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EL AGUA A DEBATE DESDE LA UNIVERSIDAD.

POR UNA NUEVA


CULTURA DEL AGUA. CONGRESO IBÉRICO SOBRE PLANIFICACIÓN
Y GESTIÓN DE AGUAS. SIMPOSIO IV: GESTIÓN DE AGUAS,
PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y CONFLICTOS SOCIALES Y
POLÍTICOS

“AGUA Y CONFLICTOS EN SISTEMAS DE RIEGO: UN ANÁLISIS


ANTROPOLÓGICO”

Dr. José Antonio Batista Medina


Asociación Canaria de Antropología

1. Introducción

Los conflictos en los sistemas de riego han sido siempre de gran interés
para los antropólogos dedicados al estudio de la agricultura de regadío y la
gestión del agua. Conscientes de su importancia para la Antropología y otras
disciplinas afines, pretendemos en este trabajo realizar un análisis de carácter
teórico centrado en varios puntos1.

En primer lugar, abordaremos varias cuestiones generales y expondremos


algunos tipos de conflictos, que aunque no agotan la gran variedad existente, al
menos nos permiten conducir el análisis. Con posterioridad, trataremos algunos
de los factores que pueden explicar la aparición y el desarrollo de determinadas
disputas en los sistemas de riego. En el cuarto apartado, nos introducimos en la
resolución de conflictos y, finalmente, veremos cuáles son sus implicaciones en
los sistemas de irrigación, enfatizando su importancia para analizar y comprender
la evolución de éstos.

2. Los conflictos en los sistemas de riego y sus tipos

El agua, recurso escaso y valioso en muchas comunidades campesinas, es,


como han puesto de manifiesto numerosos antropólogos e historiadores, la base
de relaciones sociales que son o pueden ser conflictivas y cohesivas (o
cooperativas)2. Lo primero es muy frecuente en las relaciones internas que se
1
El presente estudio no debe considerarse aún definitivo. Así, algunos aspectos importantes
sólo han sido tratados, por cuestiones de espacio, muy brevemente y otros se han dejado fuera.
2
Como apuntan Pérez Picazo y Lemeunier (1990a: 51): “... el agua y su distribución constituyen
la piedra angular sobre la que está construida la organización social. Por consiguiente, se
produce el fenómeno aparentemente contradictorio de que el principal elemento aglutinador de
la comunidad es también la causa principal de las tensiones internas y con las comunidades
vecinas”. Ver también Gelles (1991: 124), Bolin (1990: 140), Galván (1980: 154), Leach (1968:
65), Glick (1988: XX), Pérez Picazo (1995: 350), Orenstein (1965), Millon (1962: 84) y Millon
et al. (1962: 519-520). Algunos autores ligan ese doble efecto a la irrigación misma (Millon et
al., 1962: 495; Hunt, 1972: 193 y Bolin, 1990: 140), aunque ello, como apunta Fernea (1963:
1
establecen entre los agricultores que usan el recurso hídrico, mientras que lo
segundo, aunque también se produce a nivel interno, suele verse claramente en la
relación de unas comunidades con otras o, más en general, con la sociedad de la
que forman parte3. En tal sentido, muchos casos ponen de manifiesto que
cualquier intento externo de apropiación o control total o parcial del agua puede
unificar a los locales (regantes o no) y generar en ellos una dura defensa frente a
la acción que atenta contra un recurso que consideran de su exclusiva propiedad.

Algunos autores vienen a manifestar que el conflicto (o su posibilidad) es


algo inherente a la gestión y el uso del agua en sistemas de irrigación. No vamos
a entrar en la discusión, entre otros motivos por ser infructuosa, de si la
conflictividad puede considerarse una característica universal de los sistemas de
riego, calificada por Lees de “mito antropológico” (1989: 344); ahora bien, lo
que es cierto es que en éstos, y los numerosos estudios de casos disponibles lo
confirman, suele haber tensiones y disputas que, aunque en principio de poca
importancia, bajo ciertas condiciones (p. ej., extrema sequía) pueden agravarse y
requerir incluso la intervención externa (Estado) para su control y solución. Debe
reconocerse, sin caer en afirmaciones de carácter tan universalista, que la
posibilidad de conflictos de mayor o menor gravedad en un sistema entre los que
comparten el agua, entre éstos y los que la gestionan y hasta entre los usuarios y
los gestores, por un lado, y el Estado, por otro, existe, por lo que no debe extrañar
que se cuente con diversos mecanismos y procedimientos tanto formales como
informales para evitar su aparición o mantenerlos al mínimo, si es posible, y para
resolverlos cuando surgen, cuestión esta última de la que nos ocuparemos en el
cuarto apartado de este trabajo.

