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El sometimiento al fanatismo nacionalista

Mirar un noticiero cualquiera y ver de qué modo amenazan a cualquiera que piense
diferente con la concebible cólera de un nacionalismo absurdo. Las revoluciones sociales
en el país han sido niveladas por el discurso belicista a las peores formas del extremismo
comunista desde el discurso manipulador de la elite. La gente teme, con justa razón ante
una amenaza real. La actitud de la clase gobernante brinda pocas esperanzas para el
restablecimiento de un equilibrio social, el predominio del discurso nacionalista y la
amenaza comunista, arrincona a millones de ciudadanos que sin saber cómo ni cuándo,
traspasaron los límites del antagonismo al miedo, en medio de una democracia que
amenaza cada minuto con derrumbarse. En lo sucesivo, pues, el conservadurismo, como
fuerza de primer orden, ha determinado la libertad de expresión al monopolio exclusivo de
su irremediable triunfo con tintes monárquicos.
Si bien, todo fundamento en ello es controvertible, en vano los movimientos sociales
intentan levantarse en el segundo país con el mayor desplazamiento interno del mundo.
La insignia del poder opresor se enaltece simulada de democracia, prometiendo progreso
y libertades ilusorias que ni este ni ningún gobierno anterior ha brindado a la ciudadanía.
Sobre fingidas nuevas bases que no existen ni pueden existir, el pueblo llamado a la
oposición de cualquier reforma, y quien se supone representado por el estado se sofoca
ante la ausencia de oportunidades, la brecha social es un abismo, lo posible y lo real
difieren grotescamente. La cuestión social se acalla, el miedo se apoltrona en los tímidos
comentarios de quienes quieren elevar la voz ante un gobierno que dice representarlos,
pero que evidente representa, en su esencia, nada más que al poder de las elites, de los
privilegiados. La masa social que comprende y percibe mejor los intereses reales del
pueblo está profundamente sola, pues para ellos gobierno solo significa violencia, la
opresión de una violencia, enmascarada, si es que ello posible, pero tan precisa, franca y
descarada que muy pocos se atreven a señalarla.
La turbulencia de esa masa social ha sido adormilada por una alta dosis anestésica de un
gobierno fingidamente paternalista, es factible que esa sociedad no consiga jamás
restablecer la grandeza y predominio de sus libertades. No existe la organización, medios
o estremecimientos que puedan impulsar su emancipación hacia la igualdad
social. Ninguna oratoria consigue acallar, ni siquiera nivelar el puente para superar el
precipicio que separa decisivamente a la elite de la comunidad, no habrá una lucha
encarnizada entre ambos. La situación, a decir verdad, es bastante ventajosa para el
gobierno, no abundan patriotas ni mártires, ni siquiera vanidades tan portentosas que
sean capaz de alojar un sentimiento antiesclavista del que surja el grito de libertad de esa
sociedad vencida y subyugada.
Esta nación nunca fue propiamente una sociedad autónoma, ni la masa social aspira
claramente ser una amenaza al establishment, Se reduce a sí misma a la
condescendencia del indudable yugo que, por lo demás, cree parte del orden social y
político. Su lugar de antagonista silente en ninguna parte alimentará una resistencia
organizada, ni se convertirá nunca en peligrosa, y no por falta de los medios antes
mencionados, sino porque ha sido fatalmente reducida a una absoluta indiferencia,
convertida en una masa sin ambiciones insurrectas, popular, ignorante e inerme, capaz de
resistir los mayores abusos, siempre que esté animada por el discurso nacionalista
vehemente, fuerte y unánime de la clase dirigente.

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