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El Condicionamiento Operante a la luz de la Filosofía

de la Ciencia
Horacio Restrepo
Problemas Básicos
Cuando en un mismo dominio de estudio se encuentran dos o más
hipótesis (o también dos o más teorías) que aparentemente tienen a su
favor el mismo resultado objetivo, es válido hacer la misma predicción;
nos encontramos frente al problema de evaluar cuál de las hipótesis en
cuestión está mejor corroborada o confirmada; y, para ello, es preciso
ponderar el grado de confirmación que el resultado objetivo permita
atribuir a cada una de las hipótesis (o teorías). Tal es el problema de la
relevancia de los resultados empíricos, que consiste, en términos
generales, en establecer el grado óptimo de confirmación de una
predicción con respecto a la hipótesis o teoría de la cual se ha derivado
(De Groot, 1969). Pero, si por “relevancia” entendemos el carácter
confirmatorio de un resultado relacionado con la o las proposiciones
que lo implican (en el sentido lógico de este término), entonces
resultará evidente que el problema de la relevancia es un problema
metodológico que no sólo atañe al juicio que define entre hipótesis
alternas, sino, fundamentalmente, al criterio epistemológico de
confirmación o corrobación de hipótesis y teorías y, por consiguiente, a
las reglas metodológicas estipuladas con arreglo a dicho criterio.
En este sentido, su solución interesa tanto al científico como al
epistemólogo y, por ello, su análisis se ha desarrollado desde las
disciplinas de uno y otro. Más, ¿de qué manera se estudia? ¿Coinciden
en la solución los criterios lógicos y convencionales del filósofo y los
criterios generalmente prácticos y utilitaristas del científico?
Es verdad que ningún científico puede sustraerse a las exigencias y
restricciones metodológicas que cada día provee la crítica filosófica.
Pero es igualmente verdadero que el científico no sólo se resiste a
seguir confiando en las directrices de la filosofía, sino que, además, no
puede detener sus investigaciones esperando la definición o solución
que a sus problemas pueda ofrecer el lógico o el epistemológico. Por el
contrario, el científico toma el problema por su cuenta y busca definirlo,
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aclararlo y enjuiciarlo autónomamente, actitud que se fortifica en
mayor medida cuando los filósofos de la ciencia, por lo complejo y difícil
del problema, se ven obligados a permanecer en la controversia.
Este hecho es, en mi opinión, lo que lleva a cada científico a
definir su propia posición metodológica y a no aceptar ningún tribunal
de última apelación. Pero más aún, es el carácter novedoso y diferente
de estas posiciones lo que permite abordar un sistema teórico
específico (el término sistema teórico se utiliza aquí como sinónimo de
teoría), con el propósito de aclarar su aporte a la discusión de los
problemas generales de la filosofía y de la ciencia.
Y tal es, justamente, la tarea que se propone aquí, al discutir la
posición metodológica asumida por los investigadores del
condicionamiento operante y, de manera especial, los conceptos del
principal inspirador de esta posición B. F. Skinner, en relación con el
problema de la relevancia de los resultados empíricos. Se trata aquí,
pues, de evaluar los argumentos que propone la filosofía para mostrar
que una hipótesis está apoyada por determinado tipo de elementos de
juicio y confrontarlos con los razonamientos que pueden hacerse, para
el mismo efecto a partir de la posición metodológica del
condicionamiento operante.
El problema de la relevancia en las teorías del conocimiento
El origen de las tesis filosóficas que conciernen a la relevancia y
que defienden las concepciones que llamaremos verificacionista y
refutacionista, aparece estrechamente ligado a las tesis sostenidas por
el positivismo lógico y por esta razón considero que es oportuno
presentar un orden que contemple primero esta concepción inicial. En
realidad, sólo remitiéndonos a la panorámica de su desarrollo puede
darse razón de la diferencia actual en las teorías del conocimiento que
vamos a estudiar.
La relevancia de los resultados en el positivismo lógico
En agudo contraste con el adelanto logrado por la epistemología
de nuestros días, para el positivismo lógico de la época del Círculo de
Viena, el problema de la relevancia se encontraba “resuelto”. ¿Cómo
llegaron a semejante resultado?

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Los positivistas de esa época, en un intento por supera e invalidar
la metafísica con la tesis de que sus proposiciones carecían de
significado empírico, identificaron el problema de la demarcación del
conocimiento científico con el problema de su significación, arribando
de esta suerte a una inesperada consecuencia: el mayor nivel de
abstracción de una proposición con significado correspondía al nivel de
las leyes científicas. El problema de la relevancia se restringía así a las
proposiciones, únicas formas susceptibles de verificación, con lo cual
quedaba, ciertamente, anulado: en efecto, para estos filósofos la
significación de una proposición se encontraba en el método de su
verificación (Carnap, 1965), con lo que se obtenía que todo resultado
logrado con un método —siempre y cuando correspondiese a lo
esperado— era relevante o confirmatorio para las proposiciones que
ligasen precisamente, como en el caso de la ciencia, un método con un
resultado específico.
Era, éste, un efecto de su criterio general de la significación,
basado, por una parte, en la convención de que solo poseen
significación aquellas proposiciones a las cuales puedan atribuirse
valores de “verdad” y, por otra, en el supuesto de que solo es posible
atribuir tales valores de verdad a los enunciados analíticos denominados
tautologías y que no afirman cosa alguna de la “realidad”, y a cierto tipo
de enunciados muy simples, llamados atómicos o protocolares, y
referidos a experiencias perceptivas inmediatas. De esta manera, las
teorías y conceptos abstractos quedaban “desposeídos” de significación
ya que no remitían experiencias perceptivas, en tanto que las leyes
(proposiciones del tipo: todos los metales se dilatan con el calor)
aparecerían como susceptibles de ser “verificadas indirectamente”
mediante la “comprobación directa” de los enunciados protocolares
implicados por ellas (por ejemplo: este trozo de plomo se dilató al ser
calentado).
Por otra parte, como se entendía que la significación de una
proposición general del tipo ley, estaba da por el conjunto de
enunciados protocolares a que diera lugar, las proposiciones que
tuvieran a su favor los mismo resultados empíricos debían considerarse
equivalentes, esto es, igualmente significativos e igualmente verificados.
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En consonancia con esto la elección entre hipótesis alternativas con
tales características, podía fundarse en motivos estéticos y económicos,
más que en criterios lógicos relativos a los grados de corroboración
(Cohen y Nagel, 1968)
La posición positivista lograba, así, superar la metafísica, pero
superaba de paso con ésta, las teorías de las ciencias fácticas: en aquella
concepción tenía que concluirse, como hizo en efecto Schlick (1965),
que las grandes teorías de la ciencia, por ejemplo, la teoría de Einstein,
eran meros análisis filosóficos del sentido; es decir, un mero sistema de
actos, que no de conocimientos. Y al mismo tiempo, esta posición, a
cambio de resolver, disolvía el problema de la relevancia, puesto que un
resultado empírico no podía ser tomado como elemento de juicio para
la corroboración de un sistema no significativo.
Por supuesto, esta posición inicial se hizo insostenible y
actualmente el positivismo, o mejor, la filosofía analítica que es uno de
sus desarrollos, es la corriente epistemológica donde el problema de la
relevancia ocupa un lugar central. Es que, al aceptar la teoría como un
verdadero sistema de conocimientos, cosa que no pudo dejar de
hacerse en consideración a los avances logrados mediante la
teorización, el positivista tuvo que abordar el problema de la
significación de los términos teóricos. Y no cabía otra salida: de lo
contrario, hubiera tenido que aceptar la significación de la metafísica, ya
que en la significación estaba basada la demarcación. En esta línea, es
ilustrativo el esfuerzo de Carnap para definir un criterio de significación
de los términos y conceptos teóricos lo suficientemente amplio como
para abarcar todas las teorías científicas y, a la vez, lo suficientemente
estrecho como para rechazar lo metafísico (Carnap, 1967).
Más, si hoy la filosofía analítica se ocupa del problema de la
relevancia con sus trabajos sobre la significación de los términos
teóricos, la ampliación de su criterio de significación nos conduce a
efectos no deseados. Porque es la ampliación de tal criterio lo que da
lugar a que filósofos como Michael Scriven traten de justificar y
defender el status cognoscitivo de pseudociencias. Por los menos así
trata este autor al psicoanálisis, bajo el pretexto de que los “demonios”
inventados por Freud (por ejemplo, el super yo), en tanto que hipótesis,
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resultan en principio, verificables a través de sus consecuencias. Llegará
a afirmar entonces que el super ego “no es tan real como un tumor
cerebral, pero sí como un campo eléctrico; y, por cierto, que no es irreal
ni en una <<ficción>> o un <<mito>> como el éter” (Scriven, 1967, 149).
Claro está, de esta tesis específica me ocuparé más adelante ya
que contrasta con la posición asumida en el condicionamiento
operante. Por el momento, debo limitarme a aclarar, así sea en
términos muy generales, en qué consiste el nuevo criterio de
significación y cómo es que se relaciona con el problema de la
relevancia y, por otra parte, a llamar la atención sobre las relaciones
que hay entre éste y el problema de la demarcación del conocimiento
científico.
En su nueva concepción acerca de la significación empírica de los
términos y conceptos teóricos, Carnap (1967) parte de una distinción
que goza de general aceptación y que consiste en separar los tipos de
enunciados utilizados en los sistemas teóricos, según su pertenencia al
lenguaje de observación o al lenguaje teórico. Son ellos los
correspondientes a las formulaciones que contienen sólo términos que
describen propiedades observables de los objetos; esto es, términos
observacionales que pertenecen a un lenguaje así mismo llamado
observacional; los enunciados que contienen términos no referidos a
propiedades observables y que, llamados términos teóricos, pertenecen
al lenguaje del mismo nombre; y, finalmente, los enunciados que
contienen tanto términos teóricos como observacionales y que para
Carnap constituyen las “reglas de correspondencia” entre el lenguaje
observacional y el lenguaje teórico.
Sobre esta distinción, desarrolla la tesis de que los términos
teóricos poseen significación empírica indirecta o “significación
relativa”, para un sistema dado, si y sólo si inciden en la predicción de
hechos observables. Dicho de otra manera, un concepto teórico será
significativo si da lugar a una diferencia con relación a la predicción de
hechos observables. Claro está, Carnap supone que tal incidencia sólo
es posible mediante el uso adecuado de reglas de correspondencia.
En consecuencia, y a primera vista, es fácil suponer que los
resultados empíricos, o sea, los enunciados referidos a hechos
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observables, resulten relevantes para los conceptos y enunciados
teóricos de los cuales se han derivado mediante las reglas de
correspondencia adecuadas para cada caso.
Pero si con esta ampliación del criterio de significación se logra
dar sentido a los sistema que utilizan conceptos teóricos y, por tanto,
permite considerar a las teorías científicas como algo más que un mero
sistema de actos, conduce, sin embargo, a graves dificultades: un año
después de que apareció la primera edición del artículo de Carnap,
Barker (1957) muestra cómo es posible hacer ligeras modificaciones a
cualquier sistema metafísico para que cumpla con el nuevo criterio, y
sin que por ello deje de ser tan metafísico como antes; incluso ilustra
esto con varios ejemplos, ¿por qué este resultado?
La concepción y el criterio de Carnap funcionan bien siempre que
los resultados empíricos estén a favor de las teorías, es decir, siempre
que concuerden con los resultados esperados. Mas, en el momento en
que un hecho difiera de lo previsto por la teoría, bastaría incorporar a
ésta una nueva regla de correspondencia, para que tal resultado
empírico entre a formar parte de los casos a favor. Y de la misma
manera, en los casos de sistemas metafísicos que aún no poseen un
repertorio de “hechos favorables”, basta adicionarles las reglas de
correspondencia adecuadas para que lo tengan.
Es, éste, un efecto no deseado de la ampliación del criterio de
significación, que permite hacer hincapié en dos puntos básicos de las
discusión: en primer lugar, es evidente que según esta concepción las
teorías no son susceptible de ser refutadas por los hechos y, más aún,
parece que las teorías en virtud de la “elasticidad” que les proporciona
el uso de reglas de correspondencia se distinguirían por contar
únicamente con casos a favor. En tal sentido son verificables por los
hechos, más no refutables por los mismos.
En segundo lugar, es oportuno advertir que si el nuevo criterio no
es muy satisfactorio, es justamente por el hecho de que permite tomar
resultados empíricos como datos relevantes para doctrinas
pseudocientíficas o no científicas en absoluto, lo que señala la relación
que deben tener los criterios referentes a la demarcación del
conocimiento científico y a la relevancia de los resultados.
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¿Qué cosa sucede, pues, con una teoría epistemológica que por lo
menos en su inicio distinguía entre ciencia y metafísica? Para intentar
una respuesta, juzgo oportuno remitirnos a la última época del Círculo
de Viena (alrededor de los años 1930-1932).
Aunque Karl Popper no participaba de la totalidad de las tesis
positivistas de entonces —y valga anotar que tampoco participó de
todas las posteriores— había señalado a los miembros del Círculo la
importancia del problema de la demarcación de la ciencia empírica y
propuesto al efecto su tesis de la falsabilidad o refutabilidad de las
teorías. Pero, como él mismo afirma, su aportación fue considerada por
aquéllos como una propuesta para remplazar el criterio verificacionista
del significado por un criterio refutacionista del significado (Popper,
1967). En un principio, los positivistas aceptaron este criterio, sobre el
que se funda el ataque que Morris Cohen y Ernst Nagel hacen, durante
la década de 1930, a las hipótesis y teorías irrefutables, incluyendo al
psicoanálisis (Cogen y Nagel, 1968).
Sin embargo, en la adopción de tal criterio se cometió un error
que en principio resultaba difícil de establecer. Como puede verse en la
citada obra de Cohen y Nagel, la refutabilidad fue equiparada con la
verificabilidad en una extraña relación que puede formularse del
siguiente modo: una hipótesis es verificable si es posible definir sus
consecuencias en términos de operaciones empíricas determinadas y
ello sólo es posible si la hipótesis es diferenciadora o refutable, es decir,
si expresa un orden de conexión y no otro. No se percataron los
positivistas de que los criterios de verificabilidad y refutabilidad
mantienen una relación de asimetría: un hecho dado no puede verificar
nunca una hipótesis; ni siquiera un numero muy grande de hechos dado
el carácter universal de las hipótesis y la imposibilidad de establecer con
certeza si se han constatado todos los hechos pertinentes. En cambio,
un solo hecho basta para refutar una hipótesis.
Claro, como ya anoté, en el inicio del positivismo tal asimetría no
era muy “visible” ya que si una proposición es refutable es además, y a
la vez, verificable; pero no sucede lo contrario. No obstante, cuando
cambió el criterio de significación pudo establecerse claramente la
diferencia entra la refutabilidad y verificabilidad y el positivismo retornó
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al verificacionismo inicial: cada nuevo hecho registrado a favor de una
hipótesis o de una teoría fue tomado como un elemento de juicio más a
favor de su probabilidad, de tal forma que las teorías más probables,
esto es, las teorías con mayor cantidad de elementos de juicio se
tornaban menos vulnerables a un hecho adverso, pero único. De ahí
que, prácticamente en cualquier obra de la filosofía analítica actual,
pueda encontrarse la tesis que las teorías no son refutables, y más aún,
la tesis —derivada de la anterior— de que no existen experimentos
decisivos para descartar una teoría.
Más lo que interesa de estas aclaraciones es que con este regreso
al verificacionismo, y con la perseverancia de Popper en su criterio de
refutabilidad, quedaron definidas dos orientaciones para la formulación
de juicios de relevancia.