De lo expuesto hasta ahora se desprende que todos los conflictos no son


iguales. Pérez Picazo y Lemeunier (1990a: 52-53) y Pérez Picazo (1995: 350)
distinguen dos grandes tipos: los horizontales y los verticales. Los primeros son
los que surgen entre individuos pertenecientes a un mismo grupo o eslabón
social, es decir, entre semejantes. Los segundos, en cambio, son los que se
desarrollan entre grupos que se encuentran en distintos niveles, en lo que se
refiere al acceso al agua y/o al control de su gestión, de un sistema social, por lo
que pueden verse como manifestaciones de la lucha de clases centrada, en este
caso, en el recurso hídrico4. Por ello, probablemente sean estos conflictos los más
severos que pueden surgir en un sistema de riego y los que más requerirán la
ayuda o la intervención externa para llegar a una solución.

76, 83) no sea del todo correcto, pues la clave está en la gestión del agua.
3
De acuerdo con Galván en su estudio sobre Taganana (1980: 154): “... el agua, bien escaso y
central en la vida del pueblo, condiciona el conjunto de las relaciones sociales que son a la vez
conflictivas (si se mira al interior de la comunidad) o unificadoras (si estamos ante la acción del
exterior)”.
4
En palabras de Pérez Picazo y Lemeunier (1990a: 52-53): “... los [conflictos] verticales afectan
a clases sociales distintas, definidas por el disfrute o la carencia de la apropiación del agua y/o
del control de los organismos de gestión”.
2
Nosotros añadiremos otra distinción que consideramos relevante:
conflictos internos y externos5. Los internos son los que se desarrollan en el
interior de un sistema de irrigación, es decir, entre los distintos “actores”
(regantes, acequieros, directivos...), aunque, ciertamente, algunos de los factores
necesarios para su explicación pueden ser externos (p. ej., la introducción de
cultivos con altos requerimientos hídricos destinados al abastecimiento de
mercados). Los conflictos externos, por su parte, son aquellos en los que
aparecen implicados un grupo o, sobre todo, una comunidad y algún elemento
externo, que puede ser desde otro grupo u otra comunidad hasta la
Administración.

Desde un punto de vista antropológico y sociológico, creemos importante


esta distinción porque el desarrollo de ambos tipos de conflictos, su manejo e
implicaciones son diferentes, siendo, pues, esencial para comprender en toda su
amplitud tales fenómenos.

La distinción anterior y la que acabamos de exponer no son, en modo


alguno, excluyentes. De esta manera, los conflictos internos pueden ser
horizontales o verticales. Los externos, por lo general, suelen ser verticales, al
menos en el sentido de que es corriente que los distintos implicados tengan
diferente poder específico en lo que se refiere al control y la gestión del agua, lo
cual se traduce, frecuentemente, en una situación económica y un poder político
también diferentes. Así ocurre, por ejemplo, en las disputas entre comunidades
situadas aguas arriba y aguas abajo. En estos casos, resulta claro que la
disposición espacial favorece a las primeras, las cuales con sus decisiones y
acciones pueden reducir bastante la cantidad de agua que reciben las ubicadas a
continuación, rodear su suministro de mayor inseguridad, irregularidad, etc.

3. La escasez, la desigualdad y los conflictos internos

Intentar buscar una explicación general a los conflictos (internos) que


tienen lugar en los sistemas de riego puede convertirse en un ejercicio intelectual
realmente inútil, pues por sus diferencias y por el hecho de tratarse de fenómenos
de carácter social las variables a tener en cuenta serían muy numerosas.
Conscientes de ello, debemos indicar que las explicaciones que presentemos a
continuación deben considerarse hipótesis de trabajo que la investigación futura
o los análisis teóricos basados en estudios de casos se encargarán de confirmar,
invalidar o modificar.

