de unos cien individuos) comenzó a obstaculizar el tránsito y a lanzar piedras
a los buses que circulaban. Según un periódico, de la turba también se hicieron
disparos. Según otro periódico, de un automóvil negro marca Buick, perteneciente
a uno de los empresarios, se dispararon varios tiros contra los huelguistas. La poli-
cía, que no había podido disolver al grupo, pidió refuerzos a los soldados que
protegían los buses y, en conjunto, dispararon contra los huelguistas. Como resul-
tado de ello cayeron muertos Pedro Correa, domiciliado en Bascuñán 52 (falleció
frente a su casa), el huelguista Gilberto Rojas (de 24 años) y el comerciante Alfon-
so Clavería (de 52 años).
Entretanto, el grupo que se encaminó a General Velasquez también apedreó
buses. Los soldados que los custodiaban se bajaron y comenzaron a disparar. El

199
público circundante comenzó a huir en todas direcciones. En la confusión que se
produjo chocaron dos microbuses, lo que obligó a sus respectivos soldados a des-
cender y estacionarse cerca de los vehículos. La multitud comenzó a apedrearles.
Según un periódico, los huelguistas atacaron a los soldados con armas de fuego. De
cualquier modo, los huelguistas no huyeron, lo que hizo a los soldados sentirse
amenazados. Entonces bajaron la mira de sus fusiles y apuntaron al cuerpo. Uno
de sus disparos atravesó la cortina metálica de la peluquería ubicada en General
Velasquez 020-A, matando instantáneamente a Estefanía Castro, de 60 años de
edad.
Un curso similar tomó la acción emprendida por el grupo de huelguistas que se
dirigió a Avenida España con Sazié. Allí cayó herido a bala un cobrador. Y en Ala-
meda con Ejército, donde tuvo lugar una escaramuza similar, quedó herida a bala
una transeúnte. Mientras tanto, en Carrascal, frente al Teatro Lo Franco, un grupo
de huelguistas agredió a un chofer que se hallaba trabajando, el cual quedó herido
de mediana gravedad a consecuencia de los cuchillazos recibidos. Asimismo, se
reportó que varios huelguistas recorrían en automóvil las calles de la ciudad arro-
jando tachuelas al pavimento y haciendo disparos al aire.
En la noche, el Gobierno hizo el balance de la situación: había cinco muertos,
veinte heridos graves, un número indeterminado de contusos y detenidos (habría
después un total de veintiocho huelguistas procesados), por lo menos dos docenas
de buses chocados y muchos otros dañados. Existía alarma pública. La violencia
había abarcado a una gran parte de la capital. Se decretó, entonces, el Estado de
Emergencia para la ciudad de Santiago, designándose al general Rafael Fernán-
dez Reyes como Jefe de Plaza. Las tropas fueron acuarteladas en primer grado.
Tras la crisis estalló una guerra de declaraciones. El Sindicato de Dueños de
Autobuses señaló que los huelguistas "intentaron asaltar su local en Alameda 1936,
y que sentenciaron a su Presidente, don Humberto Agüero", dueño del Buick ne-
gro del que, presuntamente, habían disparado contra los huelguistas en Alameda
y Rascuñan. Por su parte, el Presidente González Videla acusó al Partido Comunis-
ta, el día 14, de ser el responsable de los luctuosos acontecimientos del día 12. El
mismo día 14, un grupo de dirigentes de la Confederación de Trabajadores de Chi-
le, encabezado por Bernardo Ibáñez, solicitó audiencia al Presidente, para
informarle que "se estaría gestando un movimiento de solidaridad con los huel-
guistas para el día 23", con el fin de estorbar la política internacional del Gobierno.
Al salir de La Moneda declararon que la participación de los comunistas en el
movimiento huelguístico había sido "funesta". El día 16, la Dirección del Partido
Socialista pidió "medidas eficaces" para la eliminación de los comunistas de la
administración pública. El 17, la Comisión del Partido Comunista responsabilizó
al Gobierno por la "inútil efusión de sangre", afirmando que ello respondía a un

200
plan destinado a divorciar "al pueblo del Gobierno que eligió". El Presidente res-
pondió que estaba formando un nuevo gabinete, de "coordinación democrática
anticomunista". Por su parte, los huelguistas siguieron insistiendo en que su movi-
miento era totalmente económico, sin intencionalidades políticas; que ellos se
limitaban a exigir el cumplimiento de un convenio avalado por el propio Presiden-
te, que no habían provocado la violencia, que los provocadores habían sido grupos
fascistas y que los balazos habían sido disparados no por ellos sino por los carabi-
neros, como lo atestiguaban los muertos y las balas que les habían extraído en la
Morgue.
Entretanto, cerca de treinta mil uniformados velaban en las calles el normal
desenvolvimiento de las actividades ciudadanas.
Tras la crisis, los hechos VPP, la represión y la guerrilla de declaraciones, se
reanudaron las conversaciones. Y el día 20 de junio se firmó el acta de avenimien-
to entre las partes. Se respetó el convenio de diciembre del año anterior, y los
choferes y cobradores se comprometieron a retornar al trabajo el día 21, lo que
cumplieron. Sin embargo, al llegar a sus lugares de trabajo se hallaron con que los
empresarios, aplicando una oscura cláusula del acta suscrita, habían comenzado a
dar de baja al "personal excedente". Esta acción -esta vez legal- dejó a ochocien-
tos trabajadores cesantes. La tensión se acrecentó otra vez, iniciándose un nuevo
encadenamiento de incidentes. Pero el hecho VPP del día 12 -que es el que nos
interesaba aquí- ya había pasado al recuerdo. Y a nutrir la creciente cultura popu-
lar VPP. Los diarios y las revistas dejaron de preocuparse de él. Otras oleadas
nuevas ocupaban su atención y la de la opinión pública''''^
Es evidente que las acciones directas protagonizadas por los treinta y cinco
sindicatos de trabajadores de la locomoción habían generado un conmoción sisté-
mica mucho mayor que la producida por los espectadores del Hipódromo Chile o
por los pobladores de San Eugenio. Sin duda, cuando ese tipo de acciones surgía
dentro de un movimiento funcional, la propagación estructural de sus excesos des-
encadenaba reacciones gubernamentales también excesivas. La presión arterial
normal dentro del sistema parecía ser mayor que la existente en sus bordes o fuera
de él. De ahí que la huelga de choferes y cobradores hiciera aflorar rápidamente la
nerviosidad de las clases políticas (civil y militar) y las rivalidades que perforaban
por dentro a la coalición nacional-desarrollista y a la misma izquierda. La irracio-
nalidad interna de la esfera política quedó, en esa huelga, crudamente a la vista,
como justificando la opción de las masas por el protagonismo directo.

E¡ Mercurio, junio 13 a julio 4,1947; Erciüa, junio 10,17 y 24,1947; El Siglo, junio 6 al 20,1947; y Las
Noticias Gráficas, junio 7,13, 20 y 23,1947.

201
Se podrá decir: pero los disturbios de junio fueron provocados por un gremio
relativamente premoderno, no industrial y de orientación política no identifica-
ble. Sin embargo, según mostraron otros hechos contemporáneos a ése, el
proletariado industrial organizado no actuó de manera distinta.
En septiembre de 1952, los obreros de la fábrica Sumar declararon una huelga
por motivos económicos. Tras algunas semanas el conflicto se solucionó, dictándo-
se un laudo arbitral que la empresa se comprometió a cumplir dentro de un plazo
determinado. Siguiendo la práctica empresarial de ese tiempo, los patrones no
cumplieron lo pactado y el plazo fue excedido en más de ocho meses. El descon-
tento hizo presa de los trabajadores. Y de modo inesperado, el 17 de junio de 1953,
a las 5.00 de la mañana, los 246 obreros del tercer turno de la fábrica decidieron
por sí, espontáneamente -en ausencia de los dirigentes sindicales-, encerrarse en
uno de los talleres, bloquear los accesos al mismo y declarar públicamente que
"no saldrían hasta que no fueran satisfechas sus peticiones" (que se cumpliera el
laudo arbitral avalado por el ministro del Trabajo, señor Clodomiro Aimeyda, en
septiembre de 1952). Luego llevaron a cabo, punto por punto, su decisión.
De modo que cuando a las 7.30 llegaron los obreros del primer turno, no pudie-
ron entrar al taller.
Se produjo una aglomeración. Hubo idas y venidas y llamadas telefónicas. Poco
después de las 8.00 llegó el empresario César Sumar, en compañía del subprefecto
Raúl del Campo, Jefe de la Policía Política, y de seis detectives más, todos arma-
dos de revólveres. La llegada de estas personas en esa actitud fue recibida por "los
amotinados" como una "provocación". No los dejaron entrar. Reclamaron a cam-
bio la presencia de sus dirigentes. Al rato el empresario logró entrar, seguido del
Subprefecto. Se generó una discusión y un violento altercado. El policía, viéndose
atacado "a fierrazos" -según un periódico-, hizo varios disparos al aire. Pero los
obreros lo rodearon, lo maniataron y le quitaron su arma de servicio. Luego lo
golpearon. El empresario y su maltrecho acompañante tuvieron que retirarse del
recinto, mientras a sus espaldas algunos obreros disparaban al aire el revólver del
Subprefecto. Luego bloquearon de nuevo las puertas "en actitud de apoderarse de
la fábrica".
La noticia del "motín" se esparció como un reguero de pólvora. Comenzaron a lle-
gar ministros, parlamentarios, periodistas. También fue el General Director de
Carabineros (general Ardiles) y el Director General de Investigaciones. Numerosos
dirigentes de federaciones y confederaciones sindicales hicieron también su apari-
ción, mientras centenares de carabineros y detectives "tomaron posiciones estratégicas
como para una acción bélica", lo mismo que una compañía de bomberos, que también
se hizo presente. El público, en gran número, se agolpó en la vereda de enfrente y en
las calles próximas. En ese ambiente, el ministro del Trabajo, Leandro Moreno, junto a

202
algunos parlamentarios, se comunicaron con los "amotinados" a través de una venta-
nilla, y trataron que aquéllos entregaran "el pabellón". Los obreros se limitaron a
responder que ellos "estaban esperando al presidente del Sindicato" para iniciar las
conversaciones, y que "ya habían sufrido demasiado las persecuciones de Sumar".
La conmoción era gigantesca, pero concentrada en un espacio relativamente
estrecho. Los nervios de todos estaban tensos. Y fue a las 10.00 horas cuando se
avisó a los obreros, por megáfono, que tenían diez minutos para abandonar el lo-
cal. Los "amotinados" no respondieron ni se movieron de su encierro. A las 10.10,
puntualmente, la policía comenzó a disparar un gran número de bombas lacrimó-
genas, apuntando a las claraboyas del taller. Cuando las claraboyas se rompieron,
decenas de bombas penetraron por allí, estallando en el interior. A los pocos minu-
tos, tosiendo y lagrimeando, los "amotinados" comenzaron a salir, siendo
sistemáticamente "zamarreados y bastoneados" por la policía. Se generó un gran
tumulto. Las puertas del taller estaban atiborradas de gente que forcejeaba. Fue
en ese momento cuando surgieron llamaradas en el interior del recinto, estallando
un principio de incendio. Por temor a una explosión, muchos comenzaron a correr
en todas direcciones.
Cerca de cincuenta obreros fueron llevados al Cuartel de Investigaciones (entre
ellos el presidente del Sindicato Sumar, Luis Quezada de la Paz), donde fueron so-
metidos a interrogatorio. Hubo también tres heridos: el subprefecto Raiil del Campo,
el bombero Luis Almarza, y el mismo presidente del Sindicato. Con ello, aparente-
mente, el "motín" había sido sofocado. Es decir, se había derrotado la acción directa
de los obreros del tercer turno. Pero no se había paralizado el movimiento de los
trabajadores. Pues, al día siguiente (18 de junio), se reunió formalmente el directo-
rio del Sindicato Sumar ("que no había tramado el motín, determinación que fue
adoptada por los trescientos obreros del turno de la noche"), el que acordó declarar
una huelga indefinida, hasta que se cumpliese el fallo arbitral ("de hace seis me-
ses") y se diese libertad al presidente del Sindicato.
El 75 por ciento de los obreros acató la decisión y fue a la huelga. De esta
manera, el "motín" continuó por otros medios'"'".
En los periódicos y revistas de ese tiempo, el motín del tercer turno de la fábri-
ca Sumar fue calificado como una "revolución de bolsillo". En realidad, solo era
una "toma"; la primera en su género, quizás, en la historia del movimiento obrero
chileno. La conmoción funcional provocada por ella dejó en evidencia la extrema
irritabilidad de la clase dirigente nacional-desarroUista frente a cualquier indicio

El Diario Ilustrado, junio 18,1952; Erciüa, junio 23 y 30,1952; La Tercera, junio 18 y 19,1952; y El Siglo,
junio 18. 1952.

203
de protagonismo directo por parte de un gremio popular organizado y regido por
los códigos de la República.
Dos años más tarde, en 1955, la tendencia de los actores populares a descliente-
lizarse del sistema institucional y a moverse sobre líneas directas a la solución de
sus problemas, marcó niveles aun más altos. La estagnación productiva seguía pro-
fundizándose. La inflación, creciendo. Los empresarios no veían razón alguna para
abandonar su práctica de anticipar las alzas de precios, postergar las de los salarios
y exceder los plazos estipulados por los laudos laborales. En consecuencia, tampoco
los trabajadores sintieron el imperativo ético-civil de abandonar sus acciones direc-
tas. La espiral precios-salarios y la lucha económica de clases sobrepasaban por varios
cuerpos el proceso político, de modo que los partidos no podían sino debatir entre
ellos y dentro de sí mismos, a la zaga de todo, sus propios retrasos.
A comienzos de julio de 1955, el personal de Ferrocarriles del Estado se decla-
ró en huelga. Pocos días después hicieron lo mismo los obreros y empleados de la
Empresa de Transportes Colectivos del Estado (ETCE), y los de Correos y Telégra-
fos del Estado. Con ello se configuró una situación que una revista rotuló como 'el
volcán gremial".
Cincuenta mil trabajadores, ilegalmente -los funcionarios estatales no podían
parar-, salieron a la calle a reclamar por la prolongada tramitación de que eran
objeto sus reivindicaciones. El Gobierno sintió que el bloque civil inferior del apa-
rato estatal tendía a desprenderse, erosionado por el insistente oleaje del
protagonismo social. Tocado en su plexo orgánico más sensitivo, se volvió entonces
hacia las rocas fundamentales de la estabilidad estatal: la derecha política y las
Fuerzas Armadas. Las ciudades de Santiago, Valparaíso y Concepción fueron de-
claradas en Estado de Emergencia, y se ordenó el acuartelamiento de las fuerzas
del Ejército, Carabineros e Investigaciones. Varios cuerpos de la Armada se trasla-
daron a la capital, y numerosos tanques se estacionaron frente a La Moneda. Se
invocó, ideológicamente, la Ley de Defensa Permanente de la Democracia. Se arres-
tó a un gran número de dirigentes sindicales (cerca de cuatrocientos) de distintas
federaciones. Trenes y buses siguieron circulando, servidos por personal militar y
rompehuelgas.
Pese a ese enorme operativo político-militar, los huelguistas de base salieron a
la calle. Los trenes fueron detenidos por barricadas construidas sobre la vía. Los
buses, en diversos puntos de la capital, fueron apedreados. Numerosas concentra-
ciones y marchas organizadas por los huelguistas fueron disueltas violentamente
por las fuerzas del orden. Un conscripto, que protegía un bus de la ETCE, fue
muerto de una pedrada. Más de veinticinco personas quedaron heridas de grave-
dad, siendo incontables los contusos y más de un centenar los detenidos (solo en
Santiago), La espiral del movimiento culminó el día 7 de julio, cuando la Central

204
Única de Trabajadores (CUT) convocó a un "paro nacional", que fue acatado
-según un diario afín a los huelguistas- por un millón doscientos mil trabajadores
en todo el país.
No hay duda de que, pese al operativo planeado por el Gobierno, el "volcán
gremial" eruptó su lava hasta llegar a su climax natural, recorriendo toda la curva
VPP típica de un movimiento social funcional en trance de protagonismo directo.
Ante el hecho consumado, el Gobierno no tuvo más que reconocerlo y abrirse, po-
líticamente, frente a ese protagonismo. Fue así que tras los eventos del día 7 se
convocó a los dirigentes de la CUT a La Moneda para entablar un diálogo, tras el
cual el Gobierno acogió dos demandas fundamentales: el "salario vital obrero", y
la represión a los "delitos económicos" (especulación, etc.). Más aún: la CUT que-
dó "comprometida" a participar en las "comisiones técnicas" que, a nivel de
(Jobierno, estudiarían en detalle la forma de implementación de las demandas
gremiales.
El saldo del "volcán gremial" fue pues que la más importante cúpula sindical
del país se integraba, por vía pragmática, a la más importante cúpula política del
país. El Gobierno daba con ello, en medio de la crisis nacional-desarrollista, el
primer paso hacia la constitución del nacional-populismo en Chile. Pero, ¿pudo así
disolver los riesgos de la erupción social? Eso, en el corto plazo, no quedó claro.
Pero sí quedó en evidencia que el movimiento sindical tendió a dividirse entre un
sector que propiciaba la necesidad de mantenerse dentro de la legalidad y del
"compromiso" adquirido (Partido Comunista y Falange Nacional, sobre todo), y
otro sector (Partido Socialista y grupos anarco-sindicalistas) que exigía la "huelga
general", enfrentar al Gobierno y al Parlamento, tomarse el poder e iniciar una
láctica más bien revolucionaria. El populismo, que emergía del interior del colap-
sado nacional-desarroUismo, sembró en torno y dentro del movimiento sindical
una duda dilemática de confusa solución: ¿debía aceptar en esas circunstancias al
emergente populismo, o debía rechazarlo y conservar la autonomía de acción?
Fue entonces cuando la cúpula sindical nacional, "madre de treinta y cuatro
l'ederaciones, debió lamentar la desobediencia de cinco de sus hijos: los emplea-
dos de Tesorería, los de Impuestos Internos, los de Aduana, los Semifiscales, y los
de la Salud, que lanzaron huelgas desafiantes, que la CUT se vio obligada a respal-
dar". El "compromiso" comenzó a perder su base orgánica de sustentación. Y así el
gremio de los "hospitalarios" irrumpió con un agresivo movimiento huelguístico.
Durante once días los trabajadores de la Salud conmocionaron la ciudad con sus
asambleas, marchas, manifestaciones y actos públicos de diversa índole, dando
lugar en cada oportunidad a "enfrentamientos" con la policía. El centro de la capi-
tal fue constantemente invadido por el activismo hospitalario. Atraídos por tal
situación, los estudiantes universitarios salieron de sus aulas y solidarizaron en

20Í
las calles con los huelguistas. La "agitación de masas" llegó entonces a niveles aun
más altos. La policía debió duplicar y triplicar sus esfuerzos. Algunos creyeron
que ya era tiempo de lanzar el "paro general", y comenzaron a moverse para im-
plementarlo.
El Gobierno, intuyendo que ya ese tiempo estaba llegando, se movió rápida-
mente. Primero puso abrupto término a lo que se llamó "el romance de la CUT con
La Moneda". Lanzada a la calle, la CUT se vio obligada a hacerse cargo del agitado
movimiento de masas, y discutir la idea del "paro general". Pero entonces el Go-
bierno realizó su segunda movida: firmó un compromiso con el gremio de los
hospitalarios, que indujo a éstos a poner término a su movimiento.
Así, la punta de lanza del eventual "paro" quedó cercenada, demostrando con
ello que el protagonismo social, aunque directo y agresivo, no había desarrollado
aún una proyección política propia y consistente. Los que planteaban el "paro"
sobre la base de ese tipo de protagonismo social, descubrieron así que su plantea-
miento era una mera proyección ideológica'^'.
De cualquier modo, ya era evidente hacia 1955 que los hechos VPP, proliferantes
por abajo, tendían a producir, hacia arriba, movimientos de simultaneidad, conver-
gencia y solidaridad, como grandes hongos de protagonismo social que, por su fuerza
y visibilidad, concluyeron por contagiar a estamentos sociales no económica o corpo-
rativamente involucrados en el conflicto. Sobre esa nube de hongos, las cúpulas
sindicales y políticas comenzaron a flotar a la deriva, quebrando su línea programa-
da de avance. Si el Gobierno, entre todo eso, pudo sostenerse, no fue por lo rectilíneo
de su ruta política, sino por la solidez relativa de las rocas fundamentales en que
apoyaba su estabilidad: las Fuerzas Armadas, la derecha política y la Ley de Defensa
Permanente de la Democracia (o sea, del Estado Liberal de 1925). Sobre eso se po-
día, pese a todo, seguir gobernando. Pero las organizaciones políticas representativas
(los partidos) no tenían bajo ellas otro fundamento que el agitado movimiento de las
masas ciudadanas, y por encima, más que el arco quebradizo de la coalición nacio-
nal. El Estado, para ellas, era sólido como referente ideológico y militar, pero eso no
era ninguna garantía para quienes, como era su caso, estaban en última instancia
parados sobre el convulso proceso social de la política. Su descompostura era, pues,
sísmica y naufrágica: treinta partidos flotaban, a fines de la década de los cuarenta
y durante los cincuenta, corriente abajo de la descomposición nacional-desarroUis-
ta. Fue en el centro de esa arremolinada corriente donde floreció la violencia política
'contra adversarios'.

El Mercurio, julio 2 al 10, y septiembre 1 al 3,1955; El Diario Ilustrado, julio 5,6 y 9, y agosto 27,1955;
La Tercera, agosto 27,1955; Ercilla, agosto 2, 9,16,23 y 30,1955; La Última Hora, julio 1 al 7, y septiem-
bre, 1 al 5,1955; y El Siglo, julio 8, agosto 27, y septiembre 4,1955.

206
IM ideología en nudo ciego, o el conflicto lateralizado
El acto se inició, aproximadamente, a las 20.00 horas, en un costado de la Plaza
de Armas.
La fracción socialista que lo había convocado estaba decidida a denunciar pú-
blicamente la política internacional y nacional asumida por el gobierno de Gabriel
(¡onzález Videla. Era el 7 de febrero de 1947. Sobre el estrado hicieron uso de la
palabra los dirigentes Carmen Lazo, Sergio Salinas, Ramón Sepúlveda y Astolfo
Tapia. Todo se desarrolló, durante un rato, normalmente. Pero en un cierto momen-
to, el pueblo que paseaba por la plaza (que era, al parecer, simpatizante del Gobierno
y del Partido Comunista), comenzó a manifestar su desacuerdo ante las denuncias
de los oradores. Se escucharon gritos de repudio contra "los trotskistas" que ma-
nejaban el acto. El clamor fue en aumento, hasta que "ante el evidente desprecio
popular, los trotskistas amenazaron al público, sacando a relucir sus revólveres y
cuchillos".
Parte del público se alejó del lugar, pero otra se enfrentó a los "trotskistas",
generándose pronto un violento altercado.
Se escucharon disparos, y "cuatro bandoleros cayeron ante la decidida acción
del pueblo". Carabineros, que intervino con cierta tardanza para poner término a
la refriega, reportó al día siguiente que habían quedado catorce heridos, algunos a
consecuencia de los golpes, otros de balazos recibidos, y otros, de cuchillazos'''^.
A fines del mes siguiente, un grupo de "socialistas de Rosseti" tuvo que dirigir-
se al Cementerio, para enterrar a un camarada. Organizaron a ese efecto una suerte
de desfile. Sentían necesidad de expresar su tensión y descontento. Durante la
marcha, las cosas no salieron bien. En la tercera cuadra de San Diego se cruzaron
con un bus. En actitud desafiante, le bloquearon el paso. El chofer, de todos mo-
dos, intentó pasar. Entonces los rossetistas, encolerizadas, trataron de volcar el
vehículo, lo que obligó a los pasajeros a bajarse precipitadamente. Tras el distur-
bio, la procesión continuó.
En el Cementerio el cortejo tropezó con un grupo de obreros, que regresaban
tras enterrar a un compañero. Se trataba de un grupo de filiación comunista, entre
los que venía el dirigente del gremio de la construcción, César Pontigo. Al cruzarse
se intercambiaron invectivas e insultos. Alguien tiró una piedra. Se produjo un
violento altercado, en que algunos sacaron laques para golpear a sus adversarios.
Al parecer, uno de los contendientes quebró una botella para agredir a otro. Le
dispararon al dirigente de la construcción. Tras la refriega el cortejo continuó,
dejando atrás dos obreros gravemente heridos.

£/Sií!o, febreros, 1947.

207
Pero no fue todo. Los ánimos de los camaradas del rossetista muerto estaban
definitivamente alterados. Salieron del Cementerio, pues, discutiendo en voz alta
y encaminaron sus pasos en dirección a Mapocho. Pero no fueron en línea recta;
se desviaron de su ruta para ir hasta la casa ubicada en Prieto 2025 -se presume
que pertenecía a un militante comunista-, a la que atacaron con piedras y ladri-
llos, rompiendo puertas y ventanas. Luego, "la banda" se retiró'".
Abril de 1947. Época de elecciones. En la noche del 6, pasadas las 22 horas, un
contingente de obreros se hallaba pegoteando propaganda por "los candidatos del
pueblo". Estaban en esa tarea cuando, de súbito, "bandas de schnakistas y trots-
kistas" emergieron de las sombras y atacaron por sorpresa. Traían palos, laques,
cuchillos y revólveres. Luego se retiraron. Detrás dejaron dos muertos y media
docena de heridos graves"'^"*.
Abril de 1948, día 13. Un grupo de desconocidos llegó hasta el local del ACHA
(Asociación Chilena Anti-Comunista), ubicado en Huérfanos 1610. Estaba oscuro
y no había nadie en la sede. Arrojaron una bomba incendiaria y luego escaparon.
La bomba alarmó al vecindario y provocó un principio de incendio. La Prefectura
de Carabineros, que entregó la información, no avaluó los daños'".
Enero 30, 1949. Lugar: estación de la Radio Nuevo Mundo. Calle Freiré 747,
comuna de La Cisterna. Hora: 8.00 de la mañana. Al llegar al trabajo, dos funciona-
rios de la emisora descubrieron dos artefactos explosivos de alto poder, uno en la
base del mástil de transmisión y otro junto a una de las ventanas de la planta. Se
desconocían los móviles del atentado. Pero se especuló que, en una transmisión
reciente, la emisora había difundido íntegramente los discursos pronunciados en
una concentración del Partido Socialista, en los que los oradores calificaron en
duros términos "los abusos" perpetrados por los comunistas en Europa del Este.
Las bombas no alcanzaron a estallar"''.
La lista podría alargarse y multifacetarse. Las líneas de violencia interfac-
cional se cruzaron en todas direcciones: de socialistas contra comunistas, de
éstos contra aquéllos, de radicales contra comunistas, de ibañistas contra radi-
cales, de allendistas y freístas contra mattistas, ibañistas o comunistas contra
todos, etc.'"

Ibidem, marzo 25, 1947.


Ibidem, abril 1S,1947.
Las Noticias Gráficas, abril 1.5,1948.
£! Mercurio, enero 31,1949.
Para estos casos, El Mercurio, junio 19,1952; agosto 23-24 y septiembre 1,1958;yErcilla, junio 17, agosto
15,1952.

208
El 'reventón histórico' de 1957
Como se ha visto, los "pobladores" habían pasado a la acción directa sin moverse
de sus poblaciones. Los obreros, sin moverse de las fábricas. Los choferes y cobrado-
res, en cambio, habían envuelto en su conflicto y hechos VPP casi toda la planta
física de la ciudad. Y los trabajadores del Estado, por su parte, comprometieron gran
parte del sistema institucional del país, al paso que, físicamente, amagaban de modo
directo el Centro Cívico y Comercial de la capital de la Reptiblica.
Los múltiples conos eruptivos del "volcán social", y su hongo conjunto, fue-
ron copando los espacios físicos e institucionales. El reguero tensional invadió
toda la sociedad y penetró hasta el mismo basamento (armado) del sistema de
dominación, obligándolo a salir a las calles. La calle, convertida en escenario
central por la progresiva protagonización de los movimientos sociales, comen-
zó a democratizar, masificar y materializar la política. Los estamentos volantes
de la sociedad (estudiantes, militantes de base y público en general) y los mar-
ginales (pobladores), vieron en todo eso una oportunidad orgánica para,
haciendo gala de solidaridad social y gremial, proyectar sus aspiraciones de
frente al Estado, pero sobre espacios abiertos relativamente controlados por
ellos mismos. Del ciudadano electoral y pasivo emergía, amenazador, el ciuda-
dano histórico. El guarecimiento defensivo de las élites gubernamentales dentro
de políticas constitucionalmente defensivas y tras alianzas con la vieja dere-
cha política, favorecieron la continuación del procesó ciudadano de politización
callejera''"''.
Con el bajo pueblo y las capas medias burocráticas en las calles, de un lado, y
las normas institucionales cercadas en sus recintos de poder, de otro, la atmósfera
social se recargó de electricidad historicista. En ese contexto -ya por años prolon-
gado-, bastaba una provocación gubernamental excesiva o un descuido mínimo
del orden normal de funcionamiento ciudadano, para desencadenar una erupción
simultánea de todos los conos abiertos y atizados a lo largo de la crisis. Es decir,
para provocar un reventón histórico. Fue lo que ocurrió, entre febrero y abril de
1957.
La crisis económica obligó al gobierno del general Ibáñez a solicitar ayu-
da técnica a los economistas del Eondo Monetario Internacional. En realidad,
tuvo que someterse a lo que se llamó, poco después, la 'dictadura del EME. Es
decir, tuvo que hacer un giro del nacional-desarrollismo al librecambismo; del

Acerca del volcamiento de las políticas económicas hacia puntos de estabilización y equilibrio -con
la consiguiente dereciiización de los bloques partidarios gobernantes-, véase Ffrench-Davis, Políticas
económicas...; y Pinto, Cliile, un caso...

209
nacionalismo capitalista al internacionalismo, y del populismo al derechismo'^',
Como efecto de eso, se decretó una serie de alzas de precios. Una de estas alzai
afectó las tarifas de la locomoción colectiva, que subieron entre 50 y 100 por cien-
to; las más altas afectaban a los estudiantes secundarios y universitarios, que
pagaban tarifa rebajada. Esta decisión violaba un convenio anterior del Gobierno
con los trabajadores, por el cual se estipuló que las tarifas de locomoción no po-
dían aumentarse en más de 25 por ciento con respecto a los niveles de diciembre
de 1956. De modo que la derechización librecambista del Gobierno se marcaba,
además, con la violación flagrante de un convenio laboral previo. Sin duda, el alza
de tarifas constituyó un explosivo social arrojado al centro de la atmósfera histori-
cista.
Los estudiantes comenzaron a reunirse. A fines de enero, la Federación de Es-
tudiantes de Chile (FECH) acordó "protestar cotidianamente" contra las alzas. En
efecto, los días 30 y 31 realizaron activas manifestaciones en la Plaza de Armas de
la capital. En ambos casos fueron disueltos por Carabineros, que hicieron uso de
sus bastones y carros lanzaagua. En ambos casos los disturbios se prolongaron por
una hora y media, dejando como saldo global un periodista herido y veinte estu-
diantes detenidos. La movilización estudiantil tuvo una resonancia considerable.
El primero de febrero, la CLJT anunció que se plegaría a la protesta cotidiana de
los estudiantes. Ese día, en la mañana, los estudiantes -según rutina- se congrega-
ron en la sede central de la FECH. Desde allí marcharon en dirección a la Plaza de
Armas, portando motes y pancartas alusivas. En el trayecto, grupos de obreros (en su
mayoría dirigentes) y transeúntes se agregaron a la marcha, conformando así una
masa de varios centenares de manifestantes. Al desembocar en la Plaza fueron ata-
cados por el cuerpo policial. Las primeras filas resistieron, produciéndose una refriega
genera], pero luego todos debieron replegarse, dispersándose por las calles vecinas.
Por grupos se volvieron a reunir, aquí o allá, para ser de nuevo dispersados. Descu-
brieron entonces que, como su voluntad era prolongar la protesta, podían permanecer
en el centro de la ciudad, dispersándose y reuniéndose, en un juego que requería
agilidad de piernas. Y piedras. La policía fue comprendiendo que, bajo su apaleo
general, las masas se disolvían pero no desaparecían. Se hallaron frente a un fenó-
meno gelatinoso que los hacía, de algún modo, impotentes. Se pusieron tensos. Un
oficial joven sacó su revólver y comenzó a disparar.
Los manifestantes huyeron en desbandada. Un grupo de estudiantes se refugió
en una farmacia. Tras ellos, los carabineros, con sus revólveres desenfundados,

.Quiénes dictan la política económica de Chile?, "Panorama Económico (Editorial), N° 200 (1959):
9-91

210
cnlraron también allí. Pero el numeroso público que se había aglomerado en las
cercanías se interpuso, impidiéndoles arrestar a los refugiados. Tras un tenso mo-
mento, tuvieron que retirarse.
Así planteada la confrontación de fuerzas, los manifestantes intuyeron que
podían continuar. Que la calle, para tales efectos, les pertenecía. De modo que
continuaron protestando y agitando las calles durante todo el resto de la jornada,
lili la noche, relativamente convencidos de haber ganado un espacio y de contar
con un no despreciable poder propio, iniciaron el apedreamiento de buses. Los
inicrobuseros, alarmados, pidieron protección policial y militar para sus máqui-
nas. Pero la noche se vino encima y todo quedó como en suspenso. El balance final
de heridos y detenidos no se entregó, pero se presumía que el número había sido
alto. Aun así, todos los gremios se sintieron impactados, o convocados. El reventón
histórico estaba solo en sus comienzos.
Temprano, al día siguiente (sábado 2 de febrero), el personal administrativo de
la Universidad de Chile, alegando retraso en el pago de sus remuneraciones, acor-
dó parar y sumarse a las protestas. Simultáneamente, el Frente de Acción Popular
(FRAP) acordó realizar una concentración para el domingo 3, a efectos de denun-
ciar la situación existente (la policía reprimió severamente a los frapistas). El lunes
4, el Gobierno reafirmó su política de alzas. Los gremios y los estudiantes se sintie-
ron provocados. Los empresarios de buses volvieron a reclamar protección para
sus máquinas, amenazando con parar, de no obtenerla.
Los estudiantes repitieron su rutina: se concentraron en la sede de la FECH, y
desde allí se descolgaron en grupos hacia el Centro. El apoyo del público transeún-
te y de delegaciones obreras los alentó a continuar sus manifestaciones hasta horas
de la noche. El martes 5 la rutina se repitió, aunque de modo más virulento, que-
dando un saldo de once heridos (incluyendo un carabinero apaleado, por error, por
otro carabinero) y diez detenidos.
Tras siete días de ininterrumpida agitación social (encabezada por el sector
estudiantil), el Gobierno retiró el decreto que alzaba las tarifas de la locomoción
colectiva, explicando que lo sometería a "nuevos estudios".
Formalmente, la ola de agitación social había sido vaciada de su motivación cen-
ital. Sin embargo, en el fondo, quedaba latente el sentimiento de que la movilización
callejera había hecho retroceder al Gobierno (demostrando así el poder de las accio-
nes directas) y que, al no haber de momento una solución real, las tarifas abusivas
continuaban amenazando la epidermis ciudadana. El intermezzo producido por la
decisión gubernamental generó así un compás de espera. Y de meditación.
El 7 de febrero, frente a la Casa Central de la Universidad de Chile, se concen-
traron los principales protagonistas de la agitación social contra las alzas -los

211
estudiantes y los obreros; la FECH y la CUT-, en un "acto" de introversión y reafir-
mación de la causa que los hermanaba, y sellando la fraternidad historicista de la
calle contra el poder institucional. Los oradores fueron Enrique París, Gustavo
Horvitz y Julio Stuardo, por la FECH; y Juan Lamatta y Clotario Blest, por la CUT.
Concluido el Acto, los asistentes organizaron una marcha ritual hasta el local de la
FECH, distante algunas cuadras de allí.
En el camino, sin embargo, la policía estrechó la marcha, en previsión de cual-
quier disturbio. Inquietos, los desfilantes rechazaron el celo policial. Estallaron
varias escaramuzas. La marcha se rompió, fragmentándose en múltiples grupos
que se desplazaron en diversas direcciones. La policía siguió a varios de esos gru-
pos, lanzando bombas lacrimógenas. Los focos de enfrentamiento tendieron a
moverse hacia el Centro Comercial y la Plaza de Armas. Cayeron varios heridos,
como producto del bastoneo, y detenidos. Uno de estos apaleados-detenidos, el
obrero Manuel Rojas, fue liberado en horas de la noche. Al salir, sintiéndose mal,
se dirigió a la Posta Central, para recibir atención médica. Allí, cuando se le daba
atención, falleció. El parte médico señaló "pancreatitis aguda""'".
La tensión social, con ello, no amainó.
El 10 de febrero el FRAP convocó a un Acto en el Teatro Caupolicán, para
denunciar la política de alzas. El 14, el Gobierno declaró que "elementos extremis-
tas" estaban agitando a las masas contra el imperio de la ley. El viernes 15,
"extremistas, bajo la apariencia de estudiantes", apedrearon el edificio de El
Mercurio, huyendo luego "protegidos por las sombras de la noche". El día 20, el
Gobierno responsabilizó directamente al Partido Comunista por la tensión social y
política existente.
Con todo, el fin de mes fue calmo y tranquilo. No hubo nuevas "provocaciones
políticas" de parte del Gobierno (la decisión final sobre las alzas aún no era toma-
da). Los estudiantes -el más activo de los movimientos sociales en esa coyuntura-
se habían sumido en el sopor del verano y de las vacaciones. Los obreros, así como
los dirigentes del FRAP, silenciaron también sus voces. El historicismo parecía así
haberse replegado mar adentro.
Aprovechando el remanso, el Gobierno reimpuso el alza de tarifas. La sensitiva
tarifa escolar fue aumentada violentamente de 1 a 5 pesos.
En un comienzo, no pasó nada. El verano comenzó a disiparse hacia el horizonte,
las vacaciones llegaron a su término. A fines de marzo -y ya que el argumento del
conflicto había sido repuesto- los actores sociales fueron ocupando en silencio, como

E¡ Mercurio, febrero 1 al 20,1957, Ercilla, febrero 6 y 13,1957; La Última Hora, febrero 1 al 11,1957; y
El Siglo, febrero 2 al 6,1957.