El problema para el refutacionismo y para el verificacionismo


En efecto, es algo muy conocido que para el verificacionismo un
solo hecho tiene muy poco valor de confirmación ya que la base
inductiva de toda hipótesis exige un gran cúmulo de datos favorables.
Para el refutacionismo, en cambio, un solo hecho a favor será de gran
valor confirmatorio, pues será el resultado de un intento por remplazar
la hipótesis. Dicho de otra manera, en el primer caso la hipótesis no
puede ser aceptada por la mera enunciación de un caso favorable,
mientras que, en el segundo, la hipótesis no puede ser rechazada
precisamente por un caso a favor.
Esto, que parece un problema verbal, o sencillamente un
problema de enfoque, es lo que no puede confundirse porque inspira
posiciones metodológicas muy distintas. Esta es la base para que dentro
del positivismo se intente la elaboración de teorías cada vez más
probables y menos refutables (como en una especia de carrera por
construir de una vez la ciencia), y para que en el negativismo —como
puede llamarse la corriente de Popper— se construyan teorías más
refutables y a la vez menos probables (como dentro de una especie de
certidumbre de que la investigación no terminará jamás, y de
preferencia por un adelanto más sólido); un ejemplo ilustrativo de esta
situación puede verse en Bondi, Bonnor y otros (1960). Pero las
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consecuencias de elegir uno u otro criterio van más allá: en realidad, no
pueden pasarse por alto los peligros que entraña la posición de la
filosofía analítica, precisamente por su concepción verificacionista de la
ciencia. El principal es el que favorece el convencionalismo, cuya
postura, muy cómoda, se reduce a incorporar a un sistema teórico una
nueva regla de correspondencia con la realidad cada vez que aparezca
un caso o un hecho contradictorio. Y, a no dudar, siempre es posible
adoptar y adaptar hipótesis auxiliares para eliminar las contradicciones;
existen, además varios métodos para hacerlo, conforme señala Popper
(1962). Claro está, el criterio de refutabilidad de este último exigirá,
como contrapartida, que la introducción de una hipótesis auxiliar se
haga solamente si se aumenta con ello el grado de refutabilidad de la
teoría en cuestión (Popper, 1962).
Más, ¿cómo pueden ser aclaradas estas diferencias? ¿De dónde
derivan y cuál es su fundamento?
Es preciso convenir con Muguerza (1968) en que la diferencia entre el
verificacionismo y el refutacionismo reside en concepciones muy
distintas acerca de la probabilidad lógica. “Pues, de no ser así —dice
este autor— resultaría absolutamente inexplicable la conocida objeción
de Carnap a la falsabilidad como criterio de demarcación”. La objeción
consiste en hacer que la contrastación (falsación) de un enunciado
universal con doble cuantificación universal-existencial, como <<toda
limadura de hierro es atraída por un trozo de madera>>, comportaría la
contrastación (verificación) de un enunciado existencial con doble
cuantificación existencial-universal, como <<hay un trozo de madera
que no atrae ninguna limadura de hierro>>. Empero, la contrastación de
este último enunciado comportaría la del enunciado universal negativo:
<<ninguna limadura de hierro es atraída por ese trozo de metal>>
(Muguerza, 1968, págs. 1969-170).
Y, ciertamente, esta objeción es explicable. Porque si se parte del
carácter o fundamento inductivo de las hipótesis, entonces puede
concluirse que su aceptación depende del grado de probabilidad que
pueda atribuírsele, según el número de casos favorables. O, lo que es lo
mismo, dado el carácter meramente probable de cualquier enunciado
general, una hipótesis no podrá ser refutada sino por la verificación de
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otra hipótesis; pero, como la verificación nunca es total, ya que no
pueden constatarse todos los casos posible, entonces la elección de una
u otra depende del grado de probabilidad que los hechos permitan
atribuir a cada una.
Por supuesto, esta objeción anulará el criterio de falsabilidad
como criterio de demarcación, puesto que aquello que dirime entre dos
hipótesis o teorías es, en última instancia, su grado de probabilidad. La
objeción es mas grave aún, si se considera que Popper, para el ejemplo
dado, no puede replicar que un enunciado como “hay un trozo de
madera que no atrae esta muestra de limadura de hierro” puede refutar
la hipótesis original. O, por lo menos, no puede hacerlo sin exponerse al
solipsismo metodológico. Es que el deseo de Russel (1967), en el sentido
de hacer científicamente satisfactorio el solipsismo por razones de
economía lógica, no ha sido aceptado precisamente porque atenta
contra el rigor del conocimiento científico: cualquier observación casual
o cualquier error de medida, por ejemplo, darían al traste con una
teoría, de la misma manera en que podrían argüirse como prueba de
alguna otra hipótesis, de la cual no se esperan más referentes
observables. Y es justamente por esta situación que el mismo Popper
destaca la necesidad de que un enunciado falsador sea “testable”
intersubjetivamente (Popper, 1962). Y a pesar de que una hipótesis
como “todos los metales se dilatan con el calor” puede ser refutada por
un enunciado aparentemente singular como “el plomo no de dilata con
el calor”, podrá verse que este último no es de carácter singular puesto
que equivale al enunciado “ningún trozo de plomo se dilata con calor”,
por lo que Carnap podría hacer notar que la refutación de la hipótesis
original descansa en la probabilidad del último enunciado.
Con todo, cabe advertir que la refutabilidad como criterio de
demarcación es refutabilidad en principio. Al efecto, dice Popper (1962)
que una hipótesis será falsable si y sólo si la clase de sus posibles
falsadores no es una clase vacía y de tal forma que los enunciados
propios de esta clase sean en principio testables intersubjetivamente. Y
algo más, aclara que deben ser testables todos los enunciados
singulares falsadores; por ejemplo, un enunciado como “hay una familia
de cuervos negros en el zoológico de Bogotá” sería un enunciado
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singular que refutaría una hipótesis como “todos los cuervos son
blancos” aunque solamente se ocupara de testarlo un investigador, ya
que el hecho es intersubjetivo en principio. En consecuencia, en la clase
de posibles falsadores no podrán encontrarse enunciados falsadores no
falsables a su vez, los cuales enunciados no falsables son siempre de la
forma existencial “hay un metal que conduce el calor”, pues en este
caso sólo podría ser falsado por su negación “ningún metal conduce el
calor”, y este enunciado no puede verificarse completamente.
Y es, éste, el primer aspecto en el origen de las diferencias que
presentan las concepciones refutacionistas y verificacionistas; es que los
enunciados existenciales puros, esto es, aquellos que denotan
existencia sin especificar coordenadas espaciotemporales, si bien no
son refutables en principio son, en cambio, verificables en principio.
Pero si la concepción refutacionista excluye enunciados admitidos por el
verificacionismo —siendo así el criterio de refutabilidad más restrictivo
y diferenciador y al parecer más útil para distinguir entre teorías
científicas y no científicas— deberemos preguntarnos, entonces, por el
valor de confirmación que se le atribuye a los hecho en cada una de
aquellas.
En mi opinión, la mencionada crítica de Carnap muestra
claramente que en el verificacionismo, el valor que se concede a los
hechos reside en su cantidad. En efecto, aceptaremos una hipótesis
como “el cobre se dilata con el calor”, en la medida en que tengamos
muchos elementos de juicio, muchos casos a favor. Para el
refutacionismo, en cambio, y esta es la segunda diferencia entra las dos
concepciones, los hechos serán relevantes en razón de su cualidad:
porque lo que determina el grado de corroboración no es tanto el
número de casos, sino “el rigor de las contrastaciones” alas que puede
someterse la hipótesis en cuestión (Popper, 1962). Así, en un ejemplo
que considero contundente, dirá Popper que la hipótesis “la carga del
electrón tiene el valor determinado por Millikan” es mejor corroborada
que la hipótesis “todos los cuervos son negros”, a pesar de que esta
última tenga muchos más casos a favor.
Más, si esto es así, ¿de qué depende el “rigor” de las
contrastaciones? Popper contesta que dicho rigor depende, a su vez, del
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grado de contrastabilidad… “La que es falsable en más alto grado es
también la corroborable en grado más elevado” (Popper, 1962, pág.
249). Luego se dedica a establecer diversos grados de refutabilidad de
teorías, para concluir afirmando que la más falsable es aquella que tiene
un mayor grado de universalidad y, a la vez, uno mayor de precisión.
Así, resultará más falsable y por ende más corroborable, una teoría que
contenga proposiciones de la forma “todos los A con b” que otras
constituidas por proposiciones equivalentes a la forma “todos los a son
B”, de donde ¨a¨ y ¨b¨ son subclases propias de los conjuntos “A” y “B”
respectivamente.
La concepción de Popper nos permite comparar, de esta manera,
las teorías que, igualadas según uno de los criterios (universalidad o
precisión), difieran en el otro. Y justamente porque posibilita que se
atribuyan un peso diferencial a los mismos datos empíricos, según se
trate de predicciones más o menos universales y precisas.
Sin embargo, pueden hacerse varias objeciones importantes a
esta concepción. En primer lugar, Popper no nos da las pautas para
comparar teorías que difieran en ambos aspectos. Por ejemplo, teorías,
de las cuales, una posea un mayor grado de universalidad y otra un
mayor grado de precisión. Y es evidente que este caso puede ser tan
frecuente como los caso que permiten comparar lo que significaría un
gran conjunto de hechos empíricos cuya relevancia no puede ser
evaluada.
En segundo lugar, es preciso considerar la objeción presentada
por Barker (1957) en el sentido de que la teoría de Popper permitiría
confirmar proposiciones del siguiente tipo: “todos los cuervos son
reencarnaciones de nuestros antepasados y todas las reencarnaciones
de nuestros antepasados son negras”. Como pude verse, esta
proposición implicaría la consecuencia de que “todos los cuervos sean
negros” y, por tanto, todos los casos a favor de este último enunciado
servirían para “corroborar” las afirmaciones de las cuales ha sido
derivado. Y ciertamente que esta objeción es válida ya que Popper hace
descansar el peso de las contrastaciones de una teoría simplemente en
los grados de universalidad y precisión, sin considerar —como sí lo hace
Carnap— los diferentes tipos de enunciados referentes a la observación,
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esto es, sin considerar la manera como pueden relacionarse los
conceptos que remiten a inobservables y aquellos que remiten a
observables. Por tanto “justifica” la adopción de cualquier concepto
teórico, remitido a inobservables, con la única condición de que el
sistema permita derivar enunciados singulares —que él denomina
“básicos” —testables intersubjetivamente. En consecuencia, pues,
podemos afirmar que la teoría de Popper permite atribuir un alto peso
de relevancia a resultados que se predicen mediante teorías
inadmisibles.
Finalmente y en tercer lugar, es necesario tener presente que
Popper aún no ha resuelto la objeción que sigue presentando la filosofía
analítica, especialmente en la voz de Ernst Nagel, en el sentido de que la
doctrina de experimentos decisivos sólo es útil o correcta para
comparar proposiciones aisladas, pero no lo es cuando se trata de
comparar sistemas teóricos, ya que cualquier experimento somete a
prueba el cuerpo total de hipótesis, con la consecuencia de que no
puede ser establecido cuál o cuáles proposiciones han sido refutadas en
el caso de un resultado contrario (Nagel, 1961).
En suma, la concepción de Popper tampoco parece útil para la
selección de hipótesis y teorías alternativas, pues no presenta criterios
que abarquen todos los casos en que deban hacerse juicios de
relevancia, mientras que sí permite corroborar teorías que cualquier
científico rechazaría debido al carácter oscuro de sus conceptos y
términos “teóricos”. Por otro lado, no resuelve la objeción de Nagel,
que atenta directamente contra su criterio de demarcación. Presenta,
en una palabra, un concepto de refutabilidad ambiguo, como criterio de
relevancia.
Tal es, pues, es trazos generales, el estado del problema en los
sistemas filosóficos desarrollados a partir del positivismo lógico, estado
que probablemente ha hecho pensar a Sidman (1960) que sólo el
desarrollo de una ciencia proporciona la única respuesta final sobre la
relevancia de un resultado o dato particular.
Ahora bien, aunque el panorama de la discusión filosófica fue
trazado con líneas muy generales, opino que esta presentación es
suficiente para mostrar que la filosofía contempla al menos los aspectos
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cruciales de cualquier discusión al respecto, indicando, así, no el punto
donde debe suspenderse ésta, sino el peldaño en que pueden apoyarse
las nuevas contribuciones.
En esta dirección, justamente, marcha la tarea que me propongo
al destacar la posición metodológica propia del condicionamiento
operante, como un punto de vista que permite un avance en la
concepción refutacionista de la relevancia y, consecuentemente, de la
corroboración. Mi propósito es mostrar cómo es que esta posición,
asumida por una petición de principio, es justificable en los términos del
discurso filosófico, esto es, lógicamente. Procuro, además, mostrar
cómo es que mediante ella es posible resolver las objeciones y los
problemas que surgen de la posición refutacionista, a la par que se
preservan sus ventajas. Y procuro, en fin, señalar los nuevos problemas
que suscita y aquellos que, aun no resueltos, restringen la aportación a
su justo valor.