Centrándonos en los conflictos internos, podemos decir que en muchos


casos debe tenerse en cuenta la escasez de agua para poder explicarlos6. Ahora

5
Peris Albentosa (1992: 42) también introduce esta distinción.
6
Son numerosos los autores que han puesto de manifiesto la estrecha relación existente entre
escasez de agua y conflictos. Ver, por ejemplo, Hunt y Hunt (1974: 152), Hunt (1989: 80 y
3
bien, no debemos olvidar que la escasez de tal recurso es, o puede ser, aparte de
una circunstancia de origen natural (p. ej., reducción del agua disponible por una
disminución prolongada de las lluvias) la consecuencia de la intervención de
factores sociales y económicos. Ello se entiende si tenemos en cuenta que aquélla
es el resultado de la relación entre la cantidad disponible del recurso y las
necesidades. De este modo, nos encontramos ante una situación de escasez
cuando el agua a disposición no es suficiente para satisfacer las necesidades, lo
cual puede producirse tanto por una disminución de las disponibilidades hídricas
manteniéndose igual los requerimientos como por un aumento de éstos sin un
incremento paralelo de aquéllas.

En una situación de escasez tiende a producirse un aumento de la


competencia por el recurso hídrico disponible (véase también Bolin, 1990: 140),
lo cual es la antesala de los conflictos entre los usuarios (ver también Guillet,
1992: 147 y Bolin, 1990: 143)7. Aquélla se reducirá, y por lo tanto también la
posibilidad de disputas, si se produce una disminución de la “demanda” mediante
la aplicación de diversas medidas (p. ej., fomentar la introducción de cultivos con
menores requerimientos hídricos, la adopción de tecnologías ahorradoras de
agua...) o un aumento de la cantidad a disposición.

Estimamos, pues, que la escasez de agua es un factor importante para


explicar muchos de los conflictos que surgen en los sistemas de riego. Nos
encontramos ante un factor que, junto con otros, puede incrementar la
probabilidad de que surjan disputas más o menos graves entre individuos o
colectivos dependientes de una misma fuente de tal recurso.

Otro de los factores a considerar, más importante que el anterior pero


relacionado con él, es la desigualdad en el acceso al agua. En nuestro estudio
(Batista, 1997), comprobamos que los conflictos internos de mayor gravedad
estuvieron ligados directamente a situaciones de desigualdad claras8. Esta falta de
equidad tenía su raíz en los diferentes derechos de riego adscritos a los terrenos
de la zona bajo el control de la Comunidad de Regantes. Cuando el agua era
abundante, los problemas no cobraban demasiada importancia, siendo al
disminuir la disponible (mediados de los setenta) cuando la conflictividad
aumentó de forma considerable, hasta el punto de requerirse para su control y

1990: 145), Pasternak (1968: 377), Pérez Picazo y Lemeunier (1990b: 152), Guanawardana
(1971: 21), Vandermeer (1971) y Millon et al. (1962). Según Hunt y Hunt (1974: 152):
“Cuando el agua se vuelve escasa, porque el número de agricultores y la tierra bajo cultivo
requieren más agua de la disponible, los conflictos estallan”.
7
De acuerdo con Guillet (1992: 147): “Una fuente de desorden proviene de la competencia por
los recursos escasos y valiosos gestionados por esos sistemas. Tal competencia es una fuente
potencial de conflicto en todos los sistemas comunales de gestión de recursos”.
8
La ligazón entre desigualdad y conflictividad en sistemas de riego ha sido señalada también en
otros estudios. Ver, por ejemplo, Hunt y Hunt (1974: 152), Uphoff et al. (1990: 30), Millon et
al. (1962), Lees (1973: 118) y Beardsley et al. (1980: 150).
4
solución la intervención externa. Aquí se comprueba la estrecha relación
existente entre la escasez de agua y la desigualdad en el acceso y disfrute de ella.

Lo expuesto nos lleva a afirmar que los conflictos internos (de mayor
gravedad) en sistemas de irrigación tienden a relacionarse con las desigualdades
individuales o colectivas en el acceso al agua en un contexto donde ésta resulte
escasa (véase también Kalshoven, 1976: 50)9. En tal sentido, aumentará la
probabilidad de aquéllos donde una cantidad escasa de tal recurso se asigne o
distribuya desigualmente. Del mismo modo, se puede aceptar que a medida que
la asignación-distribución sea más equitativa probablemente se reduzca la
conflictividad (ver Vandermeer, 1971: 179; Glick, 1972: 47 y Pasternak, 1968:
332, 342)10.

