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DILEMAS SOBRE LA CONSTRUCCION DE LA PAZ EN COLOMBIA

Álvaro Villarraga Sarmiento[1]

Las políticas de paz de los gobiernos colombianos en los años 80 y 90 se


asociaron a estrategias como la disposición al diálogo y la negociación con las
guerrillas; la definición de agendas con temas que aludieron a las causas del
conflicto; la creación de espacios de concertación política con participación de
organizaciones políticas y sociales; iniciativas legislativas sobre reformas
asociadas a los procesos de paz o a sus instrumentos; el desarrollo de
programas de inversión social en zonas de conflicto; el reconocimiento de la
grave problemática humanitaria y la urgente aplicación del DIH y el recurso a
formas de facilitación e intermediación interna e internacional. Sin embargo, los
resultados han sido parciales cuando no fracasados sin que se logre la
superación global del conflicto armado ni la consolidación definitiva de las
premisas de la paz.

Tras el fracaso de un proceso de paz con las FARC y el ELN que fue
precedido por un amplio movimiento social por la paz y un amplio consenso
nacional alrededor de las premisas de una política de paz, se impone en los
años recientes el intento del presidente Uribe de conseguir la derrota militar de
la insurgencia y superar la violencia con un esquema de gobernabilidad con
rasgos autoritarios. En consecuencia, abandonó el proyecto de construir, con
visión de mediano plazo, una política de paz nacional y estatal, la cual no ha
sido considerada ni siquiera en el sentido formal, por cuanto se parte de negar
la misma existencia del conflicto armado interno, para afirmar que el fenómeno
se reduce a una amenaza de carácter terrorista.

El reto actual de acabar definitivamente con las expresiones de guerra interna


que aún nos afectan y que han ocasionado una grave tragedia humanitaria,
implica en el mejor de los casos la pronta consecución de pactos de paz con
las guerrillas activas. Pero el concepto que cobra fuerza en Colombia es que la
paz no se reduce a tal posibilidad, ni se sujeta a la voluntad particular de los
actores de la guerra, sino que conlleva dinámicas institucionales y sociales
comprometidas con la construcción de un proceso político, social y cultural
integral. Esto se debe traducir en la reconstrucción de las relaciones sociales,
la reparación de los daños causados, la atención de los derechos de las
víctimas, la recuperación del tejido social y la superación de las causas de la
guerra. Es así como se hará posible sentar los pilares de la construcción en
firme de una paz democrática y de la reconciliación.

El Gobierno Betancur sentó valiosas premisas en política de paz a pesar


del fracaso en las negociaciones de paz

El presidente Belisario Betancur (1982-1986) dialogó con los grupos


guerrilleros para conseguir la paz, reconoció como asunto prioritario la
recuperación de la convivencia y adoptó una política de paz. Su discurso
asumió el concepto de “las causas objetivas y subjetivas de la violencia” y, en
consecuencia, inició un Plan Nacional de Rehabilitación (PNR), dirigido a zonas
campesinas pobres y afectadas por el conflicto armado[2] e introdujo una

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reforma constitucional de descentralización que incluyó por primera vez la
elección popular de los alcaldes. Su política de paz planteó relacionar la acción
gubernamental, estatal y la convocatoria a la ciudadanía tras el propósito de la
paz. Reconoció carácter político a las guerrillas y aceptó que la solución
negociada se relacionaba con reformas políticas y sociales que superaran las
causas del alzamiento. Con este criterio, impulsó en el Congreso una amnistía
para los rebeldes[3].

El gobierno nombró una Comisión de Paz de amplia representación política y


social[4] que fue la responsable de intermediar, negociar y seguir el curso del
proceso de paz mediante delegación del presidente[5]; el presidente Betancur
también recurrió al nombramiento de tres Altos Comisionados para la Paz[6],
quienes fueron voceros suyos, integrados a la vez en la Comisión de Paz y a
las comisiones de diálogo y negociación que se conformaron. Se suscribió
entonces un Acuerdo de Cese al Fuego, Tregua y Paz entre la Comisión de
Paz y las FARC[7] que consideró garantías para que los integrantes de esta
guerrilla retornaran a la legalidad y la Comisión de Paz promovería reformas
sociales y políticas para “hacer efectiva la justicia social”. De igual forma, se
suscribió un Acuerdo de Cese al Fuego y Diálogo Nacional, entre la Comisión
de Paz y los movimientos insurgentes PCC ML- EPL y el M-19[8], el cual
implementó un mecanismo de “diálogo nacional” con comisiones temáticas en
las que participaron las partes, instituciones y organizaciones civiles, orientadas
a conseguir consensos sobre reformas y otras medidas. Estos acuerdos
establecieron prohibiciones de cometer violaciones a los derechos humanos y
al derecho humanitario y demandaron investigaciones al respecto a la
Procuraduría General.

Entre las disposiciones legales y administrativas para atender el proceso de


paz estuvo una ley de amnistía y decretos gubernamentales que dieron origen
al “Programa especial de micro.-empresas de rehabilitación”, a un “sistema
especial del validación de cursos y obtención de títulos”, un “servicio social
obligatorio en zonas afectadas”, créditos y tierras a los amnistiados[9].
Adicionalmente, a través de directivas presidenciales el Gobierno orientó
acciones de autoridades y funcionarios referidas al proceso de paz[10].

La política de paz de este gobierno aportó en aspectos que retomaron otros


gobiernos posteriores. Sin embargo, la tregua con la mayoría de las guerrillas y
los entendimientos hacia una apertura política ocasionaron fuertes reacciones y
una creciente polarización. Los gremios económicos, las fuerzas militares y la
mayoría de los dirigentes de los partidos tradicionales[11] se opusieron al
proceso de paz. De otra parte, la crisis fiscal y dificultades económicas
condujeron al Gobierno a aplicar disposiciones de ajuste presionadas por el
FMI, lo cual repercutió en una dinámica de protestas sindicales y en un fuerte
paro nacional.

La tregua con las FARC dio origen al nuevo movimiento político Unión
Patriótica, que participó en elecciones y consiguió una importante
representación parlamentaria, sin precedentes al momento en la izquierda
colombiana. Sin embargo, durante este periodo aparecen el MAS y otros
grupos paramilitares y se suceden frecuentes atentados contra los miembros

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de la UP, opositores políticos y líderes de organizaciones populares. En estas
condiciones el diálogo acordado con el EPL y el M-19 no avanzó, las treguas
fueron alteradas por los problemas políticos e incidentes militares, varios de los
voceros nacionales y regionales de las guerrillas en tregua sufrieron graves
atentados y progresivamente se rompieron los acuerdos y se retornó a las
hostilidades.