212
desperezándose, sus lugares respectivos sobre el escenario. Y todos traían energías
de refresco.
A las 21.15 horas del jueves 28 de marzo (cuando el calor ya había cejado), los
"estudiantes empezaron las manifestaciones", en su lugar acostumbrado: la Plaza
de Armas. Y en el punto acostumbrado, calle Estado esquina Plaza de Armas, Cara-
bineros comenzó a reprimirlos.
Entonces, "en un abrir y cerrar de ojos, las dos 'plumas' de un trolebús Bilbao
fueron violentamente desconectados de los cables y volaron por los aires". Al ins-
tante comenzó el apedreo. Los grandes vidrios frontales y laterales del trolebús
saltaron hechos trizas. Tras el estrépito, los hechores huyeron. Fue la señal; la vio-
lencia estalló simultáneamente en diversos puntos del Centro de la capital. Buses
y trolebuses comenzaron a recibir sistemáticas andanadas de piedras. Los mani-
festantes atacaban en todas partes, sosteniendo el ataque, aun en presencia de la
policía, por más de una hora. A las 23.00, en Compañía con Bandera, una turba de
manifestantes detuvo un microbús Pila-Cementerio, conminó a los pasajeros a que
se bajaran, tras lo cual comenzó a volcar la máquina, con gran algazara del público
que observaba. A la carrera llegó entonces un fuerte contingente policial, que im-
pidió el volcamiento y dispersó a la muchedumbre. Pero, un poco más allá, otros
grupos desprendían tablones de los andamies de edificios en construcción, empu-
jaban automóviles estacionados y construían grandes barricadas para obstaculizar
el tráfico y atrapar, inmovilizados, a buses y góndolas. La policía debía correr de
un lado a otro, atrasándose cada vez más respecto de cada luctuoso acontecimien-
to. El descontrol de la situación fue convocando a nuevos actores. Según algunos
observadores, a medianoche el número de "elementos obreros" superaba en las
acciones callejeras el número de "elementos estudiantiles". El carácter social de
la lucha comenzó a cambiar, insensiblemente. La violencia adquirió entonces un
perfil de tipo delictual. Los buses se retiraron. Los estudiantes también. Cerca de
la 01.00 horas, el Centro recuperó la tranquilidad. El costo de los hechos había
sumado un herido, trece detenidos y numerosos buses y trolebuses dañados.
Al día siguiente no hubo declaraciones oficiales, de ningún bando. Pero, pun-
tualmente, a la "hora del fresco" (20.30), las masas estudiantiles emergieron en
torno a la Plaza de Armas y calles adyacentes. Junto a ellos emergieron también,
desde la partida, grupos de obreros y pobladores. Todos se autoconvocaron, para
repetir la misma rutina: Carabineros reprimiendo a los manifestantes, dispersión
de éstos por calles vecinas, reagrupación, apedreo de buses, construcción de barri-
cadas, carreras, choferes desesperados tratando de zafar sus máquinas de los
encierros y de la zona peligrosa. Hasta que un bus enloquecido, cerca de la media-
noche, "se echó encima" de la multitud, atrepellando al suplementero Juan Amador
González, que fue revolcado y triturado bajo sus ruedas. La electricidad social

213
comenzó a subir en varios voltios. Y nuevamente, con el paso de las horas, se fue-
ron multiplicando los individuos de extracción proletaria y también -según
denunciaron algunos periódicos- los activistas del extremismo de izquierda. La
fuerza policial, semisobrepasada por los acontecimientos, tuvo que avanzar, retro-
ceder, en movimientos confusos y entrecruzados, sin dirección coherente. Un pelotón
de carabineros, algo desconcertado, entró "en tropel" al local del Partido Socialis-
ta Popular, donde ocasionó "grandes destrozos" y dejó a varios militantes contusos.
Solo después de medianoche, los disturbios amainaron. El saldo fue esta vez de un
muerto, veinticinco heridos (cuatro carabineros, un "gran número" de detenidos e
incalculables daños materiales. El parte policial subrayó el hecho de que "gran
parte de los detenidos no eran estudiantes".
Tras este segundo día de protestas -del segundo ciclo de agitación contra las
alzas-, ya era evidente que la rutinización de las acciones había superado el mero
espontaneísmo de los manifestantes. Estudiantes y obreros ya no llegaban al Cen-
tro premunidos de mera indignación acalorada e ingenuidad combativo, sino de
cierta frialdad táctica. La provocación inicial a la policía era ahora solo la apertu-
ra del programa para la noche. Seguía luego la dispersión-reagrupación, con apedreo
a destajo. Enseguida, la construcción de barricadas, las emboscadas para buses,
con apedreo concentrado. Finalmente, el sostenimiento de íocos múltiples de dis-
turbio. Y retirada final, bajo protección "de las sombras de la noche".
El enfriamiento táctico creciente de la agitación callejera -evidente al descri-
birse topográficamente su rutina- contrastó con el sofocamiento creciente de la
acción policial represiva. Junto al saldo de muertos, heridos, detenidos y daños
materiales, quedó también, al final de cada jornada, la idea de que el cuerpo poli-
cial, tras tres o cuatro horas de exposición a la rutina VPP, se cansaba, se exasperaba
y demostraba no tener una táctica antidisturbio suficientemente clara. Este saldo,
aunque no fue comentado por ningún periodista ni político ni policía, quedó sin
duda de algún modo registrado en el subconsciente de los protagonistas sociales
de la protesta. Pues era un saldo que confirmaba la fuerza de que disponían, su
poder sobre la política llevada a la calle. De aquí que, a la noche siguiente, el
juego agitativo pudiera continuar, en la lógica viciosa del que siente que va ganan-
do, reforzando así la rutina y la espiral del reventón historicista.
De modo que, al día siguiente (30 de marzo), las acciones se iniciaron más tem-
prano: a las 11.00 de la mañana. Las masas sociales se sentían fuertes. Toda la
rutina se desplegó más rápida y enérgicamente. Entre mediodía y las 16.00 horas
-según parte de Carabineros-, los "exaltados" destruyeron los vidrios de veintisie-
te buses, seis trolebuses y cinco tranvías, confirmándose que el número de vehículos
atacados durante esas cuatro horas era muy superior al total acumulado en las
noches anteriores. Este hecho no dejaba de ser sorprendente, dado que la policía,

214
consciente también de su desventaja relativa acumulada en las jornadas anterio-
res, había aparecido esa mañana en la Plaza de Armas portando, además de sus
bastones y carros lanzaagua de servicio, carabinas y fusiles-ametralladoras. Pero
los "exaltados", fríamente adheridos a su rutina, no pararon mientes en la diferen-
cia de que hacía gala su antagonista. Conscientes del poder propio desplegado en
los días anteriores, se tornaron ciegos frente a los cambios del aparato represor.
Habían perdido el miedo.
La acción directa, de ser una torpe reacción de rabia, se convertía en una fuer-
za rutinaria, cuyo ejercicio generaba una atracción cada vez más irresistible. Y al
término del 30 de marzo, ya no importaron los treinta y dos heridos (dos de ellos
graves), ni los cuarenta y cinco detenidos (en su mayoría trabajadores y estudian-
tes secundarios). La moral de los manifestantes, al concluir esa tercera jornada,
era alta. Los policías, por el contrario, parecían tensos y cansados.
La situación se tornó crítica. La sociedad en protesta había acosado al Estado
más allá de lo conveniente. La atmósfera general incorporó así una señal de peligro.
Apresuradamente, el Presidente volvió esa noche desde Talca para una reunión
de urgencia con el ministro de Defensa, contraalmirante Francisco O'Ryan. En la
madrugada del día 31, el Gobierno decretó el Estado de Emergencia para la pro-
vincia de Santiago, nombrando como jefe de Zona al general Horacio Gamboa.
VA domingo 31 de marzo hubo una tregua. Todos los actores reflexionaron: ¿Se
acatarían las restricciones impuestas por el Decreto de Estado de Emergencia?
¿Recuperaría el Estado su autoridad frente a la movilización social? ¿Se llegaría,
todavía, a otros niveles más altos de acoso social contra el Estado? De cualquier
modo, el Gobierno no había modificado su política tarifaria. La provocación políti-
ca, en este flanco, continuaba en pie. Sobre el otro flanco, el Gobierno se había
endurecido, decretando la militarización de la cara estatal que enfrentaba al mo-
vimiento social. Y más allá, la autoconfianza de ese movimiento social marcaba
registros elevados. En suma, todo parecía indicar (jue el conflicto no estaba resuel-
to, que solo avanzaba hacía un plano superior de enfrentamiento.
El lunes primero de abril, la capital amaneció resguardada por tanques.
Durante algunas horas las masas permanecieron mudas, observando. Pero cer-
ca del mediodía, grupos aislados de manifestantes Estudiantes secundarios y
trabajadores iniciaron, aquí y allá, agresiones contra la locomoción colectiva. Sor-
prendidos, militares y pohcías dudaron si reprimir o no con rudeza a ese tipo casi
infantil de estudiantes. Por esa brecha de duda, otros grupos se incorporaron a la
protesta. En horas de la tarde, los daños provocados a buses y trolebuses eran
enormes. Según la ETCE, sus pérdidas por concepto de 'protesta' sumaban ya 35
millones de pesos, habiendo sido atacadas 416 máquinas de sus 32 líneas. La ener-
gía destructiva, aun en presencia de los tanques, había aumentado por la simple

215
inercia rutinaria de la protesta social. Ningún gremio ni federación había dado
instrucciones públicas a sus bases para ese día, lo que involucraba que las bases
estaban comenzando a sobrepasar a sus propias dirigencias.
Ante eso, a las 20.00 horas del día primero, la FECH convocó a una asamblea en
su sede, a efectos de deliberar acerca de la situación. Durante el mitin, los orado-
res se dividieron: algunos sostuvieron que los hechos estaban sobrepasando los
límites razonables del movimiento; otros, por el contrario, creían que era necesa-
rio profundizarlo hasta alcanzar los objetivos. No hubo acuerdo. A las 21.45 la
asamblea se dio por terminada. Algunos estudiantes se retiraron a sus domicilios,
pero otros enfilaron por calle Miraflores en dirección al Centro. Estos últimos, al
cruzar la calle Merced fueron interceptados por dos carabineros, que los conmina-
ron a disolverse. Se inició un intercambio de palabras, y luego de gritos. En ese
momento acertó a pasar por allí una patrulla del Ejército. "Se produjo una confu-
sión -informó un diario- y fueron disparados varios tiros". Los estudiantes
-informó otro- "fueron apaleados, los jóvenes repelieron la agresión, por lo que la
tropa hizo fuego apuntando al grupo".
Alicia Ramírez Patino, delegada de la Escuela de Enfermería a la FECH, de 22
años, falleció a las 23.15 horas, a consecuencia de una bala de fusil que penetró en
su abdomen y de otra que le atravesó un muslo. En el mismo lugar, también a bala,
cayó gravemente herido Manuel Vásquez, estudiante secundario.
A las 24.00 horas había tranquilidad en la capital. El saldo de la jornada había
sido un muerto, dos heridos (ambos a bala), veintisiete detenidos e incalculables
daños materiales en la locomoción colectiva. Carabineros reportó que dos tercios
de los detenidos "no eran estudiantes", y que algunos de ellos portaban "laques y
otras armas contundentes". Las agujas de la composición social de la protesta se-
guían marcando bajo fondo. La tensión, por contraste, seguía creciendo.
Eran las 8.00 de la mañana del 2 de abril de 1957 cuando los jóvenes estudiantes
del Instituto Nacional tuvieron que resolver, apresuradamente, un grave dilema: o
bien entrar al Instituto para recibir sus clases habituales, o cruzar la Alameda Ber-
nardo O'Higgins e internarse en el Centro para protestar por la muerte de la
compañera Alicia Ramírez. El deber cívico, o el deber solidario. Y nadie podía ayu-
darlos. Tenían que resolverlo solos, allí mismo, sin el consejo de ningún dirigente de
la FECH, de la CUT, del FRAP o del Instituto. Y sin considerar los nervios cansado!
de los carabineros y la espera impaciente de los soldados. No hubo acuerdo. Lai
lealtades resultaron divididas. De modo que una parte de ellos se apartó del resto y
cruzó la Alameda. Los gritos juveniles resonaron por la calle Bandera, rebotando en
los altos edificios, multiplicando sus ecos en la tensión de la capital militarizada.
Se había roto el tabú. A las 11.00 horas, grupos espontáneos venidos de cual-
quier parte se habían unido a los jóvenes institutanos. Improvisadamente emergió

216
en las calles céntricas un desfile compuesto de unos cuatro mil ciudadanos. Un
grueso pelotón de carabineros se encargó de disolverlos. Entonces las masas en-
traron, confiadas, en su rutina. Esta vez el perímetro de la protesta se ensanchó
más que de costumbre, abarcando desde Mapocho hasta la Alameda, y desde la
calle Teatinos hasta la de San Antonio. Las masas ejecutaron con rapidez la prime-
ra parte de su programa, y entraron de lleno a la construcción de barricadas, no
solo para emboscar a buses y trolebuses, sino también para bloquear el avance de
los vehículos policiales y militares. De modo que se recurrió a todo. Se arrancaron
los consabidos tablones de andamio y las tapias de madera de los edificios en
construcción; se desplazaron los vehículos estacionados; y también se recurrió esta
vez a los bancos de las plazas, los postes de luz, de señalización, en fin, a todo lo
que sirviera para barricar la red vial del Centro. Se desató un movimiento de "me-
tódica destrucción" que avanzó en todas direcciones, dejando tras de sí un reguero
de barricadas, hasta que, tras un par de horas, "nada quedó entero". Del apedreo a
destajo se pasó al apedreo concentrado y, ante la protesta de los comerciantes que
veían con indignación cómo se destruía la infraestructura vial del barrio del co-
mercio, se llegó al apedreo de vitrinas. Por los boquerones producidos, se inició el
saqueo.
A mediodía, tras casi cuatro horas de trabajo incesante -más una semana de lo
mismo-, el Cuerpo de Carabineros se hallaba en una situación inconfortable. Can-
sado, abusado, sobrepasado. A esa altura, su dilema -como el de los institutanos en
la mañana- era simple: o cruzaba la calle y comenzaba a disparar de lleno contra
'las turbas', o se retiraba, dejando campo para una acción que, por el estado de
cosas, parecía más apropiada para el Ejército que para el cuerpo policial.
Paralelamente, la composición social de la masa callejera comenzó a cambiar.
Numerosos grupos de pobladores empezaron a descolgarse de sus barriadas mar-
ginales y, en "pobladas", aparecieron por primera vez en medio siglo en el mismo
Centro Cívico, Comercial y Cultural de la capital de la República, convocados tal
vez por el hecho de que, en esas horas, toda la sociedad parecía haberse rebelado
contra el Estado, las Fuerzas del Orden y la propiedad pública y privada. Su ines-
perada visita al Centro del país no pudo asumir la forma, pues, de un viaje escolar
de aprendizaje ciudadano, de respeto a los símbolos del Estado, o de compra en las
grandes tiendas. Por el contrario, asumió la forma de un batallón de refuerzo para
los actores sociales que ejercían en la calle, hasta el límite, su ciudadanía histori-
cista. De modo que penetraron en el Centro, ensanchando el círculo de la protesta,
los boquerones de las vitrinas, la violencia y el saqueo.
Al comenzar la tarde se había reportado ya el saqueo de los Almacenes París,
de la Joyería Praga, de dos armerías y de otros negocios menores. Estos hechos
dejaron en evidencia que la policía, sobrepasada, debía retirarse, dejando su

217
lugar a los militares. Se inició entonces la retirada de los carabineros, orden que
se cumplió con desigual disciplina y oportunidad. En Alameda frente a Estado,
por ejemplo, cuatro carabineros no alcanzaron a subir al vehículo que fue a reco-
gerlos. Los manifestantes, ya dueños de la calle, comenzaron a avanzar sobre
ellos, mientras les arrojaban una lluvia de piedras. Acosados, los cuatro hombres
comenzaron a disparar contra la multitud. Pero los "exaltados", incrédulos, con-
tinuaron su acoso. Camiones del Ejército, cargados de soldados, aparecieron desde
el poniente disparando también, y rescataron a los carabineros. La multitud se
dispersó hacia las desguarnecidas calles del Centro. Los hechos se agravaron.
La tarde se presentó extremadamente crítica. Numerosas "pobladas" comenza-
ron a desplazarse hacia distintos objetivos. Algunas se dirigieron a apedrear el
edificio de El Mercurio. Otras, al Palacio de Justicia, al Congreso Nacional. Otras,
al mismo Palacio de La Moneda. Algunos grupos intentaron incendiar el Mercado
Central. Otros prendieron fuego a buses atrapados y garitas de la locomoción co-
lectiva. La tienda Ciudad de México y la Custodia de Equipajes de la Estación
Mapocho fueron asaltadas y saqueadas. El Ejército, a diferencia de Carabineros,
se movilizó en vehículos pesados, sin estacionarse en un lugar fijo y sin copar las
calles del Centro. Eso dejaba espacio para las manifestaciones relámpago y los
ataques por sorpresa de los "exaltados", en una guerra de guerrillas que sobrepa-
só los movimientos pesados de la tropa. Al rato, los militares optaron por defender
los edificios públicos principales. Hubo que enviar de nuevo a los carabineros al
Centro de la capital, donde desde las 22.00 horas iniciaron un sistemático barrido
de todas las calles.
Significativamente, la mayoría de los manifestantes se alejó entonces hacia el
sur, en dirección a las "poblaciones". La calle San Diego fue escogida para esa
retirada. Tras el paso de las turbas, numerosos negocios fueron asaltados y saquea-
dos. En las cercanías de las poblaciones mismas se reprodujeron, a la llegada de
los manifestantes, escenas de violencia, asalto y saqueo.
El balance de esta jornada fue entre doce y dieciocho muertos (no hubo infop
me oficial), más de doscientos heridos (a bala la mayoría), cerca de cien detenidos,
y daños materiales estimados en mil millones de pesos.
Al constatarse la evolución de los acontecimientos, la directiva de la FECH deci-
dió reconocer que había sido sobrepasada por las masas, que la situación era peligrosa,
y que debía buscar un entendimiento urgente con el Gobierno. Salvador Allende,
candidato presidencial del FRAP, ofició como mediador entre los protestantes y el
Gobierno. La fórmula propuesta por la FECH y el FRAP contenía las siguientes
bases: (a) que se suspendieran las alzas; (b) que se dejara en libertad a los deteni-
dos; y (c) que los carabineros fueran reemplazados por los militares. La Moneda
aceptó la fórmula de arreglo. Las cúpulas, en una rápida movida negociadora.

218
habían llegado a un acuerdo, que parecía oportuno. Una revista resumió: "El FRAP
no tenía control sobre el movimiento, y el Partido Comunista se había escondido".
Esa noche, sin embargo, la policía destruyó por completo la Imprenta Horizon-
te, del Partido Comunista.
El día 3 de abril la capital amaneció densamente patrullada por fuerzas del
Ejército.
A pesar de lo anterior, a las 10.30 horas, en el perímetro del centro de la ciu-
dad, aparecieron numerosos grupos de manifestantes, de ambigua identificación
social. En Alameda, entre las calles Carmen y San Francisco, uno de esos grupos se
enfrentó a la policía. Hubo disparos, cayendo varios manifestantes. En San Diego
con Tarapacá, otro de esos grupos, compuesto de unos treinta individuos, constru-
yó una barricada, pero los carabineros lograron dispersarlos a balazos. A las 12.30
horas, una "columna de quinientos individuos" atacó la 12" Comisaría, de San Mi-
guel, manteniéndose el ataque durante una hora. Patrulleros de la Prefectura
Santiago Sur debieron ir apresuradamente a romper el cerco y dispersar a los ata-
cantes a balazos. Al crepúsculo fue atacada la 19' Comisaría, en Santa Victoria con
calle Carmen, con tiros de revólver; en Alameda y Santa Rosa un grupo de indivi-
duos rompió a pedradas un reflector de la Fuerza Aérea, razón por la cual la tropa
respondió descargando sus fusiles. Y ya en el límite del toque de queda, se escuchó
un intenso tiroteo en torno a la Fábrica de Cerveza de la Compañía de Cervecerías
Unidas, en Vitacura. Al mismo tiempo, desde el aire, un helicóptero de la Fuerza
Aérea descubría a 154 individuos que se habían escondido en el cerro Santa Lucía,
probablemente con la intención de descolgarse hacia el Centro en horas de la no-
che. Se informó que la mayor parte de ellos tenía ficha delictual.
El balance de la jornada del 3 de abril fue de ocho muertos (cuatro de éstos, al
parecer, fueron fusilados in situ), un gran número de heridos, cerca de trescientos
detenidos, y daños evaluados en cien millones de pesos"''.
Así concluyó la segunda oleada de agitación social contra las alzas de precios
decretadas por el gobierno del general Ibáñez como parte del reajuste librecam-
bista de su política económica. Iniciado como una protesta estudiantil -con apoyo
obrero-, el ciclo terminó como una descontrolada "jornada de protesta" multiso-
cial, en la que la presencia forastera de masas de "pobladores" despertó, en los
manifestantes integrados al sistema, el viejo nervioso miedo al bajo fondo social y
a la historicidad funcional sobrepasada. Los estudiantes, obreros y empleados sin-
tieron entonces que la protesta les había sido arrebatada de las manos. Y que, al
rebajarse su composición social, se habían enajenado.

El Diario Ilustrado, marzo 30 y 31, abril 2 al 4,1957; El Mercurio, abril 2 y 3,1957; La Tercera, abril 3 al
5,1957; Ercilh, abril 3 y 10,1957; y £/ Siglo, marzo 29 y 30, abril 2, 1957.

219
De cualquier modo, el tenso desencuentro entre las cúpulas dirigentes del Es-
tado y las mayorías sociales, prolongado por demasiado tiempo, había concluido
por representar sobre el escenario, a modo de desenlace, un reventón histórico
que nadie, en apariencia, buscó ni imaginó. Por esto, la clase política fue remecida
de alto a abajo por el volcán que eruptaba bajo sus pies. La experiencia -estreme-
cedora, especialmente para los grupos medios- había sido de perfil catastrófico:
su costo ascendía a veintisiete, treinta o más vidas humanas, cerca de cuatrocien-
tos heridos, un número similar de detenidos, y más de mil millones de pesos en
pérdidas materiales.
De esta primera "jornada de protesta" (de la era de la 'democracia') quedó
grabado por mucho tiempo en la retina ciudadana de la generación de los años
treinta, un estremecimiento de temor. Es que en esos primeros meses de 1957 esa
generación vio, por primera vez en su memoria, correr libremente por las calles de
la capital de la República, a la 'fiera histórica' que un siglo de dificultades había
criado en los subterráneos de la sociedad chilena.

2. Recomposición y crisis del nacional-populismo (1959-73)

a. El escenario
La crisis de 1954-55 no fue una mera crisis coyuntural o una nueva crisis comer-
cial como la de 1930. No fue tampoco la simple estagnación del proceso de
"desarrollo hacia adentro" y de la llamada "industrialización sustitutiva de impor-
taciones" inducida por el Estado desde 1938"'l
Históricamente vista, esa crisis no fue sino una nueva manifestación de las
limitaciones productivas del tipo de capitalismo construido en Chile por los mer-
caderes del período colonial, políticamente formalizado bajo la égida de los
merchant-bankers asociados a Portales, expandido y modernizado por el conglo-
merado mercantil extranjero de 1900 y, finalmente, heredado y administrado
por el Estado y la clase política civil desde 1932. Era en sí una crisis comparable
a la de 1860, 1873-78, 1908, 1914 o 1930"''. Solo que, en este caso, se dio una
diferencia importante: esta vez la 'clase gerencial' que quebró no estaba consti-
tuida por empresarios productores (como en 1873 o 1908, por ejemplo), o

Para la interpretación que puso énfasis en las tesis del "desarrollo hacia afuera" y "hacia adentro",
véase los textos citados de A. Pinto y 0. Sunkel, y los artículos publicados contemporáneamente en la
revista Panorama Económico. Acerca del debate en torno a la interpretación de esa crisis, Salazar,
"Movimiento teórico..."
Salazar, "El empresariado industrial...", passim.

220
mercantiles (como en 1860 o 1930), sino por la misma clase política civil que
había estado rigiendo al capitalismo y al Estado (liberales) desde 1932. En el
pasado, el costo de la crisis había sido absorbido, fundamentalmente, por el mis-
mo empresariado privado, situación que dejó al Estado en posición neutral y con
capacidad para maniobrar políticamente después y por sobre la crisis. En 1954-
55, en cambio, la crisis azotó de lleno al Estado y a la clase política civil, razón
por la que no quedó ninguna superestructura desinvolucrada, en condiciones de
asumir con alguna legitimidad el liderazgo nacional. Peor aún: la situación del
Estado y de la clase política civil se vio agravada, porque esta vez ni el empresa-
riado ni los demás actores sociales se mostraron dispuestos a asumir costos de
ninguna especie, y tampoco a declararse responsables de nada; más bien se sen-
tían meras víctimas de la acción estatal, de la clase política civil y de la misma
crisis. De aquí que las mayorías ciudadanas se mostraran proclives a promover
cambios estructurales y a radicalizar su presión historicista, a pesar de la clase
política civil y del Estado.
Lo anterior obligó a la clase política civil a moverse en función de recuperar
legitimidad frente a la ciudadanía. Pero esto, en un primer momento, no fue fácil:
el proyecto nacional-desarrollista estaba desprestigiado; la democracia liberal es-
tablecida en 1925 estaba reducida, en 1955, a un incómodo formalismo político
frente a los drásticos requerimientos que emanaban de las variables económicas y
sociales; las masas ciudadanas, irritadas frente a la clase política civil y dudosas
frente al sistema constitucional, se inclinaban hacia el autoritarismo caudillista.
No obstante, la voluntad de esas masas seguía apuntando hacia un programa na-
cional o social-desarroUista.
El conjunto de la situación, más que favorecer el afán de relegitimación de la
clase política civil, tendía a favorecer la instauración de un gobierno fuerte (dicta-
torial o no, pero sí antiparlamentarista), que fuera capaz de revertir los elementos
mercantiles y liberales que, desde antes de 1930, estorbaban el desarrollo nacio-
nal y social. De aquí la tentación golpista que rodeó, como una aureola "de
esperanza", al segundo gobierno del general Ibáñez. En verdad, la lógica histórica
indicaba hacia 1952 que allí y entonces se cerraba, técnicamente, no solo la ilusión
desarrollista inaugurada en 1932, sino también la larga tradición mercantilista y
liberal abierta un siglo antes"'^
Pero no hubo golpe de Estado, ni autoritarismo desarrollista. En verdad, en el
contexto de la "guerra fría" y de formación de un "sistema mundial capitalista', el
nacional-capitalismo no solo parecía obsoleto sino, además, provocativo, sobre

Véase las entrevistas hechas a C. Ibáñez por L. Correa R, en £/ Presidente Ibáñez (Santiago, 1962).

221
todo para una sociedad que se había estructurado como una economía primarioex-
portadora y capital-importadora. Menos aún después de que Chile se halló, por
diversos conductos, atado al sistema de defensa hemisférica comandado por Esta-
dos Unidos"'^ De modo que el gobierno del general Ibáñez se vio constreñido a
sortear la crisis conforme las normas liberales del Estado de 1925, sin reformarlas;
a recuperar el equilibrio económico adoptando las exigencias liberales y moneta-
ristas del flamante Fondo Monetario Internacional; a tramitar (reprimiendo y
haciendo concesiones, rotativamente) las demandas del movimiento de masas; y a
salir por el otro extremo de la crisis bajo el apoyo de una congraciada derecha
política. Con ello, el gran enemigo social-productivista (Carlos Ibáñez) del desa-
rrollismo liberal (Arturo Alessandri) -implacables antagonistas entre 1927 y 1952-
concluía consumando la obra política de su gran adversario. Las estructuras histó-
ricas habían sido más fuertes que "el hombre fuerte".
Con todo, la verdadera plataforma de apoyo de esa salida liberal a la crisis de
1954 no era interna, sino externa. El librecambismo era más fuerte en el mercado
internacional que en el seno de la sociedad chilena. Su legitimidad ideológica y
política, lo mismo. De suerte que, después de 1954, la formalidad liberal del Esta-
do de 1925 no cambió, porque tenía apoyo externo, ni subió su bajo nivel de
legitimidad interna, porque la gran masa ciudadana continuó creyendo en un pro-
grama nacional o social-desarrollista, y siguió movilizándose por esas creencias.
La perseverante fe nacional y social-desarrollista de la masa ciudadana, soste-
nida aun más acá del fracaso de la experiencia "caudillista", fue la corriente
profunda que, a final de cuentas, permitió a la ciase política civil reciclar su legi-
timidad social. Eso fue posible en la medida en que la dicha clase fue capaz de
ofrecer, después de 1955, propuestas nacional-desarrollistas y nacional-populistas
técnicamente superiores a las de 1936-38 o de 1952. Tal capacidad la obtuvo por
medio de una reeducación ideológica, basada en los múltiples elementos que se
desprendían por entonces de la modernización general de los conflictos mundia-
les. El FMI, por ejemplo, estaba ofreciendo, desde fines de los años cuarenta,
prescripciones que garantizaban científicamente la recuperación de los equilibrios
macroeconómicos. La Comisión Económica para América Latina (Cepal), de las
Naciones Unidas, en oposición al FMI, ofrecía modelos que garantizaban, sobre la
base de una revolucionaria concepción de la Economía Política, desarrollo estruc-
tural para los países de la periferia. La sociología estructural-funcionalista, por su

Un revelador estudio de este problema en J. Child, Unequal Alliance: The Interamerkan Military System,
1938-78 (Boulder, Col, 1980), especialmente pp. 27-62; y en "From 'Color' to 'Rainbow': U.S. Strategic
Planning for Latin America, 1919-1945",/ourna; of ¡nteramerican Studies and World Affairs 21, N° 2
(1979).

222
parte, producía paradigmas conceptuales que permitían un manejo desarrollista
-no revolucionario- del conflicto social. Y por último, el marxismo latinoamerica-
no, saliendo de su sopor, era capaz de ofrecer una teoría renovada para el avance
de nuevos movimientos clasistas en el continente"'''. De un modo u otro, en afini-
dad o por oposición, la clase política civil integró esos múltiples nuevos elementos
y, basándose en ellos, pudo articular nuevas variantes nacional-desarrollistas y
nacional-populistas al pueblo chileno. Fue sobre tales propuestas que logró al fin
relegitimarse, recuperar sus antiguas posiciones de comando, y dirigir el proceso
histórico que comenzó en 1958 y terminó en 1973.
Todo ello se vio favorecido, además, por la reacción de Estados Unidos ante la
Revolución Cubana, que lo indujo a abandonar su política de "magnífico aisla-
miento" del resto del continente y a inaugurar una actitud de colaboración con el
desarrollo latinoamericano, a través de la Alianza para el Progreso"''.
Hubo, pues, una segunda oportunidad, no solo para el capitalismo mercantil-
financiero criollo, sino también para el Estado Liberal de 1925, para el
nacional-desarrollismo, y para la clase política civil. Una segunda oportunidad, sin
duda, pero bajo la condición de satisfacer el imperativo global de modernización.
Un imperativo que obligaba a sepultar ciertas prácticas políticas del pasado (im-
provisación, demagogia, oportunismo, especulación, ignorancia técnica, etc.) y a
desarrollar otras más acordes con los nuevos tiempos (planificación, tecnocratis-
mo, participación de la base social, reformismo, etc.). Era preciso modificar el
sentido y compromiso de la militancia, reorganizar los partidos políticos, y dar
vida y fuerza a una generación de "hombres nuevos". A este efecto, el discurso
histórico debía desprenderse de la retórica literaria y del ideologismo consignista,
para llenarse a cambio del sistema categorial de las Ciencias Sociales o/y de las
grandes ideologías sistematizadas.
Después de la crisis de 1955, el modernismo entró como una avalancha en el
sistema político chileno. Pero, en verdad, fue un turbión alto, de clase media para
arriba, que se afincó en las superestructuras e instancias planificadoras de la so-
ciedad. Hacia abajo, es decir, hacia los escalones sociales que habían demostrado
su creciente protagonismo en los hechos VPP de los años cincuenta, ese modernis-
mo descendió de modo controlado, solo como para asegurar, tras la flamante
categoría de "participación", el viejo mecanismo del clientelismo político.

Salazar, "Movimiento teórico..."


Una visión retrospectiva de esta colaboración en E. Frei, "The Alliance that Lost its Way", Foreign Affairs
4,'j, N° 3 (1967); y A. L. Michael, "The Alliance for Progress and Chile s Revolution in Liberty" JMS & WA
18, N° 1 (1976).

223
De modo que, en los estratos inferiores, el premodernismo político permaneció
relativamente intacto, basado en los recuerdos vivos de lo ocurrido en los años
cincuenta: el creciente protagonismo directo de los actores sociales, la guerrilla
cruzada entre los partidos políticos, la ineficiencia de la clase política civil en el
manejo de los problemas económicos y sociales de la Nación, el zigzagueo de los
partidos de centro y de izquierda, la voracidad del parlamentarismo, la demagogia
de los discursos para masas, etc. El reventón histórico de enero-abril de 1957, que
resumía todos esos recuerdos, seguía aún demasiado presente como para que la
retórica modernizante lo diluyera en la nada. Los actores sociales, en consecuen-
cia, sintiendo que del escenario histórico de 1950 nada estructural había sido
cambiado, excepto los parlamentos de la clase política civil, se mantuvieron fieles
a su identidad de clase, e irresponsables frente a lo que el Estado (y los políticos)
pudiesen o no hacer en el terreno de la política institucional. Su actitud histórica
consistiría, por lo tanto, en aguardar el discurso y comportamiento del único actor
para quien, sobre el escenario, la modernización era verdaderamente compulsivo
y esencial; la clase política civil. De comprobarse la repetición del síndrome polí-
tico que llevó a la crisis de 1954, los actores sociales podrían, eventualmente,
descargar sobre el escenario la totalidad del protagonismo directo aprendido an-
tes y conservado todavía.
El movimiento popular, especialmente, dio muy pronto muestras de que iba a
permanecer atado al poste social construido en los años cincuenta. Es decir, a una
actitud histórica de tipo clasista y premodernista. Intuyendo esta actitud, la iz-
quierda chilena no tuvo más remedio que reorganizarse en torno a ese poste, asumir
un programa clasista radicalizado, e ignorar las presiones flexibilizadoras que ve-
nían desde el Este. Las elecciones habían demostrado que la clase popular no
estaba dispuesta a jugarse por el simple modernismo"*. Sin embargo, la izquierda
chilena ("mitad sistema, y mitad pueblo") no podía, en tanto el desarrollo de la
democracia liberal de 1925 seguía sostenido por un estratégico apoyo externo, ju-
garse a fondo ni por un movimiento puramente clasista (ignorando lo nacional), ni
por uno netamente revolucionario (ignorando la legitimidad que la democracia
existente tenía para el conjunto de la clase política, civil y militar). De modo que
la izquierda no podía permanecer tan cerca del poste social de 1950 como el movi-
miento popular se manifestaba dispuesto a estar; no tenía otra alternativa realista
que jugarse por un programa intermedio, de tipo nacional-populista. El premoder-
nismo político de la clase popular se halló así, durante la segunda oportunidad, en

Hay una abundante literatura acerca de los orígenes de la Central Única de Trabajadores y del Frente
de Acción Popular. Para una visión desde fuera, véase los trabajos citados de A, Angelí y P. O'Brien.
También de P. Peppe, "Working Class Politics in Chile" (Ph. D. Diss., University of Columbia, 1971).

224
un relativo aislamiento, en una situación distinta pero a la vez similar a la de 1955.
Estaba entonces en condiciones de desarrollar, de nuevo, esa autonomía y su po-
tencial protagonismo directo.
De cualquier modo, la Revolución Cubana gatillo todas las formas de moder-
nismo y premodemismo político, induciendo a todos los actores a preparar un final
de juego.
El modernismo nacional-desarroUista jugó las cartas de su segunda oportuni-
dad en 1958 y en 1964, con el Presidente Jorge Alessandri y el Presidente Eduardo
Frei respectivamente; en ambos casos, respaldado por una propuesta técnica que
se presumía de mayor responsabilidad y eficiencia que la jugada antes de 1954.
Sin duda, lo fueron. La propuesta del Presidente J. Alessandri se basó en la susti-
tución de los viejos cuadros políticos por técnicos y empresarios, y en una política
que apuntaba, en lo central, a incrementar la acumulación capitalista de la empre-
sa privada más bien que a expandir la responsabilidad económica del Estado
Empresario, o la responsabilidad social del Estado Benefactor. El alessandrismo
de 1958, así como el ibañismo de 1952, intentaron apartarse de la desprestigiado
línea de gobierno marcada por la clase política civil hasta 1952. Pero el tipo de
modernización intentada por el gobierno de J. Alessandri no logró alcanzar un
objetivo fundamental: desarrollar en el empresariado privado el sentido de res-
ponsabilidad nacional por sus acciones; es decir, la ética propia de quien debería
ejercer el liderazgo económico nacional. La irresponsabilidad frente al Estado y
frente a lo nacional continuó rigiendo, después de 1958, el comportamiento histó-
rico del empresariado. Y no por simple irresponsabilidad, sino porque el sistema
capitalista mercantil-financiero, siempre vigente, no exigía ningún tipo de lideraz-
go nacional, sino más bien uno internacional. De modo que la tendencia de ese
actor social a permanecer atado al capitalismo dependiente hizo fracasar la políti-
ca de modernización del Presidente Alessandri, dejando a su equipo de gobierno
en la misma situación crítica en la que, en el pasado, se habían hallado los viejos y
desprestigiados cuadros políticos. Entre 1960 y 1963 reapareció la crisis de 1954, y
el movimiento popular, atrincherado en su irresponsabilidad premodernista fren-
te a los fracasos estatales, reasumió su ya constituida cultura de protagonismo
directo, y duplicó las marcas VPP que había registrado en la década anterior'''^
El gobierno del Presidente Eduardo Frei, alejándose también de los despresti-
giados estilos políticos de las décadas anteriores a 1958, operó con otro tipo de
modernización: imponiendo a todo nivel la disciplina teórica de una concepción

No existen trabajos históricos de relevancia académica sobre el gobierno de Jorge Alessandri. Res-
pecto al incremento de los hechos VPP en el período, véase el Capítulo Segundo de este trabajo.

225
acabadamente estructuralista del desarrollo. La planificación nacional rigió toda
práctica política, como también la acción de gobierno, la disciplina partidaria, la
organización de los pobladores, de los campesinos, de las capas medias. La política
se definió por su sentido de la responsabilidad teórica, en la que convergían inter-
disciplinariamente todos los avances de las nuevas ciencias sociales. Sobre esta
base se precisaron los parámetros estructurales de la sociedad chilena que debían
permanecer, y los que debían ser reformados''". Sin embargo, la propuesta política
del gobierno de E. Frei descansaba en el reconocimiento de dos parámetros funda-
mentales: el equilibrio exterior del capitalismo mercantil-financiero chileno, y la
validez interior de la democracia liberal de 1925. Ambas "vigas maestras" eran, a
la vez, el talón de Aquiles de la propuesta.
Lo primero se rompió porque Estados Unidos -quien de hecho ejercía el lide-
razgo económico sobre el capitalismo chileno- abandonó su política de colaboración
desarroUista después de 1967. En verdad, entre i960 y 1967 -vida hábil de la Alianza
para el Progreso-, esa colaboración no alcanzo nunca los niveles requeridos. El
hecho de que la derrota del Che Guevara y el desechamiento de la "teoría de los
focos guerrilleros" hubiesen precipitado el fin de la actitud colaboracionista de
Estados Unidos, dejó en claro que el modelo capitalista mercantil-financiero de
desarrollo no tenía un real apoyo externo'''. La propuesta política del Presidente
Frei concluyó, así, por fracasar en un punto capital: el sostenimiento económico de
la democracia liberal chilena. Esto, evidente ya a fines de 1966 y en 1967, dejó de
nuevo a la vista la incapacidad del Estado de 1925 (y de su clase política civil) para
fundar bases internas sobre las cuales sostener el desarrollo económico y refun-
dar el sistema político. Y eso mantenía baja la legitimidad social de ese Estado, y
alta, en cambio, la actitud premodernista del movimiento de masas''-.
Después de la crisis de 1967 (remedo de la de 1954 y de 1962-63) el modernismo
nacional-desarrollista ya no tenía juego. Sus cartas se habían agotado. Sobre la mesa
quedaron, entonces, solo dos cartas nacional-populistas: el allendismo y el tomicis-
mo, y una puramente conservadora: la encabezada por el anciano Jorge Alessandri.

Dos enfoques de interés acerca de este modelo politico, en T. Davis, "Changing Conceptions of the
Development Problem; the Chilean Example", Economic Development and Cultural Change 14, N° 1
(1965); y 0. Sunkel & E. Boenninger, "Structural Changes, Development Strategies and the Planning
Experience in Chile. 1938-1969", en M. Faber & D. Seers, eds., The Crisis in Planning (London, 1972).
Para otros efectos, S. Molina, E! proceso de cambio en Chile (Santiago, 1972).
Véase los trabajos citados de J. Child, en nota 165.
Este diagnóstico fue tempranamente construido y expuesto por el economista de la Universidad d(
Chicago Tora Davis, tras su larga visita a Chile. Entre otros trabajos, véase su "Dualism, Stagnation
and Inequality: the Impact of Social Legislation in the Chilean Labor Market", International labor
Research Review 17, N° 3 (1964).

226
Es un hecho notable que, habiendo conciencia clara de que el nacional-desarrollis-
mo y la democracia liberal de 1925 estaban agotados, las cartas nacional-populistas
se hubieran jugado separadas y sin disponerse a levantar una apuesta conjunta de
cambio profundo. Al parecer, la única explicación plausible a este hecho es que ni en
el modernismo allendista ni en el tomicista había elementos teóricos y tradiciones
políticas capaces de producir una propuesta única, derivada de un conocimiento
profundo de la sociedad chilena. Ambos modernismos derivaban sus cartas de la
cultura ideológica general, internacional, más que específicamente chilena"^
En ese contexto, correspondió al allendismo asumir la mano del final de juego.
Es decir, cerrar el ciclo.
En rigor, la concertación política de izquierda que llegó al gobierno en 1970 era un
abigarrado resumen de los distintos ingredientes que el período 1938-70 fue dejando
como herencia a la idea populista: el clientelismo político-partidario impuesto a las
bases orgánicas por la generación política del '38, el caudillismo personalista perfila-
do por las esperanzas de los tempranos años cincuenta, el sentido clasista emanado de
los fracasos políticos de los medianos cincuenta y de los éxitos cubanos de los sesenta,
y, no lo menos, el modernismo estructuralizante y voluntarista típico de la generación
de 1968. Sobre esa base de lealtades múltiples y contrapuestas, fue determinante el
hecho de que la Unidad Popular debiera actuar, después de 1970, desde el gobierno y
no desde la calle. Eso determinó que la carta nacional-populista se jugara en combina-
ción con la necesidad de hacerse cargo de una democracia liberal que ya había agotado,
técnicamente, todas las cartas constitucionales posibles para promover el desarrollo
social y nacional. La Unidad Popular tuvo que jugar su carta terminal desde el incó-
modo rol de administrador y conservador de un sistema político técnicamente agotado
(por sus crisis de 1954,1963 y 1967). De ese modo, en lugar de dirigir el encolerizado
movimiento de masas contra el Estado, tuvo que salvar a éste mientras procuraba
destruirlo, para, en el final del juego, ser juzgado por el conjunto de la clase política en
función de su lealtad para hacer bien lo primero (que era de importancia nacional) y
no lo segundo (que era trascendental para el movimiento popular).
Esa peculiar situación descargó sobre la Unidad Popular todos los torbellinos
dialécticos que ya se habían visto hacia 1950, donde todo tendía a transformarse en
lo contrario. Así, con Estados Unidos en el punto máximo de su no-colaboracionismo,
el intento de desarrollar la producción sobre la base del mercado interno no remató
en otra cosa que en una crisis inflacionaria peor que las de 1954,1962-63 y 1967-69,
y en el dolor dependentista intenso propio de las expansiones del capitalismo mer-
cantil-financiero. De otro lado, el intento de respetar la ley, la Constitución y las

Salazar, "Movimiento teórico...".

227
garantías constitucionales -es decir, de mantener la lealtad hacia el resto de la clase
política- no llevó a otra cosa que a la introducción de los militares en el gobierno y a
dejar al movimiento popular sin conducción orgánica y sin programa clasista real-
mente viable. De otro lado, la reforma de la economía, entendida como magnificación
del rol empresarial del Estado, no generó el desarrollo esperado (la dependencia era
más profunda que la simple malla del derecho de propiedad) y, por el contrario,
elevó la irresponsabilidad nacional del empresariado y las clases medias al nivel de
la subversión abierta. De este modo, no pudiendo haber nacional-populismo sin na-
cional-desarrollismo, ni siendo éste posible en el contexto de dependencia orgánica,
solo hubo, como resultado neto, exacerbación ilimitada de la irresponsabilidad polí-
tica de todos los actores sociales. Así, la Unidad Popular comenzó a ser juzgada por
su deficiente desempeño como conservador de un Estado agonizante, y por su inefi-
ciente control sobre un movimiento popular que había decidido ya sepultar
definitivamente a ese Estado, al viejo capitalismo mercantil-financiero, como tam-
bién a la vieja clase política civil. Ni la modernidad estructuralista, ni la
premodernidad popular, ni el caudillismo allendista pudieron, en esa situación, ayu-
dar al salvataje del gobierno del Presidente Allende. Por el contrario, cada uno de
esos ingredientes se convirtió, después de 1972, en un fermento de crisis y en una
causal de procesamiento y derribamiento.
En realidad, el capitalismo mercantil-financiero, la democracia liberal de 1925
y el nacional-desarroUismo hallaron, entre 1970 y 1973, un adecuado chivo expia-
torio para dar un fin irresponsable a sus propias equivocaciones y enfermedades.
De nuevo, como en 1910, el sistema liberal chileno había obviado sus contradiccio-
nes echando mano a "otros medios" y otros responsables.
Aunque dolido por la derrota de su comandancia política, el movimiento popu-
lar sintió que, pese a todo, el poste social al cual se había aferrado en los años
cincuenta no había sido cuestionado, sino al contrario. Sobre tal sentimiento, por
lo tanto, construyó su lealtad al gobierno de la Unidad Popular y, a la vez, a su
propio (semiautonomizado) movimiento "VPP.
En suma, el período 1958-73 no fue sino una reedición, ligeramente retocada y
corregida, del que concluyó con la crisis de 1954. La descomposición del nacional-
desarrollismo se representó en dos actos, arrastrando en el segundo al
nacional-populismo. Dada, pues, la mantención de ése, el argumento central, el rol
escénico del movimiento popular (tendencia al protagonismo directo), no se modi-
ficó ni atenuó, sino, por el contrario, tendió a hacerse más patente y más visible.

b. El movimiento VPP
La generación popular del cincuenta había ejercitado de modo creciente, en la
calle, su protagonismo político directo. La perseverancia que puso en ese ejercicio

228
le permitió ir más allá de la guerrilla ideológica en que se debatían los partidos de
izquierda, y crear condiciones de clase para la reorganización de esos partidos
dentro de una coalición de inspiración clasista. El allendismo no pudo consolidar-
se sino después del reventón histórico de 1957 -electoralmente, había nacido antes-
y de la conformación clasista del Frente de Acción Popular (FRAP). Pero los efec-
tos del movimiento VPP fueron aun más lejos, ya que también arrastraron a Ja
calle a grupos o estratos que habían permanecido encerrados en su funcionalidad
o estancados en su marginalidad, como fue el caso de los estudiantes, la militancia
de base y los pobladores. El potencial historicista del movimiento de masas era,
hacia 1958, significativamente mayor que el que tenía diez años antes.
Sobre ese fundamento, los tropiezos que tempranamente experimentaron las
políticas modernistas de los años sesenta hallaron una rápida y contundente res-
puesta crítica de parte del movimiento de masas. Mayor, sin duda, de la que en su
ingenuidad tecnocrática esperaban los nuevos gobernantes; y mayor, tal vez, de la
que hubiera correspondido en cada coyuntura, dada la situación global. Eso quedó
claramente en evidencia apenas dos años después de la tensa elección presiden-
cial de 1958 (recuérdese Ja ya descrita insubordinación espontánea de veguinos y
chacareros, en 1959). Los fracasos del modernismo, repetidos luego cada tres o
cuatro años, no lograron sino consolidar el movimiento VPP, al punto de que la
violación de las normas reguladoras de la demanda social fue un aspecto constan-
te de la agitación ciudadana posterior a 1963. El reventón histórico tendió a
configurarse como una relación normal entre el Gobierno de turno y el movimien-
to de masas.
Sobre ese "volcán gremial", la clase política civil, obligada por el mismo juego
de su representatividad electoral, debió ceder terreno frente al populismo calleje-
ro y encarpetar diversas cláusulas de su fe modernista y nacionalista, cuando no
constitucionalista. De aquí que, después de la crisis de 1967, la avalancha moder-
nista comenzó a ser rebasada por la populista. Bajo ambas olas -reaccionando a la
primera y permitido por la segunda-, el movimiento VPP no halló razones para
detener su crecimiento, sino al contrario. Eso explica en buena medida la apari-
ción, en torno a esa crisis, de organizaciones políticas que pretendieron asumir la
conducción del populismo callejero, en términos de formalización y militarización
de su protagonismo directo.
Los hechos VPP que se resumen a continuación -que fueron seleccionados en-
tre otros muchos por su capacidad de representar y de haber activado la lógica
interna de este escenario histórico particular- muestran en lo esencial cómo el
conflicto político, originariamente tecnocrático y parlamentario, concluyó resol-
viéndose como un conflicto de masas. Es decir, en los términos de la lucha callejera,
propia de la política VPP. El fracaso de la política liberal y nacional-desarrollista

229
(que era el fracaso del capitalismo mercantil-financiero, del Estado Liberal de
1925 y de la clase política civil) terminaba así por representarse como un proceso
historicista, callejero, de confrontación entre actores sociales. Como se verá, la
intervención de los militares (iniciando el ciclo de 'violencia librecambista') se
produjo cuando diversos actores sociales se hallaban disputando en las calles, en
tanto que masas, las llamadas "batallas por Santiago".

La huelga reivindicativa: del movimiento multigremial a la ocupación


territorial
La política económica del Presidente Jorge Alessandri Rodríguez se propuso,
de un lado, restablecer el equilibrio de los grandes parámetros económicos (rotos
en 1954); de otro, reconstituir y ampliar el mercado interno de capitales (restringi-
do y distorsionado desde 1938); y, finalmente, privilegiar el proceso de acumulación
productiva por sobre el de reivindicación laboral (que desde igual fecha privile-
giaba al último sobre el primero). El objetivo estratégico apuntaba a establecer
conexiones orgánicas con el mercado y el capitalismo internacionales -lo que sig-
nificaba ceñirse a las recomendaciones del FMI-; a constituir algunas bases mínimas
para el eventual liderazgo del empresariado productivo sobre la economía nacio-
nal; y a incrementar sustantivamente la oferta interna de bienes y servicios (para
desarticular la espiral inflacionaria).
En cuanto a las "relaciones sociales de producción", el plan Alessandri consul-
taba la necesidad de adelantar los ajustes de precios y retrasar los reajustes
salariales, estableciendo entre aquéllos y éstos una brecha temporal de seis me-
ses, a cuyo término los salarios serían reajustados en un porcentaje ligeramente
inferior al acumulado al comienzo de esos seis meses'"''. De este modo, la clase
patronal mejoraría sus condiciones de acumulación relativamente a las condicio-
nes de vida de la clase asalariada, en una proporción inversa.
Eso equivalía -como es fácil apreciar- a fijar como política oficial de Estado lo
que había sido, antes de 1958, la práctica (inmoral) de incumplimiento de los conve-
nios laborales pactados. Tal práctica había sido una de las principales causases que
llevaron al reventón histórico de 1957. Esta vez, en tanto que política oficial, esa
misma práctica constituía un engranaje importante en la recuperación acumulativa
del empresariado, en juego articulado con las facilidades concedidas a aquél en el
mercado financiero, cambiarlo y de importación de maquinaria, materias primas y
otros bienes de capital. Pero no hay duda de que este segundo engranaje dependía
del funcionamiento del primero, pues ningún empresario incrementaría la inversión

Sierra et al., Tres ensayos..., p. 81.