El enfoque de la relevancia en el condicionamiento operante


No puede esperarse que el científico aborde los problemas de una
manera semejante a la forma en que lo hace el filósofo. Sus criterios no
sólo parecen servir mejor a sus metas prácticas, sino que, en ocasiones,
determinan que los problemas metodológicos sean planteados en una
dirección diferente a la dirección en la cual son planteados por la
filosofía. O, por lo menos, es esto lo que parece acontecer con el
problema de la relevancia.
En efecto, si al filósofo le interesa los hechos o resultados en su
relación con las teorías, al científico sólo le interesan las teorías por su
relación con los hechos; si el filósofo se pregunta en qué medida sirven
los resultados empíricos para confirmar o rechazar teorías, el científico
se pregunta en qué medida sirven las teorías para predecir o anticipar
nuevos hechos. Tal es el caso de Skinner, pues en su obra la pregunta se
hace específicamente por el control de los hechos del comportamiento
(Skinner, 1953).
Pero la diferencia de su posición relacionada con la que han
asumido otros científicos está, en que al preguntar por la utilidad que

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las teorías puedan tener con relación a dicho control, Skinner no se
limita a hacer eco a la concepción instrumental de aquéllas, concepción
que las entendería como meros argumentos útiles para la predicción. En
un artículo publicado en 1950 y reproducido más adelante (Skinner,
1962), en respuesta al interrogante mencionado, llega a afirmar que una
ciencia del comportamiento no necesita teorías.
No obstante, sería arriesgado y prematuro suponer que, por
consecuencia, Skinner mismo no ha construido un sistema teórico. En
realidad, tanto en sus primeras publicaciones como en las más recientes
presenta una obra cuidadosa y celosamente sistematizada, en cuya
estructura es posible reconocer el orden de fundamentación en que se
disponen los enunciados de diferentes grados de generalidad y
precisión, orden típico, por lo demás, de los sistemas conceptuales de la
ciencia. Su obra no es una mera recopilación de datos experimentales,
aparte de que recientemente parece haber aceptado el carácter teórico
de la misma o por lo menos se ha aventurado en lo que el mismo
denomina “A theoritical analysis” (Skinner, 1969). ¿Cómo ha llegado,
pues, a semejante afirmación?

El concepto de teoría en Skinner


Podemos afirmar que Skinner llega a tal conclusión sencillamente
por su concepción utilitarista e instrumental de las teorías midiendo
siempre éstas en razón de las posibilidades de control del
comportamiento, llega a distinguir tres tipos de sistema que, o no
tienen valor pragmático alguno o entrañan serios peligros de
estancamiento para la investigación psicológica. Esos tipos son los
correspondientes a las teorías que utilizan conceptos y referencias
“mentalistas”, las que remiten a procesos y eventos neurofisiológicos y
aquellas sistematizaciones “muy abstractas” que recurren a eventos “no
observables”, correspondientes a (o definidos por) los llamados
“términos primitivos” (Skinner, 1961).
Claro está, para llegar al resultado aludido es necesario que los
tipos de sistemas mencionados cumplan con las condiciones de la
definición que hace de teoría: “cualquier explicación de un hecho
observado que recurre a eventos que corresponden a otro nivel de
15
observación”. (Skinner, 1961, pág. 39). ¿Cumplen aquellos sistemas con
esta definición?
Naturalmente, para contestar esta pregunta debemos aclarar
primero los términos contenidos en la definición, pues, de otra manera,
no resultaría aplicable; advierto, eso sí, que para ello no daré nuevas
definiciones, pues juzgo suficiente señalar el uso de los términos, esto
es, su empleo. En primer lugar debe considerarse que para el sistema de
Skinner, los “hechos” —hablando en un lenguajes “realista”, no referido
a enunciados— corresponden a acontecimientos del comportamiento,
cada uno de los cuales se toma como variable dependiente para su
análisis. El comportamiento, en general, es dividido por el
condicionamiento operante en unidades llamadas respuestas; por
ejemplo, bajar una palanca y en cada una de éstas, se distinguen las
propiedades o características típicas, verbigracia, frecuencia, forma,
fuerza, dirección, etc., que constituyen, como dije, las variables
dependientes o simplemente “los hechos” que han de ser explicados y
controlados (Reynolds, 1960). De forma más general, llamaremos
“hechos” de un dominio científico a todos los aspectos que sean objeto
de estudio y que en cualquier enunciado referente a ellos correspondan
o quedan delimitados por los términos descriptivos del enunciado en
cuestión. Así, diremos que es un hecho de la psicología, por ejemplo,
que “en este momento, esta rata baja esta palanca”, o que “en este
momento, Pérez dice: quiero manzanas”, etc.
En segunda instancia, hablaremos de “eventos” siempre que en
un dominio nos refiramos a acontecimientos que son tomados como
variables independientes o simplemente como acontecimientos que se
presenten en un sistema o enunciados dados, como condiciones
(suficientes) para que ocurran los hechos. Así por ejemplo, si decimos
que un trazo dado de metal se dilata con el calor, tomaremos el “calor”
como evento o condición (suficiente) para que se produzca el hecho de
la dilatación de ese trozo. Pero debe advertirse el énfasis puesto en que
este evento se presente como condición de un hecho en un sistema o
proposición dados, porque el mismo acontecimiento puede ser tomado
como hecho o como evento, dependiendo de que se presente como
condición o como algo de lo cual se quiere dar razón. Así, el calor mismo
16
podrá ser algo que debe explicarse y entonces aparecerá como hecho
en otro enunciado o sistema conceptual.
Ahora bien, los hechos y eventos se relacionan mediante dos tipos
generales de enunciados. Los primero, relacionan solamente un hecho y
un evento, en tanto que los segundos relacionan una clase de hechos
con una clase de eventos (ejemplos respectivos serían los enunciados
“este trozo de metal se dilató al calentarse” y “todos los metales se
dilatan con el calor”). A los primero, les llamaremos enunciados básicos
y, a los segundos, enunciados universales.
Por otra parte, si nos restringimos a la psicología, podemos decir
que algunas de sus teorías hablan acerca de acontecimiento (tanto
eventos como hechos), que son observables, esto es, que pueden ser
descritos con términos de observación, por ejemplo, hechos como
“presionar un botón”, “sonrojarse”, etc., y eventos como “privar de
alimento”, “suministrar alimento”… Además, algunas teorías hablan de
ciertos acontecimientos que no son observables, pero que tienen
referencias observables (por ejemplo, hechos como “percepción”,
“sensación”, y eventos como “déficit de albumina, de líquidos”, etc.) Por
último hay teorías que hablan de acontecimientos no observables y de
los cuales no es posible tener siquiera referentes observables
(verbigracia, “esquemas de organización”, “libido”, etc.) En términos
generales y aprovechando la distinción de Carnap citada anteriormente,
podemos afirmar que en las teorías psicológicas hay enunciados que
contiene solo términos del lenguajes observacional, enunciados que
contienen términos observacionales, así como términos teóricos y
enunciados, en fin, que contienen sólo términos teóricos.
Pues bien, Skinner supone que cada uno de estos tipos de
enunciados pertenece a un nivel distinto de observación. Y, aunque él
habla de estos niveles de una manera mucho más realista (como si se
tratara de tres “territorios”, uno donde los acontecimientos son
observables, otro donde sólo tienen referencias, observables y un
tercero donde son inobservables), es evidente que coincide con la
distinción de los enunciados hecha por Carnap, por lo que, esto de los
niveles, no puede tomarse como un concepto novedoso.

17
Lo novedoso, ciertamente, reside en considerar que los sistemas
que, para explicar un hecho observable recurren a eventos que
corresponden otro nivel de observación, son “teorías”, en un sentido
diferente al habitual en el sentido de que constituyen especulaciones,
sistemas conceptuales caracterizados por una nula o escasa
correspondencia con los hechos, sistemas no útiles al control del
comportamiento. ¿Está justificada esta posición? ¿Hay, en efecto,
“teorías” de este tipo?
Situémonos en el contexto de las teorías psicológicas y
establezcamos primero cuál es el nivel de observación que toma Skinner
como referencia.
El sentido de la palabra “control” en Skinner, es estricto: se
controla determinada respuesta, si, mediante procedimientos
determinados y específicos, se puede lograr que un organismo
produzca, incremente, decremente o extinga dicha respuesta. El control
puede llevarse, además, hasta conseguir determinadas forma, fuerza y
duración de la respuesta (Reynolds, 1960). Por supuesto, el logro de
este control depende de la medida en que se logra aislar y manipular las
variables de las cuales depende la respuesta, o para el caso, las variables
de las cuales depende el hecho observado. El requisito de control
obliga, por consecuencia, a “trabajar en ámbitos manipulables” que, en
el caso del condicionamiento operante, corresponden a las respuestas
que se “ejercen sobre el medio”, a “hecho observables”, y a las
situaciones estimulatorias o “eventos observables” (Skinner, 1953).
Por tanto el nivel de referencia de Skinner es aquél en el cual las
respuestas pueden ser controladas por medios de variaciones
estimulatorias (por ejemplo, programas de moldeamiento, programas
de reforzamiento, etcétera) que pertenecer a ámbitos manipulables, en
el sentido en que el investigador, o quien controla, puede variarlas a
voluntad. En otras palabras, podemos definir el nivel de observación de
Skinner, como aquél en el que, tanto el hecho que se observa como los
eventos que se aducen para explicarlo, son directamente observables.
Si, ahora, advertimos que muchas teorías se ocupan de explicar
hechos que corresponden al nivel observable del comportamiento,
entonces es fácil ver que los tres tipos de teoría a que se refiere Skinner,
18
recurren para explicar tales hechos, a eventos que tiene lugar en otro
nivel de observación: así, las teorías “mentalistas”, recurrirán a eventos
“internos” tales como “motivos”, “estados de conciencia”,
“inconciencia”, etc., que, a lo sumo, tienen referentes observables en el
comportamiento verbal. Por su parte, las explicaciones
neurofisiológicas, recurren a eventos como la actividad de distintos
“centros nerviosos”, a “despolarizaciones de membranas nerviosas”,
etc., esto es, a acontecimientos que poseen referentes observables,
pero que no corresponden al mismo nivel de observación de los hechos
a explicar. Finalmente, las teorías que utilizan o se apoyan en eventos
como “sistemas de operaciones”, “asimilación recíproca de esquemas”,
etc., esto es, eventos no observables o meramente teóricos, satisfacen
igualmente las condiciones de la definición. Y, claro está, no sobra
advertir que la teoría de Skinner no cae dentro de esta definición, ya
que para explicar un hecho en su sistema, recurre a eventos
“directamente observables”, expresados en términos de situaciones
estimulatorios.
Sin embrago, es elemental que el problema no consiste tanto en
que cumplan con las condiciones que evidentemente cumplen, sino en
el hecho de que “se acomoden” al sentido o significado del término
“teoría” de Skinner, es decir, al significado de “especulaciones”. Y para
dar razón de ello, es necesario ocuparse por separado de las teorías que
caen bajo esta definición, con objeto de establecer las razones que
puedan aducirse para rechazarlas.
Mas debo advertir que en este intento no voy a detenerme en las
razones por las cuales Skinner las considera como necesarias.
Simplemente doy por sentado que Skinner, en ejercicio de una petición
de principio (el control), las rechaza por las dos razones anotadas; o
porque no tienen valor pragmático alguno, o porque entrañan peligros
para el avance de la investigación. Mi propósito más bien es el de
discutir algunas de sus notas características a la luz de los conceptos de
refutabilidad y relevancia con objeto de aclarar si la posición de Skinner
concuerda o no con tales conceptos y, en consecuencia, si admite o no
una fundamentación lógica en los mismos.