La escasez en sí no provoca conflictos, aunque sí es, como hemos dicho,


una circunstancia importante al aumentar la competencia interna por el recurso
hídrico. Podemos admitir que la escasez incrementará la probabilidad de
conflictos dependiendo de cómo se distribuya el agua, es decir, dependiendo de
si es igualmente escasa para todos o, por el contrario, sólo para unos pocos o la
mayoría. Lo que resulta claro es que al reducirse la escasez tiende a decrecer
también la competencia interna por el agua y, por lo tanto, es menor la
probabilidad de conflictos, pues la disponible será, en estas circunstancias,
suficiente para satisfacer, al menos en gran parte, las necesidades (ver
Vandermeer, 1971; Glick, 1972: 47 y Pasternak, 1968: 337). Debe tenerse en
cuenta también que la equidad tiende a convertirse en un asunto realmente
importante para los agricultores cuando se reduce la cantidad de recurso
disponible (ver Svendsen y Small, 1990: 394). En una situación de relativa
abundancia, la desigualdad en el acceso, aun persistiendo, es una cuestión menos
relevante y notable, lo que puede hacer que disminuyan los niveles de
conflictividad, pudiendo incluso desaparecer ésta, al menos momentáneamente.

Lo desarrollado hasta el momento obliga a prestar atención al contexto


económico (uso del agua, “demandas”...) y al sociopolítico de un sistema de
riego, teniendo en cuenta en este último las relaciones de poder fundamentadas
en el acceso desigual al agua y/o en el control de cargos relevantes de gestión y
también en el modo de asignar y distribuir tal recurso, pues aquí puede estar la
clave de los conflictos internos de mayor gravedad que surgen (o pueden surgir)
en situaciones de escasez.

9
Según este autor: “Uno de los terrenos comunes para el conflicto está constituido por las
desigualdades con respecto al acceso al agua” (Kalshoven, 1976: 250).
10
Para Pasternak (1968: 332): “... donde el acceso al agua sea igualado en términos de tiempo y
cantidad, habrá... menos conflictos sobre el agua...”.
5
4. La resolución de conflictos

Como ya hemos apuntado en este trabajo, en los sistemas de riego existen


diversos tipos de conflictos, pudiendo revestir éstos mayor o menor gravedad y
ocurrir con mayor o menor frecuencia. En cualquier caso, una característica de
los sistemas de gestión locales es la existencia de mecanismos y procedimientos
formales y/o informales para manejar y, concretamente, resolver los que son de
carácter interno. Debemos tener en cuenta que el hecho de contar con ciertas
reglas que determinen con claridad cómo hacer las cosas y lo que está permitido
hacer o no hacer no supone que el funcionamiento del sistema tenga lugar sin
ningún problema. En determinadas circunstancias (p. ej., escasez de agua) los
individuos pueden considerar más beneficioso para sí mismos infringir una o
algunas de las reglas que seguirlas, lo cual, a su vez, es capaz de crear tensiones o
conflictos entre ellos.

La posibilidad de quebrantar las reglas demanda, por un lado,


determinadas sanciones y, por otro, mecanismos y órganos para aplicarlas y
resolver los conflictos que pueden surgir. Como apunta Bray:

“Puesto que es raro que el suministro de agua en cualquier


sistema sea adecuado para satisfacer los requerimientos de todos
los usuarios, las estrategias que minimizan o resuelven los
conflictos entre los usuarios son una característica indispensable
de los sistemas de control del agua” (Bray, 1986: 64)11.