230
y su deuda en divisas teniendo a su retaguardia un virulento movimiento gremial de
tipo VPP. La política laboral del Presidente Alessandri constituía así el talón de
Aquiles de su plan económico de desarrollo productivo y empresarial.
La presión de la caldera gremial aumentó rápidamente. En diciembre de 1959
la inflación registró una cifra de 38,6 por ciento. De acuerdo al plan, el reajuste
salarial debería haberse hecho en junio de 1960. Pero los gremios no podían espe-
rar seis meses perdiendo más de un tercio de su calidad de vida. Comprensivo, en
marzo de 1960 el Gobierno decidió salirse un tanto de su línea trazada y "conce-
der" al movimiento sindical un reajuste salarial de 10 por ciento. Sin embargo, lo
que era para el Gobierno una comprensiva concesión, para el movimiento sindical
constituyó una provocación política.
En abril de 1960 estallaron las huelgas, destacándose de inmediato la promovi-
da por el Magisterio y la declarada por los sindicatos metalúrgicos.
Kl día 5 de mayo, 1.850 obreros de la fábrica Mademsa y 950 de Madeco decla-
raron la huelga (ilegal), en protesta contra la política salarial del Gobierno. Esto
ocurría cuando en el país más de 80 mil trabajadores se hallaban en paro (20 mil
mineros, 40 mil profesores, 3 mil trabajadores de la Compañía Chilena de Electri-
cidad, 8 mil de la Empresa Nacional de Electricidad S.A., y 8 mil obreros
metalúrgicos). Los huelguistas reclamaban un reajuste salarial igual al alza del
costo de la vida. La mayoría de los paros se acordaron por 24 ó 48 horas, renova-
bles, a objeto de mantener a los trabajadores en "estado de asamblea" y en
movilización permanente. Pero, en realidad, la duración estaba calculada hasta el
tiempo de su resolución política, lo que daba a esos movimientos el carácter de
"indefinidos". Elias Mallea, presidente de la Federación de Sindicatos Metalúrgi-
cos, señaló en la asamblea deJ Sindicato Mademsa que ellos estaban poniendo en
práctica un "nuevo tipo de paro", que consistía en promover múltiples movimien-
tos progresivos, lo que era mejor que llamar a un corto e inmovilizante Paro
Nacional. Así, la presión sobre el Gobierno (no mencionó a los patrones) sería mayor.
La nueva táctica movimientista, según se puede ver, no era otra cosa que la
formalización política de los 'hongos conjuntos' que los múltiples conos espontá-
neos de movilización social habían producido en los años cincuenta. Esto dio a la
huelga de los metalúrgicos y a la del Magisterio una aureola solidaria global, sin la
cual no habrían tenido la trayectoria histórica que finalmente tuvieron.
El día 6 de abril, 16 mil estudiantes de la Universidad de Chile pararon, en
solidaridad con la huelga del Magisterio y en pro de solucionar sus propias dificul-
tades. Ese mismo día, y con apoyo estudiantil, los profesores se tomaron el Ministerio
de Educación. Fueron apaleados y disueltos por Carabineros. El día 7 la CUT rea-
lizó una concentración en el Teatro Caupolican, a la que asistieron más de 6 mil
obreros, empleados, profesores y estudiantes. Los oradores del acto fueron Ana

231
Ugalde, Rafael A. Gumucio, Juan Vargas Puebla y Clotario Blest. Fue este último
el que sintetizó la disposición de los asistentes al Teatro, al decir que todos los
trabajadores debían "salir a la calle", porque "estos gobiernos reaccionarios solo
entienden por la fuerza". Al terminar el Acto, los asistentes se transformaron en
una masa dispuesta a realizar acciones directas. Marcharon en largas filas en di-
rección a la Alameda. Frente a la Casa Central de la Universidad de Chile fueron
apaleados y disueltos por la policía. Al disolverse, diversos grupos aislados se diri-
gieron al Centro Comercial, originándose así numerosos focos de enfrentamiento
con las Fuerzas del Orden. Según informes, la mayoría de los manifestantes que
actuaron en el Centro eran estudiantes secundarios.
Tras ese primer apresto hubo algunas conversaciones entre los huelguistas y
los ministerios respectivos (del Trabajo y de Educación), las cuales, tras algunas
semanas, no dieron frutos. El 9 de mayo, trescientos estudiantes de la Escuela de
Medicina Veterinaria madrugaron, a efectos de lomarse su Escuela. Tras la toma, y
para mayor seguridad, rodearon el edificio de barricadas. El mismo día, los obre-
ros de Madeco y Mademsa acordaron desahuciar las conversaciones y reanudar
sus paros de 48 horas, esta vez en coordinación con los obreros de Andac, Socome-
tal, Ferriloza e Indesa. Y a las 20 horas de ese mismo día, los profesores se reunieron
en sus sedes de calle Catedral (Upech) y Plaza Brasil (Fedech), donde acordaron
también reanudar su movimiento.
A las 21.30 horas del día 9, los profesores iniciaron su marcha por calle Compa-
ñía, en dirección a Plaza de Armas. Con megáfonos, un oficial de policía les ordenó
disolverse. Los profesores siguieron su marcha. La policía los atacó con chorros de
agua, bastonazos y empujones. Los vecinos, viendo eso, comenzaron a lanzar desde
los balcones, maceteros y otros proyectiles contra la policía. Los profesores siguie-
ron su marcha. Los disturbios se extendieron, tras el avance de los maestros, hasta
Plaza de Armas. Allí continuaron las escaramuzas todavía por media hora más,
esta vez con intervención de transeúntes y público en general. El saldo de esta
marcha fue una docena de contusos y seis profesores detenidos.
Al día siguiente, el Gobierno, repitiendo una apreciación anterior, declaró que
el movimiento huelguístico no solo era ilegal, sino que formaba parte de un "plan
destinado a subvertir el orden público". En ese plan -añadió- el rol jugado por
maestros y estudiantes era esencial, ya que ellos otorgaban al movimiento un "ro-
paje de clase media para arriba".
Pero la movilización de masas ya estaba lanzada. Ese mismo día (10 de mayo),
varios piquetes de huelguistas de Cobre Cerrillos apedrearon un bus de la empre-
sa que transportaba trabajadores rompehuelgas. Se produjeron largos disturbios,
Dos horas después (11.00 A.M.), centenares de profesores y estudiantes marcha-
ron, realizando bulliciosas manifestaciones, desde el Ministerio de Educación, en

232
Alameda, hasta la Plaza de Armas, y desde ahí al local de la Federación de Estu-
diantes, donde se enfrentaron a las fuerzas policiales. Se reportó que los estudiantes
portaban palos y garrotes, con los que contra-apalearon a los policías. A mediodía,
veintidós sindicatos metalúrgicos acordaron, en otras tantas asambleas, mantener
el movimiento y concentrarse al día siguiente en los jardines del Congreso Nacio-
nal, para exigir un reajuste salarial de 38,6 por ciento, lo que efectivamente
realizaron.
El 12 de mayo, numerosos sindicatos acordaron sesionar de manera conjunta,
en lugares públicos, a objeto de enterar a la ciudadanía de sus problemas. Algunos
sesionaron en Avenida Matta, otros en Plaza Almagro, y otros en el Teatro Caupoli-
can. Ante ese despliegue, las Fuerzas del Orden decidieron ocupar el centro de la
capital, provistas de toda clase de armamento.
Cerca de las 19.30 horas los sindicatos concluyeron sus asambleas, y comenza-
ron a bajar en grupos hacia el Centro. Los obreros metalúrgicos decidieron reunirse
frente al local de la FECH, en Alameda. Simultáneamente, y convocados por la
apertura de las sesiones sindicales, grupos de pobladores comenzaron también a
desplazarse hacia el norte, en dirección a la Alameda. Cuando las columnas llega-
ron a esa avenida, la policía realizó un movimiento envolvente y cercó a las masas
frente a la Biblioteca Nacional. Hasta ese momento no había habido enfrentamien-
tos. Las masas cercadas aprovecharon el momento para quemar, con gran algazara,
un monigote que representaba al ministro de Hacienda. Comprimidos por el des-
pliegue policial, los manifestantes se disolvieron. Algunos se retiraron a sus hogares.
Pero los estudiantes resolvieron reconcentrarse en su lugar habitual: la Plaza de
Armas. Por grupos, marcharon hasta allí. Numerosos obreros y pobladores los si-
guieron. En la Plaza estalló el enfrentamiento.
En rápidos minutos reapareció la rutina agitativa de enero-abril de 1957. A la
escaramuza inicial siguió el escape, la reagrupación, el 'foquismo' disperso. A esta
etapa siguió la fabricación de barricadas. Los "elementos extraños" que llegaron
tras los estudiantes a la Plaza (obreros y pobladores) se aprovisionaron rápida y
eficientemente de tablones y otros elementos de entorno, con los que obstaculiza-
ron los movimientos de los carros policiales. Vino entonces el apedreo concentrado,
especialmente sobre los automóviles de lujo, cuyos dueños se negaron a plegarse a
la protesta. Varios postes de señalización fueron arrancados de cuajo. De nuevo la
policía aplicó su táctica de envolver masas de manifestantes para aplicarles un
apaleo concentrado (táctica nueva, tal vez surgida de la reflexión sobre los aconte-
cimientos del '57).
Pero entonces los manifestantes ensancharon su círculo de operación, evitando
los encierros y la excesiva concentración de sus efectivos. Al moverse hacia el pe-
rímetro exterior, los grupos apedrearon de paso el edificio de El Mercurio. Asimismo,

233
en Bandera con Moneda hallaron un "guanaco" bloqueado, al que aprovecharon
de apedrear hasta obligar a sus ocupantes a salir del vehículo disparando a que-
marropa. Cayeron varios manifestantes heridos. Los policías se retiraron, dejando
abandonado el vehículo. La "turba" se preparó entonces para destruirlo, pero lle-
gó a la carrera un pelotón de doce carabineros que, con fusiles ametralladoras,
logró rescatarlo, montando guardia junto a él. Fue en ese momento, ya cercano a
las 23.00 horas, cuando los estudiantes decidieron que los "elementos extraños"
estaban yendo demasiado lejos, y se retiraron. Los disturbios, con todo, se prolon-
garon hasta las 24 horas. La policía reportó un saldo de cinco heridos de mediana
gravedad (cuatro de ellos eran carabineros), diecisiete detenidos (90 por ciento de
los detenidos estaba constituido por jóvenes entre 17 y 22 años, mitad estudiantes
y mitad trabajadores), e incalculables daños materiales.
¿Era la jornada del 12 de mayo el preludio de un nuevo "2-3 de abril" (nombre
con que se siguió conociendo el reventón histórico de enero-marzo de 1957)?
En prevención de cualquier sorpresa, el Gobierno tomó entonces la decisión de
operar sobre lo que él creyó era el "epicentro moral del conflicto": la huelga del
Magisterio. Ofreció una fórmula aceptable, la cual fue votada favorablemente por
los profesores, que el mismo día 13 retornaron al trabajo. Pero, al mismo tiempo, el
Gobierno decidió no intervenir en las huelgas periféricas a ese "epicentro moral",
dado que, a su juicio, eran "ilegales". Insistió en que las partes debían entenderse
directamente y en que el Gobierno no tenía parte en el problema de las relaciones
industriales. Estando el Gobierno en ese predicamento, la parte patronal hizo una
oferta. La parte laboral la rechazó, decidiendo continuar el movimiento. La parte
patronal no insistió y el Gobierno no intervino, ambos en la confianza de que el
movimiento de los metalúrgicos, al quedar aislado (los gremios fiscales y semi-
fiscales, así como los estudiantes, habían puesto fin a sus huelgas respectivas), no
tendría más remedio que ceder. La parte laboral entró así en una etapa crucial de
su lucha.
El típico hongo del movimiento multigremial se desvaneció en el aire. Los
obreros metaMrgicos sintieron que pasaban ahora a una etapa lenta, engorrosa,
que inevitablemente ponía a prueba su lealtad a sí mismos, su sentido de dignidad
historicista. Así, el resto del mes de mayo pasó lentamente. El día 20, un catastrófico
terremoto asoló el sur del país. La atención nacional se concentró en los
damnificados. La solidaridad entre los chilenos surgió en todas partes, lo que decidió
a muchos gremios a encarpetar sus protestas y reivindicaciones. Simultáneamente,
los contratos de trabajo del personal metalúrgico en huelga comenzaron a caducar
legalmente. Los empresarios, en la coyuntura, iniciaron la contratación de nuevo
personal. Pronto, la mayoría de las fábricas afectadas por el movimiento caducaron
contratos y contrataron nuevos trabajadores. A fines de mayo, en asambleas

234
múltiples, los obreros de Madeco, Mademsa, Indac, Caupolicán, Standard Electric,
Termokon, Lourdes, Sorena, Manufacturas de Caucho, Pamela, Soclima, Temo,
Compac y Cobre Cerrillos acordaron, pese a todo y contra todos, continuar su
movimiento. A comienzos de junio casi la totalidad del personal en huelga tenía
sus contratos caducados, mientras un nuevo personal mantenía trabajando casi la
totalidad de las fábricas mencionadas.
El día 6 de junio, se inició un nuevo ciclo VPP.
A las 8.00 de la mañana de ese día, más de 2 mil huelguistas se estacionaron
frente a la entrada de las fábricas. Se disponían a impedir el ingreso de los nuevos
trabajadores. Simultáneamente, más de trescientos carabineros, premunidos de toda
clase de equipos, se estacionaron a espaldas de los huelguistas. Estalló un violento
enfrentamiento. La policía rompió el cerco de los huelguistas, dejando dieciocho
obreros heridos y tomando cincuenta detenidos. Sobre cuatrocientos cincuenta nue-
vos trabajadores hallaron así el camino despejado para entrar a las fábricas.
Eso marcó el perfilamiento de una nueva rutina. Diariamente, piquetes de huel-
guistas trataron de impedir a pedradas el ingreso de los buses que trasladaban
obreros nuevos a las fábricas. Diariamente pelotones de policías procuraban disol-
ver a los atacantes, apaleándolos y tomando detenidos. A menudo el apedreo se
dirigió masivamente a los vehículos policiales, los que respondieron con descarga
de sus armas al aire. Al poco tiempo la presión comenzó a subir. Tras la primera
rutina, los huelguistas optaron por introducir una variación: esperar a los rompe-
huelgas a la salida, seguirlos en su trayecto a casa y atacarlos al ingresar a ella.
Ante eso, la policía debió extender considerablemente su red de vigilancia. El
perímetro espacial del conflicto abarcó así una extensa zona del sector popular de
la capital. El Gobierno, al desconocer su propia responsabilidad en los conflictos
industriales, acrecentó la de los patrones, desplazando con ello el conflicto desde
el centro de la capital a los barrios del sur, adonde escrupulosamente debieron
trasladarse también las fuerzas policiales. Con ello se demostraba que la política
laboral selectiva del Gobierno, en este punto, no había conseguido otra cosa que
desplazar el movimiento VPP un par de kilómetros al sur.
En ese contexto, de alguna forma los obreros intuyeron que no solo tenían sino
que podían continuar su movimiento.
A las 6.00 A.M. del día 8 de junio, una masa compuesta de varios centenares de
huelguistas -entre los que se contaba un gran número de mujeres y niños- se esta-
cionaron frente a las puertas de las fábricas. La policía cayó sobre ellos, mojándolos,
apaleándolos y empujándolos hasta la sede sindical, donde fueron nuevamente
apaleados. Hubo varias decenas de heridos y treinta detenidos. El 10 de junio, un
piquete de obreros emboscó y apedreó a una camioneta donde iban doce carabine-
ros, que se defendieron disparando sus armas. El 14 de junio una masa de

235
huelguistas atacó a un grupo de "krumiros"; como resultado, quedaron varios con-
tu.sos y siete huelguistas detenidos. El 25 de junio, tras cincuenta y dos días de
huelga, los obreros de Madeco y Mademsa acordaron, en una asamblea conjunta,
continuar el movimiento y realizar, sobre el centro de la capital, una "marcha del
hambre". El 28 de junio se realizó la marcha, que llegó hasta la Plaza Almagro,
donde se realizó una concentración. La policía no intervino esta vez. El 30 de ju-
nio, un grupo de rompehuelgas armados (decisión que habían tomado en virtud de
los ataques recibidos) atacó a balazos al huelguista Contreras Sepúlveda, quien
quedó gravemente herido. El 4 de julio los señores Américo y Aurelio Simonetti,
dueños de las firmas involucradas, acordaron en principio conversar con los huel-
guistas. El 6 de julio, más de quinientos huelguistas atacaron a pedradas a cuarenta
rompehuelgas que se hallaban en el interior de la fábrica Mademsa. La policía los
dispersó a bastonazos. Eran las 10.30 de la mañana. A las 13.20 horas, tiempo de la
colación, los huelguistas trataron de raptar a un grupo de "obreros recién contra-
tados". Carabineros atacó, para impedir "el secuestro". Otros obreros, situados a
espaldas del vehículo policial, lanzaron andanadas de piedras que cayeron sobre
los policías. Los carabineros contraatacaron disparando, obligando a los huelguis-
tas a refugiarse en el local gremial, desde donde mantuvieron la vigilancia. La
policía tampoco abandonó la suya. A las 18.00 horas sonó el pito de la fábrica, y los
trabajadores contratados comenzaron a salir. Los huelguistas salieron de su refu-
gio y atacaron, estallando numerosos pugilatos. Un furgón policial avanzó entonces
sobre los pugilistas, pero fue detenido por una lluvia de piedras. Sin poder manio-
brar, los policías se bajaron y dispararon sus armas sobre los trabajadores, mientras
seguían cayendo piedras. Hubo numerosos heridos, unos a bala, otros a piedra o a
palos. El Prefecto ordenó el repliegue del furgón, la retirada de la policía y el
envío de varias ambulancias al teatro de los acontecimientos. Pero el hecho VPP
ya se había consumado. Había un obrero (huelguista) muerto; González Olivan;
veintitrés obreros y diecinueve policías heridos, más de veinte huelguistas deteni-
dos, dos vehículos policiales seriamente dañados, los vidrios de la fábrica rotos, y
una gran conmoción nacional. Al día siguiente, un matutino aseguró que los dispa-
ros habían provenido del campo de los mismos huelguistas.
La opinión pública del país quedó, por fin, impactada.
El Gobierno, ante eso, modificó su política laboral selectiva, y convocó a los
empresarios Simonetti y al líder sindical Clotario Blest a dialogar. Se acordó una
tregua de cuarenta y ocho horas. Se formó una Comisión Tripartita (el Gobierno
comenzó a tomar parte en el conflicto). Los obreros reclamaron el desahucio del
personal contratado durante la huelga (novecientos en total). Los empresarios acep-
taron, como también recibir a todos los trabajadores que habían estado en huelga,
e incluso reconocer la indemnización por año de servicio, cuando correspondiese

236
caducidad de contrato. Aceptaron también un reajuste base de 18 por ciento, so-
bre el cual se seguiría conversando, pero con el personal en la faena.
El 12 de julio de 1960, a las 7.00 A.M., los 1.800 obreros de Mademsa y los 950
de Madeco, tras setenta y tres días de huelga, se reincorporaron al trabajo.
No habían obtenido sino .'iO por ciento de su demanda original (que ya era más
que la obtenida por la mayoría de los restantes gremios). Reivindicativamente,
eso no era suficiente. Históricamente, sin embargo -que es lo que aquí nos intere-
sa-, habían logrado demostrar que la mano nueva del modernismo no era ni racional
ni indoblegable, y que los movimientos "ilegales" podían, a falta de algo mejor,
reducir cuando menos en la mitad los efectos negativos que las políticas de Estado
tenían en las condiciones de vida de la clase trabajadora. En definitiva, habían
agregado nuevos y contundentes leños a la gran hoguera social del movimiento
Vppl75

La huelga de Madeco-Mademsa (y de otras fábricas metalúrgicas) fue, quizás,


una de las últimas huelgas proletarias de tipo clásico que, habiendo surgido en el
contexto del "volcán gremial", concluyó por erigirse como un hecho VPP con fuer-
za propia. Después de 1960, las huelgas proletarias de tipo clásico se tornaron
infrecuentes. Como se vio en el capítulo anterior, la clase obrera redujo considera-
blemente su participación protagonica en los hechos VPP. Incluso bajó su perfil en
los movimientos netamente funcionales. Sin embargo, mientras esto ocurría en el
campo industrial, en el sector estatal los empleados públicos elevaban considera-
blemente su índice de protagonismo, no solo en movimientos funcionales, sino
también en los de tipo VPP.
Los empleados públicos, a diferencia del proletariado industrial, tenían a lo
largo del territorio nacional un patrón único, y una posición exactamente situada
en un plexo neurálgico: el Estado. Más aún: cada servicio o repartición pública
contabilizaba 15 mil o más empleados, organizados tras una misma y homogénea
federación. La movilización de los trabajadores de cada uno de esos servicios o
reparticiones equivalía, en términos de masividad, al paro de una rama industrial
completa. Más aún: el efecto de esa movilización (automáticamente ilegal) era
mucho mayor y más instantáneo que un paro industrial, ya que afectaba de modo
directo el aparato burocrático del Estado, a la vez que la base clientelística más
orgánica de la clase política civil. Y no era menos impactante el hecho de que se
trataba de gremios de clase media, supuestamente ejes centrales del establishment,
cuyas concentraciones y desfiles, invariablemente dirigidos al Centro Cívico y

El Mercurio, mayo 5 a julio 10,1960; La Tercera, mayo 5 a 13,1960; Ercilta, mayo 11 y 18, julio 6, y La
Últinm Hora, mayo 6 a julio 13,1960.

237
Comercial de la capital, producían un fuerte impacto en la opinión pública, sobre
todo al constatarse que sus movilizaciones adoptaban las rutinas propias de los
movimientos VPP. Las huelgas de los empleados públicos fueron, tal vez, las que
de modo más acabado pusieron de manifiesto la lógica interna del escenario histó-
rico de los años sesenta. De una parte, revelaron cuan multitudinario llegó a ser el
personal que fue contratado por el agigantado Estado Empresarial y Social-Bene-
factor; y de otra, cuan profunda era la ruptura del clientelismo político que había
intentado construir la élite administradora de la recomposición y crisis del nacio-
nal-populismo. En muchos sentidos, las huelgas de los empleados públicos sentaron
verdaderos "ejemplos de lucha" (en término de huelga tipo VPP), particularmente
en el caso de los trabajadores del Servicio Nacional de Salud y del Ministerio de
Educación (Magisterio).
A decir verdad, para los gobiernos modernistas de los años sesenta (de mentali-
dad estatista y tecnocrática), la transformación de su propia burocracia pública en
un movimiento social 'de la calle', mimetizado con el movimiento VPP, era un desas-
tre político de rango estratégico. Y ello porque, intentando cohesionar el Estado
para ordenar y conducir a la sociedad, lo que el modernismo veía era que la sociedad
se cohesionaba sobre sí misma para actuar desde la calle contra el Estado (o contra
el capital mercantil-financiero, o la clase política civil). Era como si el Estado se
desdoblara contra sí mismo, dejando a la clase política en la más incómoda orfandad
social, montada sobre una serie de cascaras estatales vacías, apenas sostenida por la
letra constitucional y las Fuerzas del Orden. Este vaciamiento social del Estado con-
dujo inevitablemente a que la clase política civil tendiera a abandonar las cascaras
vacías, para plegarse gravitacionalmente a las masas historicistas (o electoralistas)
de la calle. Como resultado de esa gravitación socialista, el Gobierno de turno se
halló aislado en La Moneda, dentro de una creciente y fría soledad social. Esta sole-
dad, que afectó profundamente al Presidente Jorge Alessandri en las postrimerías
de su mandato, fue casi catastrófica para el Presidente Eduardo Freí, cuyo proyecto
político era más estatista, burocratizante y de más largo plazo que el de aquél'"'. El
Estado 'mercantil' (de 1925), que se fue transformando en el camino en uno 'fabril'
(en 1938), y luego en uno 'social-benefactor' (en 1964), tendió sobre todo a convertir-
se en un Estado 'burocrático'; pero la creciente masa de empleados públicos que fue
reclutando en su desenvolvimiento optó, en conciencia, por autopercibirse como un
'proletariado fiscal', históricamente consanguíneo con el proletariado callejero.
Es imposible no interpretar esos movimientos y desplazamientos sino como ex-
presiones de un significativo incremento de la conciencia historicista de la sociedad

Cleaves, Bureaucratic Politics..., passim; y M. Zañartu & J. Kennedy, eds., The Overall Development of
Chile (Notre Dame, Ind., 1969).

238
con respecto a la estructura del Estado y las prácticas prevalecientes de la clase
política civil.
Con el fin de entrevistarse con el ministro de Salud, don Benjamín Cid, una
delegación de los "hospitalarios", que se hallaban en huelga, se apersonó en las
oficinas del Ministerio. Era el 9 de septiembre de 1963. A la solicitud de entrevis-
ta, el ministro respondió con una negativa, aduciendo que el gremio solicitante
estaba perpetrando una "huelga ilegal", lo que significaba que se hallaba en esta-
do de rebelión contra el Estado, cometiendo un delito penado por la ley. La
delegación replicó que ellos solo querían solicitar un reajuste salarial equivalente
al alza del costo de la vida. Pero no fueron recibidos. No hubo diálogo. Frustrados,
los demandantes, en número de doscientos cincuenta a trescientos individuos, se
encaminaron hacia la Plaza de Armas.
Eran las 18.00 horas. Según el parte de Carabineros, fue entonces cuando los
hospitalarios "intentaron tomarse la Plaza". De cualquier modo, estallaron los dis-
turbios. La fuerza policial logró dispersarlos. Ya dispersos, se multiplicaron los
focos de disturbio. La policía se abrió en abanico, para embolsar los focos. Pero los
manifestantes se retiraron hacia Alameda, "destruyendo todo a su paso". Un gru-
po hizo volar las "plumas" de un trolebús. Otros bloquearon el tránsito y comenzaron
a apedrear los trolebuses atrapados. La rutina VPP de los protestantes parecía
más apropiada a una manifestación de protesta contra las alzas de tarifas que a
una demanda de reajuste salarial. Podría decirse que los trabajadores de la Salud
habían aprendido de modo literal el modelo VPP puesto en escena en la década
anterior. En la mente de muchos apareció el fatídico "2-3 de abril del 57". Se co-
menzó a hablar de que "elementos extraños al movimiento huelguístico" habían
entrado en escena; que eran verdaderas "pobladas armadas de piedras y palos".
Sin embargo, la lista de los diecinueve detenidos mostró que todos eran trabajado-
res de entre 24 y 33 años (la mayoría hospitalarios), excepto un trío de jóvenes de
17 a 23, cuyo oficio podía estimarse como marginal. En rigor, los 'elementos extra-
ños' no eran sino fantasmas del '57, pues lo que efectivamente fue similar a las
asonadas de ese año fue la rutina VPP utilizada por los hospitalarios en huelga
"ilegal". La diferencia consistió en que esta vez la policía utilizó su (nueva) táctica
envolvente, aunque sin grandes resultados: seis carabineros fueron heridos por las
pedradas lanzadas por los huelguistas.
Los trabajadores de la Salud, sin embargo, no eran una masa ocasional y espon-
taneísta. Desde el principio organizaron, a retaguardia, ollas comunes, comedores
colectivos y asambleas permanentes. Su directiva nacional producía periódicamente
comunicados e instructivos. De modo que no fue extraño ver, en los días siguientes
al de la escaramuza inicial, a masas de hospitalarios llegando puntualmente a re-
presentar, en el centro de la capital, la rutina VPP tipo año '57. El 10 y 11 de

239
septiembre el Centro se llenó de recuerdos relativos a la década anterior. El día 12
se produjo la conmoción: hallándose los huelguistas obstaculizando el tráfico en
Alameda con calle Bandera, un pesado carro lanzaagua de Carabineros atropello
dos veces al practicante Luis Becerra, de 45 años, vicepresidente del Sindicato del
Hospital Salvador, militante del Partido Demócrata Cristiano, quien falleció poco
después.
Eran las 12.30 horas. Los hospitalarios se exasperaron. Andanada tras andana-
da de piedras comenzaron a caer sobre los vehículos y cuerpos policiales, y también
sobre buses y trolebuses. Ante la reacción policial, los manifestantes se retiraron
hacia el interior del Centro, donde bloquearon con barricadas todos los accesos al
Congreso Nacional. En Alameda, el prefecto jefe de Santiago, Joaquín Chinchón,
para prevenir peores disturbios, se dirigió a la multitud por medio de un megáfo-
no, instándoles a disolverse y así evitar cualquier desgracia mayor Pero la masa se
abalanzó sobre él, golpeándolo y arrebatándole el megáfono, resultando también
golpeado el teniente Raúl Montt Carvajal. La policía debió replegarse. Los mani-
festantes, irritados y relativamente dueños del campo, continuaron su rutina hasta
horas de la noche. Cerca de las 21.00 horas, en Alameda con calle Dieciocho, reali-
zaron una agitada concentración a la que asistieron más de 3.500 trabajadores.
Como balance de la jornada se reportó un muerto, una docena de heridos de me-
diana gravedad (entre ellos tres carabineros), un gran número de detenidos y daños
materiales "de consideración".
Esa misma noche -mientras los hospitalarios se concentraban en Alameda- el
Congreso dictó una ley especial que beneficiaba a los huelguistas, y que puso fin
al movimiento; pero esta decisión, unida a la conmoción producida en la opinión
pública, produjo también la caída del Gabinete.
Al entierro del practicante Becerra, realizado en la mañana del día 14 de sep-
tiembre, asistieron miles de personas. El cortejo fue encabezado por una nutrida
delegación de parlamentarios radicales, de los partidos de izquierda, y demócrata-
cristianos"'.
El enfrentamiento callejero entre hospitalarios y policías llegó a hacerse pro-
verbial a finales de la década de 1960. En diciembre de 1966 se repitió el esquema
de 1963, también con gran activación de la opinión pública. En agosto de 1970 la
confrontación llegó a la leyenda. El día 17, los hospitalarios, que se hallaban en
huelga, realizaron una masiva concentración en el Teatro Caupolicán. Al término
de la misma improvisaron una marcha hacia el Centro, a efectos de ocupar el edi-
ficio del Servicio Nacional de Salud. De allí fueron desalojados por Carabineros, y

La Tercera, septiembre 10 a 12,1963; y El Siglo, septiembre 11 a 15,1963.

240
empujados hacia el norte. Los manifestantes se reagruparon en el Parque Fores-
tal. Hasta allí llegaron los vehículos policiales, en tren de envolvimiento. Jira
invierno. Había llovido. El parque estaba lodoso: un furgón policial patinó en el
barro y se atascó. Quedó aislado. Centenares de huelguistas se abalanzaron sobre
él, tirando piedras. Comenzaron a volcarlo. Los policías debieron retirarse. Lo vol-
caron. Lo incendiaron.Tras ello reanudaron su marcha al Centro, donde promovieron
desórdenes hasta horas de la noche'™.
La violencia callejera promovida por las masas sociales de los años sesenta, vis
á vis al cuerpo policial, ¿era un juego rutinario?
Rutina lúdica o no, ese juego tenía y tuvo consecuencias políticas serias. Entre
marzo y mayo de 1968, por ejemplo, los "empleados públicos" promovieron una
verdadera asonada contra el Estado; un movimiento gremial que rompió casi todas
las lealtades políticas hacia los partidos oficialistas, al Presidente de la Repiiblica
y al mismo Estado; que, junto con eso, exhibió en las calles de la capital no solo los
ya consabidos métodos de la 'rutina 57' sino otros nuevos, propios de la "omnipo-
tente" generación del '68. El movimiento VPP del proletariado y la burocracia
fiscales provocó una gran conmoción en el Gobierno y en el Partido Demócrata
Cristiano. Se trataba de una versión nueva, estatista, del famoso "volcán gremial"
de los años cincuenta, que una revista tituló "el frenesí de Chile".
El nuevo reventón historicista estalló, típicamente, cuando el Gobierno demo-
cratacristiano debió enfrentar la estagnación inflacionaria de su modelo
nacional-desarroUista con políticas "de estabilización" de inconfundible sello li-
beral y monetarista. lira el mismo recurso al que habían tenido que echar mano el
general Ibáñez después de la crisis de 1954, y el Presidente Alessandri después de
la crisis de 1962-63. El Presidente Freí, como sus antecesores ante igual dilema,
tuvo que ofrecer a la masa laboral un paquete de reajustes salariales equivalente
más o menos a la mitad del alza del costo de la vida. El año 1967 había cerrado con
una inflación de 23 por ciento. El Gobierno calculó 11,5 por ciento de reajuste,
más 7,5 por ciento en bonos de la Corporación de la Vivienda, y envió el proyecto
de ley respectivo al Congreso Nacional.
El Senado de la República no había discutido aún el Proyecto de Reajuste
cuando los gremios fiscales anunciaron un paro por 48 horas, que fue suscrito si-
multáneamente por la CUT y el Comando de Trabajadores del Estado (CTE). Era
el 26 de marzo de 1968.
El Presidente Freí, sintiendo el golpe, convocó a una reunión urgente del Con-
sejo Nacional de Seguridad. Componían este cuerpo los ministros de Defensa, del

El Mercurio, agosto 18,1970.

241
Interior y del Trabajo, los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, el
director general de Carabineros, el de Investigaciones, y el subsecretario del Inte-
rior (que lo era por entonces el señor Enrique Krauss), Sin mucha discusión, el
Consejo ordenó el acuartelamiento general de las Fuerzas Armadas, de Carabine-
ros y de Investigaciones. Acto seguido, el Partido Demócrata Cristiano (PDC) ordenó
a su militancia desacatar las órdenes de la CUT y del CTE, y quebrar en todas
partes el movimiento huelguista. El presidente del PDC, Jaime Castillo Velasco,
declaró que el paro se relacionaba con "la ola terrorista, que estaba a las puertas
de la vía violenta, y que tenía un carácter político" y no gremial. Y que, por su-
puesto, era ilegal. Todo el peso del oficialismo se puso en juego para destruir el
movimiento en ciernes.
El paro, sin embargo, fue acatado por los trabajadores de Impuestos Internos,
los Municipales, Ferroviarios, por el Magisterio, la Asociación de Profesores y
Empleados de la Universidad de Chile, los trabajadores del Servicio Nacional de
Salud, por los obreros de Obras Públicas y los empleados de la Empresa de Tras-
portes Colectivos del Estado. Se calculó que se sumaron a él, en todo el país, más
de 120 mil servidores del Estado. El diputado Alberto Jaramillo, que era profesor,
resumió la situación cuando declaró en el Congreso Nacional que su lealtad al
Partido de Gobierno era menor que su lealtad al movimiento gremial''''.
Ante tal situación, el Partido de Gobierno se encontró en el dilema (a esta
altura, ya tradicional) de tener que optar entre el equilibrio macroestructural de
las variables económicas (de lo cual dependía su relación con las grandes poten-
cias económicas del mercado externo), y las demandas de los movimientos sociales
(que significaban seguir alentando la espiral inflacionaria). La Democracia Cris-
tiana optó, dado que la crisis ya había estallado, por lo primero. Apresuradamente
inició conversaciones y negociaciones con todos los partidos de oposición. Pero
éstos, sin ver razón alguna para compartir la responsabilidad del restablecimiento
de los macroequilibrios de la Nación, votaron en contra de la Ley de Reajuste. Eso
puso término al movimiento iniciado y también al acuartelamiento general de to-
das las Fuerzas del Orden, pero inició en cambio la etapa de soledad social del
Presidente Frei y el deterioro definitivo de los ensayos modernistas.
El balance hecho por los periodistas fue categórico: "La Democracia Cristiana
creyó que con ella en el poder se pondría fin a las huelgas por su sola presencia";
sin embargo, la huelga de los empleados públicos "desarticuló al PDC, mientras la
oposición se galvanizó", pues los militantes democratacristianos "siguieron a sus
gremios y no a su Partido"'*".

La Tercera, marzo 25 a 30,1968; y Ercilla, abril 3,10 y 17,1968.


Ibidem, marzo 27, 1968.

242
Pero tampoco la oposición pudo prever que, tras el rechazo a la Ley (oficialista)
de Reajuste, dos gremios fiscales continuarían el movimiento: el Magisterio y los
trabajadores de Correos y Telégrafos. En contrapunto permanente, estos trabaja-
dores iniciaron un ciclo de agitación callejera que, en muchos sentidos, marcó
numerosas innovaciones respecto de las rutinas VPP ya establecidas.
Desde el principio, los profesores marcaron 'innovación'. Para empezar, volviendo
al trabajo (en marzo), se negaron a recibir el sueldo correspondiente a los días
trabajados. Acto seguido, reclamaron para su movimiento solidaridad de parte de
los estudiantes. Los estudiantes no tuvieron inconveniente alguno en solidarizar
con los maestros. Incluso fueron más lejos: se tomaron treinta y cinco estableci-
mientos educacionales en la ciudad de Santiago. Los profesores iniciaron un ciclo
de asambleas y mítines abiertos, en lugares distintos cada vez, como una exposi-
ción rotativa de sus problemas a los ojos de la ciudadanía. En conjunto con los
trabajadores de Correos, organizaron marchas por el centro de la capital ("las
marchas eran de escasa asistencia, pero de sostenida beligerancia por parte de los
dirigentes"). A retaguardia, levantaron activas ollas comunes, provistas de recur-
sos recolectados entre otros gremios que solidarizaron con el movimiento ("la olla
común, ¿es un símbolo, es un reto, o es un show?"). En una de esas ollas falleció,
"de súbito", el maestro Bernardo Gutiérrez.
El 20 de mayo, tras realizar un Acto en el Teatro Normandie, los profesores
decidieron marchar hasta el local de la Fedech, situado cerca de la Plaza de Ar-
mas. A poco de iniciar el trayecto, intervino Carabineros para disolverlos. La marcha
se dispersó, pero los grupos se reencontraron en las calles del Centro. Allí comen-
zaron a formar "cadenas humanas", con las cuales bloquearon el tráfico. El público
se aglomeró, aplaudiendo. Buses, trolebuses y vehículos de todo tipo, al quedar
atrapados, produjeron un gigantesco bocineo. La policía logró dispersarlos. La ac-
tividad continuó tras el mediodía, ahora con la compañía de numerosos grupos de
estudiantes. Al atardecer comenzaron a desclavar los tablones de los edificios en
construcción. Aparecieron barricadas. Se reportó que "elementos extraños al mo-
vimiento" estaban rompiendo todo y atacando a la policía con "piedras y tablas
con clavos". Dos diputados (Carmen Lazo y Samuel Fuentes), que se habían suma-
do a los manifestantes, fueron también apaleados y aun "perseguidos" por los dichos
"elementos extraños", quienes incluso habían querido "asaltarlos". Alarmada, la
diputado Lazo declaró que "se intentaba repetir el 2 y 3 de abril de 1957".
De nuevo, insistentemente, la 'rutina 57' aparecía, o al final de las innovacio-
nes introducidas por los nuevos movimientos, o en la imaginación de los
observadores de la calle. Y de nuevo, en los días posteriores al 20 de mayo, se
repitieron las nuevas y viejas rutinas, con un saldo global de seis heridos (un cara-
binero, grave), cincuenta y ocho detenidos y daños materiales de mediano valor.

243
Todo ello mientras los "funcionarios de Correos' estrenaban, también, sus propios
aportes: cincuenta y dos mujeres y doce hombres iniciaron, en los mismos jardines
del Congreso Nacional, una huelga de hambre en apoyo de sus demandas. La huel-
ga duró once días, con creciente cobertura de prensa. Varias ayunantes que
experimentaron un dramático debilitamiento debieron ser llevadas a la Posta, desde
donde porfiadamente quisieron regresar al Congreso. Ante esa situación, alguien
propuso que las huelguistas durmieran dentro del edificio del Congreso. Cuando
se iba a llevar a efecto esta determinación, el Presidente en ejercicio de la Cámara
de Diputados, don Luis Pareto (del Partido de Gobierno), cerró las puertas. Presta-
mente, diputados de oposición, provistos de un "diablito", forzaron la puerta. El
Presidente del Senado, Salvador Allende, puso entonces el Salón de Honor a dis-
posición de las manifestantes. Y mientras esto ocurría en el Congreso Nacional,
centenares de funcionarios de Correos "asaltaban" la Aduana Internacional de
Morando, para "convencer por las buenas o las malas" a los rompehuelgas que allí
estaban trabajando. Una brigada de jóvenes democratacristianos intentó defen-
der a los trabajadores, pero debió enfrentarse a una brigada de jóvenes socialistas,
que apoyó a los asaltantes. La policía, con agua, gases y palos, los expulsó a todos
de ese lugar.
El movimiento de los dos gremios fiscales mencionados provocó otro tipo adi-
cional de violencia: gigantescos atochamientos de cartas y comunicaciones de todo
tipo, que paralizaron una parte importante de las actividades del país. Un perio-
dista acotó: "El comercio sufrió pérdidas cuantiosas por la total paralización de
los sistemas de reembolso; los bancos no pueden comunicar los vencimientos de
letras; los protestas forman montañas en las notarías... el Registro Civil está impo-
sibilitado de cumplir con los certificados que se le exigen; los juzgados tampoco
pueden despachar sus exhortes... mientras la escolaridad plena se cambia por la
holganza plena". El riesgo de crisis parecía, con todo ello, inminente. Numerosos
personeros políticos, incluso oficialistas, ofrecieron sus servicios para mediar en
el conflicto. Fracasaron. El Gobierno se mantuvo firme en su política de no nego-
ciar con movimientos "ilegales" que implicaban rebelión contra el Estado, y el
Presidente se negó a recibir a ninguna delegación de los huelguistas.
Una mañana de mayo, un numeroso grupo de mujeres aguardó al Presidente en
la puerta de La Moneda. Cuando Su Excelencia llegó, las mujeres "avanzaron aira-
damente" hacia él, gritándole imprecaciones que, bruscamente, la Guardia de
Palacio silenció. Fue cuando "el Presidente entró pálido e iracundo a su despa-
cho".
Se produjo una impasse, un engorroso compás de espera. El Proyecto de Re-
ajuste, originalmente rechazado, fue rehecho casi por completo en el Congreso al
añadírsele 2.114 "indicaciones", que llevaron el articulado a un número superior a

244
800. Los parlamentarios intentaron resolver toda la crisis a través del Reajuste,
dando con ello más y más tiempo para la consolidación del movimiento de los
huelguistas. El Presidente, tenso, temió por el mismo principio de autoridad: "Las
huelgas ilegales -dijo- desquician la Administración y, por encima de todo, es pre-
ciso mantener incólume el principio de la autoridad'"*'. La defensa del principio
de autoridad y el bloqueo de los huelguistas remitió el conflicto desde el Gobierno
a lo que el Congreso -es decir, la oposición- pudiera hacer frente al movimiento
huelguista de los gremios fiscales. Como era de esperar, los parlamentarios satisfi-
cieron un porcentaje alto de las aspiraciones de esos huelguistas y el movimiento
expiró, por fin, a mediados de mayo"*-. La asonada de los empleados públicos ha-
bía durado dos meses y medio.
Es evidente, al examinar esa asonada (y otras), que en los años cincuenta y
sesenta la autonomización historicista de los actores sociales dependía mucho más
del encajonamiento inevitable de las políticas nacional-desarrollistas en un tipo
de crisis sin más salida que una opción por las recetas FML que del trabajo corro-
sivo realizado por los dirigentes y agitadores de la "izquierda marxista". Los
políticos de izquierda, como lo revela el incidente de las ayunantes en los jardines
del Congreso y otros casos, más que provocar y vanguardizar la movilización ("sub-
versión") social, flotaban sobre ella, e intentaban ponerse delante de ella (como
en el entierro del practicante Becerra). La gravedad de las 'salidas a la calle' que
realizaban los actores sociales consistía, hacia 1968, no tanto en la presunta exis-
tencia de un "plan comunista destinado a subvertir el orden público", como en el
terremoto político que la desclientelización de los gremios fiscales generaba no
solo en el Partido de Gobierno, sino también en las políticas nacional-desarrollis-
tas, en el modernismo, y en el conjunto del Estado. En rigor, el creciente efecto
letal de los hechos VPP era más político que físico, y más ideológico que institucio-
nal. Y derivaba del hecho de que la ciudadanía más ilustrada (estudiantes,
profesores, burocracia estatal, empleados, etc.) tendía a privilegiar su militancia
social por sobre su militancia partidaria; tendencia que deterioraba seriamente
los marcos y baluartes políticos establecidos tanto en 1925 como en 1938. Esto,
que obviamente hería el sensitivo orgullo de la Democracia Cristiana por 1968-70,
tenía raíces y consecuencias que trascendían más allá de ese orgullo.
Fue sobre esa tendencia que surgió en Chile el fenómeno sociopolítico denomi-
nado "poder popular".