19
Refutabilidad y relevancia en las teorías mentalistas
Se he dicho antes que las teorías mentalistas explican los hechos
del comportamiento, recurriendo a eventos “internos” cuyas
referencias observables son las verbalizaciones de los sujetos. En este
sentido, puede afirmarse que dichas teorías no sólo se caracterizan por
sus explicaciones de orden teleológico (verbigracia, un organismo actúa
“porque espera”, “desea” o “piensa” que algo ocurrirá), sino además
por recurrir a la introspección. En consecuencia, la breve discusión que
haremos acerca de ellas se ocupará tanto de la clase de eventos o
conceptos propios de sus explicaciones cuanto de sus técnicas
metodológicas, ya que en éstas descansa en gran parte la posibilidad de
refutabilidad de sus principios.
1. La descripción de eventos. El primer requisito que debe
exigírsele a un sistema científico es el de que sus variables se
encuentren claramente definidas, de tal manera que representen
conceptos unívocos, esto es, no sujetos a diferentes interpretaciones.
De lo contrario no podríamos asegurar la objetividad o intersubjetividad
del conocimiento.
Para el presente caso, interesa básicamente que los eventos a que
se recurre para explicar un determinado hecho estén descritos o
definidos, en las teorías mentalistas, en forma preciso. Pero esta es la
primera dificultad que surge cuando se apela a la introspección.
En efecto, el uso de verbalizaciones admite únicamente dos
posibilidades: o los eventos mentales se definen operacionalmente en
términos de comportamiento verbal, o el comportamiento verbal es
sólo una referencia de aquellos y, en este sentido, sólo una forma
mediata para dar razón de la objetividad de tales eventos. En el primer
caso, las conductas verbales mismas, como hechos psicológicos, quedan
sin explicación en el sistema; sea porque un hecho verbal no puede ser
tomado como evento y hecho de la misma explicación, sea porque al
explicarlo en otros términos verbales entramos en una regresión
infinita.
En el segundo caso —que es el caso típico de las teorías
mentalistas— el comportamiento verbal se toma como referencia
observable de eventos “internos”, lo que admite cuatro objeciones
20
básicas. En primer lugar, una objeción de carácter empírico, en el
sentido de que no todos los sujetos suministran referencias verbales de
los supuestos eventos internos, con lo que no podemos estar ciertos de
su objetividad. Y se debe aclarar que esta objeción necesita mantenerse
a pesar de que los defensores de esta posición metodológica hayan
encontrado una nueva “regla de correspondencia con la realidad” como
es la división de los eventos “internos” en “conscientes” e
“inconscientes”. Es que con esta regla, de evidente sello
convencionalista, el sistema se hace irrefutable ya que cualquier hecho
verbal es relevante, esto es, confirmatorio de tales eventos: si el sujeto
los refiere verbalmente, son conscientes; si dice que no encuentra que
referir (por ejemplo, que está seguro de que no “pensó”) son
inconscientes.
Diremos, pues, que como mínima garantía de objetividad
exigiremos un acuerdo verbal general acerca de tales eventos. Pero aun
en el caso de que los teóricos de esta corriente se atuvieran a esta
exigencia, podríamos objetar que, en su posición, el carácter unívoco de
la descripción tiene que descansar en una comunidad de “vivencias”,
por lo que solamente resultaría “objetivo” un evento, para quien lo
hubiera “experienciado”.
Incluso si aceptamos arbitrariamente la comunalidad de vivencias
como fundamento epistemológico de la objetividad de los eventos
internos —con lo cual favoreceríamos un inadmisible silepsismo
múltiple— debemos preguntarnos por el fundamento metodológico de
un eventual consenso en las referencias verbales. Y en este caso
encontraremos que la garantía del acuerdo verbal reside en el
convencimiento, por parte de los investigadores, de que los sujetos han
dicho la “verdad”, es decir, en la convicción de que ningún sujeto fue
influido para expresar justamente lo esperado, o en la convicción de
que ninguno de los sujetos deformó por alguna razón su propia vivencia,
etc. Pero, claro está, la convicción no puede ser fundamento
metodológico de objetividad. (A no ser que queramos atribuirle carácter
objetivo a lo que podríamos llamar el evento Dios en la base de que hay
millones de personas convencidas de su existencia).

21
La descripción de eventos internos, pues, mediante referencias
verbales no ofrece garantías de univocidad. Pero, estudiemos una
cuarta objeción más importante.

2. La predicción de los hechos. De todas maneras y sean cuales


fueren los refinamientos de los procedimientos correspondientes a la
técnica de introspección, en todo momento deberemos peguntarnos
cómo se someten a prueba las proposiciones generales de las teorías
que estudiamos, y que precisamente ligan ciertos tipos de eventos
“mentales” con ciertos tipos de hechos de comportamiento. Más, para
examinar esta cuestión tendremos que aclarar algunas características
de la predicción en la ciencia.
La predicción de un hecho en un dominio científico se basa en la
aplicación del modus tollens de la lógica a determinada hipótesis, ley o
teoría, y se expresa siempre como un silogismo, donde el hecho que se
predice es consecuencia lógica de la conjunción de una premisa general,
con una premisa singular o particular.
Sin embargo, es de anotar que en los sistemas teóricos sólo se
encuentran formuladas las premisas generales, que corresponden a las
hipótesis o leyes. La premisa singular, en cambio, para los efectos de
una predicción científica, deberá ser en todos los caso un evento o
hecho objetivo. De esta manera tiene sentido afirmar que una
predicción dada no está implicada necesariamente por el sistema.
Esta característica es más clara aún, si se considera que las leyes e
hipótesis en la ciencia tienen la forma general “si A entonces B”, esto es,
que están formuladas como proposiciones contra-factuales (Harré,
1966) y que en este sentido no afirman existencia de fenómenos, sino
condiciones, por lo que las leyes resultan equivalentes a la forma: “si
algo es A, entonces es B”. Se comprende, así, que para una predicción
será necesario afirmar la existencia de algo observable para que, validos
de una ley o hipótesis, derivemos otro hecho.
Por tanto, un sistema teórico debe contar también con un cuerpo
de definiciones que constituyan los términos observacionales y que
sirvan justamente para “identificar” los fenómenos (eventos o hechos)

22
que pertenecen a un tipo dado. Y, claro está, el sistema sirve así para
afirmar la existencia de un evento, si “algo” cumple con las condiciones
de una definición explícita en la misma teoría (éste es, entre otras cosas,
el principal papel de las definiciones operacionales en la ciencia). Por
consecuencia, podemos formular la segunda característica de la
predicción, así: una predicción será tanto más precisa cuanto más
precisas sean sus definiciones o términos descriptivos.
Pero, por otra parte, se he dicho que el grado de refutabilidad de
una hipótesis o ley es correlativo de su grado de precisión. Por tanto,
diremos que una proposición general o teoría será tanto más refutable
cuando más precisas sean las predicciones que pueden hacerse por su
medio.
Aclarado lo anterior, podemos afirmar que en las teorías
mentalistas las predicciones son tan vagas como inexpugnables los
sistemas de que se derivan. Es que, los eventos “internos” como los
“instintos”, “impulsos” y “motivos” son compatibles con sectores
excesivamente amplios del comportamiento, es decir, abarcan una gran
variedad de respuestas relevantes y por lo mismo, no son susceptibles
de clara refutación. Esto puede ilustrarse con un ejemplo: “existen
impulsos independientes del aprendizaje, pero también de las
necesidades fisiológicas… entre ellos incluimos la tendencia a la
actividad, a percibir el mundo, a explorar y manipular las cosas, a
ponerse en contacto con otras…” (Morgan, 1969, pág. 73). Tomemos
uno solo, como el impulso a “percibir el mundo”. ¿Puede imaginarse
una conducta o respuesta que no sea relevante? Es decir, ¿es posible
imaginar la respuesta de un organismo que pueda refutar esta
hipótesis? (Quizá se mejor no intentarlo, para no sufrir la vergüenza de
que nos contesten: las respuestas no compatibles, dependen de
impulsos relacionados con el aprendizaje o de necesidades fisiológicas,
o peor aún, de otro impulso “psíquico”).
En la medida, pues, en que un tipo de eventos sea compatible con
un gran número de hechos distintos, valga decir, de respuestas
diferentes, en esa medida las predicciones son más vagas y el sistema es
menos refutable, si es que llega a serlo en algo.

23
Y esto es precisamente lo que sucede con las teorías mentalistas,
además de que sus técnicas de introspección no aseguren siquiera la
descripción unívoca de los eventos. El extraño dualismo de que parten y
que se evidencia en el intento de relacionar un ámbito de eventos
internos, con el ámbito externo del comportamiento, ha entorpecido su
avance hacia la refutabilidad. Porque este intento de relacionar los
mundos interno y externo es, a su vez, un intento fallido por superar un
dualismo que más bien se “confirma” con la explicación y predicción de
los hechos: mientras una respuesta puede ser compatible con varios
eventos y es, de hecho, explicada por cualquiera o por el conjunto de
ellos (como en el caso de que se combinen varios mecanismos de
defensa, o varios impulsos, etc.), varias respuestas pueden ser
compatibles con un evento para lo efectos de la predicción (como en el
caso de neurosis “latentes” que a veces se “actualizan” y otra veces se
quedan latentes para toda la vida).
En realidad, este carácter ambiguo de la relación parece más bien
garantizar “la independencia de los mundos”. Y, de paso, garantiza la
irrefutabilidad de los sistemas teóricos mentalistas donde la
ambigüedad se evalúa paradójicamente como índice de “generalidad” y
de “poder explicativo”.

Refutabilidad y relevancia en las teorías fisiológicas en la psicología


Hemos mencionado que una segunda variedad de explicaciones
en la psicología recurre a eventos como “conexiones sinápticas”, “déficit
fisiológicos”, etc. Y hemos dicho, además, que si bien tales eventos
pueden ser tratados mediante referencias observables, y registrables
mediantes técnicas y procedimientos apropiados —con lo que pueden
ser definidos y descritos unívocamente— tienen lugar en otro nivel de
observación. Pero, ¿tiene esto que ver con el problema de la relevancia
de los resultados y con el grado de refutabilidad de las hipótesis y
teorías?
1. La predicción de los hechos. Las hipótesis neurofisiológicas,
aunque relaciona en general variables bien definidas, no establecen, sin
embargo, relaciones unívocas entre ellas, de tal suerte que la predicción
resulte precisa: si comparamos la precisión de las predicciones que
24
pueden hacerse mediante estas hipótesis y las hipótesis del
condicionamiento operante, por ejemplo, encontramos diferentes
grados de refutabilidad y relevancia. En efecto, aun en los casos de
déficit fisiológicos específicos (como puede serlo, por ejemplo, una baja
en la concentración de albúmina) un organismo puede presentar un
conjunto de respuestas relevantes o confirmatorias para la hipótesis
neurofisiología, mientras que para la hipótesis operante solo es
“permitida” una de ellas. Así, por ejemplo, el organismo puede,
satisfaciendo las condiciones de hipótesis neurofisiológicas, presentar
respuestas tan diferentes como saltar una cerca, bajar una palanca o
simplemente decir “dame albúmina” (o cualquier alimento que la
contenga). En contraste, sólo una de éstas será relevante para una
hipótesis operante que ligue un determinado programa de
moldeamiento con un tipo dado de respuesta. Y es necesario aclarar
que si lo más importante en las hipótesis neurofisiologías es el hecho de
que el organismo “prefiera” un alimento con albúmina, las respuestas
operantes o instrumentales mediante las cuales se lo procura no son
indiferentes para la misma teoría: en los experimentos de “frustración”
o de “conflicto entre necesidades” por ejemplo, interesan estas
respuestas en la medida en que señalan determinada “dirección” del
comportamiento. Con todo, resulta evidente que aquellas respuestas
que se “orienten” en determinada dirección son equivalentes y que
todas son parte del conjunto de hecho confirmatorios.
Esta es, pues, la primordial diferencia que, para la explicación del
comportamiento, tienen las hipótesis que recurren a eventos “situados”
en diferentes niveles de observación: aquellas que relacionan eventos y
hechos correspondientes a un mismo nivel, prohíben más. Para ilustrar
esto puede verse que, en general, con excepción de uno, todos los
hechos del conjunto de posibles “verificaciones” de una hipótesis
neurofisiológica, están dentro del conjunto de posibles falseadores de
una hipótesis operante. Y ellos es el resultado de la precisión con que es
posible hacer predicciones a partir de estas últimas, pues no sólo
pueden predecirse respuestas instrumentales específicas, sino, además,
las respuestas diferenciales que se presentan ante privaciones
diferentes (como ante privación de alimento y privación de agua); y más

25
aún, las respuestas diferenciadas que, para un mismo tipo y grado de
privación, puede presentar un organismo según que en la situación
estimulatoria se disponen unas (y no otras) contingencias de
reforzamiento (Reynolds, 1960).
Y es esta diferencia en la precisión de las predicciones la que
determina grados diferentes de refutabilidad y relevancia; como hemos
visto, una teoría será tanto más refutable cuando más precisas sean sus
predicciones, cuanto más prohíba, cuanto más se exponga a ser
falseada. De igual manera, hemos visto que los hechos serán tanto más
relevantes cuanto más refutables sean las hipótesis o teorías de que
deriven, puesto que el grado de refutabilidad se correlacionan con el
grado de corroborabilidad.
Pero, ¿es esta diferencia de grados de refutabilidad razón
suficiente para rechazar las explicaciones neurofisiológicas en la
psicología? En principio, podría objetarse que sólo las investigaciones de
esta índole permiten explicar ciertas respuestas que, como en el caso de
algunos trastornos de conducta, se muestran dependiendo de variables
neurales (por ejemplo, de un tumor cerebral). Por otra parte, podría
decirse que la neurofisiología debe considerarse como el primer nivel de
fundamentación de las hipótesis y leyes de la teoría del
comportamiento en la medida en que los eventos que estudia permiten
explicar por qué se relacionan las variables estimulatorias con las
variables de comportamiento de los modos en que especifican aquellas
hipótesis y leyes. Podría argumentarse, en fin, que los estudios
neurofisiológicos son al menos complementarios de los estudios
“funcionales” E-R y que, por tanto, no es posible ignorar sus resultados
en una ciencia del comportamiento.
2. La relación entre lo neural y lo psíquico. En mi opinión estas
objeciones remiten a dos problemas centrales de la metodología
psicológica, cuales son el problema de la explicación del
comportamiento y el problema del dominio de la psicología. Claro, no
puedo detenerme en ellos porque exceden los límites de este trabajo,
pero juzgo oportuno ocuparme de algunos puntos generales de esta
discusión, anticipando una distinción fundamental.