Pues bien, en los sistemas de riego locales autogestionados tales


problemas se resuelven, por lo general, internamente (ver Hunt y Hunt, 1976;
Maass y Anderson, 1978: 2 y Kraus, 1992: 44), es decir, en el propio sistema,
bien por algún órgano autónomo (con funciones estrictamente judiciales o no)
formado por los miembros de la organización de riego12 o bien por individuos
concretos con autoridad para ello (p. ej., un juez de aguas, un alcalde de aguas o
una figura similar)13 o simplemente poseedores de los conocimientos y la

11
Ver también De los Reyes (1985: 7), Ostrom (1992: 55, 71, 73 y 74) y Ostrom y Benjamin
(1993: 56). De acuerdo con Ostrom (1992: 74): “Si bien la presencia de mecanismos de
resolución de conflictos no garantiza que los usuarios serán capaces de mantener instituciones
duraderas, es difícil imaginar cómo cualquier sistema complejo de reglas podría mantenerse en
el tiempo sin tales mecanismos”.
12
Éste es el caso, en España, de los Jurados de Riego de las Comunidades de Regantes (ver, p.
ej., Pérez Pérez, 1993: 172-173) o de instituciones más tradicionales como el Tribunal de las
Aguas de Valencia (ver Glick, 1988: 82-86 y Pérez Pérez, 1993: 189-196).
13
Esto es muy frecuente en los regadíos históricos españoles. Ver Rodríguez Molina (1991:
144), Glick (1972: 17 y 1988: 67 y ss.), Gual Camarena (1979: 58), Box Amorós (1992: 65) y
Peris Albentosa (1992: 270-271). Un ejemplo actual puede ser el “delegado de aguas” presente
en el sistema de Socorama, en Chile (Castro Lucic et al., 1992: 50-51). Paerregaard (1994: 195-
195) nos presenta un caso en cierta medida mixto (Tapay), pues en él los conflictos son
6
experiencia necesarios (p. ej., los regantes más ancianos) para poder hacer de
mediadores entre las partes en conflicto y tratar de llegar a una solución14.

El manejo local de los conflictos es, sin duda, positivo por diversas
razones, destacando entre ellas dos (ver Glick, 1988: 265). En primer lugar, los
conflictos y otras situaciones de desorden pueden incidir de forma negativa en el
funcionamiento del sistema de irrigación. Esto hace necesario que las medidas de
corrección sean rápidas, lo que, como sabemos, no suele ser corriente cuando se
acude, por ejemplo, a los tribunales de justicia ordinarios. En segundo lugar, en
muchas ocasiones sólo los expertos y regantes locales poseen los diversos
conocimientos, tanto del funcionamiento y de las particularidades del propio
sistema de riego como de las condiciones naturales de su medio, necesarios para
llegar a soluciones adecuadas. Ello supone que la imposición de sanciones a los
que infringen las reglas y la solución de determinados conflictos deben ser
internas (organización de regantes), recurriendo a niveles superiores cuando los
mecanismos y las medidas locales sean ineficaces o inaplicables. En muchos
países han sido conscientes de los beneficios de la resolución de conflictos
internos en el propio sistema y por los más directamente interesados (los usuarios
del agua) por lo que los jurados formados por los regantes han sido reconocidos
por las leyes, de lo cual tenemos un buen ejemplo en España ya en el siglo XIX.

Debe tenerse en cuenta que con cierta frecuencia en las comunidades


suelen oponerse a la intervención externa para solucionar sus propios problemas
(véase Shaw, 1982: 70) debido a su desconfianza del aparato estatal y de los
tribunales de justicia, en particular. La falta de confianza se debe a que los
órganos administrativos y judiciales del Estado a menudo son vistos como lentos
(pérdida de tiempo), ineficaces, arbitrarios e incluso corruptos (ver, p. ej., Ishow,
1987: 242 y De los Reyes, 1985: 14). En bastantes ocasiones, tal desconfianza
obedece a que los regantes consideran que las autoridades externas y los
funcionarios gubernamentales pueden tener un conocimiento incompleto y
deficiente de las condiciones locales y de la realidad y auténtica naturaleza de sus
problemas, por lo que resulta “más seguro y mejor mantener tales asuntos en el
interior de la comunidad y no dejar que otros conozcan” (Shaw, 1982: 70).