El Mercurio, mayo 3,5,17 y 20 a 22,1968; Ercüla, marzo 27, abril 3,10,17 y 24, mayo 1, 7 y 14,1968; La
Última Hora, mayo S y 21,1968.
&d»a, mayo 17 y 24,1968.

245
La experiencia adquirida por los obreros, empleados, pobladores y estudiantes
en la acción directa -expresada en rutinas VPP de antigua y nueva data- terminó
por configurar, de algún modo, una dimensión material y territorial de la política.
Esta dimensión, por demás, no era un elemento nuevo del movimiento social popu-
lar: en el pasado, peones y artesanos, cada cual en su estilo, desenvolvieron su
política territorialmente"*l Al parecer, el aumento de la historicidad social se co-
rrelaciona con un incremento en la proyección territorialista del movimiento de
masas. El estudio de los hechos VPP posteriores a 1954 muestra que los actores
sociales comenzaron a desarrollar diversas formas de control territorial (concen-
traciones, marchas, barricadas, focos de disturbio, tomas, desarticulación del orden
institucional del espacio urbano, etc.). El simple 'paro de actividades' fue así dan-
do lugar al predominio de la 'toma del espacio clave'. Tal cambio involucraba,
obviamente, el tránsito desde una pasiva actitud de descolgamiento a otra, más
agresiva, de ejercicio de poder. Con ello, la desclientelización simple se transfor-
maba en la eventual construcción de un proyecto alternativo.
Ese proceso se dio, marcadamente, en la segunda mitad del gobierno del Presi-
dente Frei, y a todo lo largo del gobierno del Presidente Allende. Baste solo un
ejemplo -entre muchos posibles- para describir lo señalado sobre este punto.
En junio de 1972, el gobierno de Salvador Allende estaba abocado a la cons-
trucción del Área Social de la economía. Un cierto número de industrias estaban
siendo estatizadas, pasando varias de ellas al sistema de administración directa
por parte de los trabajadores. Los Tribunales de Justicia objetaron varios de esos
traspasos, aduciendo razones legales, y ordenaron la devolución de las empresas
indebidamente estatizadas. Tal fue el caso de la industria Perlak, de la comuna de
Maipú. Los obreros de esta fábrica, y de otras que estaban situadas en la misma
comuna, rechazaron la decisión de los Tribunales.
El 30 de junio de 1972, alrededor de cuatrocientos obreros de las industrias
Fantuzzi, Mapesa y Perlak pararon sus labores y salieron a la calle, portando tron-
cos, tablones, tambores y otros voluminosos objetos, con los cuales bloquearon los
accesos a la comuna y a su sector industrial. Con ello no solo aislaron su comuna,
sino que también bloquearon la carretera a la costa y la locomoción colectiva co-
munal e intercomunal. El Gobierno ordenó a la policía no intervenir. A mediodía,
un sector de los obreros se retiró a sus fábricas. A las 18.00 horas se retiró el resto,
llevándose esta vez sus tablones y tambores"''.

La arraigada cultura geográfica del movimiento popular chileno de los siglos XVIII y XIX concluyó
por desarrollar, a fines del siglo pasado, una concepción territorialista de la rebelión social y la
presión directa contra el Estado. Salazar, "La rebeíión histórica..."
El Mercurio, julio 1,1972.

246
El 11 de julio del mismo año, más de quinientos cincuenta trabajadores de
cuatro industrias conserveras de la comuna de Renca paralizaron también sus la-
bores. Acto seguido se tomaron las cuatro industrias, barricando la entrada a las
mismas. Así atrincherados, exigieron el traspaso de esas fábricas al Área Social (se
trataba de las firmas Deyco, Juan Baz, Bozzolo & Orlandini, y Watts & Cia.). La
'toma' se prolongó por más de dos semanas. El 28 de julio. Carabineros procedió a
desalojar la industria Deyco. Los obreros pusieron resistencia. Hubo heridos y
detenidos. Ante esos hechos, las conversaciones se estancaron. A comienzos de
agosto, la industria Watts & Cia. continuaba aún en poder de los trabajadores'*^.
Las dos 'tomas' descritas fueron, en gran medida, espontáneas. Con ellas -y
múltiples otras- el Gobierno se vio rebasado por su flanco izquierdo, debiendo
buscar trabajosamente soluciones intermedias, a efectos de frenar el desarrollo
excesivo de ese tipo de "poder popular" (necesario para conservar el reconoci-
miento legal del resto de la clase política), sin desalentar el apoyo de las bases. La
manipulación militante de las clientelas políticas de los partidos de Gobierno no
fue suficiente, sin embargo, para evitar ese desarrollo excesivo. Y así como el go-
bierno de la Democracia Cristiana tuvo que enfrentar la asonada de los empleados
públicos y la rebelión de su militancia agremiada (que privilegió el historicismo),
la Unidad Popular se vio enfrentada al "frenesí" de sus bases sociales, que privile-
giaron el historicismo contenido en el "poder popular" más bien que el clientelismo
debido a "su" Gobierno. Tras los graves eventos ocurridos entre junio y noviembre
de ese año (el "tancazo" y la huelga patronal de octubre), y a la vista de la crecien-
te 'capitulación política" del gobierno de la Unidad Popular, tal opción no hizo
más que confirmarse y consolidarse, como lo atestiguó la formación de los sorpren-
dentes "cordones industriales" y los "comandos comunales". La emergencia de
estas formas de poder popular tuvo lugar sin la anuencia y apoyo orgánico ni de
los partidos centrales del gobierno de la Unidad Popular, ni de las más altas cúpu-
las sindicales"*''. La convergencia entre la conciencia historicista y el control
territorial parecía, por lo tanto, ser más fuerte que los lazos de adhesión militante
a la política formal.

Las 'tomas': desde la mediagua a la comuna


La 'toma' llegó a ser, sin lugar a dudas, la forma más infecciosamente utilizada
por el movimiento VPP del escenario 1958-73.

Ibidem.
Acerca del desenvoivimiento del "poder popular" durante el período 1969-73, véase los trabajos
citados de P. Winn, A. Angelí, P. O'Brien y el reportaje publicado en Chile Hoy 2, N° 59 (1973): 4 y 7.

247
Al considerar la lógica conjunta de los dos escenarios históricos examinados (que
marcaba una declinación doble y sobrepuesta del modelo nacional-desarrollista), re-
sulta difícil no ver en la multiplicación de las tomas una tendencia más bien intuitiva
de los actores sociales populares a congelar el sistema dominante y a fundar nuevas
relaciones políticas, económicas e institucionales. La multiplicación de las tomas era
la multiplicación de un acto "ilegal", lo que involucraba un desconocimiento casi ins-
titucionalizado de ciertos principios básicos del orden social establecido en 1925. Pero,
al mismo tiempo, esa multiplicación pugnaba por consolidar una suerte de derecho
social historicista, que hacía socialmente legítimo lo que era, desde el punto de vista
sistémico, institucionalmente ilegal. La toma, en tanto que norma consuetudinaria, no
era, por tanto, el acto realizado por una masa anómica, sino el de un grupo social que
tenía en su mente un proyecto difuso pero compulsivo de normas nuevas.
Lo anterior permite explicar, en cierta medida, la mística que, más a menudo
que no, inflamó a los protagonistas sociales de una toma. Véase el caso siguiente.
Entre las sombras de la noche y el frío del invierno, sigilosamente, más de
1.550 personas se encaminaron desde diversos barrios de la capital hacia los sitios
eriazos de Santa Adriana. Eran las primeras horas de la madrugada del sábado 22
de julio de 1961. Con grandes bultos sobre los hombros, caminando o empujando
silenciosos carretones de mano, o sobre carretelas tiradas por caballos o sobre
viejos camiones, los conjurados se dirigían al lugar donde la Corporación de la
Vivienda había dicho que, en algún tiempo futuro, construiría una población para
ciudadanos de escasos recursos.
Venían de otras poblaciones, también construidas para ciudadanos de escasos
recursos: de Lo Valledor, de la Germán Riesco, de La Cisterna, de La Legua, de
Quinta Normal, de la Matucana. Pero, ya cerca de la hora acordada, los grupos
convergieron, llegando por oleadas. El primer contingente penetró "al sitio" por
sus cuatro costados. En silencio, pero de inmediato, a tientas en las sombras y
sobre el barro, "arañaron la tierra y levantaron los techos". Y estaban en eso cuan-
do, desde el poniente, arribaron los tropeles humanos que venían de la población
La Victoria. líasta que, en poco más de media hora, habían llegado casi todos: la
toma se había consumado. No habían pasado cinco minutos cuando, desde todos
los puntos cardinales, comenzaron a llegar furgones, jeeps, carros patrulleros y
pelotones de carabineros, "armados hasta los dientes". El alba se puso tensa.
Los jefes policiales ordenaron de inmediato a los pobladores que abandonaran
el lugar; que, de lo contrario, y como la toma constituía un delito, serían baleados.
Mientras se lanzaba por los altavoces esta conminación, los pobladores que iban
llegando atrasados con sus carretelas y camiones al sitio del suceso, fueron inme-
diatamente arrestados por eJ cuerpo policial. Los arrestos indignaron a los
pobladores. El diálogo se cortó muy pronto.

248
"Con este motivo -declaró después Manuel Chavez, uno de los dirigentes de la
toma- comisionamos a un grupo de pobladores para que se pusieran en contacto con
los diputados y autoridades de la comuna". Estaba aún oscuro cuando los comisiona-
dos ubicaron en su casa al alcalde de San Miguel, don Ramón Arellano.
Apresuradamente, el alcalde llamó por teléfono al diputado Orlando Millas. El dipu-
tado Millas se levantó y se comunicó con sus colegas Tomás Reyes Vicuña y Clodomiro
Almeyda. Al rato todos se juntaron, y en grupo pasaron a recoger al regidor Emilio
Santis y a Tilo Palestro. Al llegar a Santa Adriana, las autoridades se dieron de inme-
diato a la tarea de intermediar "entre las partes en pugna" a fin de lograr un acuerdo
(entre lo legal y lo ilegal). Tras ellos, pero cuando ya estaba aclarando, llegó también
una multitud de periodistas. Así, la toma, silenciosamente planeada y realizada, se
convirtió en pocos minutos en una conmoción pública de eco nacional.
Frente a los periodistas -y frente al país- los pobladores declararon: "Estába-
mos cansados de ser tramitados... durante cuatro años... Nos pidieron múltiples
papeles, todos los entregamos... y aun así seguimos siendo tramitados." Y a coro,
todos concordaron en decir: "De aquí nadie nos moverá". Más privadamente, el
dirigente Chavez, junto a Luzmira Gómez, su esposa, confidenció: "Nosotros cree-
mos que los cerdos viven mejor que nosotros; teníamos por habitación una ruca en
el basural del paradero 13 de Santa Rosa; en el verano moscas por todas partes, y
en el invierno barro hasta las rodillas; estábamos cabreados; enfermos; por eso
salimos a buscar un lugarcito para levantar la rancha".
Tras el frenesí de las declaraciones y las entrevistas, la situación se estancó. Se
iniciaron varias gestiones paralelas ante el Gobierno. Diversos personeros invoca-
ron la solidaridad pública. Y mientras las superestructuras procesaban el hecho,
nuevos y nuevos grupos de pobladores seguían llegando, con sus bultos y sus fami-
lias. A los tres días de realizada la toma, se calculó que, en los sitios eriazos, habían
acampadas más de diez mil personas. Era un campamento, pero podía ser una
ciudad; en todo caso, un conglomerado urbano celosamente cercado por un grueso
contingente policial, que a mediodía del 24 de julio se puso aun más vigilante y
nervioso: el Gobierno anunció a esa hora que presentaría una querella criminal
contra los dirigentes de la toma por "ocupación ilegal de terrenos fiscales", a cuyo
efecto solicitó un ministro en visita y el desafuero de los parlamentarios que ha-
bían "alentado" la ocupación.
Las normas establecidas se dispusieron así a hacer prevalecer su mejor dere-
cho por medio de una confrontación directa con la mística normativizante de la
abigarrada masa poblacional.
El cerco policial se aceró. Los pobladores, dispuestos a quedarse, comenzaron a
organizarse sistemáticamente como una ciudad de emergencia en vías de formación.
La policía prohibió el ingreso de nuevos grupos de pobladores y de los materiales

249
necesarios para la organización de la improvisada ciudad. Los pobladores, ante eso,
se agruparon por sectores, definieron tareas y crearon comisiones de trabajo. Surgió
un Comando Central de Toma. Aparecieron varios Comités de Vigilancia y algunas
Comisiones Sanitarias. A este efecto, varios comisionados tuvieron que salir del campo
para buscar recursos y consejo técnico. La policía los arrestó cuando retornaban. Al
repetirse el procedimiento, el campo fue quedando con una mayoría de mujeres y
niños. En ese contexto se produjeron siete alumbramientos y una epidemia de gripe
y catarro intestinal, que produjo la muerte de tres niños menores. A mediados de
agosto, la situación social del campamento había empeorado. Para paliarla se levan-
tó una olla común y se intensificó la campaña de prensa (único poder púbUco que los
pobladores creían tener a su favor).
Fue entonces cuando comenzó a llover Y detrás de la lluvia vinieron violentos
ventarrones que, en un abrir y cerrar de ojos, hicieron volar los livianos techos de
las improvisadas "ranchas". Y seguía lloviendo. En el campamento la situación se
tornó dramática. La solidaridad pública, conmovida, estalló al fin. Centenares de
estudiantes universitarios, especialmente de la Escuela de Medicina de la Univer-
sidad de Chile, comenzaron a llegar a Santa Adriana. Constataron que había más
de doscientos niños con pulmonía, o con colitis. Lograron que los niños fueron
llevados a las poblaciones vecinas, donde otros pobladores, ya instalados, podrían
atenderlos provisoriamente. Y seguía lloviendo, lo que indujo al Jefe de Plaza a
ordenar que fuesen llevadas al campamento veintidós carpas militares para alber-
gar a las miles de personas que habían visto sus techos volar con el ventarrón. Bajo
la lluvia, los estudiantes de Ingeniería comenzaron a cavar grandes pozos para
echar la basura acumulada y así evitar infecciones. Los de Arquitectura, por su
parte, se abocaron a la construcción de una policlínica; y los de Pedagogía, a reco-
lectar alimentos y medicinas para la emergente población.
En la noche de la lluvia y el ventarrón ("la lluvia y el viento arrasaron con
Santa Adriana... menos de media hora bastó para que la totalidad de las rucas,
hechas de papel, sábanas, cartones y frazadas, se viniera al suelo"), la pobladora
Amelia Vargas dio a luz una mujercita. Dijo: "M'hijita se llamará Adriana, porque
nació en medio de la lluvia, el viento y el barro". Su esposo, Osvaldo Muñoz, traba-
jaba en la industria Windsor Plaquet, y ganaba solo 5 mil pesos a la semana.
Pese a todo, el Gobierno se mantuvo en su posición, señalando que el hecho nO
era otra cosa que "una usurpación violenta de la propiedad pública y privada"i
Luego ordenó el traslado de los pobladores a la ex chacra San Rafael, comuna da
La Granja, donde serían radicados definitivamente. A comienzos de septiembrai
comenzó el traslado"'.

La Tercera, julio 23,1961; Ercilla, julio 26 y septiembre 6, 1951; y El Siglo, julio 23 a agosto 3,1961,

250
La toma (o "usurpación") de los terrenos de Santa Adriana mostró al desnudo
todas Jas fuerzas sociales y políticas que se enfrentaban en la lógica del escenario
1958-73. En primer lugar, los pobladores, movidos por una necesidad fundamental
y una mística inclaudicable, en pro de alcanzar una mejor calidad de vida. En
segundo lugar, la afirmación del derecho social a una mejor calidad de vida por
sobre el derecho escrito del orden institucional ("de aquí nadie nos moverá"). En
tercer lugar, la solidaridad social de las masas estudiantiles, que implicaba un
apoyo efectivo al derecho social y un cuestionamiento del derecho escrito. En cuarto
lugar, el involucramiento de la vida familiar, en el proyecto de los pobladores,
dentro de un proceso comunitario y solidario de solución directa de los problemas.
En quinto lugar, el surgimiento de bases mínimas para el desarrollo de un poder
popular (territorial) y de una política popular (desde lo social). En sexto lugar, la
funcionalización social-historicista de Jos parlamentarios y autoridades comuna-
les, que sobrepasaba su funcionalidad formal, electoral e ideológica. En séptimo
lugar, la funcionalización social-historicista de los medios de comunicación, en tanto
enlaces con la opinión pública nacional (mecanismo de legitimación amplia del
historicismo rupturista). Y en octavo lugar, el aislamiento social del Gobierno, de
parte de la ley escrita, y del cuerpo policial.
Hubo solo un hecho que no se dio en la toma de Santa Adriana, y que en otras
tomas testificó por otro aspecto de Ja Jógica interna del escenario 1958-73: el en-
frentamiento con los carabineros. El enfrentamiento fue, sin lugar a dudas, una
prueba de la tozudez del movimiento de pobladores y de su grado de consecuencia
con el slogan (místico) de que "de aquí nadie nos moverá". En este sentido, los
pobladores desarrollaron dos tipos de rutina.
La primera de esas rutinas fue estrenada por una poblada de ochenta y cinco
familias (cuatrocientas cincuenta a quinientas personas) que, el 26 de mayo de
1963, se tomó un terreno eriazo en San Joaquín con Bascuñán. A los pocos minutos
de consumada la toma, llegaron los carabineros en gran número. Se inició el des-
alojo. Los pobladores resistieron. Los carabineros avanzaron y apalearon a sus
oponentes. Quedaron varios contusos y tomaron quince pobladores detenidos (en-
tre éstos había niños entre 12 y 14 años). Muchos huyeron, pero otros permanecieron
en su sitio. La mayoría de los que no huyeron o no pudieron huir eran niños. Tras el
enfrentamiento inicial se produjo un momento de suspenso. En el desorden del
campamento, Rosa Soto Garrido, de 10 años de edad, corría de un lado a otro,
tropezando, cayéndose, gritando. Era ciega. Los padres que habían huido, volvie-
ron por sus hijos. La policía les impidió la entrada al campamento. La situación
quedó empantanada, con un sector de pobladores dentro del cerco policial, y otro
sector en Ja periferia, semiescondido en Jas pobJaciones vecinas. Los niños, aJ cen-
tro, gritaban. Poco a poco los de la periferia comenzaron a reunirse, a deliberar, a

251
tomar una decisión. Hasta que, ya masificados y puestos de acuerdo, avanzaron y,
pasando entre las filas de policías, se tomaron de nuevo el sitio eriazo. Su objetivo
era doble: reunirse con los niños y dejarse llevar en masa a la 12' Comisaría, adon-
de se había llevado a los quince primeros detenidos. Se suscitó un intercambio de
palabras. Llegaron algunos parlamentarios. La policía, finalmente, se llevó deteni-
do al conjunto de la poblada. Así, los hombres de a pie, desfilando, y las mujeres
con sus niños en los furgones policiales, fueron llevados al recinto policial. La Co-
misaría se atiborró de pobladores.
Pasaron las horas. El mediodía. La tarde. Los detenidos sintieron hambre. Cer-
ca de las 17.00 horas los carabineros hicieron una colecta y compraron treinta y
cinco empanadas para las mujeres. A los hombres se los llevaron al Estadio Muni-
cipal. Los regidores de los partidos de oposición (del FRAP y del PDC) gestionaron
en la Municipalidad un aporte extraordinario para aliviar la condición de los po-
bladores. El municipio acordó una donación de dos millones de pesos'*'.
La poblada de San Joaquín había logrado, pues, pese a su actitud de resisten-
cia al cuerpo policial, ensanchar el círculo de la conspiración social-historicista.
Entre la línea ferroviaria del longitudinal sur y la población La Victoria, había
unos paños de sitio, eriazos. El 8 de diciembre de 1963, a las 3.00 de la madrugada
y bajo la consigna de "levantar la mejora en el menor tiempo posible", una masa
de mil quinientos pobladores llegó y ocupó ilegalmente el terreno. Venían prepa-
rados: traían latas, tarros, planchas de zinc, frazadas, palos, y "dos sacos de azticar,
- kilos de café, y pan". Y tal como lo decía la consigna, en el menor tiempo posible
las mejoras fueron levantadas. Con ello se ganó una hora de tiempo a la policía,
porque a las 4.00 horas, quinientos policías, fuertemente armados, rodearon a los
pobladores por todas partes. Los jefes policiales ordenaron: "Deben desalojar esta
propiedad". Los pobladores respondieron: "No nos moveremos: tendrán que echar-
nos". La policía avanzó todas sus líneas. Los pobladores respondieron con una
primera andanada de piedras. La policía aceleró su avance dispuesta a iniciar el
apaleo. Los pobladores también avanzaron, armados de palos, planchas de zinc,
'tontos' de goma y fierros sueltos. Al primer choque la policía retrocedió un tanto,
para disparar sus bombas lacrimógenas y abrir campo para los chorros de agua. En
el centro del campamento estalló el caos. Una mujer embarazada, tras ser golpea-
da en el vientre, retrocedió. Entre las frazadas, los gases y el agua, perdió su guagua.
Un niño de corta edad quedó prácticamente ciego a consecuencia del gas lacrimó-
geno. Los pobladores, enfurecidos, volvieron a avanzar. Pero llegaron refuerzos
policiales, obligando a los pobladores a entregar el terreno.

El Siglo, mayo 26 y 27,1963.

252
Con todo, viendo que atrás quedaban sus pertenencias, sus mujeres y sus niños,
no se retiraron muy lejos. Cruzaron la Avenida Maipú y se reagruparon del otro lado.
Fue ese el momento en que comenzaron a llegar los automóviles de varios parlamen-
tarios y de altos jefes de policía. Viéndolos llegar, y desde su segunda trinchera, los
pobladores dispararon nuevas andanadas de piedras. Desde la población La Victoria
les llegó ayuda y refuerzos. La policía no asaltó la segunda trinchera.
En horas de la mañana, la policía permitió a algunas mujeres que ingresaran al
paño de sitios originalmente ocupado para recuperar parte de sus enseres. Y esta-
ban tratando de rescatar los restos de café y del despanzurrado saco de azúcar,
cuando la policía avanzó sobre la segunda trinchera para desalojar de allí a los
porfiados pobladores. Estalló de nuevo el enfrentamiento. La violencia se esparció
bajo nubes de polvo, gas y piedras en el interior de la población La Victoria. Esta
vez la policía, atravesando toda la población, logró el desalojo definitivo. Pero las
Comisarías 5', 6', 11', 12' y 13 quedaron atiborradas de pobladores detenidos, y las
dependencias de la Municipalidad de San Miguel atiborradas de pobladores sin
techo. La refriega había dejado un saldo de cuarenta y dos heridos de mediana
gravedad (de éstos, treinta y cinco eran carabineros, y uno, parlamentario), ciento
doce detenidos, e incalculables daños a los enseres de los pobladores.
El Gobierno presentó una querella contra los parlamentarios, alcaldes y regi-
dores que apoyaron la toma. En realidad, el Partido Socialista y el Comunista, con
apoyo del Demócrata Cristiano, habían estado presentes en la fase conspirativa de
la toma (habían formado el Comité de Allegados y preparado el Plan de la Toma).
Sin embargo, la ejecución del movimiento mismo había sido de la responsabilidad
y costo de los mismos pobladores'*'.
Cada toma de terrenos fue perfilando así una enseñanza, una experiencia, los in-
gredientes para una nueva rutina. La toma se convirtió en un tipo de acción directa
ampliamente difundido en todo el espectro social. Sus variaciones llegaron a ser in-
contables. Pero el efecto global era el mismo: la terrilorialización de la política popular
y el desmantelamiento de la política formal. El 11 de agosto de 1967, en un hecho
insólito, una masa de casi doscientos estudiantes se tomó la tradicionalista, elitista y
conservadora Universidad Católica de Santiago. Ante eso, estudiantes 'gremialistas'
intentaron reabrir las puertas de la Casa Central. Los huelguistas salieron, repelieron
violentamente el ataque gremialista y volvieron a cerrar las puertas de su alma máter.
La toma inició, exitosamente, el proceso de reforma de la pontificia universidad''"'.
Casi un año después, el 14 de agosto de 1968, más de doscientos laicos, siete sacerdotes
y una monja se tomaron la Catedral de Santiago, y colocaron entre sus torres un gran

La Tercera, diciembre 9 y 10,1963; Ercilía, diciembre 11 y 18,1963; y El Siglo, diciembre 9 a 11,1963.


La Tercera, agosto 12 y 22,1967.

253
lienzo que exigía que la Iglesia de Chile se situara "junto al pueblo y sus luchas". El
hecho provocó conmoción nacional''". Y algunos días antes, el 3 de agosto, sesenta y
ocho obreros (de 178) de la fábrica Saba, se tomaron la planta, al no lograr un acuerdo
con los empresarios tras una huelga que ya duraba cincuenta y cinco días. Sobre el
frontis del edificio los obreros colocaron un gran cartel, que decía: "Ante cualquier
intento de desalojarnos, daremos orden de incendiar la industria". El día miércoles la
policía recibió orden de desalojar la industria. Al rodear el edificio se percataron de
que "una densa humareda comenzó a salir de todos los galpones", a lo que siguió una
serie intermitente de fuertes explosiones. Quisieron entrar, pero tropezaron con alam-
bradas electrificadas. No pudieron hacer nada. La promesa de los trabajadores había
sido cumplida al pie de la letra. Los daños materiales fueron inmensos. Once obreros
fueron pasados a la justicia Criminal'''^ El 19 de julio de 1972, varios centenares de
pobladores y estudiantes se tomaron las principales calles de acceso a la comuna de
Las Barrancas. Bloquearon el tránsito. Enérgicamente reclamaron medidas efectivas
para el desarrollo integral de la comuna. A las 17.00 horas en punto desarmaron por sí
mismos las barricadas, y se retiraron''". Cinco días después, más de mil pobladores de
Lo Hermida, apoyados por estudiantes, hicieron lo propio en las avenidas Macul con
Grecia. Allí, ya en horas de la noche, encendieron grandes hogueras. Cuando llegaron
altos funcionarios de gobierno para dialogar, los tomaron como rehenes para forzar
soluciones efectivas. Se reportó que muchos iban premunidos de cascos y largos palos.
Pero a las 20.30 horas desarmaron sus barricadas y se retiraron pacíficamente''"'. Y el 4
de abril de 1973, varios centenares de pobladores y militantes de base del Movimiento
de Izquierda Revolucionaria se tomaron la Avenida Vicuña Mackenna entre los núme-
ros 1100 y 1200. Su objetivo era aislar Cenadi -firma distribuidora-, tomarla y organizar
por sí mismos la distribución de alimentos entre los pobladores, a la que habían de-
nunciado como discriminatoria e ineficiente. Pero los trabajadores de Cenadi repelieron
la toma y llamaron a Carabineros. Al avanzar éstos, los asaltantes se replegaron a una
bomba bencinera, la cual asaltaron para robar bencina y construir cocteles Molotov.
Así provistos contraatacaron, sin lograr, con todo, su objetivo. Quedaron diez heridos
de mediana gravedad (ocho carabineros), y treinta y ocho detenidos'''^
Las tomas fueron evolucionando, de acciones de masa dirigidas a apresurar la solu-
ción institucional de ciertas necesidades básicas (vivienda), a una ocupación territorial

Ercilla, agosto 20, 1968.


Ibidem, agosto 13,1968; y El Siglo, agosto 3 al 7,1968.
HMerciírio, julio 20,1972.
Ibidem, jidio 2.S, 1972.
El Mercurio, abril 5 y 6,1973; La Tercera, abril 5,1973; y El Siglo, abril 5,1973. Acerca de las acciones
realizadas por los "cordones industriales" y "comandos populares", H. Cancino, Chile: la problemática
del poder popular en el proceso de la vía chilena al socialismo (Aarhus, Denmark, 1988).

254
amplia destinada a presionar por la implementación de políticas de desarrollo global
de un barrio o comuna; llegaron, de un lado, a intimar la adecuación social-historicista
de las instituciones tradicionales (Iglesia, Universidad) y, de otro, a intentar el control
social directo sobre los servicios básicos de la comunidad.
Así, el "poder popular" fue construyendo, como reguero de pólvora, una cade-
na incipiente de mecanismos políticos y estructuras institucionales de tipo
alternativo. Aparentemente, para las bases populares el Estado formal tenía cada
vez menos legitimidad real, o solo una importancia simbólica. El movimiento VPP
tendía a construir caminos subversivos, de reemplazo.

Ataques espontáneos, ataques organizados


Desde fines de 1968, aproximadamente, las acciones VPP comenzaron a pre-
sentar, de modo regular y creciente, los rasgos propios de un evento organizado y
planificado. Es decir, una tendencia a la racionalización. O, si se prefiere, la incor-
poración de una voluntad política, que asumía las acciones VPP como un elemento
válido del comportamiento social en tanto referido al Estado.
Es significativo que la aparición de los hechos VPP sobre el escenario político
chileno haya precedido por más de diez o doce años -cuando menos- a la aparición
de la voluntad política VPP. Sería un error histórico atribuir la aparición primera
a la segunda. Más bien es al contrario''"'. La predisposición de las masas a la violen-
cia, como se ha visto, fue un rasgo propio de la primera declinación crítica del
nacional-desarrollismo, estallada en los años cincuenta. Tal predisposición no fue
disuelta por las políticas de Estado durante esa década. La psicología de la frus-
tración se hizo consustancial en las bases populares, especialmente en su estrato
juvenil. A comienzos de la década de 1960 esa psicología no solo no había variado,
sino que, por el contrario, se hallaba en un punto muy alto. Por entonces no había
alternativas claras para el movimiento popular. El Gobierno era decididamente
empresarial y legalista. La Democracia Cristiana no emergía aún como una espe-
ranza, y el FRAP había sido derrotado en el terreno legal. Los porcentajes de
cesantía eran, por entonces, elevados. Los allegados atiborraban las poblaciones y
el nivel de salarios tendía a estancarse respecto del nivel de precios''^'. Aunque es

El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), primera organización VPP que surgió en el país,
fue fundado en 1965, pero sus actuaciones públicas más notorias datan de 1969. Las acciones VPP
habían surgido cuando menos diez años antes.
Es el periodo de gestación de la llamada "teoría de la marginalidad social". Véase R. Vekemans, La
pre-revolución en Latinoamérica (Santiago-Buenos Aires, 1969); y C. Fuchs & H. Landsberger "Revolution
of Rising Expectations or Traditional Life Ways? A Study of Income Aspirations in a Developing
Country", ED&CCH21, N" 2 (1973).

255
difícil establecer una correlación precisa, es también difícil no pensar que entre la
psicología de la frustración y la predisposición latente a la violencia (política o no)
existía, a comienzos de los años sesenta, una correlación muy estrecha.
Es eso lo único que puede explicar la asonada espontánea que las masas juve-
niles hicieron reventar en las calles de Santiago el 12 de octubre de 1961.
Ese día, a la hora del crepúsculo, los estudiantes universitarios habían decidi-
do inaugurar las Fiestas de la Primavera correspondientes a ese año.
Ellos tal vez no lo sabían, pero debido a la tensión general existente en la socie-
dad (el Presidente Alessandri estaba empeñado en políticas de estabilización y de
congelamiento temporal de salarios, el Magisterio estaba en huelga y los propios
estudiantes también), la ciudadanía joven se hizo grandes expectativas acerca de
esas Fiestas. Quizás como un paliativo, o un escapismo. De modo que, de ser exito-
sas, esas Fiestas podían convertirse en un gran sedante para la excesivamente
tensionada sociedad capitalina. De no serlo, podían transformarse en una peligro-
sa nueva frustración. Era claro entonces: las Fiestas no debían fracasar.
De modo que, desde las horas del crepúsculo, densos grupos de jóvenes comen-
zaron a bajar desde los barrios altos de la ciudad, así como de los barrios populares,
hacia la Plaza Vicuña Mackenna y el Cerro Santa Lucía, en el centro de la ciudad,
donde debía realizarse la solemne "inauguración". Pero hubo que esperar. Las ex-
pectativas crecieron. Y solo a las 22.30 horas los dirigentes estudiantiles iniciaron
la ceremonia. El acto inaugural fue breve y desprovisto de espectacularidad. Las
masas juveniles se impacientaron. Se comenzó a hablar de "la mala organización
de las Fiestas". Los grupos, frustrados, comenzaron a descolgarse del cerro y de la
plaza en dirección al centro mismo de la ciudad.
En prevención de cualquier sorpresa. Carabineros bloqueó las calles que condu-
cían al Barrio Cívico (Tribunales, Congreso Nacional, La Moneda, edificio de El Meraxrio)
y liberaron las que conducían a la Plaza de Armas. Al concentrarse en ésa, los jóve-
nes comenzaron a hacer disturbios y a provocar a los policías. Estos decidieron
disolverlos. Chorros de agua y andanadas de bombas lacrimógenas cayeron en el
centro de los manifestantes. Los grupos se dispersaron y se inició el apedreamiento
a destajo. El enardecimiento de la masa parecía mayor que siempre y más indiscri-
minado. Las piedras cayeron no solo sobre los policías, sino también sobre las vitrinas
y los automóviles particulares. Diversos grupos lanzaban consignas contra el Gobier-
no. Pronto comenzaron a ser arrancados los postes de señalización y los bancos de la
plaza, para construir barricadas. La policía seguía protegiendo el Barrio Cívico. Pero
recibió nuevas órdenes, y comenzó a avanzar hacia el oriente. Los manifestantes
retrocedieron. Grandes bolsones de jóvenes quedaron concentrados entre el cerro y
la calle San Antonio. La frustración cundió en todas direcciones, contra cualquier
cosa. En Alameda, una camioneta particular intentó forzar su paso entre la multitud,

256
pero fue volcada e incendiada. En la Plaza Vicuña Mackenna, diversos grupos co-
menzaron a agredir a las jóvenes que se hallaban allí. En poco rato, siete mujeres
habían sido desnudadas y vejadas por la turba, mientras a otras se las perseguía y se
les arrancaba la ropa y sus carteras, a tirones. El tránsito quedó cortado. La masa se
halló dueña de un cierto sector del centro, e inició un sistemático ataque a las tien-
das comerciales. Veinte establecimientos fueron dañados o saqueados en las calles
Mac Iver, Moneda, Tenderini y colindantes. A las 3.50 de la madrugada, una turba de
muchachos que se dirigía al sur intentó asaltar la armería situada en la calle San
Diego 59, pero los carabineros lograron impedir sus propósitos. La violencia se pro-
longó hasta las 4.30 A.M. En la mañana, la policía reportó que habían quedado
cuarenta personas heridas (once carabineros), y noventa y una detenidas (todos jó-
venes, repartidos entre estudiantes y pobladores, excepto Carlos Mora González, de
24 años, que pertenecía a la Policía Técnica de Investigaciones, sorprendido lanzan-
do piedras en Alameda con Miraflores). Los daños materiales fueron subidos, pero
no calculados''"*.
Unánimemente, al día siguiente, diarios y revistas concordaron en responsabi-
lizar de los sucesos de la noche anterior a los "elementos extraños", delincuentes
y subversivos que se habían mezclado con los estudiantes en el acto inaugural de
las Fiestas. La lista de detenidos, si prueba alguna cosa, probó, sin embargo, que la
responsabilidad material de los hechos fue compartida entre jóvenes pobladores,
estudiantes y empleados de todo tipo. La responsabilidad circunstancial pudo ser,
tal vez, la "mala organización" de un acto de esa naturaleza en una coyuntura
como la existente en 1961. La responsabilidad histórica global, por supuesto, ha-
bría que buscarla algo más en profundidad. Y sus consecuencias posteriores,
también. No sería ocioso, en todo caso, conectar lo ocurrido en octubre de 1961 con
lo que comenzó a ocurrir desde agosto de 1968, cuando la juventud inició una
"reforma" de todo: de la universidad, de la Iglesia, de las normas sexuales, de la
cultura y de las prácticas políticas. Las raíces históricas de la generación del '68
pudieron tener, quizás, orígenes más oscuros que los que esa generación tiende a
reconocer, y en todo caso no menos violentos que sus métodos racionalizados de
acción política.'''''
La frustración y la agresividad -dos expresiones espurias, pero propias de un
proyecto social popular aprisionado e informalizado- fueron predisposiciones
sociales de difícil manejo político. Y lo fueron, sobre todo, en la etapa en que
comenzó a brotar de los hechos VPP una cierta voluntad política. La politización

La Tercera, octubre 13,1961; ErciUa, octubre 18, 1961; y El Siglo, octubre 13 y 14,1961.
E.Tirom,"Sólo ayer éramos dioses...", Revista/líiáíis/s, enero 30,1979; y Salazar, "La generación chilena
del '68...", passim.

257
del proyecto social popular, al realizarse en una fase tardía (cuando los hechos
VPP ya se habían constituido en una tendencia 'normal'), se convirtió, en prime
ra instancia, en un esfuerzo mayor o menor, con un éxito mayor o menor, por
administrar, conducir y utilizar políticamente los hechos VPP (o de acción direc
ta). Los hechos señalan que ese ejercicio operó sobre una arista de doble vertiente
De un lado, se trataba de alcanzar fines racionales, políticos, encarnados en va
lores sociales de tipo superlativo; y de otro, de utilizar medios orgánicamente
enraizados -a veces- en sentimientos incontrolados de frustración o agresión
Sobre ese doble plano, las primeras organizaciones políticas orientadas a la "lu
cha armada" tuvieron en Chile experiencias variadas y desiguales que, a la larga
revelaron el enorme vacío y las graves consecuencias que se derivaron de la au
sencia de una adecuada teoría política del "bajo pueblo" y para el "bajo pueblo"
Dos hombres armados, uno con cuchillo y otro con pistola, entraron al inmue
ble ubicado en Alameda 2682, a las 7.20 A.M. Era el jueves 31 de abril de 1969. Un
tercer individuo se quedó en la calle, frente a la puerta de esa sucursal del Banco
Edwards. Los asaltantes "maniataron y encerraron en el baño a catorce funciona-
rios del Banco, y a un cliente madrugador". Dos horas después, con un botín de 258
mil escudos, los asaltantes tomaban una camioneta Taunus, de propiedad del Ban-
co, recogían al que esperaba en la calle y huían por las calles de Santiago. Decenas
de policías y periodistas llegaban poco después al sitio del suceso. Era un golpe
noticioso. Asaltos como ése eran muy infrecuentes en un país como Chile. Se orga-
nizó un gran operativo policial para capturar a los asaltantes. Los periodistas
hicieron toda clase de conjeturas. Pero después se supo que era una "acción de
financiamiento" del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)^"".

Era el comienzo de una nueva forma de lucha.


El 25 de agosto de 1969, cinco jóvenes esperaron la salida de los funcionarios
del Banco Continental que habían ido a retirar dinero de las cajas del Supermer-
cado Portofino, situado frente a la Plaza Los Guindos, en Santiago. Al salir los
dichos funcionarios les arrebataron el maletín, que contenía un total de 183 millo-
nes de pesos. Los guardias del Banco, que esperaban en una camioneta, repelieron
el ataque. Se produjo un tiroteo. Los asaltantes huyeron en un automóvil Fiat 1100.
No hubo heridos. Se trataba de otra acción de financiamiento. Pero esta vez la
policía logró detener a uno de los asaltantes. Se trataba de un estudiante de Perio-
dismo, y militante del MIR^"'.

Ercilla, mayo 6,1969.


La Tercera, agosto 26,1969; y Ercüla, septiembre 2,1969.

258
Estas acciones contrastaron con las realizadas, dos años después, por otra orga-
nización orientada a las acciones directas: la Vanguardia Organizada del Pueblo
(VOP).
Diez desconocidos armados penetraron, el 24 de abril de 1971, en la confitería
"Don Raúl", cerca de la Estación Central, de propiedad de Raúl Méndez (33 años).
Exigieron la entrega del dinero. Los dueños se negaron a hacerlo. Los desconoci-
dos abrieron fuego, matando a don Raúl e hiriendo a su tío Víctor Calaf. Luego
tomaron el dinero y huyeron, tras dejar panfletos relativos a su organización^"^. Un
mes después, el 24 de mayo, otro grupo operativo de la VOP entró en acción: asaltó
la camioneta del Banco Sudamericano, cuyos ocupantes se hallaban retirando fon-
dos del Supermercado Montemar. Al salir los recaudadores, los asaltantes
dispararon sobre uno de ellos (que se negó a soltar el maletín) y sobre el policía
que vigilaba la camioneta del Banco. Se apoderaron de la camioneta y huyeron,
mientras uno de los asaltantes disparaba su metralleta desde la pisadera del vehí-
culo para amedrentar a los transeúntes e impedir la persecución. Los testigos
declararon que eran cuatro individuos jóvenes, "uno de ellos con barba incipiente,
todos de apariencia pobre". En el lugar del asalto quedaron esparcidas numerosas
cuartillas de propaganda de la VOP. El suceso, ocurrido en las calles Santa Rosa
con San Joaquín, dejó como saldo un muerto (el carabinero Osvaldo Gutiérrez), y
dos recaudadores heridos. La pérdida material ascendió a 30 millones de pesos.
Los detectives, frente a este caso, declararon que se trataba de la misma rutina
practicada antes por el MIR, "pasando después a la VOP y a algunos aficionados;
la única diferencia es que ciertos delincuentes no tienen problemas de conciencia
y disparan a sangre fría"'"'.
Que los militantes de la VOP podían disparar a sangre fría, quedó de nuevo
probado a las 10.30 A.M. del día 10 de junio de 1971, en la calle Hernando de
Aguirre frente al número 773. A esa hora, en ese día y por ese lugar, acertó a pasar
el automóvil que conducía al ex ministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic. Un
automóvil Acadian Beaumont se le cruzó por delante, bloqueando su paso. Se ba-
jaron cuatro individuos. Uno de ellos se acercó al auto del ex ministro, sacó una
metralleta y disparó una ráfaga de doce tiros. El ex ministro falleció poco después.
Pero el asesino se afirmó en el vehículo y dejó sus huellas dactilares en él. La
policía lo identificó: era Ronald Rivera Calderón, uno de los dirigentes de la VOP.
De inmediato se inició la cacería.
Quince detectives, tres días después, llegaron a la casa sita en Coronel Alvara-
do 2711. Eran las 2.30 A.M. Golpearon y exigieron que la puerta fuese abierta. La

La Tercera, abril 26, 1971.


Ibidem, mayo 25,1971; y Ercilla, junio 1,1971.

259
respuesta fue una ráfaga de metralleta, cuyas balas atravesaron la madera de la
puerta. Se inició un activo tiroteo, que se prolongaría por casi cuatro horas. Ante la
dificultad, los detectives pidieron refuerzos. Al poco rato llegaron tres secciones
del Cuerpo de Carabineros, varias tanquetas de la policía y pelotones de soldados
del Regimiento Buin, en vehículos blindados. Antes de iniciar el ataque final, las
Fuerzas del Orden concedieron una tregua, para que se entregaran los sitiados.
Salió uno de los vopistas y tres mujeres que estaban con ellos. Los cinco restantes
decidieron continuar la resistencia. Entonces vino el ataque final. Ronald Rivera
cayó muerto sobre el techo de la casa, con una bala que penetró por su espalda y
salió por su cráneo. Su hermano se suicidó y los tres restantes, heridos, se entrega-
ron. Toda la acción había dejado, como balance, tres muertos, cinco heridos (dos
detectives entre ellos), y cinco detenidos. El impacto político e ideológico fue mucho
mayor, aunque incalculable.
No todo estaba concluido. El último hecho VPP de la VOP se desencadenó en
tres fases. La última no fue menos sangrienta que las dos primeras. El 16 de junio
de 1971, a las 14.05 horas, otro militante de la VOP, Heriberto Salazar, de 46 años,
penetró en el Cuartel de Investigaciones situado en la calle General Mackenna. Al
entrar, arrojó granadas contra los detectives de guardia. Tras las explosiones se
produjo una gran confusión. Otros detectives aparecieron desde el interior. Heri-
berto Salazar desenfundó entonces una metralleta y atacó a los nuevos detectives.
Estos se replegaron en el interior. Al iniciarse el tiroteo, el atacante hizo estallar
varios cartuchos de dinamita, que llevaba amarrados a su cinturón. Su cuerpo voló
despedazado. Junto con él murieron tres detectives™.
Esta cadena de acontecimientos fue denominada por una revista como "el odio
armado".
Las técnicas VPP de la VOP no le eran originales. Simplemente, las había toma-
do de una cultura VPP ya constituida. Entre sus modelos previos estaban no solo
las acciones de financiamiento del MIR, sino también las acciones golpistas de los
grupos operativos de derecha (asesinato del general Schneider). Del mismo modo,
la frustración y el odio eran predisposiciones sociales heredadas, no creadas, por
la VOP. De cualquier modo, tras los incidentes relatados estalló una guerrilla de
acusaciones y contraacusaciones. Todos los sectores se erigieron como acusadores,
y todos fueron objeto de sospecha. El ex ministro asesinado, aunque católico y
padre de familia ejemplar, no fue otra cosa, para muchos, que un "duro", responsa-
ble directo de la matanza de pobladores de Pampa Irigoin, en Puerto Montt. La
violencia, surgida del subconsciente social, y apenas racionalizada o formalizada

La Tercera, junio 9 y 14,1971; y ErcUk, junio 2 y 29,1971.

