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Historia resumida de la ciudad de Viña del Mar.

Hacia 1870, la única heredera de las tierras que dieron origen a Viña del Mar era doña Mercedes
Álvarez, casada con José Francisco Vergara, ingeniero que había llegado a la región para trabajar
en las obras del ferrocarril. Fue él quien elaboró un proyecto, aprobado el 29 de diciembre de
1874, mediante el cual se funda oficialmente la ciudad de Viña del Mar, y cinco años después, la
Ilustre Municipalidad.

Pronto comenzó la llegada de los primeros veraneantes que construyeron sus quintas, en las calles
Álvarez, del Comercio (hoy calle Valparaíso), Cerro Castillo y la Avenida Marina. Entre los primeros
propietarios del balneario destacan personajes pertenecientes a las familias chilenas como don
Isidoro Errázuriz, doña Encarnación Fernández de Balmaceda, Francisco de Paula Taforó, Ignacio
Prado, Benjamín Vicuña Mackenna, la familia Subercaseaux, junto con una numerosa presencia de
extranjeros. En esta misma época se construía el Gran Hotel, el Club de Viña y, en las últimas
décadas del siglo XIX, los baños termales de Miramar. Pero la más conocida de todas las
construcciones viñamarinas, hasta hoy día, es el palacio de estilo veneciano de la Quinta Vergara,
construido por doña Blanca Vergara de Errázuriz, propiedad de la familia que dio origen al
balneario.

Ya a fines del siglo XIX, durante el verano, la sociedad santiaguina se trasladaba hacia Viña del Mar
y allí seguía con rigurosa minuciosidad los rituales del veraneo. La rutina diaria se iniciaba en la
playa, principalmente en Recreo, la playa de moda, o en la de Miramar. Los trajes de baño de los
hombres eran mamelucos a listas de colores; los de las damas, siempre azules, rojos o blancos, un
chaquetón hasta la rodilla y pantalón bombacho atado a los tobillos. A mediodía, se subía al
Casino, donde se tomaba el aperitivo y se iniciaban los bailes matinales. Después del almuerzo, los
veraneantes se dirigían en tren hacia el Puerto, donde paseaban, se hacían compras y se tomaba el
té en los salones. Por la tarde, paseos bordeando el Miramar que eran verdaderos desfiles de lujo;
en la noche, la infaltable reunión en el Gran Hotel o en el Club de Viña. Algunos días especiales, la
asistencia obligada era a las carreras hípicas en el Sporting Club.

La ciudad de Viña del Mar, sus construcciones y su estilo de vida, fueron el centro de lo que podría
llamarse la "belle époque" chilena, que terminaría con la irrupción de nuevos actores sociales a la
política chilena y, finalmente, con la gran crisis del año 1929.

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