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Vigencia de Malthus en tiempos de

pandemia
Por El Colono del Oeste: 6 junio, 2020

Cuando el clérigo anglicano Thomas Malthus publicó, en 1803,


su Ensayo sobre el principio de población es dable conjeturar que no
habría imaginado la vigencia que sus observaciones acerca de
la relación entre crecimiento demográfico y recursos para la
subsistencia han venido teniendo, tienen y, seguramente, tendrán.

La lógica de su argumento es la siguiente: la población crece, de


generación en generación —es decir, con una frecuencia de 25-30 años
— de manera geométrica; y los medios para la subsistencia —
alimentos, abrigo, vivienda, etcétera— aumentan en
proporción aritmética.

Una progresión numérica es geométrica cuando los términos que


integran la secuencia se multiplican por un número constante o razón.
Así, la progresión 5, 15, 45, 135, 405… tiene un factor de progresión
igual a 3. Por su parte, en una progresión aritmética positiva, la sucesión
de números que la integran tiene una distancia constante y se
van sumando. De tal manera, en la sucesión 3, 6, 9, 12, 15, 18… la
diferencia o distancia constante es también igual a 3. Son dos formas de
secuenciar una progresión, en un caso se habla de
crecimiento exponencial, en el otro, de crecimiento aritmético.

El principio de explicación multifactorial

Entonces Ceteris paribus —palabra del latín utilizada frecuentemente por


los economistas cuando quieren significar condiciones sociales
imaginarias y estables— para Malthus, la población crece multiplicándose
y los recursos adicionándose. No obstante, en los análisis socio-
demográficos postular la ceteris paribus habría de carecer de
validez operativa, pues lo que se busca es comprender un
determinado problema social, lo que requiere considerar, sobre todo, las
especificidades y las variaciones. En consecuencia, la relación entre
población y recursos, planteada por el erudito británico, debe
acompañarse, necesariamente, de una explicación multifactorial.

Los derrumbes demográficos y el auge o “baby boom”

Las pestes y las guerras han actuado, históricamente, como


fenómenos capaces de producir variaciones notables en los términos de
la relación malthusiana que hemos esbozado. Se habla, por ejemplo, del
“derrumbe demográfico del siglo XVII en Hispanoamérica”, para
referir la ocurrencia de los efectos combinados de las matanzas, la
proliferación de enfermedades contagiosas traídas por los
conquistadores, la usurpación del suelo, la modificación de los hábitos de
alimentación, la explotación en el trabajo obligado en las minas, para la
extracción de oro y plata y, finalmente, la angustia experimentada por la
población amerindia. Factores que han producido un declive tan severo,
que se lo suele llamar también “hecatombe”.

Con mucho más rigor estadístico, ya en el siglo XX, se pueden constatar


las consecuencias demográficas de los efectos combinados de la Primera
Guerra Mundial y la Gripe Española. Otra dramática situación, desde el
punto de vista poblacional, se produjo tras la Segunda Guerra Mundial.
Saldada, subsecuentemente, con un auge demográfico en los años 50
y 60, que se explica por las condiciones ofrecidas por los estados de
bienestar en todas sus formas y por los avances de las políticas
sanitarias: vacunación, antibióticos y proliferación de hospitales
públicos. A este período de auge se lo conoce como “baby boom”, en
clara alusión al comportamiento de la variable natalidad. Para
dimensionarlo, bastará recordar que, en los años 60, era tal la
preocupación de los estadistas por la “sobrepoblación”, que muchos
países periféricos solo accedían  a préstamos del Fondo Monetario
Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) o incluso de las primeras
fundaciones de orientación filantrópica, como la del magnate John
Rockefeller Jr., sí —y sólo sí—, presentaban un plan de control
poblacional.

 ¿Genocidio?

Recientemente, tras la declaración de pandemia, la cuestión demográfica


apareció solapada tras otras de carácter, aparentemente, más urgente:
entre ellas, la cuestión económica y la disputa entre quienes sostienen
que deben relajarse al máximo las medidas de aislamiento social,
aunque ello implique la ruina de muchas empresas y la cuestión política,
en relación al debilitamiento o fortalecimiento de gobiernos y regímenes
que la pandemia habría de provocar. También ha aparecido una
preocupación latente por el futuro inmediato, es decir, cuándo y cómo se
saldrá de esta crisis sanitaria. No obstante, en estas horas dramáticas
que hemos venido viviendo, un vocablo activó de pleno el problema de
fondo, el socio-demográfico: el vocablo “genocidio”, articulado por el ex
presidente Luiz Inacio Lula da Silva para referirse a la situación
pandémica en Brasil.

Mientras países como Corea del Sur han logrado aplanar la curva de
contagios con mínimas medidas de aislamiento social y sin detener
prácticamente la marcha de la economía, otros, como el de Lula da
Silva, están viviendo momentos extremadamente difíciles. En efecto,
merced a su ubicación geográfica central en el conjunto de países que
han protagonizado el auge de prosperidad del Este Asiático, propulsado
por China, Corea del Sur es presentado, sobre todo por la prensa liberal,
como una especie de ejemplo a seguir. Ya en marzo, Peter Earle
del American Institute for Economic Research (AIER), ha planteado que
“Corea del Sur está aprovechando los derechos de propiedad privada
para frustrar la propagación del virus”. Además, agregó que “se han
establecido tests de prueba para conductores en todo el país, por medio
de los cuales las personas, después de un examen de 10 minutos, son
notificadas a las pocas horas, si están infectadas (…) y los infectados son
tratados en centros cuyo espíritu es el de una cuarentena suave”. Entre
las variables claves que explican este desempeño, aparecen la
experiencia con otros SARS, como el HIN1, o influenza y el alto nivel
de acceso personal a la tecnología del que disponen los surcoreanos.
Lo que ha hecho posible el distanciamiento inmediato, poniendo en
práctica telecomunicaciones y otras tecnologías.

En contraste, en Brasil, Lula da Silva, como se ha consignado, acusó a


Jair Bolsonaro, el presidente en ejercicio, de estar causando un
genocidio, textualmente dijo: “soy católico, rezo para que el pueblo
brasileño escape de este genocidio” y es que en poblaciones muy
vulnerables, por su pobreza e ignorancia, no hacer nada basta para
provocar un desastre.

En definitiva, el descubrimiento de Malthus sigue vigente, nos ha


advertido acerca de la diferencia radical entre el comportamiento de la
población y la disponibilidad de recursos para que ésta pueda
sostenerse. En los extremos, algunos estadistas optan por mirar para
otro lado y otros, más inmorales, parecen asumir que tienen “población
excedente”. En general, como siempre que se trata problemas sociales
agudos y de escala global, la mayoría de los estados parecen ir detrás
de los acontecimientos.

Mauricio Yennerich

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