El Gobierno Barco desbordado por la violencia recuperó posibilidades de


rehabilitación y posibilitó un acuerdo de paz parcial

La política de paz del presidente Virgilio Barco (1986 – 1990) fue de evitar el
diálogo con las guerrillas[12], no nombrar comisiones intermediarias y centrarse
en ampliar la cobertura del PNR; argumentó que la paz sería el producto de
acabar con la pobreza y la miseria, tras superar las bases objetivas de la
violencia política. Sustituyó el énfasis en la paz por una política de
Rehabilitación, Reconciliación y Normalización. Sobre buscó recuperar la
presencia del Estado en las regiones de conflicto y convocó las comunidades a
participar en Consejos Municipales de Rehabilitación para acordar obras de
inversión social.

Pero en 1988 el Gobierno, ante el recrudecimiento de la violencia propiciada


por la guerrilla, el narcotráfico y otras formas delincuenciales, introdujo un viraje
en política de paz. Lanzó una “Iniciativa para la Paz” que habilitó de nuevo la
interlocución con las guerrillas y, sin sustituir los programas anteriores, propuso
la reincorporación a la legalidad de las guerrillas sobre la base de una reforma
constitucional y un esquema de acciones de distensión, garantías a través de
los consejos nacional y regionales de normalización y garantías políticas y
jurídicas para la reincorporación de los combatientes. Con base en esta
iniciativa se produjo el proceso de paz definitivo con el M 19 y, al producirse en
reacción a la crisis de gobernabilidad ocasionada por la intensificación de las
formas de violencia que condujo por presión de sectores sociales y políticos a
la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente se iniciaron diálogos
de paz con las guerrillas del EPL, el PRT y el MAQL.

No obstante, ante la arremetida de los grupos paramilitares, en gran medida


promovidos por sectores del narcotráfico pero con complicidades oficiales,
contra la militancia de la Unión Patriótica, en lo que este movimiento señaló
como un “plan de exterminio” que cobró la vida de sus principales dirigentes,
miembros de corporaciones públicas y reconocidos líderes sociales, se alejaron
las posibilidades de entendimiento con las FARC. Al momento, el ELN no había
aceptado diálogos de paz con ningún gobierno.

Entre las disposiciones legales y administrativas en respaldo al proceso de paz


el gobierno expidió la Ley 77 de amnistía e indulto[13] y una serie de decretos
para reglamentar su aplicación y sobre la creación de Consejos de
Rehabilitación, un Plan de Rehabilitación, el Consejo de Normalización y la
designación del Consejero de Paz y de un Consejo Consultivo, responsables
de la política de rehabilitación, normalización y reconciliación[14].

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Este gobierno aportó, en términos de políticas de paz, un énfasis en los
compromisos programáticos de Estado y de gobierno con visión de desarrollo y
largo plazo; creó espacios institucionales de participación ciudadana y,
posteriormente, con base en la aplicación de la Iniciativa para la Paz, consiguió
el primer acuerdo de paz con uno de los principales grupos guerrilleros del
país[15]. En la fase de no aceptación por el Gobierno de diálogos directos con
las guerrillas hay que reconocer el aporte, en términos de intermediación y
buenos oficios, de iniciativas civiles[16]. En particular, la Comisión de Notables
desempeñó una intermediación reconocida por las partes y presentó informes
que permitieron iniciar las conversaciones de paz.

Es necesario destacar la importancia de procesos regionales en varios


departamentos y localidades de impulso a la paz y promoción de las
conversaciones entre el Gobierno y las guerrillas, como fueron los que se
presentaron en Tolima y Cauca. También incidió positivamente en la
reformulación de la política de paz oficial un informe elaborado por una
comisión de académicos encargada por el gobierno[17]. Un elemento negativo
fue el nivel de impunidad ante la intensidad que cobró la violencia política,
dirigida especialmente contra la Unión Patriótica y los grupos políticos y
sociales de oposición. Se llegaron a generalizar los casos de desapariciones,
homicidios y masacres en distintas regiones del país.

El Gobierno Gaviria contribuyó a una Constituyente que fue


escenario y premisa de varios procesos de paz

El gobierno del presidente César Gaviria (1990-1994) dio continuidad a los


procesos de paz iniciados por la anterior administración; delegó
directamente al Consejero de Paz, Jesús Bejarano, y al Ministro de
Gobierno. Validó la interlocución directa con las guerrillas y, de común
acuerdo con las guerrillas, fueron invitados en calidad de tutores y
veedores la Iglesia Católica y entidades internacionales en la fase de
acuerdos de paz finales. La política de paz denominada "Estrategia contra
la Violencia”, abogó por “un tratamiento integral de los distintos factores
de violencia”, validó los acuerdos políticos y las garantías para la
inserción de las guerrillas. Incluyó el tratamiento de temas de derechos
humanos, recuperación de la convivencia ciudadana y el fomento de
planes de desarrollo, a la vez que se propuso recuperar la justicia y la
presencia estatal en el conjunto del territorio nacional.

Durante este mandato se realizó la Asamblea Nacional Constituyente que hizo


posible la reforma institucional democrática más importante en la historia
colombiana reciente, de forma que tal proceso estuvo directamente
relacionado con varios procesos de paz. En efecto, se dieron los pactos
de paz con el EPL, el PRT, el MAQL y tras la expedición de la nueva
Constitución Política con la CRS y las Milicias Populares de Medellín. Los
cuatro primeros de estos movimientos acogidos a pactos de paz tuvieron
representantes directos en la Constituyente[18].

Los pactos de paz del EPL, PRT y MQL tuvieron como centro las reformas a
implementar en la constituyente, de forma que ello se complementó con la

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aplicación de otros compromisos para la reintegración política y social como el
indulto, la favorabilidad para el proyecto político surgido en la legalidad y se
implementación programas de desarrollo regional en zonas afectadas, medidas
en derechos humanos y programas de reinserción de ex combatientes[19]. La
coordinación de los compromisos y programas de los pactos de paz los
asumieron los Consejos de Normalización, el Programa para la Reinserción.
Paralelamente se presentaron diálogos con las FARC y el ELN que llegaron a
considerar la posibilidad de participar en la ANC pero no lo lograron dado el
carácter muy parcial de los consensos conseguidos y la disposición de guerra
que se mantenía entre las partes.