260
por la voluntad política, no tenía por entonces ni explicación clara ni futuro previ-
sible. Un escalofrío pareció recorrer, premonitoriamente, el cuerpo político civil
tanto como el militar. Un alto dirigente de un partido de oposición al gobierno del
Presidente Allende declaró: "Es la hora del coraje, porque es la hora de la hiena".
Su declaración no aclaró ni resolvió nada, pero interpretó el escalofrío de todos.
La ficha social y política de los miembros de la VOP reveló que, en ellos, la
carga de frustración y agresividad sociales era mayor que la de los jóvenes mili-
tantes (la mayoría universitarios) de la llamada "nueva izquierda" chilena. Ronald
Rivera (24 años al morir) era hijo de un obrero ferroviario, y quedó huérfano de
padre en su adolescencia, mientras su madre vivía postrada por una enferme-
dad. Era inquieto. No fue buen alumno, pero sí un gran lector ("había más libros
que bombas en su última guarida"). Había trabajado como obrero en una fábrica
de corchos, pero lo expulsaron por ladrón. Luego aprendió mueblería, devinien-
do en un eficiente artesano. Poco a poco, sin embargo, se convirtió en un
delincuente (su ficha delictual registró veintisiete asaltos y seis asesinatos). Se
incorporó a la Juventud Comunista en 1964, y fue expulsado en 1967 por sus
ideas "aventureristas y provocadoras". En 1968 entró al MIR, y el mismo año fue
expulsado "por extremista". Entonces fundó la VOP, inspirado por la siguiente
teoría:
La subversión debe hacerse con delincuentes, porque son los únicos no com-
prometidos con el sistema: los obreros luchan solamente por aumentos de sueldo,
y los estudiantes son pequeños burgueses jugando a la política; en el hampa está
la cuna de la revolución.
A esos fines, reclutó un par de docenas de jóvenes pobladores y otros individuos,
con los cuales inició sus "operativos". Sin embargo, sus relaciones con el hampa le
resultaron más costosas en lo económico que beneficiosas en lo político^""'.
Luis Pérez Azocar, en cambio (otro miembro de la VOP), era un ex suboficial de
Ejército, con entrenamiento en Panamá. Como instructor de la organización, exi-
gía de sus reclutas una absoluta "sangre fría" para disparar y alcanzar sus objetivos
políticos. Heriberto Salazar, a su vez, era un ex carabinero, que había agredido a
un superior, razón por la cual fue dado de baja. José Gregorio Aguilera era armero,
y estaba a cargo del arsenal del grupo. Hugo Romero Navarro -que huyó- tenía
una ficha psiquiátrica grave, pues había estado internado en tres oportunidades
en el Hospital Psiquiátrico. El resto de la banda estaba compuesto por pobladores
y obreros, de quienes se sospechaba que tenían conexión con la red delictual. En
conjunto -escribió el periodista Luis Hernández Parker al comentar estos hechos-

Ahora 1,N"9 (junio 15,1971).

261
, esa muestra social "alteró la forma de vida del país, desencadenando una psicosis
de sospechas como jamás había ocurrido en Chile"'*.
En verdad, el horizonte, para esas muestras sociales, no se había abierto con el
corto "brillo del sol" mostrado por la Democracia Cristiana entre 1964 y 1967.
Pero tampoco se abrió con la "vía chilena" propuesta, acto seguido, por la Unidad
Popular (UP). Más bien al contrario, por razones diferentes, ese horizonte tendió a
comprimirse y cerrarse con ambos experimentos políticos y por la acción (oposito-
ra) de la violencia política librecambista (VLC). La carga de frustración y
agresividad, por lo tanto, no se aligeró ni halló una formalización política superior
o diferente a la marcada por la Unidad Popular, el MIR, la VOP y los emergentes
grupos VLC. De modo que, entre 1971 y 1973, esa carga continuó apareciendo en
muchas partes a la vez. Inevitablemente, el Presidente Allende, sobrepasado por
todo ello, pidió la colaboración de las Fuerzas Armadas. Se dictó la Ley de Control
de Armas. Y los militares comenzaron a realizar múltiples allanamientos a efectos
de requisar las armas del sector civil de la Nación. El efecto de todo ello fue en-
frentar el movimiento VPP, directamente, con las armas del sector militar de la
Nación; una confrontación inédita en la historia política del siglo XX en Chile.
Eso sería el inicio de un cambio trascendental en la orientación y grado de
desarrollo del movimiento VPP.
El 7 de septiembre de 1973, personal de la Fuerza Aérea de Chile acordonó las
manzanas colindantes con la fábrica Sumar, a objeto de allanar una casa particu-
lar sospechosa. La casa pertenecía a un militante del Partido Socialista. A las 19.20
horas, los militares se hallaban haciendo excavaciones en el patio de la residencia
cuando, desde la fábrica y desde otros edificios cercanos, "fueron atacados con
armas automáticas y cortas". Simultáneamente, desde un vehículo en marcha, un
grupo de sujetos disparó también contra los uniformados. Cuando éstos respon-
dieron los disparos, el automóvil maniobró mal y se estrelló. Sus ocupantes fueron
arrestados. Pero el intercambio de disparos con los de la fábrica continuó todavía
por dos horas. Cerca de las 22.00 horas, un grupo de veintitrés individuos salió de
sus escondites, portando una bandera blanca. Simultáneamente sonaron las sire-
nas de la fábrica. Todos se detuvieron. Y a los pocos minutos, los militares vieron o
creyeron ver una masa de quinientos pobladores ("todos vestidos de negro"), emer-
giendo de todas partes: se descolgaban de las paredes, caían de los techos, salían
de las casas del sector. Amenazadoramente comenzaron a rodear a los militares. Se
ordenó entonces la retirada de la tropa, que al hacerlo se llevó a veintitrés deteni-
dos. Hubo ocho heridos de bala (un soldado y siete civiles). Al día siguiente, un

Ercilla, ¡unió 29, 1971.

262
portavoz de la FACH declaró que el personal de la fábrica "se encuentra armado,
organizado y entrenado", y que la noche anterior habían actuado "coordinada-
mente con los pobladores del sector"-"'.
El reguero de los ataques reveló, hacia 1973, que las fuerzas en pugna habían
obviado ya la formalidad legal, las normas establecidas, el Estado.

La violencia contra adversarios: de la competencia electoral por el Estado, a


la "batalla de las masas por Santiago"
Hasta 1964, aproximadamente, la lucha política todavía era, de modo predo-
minante aunque precariamente, una confrontación institucionalizada por el control
del Estado y un debate ideológico abierto acerca de cómo salir de la crisis en que,
desde 1954, se había empantanado el país. El movimiento VPP, de alguna forma, se
revolvía entre los intersticios de ese encuadramiento general del confHcto. Sin
embargo, desde 1961, o tal vez desde 1957, se podía pronosticar que esa orientación
centrípeta de la política (es decir, hacia el interior del Estado de 1925) iba a durar
tanto como decidieran las masas ciudadanas mantener el grueso de sus adhesiones
clientelísticas a los partidos democráticos con representación parlamentaria™.
Los hechos -según se ha visto- probaron que no fueron esas adhesiones cliente-
lísticas, sino más bien el reventón histórico, el tipo de relación que predominó a la
larga entre la masa ciudadana y el Estado, y entre una bandería política y su antagó-
nica. Entre 1955 y 1965, la clase política civil se vio constreñida a adaptarse a la
crisis de las relaciones clientelísticas, lo que la llevó a ceñir sus prácticas a la ten-
dencia marcada por la rebelión de las masas. El nacional-populismo comenzó a teñir
progresivamente todas sus banderas partidarias, no solo de izquierda y de centro
sino también de derecha, solo que de modo distinto en cada caso y en antagonismo
recíproco al final (en rigor, el nacional-populismo de este período fue un populismo
clasistamente diferenciado). El gobierno del Presidente Freí, por ejemplo, formalizó
científicamente la bajada mesocrática hacia las masas y la calle, sobre todo en direc-
ción a los campesinos y a los pobladores. Su innovadora propuesta de participación
por la base contribuyó de modo significativo a cristalizar formas de actividad socio-
política en esferas y localidades específicas de la sociedad, descentralizando en cierta
medida el monopolio político del Gobierno y del Parlamento^"l Es cierto que esa
propuesta encubría a la vez un intento por ampliar el clientelismo partidario del

El Siglo, septiembre 9,1973.


A. A. Borón, "El estudio de la movilización política en América Latina: la movilización electoral en
Argentina y Chile", Desarrollo Económico 12, N" 46 (1972); y "Movilización y crisis políticas en Chile:
1920-1970 ", Aportes ¡LAR! 20 (1971).
A. Riquelme, "Promoción popular y la educación para la participación (1964-70)", Proposiciones 15 (1987):
132-46.

263
oficialismo, mediatizándolo con un clientelismo socio-estructural de Estado. Pero no
fue menos cierto que esa estrategia populista operó como un factor bifuncional,
pues, junto con lo anterior, subrayó también la tendencia centrifuga de la línea polí-
tica trazada por el movimiento de masas con respecto al Estado. Los hechos revelan
en efecto que, si esa estrategia intentó ser una red de contención neo-clientelística
destinada a controlar ese movimiento, a la larga no fue otra cosa que un canal desti-
nado a permitir el incremento de la velocidad de su tendencia centrífuga. Que eso
fue así, lo probó suficientemente la "asonada de los empleados públicos" descrita
en la sección anterior, o la radicalización del movimiento de pobladores, en ambos
casos con costo revertido al clientelismo partidario del Partido de Gobierno.
El gobierno de la Unidad Popular, surgido en la cresta de semejante corriente,
no intentó hacer otra cosa que profundizar el caudal de la misma. Sus propuestas de
Área Social, de Escuela Nacional Unificada, de Cámara Única y de Reforma Agraria
fueron retroproyecciones de esa misma corriente, intencionadas como reconstruc-
ción estatal. Pero estas retroproyecciones debieron abrirse camino a retaguardia y a
contrapelo del movimiento centrífugo de las masas, puesto que necesitaban ser ins-
titucionalizadas en el ámbito de la vieja Constitución y con el acuerdo del conjunto
de la clase política civil. El tronco historicista debió así abrirse en dos ramas. El
Presidente Allende quedó entrampado en el ramal de las retroproyecciones, donde
fue triturado por las tenazas formalistas. La "ultraizquierda", en cambio, se lanzó a
las aguas del centrífugo movimiento VPP, lo que significaba enfrentarse, en las ca-
lles, a los populismos antagónicos. Desde el principio quedó claro que las reformas
populistas de la Unidad Popular (retroproyecciones) no tenían más destino legal
que "la capitulación". Eso lo entendieron moros y cristianos. Lo que no quedó claro
desde la partida fue la confrontación de los populismos en la calle. De este modo, la
"batalla de las masas por Santiago" devino en el evento crucial. De aquí que, desde
mediados de 1972, la política centrípeta (el Parlamento, en especial) perdiera en
picada sus grados mayores de protagonismo histórico, para convertirse apenas en un
ritual o coro de trasfondo, que solo tenía sentido como voz ancestral ocupada en
proclamar la legitimidad o ilegitimidad constitucional de esta reforma, ese discurso,
aquel alto funcionario, o del Gobierno mismo. Ya desde 1969 los parlamentarios pro-
curaban estar más presentes en las calles, activando la política centrífuga, que sobre
sus sillones enrules, cantando a coro las letanías de la vieja Ley Fundamental.
Fue ése el momento en que el problema de las alianzas populistas jugó un rol
decisivo. Era evidente, desde 1969, que el populismo liberal era débil, que su capa-
cidad para mover masas sociales en la calle era precaria. A lo más, controlaba
grupos de estudiantes gremialistas, sectores femeninos de clase acomodada y pe-
queños pero audaces comandos de asalto. Eso no era suficiente, sin duda, para
enfrentar a los sectores mesocráticos y populares que seguían aún a la Democracia

264
Cristiana, y a las agresivas masas y organizaciones de la Unidad Popular y la Iz-
quierda Revolucionaria. Una eventual alianza orgánica de las dos variantes
principales del nacional-populismo habría constituido un colchón social suficien-
temente amplio para neutralizar la acción de los comandos VLC y, en cierta medida,
inhibir la intervención VLC de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, esa alianza no
se produjo. Las masas del populismo democratacristiano se asociaron, por el con-
trario, a los grupos VLC. Social y políticamente, esta convergencia determinó que
la "batalla de las masas por Santiago" se diera entre las dos secciones principales
del nacional-populismo, haciendo posible el golpe militar en clave VLC^'".
Fue así como, desde mayo de 1971 hasta comienzos de septiembre de 1973, el
conflicto político se expresó a través de una amplia variedad de choques entre ma-
sas populistas. Cada compartimiento de la estructura económica e institucional de
la sociedad se transformó en un campo de confrontación entre masas políticamente
antagónicas. La lucha estalló simultánea y secuencialmente en la universidad, en los
municipios, en el agro, en la educación secundaria, en la industria, en las poblacio-
nes, en los canales de televisión, en los servicios de carga y transporte, en el comercio,
en el abastecimiento de alimentos, etc. Cada centímetro de estructura cayó preso de
la lucha faccional. Cada resquicio de funcionalidad institucional quedó atrapado
entre dos fuerzas masivas. Pero, en el fondo, no se luchaba por la estructura, sino por
medir las fuerzas sociales respectivas. Y no en la lid electoral, sino sobre la nueva
dimensión de la lucha política: el espacio territorial y estructural. Es decir: se luchó
por la política centrifugada y el poder historicista.
Los choques de masas caracterizaron a nivel superlativo la segunda mitad del
gobierno de la Unidad Popular. Los hechos VPP registraron, como se vio, records
absolutos en la historia política de Chile. Nunca antes durante un gobierno
constitucional -excepto, tal vez, el de Manuel Montt, en el siglo pasado- se había
alcanzado tan alto nivel de historicismo social en las calles y tan bajo nivel de
formalidad constitucional en la sociedad. Sin embargo, sería absurdo e
históricamente inescrupuloso responsabilizar de ese récord exclusivamente al
gobierno de la Unidad Popular y a la Izquierda Revolucionaria, o a los marxistas o
comunistas en general. La izquierda chilena no quería cambiar más el sistema
constitucional existente de lo que lo querían la derecha y el centro. La derecha
tenía teóricamente claro, tal vez desde comienzos de 1960, que el golpe militar era
indispensable-". El centro, por su parte, se planteó claramente desde mediados de

Valenzuela, The Breakdown...; y O'Brien, Chile: State and Revolution, passim.


Los estudias realizados en Chile en la década de los sesenta por el economista de la Universidad de
Chicago Tom Davis, concluyeron taxativamente que el desarrollo económico no era posible en Chile
(Continúa en la página siguiente)

265
1972 por derribar el gobierno constitucional de Salvador Allende, para realizar
luego reformas constitucionales profundas. La izquierda, proclamándolo a voz en
cuello, intentaba construir un régimen socialista desde antes de 1960.
Todos los sectores políticos sabían que estaban jugando con fuego, de modo
que ninguno dudó en lanzar sus masas a la calle para jugar a la política centrífuga,
al historicismo y, de hecho, aunque no en teoría, a la "lucha de clases". Cualquier
otra interpretación a este respecto no ha sido ni es más que un artilugio de pala-
bras propio de la política oral. De este modo, la Unidad Popular y sus asociados
tuvieron, poco más, poco menos -la medición exacta de esto es un ejercicio iniitil-
, la misma responsabilidad histórico-estructural que el resto de los grandes actores
políticos. Solo que con dos agravantes: era el actor que tradicionalmente había
trabajado a favor del historicismo y del movimiento VPP y, en segundo lugar, fue el
actor que estaba de turno en el aparato de gobierno cuando se desató el reventón
histórico multisocial contra el viejo Estado de 1925.
En verdad, la comprensión de lo anterior es un ejercicio indispensable para
aquilatar más afinadamente el rol que ha jugado en la historia de Chile la violen-
cia política de centro. Durante la segunda fase del gobierno de Salvador Allende,
el centro político chileno no desarrolló su estrategia clásica de deslegitimar la
legalidad librecambista a efectos de implantar una legalidad nacional o popular-
desarrollista, sino más bien la táctica simple de deslegitimar en la calle -utilizando
a este efecto su propia clientela de masas- al populismo de izquierda, convocando
tras esto al golpismo VLC. Sería absurdo ver en esa táctica la expresión de la "cara
fascista" del nacional-desarrollismo chileno. Pero no puede negarse el hecho de
que el poder social de ese modelo político ha podido y puede, en teoría, ejercerse
en varias direcciones del espectro histórico, y no solo en una. El punto, sin duda,
merecería una investigación especial, que no corresponde a este trabajo.
Es significativo, respecto de lo anteriormente señalado, lo dicho por el ex Presi-
dente Eduardo Freí, en abril de 1973. Según el redactor de una revista reputada
como de centro, Frei declaró, "con voz emocionada", que él seguiría en la lucha
contra los excesos que estaba cometiendo el marxismo en Chile:
"No lo hago por ambiciones políticas personales. Lo hago porque me encuentro
amenazado de muerte. No lo digo porque me vayan a pegar un balazo. Estoy

dentro del sistema político estructurado en 1925, y deformado desde entonces por la irrupción del Esta-
do Empresarial y Social-Benefactor. Aparte de los trabajos ya citados de este autor, véase su importante
"Eight Decades of Inflation in Chile. 1879-1959', The Journal oj PoMcat Economy 71 (1963); "Capital y
salarios reales en la economía chilena", Cuadernos de Economía 8 (1966); y su "Inflation and Stabilization
Programs; The Chilean Experience", en Baer & Kersteneztky, Inflation and Growth in Latin America
(Homewood, III,, 1964).

266
amenazado de muerte por el marxismo y su dictadura. No quiero ni siquiera vivir
en un país marxista. Ni tampoco deseo que mis hijos vivan esta experiencia... "^^l
No hay duda de que, en el fragor de los choques entre masas populistas, la
mayoría de los actores perdió de vista las perspectivas históricas. Pero con ello
aceleró el historicismo de los hechos VPP.
El 26 de mayo de 1971 había una gran aglomeración de estudiantes en torno al
Teatro de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Había
expectación. Ese día se iba a proclamar como candidato a Rector de la Universi-
dad, al democratacristiano Edgardo Boenninger. Los estudiantes estaban
convulsionados. Un sector de ellos gritaba que el candidato era antirreformista,
que en 1967 se había opuesto al cogobierno de la Universidad. Los simpatizantes
del candidato devolvieron los gritos. Estallaron diversos pugilatos en el interior
del recinto. Como una oleada, el disturbio salió del Teatro, extendiéndose escale-
ras abajo hasta los jardines de la Facultad. Más de una docena de estudiantes
quedaron con diversas contusiones. Los seguidores de Boenninger (del Partido
Nacional y la Democracia Cristiana) y de Eduardo Novoa (Unidad Popular) habían
iniciado de esa manera el choque de las masas universitarias'^".
Edgardo Boenninger ganó la elección y fue proclamado Rector de la Universi-
dad. Pero "el oficialismo" (Unidad Popular) obtuvo una leve mayoría en el Consejo
Normativo Superior. La lucha de masas quedó enganchada en un conflicto de po-
deres y en la diversa interpretación que podía darse al Estatuto Orgánico. El Consejo
acordó dividir la Universidad en cuatro sedes. La Rectoría y su frente social de
apoyo (el Frente Universitario, constituido por el Partido Nacional y la Democra-
cia Cristiana) rechazaron el acuerdo. Y pasando del rechazo verbal a la acción
directa, las bases del Frente Universitario se tomaron las Escuelas de Derecho,
Odontología, Veterinaria y Física y Química. Tras esa toma múltiple, el rector Boen-
ninger hizo una visita solidaria a las Escuelas involucradas "y alentó a sus
combatientes" (Luis Hernández Parker). En un 40 por ciento, la Universidad que-
dó paralizada. Más aún, en cierto modo, descuartizada: las masas del Frente
Universitario comenzaron a desacatar abiertamente al Consejo Normativo Supe-
rior. Las masas UP-MIR, a la Rectoría. Eso determinó la superfluidad del Estatuto
Orgánico y de la estructura institucional de la Universidad. El conflicto pasó a
manos de las masas.
Fue entonces cuando los estudiantes de la Unidad Popular y sus aliados resol-
vieron 're-tomar" las Escuelas tomadas por el Frente Universitario.

£rdl/a, abril 17,1973, p. 10.


HSiíjío, mayo 27, 1971.

267
A las 20.00 horas del 16 de noviembre de 1971, una masa compuesta por entre
doscientos y quinientos jóvenes (entre los que figuraban algunos obreros del Fren-
te de Trabajadores Revolucionarios) llegaron hasta los Departamentos de Física y
Química. Se disponían a tomar los edificios por asalto. Dentro de los mismos, más
de un centenar de parapetados estudiantes del Frente Universitario se aprestaron
a defenderse. Tras la provocación inicial, cayó desde las ventanas superiores una
lluvia de piedras, mesas, sillas y pedazos de vidrio. Los atacantes, que habían lle-
gado en camionetas y por otros medios, se encerraron en los vehículos. En realidad
no pudieron entrar, al hallar todos los accesos bloqueados. Utilizaron entonces
una camioneta para echar abajo una de las puertas. En tropel, entraron por allí.
Pero encontraron las escaleras con barricadas. Al intentar subir, les cayeron desde
lo alto chorros de ácido sulfúrico (un quemado: J. de la Maza, del Frente de Traba-
jadores Revolucionarios). Sin embargo, escudados de diversa manera, subieron.
En los pisos superiores estallaron refriegas a palos y cadenazos, los ácidos volaban
en todas direcciones, pero los atacantes lograron avanzar y desalojar violentamen-
te a los ocupantes. Al cerrar el día había cuarenta estudiantes con diversas
contusiones, y dieciséis quemados con ácidos de diverso tipo. Los daños materia-
les fueron incalculables^".
La retoma de Física y Química obligó a las fuerzas del Frente Universitario a
perfeccionar el aparato defensivo de las restantes Escuelas lomadas, a efectos
de hacer imposible una nueva retoma. La lucha de masas estaba absolutamente
legitimada para defensores y atacantes. Un dirigente socialista, Mario Sepiilve-
da, amenazó: "Estamos en disposición de rescatar todos los locales tomados". Un
dirigente democratacristiano, Jaime Hales, jefe supremo de la toma de la Escue-
la de Derecho replicó: "Aquí las cosas no se darán tan fáciles... no cederemos".
Al inspeccionar los locales tomados, los periodistas constataron que estaban ro-
deados por barricadas, alambres de púas, y dotados de un sistema de radio que
los unía con el mundo exterior a la toma. En el interior, en lugares apropiados,
grandes cajas de piedras esperaban ser utilizadas. Militares en retiro aconseja-
ban cómo trazar las líneas defensivas y disponer las fuerzas durante el combate.
Había piquetes de vigilancia, y señas y contraseñas para pasar de una línea de-
fensiva a otra. "En cada escuela -confidenció un defensor autorizado- existen
jefaturas de toma, compuestas de tres personas; subjefaturas ... y jefaturas de
seguridad". Otro dirigente expresó: "Nos vimos obligados a pasar por sobre la
autoridad del ministro del Interior y del Intendente para completar el cuadro de
seguridad..."^''.

La Tercera, noviembre 17,1971; y Ercilla, noviembre 30,1971.


Ibidem.

268
No obstante, las masas estudiantiles de la Unidad Popular, como los alemanes
frente a la línea Maginot, no atacaron de frente tales fortalezas, sino más bien por
la retaguardia a la desguarnecida Casa Central de la Universidad, donde en sole-
dad relativa trabajaba el rector Boenninger. No costó mucho desalojar a los pocos
defensores del Frente Universitario que allí había y dejar encerrado, casi como
rehén, al propio Rector. Ante ese inesperado hecho, los desalojados pidieron re-
fuerzos. Rápidamente, desde otras sedes y desde el mismo Parlamento, llegaron
aquéllos. Sin embargo, desde el techo de la Casa Central fueron recibidos por una
lluvia de piedras y otros implementos. En ese instante, por una puerta lateral se
dejó salir al Rector y a otros funcionarios. Pero los recién llegados no eran una
masa combativa ni un refuerzo para la lucha física, sino un grupo parlamentario
que, al sentirse vejado por la violencia, rápidamente abandonó el lugar, iniciando
a cambio una marcha de protesta en dirección a La Moneda. De este modo, el
rector Boenninger, el ex ministro de Educación, Máximo Pacheco, y treinta y dos
parlamentarios de oposición, seguidos por los estudiantes desalojados de la Casa
Central, constituyeron una columna no despreciable que pretendió entrar algo
ásperamente al Palacio de Gobierno. La policía repelió la columna con bombas
lacrimógenas. El Rector y los parlamentarios se sintieron doblemente vejados. La
Guardia de Palacio no los dejó pasar sino después de que el subsecretario Daniel
Vergara accedió a recibirlos. Los jefes de la columna protestaron por los excesos
cometidos por las masas UP y por la policía, que vejaban de modo directo, esta vez,
la dignidad de un poder del Estado y de la máxima autoridad universitaria del
país. El Gobierno estimó, por su parte, que la marcha de Boenninger sobre La
Moneda había tenido características de "un asalto", y que como tal vejaba a la
máxima autoridad de la Nación. Se anunciaron querellas'^"'.
De ese modo, la "batalla de la Universidad" abrió un canal hacia el sistema
político, ensanchando el ámbito de choque de las masas universitarias.
El 22 de noviembre, las masas "gremialistas' de la Universidad Católica deci-
dieron organizar una marcha hacia la Casa Central de la Universidad de Chile, en
apoyo y homenaje al vejado rector Boenninger. En un número superior a un millar
llegaron a la Casa Central, poco después del mediodía. Tras una corta manifesta-
ción, se desplazaron hacia el Centro. Al pasar, en Compañía con Teatinos, frente a
la sede del Partido Comunista, algunos manifestantes lanzaron piedras al edificio.
Desde el interior de la sede se les respondió del mismo modo. Los militantes comu-
nistas salieron a la calle y se trenzaron en un confuso pugilato con los manifestantes.
Intervino la policía, que los dispersó. Las fuerzas gremialistas se reagruparon frente

Ibidem.

269
al edificio de El Mercurio. Hasta allí llegaron grupos adversarios, a provocarlos y
desalojarlos del Centro. Estallaron nuevos disturbios. Fue entonces cuando los
estudiantes de la Universidad Católica decidieron formar barricadas como un modo
de protegerse frente a sus atacantes, pero se los impidió la acción de los carabine-
ros. Al dispersarse, los enfrentamientos entre masas antagónicas estallaron en
diversos puntos del Centro, con empleo de piedras, palos, laques y linchacos. Al
rato, los gremialistas se replegaron a la Casa Central de la Universidad Católica.
Al llegar se encontraron con grupos de la Juventud Socialista, del Movimiento
Universitario de Izquierda y algunos pobladores, renovándose la refriega. Allí de-
bió ir también el cuerpo policial para disolver a los contendientes. El choque de
masas, que había recorrido en círculo todo el centro de la capital, concluyó des-
pués de las 15.00 horas, dejando un saldo de veinte estudiantes heridos y numerosos
locales comerciales dañados por las piedras. No hubo detenidos'''.
Así quedó trazado el perfil inicial de lo que serían las batallas por Santiago.
Desde entonces, las masas estudiantiles de la derecha y el centro políticos se cons-
tituirían en la columna vertebral de todas las posteriores acciones de masas
dirigidas a desestabilizar el gobierno de Salvador Allende, tanto desde dentro como
desde fuera del conflicto estrictamente universitario.
Entretejida con la "batalla por la Universidad", se dio la batalla de los estu-
diantes secundarios por el proyecto oficialista de la Escuela Nacional Unificada
(ENU). La necesidad de resolver el conflicto planteado en la política educacional
mediante la acción callejera de las masas estudiantiles, transformó la cúpula de la
Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (Feses) en un comando de
importancia estratégica. El control de esa cúpula equivalía, dentro de la legalidad
corporativa y de la coyuntura general existente, al control de la calle. Eso explica
la tensión que se acumuló en relación a la elección de la directiva máxima de la
Feses, en octubre de 1971.
Más de setenta mil estudiantes secundarios debían elegir a sus dirigentes en-
tre cinco listas. Se presumía una llegada estrecha entre la lista UP y la lista
encabezada por la DC. En ese contexto, cualquier error podía ser fatal para las
expectativas de los oponentes. Y ese error lo cometieron los dirigentes de ocho
establecimientos de enseñanza secundaria, al inscribirse fuera de plazo en los re-
gistros del Tribunal Calificador (Tricep). La minoría DC que formaba parte de ese
Tribunal declaró que, "lamentablemente", era efectivo que esos establecimientos
no habían cumplido con el reglamento en ese punto, con lo cual quedaban margi-
nados de la elección. Los afectados acusaron a la mayoría del Tricep de

La Tercera, noviembre 23,1971.

270
"intervención". Dos liceos (de la comuna de Las Condes) decidieron rebelarse y
establecieron una Federación propia, tras lo cual organizaron una marcha hacia el
centro de la capital donde, en apoyo a su posición, bloquearon el tránsito de la
calle Ahumada. Con idéntico fin, las alumnas del Liceo 7, de Providencia, se toma-
ron el establecimiento, con apoyo de algunos estudiantes varones.
Habiéndose configurado el escenario Feses de ese modo, el 5 de octubre de
1971 unos cien alumnos de varios liceos de la capital marcharon en dirección a
Providencia, dispuestos a desalojar a los ocupantes del Liceo 7. Encontraron una
fuerte resistencia. Los atacantes, en la disyuntiva, lanzaron bombas Molotov. Bajo
su efecto atacaron de nuevo, iniciándose una bulliciosa refriega. Carabineros de-
bió intervenir. Dos estudiantes quedaron heridos, más de diez fueron detenidos, y
el establecimiento quedó con muchos vidrios y sillas rotos^"*.
La elección de la Feses fue ganada por la Democracia Cristiana, mientras su
candidato, Guillermo Yunge, se convertía en el líder máximo de las masas secun-
darias. Fue un hecho con consecuencias de importancia. La Feses se convirtió en
un segundo frente de choques estudiantiles y en una nueva fuente de masas calle-
jeras para la oposición al gobierno del Presidente Allende.
Los choques, entonces, se multiplicaron. En mayo de 1972, por ejemplo, seten-
ta alumnos de filiación democratacristiana se tomaron el Liceo 9 de Quinta Normal,
como protesta por la expulsión de cinco alumnos. El 30 de mayo, un grupo de alum-
nos partidarios del Gobierno atacó la toma con piedras, palos y linchacos, pero no
pudo desalojar a los ocupantes-'''. En agosto de 1972, la Feses llamó a un paro
contra el Gobierno. Un sector de alumnos del Liceo Juan Antonio Ríos, de Mapo-
cho, se negó a acatar el paro, y asistió a clases. En la noche del 23 de agosto, un
grupo compuesto de cuarenta alumnos ligados a la Democracia Cristiana y al Par-
tido Nacional se tomó el local para impedir que siguiera funcionando. Sin embargo,
a mediodía del 24, un centenar de alumnos vinculados a la Unidad Popular (y
numerosos "elementos extraños") treparon las murallas traseras y, armados de palos,
desalojaron violentamente a los ocupantes-^".
Las tomas, retomas, y marchas hacia el centro de la capital configuraron una
rutina VPP que fue incesantemente repetida. La presencia en la calle délas masas
estudiantiles de la Democracia Cristiana y el Partido Nacional fue un hecho cons-
tante durante la última fase del gobierno de Salvador Allende, no solo en relación
a problemas propios del ámbito estudiantil, sino también ligado a las acciones
emprendidas por otros actores sociales de oposición.

Ibidem, octubre 6,1971.


El Mercurio, mayo 31,1972.
Ibidem, agosto 25,1972.

271
Entre los actores sociales que también movilizó la oposición estuvieron los fun-
cionarios y empleados de algunas municipalidades controladas por ella, sobre todo
en el caso de las de La Reina y La Florida. A las decisiones y actitudes oposicionis-
tas tomadas por esos empleados, la masa popular respondió con acciones
típicamente VPP, que dieron lugar a formas diferentes de enfrentamiento entre
adversarios.
El 27 de septiembre de 1971, por ejemplo, los pobladores de varios campamen-
tos de la comuna de La Florida reclamaron porque por su sector no pasaban los
camiones municipales recolectores de basura. No hubo respuesta efectiva por par-
te del municipio. Los pobladores sostuvieron que eso se debía a la actitud
"sediciosa" del alcalde de La Florida, que era de filiación democratacristiana. En
consecuencia, decidieron recolectar por sí mismos la basura acumulada, y llevár-
sela al "señor Alcalde". A las 10.20 A.M. del día señalado, cien tarros de basura,
cargados sobre dos camiones' fueron vaciados en los jardines del municipio, frente
a la oficina del alcalde. Los camiones llevaban emblemas del MIR. Esta acción
despertó profunda indignación en la prensa de centroderecha^^'.
Una tensión similar se dio en el sector campesino. A veces el choque se produjo
en relación a los proyectos de profundización de la Reforma Agraria impulsados
por la Unidad Popular (refriegas de campesinos en los jardines del Congreso Na-
cional); otras, por luchas de poder en el interior de las organizaciones campesinas
(toma de la sede de la Confederación Triunfo Campesino)^^l En el área industrial,
los choques de masas UP-MIR versus masas PDC se produjeron fundamentalmen-
te en relación al traspaso o no traspaso de ciertas fábricas al Área Social. Tal fue el
caso del conflicto que estalló en la industria Sumar, al negarse los obreros de iz-
quierda a acatar la orden del Gobierno, que determinaba que treinta y ocho obreros
de filiación DC que habían sido despedidos ("por saboteadores"), fueran reengan-
chados. Un problema similar condujo a la toma de la fábrica Ronitex por parte de
elementos de izquierda; al no ser resuelto, prolongó la toma y llevó a la fábrica al
borde de la quiebra"^ En el campo de los medios de comunicación de masas (espe-
cialmente de los canales de televisión), la confrontación de las masas PDC-PN y de
las UP-MIR generó también incidentes de importancia"". Y lo mismo en el ámbito
de la distribución de alimentos"^

La Tercera, septiembre 28, 1971.


Ibidem, septiembre 2,1971; y El Siglo, diciembre 1, de 1971.
Ercilla, septiembre 29 y octubre 26 de 1971.
El Mercurio, mayo 11,1972; y El Siglo, enero 20,1973.
La Tercera, febrero 24,1973; y £/ Mercurio, febrero 21,1973.

2 72
La inflamación en cadena de los campos funcionales y la consiguiente prolife-
ración de los conos de hechos VPP, generó un proceso que fue movilizando sectores
y contingentes sociales que, en tiempos normales, tendían a permanecer pasivos e
inmóviles. Esto determinó el engrosamiento de los afluentes de masa que bajaban
a disputar las calles del centro de la capital a las masas populares de la izquierda.
El proceso desembocó, en su fase final, en los enfrentamientos masivos que algu-
nos periodistas denominaron "las batallas de Santiago". En total, siete batallas de
ese tipo fueron libradas en el Centro durante el último año de gobierno de Salva-
dor Allende. Aquí se describirán solo algunos aspectos significativos de algunas
de ellas.
A fines de agosto de 1972, la Peses, dirigida por Guillermo Yunge, decretó un
paro de 48 horas en protesta por la política educacional del Gobierno. A las 10.30
A.M. del día primero de septiembre, varios miles de estudiantes de oposición se
congregaron frente al edificio de la Biblioteca Nacional. La manifestación no ha-
bía sido autorizada por las autoridades. Tras un breve acto, los manifestantes
iniciaron un desfile hacia el Centro Comercial. La policía los disolvió con gases
lacrimógenos. Un gran número de estudiantes se refugió entonces en los jardines
del Congreso Nacional. Otros se dispersaron en diversas direcciones, en la expec-
tativa de reagruparse. Varios grupos comenzaron a construir barricadas. Se produjo
una aglomeración de vehículos, que obligó a la policía a desviar el tránsito fuera
de las calles centrales. El Centro Comercial quedó despejado de buses y automóvi-
les, y controlado por las masas de oposición. A mediodía, los estudiantes secundarios
vieron llegar algunas brigadas de choque de la organización de ultraderecha. Pa-
tria y Libertad, seguidas de algunos "elementos extraños". La manifestación
antigobiernista se hizo más masiva y punzante. Las radioemisoras de todas las
corrientes comenzaron a informar minuto a minuto de los avances de la manifesta-
ción. El centro de la capital, sin vehículos, mostraba nítidamente las barricadas,
los neumáticos ardiendo, los tablones y piedras amontonados, el humo, los gritos y
los perfiles aguerridos de las masas y brigadas de la centro-derecha. Era la imagen
de un movimiento VPP de tipo mesocrático, frente al cual, durante las primeras
horas de la tarde, la policía mantuvo una actitud de mera vigilancia.
Pero a las 17.00 horas, numerosos grupos de izquierda -de confusa identidad
social- que se habían estado aglomerando en la acera sur de la Alameda Bernardo
O'Higgins, comenzaron a avanzar en dirección norte, hacia el ocupado centro de la
capital. Iban premunidos de cascos, palos, piedras, hondas, laques, linchacos, pa-
los y "papas con hojas de afeitar". La policía mantuvo su actitud de vigilancia. El
choque de masas estalló en pleno Centro. Las andanadas de piedras dieron paso a
la lucha cuerpo a cuerpo. El comercio cerró todas sus puertas. Las masas gobier-
nistas lograron ganar terreno y llegar a la Plaza de Armas, tras tomar a "dos

273
prisioneros'. Las masas opositoras debieron replegarse al costado norte de la Pla-
za. Hubo una tregua. Los grupos parecían prepararse a un nuevo enfrentamiento
cuando, a las 18.30 horas, reapareció la policía, esta vez mejor apertrechada, y
disolvió tanto a las masas acampadas en el lado norte de la Plaza como a las del
lado sur Sin embargo, los grupos gobiernistas permanecieron en el Centro, y poco
después de las 19.00 horas iniciaban una marcha hacia el este, en dirección al
Barrio Alto de la capital, aunque se autodisolvieron en la Plaza Italia, a las puertas
del dicho barrio. Eran las 21.00 horas. La policía computó ciento cincuenta heridos
(dos de ellos en estado grave), ciento sesenta detenidos y daños materiales "de
gravedad"^-''.
Tan solo cinco días después, estalló la segunda "batalla". La rutina fue prácti-
camente la misma, aunque hubo algunas variantes: los estudiantes del Frente de
Estudiantes Revolucionarios (EER) se tomaron la Casa Central de la Universidad
de Chile, a objeto de utilizarla como cuartel general, base de operación y -según lo
indicó un matutino- como "centro de entrenamiento militar". Del otro lado, la
innovación vino de parte de los empleados públicos y particulares, quienes desde
las ventanas altas de sus oficinas arrojaron a la calle toda clase de objetos, para
que las masas antigobiernistas pudieran construir más rápida y eficientemente
sus barricadas. Esta vez los "elementos extraños" que acompañaban a las brigadas
de ultraderecha creyeron necesario romper algunas vitrinas y perpetrar algún ni-
vel de saqueo. El saldo de este segundo combate fue un muerto ("le cayó un objeto
contundente en el rostro"), varias docenas de heridos y 654 detenidos"'.
La tercera batalla se libró el 26 de abril de 1973. En esta oportunidad, las ma-
sas mesocráticas de la Feses, lideradas ahora por Miguel Salazar y Osvaldo Artaza,
salieron a la calle para protestar por la política educacional del Gobierno. Esta
movilización coincidió en el día y la hora en que las masas estudiantiles gobiernis-
tas se habían reunido en el Teatro Caupolicán. Al ocupar los primeros el Centro,
salieron los segundos de su estacionamiento en el sur de la capital y se inició una
refriega que se prolongó por seis horas (desde las 10.30 a las 16.00 horas). Queda-
ron doscientos heridos, de diversa gravedad, y ciento cincuenta detenidos^^l
Entre el 3 y el 4 de mayo, de nuevo las bases opositoras de la Feses se concen-
traron en el Centro, esta vez directamente frente a La Moneda, en son de protesta
por la política educacional del Gobierno. Allí el líder Miguel Salazar pronunció
un discurso. Cuando terminaba de hablar, cayeron sobre los manifestantes algu-
nas piedras. Se produjo una estampida. La concentración se disolvió y los grupos

Ibidem, septiembre 2,1972; La Última Hora, septiembre 2,1972; Ercilla, septiembre 12,1972.
E¡ Mercurio, septiembre 7 y 8,1972; La Última Hora, septiembre 7,1972.
La Tercera, abril 27,1973; y Clarín, abril 27,1973.

274
dispersos, sin saber de dónde había venido el ataque, lanzaron piedras en todas
direcciones. A mediodía, grupos de estudiantes gobiernistas se hicieron presen-
tes en el Centro, iniciándose una lucha dispersa e irregular cuyo campo se alargó
en sentido este-oeste, extendiéndose hasta Avenida Providencia por el este, y la
calle Dieciocho por el oeste. Diversas barricadas aparecieron a lo largo de ese
campo, obligando a la policía a desviar el tráfico vehicular. El FER quiso tomar-
se nuevamente la Casa Central de la Universidad de Chile. Las masas de oposición
utilizaron como base la sede del Partido Demócrata Cristiano. Esta sede, y la del
Partido Socialista, fueron atacadas por las masas en pugna. Al anochecer, un
largo apagón oscureció a toda la capital. En las sombras, los grupos sintieron
que la tensión social y política aumentaba en varios grados. Ante eso, la Central
Única de Trabajadores amenazó que, de continuar la agitación callejera promo-
vida por la oposición, enviaría diez mil obreros a pacificar las calles de la capital.
Convocó a una concentración para el día siguiente.
En efecto, en la mañana del día 4, no diez mil, sino cinco mil trabajadores, se
congregaron en la Alameda Bernardo O'Higgins. Al marchar desde el poniente
hacia el Centro, grupos de trabajadores intercambiaron insultos y pedradas con
los militantes que cuidaban la sede del Partido Demócrata Cristiano. Alguien dis-
paró varios balazos. Cayó un obrero muerto (José R. Ahumada) y otros siete
quedaron heridos. Eso determinó que varias andanadas de piedras cayeran sobre
la sede del dicho partido. Entre tanto, en el Centro mismo se produjo un enfrenta-
miento entre un grupo de militantes de Patria y Libertad y "elementos
desconocidos", que terminó cuando balearon a uno de esos militantes, el cual fa-
lleció poco después. El saldo de esta segunda "batalla" fue así de dos muertos,
quince heridos, dieciséis vidrios rotos en el palacio de La Moneda, y en la sede del
Partido Demócrata Cristiano, todos"''.
Las "batallas" quinta y sexta se libraron entre el 12 y el 15 de junio de 1973 (en
este trabajo no se conceptualizó la llamada "marcha de las ollas" como un choque
de masas, sino como una manifestación que dio lugar a la intervención policial y a
contramanifestaciones). El contexto de ambas fue la llegada a Santiago de varios
miles de mineros de El Teniente, quienes, estando en huelga, habían decidido
marchar sobre la capital. En solidaridad con los mineros, los estudiantes oposito-
res realizaron numerosas manifestaciones y marchas hacia el Centro. A ese fin
utilizaron como base de operaciones la sede del PDC, la Casa Central de la Univer-
sidad de Chile, y la de la Universidad Católica. Al apoyarse en esas bases pudieron,
en cierto modo, adueñarse de un largo tramo de la Alameda Bernardo O'Higgins.

Ercilla, mayo 8 y 15,1973; £7 Mercurio, mayo 5 al 12,1973; El Siglo, mayo 5,1973; y La Tercera, mayo 5,
1973.