Pese a lo dicho en los anteriores párrafos, lo cierto es que la resolución


local de conflictos puede ser imposible o no efectiva en ciertas situaciones. Esto
hace necesario recurrir a entidades externas (administrativas o judiciales) para
imponer disciplina y restaurar el orden en el sistema de irrigación. Diversos
estudios antropológicos e históricos llevan a establecer como característica de
este tipo de organizaciones de regantes que cuando la conflictividad es
demasiado considerable o especialmente grave se tiende a acudir a niveles

resueltos por los propios regantes, interviniendo los jueces de agua sólo cuando aquéllos surgen
entre los distribuidores y los usuarios.
14
Ver Ishow (1987: 242) y Adams et al. (1994).
7
superiores, por lo general extralocales, para su solución (ver Hunt y Hunt, 1976:
395; Hunt, 1986: 202 y Bolin, 1990: 143). Siendo aún más concretos, se ha
comprobado que el intervencionismo estatal en sistemas de irrigación locales
suele producirse en el contexto de severos conflictos incapaces de ser resueltos
en su interior con los medios a disposición por las comunidades (ver, p. ej.,
Romero et al., 1994). Tal intervención ha demostrado ser, en muchas ocasiones,
exitosa, llevando a esos sistemas a mejores resultados económicos y sociales. Lo
contrario también se ha comprobado. Esto es, no ha sido raro que la intervención
externa haya contribuido a dejar las cosas como estaban o incluso a empeorarlas.
Dada la dependencia de diversos factores no es fácil formular una generalización
que recoja lo expuesto. Con todo, se ha comprobado que la implicación del
Estado ha sido exitosa cuando ha realizado (o incentivado) modificaciones en
aquellos elementos del sistema que eran problemáticos por unos motivos u otros,
por lo que afectaban a los intereses generales, dejando todo lo demás igual y no
trastocando o eliminando los principios fundamentales para su buen
funcionamiento (p. ej., la gestión autónoma).

Las limitaciones de las comunidades son sobre todo evidentes cuando en


un conflicto aparece implicado algún elemento externo (p. ej., otra comunidad),
esto es, en el caso de conflictos externos. Debemos tener en cuenta que el ámbito
de acción de aquéllas se reduce a su sistema, lo cual significa que carecen, en
principio, de los mecanismos y de la autoridad necesarios para su resolución.
Como señala Lees:

“Si bien las disputas generalmente se mantienen al mínimo en el


nivel local por instituciones locales, tales instituciones pierden
fuerza en el nivel intercomunitario. Ni las estructuras tribales ni
las de la comunidad campesina proveen instituciones adecuadas
para las relaciones intercomunitarias” (Lees, 1973: 119).

Lo anterior hace indispensable la intervención de alguna entidad externa,


que normalmente es un órgano judicial o administrativo estatal, aunque también
puede ocurrir que las entidades locales implicadas traten de llegar a acuerdos
entre ellas15. Sea como fuere, en estos casos el poder político y el económico,
como señalan Maass y Anderson (1978: 3), pueden tener, y de hecho tienen, un
importante papel. En tal sentido, en el sistema por nosotros estudiado y en otros
que conocemos por la literatura se observa que cuando se producen injerencias
externas demasiado poderosas se tiende a recurrir a individuos con cierto peso
político y económico y con buenas conexiones dentro y fuera de la comunidad
para que actúen como representantes de ésta ante los organismos y las

15
De acuerdo con Kraus (1992: 44): “Si hay un conflicto entre dos comunidades el conflicto es
externo y debe ser resuelto por una agencia de fuera. Para tratar con esta situación existen
instituciones políticas/legales tales como los tribunales oficiales del gobierno o las instituciones
informales”.
8
instituciones de la sociedad de la cual forma parte el sistema en cuestión. La
intervención de tales sujetos no es, ni mucho menos, garantía de éxito, pero éstos
sí pueden conseguir que la defensa de los intereses locales sea más efectiva.