Entre las disposiciones legales y administrativas la Asamblea Nacional


Constituyente expidió la nueva Constitución Política que consagró el
derecho a la paz e incluyó normas relativas a los procesos de paz y sus
figuras de amnistías, favorabiliadad política y programas de rehabilitación
y reincorporación. A su vez, el Gobierno realizó los procesos de paz con
apoyo en los mecanismos establecidos por la Constituyente y la Ley 104
de 1993 y adoptó decretos presidenciales sobre aplicación de las
amnistías e indultos, reincorporación de ex guerrilleros y milicianos
urbanos a la vida civil, la favorabilidad política que incluyó el acceso de
integrantes de la CRS a la Cámara de Representantes y una
circunscripción especial de paz para los consejos municipales a la que
tuvieron acceso todos los movimientos acogidos a procesos de paz en
años recientes, la posibilidad del acceso permanente e individual al
Programa de Reinserción de los guerrilleros que se acogieran a la
legalidad[20]. De igual forma el Gobierno expidió varias Directivas
Presidenciales para orientar compromisos de las autoridades a distinto
nivel con el proceso de paz[21].

Dada cierta ambigüedad entre la existencia de compromisos con los pactos de


paz e intensificación de las hostilidades con otras guerrillas, el gobierno debilitó
el compromiso con los primeros y decretó en el segundo año de su mandato la
“Guerra Integral”. Recurrió entonces a las declaratorias de conmoción interna,
suspendió garantías ciudadanas, redujo el impacto de los programas de
rehabilitación regional y reinserción y hubo detrimento de la situación de los
derechos humanos y el derecho humanitario con responsabilidades estatales,
de los paramilitares y las guerrillas. El Gobierno, alentado, por el nivel de
relegitimación conseguido por el Estado con la Constituyente, creyó posible la
derrota militar definitiva e inmediata a las FARC y el ELN y lo proclama para un
término de tres semestres. Ello no sucedió y, por el contrario, se extendió e
intensificó el conflicto armado.

Pero de otra parte, hay que destacar el surgimiento de iniciativas ciudadanas


en demanda de la paz y del respeto a la población civil que fueron
configurando en los años 90 una importante forma de presión política y
social y de incidencia política a favor de configurar una política de paz
permanente, de carácter estatal y sustentada en la participación
ciudadana.

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El Gobierno Samper en medio de la crisis esbozó una política de
paz que conllevó nuevos mecanismos

El presidente Ernesto Samper (1994-1998) adoptó como eslogan de su política


de paz: “Hacia un Diálogo Útil y Duradero”, cuyo concepto implicaba
disposición oficial para establecer conversaciones de paz con las
guerrillas, pero para conseguir reales compromisos hacia acuerdos
definitivos y evitar nuevos fracasos, en los diálogos con las FARC y el
ELN. Retomó la figura del Alto Comisionado para la Paz encargándolo de
explorar la posibilidad del diálogo, preparar las condiciones para su inicio
y responder en la aplicación de la política de paz, en estrecha
coordinación con el Presidente[22].

Los aspectos centrales de la política de paz consistieron en asumir el concepto


de paz integral para asociar, más allá de las negociaciones de paz, una
política de recuperación de la convivencia y un conjunto de acciones
estatales de mediano y largo plazo; el reconocimiento del carácter político
del conflicto armado y de las organizaciones guerrilleras; la disposición a
negociar en medio del conflicto y sin condiciones previas; la necesidad de
concertar el proceso de negociación con las guerrillas; la decisión de
recuperar el monopolio legítimo de la fuerza por parte del Estado; el
tratamiento prioritario del tema del derecho internacional humanitario; el
reconocimiento de la participación de la sociedad civil y de soluciones a
los conflictos regionales.

Con base en estas consideraciones, el Gobierno intentó iniciar diálogos con


las FARC, a partir del despeje militar del municipio de Uribe, Meta. Sin
embargo, ante la oposición militar el Gobierno no aceptó la
desmilitarización del área solicitada por ésta guerrilla y se frustró el
intento, lo cual conllevó la renuncia del Alto Comisionado para la Paz.
Pero esta situación ya guardaba relación con los signos de debilidad
gubernamental que entorpecieron el proceso de paz, a partir de la crisis
que ocasionó la denuncia e investigación judiciales por penetración de
dineros del narcotráfico en la campaña de elección del Presidente
Samper. A partir de allí el tema decayó en la agenda oficial, el presidente
buscó recuperar respaldo y legitimidad con el llamado a la actuación
militar y, en consecuencia, se consiguieron sólo algunos resultados
parciales de entendimiento discreto entre el gobierno y las guerrillas. Con
las FARC se produjo una aproximación para resolver la captura de 70
miembros de la fuerza pública. Así se produjo el Acuerdo de Remolinos
del Caguán, en 1997[23], mediante el cual fueron liberados los retenidos,
contando con intermediación y apoyo de la Iglesia, de la Comisión de
Conciliación Nacional, de la Cruz Roja nacional e internacional, así como
con cierto acompañamiento de la Defensoría del Pueblo. Con el ELN
hubo aproximaciones en el tema de la humanización de la guerra,
intercambio en materia de política petrolera y la preparación del “pre-
acuerdo de Viana”, en España, en 1998[24]. El cual no fue ratificado dado
que se filtró la información a la prensa y se vició así el procedimiento
reservado establecido. En la finalización del mandato el ELN firmó un el
Acuerdo de Mainz, Alemania, con compromisos humanitarios y la

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convocatoria a una Convención Nacional que sirviera de marco a un
proceso de paz, pero tan sólo con el Consejo Nacional de Paz y con
exclusión de la representación del gobierno.

En la dinámica hacia el proceso de paz el gobierno hizo uso de la Ley 418 de


1997 que definió los instrumentos para el efecto, creó mediante la Ley
434 de 1998 el Consejo Nacional de Paz y expidió varios decretos [25] para
las instancias y funcionarios encargados del tema, el funcionamiento del
Consejo Nacional de Paz y las garantías convenidas en el Acuerdo de
Paz con el grupo miliciano de Medellín MIR COAR[26].

En relación con la propuesta proveniente de sectores civiles, de pasar de una


política gubernamental a una estrategia nacional de paz que involucrara
integralmente al Estado y concediera activa participación a la sociedad civil, se
conformó el Consejo Nacional de Paz y varias disposiciones legales que
facilitaron su trabajo y permitieron potenciar el acompañamiento de otros
sectores en las gestiones de paz. Así, tuvo especial importancia la Comisión de
Conciliación Nacional, organismo civil mediador conformado por iniciativa de la
Iglesia Católica, con participación plural de personajes especialmente
reconocidos. Esta comisión, además, fue activa en la convergencia con otros
grupos civiles que se movilizaron por la paz. De esta forma un nutrido grupo de
organizaciones promovió en 1997 un exitoso voto simbólico denominado
Mandato por la Paz, la Vida y la Libertad y se sucedieron movilizaciones,
hechos simbólicos y formas de incidencia ciudadana y de sectores sociales en
exigencia de la paz y en demanda de respeto a las normas humanitarias en la
confrontación[27].