2 75
Esto obligó a los gobiernistas a modificar su emplazamiento habitual, trasladando
su campo de apoyo a las calles aledañas a La Moneda y a las calles del Centro
Comercial. La Plaza de Armas -que no ofrecía bases apropiadas a las masas oposi-
toras- fue desechada como campo de operaciones. De este modo, el acoso de los
gobiernistas a los opositores durante las dos últimas "batallas" se realizó desde el
norte, mirando hacia el sur. Estos cambios determinaron la participación de con-
tingentes obreros (trabajadores municipales y de la construcción del Metro,
principalmente) en apoyo a las masas de Gobierno, y el estacionamiento de la
policía frente a la sede del PDC, para protegerla de nuevos ataques. La confronta-
ción misma fue esta vez más paritaria, lo que alargó los enfrentamientos, tensó a
los policías y preocupó a las autoridades, que sintieron que la calle podía escapar-
se definitivamente a su control. De hecho, las nuevas "batallas" dejaron como saldo
un muerto (un estudiante que militaba en el FER), cerca de doscientos heridos
y contusos y más de una centena de detenidos, entre los cuales se contó el propio
Miguel Salazar. Ante esto, el Gobierno decretó Estado de Emergencia para la ciu-
dad de Santiago^^".
La séptima y última confrontación se realizó el 24 de agosto de 1973, con una
nutrida presencia de trabajadores y costosos daños materiales. El escenario abar-
có desde Plaza Italia hasta la calle Ejército, a lo largo del tramo principal de la
Alameda Bernardo O'Higgins. En cierto modo, este choque saturó el clima político
y marcó un 'punto de intolerancia'. Tras esta "batalla", el general Carlos Prats
presentó su renuncia al cargo de Comandante en jefe del Ejército'".
La rápida y sucinta descripción anterior muestra que el punto de intolerancia
que gatillo el golpe militar apenas dos semanas después de la última batalla de
masas, no se alcanzó por el mero crecimiento autoinducido del movimiento VPP. El
aumento infeccioso de la violencia durante la última fase del gobierno de Salva-
dor Allende tuvo como eje principal la 'violencia contra adversarios'; y en el
desenvolvimiento de ese eje actuó, como un factor de aceleración (al menos, en
términos de iniciativa y de producción intencionada de hechos políticos), la 'vio-
lencia mesocrática'. Es innegable que, en esa fase, la violencia mesocrática asumió
la mayor parte de las formas típicas y propias del movimiento VPP. La violencia
tipo-VPP de las masas opositoras al gobierno de la Unidad Popular actuó de hecho
como un percutor que incentivó el aumento de la violencia propiamente VPP. Este
proceso fue en cierto modo ayudado por la actitud relativamente moderada asumi-
da por el cuerpo policial en esa etapa. Tan suficientemente moderada como para

El Mercurio, junio 13 al 16,1973; Clarín, junio 16,1973; La Tercera, junio 14 a 16,1973; El Siglo, junio 16,
1973;y£rd;;a, junio 26,1973.
HSigto, agosto 23,1973.

276
hacer prácticamente posible que las masas mesocráticas pudieran iniciar y consu-
mar, en un momento histórico crucial de la democracia chilena, siete "batallas"
por Santiago, más otras movilizaciones de menor importancia que aquí no se han
descrito.
El punto que se debe considerar aquí para el análisis histórico es, sin embargo, el
hecho de que ambos bandos estaban consumando a fondo su respectiva desclienteli-
zación de la institucionalidad formal establecida en 1925. Un bando, en función de
llevar a cabo una reforma socialista radical de esa institucionalidad. El otro, utili-
zando el mecanismo de las acciones directas y la política callejera de las masas para
desestabilizar el gobierno constitucionalmente electo (y también, aunque menos
explícitamente, para llevar a cabo otro tipo de reforma radical del Estado de 1925).
El historicismo empapó las dos trincheras y los dos movimientos. Se podría decir
que, con las "batallas de Santiago", los movimientos de masas lograron convertir las
calles y los territorios públicos en los ejes centrales de las preocupaciones, el análi-
sis y los quehaceres políticos, relegando a un plano secundario y casi simbólico los
aparatos formales del Estado, cuyos edificios llegaron a ser, entre agosto de 1972 y
septiembre de 1973, más significativos e importantes que su contenido funcional.
Con respecto a ese sentido histórico, el movimiento VPP de izquierda y el movi-
miento VPP de centro-derecha colaboraron de consuno para tornar definitivamente
superfluo el Estado de 1925 (que ya lo era por crisis técnica propia desde mucho
antes). Pero ni uno ni otro movimiento comportaba un proyecto viable de salida a
la crisis y de construcción alternativa del Estado. Su antagonismo ideológico y su
convergencia historicista anularon en los hechos el poder político constructivo que
en potencia contenían. El nacional-populismo se ahorcó en la soga de su conflicto
interior. Sobre el vacío de esa horca, los militares debieron intervenir e imponer
los proyectos de organización social que ellos, en sus bien conservadas tradiciones
liberales, sabían unilateralmente implementar.

3. Neoliberalismo: fase dictatorial (1973-1987)

a. El escenario
La necesidad de inducir un acelerado proceso de desarrollo productivo (que no
podía ser sino tardío, sin tradición sólida y bajo situación de dependencia) y si-
multáneamente otro de desarrollo social (bajo presión en ascenso), obligó a la
clase política civil a abusar de las limitadas capacidades social-productivistas del
Estado de 1925. El resultado fue que esa máquina de poder fue sobrecalentada y
sobrepasada por el burocratismo, por los movimientos sociales y por el número
abrumador de sus enemigos abiertos y encubiertos.

277
En ese contexto, la territorialización y posterior militarización del conflicto
era un remate lógico. Casi indispensable.
También era lógico que las 'armas de la Nación' -más contundentes- derrota-
ran en la calle y en todas partes a las masas populares que animaban el movimiento
VPP.
Pero lo que no fue lógico ni natural fue que, habiendo alcanzado el movimiento
social popular el alto grado de protagonismo histórico directo que demostró desde
1957 en adelante, y el Estado Liberal de 1925 tan alto grado de ineficiencia neta y
superfluidad final, la intervención militar se orientara tan exclusivamente a des-
truir el protagonismo popular y a restablecer en Chile la más pura tradición
librecambista portaliana. No a favor, por lo tanto, sino a contracorriente de lo que
había construido en el país desde 1920 o antes, la marea histórica del siglo XX.
La 'revolución liberal' impuesta por las Fuerzas Armadas y sus asesores civiles
desde 1973 constituyó, pues, en gran medida, una revolución restauradora, moder-
nizante en su conexión externa, pero antihistoricista en su conexión interna. Por
donde su efecto global fue introducir una ruptura histórica de dramáticos aunque
coherentes resultados en el corto plazo (neoliberalismo), y de consecuencias im-
predecibles para el largo plazo"-.
El problema clave planteado por esa ruptura fue y ha sido la presión que el
nuevo régimen liberal ejerció sobre el movimiento popular, especialmente du-
rante su fase dictatorial. El régimen establecido por los militares no ha hecho
desaparecer, hasta ahora, las condiciones estructurales que han estado gene-
rando, por siglos, la situación 'P' de la clase popular, y su derivado movimiento
VPP. Más bien, creó una situación todavía más crítica que la que esa clase
tenía antes de 1973. Y esto es importante, porque ningún sistema liberal puro
puede considerarse definitivamente estabilizado si está, a la vez que dominan-
do, generando una clase popular en actitud VPP. Un sistema cuya legitimidad
se define por el 'equilibrio social', no puede legitimarse sino por un equilibrio
real; de lo contrario, se verá permanentemente cuestionado y desacatado por
la mayoría social, que se siente a sí misma viviendo una situación de desequi-
librio estructural. En tal caso, el equilibrio formal constituye solo un buen caldo
de cultivo para la extremización del desequilibrio real. Con mayor razón aún si
la actitud protagonizante de la mayoría social afectada -que no ha sido dilui-
da- es objeto de una represión sistemática. En definitiva, una revolución liberal
planteada sobre tales bases no está capacitada para eliminar ni la actitud ni el
movimiento VPP de la clase popular, sino más bien para capacitar y acerar -vía

Para una visión benevolente de esa "ruptura histórica", J. Lavín, La revolución silenciosa (Santiago,
1987). Para una visión crítica, E. Tironi, Los silencios de la revolución (Santiago, 1988).

278
presión y represión periódica- la elasticidad histórica de ese movimiento. Su
modo 'resorte' de ser.
El estudio de los hechos VPP del período 1947-87 probó, categóricamente, que
el 'resorte VPP' soportó la presión máxima ejercida durante la fase dictatorial,
agrietándose pero no pulverizándose'^^. Su índice de 'resistencia' a ese tipo de
presión fue, mirado en perspectiva, mucho más alto de lo que pudo creerse. Tanto
como para generar una reacción, que alzó el nivel VPP hasta el punto de intoleran-
cia de 1986-87 (precipitante transformador de la dictadura liberal en una
democracia liberal). La lógica interna del escenario dictatorial 1973-87 determinó
así no una baja, sino la mantención y aun el desarrollo cualitativo del movimiento
VPP. Y fue este movimiento, sin lugar a dudas, el eje sobre el cual giraron las
contradicciones políticas del régimen dictatorial hasta su crisis en 1986-87, pues
entre 1973 y 1987 no hubo en Chile otra variable política activa (de oposición) que
el movimiento VPP.
Lo anterior es tanto más notable cuanto que la ruptura histórica introducida
por la revolución liberal desarticuló varios parámetros que determinaban las iden-
tidades estructurales del movimiento popular chileno. En efecto, de un lado, la
dictadura liberal destruyó la mayor parte del segmento burocrático (estatal) de la
clase media; de otro, redujo las dimensiones y calificaciones del proletariado in-
dustrial, al paso que alteraba radicalmente las reglas de su organización sindical.
Ambas fueron acciones estatales directas destinadas, en lo fundamental, a alterar
las actitudes históricas (VPP) de los dos actores sociales más protagonices del
nacional-populismo chileno. El objetivo -consciente o no- de esas acciones era
transformar las clases sociales que habían alcanzado niveles de desarrollo "en sí"
y "para sí", en masas con identidad social pero sin proyecto histórico; es decir: en
masas amorfas, esencialmente anómicas, en estado de disponibilidad para una
conducción política modernizante. Como pesos inertes a repartir de modo adecua-
do en una moderna balanza de equilibrio social y político. Se trataba, sin duda, de
una estrategia desocializada, destinada a reducir y eliminar el acoso historicista
de los movimientos VPP contra los equilibrios requeridos por cualquier tipo de
Estado Liberal"^
Fue también significativo el comportamiento histórico del movimiento VPP
durante la fase dictatorial, en tanto las movilizaciones de resistencia se realizaron
sin la expectativa de alcanzar, en el corto plazo, logros o conquistas reivindicati-
vas; expectativas que, por el contrario, habían tipificado las movilizaciones

Cavallo et al., La historia secreta..., passim.


Cf. nota 232. Véase también, de J. Martínez & E. Tironi, Las clases sociales en Chile. Cambio y estratificación
(Santiago, 1985).

279
populares del período 1932-73. Sin duda, derribar la dictadura era también una
reivindicación. Pero no una reivindicación particular, de beneficio directo para un
grupo determinado, sino una de tipo general y, por lo tanto, de tipo claramente
político. El cambio ocurrido en el horizonte de expectativas no tuvo que ver tanto,
sin embargo, con el movimiento VPP mismo, sino con la transformación del carác-
ter social y las responsabilidades históricas del Estado.
En efecto, el Estado de 1925 fue, en los hechos -no en su letra constitucional-, un
voraz devorador de funciones, protagonismos e historicismos sociales. A pesar de ser
por origen un sistema 'liberal' (es decir, una balanza política de equilibrio, histórica-
mente irresponsable del desarrollo productivo y social), evolucionó convirtiéndose,
en poco más de diez años, en un Estado Empresario, y en un par de décadas, en un
Estado Social-Benefactor, para devenir, ya en torno a los años setenta, en un gigante
responsable de todo, que dejaba a la sociedad responsable de nada. Por evolución, el
Estado Nacional de 1925 dejó a la Nación sin Estado, y a la sociedad (entendida
como un conglomerado de grupos) reivindicando al principio su propia identidad
frente al Estado, y al final, luchando contra sí misma en las calles.
La dictadura liberal extirpó la voracidad historicista del Estado 'factual' de 1925,
e impuso un Estado históricamente responsable de nada. O, mejor dicho, solo de lo
mínimo: del mantenimiento en punto del fiel de la balanza modernista. Esta elimi-
nación dejó sin interlocutor válido y sin base estructural el acoso reivindicacionista
de los movimientos sociales contra el Estado-responsable-de-todo. En cierto modo,
dejó a los movimientos sociales ladrando en el vacío. Sin embargo, en función de lo
mismo, la dicha eliminación no hizo otra cosa sino descargar la responsabilidad his-
toricista, maximizada, sobre los hombros de esos mismos movimientos. Con ello no
diluía -como se creyó-, sino que, al contrario, repotenciaba la actitud historicista de
las masas populares y su movimiento VPP, acerando así la naturaleza 'resorte' de
aquéllas, y su capacidad para reproducirse en forma ampliada.
Es lo anterior lo único que puede explicar el hecho de que la reacción e incre-
mento de los hechos VPP haya podido producirse en un momento en que la izquierda
chilena no solo estaba "sin Allende", sino también desarticulada, exiliada y técni-
camente destruida. La recuperación del movimiento VPP durante la dictadura
liberal de 1973-87 se realizó en condiciones parecidas -aunque no iguales- a la
recuperación ocurrida, como se vio antes, en torno a 1950: estando los partidos
populares en una situación de crisis. En realidad, la dictadura liberal se preocupó
de destruir las formas más visibles del protagonismo histórico del movimiento
popular: los partidos de izquierda, las organizaciones armadas, las cúpulas gre-
miales, la retaguardia intelectual y los parámetros estructurales de las identidades
sociales más activas; pero no destruyó las condiciones concretas sobre las que aflo-
raba y crecía la clase popular en su conjunto y su actitud historicista tipo VPP.

280
En rigor, una clase social no se puede matar de la noche a la mañana con una
simple ruptura histórica: ni destruyendo parcialmente sus identidades sociales
más activas, ni reprimiendo a fondo sus sistemas históricos de acción, ni siquiera
incrementando en ellas su contenido de 'masa'. Ni a las tendencias históricas ni a
los movimientos sociales se los puede combatir con una estrategia de guerra geopo-
lítica concebida sobre un acotado campo de fuerzas. Simplemente, porque unas y
otros tienen capacidad infinita de autorreproducción. Son tejidos que se autorre-
generan. Se puede, en consecuencia, conducir su desarrollo, pero no eliminar la
fuerza de su latencia permanente: una fuerza que solo obedece a una configura-
ción positiva, no a un antagonismo negativo. De aquí que un 'actor protagónico'
puede ser, por la violencia, rebajado a la calidad de una mera 'identidad social', y
aun ésta rebajada a la abyecta calidad de 'masa disponible', hasta perder toda
referencia posible a un marco estructural que dé sentido a un proyecto histórico;
pero aun así no desaparece el instinto de movimiento, el latido de una vida histó-
rica elemental, respecto de la cual la actitud VPP es casi siempre la forma política
más a la mano y más lógica. Con tanta mayor razón si, en torno a esa vida elemen-
tal, permanecen alertas la memoria histórica, diversas instancias de educación
popular y formal, la militancia de base que busca recomponer la ecología social de
su identidad activista, y el mismo acosante Estado 'históricamente irresponsable
de todo'.
El movimiento VPP fue pues, pese a todo, la pesadilla política de la dictadura
liberal instaurada en 1973. El fantasma histórico irreductible que rondó su sueño
hasta despertar en ella una vigilia democrática.
Es altamente probable que esta conversión dictatorial (estructural) de las cla-
ses populistas en masas, y la subsecuente reconversión historicista de las masas en
movimientos sociales antidictatoriales, hubiera percutado efectos políticos aun
más desconcertantes y profundos, a no mediar la sorpresiva reactivación económi-
ca que el neoliberalismo dictatorial alcanzó a producir desde 1984 en adelante.
Para algunos, esa reactivación ha sido el resultado lógico del modelo liberal
puro aplicado a la economía chilena (tesis de la "revolución silenciosa"), luego de
un sacrificio que tomó diez años; un testimonio más del triunfo de las economías
de mercado y sus conexas democracias liberales en todas partes"'. De este modo,
la expansión económica iniciada en 1984 confirma la validez internacional del
modelo liberal chileno (los socialismos se derrumban por doquier), legitima las
tesis modernistas y, a la vez, las tesis conservadoras que enlazan el presente con el
viejo pero nunca sepultado librecambismo portaliano. Con todo esto, la dictadura

Cf. nota 232. También el difundido artículo de Fukuyama, "El fin de la historia"

281
liberal alcanzó una legitimidad ideológica de tipo técnico-internacionalista que»
en el plano interno, podía sustituir y encubrir su falta de suficiente legitimidad
social. Espuria -históricamente hablando- o no, ese tipo de legitimidad parecía y
pareció un buen puente para pasar de la dictadura a la democracia sin abandonar
la ruta liberal, justo cuando, en la ribera de retaguardia, el movimiento VPP había
llevado las cosas a su crucial punto de intolerancia.
La reactivación económica de 1984 fue, pues, sorpresiva (a esa altura, todos lo(
intelectuales de oposición habían dado por fracasado el modelo liberal en Chile)
y, en añadidura, oportuna (coincidió con un crítico punto de intolerancia)^*. La
transformación de la dictadura liberal en democracia liberal pudo hacerse así en
una coyuntura óptima para el librecambismo: dentro de una fase de expansión
económica, que permitió ir tomando de sesgo la acrecentada presión VPP. El Esta-
do Liberal de 1980 pudo así democratizarse limpiamente, sin los entrabamientos
disfuncionales de una crisis económica (como le ocurrió al de 1925 en 1930 y luego
con la Segunda Guerra Mundial), y ofreciendo a los estratos altos y medios de la
sociedad, constantemente, una alternativa económica e ideológica convincente
frente a la pura propuesta VPP del movimiento popular. La reactivación de 1984
legitimó el modelo liberal más allá de lo que hubiera estado si la crisis de 1981-83
se hubiese prolongado por tres o cuatro años más. Eso, sin duda, habría legitimado
la presión VPP bastante más de lo que lo fue después de 1984. Al ocurrir la trans-
figuración liberal (de dictadura a democracia) a lo largo de una fase expansiva del
capitalismo mercantil-financiero chileno (como en 1830), y no a lo largo de una
depresiva (como en 1930), el proceso se dio conservando en alto grado el conteni-
do librecambista de la dictadura, bloqueándose así la tendencia hacia el
nacional-desarrollismo y el nacional-populismo que, en cambio, caracterizaron el
proceso de democratización liberal que siguió a la fase depresiva 1930-54.
Lo anterior hace comprensible el hecho de que la mayor parte de la clase polí-
tica civil chilena haya asumido la mal llamada "transición a la democracia" (en
realidad es solo una transfiguración librecambista) no en los términos del clásico
nacional-desarrollismo-populismo de la democracia anterior a 1973, sino en los
términos del triunfante librecambismo contemporáneo y de su conexo modernis-
mo, todo ello en la más clásica constelación 'G' de dominación^^'. Es decir, como si
efectivamente la Constitución de 1980 y la reactivación de 1984 hubiesen puesto
"fin a la historia"; o sea, al social-historicismo chileno.

A. Díaz, "Modernización autoritaria y régimen de empresa en Cliile", Proposiciones 18 (1990).


Véase artículos citados de J. J. Brunner. También Arriagada, "Negociación política..." Una visión de
conjunto sobre la posición extrema de esta visión en T. Moulian & I. Torres, "La reorganización de los
partidos de la Derecha entre 1983 y 1988", Documentos de Trabajo 388 (Santiago: Flacso, 1988).

282
La reactivación de 1984 y la actitud liberalista asumida por la clase política
civil desde 1985-86 hicieron posible, en el mediano plazo, la impecable retirada
formal del general Pinochet (en el marco de su propia Constitución), y todo ello en
conjunto, la situación off side en que quedó el movimiento VPP desde, aproximada-
mente, 1985. De un modo relativamente inesperado, pues, la dictadura liberal se
halló con una coyuntura que, por sus características, pudo ser presentada a la cla-
se popular no como una fuerza antagónica destructiva, sino como una fuerza
conductora de configuración positiva, la única -como se señaló más arriba- capaz
de evitar el aceramiento del 'resorte'VPP. Después de 1987, pues, el movimiento
VPP halló que su 'enemigo' (el Estado Liberal), cambiando de ropaje, comenzaba
a caminar, confusamente, en la misma dirección de su movimiento. El cerco de una
trampa teórica detuvo el proceso de aceramiento (el cambio de ropaje del enemi-
go, ¿era una derrota o era una victoria?), y disolvió el punto de intolerancia con
una sangría blanca de dirección formal-democratizante (sin salirse del círculo li-
beral), degollando así el horizonte socialista del proyecto histórico popular anidado
en el interior del movimiento VPP.
Este trabajo no intenta definir si el éxito del modelo liberal instaurado en 1973
(militarmente) y refrendado en 1980 (constitucionalmente), en 1984 (económica-
mente) y en 1990 (políticamente) es de tipo "fin de la historia", o no. Sí cabe decir
que el proyecto liberal ha tenido, en Chile, varias oportunidades relativamente
similares. Es decir: oportunidades de expansión, en que la clase política popular
ha cooperado con el modelo librecambista, los militares retornado a sus cuarteles,
el empresariado extranjero se ha avecindado en el país, el empresariado chileno
asociado al capital internacional, y la clase media ha ascendido hasta la cima del
poder gubernamental. Todo ello mientras la clase popular deambula por ahí entre
desempleada y masificada, con su "peligro rojo" desteñido y sus partidos barrien-
do, en calles extraparlamentarias, sus propios escombros ideológicos y electorales
(cuando no algún proclamado "fin de la historia")"*. El problema es que el libre-
cambismo chileno, que en más de una ocasión ha tenido a su favor oportunidades
óptimas para poner fin a la historia (como dictadura o como democracia), ha des-
embocado cada vez en una fase depresiva, en una crisis global, y así encontrado su
non plus ultra, debiendo retornar muy a su pesar a la historia, y terminando por
luchar contra sus fantasmas de siempre: el nacional-desarrollismo y el movimien-
to (socialista) VPP"*". El modelo económico que actualmente rige el país no es

Hay una abundante literatura sobre la crisis política de la izquierda chilena. Entre otros, véase los
artículos destinados a este problema en la revista Página Abierta (marzo-junio, 1990). Acerca del
problema teórico, Salazar, "Historiografía y dictadura..."
Una visión general acerca de las crisis librecambistas chilenas, en Salazar, "Algunos aspectos fundamen-
tales...", último capítulo.

283
sustantivamente diferente al que lo rigió en otros ciclos liberales, pues, como an-
tes, descansa en el sector primario-exportador, en un sector industrial dinámico
que complementa al primario-exportador, en la importación de la mayor parte de
los insumos de capital, y en una banca más orientada a la actividad comercial que
a la productiva^*. En muchos sentidos, el modelo actual se asemeja al que rigió el
país entre 1829 y 1860, que cumplió todos los requisitos cubiertos a satisfacción
por el actual. Incluso se asemejan en un punto capital: en su capacidad para en-
gendrar un extenso peonaje social, cuya situación 'P' se halló (y halla) mucho más
cerca de una salida VPP que del mero clientelismo liberal. En el siglo pasado, la
contradicción económica del modelo determinó un desarrollo exorbitante del mo-
vimiento VPP de ese peonaje. En el presente, ese desarrollo no fue, cuando menos
entre 1977 y 1987, menor, sino mayor.

b. El movimiento VPP
En muchos sentidos, la revolución librecambista de 1973 (que aunque trató de
silenciar su atropello a las tendencias históricas no fue una "revolución silencio-
sa", sino una aturdidora seguidilla de terremotos subterráneos) constituyó una
agresión sistemática del Estado y las 'armas de la Nación' contra el proyecto con-
suetudinario de vida de más de la mitad de los chilenos. Eso provocó la ruptura de
diversas estructuras, mallas de roles, modos de vida y paradigmas epistemológicos
(o teóricos) que, como efecto global, generaron un abrupto volcamienlo de los su-
jetos e identidades sociales hacia sí mismos. Toda la generación populista del '68
fue forzada a buscar y construir, sin ayuda, su propia identidad^^'.
La búsqueda de identidad fue un fenómeno que caracterizó, entre 1975 y 1985
aproximadamente, a los opositores al régimen encabezado por el general Pino-
chet, tanto a los residuos de la generación del '68 como a la emergente generación
del '80 ("los hijos del Golpe"). Tal búsqueda, iniciada a partir de una ruptura his-
tórica casi sin precedentes en la historia de Chile, combinó en un mismo sujeto
sentimientos de miedo y anonadación (frente a la transformación del Estado, de
amigo protector a enemigo destructor), expresiones de agresividad primaria (de
la desesperanza a la rabia) y meridiana afirmación valórica del sujeto como taF''^
La base social del movimiento popular -especialmente su estrato juvenil- experi-
mentó así, después de 1973, un cambio cualitativo.
Los hechos VPP del período 1973-87 revelaron, de algún modo, ese cambio cua-
litativo. Un indicador de esto fue el trasfondo comunitarista que apareció en la

"" Díaz, "Modernización autoritaria..."


-•" Salazar, "Historiografía y dictadura..
E. Devés, Escéptkos del sentido (Santiago, 1988); Salazar, "La generación cliilena del '68..."; y M. Le Saux,
"Aspectos psicológicos de la militancia de izqiderda en Chile desde 1973", Proposiciones 12 (1986).

284
base de los hechos VPP. Antes de 1973, el trasfondo normal de esos hechos fue la
presencia de un colectivo funcional (un conjunto de sujetos identificados por una
misma posición estructural y aglutinados tras una demanda específica) moviliza-
do contra los poderes generales; por lo común, encabezado por, y a menudo reducido
a, una determinada organización o comité social o gremial. El colectivismo popu-
lar del período anterior a 1973 tuvo un claro contenido funcional, específico y
reivindicativo. En cambio, el comunitarismo que apareció después de 1973, en re-
lación a -o desconectado de- los hechos VPP, tuvo un carácter vecinal, solidario en
un sentido amplio y volcado hacia la misma comunidad local, todo ello ante y con-
tra el aparato agresor del Estado.
De este modo, la revolución liberal, junto con atropellar el ordenamiento histó-
rico de gran parte de la sociedad chilena, desató en la cara interna del movimiento
popular una 'revolución silenciosa' que equivalía a una refundación del sujeto
histórico popular, realizada esta vez no por el Estado (como, por ejemplo, lo hizo el
Código del Trabajo de 1931), sino por él mismo'^'. El surgimiento del comunitaris-
mo, que algunos autores han definido como un claro síntoma del carácter anómico
de las masas populares chilenas, constituyó de hecho no otra cosa que una nueva
fase del proceso de desclientelización político-institucional iniciado por el movi-
miento popular chileno desde, más o menos, 1950. En un sentido estrictamente
histórico, eso no era un retroceso respecto de ciertos parámetros modernistas (va-
loración de las asociaciones contractuales por sobre las primarias o comunitarias),
sino una superación de las viejas dependencias clientelísticas. Una superación
que permitía, eventualmente, desarrollar en varios grados la responsabilidad his-
tórica de las masas.
Eue ese incremento lo único que permite explicar el hecho de que la resistencia
popular a la revolución liberal alcanzara un grado de persistencia y perseverancia
(considerar el caso de las veintidós "revueltas de pobladores" que estallaron, pese
a la represión sangrienta, entre 1983 y 1987) que no tuvieron parangón en las
movilizaciones colectivo-reivindicativas del período anterior a 1973. Los actores
de los hechos VPP de la fase dictatorial actuaron con disposiciones subjetivas,
entornos comunitarios, constituciones culturales, predisposición de entrega total
y principios valóricos que no fueron frecuentes en fases anteriores. En verdad,
después de 1973 el movimiento VPP desarrolló una significativa 'cultura VPP', que
abarcó e integró, en un solo sistema de acciones directas, desde los valores

La idea o noción de "protagonismo" o "participación protagónica" lia caracterizado centralmente los


debates educativos y políticos de la base popular chilena desde, cuando menos, 1979. Véase ECO
Informes...

285
universales del simple "derecho a la vida", hasta los valores tecnologizados de la
"guerrilla o terrorismo urbano".
La 'revolución silenciosa' ocurrida dentro del movimiento social opositor a la
dictadura liberal significó, a poco andar, que todos los elementos de la nueva cul-
tura popular se convirtieran en armas de lucha y elementos de acción subversiva
contra el Estado. La dictadura se vio acosada por todo: por las palomas de la paz y
las canciones de prisioneros, tanto como por las metralletas y bombas de los gru-
pos extremistas. Casi todo devino, así, en 'subversión' y en algún tipo de 'hecho de
violencia' contra el Estado. Y pudo verse que una huelga de hambre podía ser
calificada como subversión y violencia políticas; y lo mismo una prédica sacerdo-
tal, en plena misa de Barrio Alto, que llamaba a defender los derechos humanos de
los prisioneros políticos del Estado.
Fue por todo lo anterior que el movimiento VPP de la fase dictatorial presentó,
junto a los rasgos propios y clásicos de este movimiento, una serie de elementos
nuevos -que iban de lo valórico a lo técnico- que, uno con otro, potenciaron ex-
traordinariamente el efecto historicista de ese movimiento. Tanto -segiín ya se ha
reiterado- como para engendrar el segundo punto de intolerancia en menos de
quince años de historia política nacional.
En esta sección se describirán solo los casos más representativos de esa ten-
dencia.

El sujeto, los valores


Un grupo compuesto por casi quince individuos anónimos irrumpió esa noche
en su hogar, y lo allanaron. También lo golpearon, Le "apretaron el cuello con una
silla". Después se llevaron a su hija. Y más tarde sabría que también se habían
llevado a su hijo, sacándolo de la empresa constructora donde trabajaba como
obrero.
Esa noche, del miércoles 9 de noviembre de 1983, se le grabó profundamente en
su cerebro. Junto a su compañera, lloró de impotencia: ¿A dónde se habían llevado a
sus hijos? ¿Estaban siendo torturados? ¿Iban -como otros- a ser asesinados?
Pero ningún padre podía quedarse empantanado, llorando su impotencia. Ha-
bía que "hacer los trámites": ir a las comisarías, a los juzgados, a los cuarteles, a la
morgue local, y asociarse, en el camino a esos lugares y en sus largas antesalas, con
los otros padres que habían visto desaparecer a sus hijos. Había que averiguar por
sí mismo que allí, en todos esos sitios, el Estado no sabía nada.
Retornó a casa. Más impotencia. ¿Qué hacer? Redactó una carta para el Señor
Intendente de la Provincia ( "Tememos fundadamente por la integridad física y
psíquica de nuestros hijos"). La carta ingresó en el rodaje administrativo: timbres,

286
sellos, papeleros, cajones de escritorio. Y una esperanza: "Ya aparecerán por ahí".
Y él: "Sí han cometido algún delito, que los procesen los tribunales y los conde-
nen, pero que ... los entreguen". Y agregó:

"Si no, me quemaré vivo... "

Lo miraron, y no le creyeron: en Chile -país civilizado- nadie, en ciento cin-


cuenta años de historia política y judicial, había hecho eso. Nadie se había quemado
vivo para exigir algo tan obvio o baladí como era que la justicia pública se hiciese
con el acusado en cuerpo presente. Y nadie, en su sano juicio, podía oponerse con
su propio cuerpo a la marcha patriótica de la "revolución silenciosa". De modo que
eran, tan solo, 'palabras'. Lo dejaron ir.
Fue entonces al Arzobispado, a pedir ayuda de última instancia. Le dijeron
que "tenía que esperar". Que los silencios de la revolución demoraban en entre-
abrir sus pliegues. Que los hombres de buena solidaridad triunfarían sobre las
tinieblas, al final.
Sin reconfortarse, bajó hasta el atrio de la Catedral. Allí, junto a una gran cruz
blanca -plantada en ese lugar como símbolo de reconciliación entre los hombres-
, vació sobre sí, de un bidón de diez litros, una mezcla de parafina con bencina. Al
verlo, los transeúntes se detuvieron y lo miraron, todavía incrédulos. Y él gritó:
"¡Que el mundo se impacte! ¡Crean en Dios y en la palabra de los hombres!"
Un oficial de policía, intuyendo lo que ocurriría, se abalanzó sobre él, pero, "en
décimas de segundo, estalló ia llamarada".
Se convirtió en una antorcha humana. Retorciéndose de dolor, cruzó la calle
Caupolicán "y cayó en la Plaza". La gente corrió a socorrerlo, a apagar el fuego.
Pero el fuego, al igual que sus principios o sus afectos, fue más fuerte. Más fuerte
aun que la solidaridad. Entonces vino un sacerdote que, invocando a Dios, le dio la
absolución.
Agonizó ocho horas. Las quemaduras le cubrían 95 por ciento de su cuerpo.
Pero pudo, todavía, hablar. De sus hijos, de los otros, "sin odio, sin dolor"; perdo-
nándose a sí mismo y perdonándolos a todos. Murió a las 23.45 horas del 11 de
noviembre de 1983, en el Hospital de Concepción. Se llamaba Sebastián Acevedo
Becerra. Era obrero y, al morir, tenía 50 años'^l
Desde el atrio de la Catedral de Concepción. Desde la cruz blanca. Desde la Pla-
za, se levantó una fuerza mística. Un imponderable social que, reencarnándose, se
volvió contra la dictadura ("desde el momento de la tragedia en el frontis de la

Hon, noviembre 22,1983.

287
Catedral, una romería de gente desfiló colocando flores, velas, o dinero"). En la no-
che del domingo 13, se celebró una misa de responso por el alma de Sebastián Acevedo.
La Catedral fue invadida por una gran muchedumbre. El reguero místico rondaba
sobre las cabezas de todos. Alguien lanzó un grito. Todos comenzaron a gritar. Contra
la muerte, contra las desapariciones, contra las sombras. Contra la dictadura.
A cuarenta y ocho horas de su muerte, Sebastián Acevedo era ya un movimien-
to social VPP, cuyos ecos se extendían fuera de la Catedral. La policía, identificando
una vez más la violencia subversiva, rodeó el edificio: "Las bombas lacrimógenas
inundaron el templo; hubo un herido a bala y un gran desorden alteró la capilla
ardiente"^''^
Dos semanas después, el 24 de noviembre de 1983, un segmento de público
(jóvenes, mujeres, religiosos y otros individuos de indefinible identidad estructu-
ral, pero evidente identidad social-historicista) se concentró en el frontis de un
conocido matutino de Santiago que, "al callar la tortura, se vuelve torturador". El
grupo gritó por la vida y denunció la muerte. Era Sebastián Acevedo, de nuevo en
el frontis de un edificio símbolo. De nuevo violentando con sus gritos y su antorcha
los silencios de la revolución.
Llegaron los carabineros, que impidieron al grupo retirarse hacia la Plaza de
Armas. Intentaron reagruparse, pero la policía avanzó y tomó detenido al teólogo
Jorge Díaz, a quien intentaron "llevárselo', empujándolo al interior del furgón con
patente Z-484. Imprevistamente, en pocos segundos, Sebastián Acevedo rodeó el
furgón "con apretadas hileras de personas que, arrodilladas o sentadas, comenza-
ron a rezar en voz alta". La policía, desconcertada, se vio atrapada en un cerco de
oración.
Dieron órdenes de que viniese un carro lanzaagua. Había que extinguir a Se-
bastián Acevedo. Los transeúntes vieron la llama, y vieron "el fuerte chorro
recorriendo al grupo una y otra vez". Pero el fuego era interior, no exterior: el
grupo se quedó inmóvil. La oración se hizo más unívoca, más quemante. Más desa-
fiante. Varios transeúntes, "emocionados, saltaron de las aceras para arrodillarse
junto a los demás". La solidaridad se esparcía como reguero en llamas^""'.
La mística de la vida -bastión irreductible de todo movimiento social que se
encuentre comprimido en una situación límite- puede tener ribetes dramáticos,
como en el caso de Sebastián Acevedo, pero no consiste ni se agota en un "sentido
trágico de la vida". No es una cultura de la muerte, sino al contrario. De aquí que

Ibidem.
Ibidem, diciembre 6,1983. Para una visión más detallada de la vida de Sebastián Acevedo y del movi-
miento social que engendró, H. Vidal, El movimiento contra ¡a tortura "Sebastián Acevedo" Minneapolis,
Minn., 1986).

288
eventualmente puede expresar, también, creatividad, ludicidad, alegría. Es decir:
todos los componentes estrictamente humanos de la cultura. La 'violencia subver-
siva' contra el Estado puede -y en el Chile dictatorial, pudo- desenvolverse también
a partir de una mística creativa, lúdica, alegre. Tal fue el caso del hecho VPP que
se resume a continuación.
Muy temprano, agrupadas por docenas, fueron llegando a la Vega Central, a las
ferias libres, a las puertas de los hospitales y las fábricas. Era un operativo simul-
táneo, que abarcó extensas zonas de la capital. La acción misma consistía en repartir
claveles, saludar a las mujeres que en esos lugares se hallaban trabajando, y en
recordarles que debían amar y defender la vida. Dicha acción, sin embargo, fue
detectada por la policía. Se inició la represión. Todos los grupos comenzaron a ser
disueltos y alejados del foco inicial de la acción. Los grupos se fueron descolgan-
do, uno a uno, hacia el Centro, repartiendo, todavía, sus saludos y claveles. Cerca
del mediodía reaparecieron en la Plaza Constitución, frente al palacio de La Mo-
neda. Al comienzo, en dispersión, como aguardando algo. Luego se tomaron de las
manos. Formaron una ronda. Bailaron, cantando el Himno Nacional, gritando con-
signas a favor de la vida y en contra de la muerte. En vista de eso, las Fuerzas del
Orden avanzaron hacia el centro de la Plaza.
En los incidentes, Carabineros usó dos carros lanzaagua, mientras que pique-
tes especiales de la institución actuaban con energía, tratando de disolver a las
manifestantes-''. También aparecieron los agentes de civil -los "gurkas"- que ac-
tuaron sin contemplaciones'^'".
Eran ya las 13.00 horas cuando los grupos, desalojados de la Plaza Constitu-
ción, se concentraron frente a la Iglesia San Francisco, junto a otros nuevos
contingentes que habían llegado expresamente a ese punto. Allí trataron de elevar
ramilletes de globos, de los que colgaban lienzos en los que se podía leer consig-
nas a favor de la libertad y la democracia. Pero no alcanzaron a elevarlos. A la
carrera llegaron pelotones de policía, que incautaron los globos "y los subieron a
uno de sus vehículos ... procediendo luego a disolver el grupo golpeando y arras-
trando sin contemplaciones a sus integrantes".-'*''
Con todo, algunas cuadras hacia el poniente, en la Plaza Los Héroes, otros en-
tusiasmados grupos conseguían elevar con éxito, entre grandes algazaras, sus globos
y lienzos subversivos, mientras cantaban cantos a la vida y gritos contra la muerte.
Ya en horas de la noche el entusiasmo llegó a las poblaciones, donde más y más
grupos seguían repartiendo claveles. Se formaron aglomeraciones espontáneas de

La Tercera, marzo 9,1984.


//oi), marzo 20,1984.
Ibidem.

289
pobladores. Al rato, los suburbios de la capital se vieron cruzados, en todas direc-
ciones, por marchas que cantaban a la vida y gritaban contra la muerte, pero sobre
todo, contra la dictadura. Mientras, en el Teatro Carióla se realizaba el Acto cen-
tral de homenaje a la Mujer.

Había sido el 8 de marzo de 1984, Día Internacional de la Mujer


Las masas que habían protagonizado los incidentes a lo largo de todo ese día
no habían sido ni obreros en huelga, ni pobladores tomándose un terreno, ni estu-
diantes apedreando buses, ni militantes manifestando contra el gobierno. En una
mayoría abrumadora, habían sido mujeres. Mujeres profesionales, empleadas, due-
ñas de casa, cesantes, pobladoras. Mujeres, simplemente, que tras un silencio de
setenta años (desde la venida a Chile de Belén de Sárraga, en 1913), habían decidi-
do por fin salir a las calles, inflamadas por la mística de la vida.
Provocando, contra la "revolución silenciosa", un nuevo e inédito tipo de hecho
VPP.

Ataques y contraataques
En los escenarios históricos anteriores a 1973, los 'ataques' VPP habían sido,
mayoritariamente, agresiones puntuales de tipo emocional (en coyunturas de riva-
lidad electoral, ideológica, o de gobierno-oposición), y exabruptos ideológicamente
guiados que estallaban de modo unilateral (y a menudo irracional) contra el siste-
ma, o contra personeros representativos del mismo.
En el escenario posterior a 1973, los ataques VPP tendieron a perder sus rasgos
primitivos de emocionalidad individual o grupal descontrolada y de unilateralidad
ideologista. La planificación, la acción concertada o comunitarizada y una más
bien burda conciencia de guerra aparecieron, en cambio, como caracteres distintivos
de esos ataques. Además, los ataques VPP del período 1973-1987 -especialmente
los perpetrados durante el segundo sexenio del gobierno del general Pinochet-
representaron en buena medida el paso de una fase defensiva del movimiento VPP
a una fase ofensiva, dentro de la burda conciencia de guerra que caracterizó a ese
movimiento desde, aproximadamente, 1978-79.
Ambos cambios: el de la aparición de nuevos rasgos en las acciones VPP y el de
la aparición de una actitud ofensiva dentro de esos nuevos rasgos, se expresaron
sobre todo en el incremento técnico de los ataques VPP perpetrados en la fase
ofensiva. No es posible negar -a fuer de ser objetivo sin dejar de ser ético- que la
técnica y potencial paramilitares desplegados en los hechos por el movimiento
VPP fueron, después de 1979, mayores que los demostrados nunca antes de 1973.
Nunca tan grandes, sin duda, como para amagar la hegemonía militar de las 'armas

290
de la Nación', pero sí suficientes como para dotar a los hechos VPP de una carga
política e histórica creciente, que ni la clase política militar ni la civil pudieron
ignorar u obviar. Como se dijo antes, no es posible desconocer -por el solo hecho
de que haya una necesidad ética de condenar la violencia VPP-, que los ataques
VPP tuvieron, durante la segunda etapa de la dictadura liberal, un efecto
inocultable e irreversible (aunque de difícil mensura) en el plano de la historicidad
política de la Nación.
Los hechos que se describen a continuación expresan lo dicho anteriormente.
F,s decir; la aparición de nuevos rasgos en los ataques VPP, su desarrollo técnico, y
el paso de una fase defensiva a otra ofensiva.
El 15 de octubre de 1975, un grupo de agentes de la Dirección de Inteligencia
Nacional (DINA) llegó a la parcela Santa Eugenia, en el kilómetro 23 de Padre
Hurtado. Llevaban órdenes de allanamiento, y tenían información de que allí esta-
ría funcionando una célula importante del proscrito MIR.

Atardecía.
Se acercaron con cautela. Pero al abrir el portón, una ráfaga de "ametralladora
punto 30" hirió gravemente a dos de los policías. Corriendo, los demás tomaron
posiciones defensivas. Se inició entonces un enfrentamiento a tiros que se prolon-
gó por casi cuatro horas. Los extremistas habían instalado una ametralladora en lo
alto de un silo que dominaba un extenso perímetro, dificultando el avance de los
agentes. Desde la casa, al mismo tiempo, se disparaba con fusiles AKA. Durante el
tiroteo cayó muerto uno de los jefes del MIR, Dagoberto Pérez, y otro resultó heri-
do. Al rato, los sobrevivientes decidieron "romper el cerco" y replegarse hacia el
camino. Cinco de ellos lograron escapar, mientras otros cinco eran detenidos. Un
extenso operativo fue organizado para atrapar a los fugitivos, pero no tuvo éxito.
Los prófugos, tras algunas peripecias, lograron asilarse y salir del país.
Había sido el denominado "combate de Malloco". Este enfrentamiento puso
fin, a través de un dramático hecho VPP, a la etapa 'prerrevolucionaria' de la más
importante organización VPP surgida en Chile durante la hegemonía del nacional-
populismo. La derrota de Malloco desarticuló el último núcleo de la dirigencia
histórica del MIR. A partir de entonces, esa organización, severamente golpeada y
desarticulada, debió entrar en una fase de adaptación al marco establecido por la
dictadura liberal-™.
Esa adaptación consistió, fundamentalmente, en acallar el vocerío revoluciona-
rio propio de la fase blanda del nacional-populismo, y en construir una fuerza orgánica

El Mercurio, octubre 17 a 25, 1975; La Tercera, octubre 17, 1975; y Ercilla, octubre 22,1975.

291
capaz de actuar defensivamente, o en contraataque, pero con eficiencia, frente a un
Estado dispuesto a exterminar a sangre y fuego toda oposición paramilitar. El proce-
so de adaptación tomó, inevitablemente, algiín tiempo. Pero los nuevos hechos VPP
fueron dejando en evidencia los progresos alcanzados en esa adaptación.
A las 10.00 A.M. del viernes 11 de abril de 1980, un "comando extremista",
compuesto de veinte individuos, atacó simultáneamente las sucursales de los ban-
cos de Chile, Concepción, y Crédito e Inversiones, ubicadas entre las calles Rodrigo
de Araya y Santa Elena. El ataque mismo se prolongó por solo doce minutos. Algu-
nos de los asaltantes llegaron a pie, entrando en las oficinas bancarias en actitud
de clientes regulares. Otros lo hicieron en vehículos robados. Uno de los asaltantes
se instaló en un punto equidistante, premunido de un haz de banderas rojas y
verdes, para hacer señales. Unos redujeron a los guardias, intimaron a los funcio-
narios y robaron el dinero, mientras otros vigilaban las puertas y al hombre de las
banderas. Al retirarse dejaron maletines en las puertas de las sucursales, los cua-
les contenían bombas. Luego huyeron, por distintos medios y en distintas
direcciones, llevándose un botín calculado en 30 millones de pesos. Cuando llegó
la policía, debió preocuparse, primero que nada, de desactivar las bombas de los
maletines. El asalto provocó un fuerte impacto en la prensa."'