Lo expuesto en las anteriores líneas nos lleva a una idea básica


desarrollada por algunos autores: el hecho de que miembros con importantes
conexiones políticas y económicamente bien situados tengan algún papel
relevante en la gestión del agua puede ser muy positivo de cara a la defensa de tal
recurso frente a los intentos externos de apropiación o control, medidas
extralocales contrarias a los intereses de la comunidad, el logro de auxilios para
la mejora del sistema, la solución de conflictos intercomunitarios, etc.16. Ello se
debe a que tales partícipes suelen tener contactos internos y externos con
personas de influencia, relacionadas de un modo u otro con la política, la
Administración, etc., lo que hace que actúen como eslabón entre la comunidad y
las instituciones de la sociedad a la que pertenece aquélla facilitando así sus
relaciones. No debemos olvidar que en este tipo de organizaciones de regantes
las decisiones se toman colectivamente, por lo que para ocupar ciertas posiciones
de mayor importancia se tiende a elegir a aquellos miembros que pueden de un
modo u otro beneficiar y defender a la colectividad. Tales decisiones no se toman
en el “vacío”, sino en un contexto donde la política y la economía lo impregnan
todo. En otras palabras, en el marco de sociedades complejas, donde priman las
conexiones entre lo local y lo no local, es “racional” otorgar cargos relevantes en
una organización de regantes a individuos bien conectados con el exterior para
que medien entre ambos niveles. Como apunta Kraus siguiendo a Coward (ver
Coward, 1979: 31-32):

“Si los agricultores tienen la libertad de elegir a sus propios


representantes... seleccionarán hombres con conexiones, como es
evidente en Bali. El presidente y el vicepresidente provienen de
elites de la ciudad que tienen tierra en el sistema de irrigación.
Su estrecho contacto con otras elites, muchas de las cuales
ocupan posiciones estratégicas en el Gobierno, les capacita para
proveer una representación especial para la comunidad de
riego... Ésta es la ligazón externa entre las dos jerarquías que
ayuda a coordinar ambas entidades” (Kraus, 1992: 37).

En nuestro caso, es cierto que estos partícipes han jugado un papel


fundamental en la relación de la comunidad con el exterior tanto en el contexto
de conflictos severos como a la hora de conseguir ayudas, aunque no siempre su

16
Ver Hunt y Hunt (1974: 153 y 1976: 395) y Siy (1982: 43). Según los primeros: “Nuestra
hipótesis es que las elites del poder son cruciales para la resolución de conflictos sobre el agua.
Las personas que poseen roles de control del agua están íntimamente conectadas con la
distribución del poder en la sociedad” (1974: 153).
9
mediación ha sido exitosa bien por no conseguir el apoyo necesario, o bien por
enfrentarse a grupos o entidades aún más poderosos.

Sea como fuere, cuando los conflictos internos por su gravedad o


persistencia se exteriorizan (es necesario acudir a organismos externos) y en el
contexto de conflictos externos, el “poder” de las partes implicadas o de algunos
de sus miembros adquiere enorme importancia tanto en lo que se refiere a su
desarrollo como a su solución. Así, en el caso de conflictos externos o internos
exteriorizados la parte más poderosa y con mejores conexiones políticas puede
conseguir que la intervención estatal, por ejemplo, le favorezca en mayor o
menor medida.

5. Los conflictos y sus implicaciones

La proliferación de infracciones de las reglas por parte de los regantes y


los conflictos que pueden surgir entre éstos indican que algo en el sistema no
funciona correctamente. En tal sentido, el hecho de que en ciertos periodos del
año aumenten los robos de agua y las disputas, por pequeñas que sean, entre los
usuarios probablemente indica que el agua no se suministra en el momento
adecuado o en la cantidad necesaria para los cultivos, lo que lleva a aquéllos a
obtenerla por su cuenta y en contra de lo dispuesto en las ordenanzas o acordado
por todos. Asimismo, la agudización de conflictos internos entre grupos de
regantes más o menos definidos en momentos de escasez puede ser el resultado
de una situación de desigualdad en el acceso al recurso hídrico, más evidente y
grave ante su falta.

Luego, los conflictos y la infracción reiterada de las reglas que gobiernan


el acceso y el uso del agua, hechos con mucha frecuencia unidos, pueden verse
como indicadores de fallos en el funcionamiento del sistema, en suma, de que
algo va mal y debe corregirse.