El Gobierno Pastrana intentó un proceso de paz que por lamentables


incoherencias fracasó

El presidente Andrés Pastrana (1998-2002) en política de paz se sintonizó con


el consenso nacional sobre emprender una negociación definitiva con las
guerrillas y para el efecto considerar reformas sociales y apelar a la
participación ciudadana, a la vez que posibilitó un amplio acompañamiento
internacional y llamó á generar “hechos de paz”. El tema del tratamiento del
narcotráfico y los culticos de uso ilícito con innegable impacto social se
relacionaron entonces con la búsqueda de solución política del conflicto
armado. Dio prioridad al diálogo con las FARC, bajo la idea de luego acercar al
ELN a la dinámica de acuerdos emprendida. Ante el paramilitarismo planteó
combatirlo, e hizo algunas acciones en su contra, pero sus grupos en general
mantuvieron fuertes nexos y complicidades con la fuerza pública y sectores del
poder, a la vez que desataron un feroz despliegue en regiones del norte,
nororiente, oriente y en todo el andén pacífico e incluso desafiaron con ataques
y presión social el diálogo emprendido con el ELN.

Al iniciar conversaciones el Gobierno con las FARC, en 1999, concedió la


desmilitarización de un amplio territorio en el Caguán, tras lo cual se
suscribieron varios acuerdos parciales en los siguientes dos años. Ellos dieron
lugar a una amplia agenda temática de negociación, la creación de comisiones
y mecanismos de diálogo que hicieron posible la participación de numerosas

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delegaciones de organizaciones sociales e instituciones civiles en audiencias
públicas programadas así como el acompañamiento de varios países y
organismos internacionales. Además, de manera paralela se creó una comisión
de alto nivel, en la que participó directamente el comandante de las FARC
Manuel Marulanda, para tratar el tema del llamado Canje Humanitario[28].
Entre los acuerdos parciales se produjo el llamado acuerdo humanitario que
permitió liberar alrededor de 400 integrantes de la Fuerza Pública capturados y
excarcelar una veintena de guerrilleros. Se conformó así mismo una también
llamada Comisión de Notables que produjo un informe que sentó premisas
sobre consensos posibles hacia la resolución del proceso de paz.

Sin embargo, éste proceso no avanzó en acuerdos temáticos, fue notoria la


ausencia de los voceros gubernamentales en las audiencias y su carencia de
propuestas; las iniciativas sociales e institucionales no fueron consideradas y el
tratamiento de los asuntos sustanciales fue desplazado por comisiones
accidentales conformadas para tratar crisis ocasionadas ante graves
violaciones a los derechos humanos y al derecho humanitario[29]. En tal
contexto, se deterioró este proceso de paz en medio de la intensificación de las
hostilidades, hecho alentado por el amplio respaldo militar ofrecido por Estados
Unidos a través del Plan Colombia –ayuda acompañada de intervención y
presencia de personal militar norteamericano-[30] y la consiguiente exigencia
de resultados bélicos a la parte oficial así como por los operativos guerrilleros
de las FARC, emprendidos simultáneamente en varias regiones. Por tanto, a
pesar de contar con importante acompañamiento de la comunidad internacional
y de amplias expectativas acumuladas en la sociedad, se produjo la ruptura
definitiva de las negociaciones en febrero de 2002.

Simultáneamente, pero con menos impacto y resultados, el gobierno Pastrana


mantuvo contactos con el ELN; se produjeron varios encuentros en el exterior y
reuniones con participación de delegados de organizaciones civiles y
acompañamiento de la comunidad internacional. En procura de iniciar
negociaciones se previó la desmilitarización de una zona de encuentro en el
sur de Bolívar, lo cual fracasó ante la interferencia de los paramilitares en la
región. Ésta guerrilla propuso convocar para el proceso de paz una amplia
participación social con impactos regionales a través de un proceso
denominado Convención Nacional.

Entonces en este panorama desde 2002, tras el fracaso de estas


negociaciones de paz, cobró fuerza en sectores de la sociedad el discurso a
favor de la confrontación militar y entró en reflujo y dispersión el movimiento
social por la paz; sin embargo, persistieron dinámicas locales, regionales,
poblacionales y sociales de resistencia a la guerra, en su rechazo y en
demanda de comportamientos humanitarios por parte de los actores legales e
ilegales de la confrontación militar. Exigencia que se relacionó en tales
contextos con demandas de derechos políticos, sociales y colectivos, en tanto
en las zonas de guerra con frecuencia la principal afectación se focaliza en
pueblos indígenas, comunidades afrodescendientes, campesinos pobres, a la
vez que ya son varios los millones de desplazados que junto con las demás
víctimas de la guerra interna registran alto porcentaje de mujeres y menores de
edad.

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El Presidente Uribe desestima una política de paz e intenta la
desmovilización paramilitar y la derrota militar de la insurgencia

El presidente Álvaro Uribe desde su primer mandato (2002-2006) introdujo una


reforma a la ley sobre orden público[31] que posibilita los procesos de paz,
para suprimir el carácter político de las organizaciones armadas ilegales, de
forma que se trataran de manera similar los guerrilleros y los paramilitares. A la
vez, el discurso oficial descalificó los anteriores procesos de paz y los diálogos
con las guerrillas sostenidos por varios gobiernos; formalmente negó la
existencia del conflicto armado, calificó indistintamente de terroristas a
guerrilleros y paramilitares y cerró la posibilidad de establecer una agenda
política de negociación entre la insurgencia y el gobierno, imponiendo una
política de estímulo a las deserciones individuales y de exigencia a los grupos
armados de cesar las hostilidades de manera unilateral, acogerse al programa
de reincorporación y otorgarles indulto. Puso el acento entonces en la
actuación militar frente a las guerrillas, en busca de su derrota estratégica, para
en tal circunstancia considerar una eventual negociación de las condiciones de
su sometimiento.