Eso dio inicio a una "escalada terrorista".


En la noche del 11 de noviembre de 1980, cuatro torres de alta tensión (de 28
metros de alto y 3 toneladas de peso) fueron derribadas por otras tantas cargas ex-
plosivas. Dos de ellas, ubicadas en los predios agrícolas al sur de Calera de Tango,
pertenecían a Endesa; y las otras dos, emplazadas a la altura del kilómetro 26 de la
carretera Panamericana Sur, pertenecían a Chilectra. Otras detonaciones menores
hubo en Pudahuel y Cerro Navia. Tras las explosiones se produjo un "apagón", que
afectó a diez comunas de Santiago y a varios sectores de Valparaíso y Viña del Mar.
Minutos después de iniciarse el apagón -lo que ocurrió a las 21.45 horas- estalló un
gigantesco incendio en la planta industrial de la firma Renault, en Avenida Pajari-
tos 6920, que causó la destrucción de más de cien automóviles. Las pérdidas sumaron
más de 50 millones de pesos. El hecho provocó conmoción nacionaP^-.
Las organizaciones VPP que lanzaron la "escalada terrorista" fueron sistemáti-
camente perseguidas y desarticuladas-'^ Sin embargo, pese a ello, la escalada no
disminuyó su ritmo. Después de 1980, como se vio en la Segunda Parte de este
trabajo, los ataques a bancos, torres de alta tensión, buses de transporte público o

"1 El Mercurio, abril 12,1980; Hop, abril 22,1980,


2" Hoi), noviembre 25,1980.

292
policiales, comisarías y a miembros del cuerpo policial, tendieron a multiplicarse
y revelar una audacia creciente. La escalada alcanzó sus primeras cimas en sep-
tiembre de 1986.
Lo aseguró, el 22 de diciembre de 1986, el propio fiscal Torres: en total, fueron
veinte extremistas (entre ellos, una mujer). Usaron veinte fusiles M-16, diez lanza-
cohetes Low, y granadas de mano. Operaron en la Cuesta Achupallas, kilómetro 26
de la carretera G-25 (Cajón del Maipo). Habían extendido una emboscada contra
la caravana formada por dos motoristas de Carabineros, tres vehículos policiales
de escolta, y un Mercedes Benz 500, blindado, que, en conjunto, constituía el apa-
rato de seguridad que protegía el retorno a Santiago del Presidente de Chile, general
Augusto Pinochet, desde su residencia de descanso en El Melocotón. Era el 6 de
septiembre de 1986. Se trataba del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (F.P.M.R.).
Habían bloqueado el camino con un station-wagon marca Peugeot, y con una
casa rodante. Se habían apostado a lo largo del camino, en la ribera norte del río
Maipo. Dispararon varias andanadas de cohetes y ráfagas de sus armas automáticas,
que destrozaron los tres primeros automóviles. Uno de los motoristas, herido, se
desbarrancó. El otro logró eludir la emboscada, y escapar. Pero el Mercedes Benz del
Presidente operó como una fortaleza rodante. Una mica de dos y medio centímetros
de grosor subió paralela a los vidrios laterales. Con dificultad, el conductor del vehí-
culo logró girar en redondo, entre los impactos de bala y el estallido de las granadas.
Logró, al fin, escapar hacia El Melocotón, con nueve impactos en la ventana trasera
izquierda, siete en la carrocería, dos en el techo y seis en el vidrio posterior. La mica
resistió todos los impactos. Un disparo de cohete no dio en el blanco. Al escaparse el
Mercedes, los atacantes, en tres vehículos provistos de balizas, se dieron velozmente
a la fuga en dirección a Santiago, mientras algunos de ellos huían hacia los cerros.
Un túnel, cavado a través de la carretera -en el cual se encontraban -kilos de amon-
gelatina- esperaba a la comitiva no lejos de allí, en caso de que hubiese eludido la
emboscada. El atentado duró ocho minutos en total.
El hecho provocó una inmensa conmoción pública, particularmente en las esfe-
ras del Gobierno. La réplica fue instantánea: se decretó Estado de Sitio, tres figuras
de la oposición fueron detenidas y rápidamente asesinadas, y un total de ocho
poblaciones populares allanadas"^
Los extremistas que, acosados por la DINA, habían eludido dificultosamente el
cerco en la parcela San Eugenio de Malloco en octubre de 1975 (dejando atrás un
compañero muerto y a varios detenidos), no eran los mismos, sin duda, de los cua-
les logró dificultosamente escapar en la cuesta Las Achupallas de la carretera

Cavallo et al, La historia secreta...


Hoy, septiembre 15,1986; y Solidaridad, octubre 20,1986.

293
G-25, en septiembre de 1986, el Mercedes Benz del general Pinochet (dejando atrás
gran parte de su escolta muerta o herida).
En once años, la identidad individual y organizacional de los extremistas había
cambiado. Los atacantes de Las Achupallas no eran los mismos atacados en Mallo-
co. Pero el movimiento VPP en que militaban unos y otros sí era el mismo. Solo que
evolucionado. El régimen militar había logrado, a un costo político creciente (des-
gaste psicológico, deterioro de su legitimidad valórica, postergación excesiva del
retomo a la democracia liberal, visibilidad creciente del terrorismo de Estado, etc.),
desarticular y aplastar a innumerables células del movimiento VPP. Entre 1973 y
1986, el esfuerzo represivo realizado por el régimen militar fue, tal vez, mayor que
su esfuerzo político por crear una institucionalidad estable. Y ello para descubrir
que, tras trece años de lucha antisubversiva, el movimiento VPP no solo continua-
ba allí, sino que perpetraba acciones que excedían todo lo conocido en Chile en
materia de lucha contra el Estado.
El "atentado" (nombre con que se designó posteriormente al ataque VPP de
Las Achupallas) generó otra ofensiva represiva a fondo por parte del régimen mi-
litar, que le permitió, entre otros logros, capturar a la mayor parte de los
involucrados en ese hecho.
Con todo, un año después, el primero de septiembre de 1987, tres grupos coor-
dinados de extremistas tendieron una emboscada y raptaron a un alto oficial del
Ejército, actuando operativamente con base en tres vehículos. Lo obligaron a su-
bir a uno de ellos, que emprendió veloz carrera. Un automóvil policial, que inició
la persecución, tropezó con otro vehículo extremista, en una acción distractiva. Se
produjo un corto tiroteo. El Fiat 125 que llevaba al comandante raptado, fue en-
tonces perseguido por un segundo furgón policial, pero éste volcó al doblar una
esquina. De este modo, se perdió la pista. Se decretó "alerta roja" para todas las
Fuerzas del Orden. Extensas zonas de la capital fueron luego sometidas a un minu-
cioso rastrilleo. Más de cinco mil efectivos participaron en estos operativos. Pero
los pesquisadores no tuvieron éxito. Cada cierto tiempo, los captores notificaron a
los periódicos y a la familia del comandante acerca del estado de salud del prisio-
nero y de las exigencias planteadas por los mismos extremistas. Al cabo de tres
meses se iniciaron algunas intermediaciones. El rescate pedido alcanzaba a 50 mil
dólares y una gran cantidad de alimentos, ropas, juguetes y materiales de cons-
trucción para trece poblaciones pobres de Santiago. Con dificultades, y sobre la
base de la solidaridad pública, se reunió lo pedido y el rescate fue entregado. El 2
de diciembre de 1987, el raptado comandante Carreño fue liberado en la ciudad
de San Pablo, en Brasil.
Cuando el 26 de noviembre los camiones condujeron 'el rescate' a las poblacio-
nes que se habían señalado, se produjeron situaciones y escenas de ansiedad entre

294
los pobladores mismos. En el campamento Cardenal Fresno y en las poblaciones
La Legua y La Victoria, el camión fue asaltado por los pobladores, y a uno de ellos
le robaron la carpa que cubría la mercadería. En la población La Estrella, en el
contexto del tumulto producido por la llegada del camión, se desencadenó tam-
bién un principio de saqueo.
El caso del comandante Carreño puso en evidencia los dos polos extremos en
que se sustentaba el movimiento VPP-^'.

La "revuelta de los pobladores"


En la opinión pública, las veintidós "jornadas de protesta" que estallaron en-
tre 1983 y 1987 contra la dictadura liberal concluyeron por tipificarse no como una
protesta nacional, sino como una protesta popular. De aquí el nombre con que
algunos analistas las han designado: la "revuelta de los pobladores".
En el siglo XIX, las revueltas protagonizadas por los sectores más atrasados de
la sociedad se ligaron menos al autodinamismo político del movimiento popular, y
más a las guerras civiles protagonizadas por las facciones opuestas del patriciado
dominante. ¥A elemento 'oportunidad' primó entonces sobre el elemento 'proyec-
ción'. De aquí que esas revueltas se presentaran en coincidencia con las crisis
políticas de la clase patricia, bajo la forma de bandidaje masivo, con acrecenta-
miento del número normal de asaltos y saqueos. A comienzos del siglo XX, en
cambio, la ligazón se dio en coincidencia con los flujos huelguísticos de los traba-
jadores organizados (obreros y artesanos, sobre todo), al desaparecer las guerras
patricias'*. Después de 1932, en cambio, las asonadas y revueltas populares expe-
rimentaron un notorio eclipse, diluidas en la institucionalización de los conflictos
y en la constitución de canales clientelísticos entre la cúpula política y la base
social, al punto de borrar de la memoria colectiva (y por falta de historiografía
social) la tradición revoltosa del "bajo pueblo". Bastó la consolidación estatal de
una generación democrático-institucionalista para eclipsar del escenario público
ese tipo de tradición.
El reafloramiento, en los años cincuenta, de resabios de esa tradición (con la
revuelta electoral que significó el "ibañazo" de 1952, y el terror desatado en la
mentalidad institucionalista por el fatídico "2-3 de abril" de 1957) reprodujo el
miedo político al "bajo pueblo" (o miedo al historicismo social) casi en los mismos
términos en que se había dado antes de 1932. Es significativo que la ciencia políti-
ca chilena no haya estudiado de modo sistemático, ni conceptualizado de manera

Hoy, septiembre 13 y diciembre 13, 1987, y La Tercera, septiembre 2,1987.


Salazar, "La rebelión histórica..."

295
historiográfica, el hecho o la tradición de la revuelta popular. En el léxico político
tanto como en el analítico corrientes, eso sigue siendo, en esencia, un incidente
(excepcional) condenable que pone en peligro el orden social básico, una irrup-
ción de vesania extremista que debe ser drástica y rápidamente combatida. De
aquí la tendencia a designarla por un sobrenombre ("2-3 de abril", "el volcán gre-
mial", "el frenesí de Chile", etc.), y no a acuñarla como un concepto que se refiere
a fenómenos sociales notoriamente recurrentes dentro del sistema institucional
chileno, sobre todo con relación al bloqueo de los canales de comunicación entre
la base social y la cúpula política (por razón de ineficiencia gubernamental, o por
ausencia de tales canales).
No es por tanto sorprendente que, cuando en 1983 estallaron las primeras "jor-
nadas (populares) de protesta", el grueso de la intelectualidad y la clase política
conjunta fueran cogidas por sorpresa. Y que ya a partir de la cuarta protesta, los
intelectuales y políticos se lanzaran a toda prisa a iniciar un ciclaje teórico de
semejante fenómeno, para concluir proclamando, entre 1984 y 1985, que la "re-
vuelta de los pobladores" constituía una amenaza de desintegración social. Por
donde, acto seguido, pasando de la ética política a la política pragmática, iniciaron
una campaña de marginación y olvido de lo que representaba y podía hacer el
movimiento VPP. Con ello se retomó la actitud teórica que se mantuvo a lo largo
del período 1932-73, cuando las "revueltas populares" fueron silenciadas por jui-
cios de condenación moral, tramitadas por la anteposición de "instancias legales",
u olvidadas tras la inexistencia de conceptos formales que les impusieran el sello
de una categoría científica. Esa misma actitud llevó a que las "jornadas de protes-
ta" que estallaron entre 1957 y 1970 nunca se reconocieran como tales, lo que las
sepultó en el olvido, excepto la del "2-3 de abril", por su halo fatídico. No es posi-
ble describir aquí las jornadas de ese tramo -el objetivo descriptivo de este trabajo
es limitado-, pero baste señalar que las que estallaron en 1960,1962,1964,1967, e
incluso la de 1970, testimoniaron de modo rotundo el creciente aislamiento social
de los últimos experimentos políticos del nacional-desarrollismo y aun del nacio-
nal-populismo, y del bloqueo también creciente que se dio en esa etapa (que algunos
autores han llamado de "profundización de la democracia") entre la base social y
la cúpula del Estado"''. Sin embargo, al parecer, la mecánica electoral, que se
mantuvo viva y candente durante esa fase, encubrió ese aislamiento y el significa-
do político real de esas protestas. El alza del movimiento de masas se interpretó
como una tendencia negativa y regresiva de las masas mismas, pero no como el
reflejo del lado oscuro del sistema político, y de la clase política. En este sentido.

Entre otros estudios, véase T. Moulian, "Desarrollo político y Estado de compromiso: desajustes y
crisis estatal en Chile", Cuadernos S (Santiago: Cieplan, 1982).

296
el procesamiento teórico que se hizo hacia 1985 de la llamada "revuelta de los
pobladores" se ajustó tanto a la percepción tradicional de la tradición revoltosa
del "bajo pueblo", como a las constelaciones ideológicas de tipo 'G' que han sido
tradicionalmente dominantes sobre la sociedad chilena (las redundancias valen).
La dictadura liberal, sin embargo, sacó a plena luz y aun refortaleció el bloqueo
histórico de los canales de empalme entre lo social-popular y lo político-nacional.
Eso le significó experimentar la seguidilla más nutrida de revueltas populares de
toda la historia de Chile. Pero significó también que, por primera vez, la
intelectualidad y la dirigencia política se preocuparan en serio tanto de las
relaciones entre lo social y lo político, como de las protestas-"^".
De cualquier modo, lo que se desprende de la inspección historiográfica del fenó-
meno de las protestas es que éstas, en conjunción con la escalada terrorista bosquejada
más arriba, concurrieron de consuno a producir el alza del movimiento VPP hasta el
'punto de intolerancia' de 1986-87. No es posible evaluar por separado los efectos his-
tóricos de ambas ramas de ese movimiento, cualquiera haya sido (o no haya sido) la
relación orgánica entre ellas. El efecto fue global, y la importancia de tal efecto obliga
a estudiar -más allá de sus connotaciones éticas o de politología sincrónica- el fenó-
meno en sí de las protestas. Con todo, no siendo posible ni necesario realizar aquí una
minuciosa caracterización historiográfica de cada una de las veintidós jornadas de
protesta (o, de una vez, de la "revuelta de los pobladores"), se hará solamente una
exposición de sus rasgos típicos, en función de su relevancia histórica-^''.
Es significativo que cada una de las protestas del período 1983-87 haya tenido
y necesitado, casi como única condición de tipo conduccional para constituirse
como hecho VPP, una señal de simultaneidad y arranque. Es decir, una señal ami-
ga, emitida por un grupo (amigo) con capacidad para: hacerla llegar a todo el país,
definir una consigna general suficientemente antidictatorial, y fijar el día y un

R. Baño, Lo social y lo político (Santiago, 1984); y "Movimiento popular y política de partido en la


coyuntura crítica del régimen. 1983-84", Documentos de Trabajo 236 (Santiago: Flacso, 1985); también
I. Agurto et al., "Protestas y protagonismo popular", Documentos 4 (Santiago: ECO, 1983), entre otros.
Una visión sinóptica de las protestas en M. Garcés & G. de la Maza, La explosión de las mayorías.
Protesta nacional, 1983-84 (Santiago, 198,S); R. Solari, "La movilización social en la biisqueda de la
pretendida democracia", Materiales de Discusión 159 (Santiago: CED, 1987); P. D. Oxhorn, "Democratic
Transitions and the Democratization of Civil Society. Chilean Shantytown Organizations Under the
Authoritarian Regime" (Ph. D. Diss., Harvard University, 1989); y E. Tironi, "Pol)ladores e integra-
ción..,", entre otros. La caracterización que se hace en este capítulo de las "jornadas de protesta"
está basada, como en la casuística anteriormente descrita, en la lectura de un amplio conjunto de
periódicos y revistas de la ciudad de Santiago. Como en este caso -para evitar una extensión excesi-
va- no se ha hecho una descripción sucinta de cada una de esas jornadas, sino tan solo una tipificación
global que haga posible su presentación "teórica", no se incluyen aquí las referencias especificas de
las fuentes consultadas. Las fichas compiladas están, en cualquier caso, disponibles.

297
programa simple de acción. A ese efecto, el grupo emisor podía ser cualquiera:
podía y pudo ser una entidad sindical, un bloque de cúpulas de oposición (de cen-
tro o de izquierda), una asociación gremial o un grupo de notables. Pudo haber
sido, incluso, un grupo de eclesiásticos, o un grupo anónimo, clandestino, operan-
do a través de una radio fantasma; y el resultado habría sido tal vez, el mismo. No
era necesaria la existencia de una vanguardia organizada como una pirámide na-
cional, con poder político u operativo sobre todo el territorio, y con un programa
táctico y estratégico suficientemente sofisticado como para arrastrar y conducir a
las masas bajo apercibimiento de instrucción, disciplina y confianza en la expertise
del comando ofrecido. El rol desempeñado por los "convocantes" de las protestas
del período 1983-87 se redujo -como se dijo- a la emisión de una señal de oportu-
nidad, simultaneidad y arranque. Los elementos y condiciones típicamente
configurativos de una vanguardia ni existían por entonces, ni la masa popular los
necesitó: estaban ausentes y eran, por añadidura, superfluos. El poder real de
movilización y acción directa radicaba en la base social, no en las cúpulas flotan-
tes que podían emitir señal. Constituiría una extrapolación lógica e histórica reducir
lo primero (el poder social de movilización) a un simple reflejo del supuesto "po-
der de convocatoria" o "de conducción" de las dichas cúpulas flotantes. Pero la
contundencia social demostrada por la mayoría de las protestas no fue una deriva-
ción de la convocatoria ni de una sonda de profundidad disparada al azar por una
cúpula flotante, sino de la carga histórica acumulada en la base popular a lo largo
de -cuando menos- diez años de autonomización forzada y creciente.
El problema de fondo parecía ser, hacía 1983, que la desclíentelización de la
clase popular -autoinducida tanto como forzada- con respecto al Estado, las nor-
mas constitucionales, los partidos políticos y aun con respecto a las cúpulas
sindicales, era tal, que la función cupular estaba orgánicamente reducida a una
tarea transmisora de recepción-emisión, orgánicamente acoplada al movimiento
social, y a poco o nada más. La percepción popular de la dictadura era de por sí
clara y estaba demasiado encarnada: no se necesitaban ni explicaciones teóricas
adicionales ni vanguardismos superfluos. La predisposición a la protesta y a la
acción directa constituían por entonces, tal vez, el más común de los sentidos his-
tóricos de todos los chilenos, especialmente de los más jóvenes. La intuición de
que el poder de la política (o la politicidad) había pasado de manos del autorita-
rismo militar a manos de 'lo social' (último reducto y primera crisálida de todo
Estado genuinamente democrático) era patente. Cada sujeto se sentía legítima-
mente instalado sobre la primera piedra en el proceso de construcción de un nuevo
Estado. La distribución simultánea de esas percepciones y predisposiciones a todo
lo largo y ancho de la sociedad popular era un hecho fácilmente intercomunicable
de un grupo a otro o de una región a otra. Es decir: estaban a punto (sincronizados)

298
todas las percepciones y sentimientos que normalmente han animado o motivado,
en la historia de Chile, al movimiento social popular cuando ha estado en trance
de entrar en acción. De modo que, ¿para qué las cúpulas, sino para dar el arranque
nacional a toda esa carga histórica?
Fue sintomático, en este sentido, la movilización factual realizada por las ciípu-
las convocantes. En la mayor parte de las protestas, la acción realizada por ellas
asumió la forma de una "manifestación" de denuncia y reivindicación, realizada en
puntos axiales del centro de Santiago, fácilmente asequibles a las cámaras fotográfi-
cas de los medios de comunicación de masas. Rara vez la movilización del grupo
convocante constó de más de doscientas personas (cuando superó ese número, fue
porque un segmento funcional o gremial decidió llevar su protesta al centro de la
ciudad, o porque el público se sumó espontáneamente a la protesta). No hay duda de
que, por su mayor visibilidad nacional, la movilización de las élites de oposición
tuvo un importante efecto simbólico y psicológico (el apresamiento de cualquier
líder opositor reconocible siempre tuvo mayor publicidad que, por ejemplo, el encie-
rro de miles de pobladores, desde el alba y por largas horas, en una cancha de fútbol).
De ahí que esta movilización selectiva no necesitó ni ser muy prolongada (a finish) ni
ser físicamente excesivamente combativo, por lo que rara vez excedió el tramo de
tiempo comprendido entre las 11.30 y las 13.00 horas. El impacto político producido
por la difusión de las imágenes que reproducían la represión a las élites de oposi-
ción fue, probablemente, mayor en la clase media opositora que entre los pobladores
o en las mismas Fuerzas Armadas. En cierto modo, esas imágenes aceleraron la re-
flexión política en los grupos medios, pero no alteraron demasiado ni la disposición
política de los militares (que veían en las élites de oposición, sobrevivencias de los
"señores políticos" que habían ocasionado la crisis de 1973), ni la predisposición al
protagonismo directo por parte de los sectores populares o militantes de base.
Distinto fue el impacto producido por la movilización de los grupos funcionales.
Como las cúpulas, los grupos funcionales tendieron, durante las protestas, a
movilizarse en las mañanas. Pero, a diferencia de aquéllas, realizaron sus accio-
nes dentro o en las proximidades de sus lugares de trabajo, estudio o
funcionamiento. Los estudiantes se tomaron sus escuelas, formaron barricadas
frente a ellas, desarrollaron diversos niveles de enfrentamiento a las fuerzas
represivas. Los colegios profesionales se concentraron en sus sedes o marcharon
en torno a edificios simbólicos (Palacio de Justicia, por ejemplo). Los religiosos
hicieron manifestaciones frente a sus iglesias o ayunaron en otros lugares públi-
cos. Los obreros, en las fábricas, perpetraron "viandazos", trabajo lento, regreso
anticipado a los hogares. Los gremios del transporte pararon sus máquinas y los
comerciantes bajaron sus cortinas -de mal o buen grado-, concurriendo ambos
con su actitud, sobre todo a media tarde, a despojar a la ciudad de su aspecto

299
normal de funcionamiento. Los padres y apoderados, unos por convicción, otros
por temor, retuvieron a sus hijos en las casas, mermando la asistencia escolar
hasta paralizar la actividad docente. Los empleados y trabajadores de servicio,
viéndose apremiados por la temprana paralización de la ciudad, se apresuraron
a retomar a sus hogares pronto y por cualquier medio, atiborrando las calles de
tensos caminantes. Junto a ellos, los automovilistas subieron sus mareas rodan-
tes hacia el este de la ciudad, bloqueando los cruces, llenando las pistas y
estremeciendo el aire con rítmicos bocinazos, a cuya vista y sonido las dueñas de
casas se sintieron autorizadas para abrir las ventanas y plegarse al ruido protes-
tante de la ciudad con su ensordecedor "caceroleo". Y así llegaba el crepúsculo.
La movilización de los grupos funcionales constituyó, en cada caso (especialmente
durante las cinco primeras protestas), un ejemplo rotundo de desorganización disfun-
cional de la sociedad. Un caso de desclientehzación y de desintegración orgánica. Como
tal, esa movilización tenía y tuvo una repercusión psicológica y política profunda en la
élite cívico-militar dominante: era nada más y nada menos que la revuelta de la clase
media, bastión orgánico de todo sistema institucional. Tal revuelta dejaba al desnudo
la fragilidad del clientelismo social en el que se apoyaba -sobre todo a futuro- la dicta-
dura militar. Era, pues, una bomba política, de explosión diferida a mediano plazo. Sin
embargo, la revuelta de la clase media no llegó a constituirse como un real movimiento
VPP. De hecho, no lo era, aunque se asemejaba. En primer lugar, porque el grueso de
las acciones directas de que se componía eran más actitudes que acciones, con más
sentido simbólico que material (marchas de algunas decenas de abogados o médicos,
ayunos de una veintena de jóvenes y religiosos, vigilia obrera en los comedores fabri-
les, caceroleo de señoras desde el balcón de su departamento, etc.). En segundo lugar,
porque las acciones de efecto más contundente (paraHzación del transporte, cierre de
comercio, ausentismo escolar, etc.) estaban motivadas en la prevención más que en la
antagonización, y en el temor más que en la agresión. En tercer lugar, porque en mu-
chos casos la motivación central de estos actores no era tanto transformar la dictadura
en un Estado Social, sino más bien promover la restauración de sus respectivos estatu-
ses (de éhte) tradicionales dentro del sistema institucional de la Nación. De este modo,
solo la movilización estudiantil tendió a desplazarse por raíles históricamente más
profundos y de más trascendentes metas'™.

Hay una relativa abundancia de literatura teórica y semiteórica acerca de la "revuelta de los
pobladores" y del fracaso del "año decisivo" (1986) o de "la vía insurreccional", pero no ha liabido
mayor preocupación por examinar, en bloque, la conducta histórica de la clase media durante el
período 1979-89. La "revuelta de la clase media" ha sido asumida, más bien, como una operación
racional, democrática y exitosa, y como una depositaría responsable del miedo cívico frente a la
"desintegradora" revuelta de los pobres. Son de interés, en este sentido, el artículo de Tironi,
(Continúa en la página siguiente)

300
En consecuencia, la revuelta de la clase media, aunque impactante, era una
amenaza débil y manejable. Para la dictadura militar fue de hecho un proble-
ma soluble. En efecto: de un lado, como movimiento VPP, era débil, por lo que
bastó un ataque militar al boleo para concluir con la insurrección mesocrática
de los barrios residenciales'^". De otro lado, era en el fondo una movilización
reivindicadora de estatus. Por lo tanto, un antagonismo no intransigente. De
suerte que, con un mínimo de apertura negociadora e integradora por parte
del régimen militar, el movimiento funcionalista (sobre todo de las élites polí-
ticas, profesionales y sociales) podía ser disuadido de su simbolismo violentista.
De hecho, a partir de la cuarta y quinta protestas, la revuelta de la clase media
amainó-''-.
Diferente fue el caso de la movilización protagonizada por la militancia de
base. Un sector de ella colaboró activamente en la movilización de los grupos re-
presentativos y funcionales. Otro sector, sin embargo, asumió tareas específicas,
propias (generalmente de tipo "extremista"), como sembrar "miguelitos" por las
calles; asaltar o incendiar buses y garitas; disparar ráfagas contra comisarías, rete-
nes y cuarteles; hacer rayados murales; distribuir panfletos; colocar explosivos en
torres de alta tensión, bancos, financieras; consumar operativos de "propaganda
armada", etc. Las acciones directas asumidas por la militancia de base fueron, sin
duda, más violentas que las realizadas por los actores sociales, pero tendieron
-durante las protestas- a ligarse con las movilizaciones sociales, sea facilitando su
constitución y desarrollo (paralización del transporte y el comercio), ambientán-
dolas (apagones, ataques a cuarteles) o apoyándolas directamente en el frente
(barricadas estudiantiles y poblacionales).
No hay duda de que las "jornadas de protesta" alcanzaron su climax entre las
horas del crepúsculo y las de medianoche. Es decir, cuando la "revuelta de las
poblaciones" entraba en movimiento, y la de los grupos medios en climaterio. Cli-
max, porque fue a esa hora del día y en tales lugares cuando y donde la protesta
alcanzó su mayor masividad, su más neta expresividad social, su antagonismo más
extremo y su atmósfera escénica más dramática. En esto concuerdan todos los ob-
servadores y todos los autores^".

"Pobladores e integración...";y el de Martínez, "Miedo al Estado..." Véase también de M. A. Carretón,


"Las complejidades de la transición invisible. Movilizaciones populares y régimen militar en Chi-
le", Proposiciones 12 (1986).
Durante la segunda y tercera protesta, vehículos militares y de desconocidos dispararon contra edificios
de departamentos en los barrios residenciales de la capital. Esto amainó el "caceroleo" en esos sectores.
En esto son coincidentes todos los investigadores y periodistas que se han preocupado del tema.
C. Schneider, "La movilización de las bases. Poblaciones marginales y resistencia en Chile autoritario",
Proposiciones 19 (1990). La autora, cientista política, realizó su tesis doctoral sobre este problema.

301
La protesta poblacional combinó elementos lúdicos con expresiones profundas
de historicismo social, y solidaridad comunitaria con actitudes de "guerra de baja
intensidad". La construcción de barricadas y fogatas -acción que normalmente ini-
ció la protesta poblacional- asumió a menudo el carácter de un deporte juvenil. Las
marchas intra-poblacionales y el caceroleo callejero (no de ventanal o balcón) ex-
presaron la predisposición rebelde de la comunidad barrial y la fuerza de la identidad
común asumida. El apedreamiento y el lanzamiento de bombas Molotov a las Fuer-
zas del Orden dejó en evidencia la frustración y la agresión tanto como la resistencia
y defensa de la identidad asumida. La construcción de zanjas y trincheras tras la
línea de barricadas, así como la organización de redes comunitarias de apertrecha-
miento logístico, revelaron un elemental pero emergente protagonismo bélico. El
ataque, dentro de la confusión producida, a supermercados, tiendas y otros nego-
cios, puso de manifiesto tanto el nivel de las insatisfacciones básicas de la masa
poblacional como su predisposición a desconocer de hecho algunos de los principios
arquitecturales de la sociedad dominante (como el derecho de propiedad).
Por todas esas características, la "revuelta de los pobladores" fue, dentro de
las jornadas de protesta, la manifestación social e históricamente más opuesta y
antagónica al régimen militar y liberal. Al confrontar esa revuelta, la dictadura
militar adoptó cursos de acción represiva claramente militarizados, que involucra-
ron de su parte una obvia conciencia de guerra. Era evidente que la raíz de la
revuelta popular era más profunda, tenaz, e históricamente mejor alimentada que
la de la revuelta mesocrática de la mañana. Las ráfagas al boleo, el rastrilleo, el
allanamiento zonal, el castigo físico, el apaleo y la prisión no lograron disuadir a la
masa poblacional de su actitud "subversiva", sino al contrario. El movimiento VPP
no era, en este caso, un mero movimiento actitudinal, simbolista, o elitista. En este
frente, la dictadura no podía ofertar diálogo, negociación ni desplazamientos en-
volventes de integración. El gobierno militar no tenía nada realmente histórico
que ofrecer a la masa poblacional (aparte de subsidios habitacionales), como no
fuera la entrega de su misma identidad dictatorial y liberal (toda oferta de inte-
gración negociada significaba aquí asumir directamente el desarrollismo y la
democracia social). Ante eso, solo tenía dos caminos: o bien arrasaba militarmente
las poblaciones de la capital (masacrando a la masa humana que atizaba "el círcu-
lo de fuego" que rodeaba Santiago), o bien ignoraba su derrota histórica en este
frente, sacando ventaja y provecho de la neutralización dialogante que había im-
puesto en el frente de la revuelta mesocrática. La primera alternativa era
militarmente posible, pero políticamente desastrosa. La segunda, en cambio, per-
mitía una impecable victoria política, capaz de encubrir la quisquillosidad
triunfalista de las Fuerzas Armadas, afectada por su derrota histórica en el frente
popular.

302
La "revuelta popular" fue, pues, el hecho VPP que determinó la apertura del
gobierno del general Pinochet hacia el frente mesocrático, giro por el cual cedió a
la clase media la carta clave en el naipe político de la retirada militar: la conduc-
ción aparente de la transición a, y del funcionamiento de, la democracia liberal
diseñada por ese gobierno.
Los cambios ocurridos en el frente mesocrático a partir de la cuarta y quinta
protestas no eran ni lógicos ni, por tanto, justificables desde la perspectiva del
movimiento VPP. Como se dijo, la raíz histórica de este movimiento era diferente,
más orgánica y profunda que la del movimiento mesocrático. Habiendo fuerza social
arraigada y frustración de refresco, las acciones podían y debían continuar, lo que
llevó a que estallaran, todavía, otras diecisiete nuevas "revueltas poblacionales".
Este excedente de energía histórica -que los analistas llamaron eufemísticamente
"rutinización de la protesta popular"- prolongó la revuelta hasta mediados de 1987.
La brecha abierta en el flanco popular de la dictadura se ensanchó, y así se perfiló
lo que el propio general Pinochet denominó "una derrota psicológica".
Es significativo el hecho de que, mientras la oposición creía estar peleando en un
solo frente, el general Pinochet lo hacía, teórica y prácticamente, en dos. Y ello par-
ticularmente después de 1984, pues sobre el frente popular mantuvo una presión de
tipo militar, ni tan profunda como para producir una masacre catastrófica, ni tan
leve como para dar la impresión de debilitad y derrota frente a los violentistas. Bajo
ese tipo de presión, el movimiento popular VPP creyó necesario continuar su ejerci-
cio, y aun desarrollarlo. En cambio, sobre el frente mesocrático, el gobierno mihtar
ejerció -tras un par de relámpagos represivos- una presión de tipo político: de aper-
tura restringida y negociación milimetrada. Bajo este segundo tipo de presión, el
movimiento mesocrático abandonó toda semejanza con las acciones VPP, y se enjam-
bró sobre todas las brechas dictatoriales: la del flanco popular, la de la "derrota
psicológica", y sobre la misma apertura ofrecida. Mientras llevaban a cabo ese en-
jambramiento, los grupos medios comenzaron a emitir un persistente zumbido
ideológico, cada vez más intenso y más autorreferido. El dulce orificio de la apertura
había producido, en este frente, el reflorecimiento de la teoría social y política y el
desaletargamiento de los viejos cuadros parlamentarios.
La táctica del repliegue militar comenzaba, de ese modo, a construir uno de los
más brillantes éxitos políticos de la dictadura: el desdoblamiento de la oposición anti-
dictatorial en dos frentes diferenciados, y en dos movimientos sociopolíticos distintos.
La diferenciación de los frentes, al producirse, abrió la necesidad correlativa de justi-
ficar las diferencias, analizar "el escenario", y elaborar la teoría del acceso eventual al
poder El movimiento mesocrático, tradicionalmente capacitado para satisfacer tales
necesidades, comenzó a elaborar sus discursos, y desde 1984-85 evacuó una completa
teoría sociopolítica acerca de la "transición chilena a la democracia".

303
Es históricamente significativo que esa teoría haya sostenido, entre otras co-
sas, que la rutinización de la protesta popular constituía una amenaza de
desintegración social (considerando la "anomia" inherente a la masa poblacio-
nal), y que en Chile prácticamente no existían movimientos sociales populares;
que la movilización popular no era sino un "antimovimiento social" y que, por tal
característica, generaba entre los chilenos un "miedo a la sociedad" y una necesi-
dad urgente de "gobernabilidad". Estado y Democracia formales. Ante ese miedo,
esa necesidad y esa urgencia, el camino a la Democracia no podía ser sino el más
corto, y esto pasaba por asumir la administración civil del Estado Liberal constitu-
cionalizado por la dictadura militar en 1980, menos algunos ajustes necesarios
para la acomodación del nuevo personal civiP''^
Tal teoría -inconfesadamente tributaria del sistema neoliberal impuesto por la
dictadura- podía presentarse, y de hecho fue presentada, como un apresto pragmáti-
co para el futuro gobierno civil que, dadas las circunstancias, no podía ser sino de
tipo liberal-populista (una variante inédita en Chile). Con la ventaja adicional de
que un gobierno de ese tipo permitiría operacionalizar en Chile los principios eco-
nómicos y políticos de la "modernidad", lo que dejaría al país en la misma línea
avanzada de las triunfantes democracias occidentales''". De cualquier modo, la teo-
ría sociopolítica que justificaba la transición pactada, enmarcaba bien la
transformación de la dictadura liberal en una democracia hberal, al paso que despe-
jaba, entre los dos frentes de la oposición antidictatorial, una ehpse de 'tierra de
nadie' suficientemente ancha como para permitir una retirada formal impecable al
escalón militar. Tan impecable como histórica retirada tenía otra significativa fun-
cionalidad: inutilizaba esa elipse como campo probable de enfrentamiento teórico y
político entre los demócratas de los dos frentes antidictatoriales. Es decir, entre los
rutinizados grupos VPP y los zumbantes enjambres democráticos de la clase media.
El balance general de las protestas fue, para el movimiento VPP, paradójico: de
un lado, con ellas abrió una decisiva brecha psicológica y política en el flanco
popular de la dictadura; pero, de otro, perdió la batalla de 'la transición' en el
segundo frente (el de la negociación), enceguecido por la inercia VPP, empantana-
do por las tácticas distractoras del estamento militar, desarmado por la compulsión
parlamentarista de su aliado mesocrático, y formalmente superado en los mismos
umbrales de la eventual 'democracia'. A su costa, pues, había aprendido que, a
veces, la retirada de un abominado dictador liberal se paga con la mantención del
sistema liberal legado por aquél.

'" Un balance global en Salazar, "Historiografía y dictadura...".


-'•' M. A. Carretón, "La democracia que se inaugura y .sus condiciones sociopolíticas", Convergencia 17 (1990);
y A. Touraine, "América Latina: de la modernización a la modernidad", ibidem, pp. 30-35.

304
Es cierto que, por sí mismo, y en el anhelado modo catastrofista que hubiese
correspondido, el movimiento VPP "no derribó la Dictadura". Se ha dicho que, por
ello, el movimiento VPP constituyó una táctica fracasada. Y que, a la inversa, el
diálogo y la negociación (más el marketing televisivo del NO) sí constituyeron un
éxito, ya que el dictador perdió el plebiscito y se fue.
No cabe aquí entrar en un debate coyunturalista y de mera opinión acerca del
fracaso o no de la táctica VPP. El punto que sí cabe recoger para este trabajo es el
hecho de que el movimiento popular chileno (y su componente VPP) ha demostra-
do históricamente que su existencia ni se origina ni se agota en el derrocamiento
de generales o presidentes impopulares, ni consiste en una mera táctica. Aunque
ha podido y puede apuntar a eso, su proyección real, en todo momento, apunta más
allá, aunque no haya conciencia de ello; compromete al conjunto del sistema so-
cial viejo (liberal) y al eventual sistema social nuevo (equitativo). Porta proyecciones
sociales, culturales, económicas y políticas que trascienden la coyuntura y el esce-
nario histórico inmediatos. La clase popular, entre 1983 y 1987, al moverse, se movió
en función de algo más que por la simple retirada del general Pinochet y de su
escalón militar, ya que su misma identidad la forzaba a poner en juego, de algún
modo, el problema del 'sistema social'. El análisis de las organizaciones sociales
surgidas durante ese período revela la profundidad de las motivaciones de cuya
corriente se nutrieron las acciones VPP'"''.
A la inversa, podría decirse que la táctica del movimiento mesocrático fracasó
en el derrocamiento del sistema liberal legado por los militares. Peor aún: que su
aparente triunfo deja a la clase política civil -heredera formal del Estado de 1980-
en la necesidad de 'ser' estatalmente liberal, le guste o no. Esto la lleva a identifi-
carse en los hechos -o sea, en la historia-, con un sistema social secularmente
rechazado por la clase popular. La defensa teórica de su acceso al sistema liberal
ha operado en la práctica como una legitimación a posteriori del mismo, y difícil-
mente podría entendérsela funcionando de otro modo (la teoría de un sistema,
como los sistemas mismos, es unívoca y monosilábica). Es esa indesalojable identi-
dad la que ha obligado a los teóricos neoliberales a negar la legitimidad histórica
y política del movimiento popular, a condenar éticamente al movimiento VPP, e
incluso a desconocer la mera existencia de ese movimiento^''^

C. Hardy, Hambre + Dignidad = Ollas Comunes (Santiago, 1986); A. Ramírez, Comprando juntos frente al
hambre (1986); D. Sánchez, "Instituciones y acción pobiacional: seguimiento de su acción en el perío-
do 1973-1981", en J. Chateau et al., Espacio y poder. Los pobladores (Santiago, 1987); y T. Valdés, "El
movimiento de pobladores, 1973-85. La recomposición de las solidaridades sociales", en J. Borja et
al., Descentralización del Estado, movimiento social y gestión local (Santiago, 1987).
Cf. nota 264.

305
La situación estructural del nuevo centro político es, por ello, extremadamente
incómoda: debe negar teóricamente y bloquear políticamente el protagonismo his-
tórico del movimiento popular en general y VPP en particular, a efecto de mantener
el equilibrio económico-social punto por punto con el imperativo liberal y su pro-
pia propuesta de modernidad. Esto, a objeto de consolidar la retaguardia mientras
intenta consumar la derrota formal e institucional de los militares movilizando su
vanguardia legislativa. Pero no es sensato, sino peligroso, bloquear el avance histó-
rico del movimiento popular a nombre del mero equilibrio liberal. Esto lo sabe
todo político con experiencia decanal. De modo que el Gobierno democrático está
forzado, por razones de su propia estabilidad, a desarrollar una política de corte
populista, tendiente a deshinchar los bolsones de extrema pobreza, que podrían
considerarse como los más explosivos. Es notable que, por primera vez en la histo-
ria de Chile, la política estatal-populista se va a dar sin estar contrapunteada por
su gemela histórica: la política nacional-desarroUista (o social-productivista).
Es por lo anterior que la evolución de la Democracia Liberal de 1990 estará
regida por la lógica (inédita) de un experimento 'liberal-populista'.
La derrota del movimiento popular en los umbrales de la transición tuvo que
ver, indudablemente, con lo que recurrentemente se ha dicho: no supo pasar flui-
damente de la protesta a la propuesta. Su componente VPP se tomó a sí mismo
como la única propuesta posible (involucrando el error de confundir una línea de
acción directa con una línea de proyección sociopolítica). En este sentido, la ruti-
nización de la protesta popular resultó a la larga más útil como "línea de protección"
para las maniobras del frente mesocrático que como línea de desarrollo de la pro-
puesta popular^''*. No hay duda de que, en esto, la expresividad social que latía tras
el movimiento VPP involucraba contenidos excesivamente amplios y complejos
como para que la misma base fuera plenamente consciente de ellos y emitiera una
propuesta formal acorde con esos contenidos. La clase popular chilena no ha sido
educada ni políticamente entrenada en la tarea de 'construir Estado' a partir de
las enormes virtualidades humanas y sociales que potencialmente contiene. Ni lo
ha sido siquiera para barruntar lo que podría ser una genuina 'política popular'.
La instrucción que ha recibido a este respecto ha consistido en rudimentos ele-
mentales contenidos en el manual cívico del ciudadano electoral, o en el manual
rojo que contiene la tarea superestructura! de 'tomarse el poder', o en el Código
del Trabajo que enseña la tarea social de 'reivindicar frente a la institucionali-
dad'^'l Demasiado poco, sin duda, para asumir como actor consciente toda la
historicidad potencial que se contiene.

'''' Acerca del concepto de "línea de protección", véase Martínez, "Miedo al Estado,..", passim.
-'' Salazar, "Los dilemas..." y Bermúdez, El drama político...

306
Una vez más, el problema teórico de la política concluyó por ser el talón de
Aquiles del movimiento VPP. El colapso ideológico de la izquierda, y de la idea de
socialismo en general, contribuyeron a la derrota de ese movimiento, entre 1985 y
1990. El movimiento teórico de tipo social-historicista, surgido en Chile hacia 1979,
fracasó en 1985, al no poder asumir la demanda teórica popular a causa de las
"desviaciones profesionales" de los historiadores^'".
Indudablemente, un movimiento popular VPP que ha sido el subproducto anti-
tético del sistema liberal, al hallarse con graves déficit de teoría política, puede
eventualmente constituirse en una amenaza irracional para el equilibrio liberal
del sistema inaugurado en 1980. Pero eso no significa que el movimiento popular
sea, en sí y por sí mismo, y en todo momento, un peligro de "desintegración social"
ni un "antimovimiento", dado que comporta principios sociales alternativos y even-
tualmente superiores de reintegración y redemocratización de la sociedad. Más
bien al contrario, la persistente acrimonia y el desinterés ejercitados por la alta
intelectualidad chilena frente a las necesidades teóricas específicas del movimiento
popular, han provocado en éste un déficit de formalización política cuyo único
resultado registrable ha sido la rutinización secular del movimiento VPP. En este
sentido, el desabrimiento social de la alta teoría política bien podría reputarse
como un factor que, a nivel de los hechos históricos, ha estado por muchas décadas
provocando situaciones de desintegración social de ida (sedimentación de masas
de pobres) y de vuelta (retorno de los pobres tras una bandera VPP).
En realidad, para una perspectiva histórica, las "jornadas de protesta" articu-
laron un ciclo crucial de la historia contemporánea y futura de Chile que,
lamentablemente, ha sido objeto de una lectura histórica más bien acrimoniosa y
en clave 'G'. Y ésta parece ser la razón principal por la cual ese ciclo no aparece a
la nueva élite dirigente chilena como el comienzo de una nueva etapa, sino como
el término de la antigua. Sin embargo, hay autores que, a pesar de lo anterior, han
percibido en ese ciclo el advenimiento de nuevas tendencias. Un ejemplo de ello
es el autor que escribió el párrafo que se cita a continuación:
"Lo que está en la base de las jornadas de protesta es un cierto sentido de la
historia como construcción colectiva a partir de una multiplicidad de pequeños
actos simultáneos, casi anónimos, y que tienen una dimensión espacial. Esto cam-
bia cualitativamente las formas de hacer política, otorgándole a ésta una dimensión
espacial, territorial, y un carácter concreto"'".