26
En primer lugar, diré que, en principio, es necesario aceptar que la
psicología no puede ignorar los descubrimientos y hallazgos de la
neurofisiología, del mismo modo en que no puede ignorar las
investigaciones de la sociología, la antropología, la historia, la física, etc.,
que se relacionen con la explicación del comportamiento. Por lo demás,
en cualquier disciplina particular influyen no sólo los contenidos,
hipótesis, leyes y conceptos de otras ciencias, sino, además, sus
progresos en el desarrollo de técnicas y reglas metodológicas.
El problema no es, pues, ignorar o no los resultados de la
investigación neurofisiológica; el problema estriba, más bien, en la
importancia que se les concede, en la manera como se toman aquellos,
para la investigación psicológica: ¿son los eventos neurales condiciones
de las leyes del comportamiento?, ¿Cómo sirven a la explicación? Y en
última instancia, ¿Cómo es que la psicología debe respetar dichos
resultados?
Muchos teóricos de la psicología (véase por ejemplo, Le Ny, 1949;
Rubinstein, 1965) e incluso algunos filósofos (véase por ejemplo Scriven,
1967), aparentemente están de acuerdo en que por medio de los
procesos y eventos de la neurofisiología resulta posible fundamentar o
explicar las generalizaciones o leyes de la psicología. Y a mi modo de
ver, esta concepción acerca de la relación entre ambas disciplinas es
producto de la aceptación de un supuesto general de carácter
metodológico que puede formularse así: las variaciones estimulatorias
influyen sobre el comportamiento a través de las condiciones del
organismo.
Pero, si se acepta este supuesto, lo primero que debe preguntarse
el investigador es cuáles son esas condiciones. ¿Son necesariamente de
índole neurofisiológica? Como he dicho, éste parece criterio de
aceptación general, incluso el mismo Skinner (1953) aunque con algunas
reservas sobre la importancia que esto pueda tener, acepta que los
estudios neurofisiológicos pueden explicar por qué refuerza un
refuerzo, es decir, que en la neurofisiología podría fundamentarse en
principio la ley del efecto.
Por supuesto, no es objeto de este trabajo discutir si
efectivamente la neurofisiología sirve o no para el propósito de la
27
explicación de las generalizaciones psicológicas, pero me parece
oportuno formular una alternativa que permita, al menos, relacionar el
problema de los vínculos entre neurología y psicología, con aquello que
interesa aquí, esto es, con el problema de la relevancia.
La constancia relativa de los procesos neurofisiológicos constituye
la primera exigencia que debe satisfacerse para intentar la
fundamentación que se pretende: en la medida en que los procesos
fisiológicos sean constantes, en esa medida podría suponerse su utilidad
para fundamentar la constancia de las leyes psicológicas. La
fundamentación de una ley es básicamente la explicación de su
generalidad, valga decir, de la constancia de las relaciones que
especifica dicha ley.
Por mi parte, considero que los recientes experimentos sobre
condicionamiento operante en el sistema nervioso autónomo (Miller,
1967), permiten mostrar que tal constancia es una suposición gratuita.
En efecto, por medio de estimulaciones en el área del placer —
estímulos reforzantes— se controlaron y modificaron diferentes
reacciones vegetativas (respuestas cardiacas, renales, etc.) Con ello se
mostró no sólo la posibilidad de controlar los procesos fisiológicos, sino
la de hacerlo aun con aquellos que por su estabilidad e “independencia”
han sido llamados justamente “autónomos”.
Pero la importancia de estos experimentos para el caso presente
radica más en los problemas que pueden plantearse a raíz de sus
resultados que en los resultados mismos. Es que, gracias a ellos,
podemos preguntarnos tanto por la fundamentación de la ley del efecto
como por la fundamentación de las leyes o hipótesis fisiológicas.
En efecto, con miras a precisar el primer problema podemos
formular una pregunta específica: puede la neurofisiología explicar, por
ejemplo, ¿por qué refuerza una estimulación eléctrica en el área del
placer? Me parece que no: el área del placer se identifica mediante la
frecuencia de respuestas autoestimulatorias que presenta un
organismo, el cual puede, accionando una palanca, por ejemplo,
estimular dicho centro neural (Orlds, 1958). La definición del área del
placer es operacional y afirma únicamente que es un área donde la
estimulación refuerza (es interesante observar, además, que la
28
neurofisiología, precisamente por la falta de una explicación, ha
recurrido a un termino de la psicología mentalista, esto es, área del
placer, para tratar de darle alguna significación al hecho).
Claro está, la neurología puede dar razón de las conexiones que
existen entre los diferentes centros nerviosos y mostrar cómo es que
una estimulación eléctrica puede pasar de un área determinada a otra
(digamos del área del placer al corazón). Pero, ¿puede explicar el
resultado de estas corrientes estimulatorias? No: mediante las mismas
conexiones pueden lograrse resultados tan diferentes como aumentar o
disminuir la frecuencia cardiaca. Las conexiones neuronales, entonces,
no puede considerarse como razón suficiente —aunque si necesaria—
de la ley del efecto y, por tanto, no sirven a su fundamentación. La
fundamentación de una ley en la ciencia consiste en formular
generalizaciones de las cuales pueda ser deducida dicha ley, y ello obliga
a especificar razones necesarias y suficientes.
“¿Qué es lo que permite fundamentar, pues, la ley del efecto?”
Yo no sé. Pero, a cambio, puedo preguntar lo siguiente: ¿no será más
bien la ley del efecto la que está fundamentando la constancia y
variedad relativas de los procesos neurales autónomos? ¿No es
mediante el condicionamiento operante, que se están explicando y
controlando sus alteraciones tanto en las investigaciones como en el
mismo tratamiento de las enfermedades psicosomáticas? Parece que sí.
Y esto puede ser lo que ocurre con otros procesos neurales, porque
mediante el condicionamiento operante se ha mostrado, además, que
pueden controlarse los procesos “motores voluntarios”; la obra de
Skinner es esa muestra.
Pero entonces, ¿Cuál es la alternativa para relacionar los hechos
neurales con los hechos psíquicos?
En primer término, puede considerarse que el organismo total, es
la misma estructura neurofisiológica la que se comporta. En este sentido
es espúrio y arriesgado separar, como si se tratara de una división
natural y no meramente sistemática, un comportamiento que
podríamos llamar psíquico de otro que podríamos llamar neural.
Seremos más prudentes si tomamos lo neural y lo psíquico como
componentes de un mismo comportamiento, decidiendo de una vez
29
suprimir el dualismo que sigue persistiendo en las explicaciones
neuropsicológicas y que presumiblemente está haciendo eco al antiguo
modelo médico. Lo neural y lo psíquico sólo son facetas de un mismo
comportamiento que puede ser “mirado” desde distintos niveles de
observación.
Y si se prefiere para efectos del estudio separarlos por sistema,
entonces debe asegurarse al menos el mínimo grado de refutabilidad de
las hipótesis, grado que se obtiene en las explicaciones que ligan
eventos y hechos que corresponden al mismo nivel de observación. Al
respecto, los experimentos de Miller son ilustrativos de cómo puede
hacerse esto en una faceta del estudio; tanto los eventos (estimulación
eléctrica del área del placer) como los hechos (alteración en las
frecuencias de respuestas neuronales) que se relacionan con las
hipótesis pertenecen al nivel donde los acontecimientos tiene
referentes observables. Y, a su vez, Skinner y los demás investigadores
del condicionamiento operante muestran cómo puede estudiarse la
contraparte.
Pero si admitimos que la distinción de estos niveles es una
distinción de sistemas, de facetas, entonces no puede suponerse que los
hechos que ocurren en el uno pueden tomarse como evento que
explican los hechos que se observan en el otro.
Más aún, ni siquiera resulta una correspondencia unívoca entre
ellos porque la distinción de niveles de observación comporta una
distinción de sistemas de referencia y la diferencia entre sistemas se
hace sentir precisamente en la selección de las variables a estudiar. Es
por ello que al intentar relacionarlo encontramos que, de la misma
manera en que los déficit fisiológicos con compatibles con gran variedad
de respuestas instrumentales, las “situaciones estimulatorias” son
compatibles con distintas reacciones fisiológicas (la actividad del
sistema de alarma, por ejemplo, se relaciona no sólo con diferencias en
la intensidad de los estímulos del medio, sino con corrientes inhibidoras
que provienen de la corteza, por lo que determinada situación
estimulatoria es compatible con diferentes grados de actividad del
sistema de alarma).

30
Otra cosa muy distinta es que la ley del efecto de cumpla o sea
aplicable en ambos niveles. Esto es, justamente lo que garantiza que no
hay una división natural entre ambos y es lo que permite establecer la
correspondencia entre los mismos. Mas, entonces, podremos
preguntarnos si al separar estos niveles se está haciendo en un caso
neurofisiología y en otro psicología, con lo que nos remitiríamos
nuevamente al problema de cómo es que una disciplina debe respetar
los resultados de la otra. Seguramente se darán al respecto varias
respuestas, pero yo diría que nos encontramos con un pseudoproblema
al discutir dicho “respeto”. Más bien prefiero afirmar que tanto las
reacciones neurológicas como las respuestas psicológicas, deben
respetar las mismas leyes: las leyes generales del comportamiento de
los organismos.
Y es claro que con esta visión, el problema de la fundamentación
de las leyes de una disciplina en las generalizaciones de la otra,
cambiaría rotundamente; ¿sería explicatorio afirmar que la ley del
efecto se cumple en el comportamiento, digamos psíquico, porque se
cumple en el comportamiento, digamos biótico? Seguramente esta
explicación será satisfactoria para quien siga concibiendo una división
natural; pero, para mí, esto equivale a explicar que una moneda es
redonda por un lado porque es redonda por el otro.
En resumen, para rechazar las explicaciones neurológicas del
comportamiento, debe aclararse a cuál nivel del comportamiento están
referidas. Porque sólo nos asistirán razones cuando los hechos
explicados estén en otro nivel de observación, ya que se disminuye así
la refutabilidad del sistema teórico. En realidad, son las explicaciones
que se ubican en diferentes niveles de hechos y eventos, las que no
resultan justificables cuando, en el caso de la psicología, pueden
controlarse y predecirse los mismos hechos con mucha mayor precisión,
por medio de teorías que se apoyan en eventos del mismo nivel.

Refutabilidad y relevancia en las teorías “muy abstractas”


El término teorías muy abstractas es, indudablemente, una
denominación infortunada que apenas si toca el concepto con que
Skinner desea distinguir algunos sistemas caracterizados por un nulo
31
poder predictivo. Aquí les daremos el nombre de formalizaciones por
diferencia con las teorías formalizadas, útiles a la predicción.
1. La predicción en las formalizaciones. Hemos visto que el primer
requisito que debe exigirse a cualquier sistema teórico para que resulte
útil a la predicción, es el de que tanto los hechos como los eventos
relacionados estén definidos unívocamente. Pero la predicción exige,
además, que tales sistemas cumplan con un segundo requisito, el cual
consiste en remitir a los hechos observables o al menos con referentes
observables, pues es posible lograr una definición unívoca de
inobservables. De ahí que el positivismo lógico desarrollara la tesis de la
significación empírica para evitar las especulaciones metafísicas que
bien podrían utilizar definiciones unívocas de sus ficciones. Por otra
parte, aquí hemos tratado de mostrar que un tercer requisito de las
proposiciones científicas ha de ser el de que eventos y hechos
correspondan al nivel de observación.
Y según esto, la primera caracterización que podemos hacer de las
formalizaciones es que, en lo relativo a los eventos, cumples
únicamente con el primero de los requisitos mencionados. En realidad,
los eventos en estos sistemas, si bien pueden ser definidos
unívocamente, no son observables ni tienen referentes observables. Tal
es el caso muy frecuente en las teorías estructurales de la psicología, en
las cuales los conceptos como “agrupamiento”, “organización”, etc.,
ocupan un lugar central en la explicación; estos conceptos pueden ser
definidos con la ayuda de algunos términos primitivos como
“regulación”, “transformación”, “operación”, etcétera (véase por
ejemplo Piaget, 1966). En estos sistemas, los hechos del
comportamiento se toman como si revelaran determinada estructura,
un sistema dado de operaciones. Y claro está, la primera dificultad para
establecer predicciones a partir de una hipótesis que ligue, por ejemplo,
determinada “estructura” con un cierto tipo de hechos, surge cuando
nos preguntamos cómo establecer si un sujeto u organismo “está en”,
“o tiene”, dicha estructura. En efecto, en la medida en que sean los
hechos del comportamiento los que la “revelan”, debemos esperar la
aparición de tales hechos para que den, por decirlo así, testimonio de
aquélla.
32
Aunque es indudable que ellos no constituye predicción alguna.
Más aún, con este procedimiento se corre el riesgo de entrar en
explicaciones circulares, porque después de que los hechos revelen una
estructura podría decirse, como se hace a veces efectivamente, que a su
vez los hechos ocurren (de la manera en que ocurrieron) debido a la
presencia de la misma estructura.
Por supuesto, este efecto circular puede evitarse por medio de
“explicaciones genéticas” que consisten en establecer sucesiones
ordenaras de estructuras (Piaget, 1966). Según este tipo de
explicaciones, una estructura no se presenta si previamente no se ha
presentado otra y así sucesivamente, por lo que en principio podrían
hacerse predicciones si se establecen lo que pudiéramos llamar, “las
condiciones iniciales del sistema”; así, estableciendo por medio de los
hechos que un organismo o sujeto está en una estructura B, podremos
predecir que el cambio siguiente será hacia una estructura C y no hacia
una estructura A ni hacia una estructura D.
Pero tales explicaciones genéticas tienen dos efectos más
adversos aún: en primer lugar, podemos decir que si las sucesiones
mencionadas permiten evitar las explicaciones circulares, nos llevan, en
cambio, a una regresión infinita. En segundo lugar, puede afirmarse que
las sucesiones mencionadas sólo encubren la pobreza predictiva de
estas teorías. En efecto, si no se acepta que las estructuras estén ligadas
a una variable objetiva, por ejemplo, la edad de los organismos (y no se
acepta como puede verse en Piaget y otro, 1966), entonces cualquier
predicción estará lejos de ser precisa, lejos siquiera de ser precisable.
Porque, aun cuando sepamos que un organismo está en la estructura A,
no podemos predecir si mañana o dentro de dos años seguirá en la
misma estructura, si habrá o no cambiado.
Por supuesto, otro resultado se obtendría si se admite un
referente observable de tales eventos, como sería para el caso la edad
del organismo, ya que las hipótesis se harían más precisas y, por
consiguiente, más precisas las predicciones derivadas por su medio; y,
claro está, si una teoría recurre a ellos no podrá ser equiparable a lo que
venimos denominando formalizaciones. Sin embargo, estas últimas son
justamente las teorías que no relacionan los eventos de sus hipótesis
33
con variables observables u objetivas. Pero existe, además, otra
caracterización de las formalizaciones que hace de ellas sistemas poco
menos que irrefutables.
2. Las relaciones condicionales en las formalizaciones.
Previamente mencionamos que las proposiciones científicas (leyes e
hipótesis) son proposiciones “contrafactuales” de la forma “si A,
entonces B”, que aquí llamamos forma implicativa, por diferencia con
las proposiciones de la forma “B porque A” denominaremos forma
porque. Con esta distinción podemos presentar una segunda nota de las
formalizaciones, caracterizándolas como aquellos sistemas en los cuales
las proposiciones generales que ligan eventos y hechos corresponden a
la “forma porque”. ¿Pero, tiene esto relación con la refutabilidad de la
hipótesis?
En efecto, hay una diferencia fundamental que estriba en los
valores verdaderos que se atribuyen en la lógica a estas relaciones
condicionales, cuando varían por su parte, los valores verdaderos de sus
componentes (Ay B). Y esta diferencia se hace sentir especialmente en
los casos en que uno de los componentes es falso y el otro verdadero,
pues es válido en la forma implicativa derivar una verdad de una
falsedad, en tanto que esto no es válido en la “forma porque”.
Aparentemente tal diferencia parece adversa a la forma
implicativa, puesto que de la conjunción de una proposición tal como
“todos los peces son cordados” que consideramos verdadero, con otra
proposición que consideramos falsa, por ejemplo, “yo soy un pez”,
puede derivarse la predicción verdadera: “yo soy cordado”; con lo cual,
resulta indiferente que el evento utilizado para predecir sea falso o
verdadero.
Sin embargo, en primer lugar, es evidente que en la ciencia no se
hace este uso de la forma implicativa ya que las definiciones
operacionales o los términos observacionales tienen el papel de
“asegurar” la verdad del evento que se afirma (para el caso del ejemplo,
la predicción sólo sería posible si un organismo dado cumple con la
definición de pez). En segundo lugar, también es evidente que lo que
importa más para la refutabilidad de la hipótesis es la “verdad” de los