“El actual Gobierno nacional no incluyó en su programa el diseño propiamente


de una política de paz sino que su tratamiento se subordina al de su apuesta
política central, llamada política de seguridad democrática. Pero esta última
enfatiza la imposición de la autoridad desde el Estado y se asocia al
debilitamiento, e incluso a la supresión, de determinadas garantías
constitucionales en materia de derechos humanos, al desconocimiento de
principios básicos de derecho humanitario y a concepciones, políticas y
actuaciones de clara estirpe autoritaria, orientadas principalmente a ganar la
guerra mediante el desarrollo de una dinámica de ofensiva militar que pretende
la derrota estratégica de las guerrillas. En tal sentido, su proyecto no responde
al afianzamiento de los soportes de la paz y la reconciliación, sino a los propios
de la polarización y la retroalimentación de las dinámicas del conflicto.”[32]

Entonces el gobierno Uribe en sus dos mandatos subsiguientes[33], no definió


como tal una política de paz, como tampoco propuso una política general para
los derechos humanos ni para la aplicación del derecho internacional
humanitario, sino que subsumió estos temas en su política denominada de
“seguridad democrática”. Por tanto, produjo un viraje de fondo, una ruptura con
los anteriores denominadores comunes de ella y con ciertas líneas de
continuidad que existían en la búsqueda de consolidar una política coherente
con la solución política negociada del conflicto armado. Lo que impuso durante
los últimos años es una política de seguridad cuyo meollo es el tratamiento
militar del conflicto y de su solución.

El Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006,[34] al definir la “política de


seguridad democrática” destacó como estrategias el control territorial, el
combate al narcotráfico y al crimen organizado, el fortalecimiento del servicio
de justicia, el desarrollo en zonas deprimidas y de conflicto, los derechos
humanos y la convivencia y reclamó en tal empeño la cooperación
internacional. En consecuencia, se propuso desarticular las redes de apoyo a
los grupos violentos, fortalecer y profesionalizar la fuerza pública y los

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organismos de seguridad, conformar nuevos contingentes de soldados
profesionales, escuadrones móviles de carabineros y cuerpos Gaula y reactivar
la presencia de las estaciones de la Policía Nacional en los municipios. Asumió
la elevación de la capacidad y la eficacia militar operativa y la recuperación de
territorios de presencia de los grupos armados ilegales; proteger la
infraestructura económica y desarrollar un programa de seguridad vial.
Convocó a la ciudadana a participar en una red de “un millón de cooperantes”
para que prestaran información y colaboración en la actuación de la fuerza
pública con apoyo en un sistema de pago de recompensas.

Desde finales de 2002 los paramilitares agrupados en las AUC declararon cese
unilateral de hostilidades y solicitaron al gobierno conversaciones en
perspectiva de su desmovilización y reinserción, con base en el otorgamiento
de garantías jurídicas tanto con relación a los graves crímenes de guerra y lesa
humanidad como ante las solicitudes de extradición por narcotráfico solicitadas
por Estados Unidos para la mayoría de sus jefes y para narcotraficantes que se
vincularon luego a las AUC con miras a obtener tal beneficio. Por su naturaleza
el entendimiento con los paramilitares es una situación distinta en su
tratamiento a la insurgencia por cuanto no se trata de un alzamiento político
contra el Estado y el régimen político sino de un actor del conflicto armado que
ha actuado principalmente en la ilegalidad[35] pero con frecuentes nexos con
agentes oficiales y con acciones fundamentalmente de castigo sistemático
contra sectores de la población civil.

En el 2004 se estableció la llamada Zona de Ubicación y la Mesa de


Negociación en Santafé Ralito, Tierralta, Córdoba, con la concentración allí de
parte de los principales jefes paramilitares acompañados de un contingente de
sus tropas. En el curso de los diálogos, durante más de dos años, fueron
frecuentes las violaciones cometidas por los paramilitares al cese al fuego[36],
el cronograma de la desmovilización fue sucesivamente aplazado, hasta que lo
dinamizaron presiones del Gobierno. Tras desmovilizaciones progresivas que
resultaron relativas y parciales[37] los desmovilizados fueron favorecidos con el
indulto[38] sin la existencia de un marco legal adecuado lo que generó
condiciones de amplia impunidad. Además, no se trataron por la parte
gubernamental iniciativas de solución ante asuntos como la devolución de las
tierras y bienes obtenidos mediante la violencia, la vinculación del narcotráfico
y las economías ilegales, el retorno de los campesinos desplazados, el destino
de los activos provenientes de las actividades ilegales, los planes de
recuperación institucional y la atención a los derechos de las víctimas y del
conjunto de la población afectada.

Pero además, el curso del proceso mostró fracturas, disputas de poder y


graves situaciones, de forma que en medio de la negociación se desataron
hechos como la exclusión del mando y posterior asesinato de Carlos Castaño,
su jefe principal; el asesinato de varios jefes producto de la penetración de
narcotraficantes en alianza con otros jefes y disputas que derivaron en
verdaderas guerras regionales como las sucedidas en el Oriente de Antioquia y
en Los Llanos. En medio de esta situación hizo crisis el discurso político
contrainsurgente presentado con alarde en la visita al Congreso por Mancuso,
Báez y Giraldo tras las primeras desmovilizaciones. La consecución de una

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mesa unificada fue presionada por el Gobierno, quebrando resistencias para
buscar captar grupos marginados y opuestos al proceso.

En consecuencia, aunque resulta difícil determinar el tamaño de las actuales


que pervivieron del paramilitarismo u otras de actuación similar así como otras
de actuación sólo francamente delincuencial, sus efectivos según distintos
informes podría ser según reportes oficiales más de 3 mil y de las
organizaciones no gubernamentales cercanas a 9 mil integrantes en el ámbito
nacional. Sobre su composición la MAPP/OEA señaló que las bandas
identificadas agrupan por lo menos un 12% de ex combatientes acogidos a las
desmovilizaciones colectivas e individuales[39]. El Informe de Internacional
Crisis Group a su vez expresa que “en la mayor parte de los casos el control
sobre la población civil es velado, aunque en los lugares en donde existe una
confrontación abierta con otros grupos armados, en especial los insurgentes,
los nuevos grupos y bandas criminales utilizan la intimidación tal como lo
hacían anteriormente las AUC”[40]. Sin embargo, el gobierno niega la
existencia del rearme paramilitar constatado por varias fuentes y afirma que los
grupos armados que sobrevinieron son un factor sólo delincuencia ligado al
narcotráfico.