El estudio por nosotros realizado y algunos otros a los que hemos


accedido ponen de manifiesto que los conflictos internos, especialmente cuando
adquieren cierta envergadura, parecen incentivar los procesos de cambio en
diversos componentes del sistema de irrigación (infraestructurales, legales,
institucionales...). Ello no significa tanto que la conflictividad produzca por sí
misma cambios como que dependiendo de su grado, su reducción (o eliminación)
requerirá una serie de transformaciones tendentes a normalizar el funcionamiento
del sistema. También podríamos decir que ciertos conflictos activan
determinados mecanismos e inician algunos procesos (p. ej., recurrir a la
Administración, proponer en una asamblea llevar a cabo cierta modificación...)
que pueden contribuir a que los cambios tengan lugar, aceptando la conclusión de
Yoder (1994: 74) de que las “Instituciones en los sistemas gestionados
localmente se desarrollan en respuesta a conflictos”. Precisamente por esto

10
creemos que el análisis de los conflictos es absolutamente esencial para
comprender la evolución de un sistema de riego, al menos desde la perspectiva
de las ciencias sociales.

6. Conclusiones y resumen

Sin entrar a discutir la cuestión de si el conflicto generado por el agua es


un elemento universal de los sistemas de riego, lo cierto es que la abundante
literatura disponible sobre regadíos muestra que tal fenómeno es bastante
frecuente, aunque muchas veces por su escasa gravedad las soluciones son
internas (Jurado de Riego, Juez de Aguas, ancianos o expertos locales...) y
rutinarias.

Los conflictos, atendiendo a la posición de los implicados en ellos, su


número, localización (dentro o fuera del sistema), etc., son de diverso tipo, lo que
hace muy difícil buscar para ellos una explicación de carácter general, debiendo,
pues, analizar con precisión cada caso concreto antes de formular hipótesis.
Nosotros, centrándonos en los que hemos llamado “internos”, nos hemos
aventurado a ofrecer algunas. Consideramos, como se ha puesto de manifiesto en
numerosos estudios, que la escasez de agua es un factor muy importante para
poder explicar tales conflictos, pues en esta situación tiende a producirse un
aumento de la competencia por el recurso, lo cual es el paso previo a la aparición
de conflictos.

Con todo, más determinante y relevante puede ser la desigualdad en el


acceso al agua en una situación de escasez, proponiendo que la conflictividad
interna en un sistema de irrigación tenderá a agudizarse y aumentar cuando un
recurso hídrico escaso se asigna y/o distribuye desigualmente entre aquellos que
tienen derecho a él. Es decir, más importante que la escasez en sí es la manera en
que se distribuye una cantidad escasa de agua.

La posibilidad de que surjan o se desarrollen conflictos ha hecho que en


los sistemas de gestión de riego locales existan mecanismos y procedimientos
formales y/o informales para manejar y resolver los que son de carácter interno.
Por lo general, la resolución interna de conflictos se ha mostrado efectiva y
positiva al ser rápida, barata y estar en manos de los que conocen el
funcionamiento y las características del sistema. A veces, sin embargo, aquéllos,
por diversos motivos, no pueden solucionarse en el seno de la organización
encargada del riego por lo que en estos casos se tiende, como se ha observado, a
recurrir a entidades externas de tipo administrativo o judicial.

Es precisamente la conflictividad uno de los ámbitos en los que más se ha


producido la intervención estatal. Ésta es especialmente importante cuando nos
encontramos ante conflictos externos, pues, por lo general, en las comunidades se

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carece de medios para resolver esta clase de disputas que rebasan los límites de
un sistema de riego. El manejo de estos conflictos tiene como trasfondo la
relación de niveles locales y no locales, por lo que la mediación de miembros de
una organización de regantes con poder político y/o económico y con buenas
conexiones tanto internas como externas adquiere muchísima importancia,
aunque su intervención no sea garantía de éxito. Lo que resulta claro es que en el
marco de conflictos externos e internos exteriorizados (intervención de entidades
externas para su resolución) el “poder” de las partes implicadas o de algunos de
sus miembros se convierte en fundamental tanto en su desarrollo como en su
solución.

Por último, indicar que podemos ligar los conflictos internos de cierta
magnitud y los cambios en diversos aspectos de un sistema de irrigación. No hay
que olvidar que aquéllos son indicadores de que algo en éste no funciona bien,
por lo que es corriente que para reducirlos o resolverlos se activen ciertos
mecanismos e inicien determinados procesos (p. ej., recurrir a la Administración,
debatirlos en las asambleas de regantes...) que pueden contribuir a que los
cambios tengan lugar. Por ello, el estudio de los conflictos se vuelve esencial
para comprender y analizar la evolución de un sistema de riego, al menos desde
la perspectiva de las ciencias sociales.

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