34
hechos que se predicen (para el caso, lo importante si es efectivamente
el organismo es o no, un cordado).
En otras palabras, lo que interesa más es si los hechos pueden
refutar o no una hipótesis y, en este sentido, puede verse que las
hipótesis de forma implicativa son refutables por los hechos.
Ocurre lo contrario con las hipótesis de la “forma porque”; en una
proposición como, por ejemplo, “llueve porque hay nubes”, el evento
nubes es compatible con el hecho de que llueva y con el hecho de que
no llueva. Con todo, la hipótesis prohíbe que si llueve no haya nubes,
por lo que resulta extrañamente que es refutable por los eventos.
En consecuencia, es posible aclarar dos aspectos de la predicción
científica en relación con la refutabilidad, a saber: en primer término,
cuando formulamos una ley o hipótesis científica tal como “todos los
metales se dilatan con el calor” no estamos afirmando que con el calor
los metales puedan dilatarse o no. Por el contrario afirmamos que
siempre que se calientan se dilatan y, al mismo tiempo, que si al
calentar un metal, éste no se dilata, entonces es falsa la proposición
general. Del mismo modo en que a cambio de la proposición “llueve
porque hay nubes”, afirmamos que en todos los casos en que se
presenten tales y cuales condiciones (por ejemplo, dos nubes con
determinada densidad, a determinada proximidad espacial, etc.) se
presentará “lluvia”. Y ello, debido a que la predicción en la ciencia
moderna es predicción de hechos no de eventos: hoy en día la ciencia se
orienta más por el “ideal de control” de los fenómenos que por una
ociosa curiosidad.
En segunda instancia, es preciso aclarar que aun en el caso de
admitir condicionales de la “forma porque”, debemos exigir que los
eventos se definen como observables, o que remitan a éstos, pues de lo
contrario no será posible refutar las hipótesis de las que se derivan.
Llegados a este punto, podemos ver que si las “formalizaciones”
usan condicionales de la “forma porque” y si justamente los eventos
que las refutarían no se definen en términos observacionales, entonces
resultan irrefutables porque ¿Cómo puede negarse determinado evento
si es revelado, mostrado o testimoniados por los hechos?

35
En resumen, de las formalizaciones podemos decir que si bien
resisten toda crítica empírica fundada en los hechos, no resisten, en
cambio, la crítica epistemológica fundada en el criterio de refutabilidad.
Y de manera general, podemos acordar que la posición
skinneriana resulta al menos coincidente con dicho criterio, pues la
exigencia de funcionar en el mismo nivel de observación está
fundamentada en el hecho de que sólo si se cumple tal condición es
posible establecer relaciones unívocas, esto es, órdenes de relación
específicos que diferencien un dominio de acontecimientos en dos
conjuntos: uno compatible, otro incompatible con el orden descrito.
Pero, ¿Cuál es y en dónde reside la parte novedosa de la posición
operante?

La posición operante: petición de principio contra justificación lógica


Hasta el momento nos hemos limitado a señalar cómo es que la
posición de Skinner concuerda con la posición de Popper, en el sentido
de que en ambas se considera que un sistema es especulativo, si las
predicciones que pueden hacerse por su medio, no son precisas, esto
es, si son tan vagas que sólo pueden resultar compatibles con los
hechos. Sin embargo, se ha visto que Skinner recurre a la distinción de
niveles de observación, y que ello parece diferir fundamentalmente de
la otra concepción, ya que Popper no se ocupa siquiera —como se
anotó— del carácter “observable” de los hechos. Pero, ¿trae esta
distinción un cambio en el concepto de relevancia? Y en caso de ser así,
¿significa un cambio en el concepto mismo de refutabilidad? ¿Permite,
en fin, superar las dificultades que acechan la posición original de
Popper?
En mi opinión, estas preguntas serán resueltas si se aclaran los
siguientes dos puntos: 1) si la refutabilidad de los sistema que
relacionan acontecimientos de un solo nivel, es o no equiparable, y 2) si
hay alguna diferencia en el grado de refutabilidad entre las teorías que
corresponden al primer nivel y las teorías que corresponden a otro
nivel. Y es que la posición de Skinner supone que los hechos sólo son
relevantes con respecto a las hipótesis o sistemas que recurren a

36
eventos del mismo nivel, pero al parecer también supone que esos
hechos son igualmente relevantes para tales sistemas, esto es, que no
hay diferencias en la relevancia de los resultados para aquellos sistemas
que se ubican en el mismo nivel de observación. Supone, igualmente,
que la única condición de relevancia es la de relacionar acontecimientos
del mismo nivel, no importa cual, por lo que resultaría igualmente
corroborables los sistemas de diferentes niveles.
Por supuesto, esta posición que no admitiría grados de relevancia
significaría un cambio en el concepto mismo de refutabilidad ya que en
Popper sí hay grados y, más aún, los grados de la última se relacionan
directamente con los grados de la primera.

La relevancia en los diferentes niveles de observación


La posición metodológica de Skinner está basada en la distinción
de los niveles de observación y en dos condiciones que deben cumplir
las hipótesis correspondientes a dichos niveles. Estas condiciones son,
en primer lugar, la que hemos venido discutiendo hasta aquí, y que
consiste en exigir que las hipótesis científicas relacionen
acontecimientos correspondientes al mismo nivel de observación. Esta
exigencia recibe fundamento en el hecho de que sólo las relaciones
unívocas sirven para la precisión de las predicciones; o dicho de otra
manera, para establecer un tipo especifico de orden entre los
acontecimientos, de tal suerte que las hipótesis diferencien un campo
de hechos compatibles y un campo de hecho no compatibles.
La segunda condición consiste en exigir que las hipótesis
relacionen acontecimientos que sean observables, o bien que, tengan
por lo menos referentes observables; es decir, en exigir que no se
atribuya grado alguno de confirmación o corroboración a las hipótesis
del tercer nivel. Esta segunda condición es precisamente la base de la
crítica que Skinner hace a Freud, en el sentido de exigir la
operacionalización de los constructos hipotéticos, como paso necesario,
sin el cual no pueden someterse a prueba las hipótesis básicas (Skinner,
1967). Según esta segunda condición, pues, los resultados empíricos
sólo podrán ser relevantes para hipótesis que correspondan a los dos
primeros niveles de observación. Pero si esto es así, debemos
37
preguntar: 1) ¿Qué papel cumplen entonces en la ciencia las
proposiciones del tercer nivel?, y 2) ¿hay diferencias o no con respecto a
la relevancia entre las hipótesis del primero y segundo nivel de
observación? Iniciaremos el estudio ocupándonos, en primer lugar, de la
última pregunta.
La importancia de la distinción relativa a los niveles de
observación, radica en que nos permite establecer una relación de
relevancia subordinada para los hechos de diferentes niveles. En efecto,
que las hipótesis relacionen acontecimientos que corresponden a un
nivel, sólo indica que las predicciones pueden hacerse precisas gracias a
la posibilidad de encontrar relaciones unívocas entre los
acontecimientos. Sin embargo, como los hechos del segundo nivel sólo
pueden ser constatados mediante referencias, esto es, mediante hechos
que corresponden al nivel observable, su relevancia está subordinada a
la relevancia de los resultados obtenidos en el primer nivel de
observación. Dicho de otra manera, un experimento tendiente a definir
o a decidir entre hipótesis que corresponden al segundo nivel, siempre
pone a prueba, por lo menos, una hipótesis del primer nivel.
Esto es una sencilla consecuencia de la siguiente consideración: si
los hechos observables que sirven como referentes de los hechos del
segundo nivel, no están explicados y relacionados unívocamente con
eventos observables, entonces cualquier variación en ellos (en los
hechos observables), es compatible tanto con que se haya presentado el
hecho del segundo nivel como con que no se haya presentado.
Supóngase que deseamos someter a prueba la hipótesis de que
los cambios en la dirección de la excitación de un circuito reverberante,
por ejemplo, del sistema límbico producen, o mejor, se acompañan de
cambios perceptivos. Supóngase, además, que contamos con un
aparato que nos permite registrar las alteraciones de excitación del
circuito, mediante la observación de las desviaciones que sufre una
aguja indicadora y que, por tanto, solo nos resta procurarnos o seguir
un procedimiento o seguir un procedimiento que nos sirva para
detectar los cambios perceptivos.
A este respecto, preparamos una situación que no presente
variaciones estimulatorias a las cuales pueda atribuirse una variación en
38
los hechos que son referentes del hecho “cambio perceptivo”.
Tomamos entonces un estímulo compuesto ante el cual suponemos que
debe alternarse la percepción de una copa y la percepción de un rostro
y nos aseguramos de que el sujeto o el organismo de experimentación
dirija siempre desde la misma posición los ojos al estímulo. Ahora bien,
como desconfiamos de las referencias verbales que puedan darnos y
como, además, nuestro sujeto puede ser un hombre, una rata, o un
mono, etc., decidimos someterlo al siguiente condicionamiento:
moldeamos la conducta del animal de tal manera que, frente a un
estímulo simple, por ejemplo, una copa, presione siempre un botón. De
igual manera, moldeamos para que frente a estímulo simple “rostro”,
nunca presione tal botón. Sometemos luego al sujeto de
experimentación a la situación donde se le presenta el estímulo
compuesto y esperamos que, en caso de alternarse la percepción, esto
se muestre en la variación del comportamiento: presionando el botón,
dejando de presionarlo, volviendo a hacerlo y así sucesivamente.
A continuación observamos, por ejemplo, que el sujeto, en efecto,
alterna la respuesta de presionar y soltar el botón. Nos preguntamos
entonces si este resultado confirma o es un dato a favor de nuestra
hipótesis, y supongamos que se contesta afirmativamente. Pero, ¿cómo
sabremos que nos falló el condicionamiento? ¿Estamos seguros de que
estos moldeamientos llevan siempre a respuestas estables?
Es evidente que para que este resultado sea relevante para la
hipótesis propuesta, es necesario que demos por confirmada la
hipótesis que relaciona unívocamente el hecho de presionar o no, con
los eventos que para el caso son procedimientos de moldeamientos,
pues, en el caso contrario, la variación del comportamiento puede
atribuirse a una falla de dicho moldeamiento.
Es evidente, pues, que la prueba o “testaje” de nuestra hipótesis
de segundo nivel tiene necesariamente que suponer la corroboración de
la hipótesis del primer nivel. Por supuesto, podemos afirmar que existen
elementos de juicio suficientes para saber que el condicionamiento no
ha fallado (verbigracia: porque, luego del testaje, el sujeto sigue
respondiendo de la manera esperada a los estímulos simples), pero ello

39
solo confirmaría lo dicho, en el sentido de que es precio corroborar
primero la hipótesis del primer nivel.
Y esto es justamente lo que ocurre en todos los casos en que
tratemos de testar hipótesis del segundo nivel, pues debemos estar
“seguros” de que la variación de los hechos no depende de otras cosas y
de que sirve como referente: si al mirar una placa al microscopio no
hemos determinado que en aquello que se observa hay ciertas cosas
que dependen, por ejemplo, de los lentes (hendiduras, manchas, luz,
etc.), entonces no podemos estar seguros de que estamos observando
la preparación que está en la placa.
Pero, ¿no es esto precisamente lo que argüía Nagel para oponerse
al criterio de refutabilidad? Parece que si: una hipótesis del segundo
nivel no sería refutable por un resultado adverso puesto que, si en el
testaje están implicadas otras hipótesis, no puede establecerse cuál de
las hipótesis ha fallado. Igual cosa ocurriría con determinada teoría,
pues al tratar de testar una de sus hipótesis estaría en juego todo el
sistema.
Pero, ciertamente, el hecho de que podamos testar la hipótesis, la
hace refutable; la hipótesis del primer nivel es, en este caso, lo mismo
que un prisma con respecto a la hipótesis de que la luz blanca se
compone de varias ondas lumínicas. Y así como para testar esta
hipótesis tenemos que aprender a separar la influencia especifica del
prisma sobre la descomposición de la luz (por ejemplo, haciendo
pruebas con prismas de diferentes materiales, distintos tamaños,
colocándolos a diferentes ángulos y remitiéndonos siempre a la misma
fuente lumínica) para poder detectar las variaciones del espectro
debidas a la composición misma de la luz, de la misma manera tenemos
que aprender a manejar los moldeamiento para establecer su influencia
específica.
El problema puede devolvérsele a Nagel, en la siguiente forma: si
no podemos refutar una hipótesis de algún sistema porque cualquier
experimento somete a prueba a todo el sistema, en este caso, también
al instrumento que utilizaremos, ¿Cómo podemos decir que un
resultado a favor de si es un elemento de juicio para la hipótesis y para