En junio de 2005 fue aprobada por el Congreso la Ley 975,[41] conocida como
Ley de Justicia y Paz, la cual finalmente estableció un nuevo marco jurídico
para la reincorporación a la vida civil de miembros de grupos armados
organizados al margen de la ley. Producto de los intensos debates sostenidos
durante varios meses incorporó referencias a la atención de los derechos de
las víctimas y a la necesidad de garantizar la verdad, la justicia y la reparación,
pero como lo advirtieron distintos sectores de opinión, no estipuló los
mecanismos que los hicieran efectivos. Posteriormente la Corte Constitucional,
intentó acercar la ley a los estándares internacionales y a los derechos de las
víctimas, por medio de la Sentencia C-370[42] la cual declaró inexequibles
algunos de sus artículos y condicionó la constitucionalidad de otros a la
realización de una interpretación acorde a los estándares internacionales de
derechos humanos y de los derechos a la verdad, la justicia y la reparación.

El Plan de Desarrollo Estado comunitario: desarrollo para todos, 2006-


2010[43] propuesto por el Gobierno nacional y aprobado por el Congreso de la
República concibe que la paz depende de la seguridad, afirmación
parcialmente válida pero en sí misma insuficiente puesto que carece del
sentido global e integral que necesariamente conlleva la construcción de la paz.
Reafirma la política gubernamental de “seguridad democrática”[44], la cual en
el texto formalmente se asocia a los propósitos de recuperación de las
libertades y los derechos ciudadanos, a partir de considerar que son los actores
violentos y la acción terrorista los responsables de su detrimento, lo cual se
relaciona con el compromiso de conseguir su derrota en “ejercicio del legítimo
derecho a la defensa que toda democracia tiene”.[45] Puede afirmarse que por
supuesto los grupos armados ilegales y las expresiones de terrorismo sin han
minado las posibilidades democráticas, pero que tal consideración no puede
conllevar el desconocimiento de la propia responsabilidad estatal y
gubernamental al respecto, para conseguir un adecuado y eficaz tratamiento de

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la problemática de conflicto, de violencia y de expresiones de arbitrariedad
existentes.

Bajo tal consideración se propone la “política de seguridad democrática” del


actual gobierno como el puente “hacia el logro de la paz y la reconciliación” y
se propone que sea asumida como una política de Estado, con el concurso del
conjunto de las instituciones estatales y de la sociedad. La argumentación
utilizada afirma que tal política tiene un sentido integral, sustenta que el
Gobierno profundiza el pluralismo, se propone un mayor gasto en la política
social y actúa en defensa del ejercicio de los derechos humanos y que
adicionalmente busca fortalecer las Fuerzas Armadas frente a “la amenaza
terrorista”. Sin embargo, las organizaciones sociales y de derechos humanos
así como diversas instituciones y organismos han indicado que persiste la
grave crisis en derechos humanos y humanitarios, que las medidas
gubernamentales no sólo son insuficientes sino con frecuencia incoherentes y
en detrimento de los distintos derechos fundamentales de la población[46].

Construir la paz implica esfuerzos del Estado y la sociedad, una política


de paz permanente y soluciones políticas al conflicto armado

Acabar la guerra prolongada, devastadora y degradada que nos afecta, implica


en el mejor de los casos la pronta consecución de pactos de paz con las
guerrillas activas del ELN y las FARC. Pero el concepto que cobra fuerza en
Colombia es que la paz no se reduce a tal posibilidad, ni se sujeta a la voluntad
particular de los actores de la guerra, sino que conlleva dinámicas
institucionales y sociales comprometidas con la construcción de un proceso de
paz integral. Esto se debe traducir en la reconstrucción de las relaciones
sociales, la reparación de los daños causados, la atención de los derechos de
las víctimas, la recuperación del tejido social y la superación de las causas de
la guerra. Es así como se hará posible sentar los pilares de la reconciliación.

La reconciliación no se reduce por tanto a la verdad, la justicia y la reparación,


aunque son elementos necesarios para su consecución; conjuga los
fundamentos de una paz estable con el logro de un nuevo pacto por la
convivencia, de forma que no sólo se consiga la superación de la violencia y el
entendimiento entre el Estado y los grupos alzados en armas, sino la
recuperación con el concurso de la sociedad de los propósitos de la
democracia y la justicia social.

“…no puede haber reconciliación sin participación ciudadana y sin una


sociedad civil fortalecida, con planes integrales comunes construidos desde las
regiones, con las comunidades y sectores sociales víctimas (…) La
reconciliación debe considerar las fracturas profundas de la sociedad como la
exclusión social, la distribución inequitativa de la riqueza y la no realización de
los derechos fundamentales. En este sentido el fortalecimiento del Estado
Social y Democrático de Derecho es condición para la verdadera reconciliación,
así como crear un ambiente general de tolerancia, como propósito de
sociedad.”[47]

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La construcción de la paz y el logro efectivo de la reconciliación se apoyan en
dinámicas de inclusión social, tolerancia política, respeto a la diferencia y a la
diversidad, valores éticos humanistas, políticas y metodologías de resolución y
transformación pacífica de los conflictos. Pero en esencia, en hacer posible un
proyecto democrático de sociedad, sustentado en transformaciones que
ofrezcan garantías efectivas. Constituyen a la vez un fenómeno cultural, de la
cultura de paz y de construcción de ciudadanía que ejercita sus derechos.

“…cuando se trata de procesos de paz después de una guerra civil,


especialmente si ésta ha sido prolongada, es justo decir que no nos referimos
al proceso político en el sentido restringido de un proceso que dependa
solamente de acciones de parte de gobiernos. Los procesos de paz que siguen
a una guerra civil son más amplios que eso; son procesos sociales, que
comprenden estratos de la sociedad mucho más amplios que aquellos que a
menudo han sido afectados por las decisiones que toma el gobierno de turno.
Por esta razón, la reconciliación puede tener su lugar en un proceso de paz
entendido en este sentido amplio. Si tenemos una amplia definición del
concepto “paz”, es fácil ver como la reconciliación llega a ser parte de un
“proceso de paz”.”[48]

A la vez, este enfoque permite argumentar que la construcción de la paz no es


la simple sumatoria de los elementos que se le asocian sino que tiene un
significado que aporta por sí mismo a la naturaleza de los diversos procesos
que entraña. De tal forma, se destaca como proceso necesariamente colectivo,
social y político. Como concepto relacional que conlleva revaloraciones, nuevos
conocimientos, percepciones y procesos que le dan fundamento.