ídem, "Historiografía y dictadura..." Véase también Editorial de Proposiciones 19 (1990) ("Chile, His-
toria y 'Bajo Pueblo'").
A. Rodríguez, Poruña ciudad democrática, p. 70. Véase también pp. 105-6.

307
Es decir: el movimiento VPP del ciclo 1983-87 dejó en evidencia, a final de
cuentas, la propuesta popular acerca de cómo 'hacer política'. Propuesta que, des-
afortunadamente, se expresó mejor en los hechos que en la teoría, y en hechos de
tipo VPP más que en hechos de construcción popular de Estado. Y que, también
desafortunadamente, ni los teóricos ni los políticos liberal-populistas han sabido
o/y querido recoger, interpretar, ni desarrollar.

308
EPÍLOGO

Las conclusiones temáticas de este trabajo han sido intercaladas en la trama de


los capítulos precedentes. En este epílogo no se hará, de consiguiente, una recopila-
ción esencializada de esas conclusiones. El análisis histórico no es ni puede ser un
ejercicio silogístico organizado para producir conclusiones lógicas, ni demostracio-
nes finales de alguna premisa teórica. Más bien se limita a inteligir los aspectos
medulares del proceso social, en la mira de reinvertir tales intelecciones en ese mis-
mo proceso. Pues participa orgánicamente en el juego vivo de la historicidad.
No obstante, cabe registrar aquí algunas anotaciones al margen, que expresan
el interés despertado en el autor por ciertos problemas claves desprendidos del
análisis y que, por su incidencia en el escenario histórico actual, merecerían a su
juicio una mayor dosis de reflexión e investigación. Se enumeran:

(]) Movimiento popular y política directa. Los hechos VPP de todo el periodo
estudiado ponen notoriamente al desnudo la tendencia del "bajo pueblo a terri-
torializar, concretizar y socializar la acción política. Es decir, a hacer política
privilegiando la 'acción directa'. Esta práctica ha sido suficientemente fuerte como
para arrastrar hacia la calle, en coyunturas cruciales, a las dos secciones estructu-
rales de la clase política; salida que ha desembocado en impactantes situaciones
de vaciamiento social de los espacios institucionales y constitucionales del Esta-
do. Sería un error reducir esa tendencia y tales efectos exclusivamente a la acción
corrosiva de la militancia extremista. Tiene mayor sustancia histórica, en cambio,
la idea de que, pese a la existencia de canales formales de comunicación entre lo
social-popular y lo político-nacional (como los mecanismos electorales de repre-
sentación, por ejemplo), han sobrevivido y sobreviven, bajo esa piel, bloqueos
opacos de intercomunicación que han inducido a la base popular a restaurar, una y
otra vez, la acción territorialista. No menos significativo ha sido, en este mismo
sentido, el hecho de que la clase popular, en su lucha cotidiana por la subsistencia,
ha desarrollado en alto grado el sentido concreto, local y comunitario de la histori-
cidad, y solo rudimentariamente el sentido general, abstracto y formal de la alta

309
política. Los factores que han estado determinando esta tendencia popular son,
pues, de tipo estructural. Uno de ellos (el bloqueo) denuncia el lado oscuro del
sistema político e institucional vigente. El otro (historicidad popular), la repro-
ducción espontánea del movimiento social indigente. Es, por tanto, también un
error cerrar los ojos ante ambos factores, pues hacerlo equivaldría a cultivar un
movimiento VPP de diagnóstico crónico. Se requiere, sobre este punto, socializar y
localizar la política nacional, y desarrollar formalmente la política popular.

(2) Los pobres y el sistema social. No hay duda de que los pobres chilenos de
todas las épocas han albergado expectativas acerca de su integración a 'un' siste-
ma social. Su permanente búsqueda de mejor calidad de vida y sus incesantes
reivindicaciones han mostrado los escorzos más gruesos de su tendencia integra-
cionista. Sin embargo, no se debería confundir-como algunos autores lo han hecho-
la búsqueda popular de 'humanización', con una eventual avidez por integrarse al
sistema social vigente. Aunque ambas tendencias pueden oportunistamente coin-
cidir, desde un punto de vista historicista son de naturaleza distinta. La búsqueda
de humanización ha involucrado de modo constante, en la clase popular, la exis-
tencia de un quantum de expectativas y posibilidades que sobrepasa todo lo
factualmente ofertable o practicable por el sistema vigente (en Chile). Es lo que
todo pobre sueña, necesita, define y, en definitiva, potencia como una 'sociedad
mejor'. Es decir, un plusvalor social que el sistema vigente no encarna ni ofrece,
pero que sí está confusa pero latentemente contenido en el proyecto histórico de
la clase popular (en tanto que necesitada). De momento, ese plusvalor late bajo
los rasgos típicamente populares: sencillez de costumbres, hospitalidad, camara-
dería, autenticidad, esfuerzo, comunitaridad, frugalidad, tenacidad, sentido de
sacrificio, etc. Rasgos de humanidad que, uno con otro, trazan el perfil básico de lo
que siempre se ha entendido como lo propio del proyecto 'socialista', y lo opuesto
a los rasgos definitorios de la 'modernidad liberal'. En este sentido, el movimiento
popular posee, casi en términos de unción monopólica, el carisma de ser el arran-
que social de una sociedad humanamente mejor (no tecnológicamente superior,
tan solo). De aquí la importancia de valorizar y formalizar su modo espontáneo de
hacer política, y la teoría política (eventual) que se refiere al modo social de cons-
truir Estado.

(3) Los estratos de la dase política civil. La clase política civil no ha sido ni homo-
génea ni compacta. No solo porque su identidad global se ha escindido en un
policromado abanico ideológico y en un cambiante proceso de cismas y alianzas
(acaso más cambiante que el movimiento social popular, en el que una dada 'iden-
tidad social' es perseguida o persigue a los sujetos por toda una vida), sino también

310
porque, sobre la línea de tiempo histórico, se ha estratificado, por arriba, en una
militancia política de altura, colgante de la gran bóveda liberal; y, por abajo, en
una ancha militancia de base, que tiende a enredarse en los flujos y reflujos de los
movimientos sociales de base. En la militancia (o dirigencia) de altura (la clase
política civil propiamente tal), el lado oscuro de la política ha consistido en su
enfermiza obsecuencia factual ante la modernidad liberal. En la militancia de base,
ese lado oscuro ha consistido en su creciente compromiso orgánico con el movi-
miento VPP. Sin embargo, desde 1976 aproximadamente, ha surgido un tercer
-aunque todavía débil- estrato: es la "militancia social de base" que, habiendo
partido en pos de tareas de educación popular simple ("reconstrucción de tejidos
sociales básicos"), se ha visto crecientemente obligada a construir teoría y proyec-
tar o planificar 'movimiento', comprometiéndose así en el desarrollo del modo
popular de hacer política, de corto y largo plazo. Hay razones para estimar que ése
es un proceso que se inicia y no uno que, participando de 'la crisis', se olvida.

(4) Chile-hoy: inicio del ciclo de violencia nacional-desarrollista (VND). Es indudable


que el ciclo histórico de violencia política que Chile está viviendo hoy es el que se
inició en 1973. Su arranque, como todos los ciclos del pasado, fue la imposición de un
sistema Hbrecambista, que en esta oportunidad consistió en una versión considerable-
mente purificada. Su larga construcción dictatorial retrasó la ofensiva mesocrática y
nacional-desarrollista. Cuando ésta, montada en una típica oleada VPP, se presentó
por fin, lo hizo bajo un marco de negociación con el régimen de violencia librecambis-
ta (VLC) saliente. Esto, en conjunción con la reactivación económica de 1984
-prolongada a tasas elevadas hasta 1989, cuando menos- atenuó la virulencia refor-
mista de esa ofensiva. El gobierno liberal-populista que reemplazó a la dictadura militar
en 1990 aparenta ser y probablemente será menos reformista que ningún otro gobier-
no de centro históricamente registrado en Chile después de 1932. Su conducta VND se
moverá en bajos registros, lo que significará un menor ángulo de convergencia con la
línea de movimiento habitual de la clase popular. Es improbable, por lo tanto, que
reaparezca la alianza VND -h VPP, típica del período 1958-73. El movimiento VPP, más
desarrollado ahora que en ese período, y con grados relativamente superiores de auto-
nomía, constituirá no un aliado -como antes-, sino más bien un peligroso vector político
desclientelizado (una amenaza volante de "desintegración social"). El gobierno actual
necesitará, pues, de modo imprescindible, modular una política populista de neutrah-
zación de los movimientos social-populares. El populismo ha sido y es, sin embargo, no
más que una mera prótesis política cuando de modelo liberal (purificado) se trata; solo
que, en este caso, su incrustación es tanto más urgente cuanto que no solo es de conve-
niencia para la estabilidad del nuevo Gobierno, sino también para el desarrollo
democrático-electoral de la misma oposición liberal (la derecha política ha pugnado

31 1
por aparecer públicamente como uno de los artífices de este nuevo tipo de populismo).
Sin embargo, la prótesis populista de neutralización es una función dependiente de
las tasas de crecimiento de la economía y de la envergadura de la solidaridad interna-
cional. El punto es si el liberal-populismo puede clienteíizar al movimiento popular (y
su liberada componente VPP), sin ímplementar al mismo tiempo un plan de reformas
sistémicas de contenido y sentido social-productivista. La experiencia estatal del pe-
ríodo 1932-73 mostró hasta la saciedad que el populismo de tronco liberal, sin
reformismo estructural del Estado, fue un experimento costoso, inflacionario y políti-
camente incontrolable (la clase política civil y la clase política militar terminaron
yendo a la calle). Es por ello que no debiera concluirse, en un plano teórico, que la
revolución VLC de 1973 y el liberal-populismo de 1990 han cancelado definitivamente
los ciclos chilenos de violencia política; que, sobre esa cancelación, han abierto nuevos
ritmos y espirales históricas. Más bien, lo que cabe concluir es algo más tradicionalis-
ía; el ciclo de violencia política iniciado en 1973 continúa vigente, hallándose aún en
la fase inicial del subciclo VND. A menos que los hechos históricos -y no la mera teo-
ría- digan otra cosa.

La Reina, marzo-junio 1990

312
APÉNDICES

I. APÉNDICES ESTADÍSTICOS (FRECUENCIAS ANUALES)

LA. Hechos VPP: Frecuencias anuales (1947-1987)


Años Frecuencia Porcentaje
1947 13 1,2
1948 5 0,5
1949 15 1,4
1950 16 1,5
19S1 12 1,1
1952 14 1,3
1953 13 1,2
1954 4 0,4
1955 11 1,0
1956 5 0,5
1957 8 0,8
1958 13 1,2
1959 6 0,6
1960 14 1,3
1961 25 2,4
1962 19 1,8
1963 30 2,8
1964 18 1,7
1965 23 2,2
1966 17 1,6
1967 34 3,2
1968 21 2,0
1969 54 5,1
1970 40 3,8
1971 63 5,9
1972 41 3,9
1973 85 8,0
1974 10 0,9
1975 13 1,2
1976 3 0,3

313
Años Frecuencia Porcentc

1977 16 1,5
1978 14 1,3
1979 49 4,6
1980 32 3,0
1981 49 4,6
1982 13 1,2
1983 61 5,7
1984 36 3,4
1985 55 5,2
1986 58 5,4
1987 39 3,7
Total 1.067 100,0

I.B. Hechos VPP: Motivaciones (1947-1987)


Años Econ-Soc. Corp-Grem. Políticas Otras

1947 5 4 4 2
1948 1 2 2 1
1949 5 0 10 2
1950 2 6 6 3
1951 1 6 3 3
1952 0 2 12 0
1953 6 3 5 0
1954 1 1 3 0
1955 3 5 3 0
1956 1 1 2 1
1957 4 1 5 0
1958 0 1 12 0
1959 2 5 3 1
1960 9 4 10 1
1961 6 8 11 2
1962 2 9 9 1
1963 7 14 11 0
1964 4 3 11 0
1965 6 7 10 1

314
Años Econ-Soc. Corp-Grem. Políticas Otras

1%6 3 2 12
1967 9 13 11
1968 3 5 14
1969 16 11 29
1970 12 5 30
1971 16 21 34
1972 6 9 37
1973 25 U 74 4
1974 0 0 10 2
1975 0 0 13 3
1976 0 0 2 2
1977 0 0 15 5
1978 0 2 14 4
1979 0 3 45 6
1980 4 4 29 2
1981 7 4 40 12
1982 3 4 12 1
1983 7 1 54 11
1984 4 4 31 5
1985 1 4 52 4
1986 1 4 49 7
1987 3 4 35 3

I.e. Hechos VPP: Modo de origen (1947-1987)


Años Espontáneo Derivado Organizado

1947
1948
1949
1950
1951
1952
1953
1954

H'i
Años Espontáneo Derivado Organizado

1955 2 3 9
1956 1 1 4
1957 2 4 6
1958 S 0 9
1959 3 2 1
1960 3 6 9
1961 4 7 17
1962 3 4 13
1963 6 5 21
1964 4 6 13
1965 1 4 18
1966 0 8 11
1967 2 3 30
1968 2 5 19
1969 10 14 44
WO 7 6 34
1971 9 11 55
1972 15 10 27
1973 32 19 57
1974 1 7 2
1975 0 9 4
1976 0 2 1
1977 0 2 14
1978 3 6 9
1979 1 9 41
1980 1 8 25
1981 2 8 40
1982 0 8 9
1983 19 16 50
1984 6 18 31
1985 8 14 47
1986 5 18 48
1987 5 11 35

116
I.D. Hechos VPP: Objetivos y "contras" (1947-1987)

Años Autor. Advers. Patrones F.Orden Sit.G.I. Intern. Otro5_

1947 2 4 6 1 1 0 2
1948 0 2 3 0 0 0 1
1949 3 7 2 5 2 0 2
1950 4 2 7 2 0 2 1
1951 5 1 3 4 2 1 1
1952 3 7 2 2 3 3 1
1953 1 5 3 0 4 0 1
1954 3 0 0 0 2 1 0
1955 4 1 4 2 3 1 2
1956 1 0 1 1 1 2 0
1957 4 1 0 2 5 1 1
1958 2 9 0 0 0 2 1
1959 3 1 1 0 0 0 2
1960 10 1 4 3 1 2 0
1961 13 5 5 1 6 3 2
1962 9 2 6 3 1 3 2
1963 17 9 4 5 2 0 0
1964 6 9 1 1 1 1 4
1965 9 2 4 2 2 7 2
1966 8 1 2 1 2 4 0
1967 17 4 5 2 6 5 3
1968 6 5 3 6 1 4 4
1969 22 4 11 10 15 3 3
1970 17 10 11 6 7 1 2
1971 18 19 18 6 5 2 5
1972 13 17 12 3 3 1 3
1973 35 39 8 16 24 0 7
1974 0 0 1 9 0 0 0
1975 2 2 3 7 0 0 1
1976 0 0 1 2 0 0 0
1977 10 1 6 6 0 0 1
1978 12 3 1 2 0 0 1
1979 23 0 20 12 0 0 1
1980 20 0 10 11 1 0 1

3 17
Años Autor. Advers. Patrones F.Orden Sit.G.I. Intern. Otros

1981 21 1 12 20 0 0 2
1982 9 1 2 8 4 0 0
1983 32 2 9 37 7 1 3
1984 21 1 4 19 5 0 1
1985 31 2 13 35 1 6 1
1986 37 2 16 25 0 4 0
1987 21 1 12 19 3 0 1

LE. Hechos VPP: Formas predominantes (1947-1987)


Claves:
1: Actos (incidentes)
2: Concentraciones (desorden)
3: Concentraciones (disturbios)
4: Marciías (desorden)
5: Marchas (disturbios)
6: Tomas (desorden)
7: Tomas (disturbios)
8: Huelgas (desorden)
9: Huelgas (disturbios)
10: Paro nacional
11: Jornada protesta
12: Manifestaciones (AGP)
13: Agresión
14: Ataque armado
15: Sabotaje
16: Enfrentamiento simple
17: Enfrentamiento armado
18: Incidente electoral
19: Preparativo clandestino
20: Rebelión abierta

318
Primera Parte

Años 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

1947 0 1 1 0 1 0 0 0 4 0
1948 0 0 0 0 0 0 0 0 1 0
1949 1 0 2 0 1 0 1 0 0 0
1950 1 0 2 0 0 0 0 2 1 0
1951 1 0 0 1 0 0 0 0 3 0
1952 0 1 2 0 1 0 0 0 2 0
1953 2 0 0 0 1 1 2 0 2 0
1954 0 1 0 0 0 0 0 0 1 1
1955 0 0 0 0 1 2 0 0 3 1
1956 1 0 0 0 0 0 0 0 1 1
1957 0 1 0 1 0 1 1 0 0 0
1958 0 0 0 0 0 1 0 0 0 0
1959 2 0 0 0 1 0 0 0 1 0
1960 0 2 0 0 1 0 1 0 2 1
1961 0 0 3 0 0 7 4 0 0 2
1962 1 1 1 2 0 4 0 2 1 0
1963 0 0 1 0 3 6 4 2 1 0
1964 0 0 2 0 1 2 0 0 0 0
1965 0 1 0 1 1 5 4 0 1 0
1966 0 1 1 0 1 2 1 0 0 1
1967 1 0 0 0 0 16 6 0 0 0
1968 0 0 Q 0 0 1 2 0 1 1
1969 0 0 0 0 4 21 7 0 0 0
1970 1 0 2 1 1 6 3 1 1 0
1971 2 0 0 0 0 30 4 0 1 0
1972 0 0 0 1 1 10 3 0 0 0
1973 1 0 0 2 1 20 7 1 0 0
1974 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0
1975 1 0 0 0 0 0 0 0 0 0
1976 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0
1977 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0
1978 0 2 0 1 0 0 0 0 0 0
1979 0 2 2 1 0 4 1 1 0 0
1980 0 0 0 0 0 3 2 1 0 0
1981 1 0 0 0 0 7 2 0 0 0
1982 1 0 0 0 0 1 1 0 0 0
1983 0 0 1 0 2 3 3 0 1 0
1984 0 0 2 0 1 1 2 1 0 0

319
Años 10
1985 0 0 1 0 1 3 2 0 1 0 '
1986 0 0 2 0 1 1 4 0 2 0
1987 0 0 2 0 2 1 3 0 0 1

Segunda Parte
Años 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20

1947 0 1 0 0 0 4 0 1 0 0
1948 0 0 0 2 2 0 0 0 0 0
1949 1 0 2 1 0 3 0 3 0 0
1950 0 0 0 5 1 2 1 1 0 0
1951 0 0 0 1 1 1 3 1 0 0
1952 0 2 1 3 0 1 0 1 0 0
1953 0 0 0 1 0 1 0 3 0 0
1954 0 1 0 0 0 0 0 0 0 0
1955 1 0 1 2 0 0 0 0 0 0
1956 0 1 0 0 0 1 0 0 0 0
1957 2 1 0 0 0 0 0 1 0 0
1958 0 7 0 3 0 1 0 1 0 0
1959 0 1 0 0 0 1 0 0 0 0
1960 2 2 1 2 0 0 0 0 0 0
1961 0 1 1 1 1 5 0 0 0 0
1962 1 2 0 2 0 2 0 0 0 0
1963 0 4 2 1 1 2 1 2 0 0
1964 1 1 1 6 0 2 0 2 0 0
1965 1 4 1 3 0 1 0 0 0 0
1966 0 8 0 2 0 ü ü 0 0 0
1967 1 1 1 7 0 1 0 0 0 0
1968 2 3 1 9 1 0 0 0 1 0
1969 2 4 3 10 0 2 0 0 0 0
1970 1 8 1 11 0 2 1 0 0 0
1971 0 4 1 12 0 6 2 1 0 0
1972 0 5 4 8 0 7 1 0 0 1
1973 0 10 3 15 0 16 8 0 1 0
1974 0 0 0 2 0 0 5 0 3 0
1975 0 1 0 3 0 0 8 0 0 0
1976 0 0 0 1 0 0 2 0 0 0
1977 0 4 0 10 0 0 1 0 1 0
1978 0 6 0 2 0 1 1 0 1 0
1979 0 9 0 24 0 0 3 0 2 0
Años 11 12 13 U 15 16 17 18 19 20

1980 0 6 0 15 0 0 3 0 2 0
1981 0 13 0 21 0 0 5 0 0 0
1982 0 4 0 3 0 2 1 0 0 0
1983 10 11 0 21 0 8 1 0 0 0
1984 7 9 0 10 0 1 1 0 1 0
1985 5 5 0 28 0 5 4 0 0 0
1986 2 14 0 22 0 1 4 0 0 0
1987 0 7 0 21 0 2 0 0 0 0

I.F. Hechos VPP: Instrumentos utilizados (1947-1987)

Años Bombas A. de Fuego De entorno Corporales

1947 0 3 8 12
1948 4 1 1 1
1949 3 2 7 12
1950 5 2 5 9
1951 1 2 7 8
1952 1 2 6 12
1953 0 3 2 11
1954 0 0 2 4
1955 1 2 3 9
1956 0 0 2 5
1957 0 1 4 8
1958 2 4 9 11
1959 0 2 1 6
1960 0 3 4 13
1961 4 1 8 23
1962 3 1 3 16
1963 1 2 8 29
1964 3 2 11 15
1965 5 0 6 20
1966 1 0 5 16
1967 6 1 7 30
1968 7 0 12 15

321
Años Bombas A. de Fuego De entorno Corporales

1969 9 4 14 44
1970 10 6 15 28
1971 5 11 15 51
1972 2 9 18 35
1973 6 28 46 68
1974 3 10 O 2
1975 1 10 O 2
1976 0 3 0 0
1977 8 4 0 5
1978 3 2 O 10
1979 25 7 1 19
1980 8 14 1 20
1981 10 18 2 28
1982 2 2 6 9
1983 24 16 24 38
1984 12 9 13 25
1985 26 15 20 35
1986 30 10 16 29
1987 16 14 14 22

I.G. Hechos VPP: Número de participantes (1947-1987)

Años Individuo Grupo Poblada Muchedumbre

1947 1 2 3 7
1948 2 2 0 1
1949 1 5 2 7
1950 1 5 5 5
1951 2 1 3 6
1952 0 4 4 6
1953 2 2 4 5
1954 0 0 0 4
1955 1 2 2 6
1956 0 0 2 3

322
Años Individuo Grupo Poblada Muchedumbre

1957 0 0 0 8
1958 2 1 4 6
1959 0 0 2 4
1960 1 2 1 10
1961 0 5 3 17
1962 1 3 1 14
1963 0 7 5 18
1964 0 4 3 11
1965 0 4 8 11
1966 0 1 1 15
1967 0 7 13 14
1968 0 7 4 10
1969 0 11 11 32
1970 0 13 7 20
1971 1 11 34 17
1972 0 7 17 17
1973 3 14 29 39
1974 3 7 0 0
1975 3 10 0 0
1976 1 2 0 0
1977 3 10 3 0
1978 0 5 2 7
1979 2 30 4 13
1980 2 13 9 8
1981 5 27 12 5
1982 1 3 1 8
1983 6 16 3 36
1984 1 8 7 20
1985 1 22 13 19
1986 0 20 15 18
1987 0 18 7 14

323
I.H. Hechos VPP: Identidad protagonistas (1947-1987)
Claves:
1: Pobladores 4; Estudiantes
2; Obreros Industriales 5: Público (Mujeres)
3: Empleados 6: Militantes
7; Religiosos

Años 4 5

1947 2 5 0 0 3 4 0
1948 1 2 1 0 1 3 0
1949 7 3 1 2 3 9 0
1950 5 6 1 0 2 7 0
1951 4 4 3 1 1 2 0
1952 1 3 1 2 3 9 0
19S3 3 3 0 2 2 3 0
1954 1 3 4 3 0 1 0
1955 2 7 4 1 0 1 0
1956 1 2 1 2 0 2 0
1957 4 2 0 4 0 5 0
1958 3 0 0 3 0 11 0
1959 2 2 0 2 1 0 0
1960 3 8 8 2 1 4 0
1961 8 6 3 6 3 8 0
1962 4 7 5 3 0 6 0
1963 10 7 7 9 1 7 0
1964 8 3 4 4 0 10 0
1965 4 7 3 8 1 7 0
1966 3 2 3 10 0 4 0
1967 9 9 3 16 0 5 0
1968 0 1 5 7 1 11 0
1969 20 7 7 17 4 19 0
1970 13 7 4 10 0 23 0
1971 22 7 9 13 2 27 0
1972 12 17 3 12 0 33 0
1973 39 29 7 14 3 65 0
1974 0 0 0 0 0 10 0
1975 1 0 0 0 0 11 3
1976 0 0 0 0 0 3 0

324
Años

1977 0 0 0 0 3 13 0
1978 1 2 1 5 4 11 2
1979 2 5 3 10 7 36 5
1980 6 2 0 6 2 24 2
1981 11 3 1 9 5 31 1
1982 3 1 0 5 3 10 0
1983 30 3 8 23 13 42 4
1984 15 6 7 11 8 20 4
1985 7 3 1 21 8 38 0
1986 6 1 10 20 13 37 0
1987 7 4 6 13 6 27 0

LI. Hechos VPP: Duración (1947-87)

Períodos Un día Dos días Más de dos días

1947 11 0 2
1948 3 0 2
1949 13 1 1
1950 13 1 2
1951 10 2 0
1952 11 0 3
1953 12 0 1
1954 1 2 1
1955 5 0 6
1956 4 0 1
1957 5 1 2
1958 12 0 1
1959 6 0 0
1960 8 1 5
1961 16 4 5
1962 U 4 4
1963 22 2 6
1964 13 2 3
1965 14 6 3

325
Períodos Un día Dos días Más de dos días

1966 14 2 1
1967 21 3 10
1968 15 1 5
1969 46 2 6
1970 31 3 6
1971 52 4 7
1972 28 4 9
1973 71 8 6
1974 9 0 1
1975 12 0 1
1976 3 0 n
1977 11 1 4
1978 10 0 4
1979 39 2 8
1980 21 0 11
\%\ 38 S 6
1982 9 0 3
1983 50 7 4
1984 24 5 7
1985 45 3 7
1986 40 3 10
1987 31 1 7

I.J. Hechos VPP: Áreas metropolitanas comprometidas

Períodos Centro Sur Norte Poniente Oriente Todas

1947-52 21 34 6 8 4 7
1953-58 20 16 12 6 3 6
1959-64 51 43 13 16 7 3
1965-70 81 43 22 31 38 8
1971-73 51 69 25 31 30 3
1974-79 32 31 10 9 44 1
1980-85 76 94 34 45 71 14
1986-87 31 36 13 15 18 6

326
II. APÉNDICE METODOLÓGICO

II.A. Descripción general de la investigación


En una primera fase, se procedió a la reconstitución de los hechos de violencia
sobre la base de revisar un set de revistas y periódicos (3 ó 4, de distinta orienta-
ción ideológica, para cada hecho, según el caso) conforme a criterios de
identificación y una pauta de observación previamente establecidos. Se llegó a la
identificación de 1.063 hechos VPP para todo el período estudiado.
En una segunda fase, se procedió a descomponer cada uno de los hechos iden-
tificados con arreglo a una batería de 80 ítems (o categorías), utilizando como
base las fichas normalizadas construidas sobre las fichas directas para cada uno
de esos hechos.
En una tercera fase se introdujo los hechos codificados al computador, a efecto
de establecer las frecuencias anuales, globales, y los cruces correspondientes en-
tre las categorías establecidas. Paralelamente, se construyó una 'escala de violencia',
según una valoración estimada de la 'gravedad' involucrada en cada categoría ana-
lítica.
En una cuarta fase, se procedió a construir el contexto histórico global, utili-
zando para ello investigaciones anteriores, otros trabajos editados, y
documentándose de modo específico para aclarar algunos problemas puntuales.
Finalmente, se procedió a la redacción del producto global del trabajo.

II.B. Fuentes utilizadas


Para realizar el análisis de los hechos VPP era posible trabajar con cuatro tipos
distintos de fuentes: a) los archivos e informes policiales; b) los archivos judiciales
y del Ministerio del Interior; c) los testimonios de los actores, y d) los periódicos y
revistas.
Para esta investigación -realizada en la temporada 1987-88- la posibilidad de
trabajar los dos primeros tipos de fuentes era remota. La entrevista de los actores
que protagonizaron hechos VPP, que era más posible, constituía un método costoso
y de larga aplicación, por lo que fue desechado. De este modo, se trabajó, funda-
mentalmente, con los periódicos y revistas publicados dentro del período 1947-87,
más algunas fuentes adicionales de tipo estadístico.
Para cada hechos, de violencia se consultó -como se dijo- un mínimo de tres
tipos diferentes de periódicos (un semanario y dos diarios), a objeto de reducir el
impacto de eventuales prejuicios contenidos en las fuentes. Como regla general,
se consultó uno de derecha, otro de centro y otro de izquierda, aunque para acon-

327
tecimientos especialmente relevantes (como las asonadas del "2 y 3 de abril") se
revisó un número mayor de periódicos.
Al evaluar finalmente las fuentes utilizadas, se concluye que, en general, los
distintos periódicos utilizados coincidieron regularmente en los datos centrales
de los sucesos que reportaron. Sus diferencias son computables, principalmente, a
la 'interpretación' hecha de los mismos (adjetivación, sobre todo), a la importan-
cia relativa que se les asignó y, con más frecuencia, a la tendencia a 'silenciar'
ciertos hechos o aspectos de hechos. Con todo, cabe indicar que en cuanto a la
calidad y precisión de la información entregada, los periódicos de tendencia iz-
quierdista -El Siglo, La Última Hora y El Clarín- revelaron situarse por debajo de
los de centro o de derecha -La Tercera o El Mercurio, entre otros-; razón por la cual
fueron menos utilizados, a la larga, en la reconstrucción de los hechos VPP, que los
segundos indicados.

II.C. Categorías utilizadas


Dado que la unidad de análisis efectiva no podía ser la conducta política en sí
de cada actor popular sino, más bien, los "hechos de violencia" públicamente re-
gistrados, en los que tomaron parte múltiples actores, fue preciso construir un
cuadro categorial destinado a descomponer los hechos en un número adecuado de
variables que permitiese, a su vez, examinar las conductas de esos actores en tanto
frecuencias categoriales y desarrollo en el tiempo. A este efecto se distinguieron
once categorías, cada una de las cuales se descompuso en un cierto número de
varibles (81 en total). Se enumeran a continuación:

i. Estación
a. Verano
b. Otoño
c. Invierno
d. Primavera

2. Modo de origen del evento


a. Espontáneo
b. Derivado
c. Organizado y planificado

3. Motivación de los actores principales


a. Socio-económica

328
b. Gremial corporativa
c. Política
d. Otras motivaciones

4. Costos
a. Muertos:
(1) Pocos (hasta 3)
(2) Varios (entre 4 y 10)
(3) Muchos (sobre 10)
b. Heridos:
(1) Pocos (hasta 9)
(2) Varios (entre 10 y 30)
(3) Muchos (sobre 30)
c. Detenidos:
(1) Pocos (hasta 10)
(2) Varios (entre 11 y 50)
(3) Muchos (sobre 50)
d. Daños:
(1) Menores
(2) Medianos
(3) Mayores
e. Exonerados, relegados:
(1) Pocos (hasta 5)
(2) Varios (entre 6 y 15)
(3) Muchos (sobre 15)

5. Participantes
a. Pobladores
b. Obreros
c. Empleados
d. Estudiantes
e. Público (mujeres, otros, etc.)
f. Militantes
g' Carabineros
h. Soldados

329
i. Policía civil
j. Agentes represivos (provocadores, CNI, etc.)
k. Pequeños empresarios (taxistas, etc.)
1. Campesinos en la ciudad
m. Religiosos

6. Instrumentos utilizados
a. Bombas en general
b. Armas de fuego en general. Armas blancas.
c. Instrumentos de entorno (palos, piedras, etc.).
d. Corporales (puños, pies, etc.)

7. Areas involucradas en los eventos


a. Centro cívico y comercial
b. Área popular sur
c. Área popular norte
d. Área popular poniente
e. Áreas acomodados (oriente, sobre todo)
f. Todas las áreas

8. Formas dominantes (o derivadas)


a. Actos y asambleas (incidentes en)
b. Concentraciones (con desorden público)
c. Concentraciones (con disturbio y enfrentamiento)
d. Marcha, desfile (desorden)
e. Marcha, desfile (disturbio)
f. Toma de local o terreno (desorden)
g. Toma de local o terreno (disturbio)
h. Huelga sectorial (desorden)
i. Huelga sectorial (disturbio)
j. Paro nacional, con acciones callejeras
k. Jornada de protesta (asonada popular)
1. Manifestaciones (agitación, con disturbio)
m. Agresión (sin armas)
n. Ataque o asalto (armado).

330
ñ. Sabotaje.
o. Enfrentamiento simple (sin armas).
p. Enfrentamiento con armas de fuego.
q. Incidente electoral.
r. Preparativos cladestinos (arsenal, campamentos).
s. Rebelión abierta.

9. Duración del evento principal


a. Un día o menos
b. Dos días
c. Más de dos días

10. Contra quién o qué se orientó el hecho


a. Contra la autoridad establecida
b. Contra adversarios políticos (civiles)
c. Contra los patrones, capitalistas, propietarios
d. Contra las fuerzas del orden y represivas
e. Contra la situación general interior
f. Contra la situación internacional (imperialismo)
g. Contra 'otros' (especuladores, krumiros, etc.)

11. Número de participantes


a. Individuo (de uno a dos individuos)
b. Grupo (de 3 a 20 individuos)
c. Poblada (de 21 a 200 individuos)
d. Masa o muchedumbre (sobre 200 individuos)

II.D. Escala de violencia y radicalizacion políticas

Categorías y variables utilizadas Puntajes asignados


1. Modo de origen del evento
(Nivel discriminatorio I) Multiplica por:
a. Espontáneo 1
b. Derivado 2
c. Organizado 3

331
2. Motivación de los actores principales
(Nivel discriminatorio I)
a. Socio-económica 1
b. Gremial, corporativa 2
c. Otros 3
d. Política 4

3. Instrumentos utilizados
(Nivel discriminatorio III)
a. Otros 3
b. De entorno 6
c. Bombas 9
d. Armas 12

4. Número de participantes
(Nivel discriminatorio III)
a. Individuos 3
b. Grupo 6
c. Poblada 9
d. Masa 12

5. Áreas involucradas
(Nivel discriminatorio II)
a. Toda la ciudad 10

6. Formas dominantes
(Nivel discriminatorio III)
a. De tipo funcional (concentración, marcha, huelga, etc.)
b. Tomas y manifestaciones 6
c. Ataques y enfrentamientos 9
d. Paros nacionales y jornadas de protesta 12

7. Contra quién o qué se orientó el hecho


(Nivel discriminatorio IV)
a. Contra situación general interna 4

332
b. Contra patrones y capitalistas 8
c. Contra adversarios políticos 12
d. Contra autoridades establecidas 16
e. Contra fuerzas del orden 20

8. Duración
(Nivel discriminatorio II)
a. Un día o menos 2
b. Dos días 3
c. Más de dos días 4

9. Costos
(Nivel discriminatorio III)
a. Detenidos 3
b. Daños 6
c. Heridos 9
d. Muertos 12

Nota: Los puntajes asignados se multiplicaron por las frecuencias anuales ha-
lladas para cada variable incorporada en esta escala. La suma de los productos
parciales arrojó así una suma anual, cifra con la cual se construyó la curva de
gravedad y radicalización políticas de los hechos VPP del Cuadro 22.

i 33
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34'
ÍNDICE GENERAL

Prefacio a la segunda edición

Reposicionando las críticas


1. Los tiempos de la crítica: dispersiones de derrota y propuestas
de reagrupación
a) Los "escépticos del sentido"
b) La crítica 'renovada'
c) La crítica del "humanismo crítico"
2. Las críticas al libro
Violencia política popular en las 'grandes alamedas'

Presentación 25

Introducción 27
a. Epistemología ahistórica de la Nación, epistemología histórica del
"bajo pueblo" 27
b. Estratificación factual de las actitudes epistemológicas: razones
y consecuencias
c. La hegemonía de las constelaciones 'G': algunos hechos relevantes
d. El pensamiento realizándose en la realidad: el caso de la ciencia 'oficial'
e. La realidad en busca del pensamiento: el caso de la ciencia 'reclusa'
f. De los caminos del "bajo pueblo" en Chile; la inconclusa historia
de las "agitaciones sociales"
g. El opio del "bajo pueblo", o las suplantaciones de la 'ciencia popular'
h. Arrostrando los riesgos del paradigma histórico

347
Capítulo I
Perspectiva histórica de la violencia política en Chile 67
1. Endurecimiento constitucional y movilización contra el Estado 67
a. La estabilidad en el autoritarismo portaliano (1830-91) 69
b. La estabilidad en el parlamentarismo post-portaliano
(1891-1925) 70
c. La estabilidad en la democracia neo-portaliana (1925-73) 74

2. Ciento sesenta años de librecambismo 82


a. Los mercaderes (de carne y hueso) al poder (1829-33) 83
b. El castillo vacío, los mercaderes fantasmas y el poder del hechizo
(1925 y después) 88
c. Donde las armas del librecambismo revelan no ser meros fantasmas
(1973-90) 91

3. Ciclos y escenarios de la violencia política en la historia de Chile 93

4. La violencia política protagonizada por los


sectores populares en el período 1947-87 101

Capítulo II 105
Hechos y tendencias conductuales de violencia
político-popular en la ciudad de Santiago (1947-1987) 105
1. Conceptos, definiciones y articulaciones 105
a. Manifestaciones 'reclusas' del proyecto histórico popular 107
b. Manifestaciones de 'salida' del proyecto histórico popular 108
c. Manifestaciones 'prerrevolucionarias' del proyecto histórico popular 108

2. Los hechos VPP en Santiago, 1947-87: frecuencias y tendencia general 112

3. Motivos y objetivos aparentes de la VPP durante el período 1947-1987 116


a. Motivaciones 117
b. Modo de origen (coyuntural) 122
c. Objetivos y 'contras' 126

348
4. Formas dominantes e instrumentos de las acciones VPP (1947-87) 132
5. Actores protagonistas, actores de movimiento 148
6. Los perfiles globales del proceso VPP y el 'punto de intolerancia' 169

Capítulo III
El movimiento histórico de violencia política popular: relato de
cuarenta años
1. Composición y descomposición del nacional-desarrollismo (1932-58)
a. El escenario
b. El movimiento VPP
Las cosas no se habían dado bien en la mañana del 12 de enero
de 1947 en el Hipódromo Chile. 191
De la acción reivindicativa-funcional a la acción directa 197
La ideología en nudo ciego, o el conflicto lateralizado 207
El 'reventón histórico' de 1957 209

2. Recomposición y crisis del nacional-populismo (1959-73) 220


a. El escenario 220
b. El movimiento VPP 228
La huelga reivindicativa: del movimiento multigremial
a la ocupación territorial 230
Las 'tomas': desde la mediagua a la comuna 247
Ataques espontáneos, ataques organizados 255
La violencia contra adversarios: de la competencia
electoral por el Estado, a la "batalla de las masas por Santiago" 263

3. Neoliberalismo: fase dictatorial (1973-1987) 277


a. El escenario 277
b. El movimiento VPP 284
El sujeto, los valores 286
Ataques y contraataques 290
La "revuelta de los pobladores" 295

349
Epílogo 309

Apéndices 313
I. APÉNDICES ESTADÍSTICOS (FRECUENCIAS ANUALES) 313
LA. Hechos VPP: Frecuencias anuales (1947-1987) 313
I.B. Hechos VPP: Motivaciones (1947-1987) 314
I.e. Hechos VPP: Modo de origen (1947-1987) 315
LD. Hechos VPP: Objetivos y "contras" (1947-1987) 317
LE. Hechos VPP: Formas predominantes (1947-1987) 318
LE Hechos VPP: Instrumentos utilizados (1947-1987) 321
LG. Hechos VPP: Número de participantes (1947-1987) 322
LH. Hechos VPP: Identidad protagonistas (1947-1987) 324
I.I. Hechos VPP: Duración (1947-87) 325
I.J. Hechos VPP: Áreas metropolitanas comprometidas 326

n. APÉNDICE METODOLÓGICO 327


II.A. Descripción general de la investigación 327
II.B. Fuentes utilizadas 327
II.C. Categorías utilizadas 328
II.D. Escala de violencia y radicalización políticas 331

Referencias Bibliográficas 335

Lista de cuadros
N° 1 Hechos de violencia política popular (1947-87) 113
N" 2 Violencia política popular (1947-87): Motivaciones 119
N° 3 Violencia política popular (1947-87): Modos de origen 124
N° 4 Violencia política popular (1947-87): Objetivos y 'contras'. 130
N° 5 Violencia política popular (1947-87): Formas predominantes 142
N" 6 Violencia política popular (1947-87): Formas 'funcionales'
y 'de ruptura' 143
N° 7 Violencia política popular (1 947-87): Instrumentos utilizados 147
N° 8 Violencia política popular (1947-87): Número de participantes 151
N° 9 Violencia política popular (1947-87): Identidad social de los
protagonistas 154

350
N" 10 Violencia política popular (1947-87):
Actores y escala de protagonismo 156
N" 11 Violencia política popular (1947-87): Autonomía y asociatividad de
los protagonistas 157
N" 12 Violencia política popular (1947-58): Relaciones de asociatividad 158
N" 13 Violencia política popular (1959-73): Relaciones de asociatividad 159
N" 14 Violencia política popular (1974-87): Relaciones de asociatividad 160
N" 15 Violencia política popular (1947-87): Jerarquización de
preferencias asociativas 161
N" 16 Violencia política popular (1947-87):
Conducta autónoma de los pobladores 164
N" 17 Violencia política popular (1947-87):
Conducta autónoma de los militantes 166
N" 18 Violencia política popular (1947-87): Duración de los hechos 170
N" 19 Duración media de los hechos VPP: índices por ciclo presidencia] 170
N" 20 Violencia política popular (1947-87):
Áreas metropolitanas comprometidas 173
N" 21 Violencia política popular (1947-87): El costo social 175
N" 22 Violencia política popular (1947-87): Radicalización global 177

351
K M IK. • . • » ! « < > i i / v « i i > < > !•<>!-; 11*1.1-:
HOI* EI. I K / V H ^ . I O I»E
Comité Editorial Silvia Aguilera, Mauricio Ahumada, Mario Carees, Luis Alberto Mansilla, Tomás Moulian, Naín
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Gabriel Salazar y j u l i o Pinto
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• HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE CHILE IV
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• ¿REVOLUCIÓN PROLETARIA O QUERIDA
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(1825 - 2001)
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• LABORES PROPIAS DEL SEXO

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SALVADOR ALLENDE 1938 - 1973
Tomás Moulian
GABRIEL SALAZAR

La violencia política popular


en las "Grandes Alannedas"
La violencia en Chile 1947-1987
(una perspectiva histórica popular)

S i n d u d a es u n f e n ó m e n o notable que, en la historia de Chile,


el "bajo pueblo" (es decir, la clase popular), pese a que ha constituido
durante dos siglos la masa absolutamente mayoritaria (tres cuartos)
de la sociedad nacional, jamás haya sido considerado, ni teórica ni
factualmente, como el corpus social central de la nación, sino tan solo
c o m o una parte de ella, c o m o un sector e n t r e otros.
Este libro es una inspección histórica de ese pueblo, y de sus
manifestaciones en la política, en el "lado oscuro"de la política. Es decir,
de esa frontera difusa donde, por largo tiempo, se han confrontado
las necesidades frustradas de la clase popular, y las estabilidades
amenazadas de la institucionalidad nacional. Para ello se analiza la
violencia política popular en Santiago en el período que va de 1957
a 1987. Aquella frontera ha sido (y aun parece ser) una zona peligrosa,
de alta inestabilidad, que es necesario investigar y, sobre todo,
comprender. No solo lo exige la paz interna de la nación, sino también
el desarrollo -demasiado tiempo postergado- de una autentica ciencia
y política popular.

•"ii^"'^ ^
U FOTOCOPIA
MATAALUiRO

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