40
la teorías de la cual se deriva, si para obtener ese resultado también se
puso a prueba todo el sistema?
Nagel podrá contestar que se confirma, pues existen elementos
de juicio para suponer que el instrumento es confiable. Pero, en este
caso, preguntaremos: ¿y los mismos elementos de juicio no sirven para
que, en el caso de presentarse un resultado desfavorable, digamos que
se ha refutado la hipótesis? Es decir, ¿por qué, si el resultado es
favorable, suponemos que es válido el instrumento en razón de que hay
elementos de juicio a favor? Y ¿por qué cuando el resultado no es
favorable se ponen dudas sobre la confiabilidad del instrumento a pesar
de que continúan los mismos elementos de juicio a su favor?
Es indudable que si aceptamos la posición de Nagel, no solamente
es imposible refutar, sino que es también imposible verificar una
hipótesis del segundo nivel. Pero, ¿ocurre lo mismo con las hipótesis del
primer nivel? ¿Qué pasa, si ante un moldeamiento determinado, el
sujeto no nos da la respuesta esperada? Aquí también podríamos decir
que hubo, por ejemplo, una falla perceptiva en el experimentador. Y
¿por qué, si en cambio, el resultado es favorable, no suponemos
igualmente una falla perceptiva? Hay la misma posibilidad lógica de
que la falla se presente en el momento del experimento, tanto para el
caso de que sea favorable el resultado como para el caso de que no lo
sea.
Como puede verse, la posición de Nagel nos introduce en un
auténtico pseudoproblema. De semejantes disquisiciones sólo podemos
salir mediante una solución, tomando una decisión: aceptar la
refutabilidad de las teorías científicas. Y para obrar en consecuencia con
esto, diremos que la corroboración de una teoría o de una hipótesis,
consiste simplemente en que aún no ha sido refutada por los hechos y,
por consecuencia, que una hipótesis del segundo nivel puede ser
corroborada o refutada si la o las hipótesis del primer nivel, que se
requieren para testar aquellas, no han sido refutadas, pese a las
pruebas a que han sido sometidas. Hacemos énfasis en esto, porque es
evidente que una hipótesis puede no estar refutada, simplemente
porque no se le ha sometido a prueba. Esto es lo que ocurre, además,
con las teorías: un sistema teórico no implica “cualquier cosa”; si se
41
trata de un “sistema científico”, implica (en el sentido estrictamente
lógico del término) determinadas hipótesis. Y si una de ellas es refutada
por los hechos, entonces la teoría está, necesariamente, refutada ya
que no es posible derivar una falsedad de una verdad. En otras palabras,
una teoría deber ser por lo menos tan falsa como la o las hipótesis
implicadas por ella.
Ahora bien, una hipótesis del segundo nivel será falseable sólo en
el caso de que diferencie entre enunciados básicos del mismo nivel.
Para el caso del ejemplo estudiado, esos enunciados son del tipo “se
produjo un cambio en la dirección de activación del sistema límbico” —
o no se presentó— y se produjo una alteración perceptiva— o no”. Pero
no pueden ser del tipo “ante un estímulo que tiene dibujados un rostro
y una copa, el sujeto presionó y soltó un botón”, porque esto sólo
confirma la hipótesis relativa al moldeamiento diferenciado que se hizo.
Esto resulta elemental, si recordamos que podemos condicionar las
mismas respuestas, a otros estímulos diferentes: al sonido de un timbre
y de una trompeta, a un choque eléctrico, al encendido de una luz, etc.,
así como respuestas muy distintas frente a un rostro y una copa, o
también, la misma respuesta ante estos dos estímulos. Otra cosa es que
en la serie de respuestas dadas se pueda aislar una característica como
“la alternación” o “la variación”, que atestigua el “cambio perceptivo” y
que precisamente nos permite afirmar el enunciado básico del segundo
nivel.
En resumen, una hipótesis del segundo nivel puede ser falseada o
corroborada si es refutable por medio de enunciados básicos que
corresponden al mismo nivel, los cuales pueden testarse
intersubjetivamente mediante una hipótesis no refutada aún (un
instrumento) que corresponde al primer nivel de observación.
Pero, ¿no significa esto que, entonces, puede corroborarse la
hipótesis de Barker? Mientras no haya sido refutada la hipótesis que
afirma que “todos los cuervos son negros”, podríamos valernos de ella
para testar la hipótesis que nos habla de “la reencarnación de nuestros
antepasados”.
Procedamos así: aceptemos (por un momento) que en el caso de
encontrar solo cuervos negros, queda corroborada la hipótesis de las
42
reecarnaciones. Preguntamos ahora, qué sucede si encontramos un
cuervo blanco. ¿Debemos afirmar que las reecarnaciones de nuestros
antepasados no son cuervos, o debemos afirmar que tales
rencarnaciones no son negras?
Debemos afirmar simplemente que es falsa la hipótesis que dice
todos los cuervos son negros. Pero, ¿cuál es la diferencia con el ejemplo
anterior?
La diferencia estriba en que los enunciados básicos de la hipótesis
de la reencarnación se hacen corresponder al primer nivel de
observación, mientras que en el ejemplo anterior los enunciados
básicos corresponden al segundo nivel. Y esto lleva a que se evidencia
aquí, claramente, que es el instrumento o la hipótesis del primer nivel, lo
que ha fallado. Es que, en realidad, no hay otros enunciados básicos que
puedan ser testados o constatados.
Y esto, ¿no se podría haber dicho, sin necesidad de recurrir a los
niveles de observación? No, porque para Popper, una teoría o una
hipótesis es refutable si cumple simplemente con la condición de dar
lugar a predicciónes testables intersubjetivamente. El adelanto que
permite la distinción de niveles de observación es, precisamente, que
prohíbe que se confirme una hipótesis constituida por inobservables
puros, esto es, por acontecimientos que no tienen más referentes
observables que los hechos a explicar. Es por esta razón por lo que
enfatizamos que un acontecimiento mínimo, una hipótesis relativa a la
percepción (el instrumento en este decir, debe tener una relación
múltiple con acontecimientos observables), para que la hipótesis sea
refutable.
En resumen, podemos afirmar que las hipótesis del segundo nivel
son tan refutables y, por tanto, tan corroborables como las del primer
nivel, si dan lugar a enunciados básicos propios, esto es pertinente al
mismo nivel. Porque si al testar una hipótesis del segundo se somete a
prueba también otra hipótesis que actúa o funciona a título de
instrumento, al testar una del primero también se somete a prueba,
como mínimo, una hipótesis relativa a la percepción (el instrumentos en
este caso). Ciertamente, es más complejo corroborar una hipótesis de
segundo nivel, pero esta complejidad es de orden empírico y no de
43
orden lógico; comprobar una u otra hipótesis presenta las misma
dificultades lógicas con relación a la hipótesis que sirve como
instrumento, aunque sea más dispendioso una que otra comprobación.
En ambos casos existe una relación de relevancia subordinada: un
resultado será relevante si el instrumento requerido no ha sido refutado
previamente; esto es, si la hipótesis que sirve para testar ha dado lugar
a predicciones relevantes y a ninguna predicción falsa.
Más, ¿no puede hacerse, al menos, una distinción de los grados de
relevancia para las hipótesis del mismo nivel de observación, según
grados de universalidad y precisión?
Sigamos el curso del análisis que Popper hace a este respecto;
este investigador supone, en primer lugar, que una hipótesis de mayor
universalidad es más refutable que otra más restringida, en la
consideración de que al abarcar un mayor número de hechos resulta
más probable encontrar un caso falseador. Así, por ejemplo, una
hipótesis como “todas las aves tienen pico” sería más refutable que una
hipótesis como “todos los cuervos tienen picos”, puesto que podría ser
refutada por hechos que no falsearían la segunda: podríamos encontrar
toda suerte de aves sin pico (gallinas, buitres, patos, etc.) sin que por
ello se refute la hipótesis más restringida. Frente a esto, en cambio, un
hecho falseador de la hipótesis restringida falsearía también la más
universal. En suma, parecería que ésta es más refutable ya que prohíbe
más hechos.
Pero, estudiemos lo que ocurre en el caso en que la hipótesis más
general sea “todos los cuervos tienen pico” y la más restringida “todos
los cuervos del zoológico del Bogotá tienen pico”. En este caso, es
evidente que podríamos verificar más fácilmente la más restringida,
puesto que hay posibilidad de hacer un exhaustivo recuento de los
cuervos. Desde este punto de vista podría afirmarse entonces que una
hipótesis más restringida no sólo es más corroborable, sino más
refutable que la universal, si es que aceptamos (con Popper) que los
grados de refutabilidad y corroborabilidad son correlativos.
Con todo, lo más importante en la argumentación de Popper
relacionada con los grados de universalidad de las hipótesis, consiste en
su afirmación de que una hipótesis es más corroborable cuanto más
44
refutable sea. Pues bien, aun aceptando que la hipótesis más universal
es más refutable, puede observarse que, en el caso de que ésta sea
corroborada, la más restringida también debe serlo; no puede
suponerse que sea corroborada la hipótesis “todos los cuervos tienen
pico”, mientras que la hipótesis “todos los cuervos del zoológico de
Bogotá…” sea falseada. En otras palabras, el mismo argumento de
Popper se vuelve en su contra, puesto que una hipótesis, para el caso la
restringida, debe estar también corroborada como aquella de la cual se
ha deducido, esto es, como la universal. Lo mismo ocurre para el primer
ejemplo, pues si se supone que es corroborado que “todas la aves
tienen pico” no puede suponerse que se encuentra falseada la hipótesis
“todos los cuervos tienen pico” ni siquiera puede suponerse que sea
menos corroborada, puesto que esta hipótesis está implicada por la
primera.
Por tanto, la consecuencia que podemos sacar es que los grados
de universalidad no pueden relacionarse con los grados de relevancia de
los resultados; o, dicho de otro modo, con la corroboración; para
distintos grados de universalidad se obtiene el mismo grado de
corroboración.
¿Qué ocurre, entonces, con la precisión? Como hemos tratado de
mostrar a través del presente trabajo, la precisión es un criterio
fundamental para la relevancia: hemos visto que de la precisión
depende, en efecto, la refutabilidad de una hipótesis y a este respecto
ilustramos cómo sólo es posible la refutabilidad de las hipótesis si éstas
formulan relaciones unívocas entre los acontecimientos. ¿Qué opina
Popper?
Popper no se detiene en el tipo de relación que puedan formular
las hipótesis, sino más bien en los grados de precisión que presenten.
Nos dice simplemente que una hipótesis es más refutable que otra si es
más precisa, puesto que las contrastaciones pueden ser más rigurosas y
puesto que prohíbe más hechos. Tendríamos así, por consiguiente, que
una hipótesis como “todos los cuervos tienen picos rectos” será más
refutable que la hipótesis “todos los cuervos tienen pico”, puesto que
prohíbe más hechos. ¿Significa esto que es más corroborable?

45
Evidentemente no. Puesto que si la hipótesis “todos los cuervos
tienen pico recto” está corroborada, necesariamente debe estarlo
aquella que afirme que “todos los cuervos tienen pico”, pues esta última
está implicada por la primera.
Igual cosa ocurre siempre entre hipótesis que se diferencian en la
precisión puesto que la corroboración de la más precisa implica siempre
la corroboración de la menos precisa. Así pues, no podemos afirmar que
los grados de precisión representen distintos grados de relevancia.
Más, si esto es así, ¿Cuáles son las relaciones entre la refutabilidad
y la relevancia?
La única relación que admite la posición de Skinner entre
refutabilidad y la relevancia es que se acepta como relevante un
resultado con relación a una hipótesis si y sólo si la hipótesis es
refutable. Al efecto, se afirma que las hipótesis sólo pueden ser
refutables si y solo si relacionan unívocamente tipos de acontecimientos
y, así mismo, se afirma que las relaciones unívocas entre tipos de
acontecimiento sólo introducen diferenciación entre hecho compatibles
e incompatibles, si los hechos pertenecen al mismo nivel de
observación.
Tal es, pues, el resultado a que llegamos partiendo de la posición
de Skinner: el cambio fundamental con respecto a la posición original de
Popper consiste en separar los grados de refutabilidad de los grados de
corroborabilidad. Este cambio es el producto de la distinción de los
niveles de observación que no considera Popper y su consecuencia
reside en no permitir —también a diferencia de Popper— la
corroboración de hipótesis que remiten a acontecimientos
inobservables, esto es, a todos aquellos situados en el tercer nivel de
observación.
¿Qué papel cumplen, entonces, las proposiciones del tercer nivel?
Abordaremos esta pregunta remitiéndonos a un punto central de la
metodología científica, el cual es el relativo a la medición. Y ello, porque
en este punto la controversia se hace más crucial, si se tiene en cuenta
que, con relación a la medida, los datos de observación aparentemente
no tienen ningún poder decisorio para rechazar o aprobar hipótesis. En