El contexto colombiano actual aún no ha conseguido consolidar un proceso de


recuperación de la paz, afirmación sólida de sus premisa y predominancia de
unas condiciones y una actitud de reconciliación con todas sus implicaciones.
Pero precisamente cobran validez y también responde a la realidad de nuestro
proceso, la existencia de soluciones parciales, aún en medio de la pervivencia
del conflicto armado y de escenarios de violencia generalizada, pero que
pueden constituir soportes de su superación y que en todo caso están en
coherencia y marcan la perspectiva general del propósito que compromete a
toda la sociedad, sus actores, y a todo el Estado, sus instituciones, en torno a
construcción y el predominio de las premisas de la construcción de la paz.

“…los procesos de reconciliación en medio de la violencia continua pueden


darse en ciertas regiones, entre ciertos actores y en ciertas dimensiones, como
una manera de demostrar lo que esto puede significar para una nación entera.
La meta de estos procesos parciales podría ser, desde luego, su
profundización en términos de contenido y método y su ampliación en términos
geográficos…”[49]

En coherencia se demanda recuperar las posibilidades de una política


nacional, estatal y gubernamental de paz. Así mismo, revalidar el concepto de
que la paz necesariamente debe ser un propósito nacional, motivo que implica
recuperar consensos políticos y sociales; pero por lo tanto, fortalecer espacios
de confluencia, diálogo y discusión entre las diversas agendas. A propósito de

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lo cual han surgido confluencias programáticas valiosas entre organizaciones
sociales, gremiales, políticas, de derechos humanos y de paz, que en esencia
expresan la relación necesaria de establecer entre sus propósitos y ante la
necesidad de sortear dilemas políticos y acciones de incidencia interna e
internacional que requerían un tratamiento integrado[50].

“Se ha venido configurando un consenso, que incluye actores variados y


disímiles, sobre puntos como los siguientes: * La guerra ha generado un
desgarramiento profundo de la sociedad colombiana, cuyas causas se
relacionan con estructuras que han generado sistemática exclusión política y
social. * La paz no puede definirse de manera negativa como la ausencia de
tiros o como el mero silenciamiento de los fusiles. Se aspira a una paz que sea
algo más que una tregua entre dos guerras, porque nos merecemos una
convivencia pacífica, sólida y duradera. * La paz, por consiguiente, se
constituye en un período de reconstrucción de la sociedad que tiene momentos
centrales en la negociación, pero que suponen dinámicas en lo económico, lo
político, lo social y lo cultural, que ayuden a romper las estructuras generadoras
de la exclusión. Tales dinámicas no necesariamente parten de las mesas de
negociación. * Desde ese consenso resulta prioritaria la tarea de definir una
agenda social de paz, como compromiso de todos los colombianos y no sólo
como acuerdo con los actores armados.”[51]

Bogotá, D.C., Colombia, julio de 2009.

[1] Presidente de la Fundación Cultura Democrática, integrante de la Secretaría


de la Asamblea Permanente por la Paz y del Consejo Nacional de Paz.

[2] En consecuencia el PNR tuvo una proyección inicial de sus programas en


regiones críticas como el Magdalena Medio y Caquetá.

[3] Ley 35 de 1982.

[4] Decreto 2711 del 19 de septiembre de 1982.

[5] El presidente de la Comisión de Paz que asumió con mayor permanencia y


proyección el cargo y que atendió directamente las gestiones de paz con las
guerrillas fue el ex ministro de trabajo John Agudelo Ríos.

[6] Decreto No. 240 del 4 de febrero de 1983. Decreto No. 1211 del 22 de mayo
de 1984.

[7] Marzo 28 de 1984, La Uribe, Meta. El Acuerdo fue ratificación del Presidente
de la República.

[8] Agosto 23 de 1984 en Medellín, Antioquia con el PCC ML – EPL y en El


Hobo, Huila, y en Corinto, Cauca, con el M-19. El Acuerdo fue avalado por el
Presidente de la República.

14
[9] Decretos gubernamentales Nos. 3286, 3287, 3288, 34388, 3289 de 1982 y
No. 2109 de 1983.

[10]Directiva Presidencial No. 7 sobre el desarrollo de la Ley de Amnistía y la


rehabilitación de los alzados en armas. Directiva Presidencial del 20 de
noviembre de 1982 sobre la aplicación de la amnistía.

[11] Partido Liberal y Partido Conservador.

[12] Sin embargo, el consejero presidencial, Carlos Ossa Escobar, tuvo a cargo
el contacto con las FARC hasta que en 1987 cuando se produjo también el
rompimiento de la tregua con ésta guerrilla.

[13] Ley No 77 del 22 de diciembre de 1989.

[14] Decreto No 2577 de agosto 7 de 1986, Decreto No 3270 de octubre 17 de


1986, Decreto No 2112 del 8 de noviembre de 1987, Decreto No 2341 del 9 de
diciembre de 1987, Decreto No 0116 del 13 de enero de 1989, Decreto No 206
de enero 22 de 1990, Decreto No 0314 de febrero 1 de 1990.

[15] Se suscribió el Acuerdo Político entre el Gobierno Nacional, los Partidos


Políticos y el M-19 el 9 de marzo 9 de 1990, mediante el cual se pactó la paz y
se comprometió la desmovilización de esta guerrilla y la incorporación de sus
miembros a la vida política y social.

[16] La Comisión de Notables conformada por varios ex presidentes, un


delegado de Iglesia y un industrial y la Comisión de Convivencia Democrática,
integrada de manera amplia por gremios, sindicatos, asociaciones campesinas
e indígenas, gremios y partidos políticos.

[17] Trabajo encomendado en 1989 por el Gobierno a un equipo coordinado


por el historiador de la Universidad Nacional, Gonzalo Sánchez G.

[18] En la Asamblea Nacional Constituyente fueron elegidos en la bancada de


la coalición política AD M-19 un total de 19 constituyentes, de los cuales 9 eran
ex combatientes del M-19 y 2 ex militantes del PCC ML. Y en virtud de los
acuerdos de paz el EPL vinculó 2 constituyentes con derechos plenos y el PRT
y el MQL cada uno un constituyente con derecho a voz e iniciativa.

[19] El Acuerdo de Paz entre el Gobierno nacional y el PRT fue suscrito el 25


de enero de 1991 en Ovejas, Sucre. El Acuerdo de Paz con el EPL el 15 de
febrero de 1991 en Bogotá. El Acuerdo de Paz con el MQL el 27 de mayo en
Caldono, Cauca. El Acuerdo de Paz con la CRS el 9 de abril de 1994. Con las
Milicias Populares en Medellín, Antioquia. Con las Milicias Populares el 26 de
mayo de 1994.

[20] Decreto 1943 del 12 de agosto de 1991, Decreto 1943 del 12 de agosto de
1991, Decreto 715 del 6 de abril de 1994, Decreto 1059 del 26 de mayo de
1994, Decreto 1384 de junio 30 de 1994, Decreto 1385 de junio 30 de 1994,
Decreto 1387 de junio 30 de 1994, Decreto 1388 de julio 1 de 1994.

15
[21] Directiva presidencial No 34 del 10 de octubre de 1990, Directiva
presidencial No 01 del 29 de abril de 1991, Directiva presidencial No 05 de
1991, Directiva presidencial de mayo 13 de 1992.

[22] Para el efecto nombró al ex constituyente Carlos Holmes Trujillo, quien


produjo tres sucesivos informes durante los primeros meses de su gestión,
reconocidos como el “Informe de Cien Días”, el “Informe de Popayán” y el
“Informe de Bucaramanga”.

[23] Acuerdo de Remolinos del Caguán, Caquetá, junio 3 de 1997.

[24] Pre-Acuerdo del Palacio de Viana, Madrid, España, Gobierno Nacional y


ELN, febrero 9 de 1998.

[25] Decreto presidencial 2107 del 6 de septiembre de 1994, Decreto 1247 del
9 de mayo de 1997 y Decreto presidencial 352 del 19 de febrero de 1998. A la
vez expidió el Gobierno la Directiva presidencial Nº 06 del 18 de febrero de
1998.

[26] Acuerdo entre el Gobierno y el MIR – COAR, 29 de julio de 1998, Medellín,


Antioquia.

[27] Entre las organizaciones comprometidas con estas demostraciones


aparecen Redepaz, el Comité de Búsqueda por la Paz, las centrales obreras,
los gremios económicos, las diferentes Iglesias, las universidades y la
Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz, entre otras formas de
coordinación y compromiso.

[28] Propuesta de acuerdo humanitario de intercambio de libertades de


integrantes de la fuerza pública capturados por esta guerrilla y guerrilleros en
las cárceles.

[29] Sucesivas masacres de los paramilitares contra campesinos llevaron a las


FARC a parar la negociación así como secuestro de congresistas, líderes
políticos y una aeronave comercial, entre otros hechos cometidos por las FARC
también las interfirieron.

[30] El año 2000 hubo fuerte debate y oposición desde organizaciones de paz y
derechos humanos al Plan Colombia, hecho que tuvo repercusión
internacional, con liderazgo de organizaciones como Paz Colombia y la
Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz. En tal sentido un hecho
sobresaliente fue la realización del Encuentro Sociedad Civil-Gobierno-
Insurgencia-Comunidad Internacional, realizado en Costa Rica por iniciativa de
organizaciones colombianas de derechos humanos y de paz en octubre de ese
año.

[31] Ley 782 de 2002.

[32] La política del gobierno Uribe frente al tema de la paz, Álvaro Villarraga S.,
en Revista Foro, No. 52, Bogotá, febrero de 2005, página 13.

16
[33] El segundo mandato, actual, 2006-2010.

[34] Ley 812 de 2003, Plan Nacional de Desarrollo 2003-2006, hacia un Estado
Comunitario.

[35] Hasta 1989 los grupos paramilitares eran legales y promovidos por
Brigadas Militares y Batallones de las Fuerzas Militares, pero tras la masacre
de La Rochela, contra una comisión de fiscales e investigadores judiciales que
investigaban sobre sus crímenes en Santander fueron ilegalizados por el
Gobierno Barco.

[36] Según denuncias de la Comisión Colombiana de Juristas y otras ONG´s de


derechos humanos entre finales de 2002 y principios de 2006, en medio de los
acuerdos y progresivas desmovilizaciones los paramilitares ocasionaron unas
3000 víctimas fatales en la población civil, en medio de otro tipo de violaciones.

[37] A partir del IX Informe de veeduría de la MAPP OEA pudo constatarse que
tras las desmovilizaciones de los Bloques paramilitares se presentaban en las
regiones algunos grupos disidentes, luego otros rearmados y el traslado de
otros contingentes paramilitares desde regiones contiguas. En tal circunstancia
obró el hecho de que no se presentó la desmovilización simultánea pero
tampoco hubo concentración e identificación previa del volumen y la presencia
efectiva de los contingentes existentes en cada región como se produjo en los
anteriores procesos de paz con las guerrillas.

[38] Decreto 128 de 2003.

[39] Ver Noveno Informe Trimestral del Secretario general al Consejo


Permanente sobre la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia
(MAPP/OEA), OEA/Ser.GCP/doc. 4237/07, 3 de julio 2007.

[40] INTERNATIONAL CRISIS GROUP, Op. Cit., página 8.

[41] 21 de junio de 2005.

[42] El 18 de mayo de 2006.

[43] Plan de Desarrollo Estado comunitario: desarrollo para todos, 2006-2010,


en www.dnp.go.co/páginas_detalle.aspx?idp=906, página 8.

[44] Política de Defensa y Seguridad Democrática, PDSD, caracterizada por el


Gobierno nacional en el Plan de Desarrollo referido como herramienta del
Estado para consolidar la presencia institucional en el territorio nacional, a
partir de la actuación de la fuerza pública y de generar condiciones de
recuperación económica y de bienestar social.

[45] Idem, página, 9.

17
[46] Basta hacer alusión al hecho de que en entre los años 2008 y 2009 se han
evidenciado alrededor de un millar de ejecuciones extrajudiciales que
comprometen a las fuerzas militares a distinto nivel y en todas sus Brigadas, en
el fenómeno denunciado por las familias de las víctimas de desaparición
forzada y homicidios de forma que los afectados son presentados de manera
falsa como guerrilleros muertos en combate, lo cual popularmente se ha
conocido como los “falsos positivos”.

[47] La negociación con las AUC y la reconciliación nacional, Camila Moreno,


en Autodefensas, actualidad y desafíos, Comisión de Conciliación Nacional,
Bogotá, 2005, página 65.

[48] La reconciliación como concepto político, Kjell-Ake Nordquist, documento


en mimeo, página 7.

[49] Idem, página 13.

[50] En tal sentido son valorables los esfuerzos actuales de espacios sociales
como las Plataformas de Derechos Humanos y de Paz, el Consenso de
Organizaciones Sociales, la convocatoria de la Minga Indígena y Popular, la
preparación de la Cumbre Política y Social e iniciativas actuales sobre diálogos
intersectoriales, entre otras.

[51] Declaración final, Encuentro de San José de Costa Rica, octubre de 2000.

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