46
efecto, los valores numéricos de las observaciones son frecuentemente
muy variables a pesar de que se trate de medir la misma variable y, si la
variación de los datos numéricos se presenta, entonces determinada
hipótesis que atribuye un único calor numérico a un hecho debería
quedar refutada. Pero esto no es lo que ocurre normalmente, porque
contamos con “teorías” de medida mediante las cuales interpretamos
los datos empíricos de manera distinta. Así, por ejemplo, la teoría puede
afirmar que, en las medidas hechas por un mismo sujeto, se cumplen las
condiciones siguientes: 1. Que el instrumento que se utiliza no varia y
que, por consiguiente, no introduce diferencias de medida. 2. Que el
sujeto comete siempre un error de medida que se anula, por ejemplo, al
promediar los datos. 3. Que por consecuencia, las diferencias que se
encuentren entre distintos promedios se deben a variaciones reales del
objeto medido. Ahora bien, esto plantea un problema para el criterio de
relevancia skinneriano, pues, como es claro, los datos empíricos sólo
podrían decidir si hay una teoría que les atribuya un valor, por lo que la
refutabilidad de las hipótesis que requieran la medida, resulta al menos
dudosa; en primer lugar, preguntemos si esa teoría de medida puede
afirmar con razón tales hipótesis que actúan como condiciones. ¿Sobre
cuáles observaciones están corroboradas? ¿Cuáles son los datos de
observación relevantes para ellas?
Es indudable que aquí no pueden mostrarse o señalarse
elementos de juicio referidos a la observación. De la misma manera en
que se suponen tales hipótesis, se puede suponer que lo variable es el
instrumento, es la cosa medida, que son dos aspectos los que varían o
son incluso los tres (instrumento, objeto y registros del sujeto).
Sin duda, podemos perfectamente decir, con Skinner, que en tal
caso esa teoría no pude confirmarse, pues no cumple con el criterio de
relevancia, del que ya hemos dicho que sólo permite confirmar lo que
tenga al menos referencias observables. Sin embargo, el problema surge
cuando nos preguntamos por la relevancia que los resultados puedan
tener para una hipótesis cuya comprobación requiera de esas
condiciones.
Por supuesto, este no es un problema que favorezca a la
concepción verificacionista, porque de la misma manera en que es
47
posible que una hipótesis que requiere los supuestos de media no
puede refutarse debido a que los casos adversos son compatibles
también con la posibilidad de que no se hayan cumplido los supuesto,
como puede decirse que en los caso favorables también existe la
posibilidad de que de alguna manera hayan fallado.
El problema consiste, pues, en que las hipótesis que requieran la
teoría de la medida para ser sometidas a prueba no resultarían
refutables ni verificables en principio.
Pues bien, la solución a este problema nos ofrece justamente la
respuesta que puede darse con Skinner a la pregunta por el papel que
desempeñan en la ciencia las proposiciones del tercer nivel. Esta
respuesta se funda en otro acuerdo básico, que consiste en exigir que
en la corroboración de cualquier hipótesis se supongan siempre las
mismas condiciones, sean o no favorables los datos de observación. Sólo
mediante este acuerdo puede afirmarse que las hipótesis sometidas a
prueba en tales condiciones, son refutables, por ejemplo por los
promedios de las observaciones.
Esto significa, por consecuencias, que las proposiciones del tercer
nivel son útiles a la ciencia si o sólo si sirven para que las hipótesis de un
sistema puedan ser sometidas a prueba, es decir, si mediante aquellas
condiciones las hipótesis del sistema se hacen refutables. Pero no
significa que aquellas condiciones se tornen por ello y a la vez,
refutables y por ende, confirmables, porque las hipótesis que
introduzcan mediciones pueden hacerse igualmente refutables
mediante condiciones diferentes, por ejemplo, que se considere que el
sujeto no comete nunca errores y que, en cambio, el instrumento varía
de tal manera que se anula su efecto, es decir al promediar los datos.
Claro está, como no hay manera empírica de decidir cuáles son las
condiciones que en efecto se cumplen, no puede atribuirse a ninguna de
ellas un grado, siquiera mínimo, de corroboración.
Tal es, pues, el último aspecto del criterio de relevancia que
supone la posición de Skinner, criterio que, a manera de síntesis, afirma
lo siguiente.
1. Los resultados empíricos sólo son relevantes para una hipótesis:

48
a)Si se desprenden lógicamente de las hipótesis, b) si corresponden a
hechos observables, o a hechos que tengan referencias observables, y
c)si constituyen predicciones precisas, las cuales sólo pueden
establecerse si las relaciones entre los acontecimientos son unívocas,
esto es, si los acontecimientos pertenecen al mismo nivel se
observación.
2. Los resultados empíricos contrarios refutan no sólo la hipótesis
de la cual han sido derivadas, sino además al sistema del cual haya sido,
a su vez, derivada la hipótesis en cuestión.
3. A pesar de que en un experimento siempre entran en juegos
varias hipótesis, el experimentos decide siempre y cuando se haga más
sensible a lo afirmado por una sola de aquellas y esto sólo es posible si:
a) se acepta un orden de relevancia subordinada para las hipótesis de
diferentes niveles, o b) si se introducen condiciones que, actuando a
título de postulados correspondientes al tercer nivel, sirvan para hacer
refutable la hipótesis precisamente porque (tales condiciones) se
suponen invariables tanto en los casos de resultados favorables como
en los casos de resultados adversos.
4. Finalmente, podemos afirmar que la posición operante no
admite más grados de refutabilidad que los determinados por el
carácter unívoco o multívoco de las relaciones presentadas por
diferentes hipótesis y, por tanto, los resultados deben considerarse
simplemente relevantes —y nunca, más o menos relevantes— para las
proposiciones de las cuales han sido deducidos.

Hacia una evaluación de la posición operante


Realizar una evaluación de cualquier propuesta metodológica es
con frecuencia una tarea lenta, puesto que es difícil establecer
inmediatamente las consecuencias que pueda tener tanto en relación
con los problemas prácticos de la investigación, como en relación con
los problemas teóricos de la misma. Esta dificultad provoca de ordinario
que los primeros intentos de evaluación, por razones de economía se
restrinjan a discutir sólo algunos aspectos de la argumentación, con
objeto de interrogar más el fundamento de sus puntos centrales que

49
funcionan como premisas, que la consistencia y congruencia general de
la propuesta; congruencia que sería pertinente estudiar luego, si en el
primer intento se ha llegado a aceptar la solidez de aquellos puntos
centrales.
Claro, puede seguirse inicialmente otro procedimiento, en
aquellos casos en los cuales sea posible formular o presentar
inmediatamente, por lo menos algunos problemas que surjan en la
aplicación de los criterios propuestos. Ello resulta, además, el paso más
importante de la crítica, pues la evaluación de una posición consiste, al
final de cuentas, en establecer su utilidad.
Para el caso presente, sin embargo, me ha parecido más
importante tratar los diversos aspectos, sean relativos a la aplicación de
los criterios, a la discusión de las premisas o dirigidos al problema de
congruencia o coherencia general de la propuesta. Mi meta, más que
hacer una evaluación completa y detallada de la posición operante, es
presentar algunos problemas y objeciones cuya aclaración, si bien nos
sirva para hacer una estimación inicial y aproximada de la contribución,
nos permita básicamente aclarar, a la vez más y mejor, la posición
misma. Con ello pretendo sentar las bases y señalar los puntos que no
podían faltar en una polémica ulterior sobre su evaluación; es, pues, si
se quiere, sólo un anticipo de ésta.

La relación entre los niveles de observación


Anteriormente afirmamos que la diferenciación de niveles de
observación comporta una distinción de campos de estudio y,
consecuentemente, una distinción de sistemas dentro de la misma
disciplina científica. Esto parecerá indicar que los sistemas deben
desarrollarse independientemente, cada uno en un nivel de observación
determinado.
No obstante, anteriormente vimos también que para comprobar
una hipótesis del segundo nivel es preciso recurrir a hipótesis de primer
nivel, por lo que un sistema teórico que contenga la primera, como una
proposición no refutada, debe contener asimismo la segunda. Esto
significa evidentemente que un sistema puede contener proposiciones

50
que pertenezcan a diferentes niveles, sin que por ello podamos
considerarlas con Skinner como especulaciones. Su definición permite
únicamente separar dos tipos generales de teoría, en concordancia que
para explicar un hecho recurran a eventos situados en el mismo o en un
nivel diferente, pero no nos dice que debamos separar las teorías de
acuerdo con cada nivel.
Lo que en realidad sucede, es que los niveles comportan una
distinción de sistemas en el sentido de que sus proposiciones afirmen o
no relaciones unívocas. Por consiguiente, es perfectamente posible
encontrar un sistema que contenga hipótesis de diferentes niveles y que
cumpla con la condición de refutabilidad de las teorías científicas. Esto
nos lleva entonces, a preguntarnos qué tipo de relaciones pueden
sostener las proposiciones de diferentes niveles en un sistema dado. Y
esta pregunta remite a dos tipos de relaciones específicas, a saber: las
relaciones para la comprobación y las relaciones para la explicación de
los hechos.
En lo que respecta a las relaciones de comprobación, hemos
aclarado ya que las proposiciones de diferentes niveles cumplen una
relación metodológica en el sentido de que unas sirven como
instrumentos para someter a prueba a otras. Esta relación
metodológica es básica para continuar afirmando el poder que
atribuimos a la experimentación para decidir entre teorías reales, o
simplemente para refutar una teoría.
En efecto, de la respuesta proporcionada a la objeción que hace
Nagel a la doctrina de laos experimentos decisivos, resultan finalmente
dos características que la experimentación debe tener en cuenta según
la posición de Skinner: en primer lugar, es evidente que ningún
experimento, por simple o complicado que sea, somete a prueba una
hipótesis aislada. Pero, en segundo lugar, también es evidente que en el
momento de probar o de experimentar, aunque está en juego todo un
sistema ordenado de hipótesis, siempre debe adecuarse el
procedimiento para que se haga más sensible a lo afirmado por una sola
hipótesis y menos sensible a las influencias de otros elementos
(hipótesis o principios) de la teoría. El experimento, en suma, decide si y
sólo si hay un acuerdo metodológico por medio del cual nos obliguemos
51
a respetar un orden de relevancia de los resultados y, por tanto, un
orden establecido de corroboración de las hipótesis que sirven como
instrumento y de aquellas hipótesis que se someten a prueba.
Y sólo en la base de un acuerdo semejante es posible atribuir un
poder falseador a los hechos en cualquier nivel, pues, como anotamos,
las dudas que pueden presentarse para la comprobación de cualquier
hipótesis son del mismo carácter lógico.
Vimos también que de semejantes dudas sólo puede salirse
mediante una resolución, ser consecuentes. O aceptamos que la duda
prevalece en toda prueba y, por tanto, no es posible decidir nada
mediante la experimentación o aceptamos que el experimento decide si
hay elementos de juicio suficientes, esto es, si contra las hipótesis que
sirve como instrumento no hay hasta el momento de la comprobación
un caso adverso. Pero lo que no puede aceptarse es que los elementos
de juicio varíen su valor o su peso dependiendo de que los resultados
concuerden o no con lo previsto. En general, el acuerdo reside en ser
consistentes en el valor atribuido a los elementos de juicio.
Es a esta decisión justamente a lo que damos el nombre de
posición metodológica skinneriana y si su fundamento no es
estrictamente lógico ya que no puede eliminar del todo las dudas que
surgen contra la experimentación, es por lo menos más útil que la
posición extrema del escéptico y, a la vez, resulta más defendible que la
voluble posición del convencionalista. Sin embargo, es obvio que la
posición proviene de un acuerdo y no de un criterio estrictamente
lógico, por lo que éste puede ser uno de sus puntos vulnerables. Pero, al
fin y al cabo, ¿Cuál es la posición metodológica que, sirviendo a la
precisión de las predicciones, a las coherencias y a los fines de la ciencia,
no se funda en un acuerdo?
Con todo, es este un punto que indudablemente abre el camino a
la discusión y que, además, revela cómo la posición de Skinner es un
paso que, aunque valioso porque permite resolver y superar dificultades
anteriores, es sólo uno más dentro de los muchos que habrán de darse
en la crítica del conocimiento científico.

52
Ahora ocupémonos del problema de las relaciones que pueden
sostener las proposiciones de diferentes niveles para los efectos de la
explicación de los hechos de un dominio dado.
Podemos afirmar, en primer término, que en este asunto Skinner
mismo aparentemente se da cuenta de los alcances de su propia
posición. En su artículo sobre si son o no necesarias teorías (Skinner,
1961), se muestra abiertamente partidario de que el estudio se remita a
un solo nivel de observación, específicamente, al primer nivel. Supone,
como argumentación para ello, que las hipótesis relativas a los procesos
neuronales que acompañar a la conducta observable establecerán
relaciones que, finalmente, nos retrotraerán a acontecimientos situados
en el primer nivel.
Pero, por un lado, hemos mostrado que los niveles de observación
constituyen una categoría más amplia que la distinción entre
acontecimientos “internos” y “externos” al objeto de estudio y, por
tanto, aunque en referencia a algunos procesos nerviosos pueda
cumplirse aquel supuesto, resulta ocioso afirmar en general que entre
las proposiciones que vinculan acontecimientos de distintos niveles no
hay relación alguna, como afirmar que las proposiciones del segundo
nivel nos retrotraerán, finalmente, a acontecimientos del primer nivel
(bien puede suceder que retrotraigan a hechos perceptivos que ocurren
en el segundo nivel de observación).
Por otro lado, hemos visto, al discutir las relaciones entre lo neural
y lo psíquico, cómo es que la suposición de que las hipótesis del
segundo nivel explican o fundamentan las proposiciones del primero, no
se cumple necesariamente y que, por ende, tampoco sirven este
supuesto para afirmar el efecto, de que las relaciones del segundo
conducen a eventos o hechos del primero.
Ciertamente, la posición de Skinner no presenta criterios
suficientes para establecer reglas generales de relación entre
proposiciones de diferentes niveles. Lo único que pude derivarse de ella
es que cualquier relación que se establezca o se proponga cumpla la
condición de relevancia subordinada; esto es, la relación metodológica
básica. Claro está, puede suponerse que, además, no pueden
relacionarse proposiciones que lleven a resultados contrarios o
53
contradictorios. Pero, ¿puede esperarse que la relación entre dos o más
proposiciones de diferentes niveles conduzcan a resultados
contradictorios, si precisamente cada una de estas proposiciones se
refieren a hechos que no son contemplados por las demás? Más aún,
¿aunque aceptemos que los niveles representan facetas o caras de un
mismo proceso o fenómeno, podemos saber si un hecho en una faceta
es compatible o no con un hecho de otra? Es compatible, por ejemplo,
¿que la luna se redonda por fuera y que sea a la vez vacía por dentro?
¿Es incompatible que sea redonda con el hecho que no sea vacía?
Cabría buscar entonces el vínculo entre las proposiciones en el
tipo de relación que formulen, o sea para el tipo de leyes o hipótesis
que afirme, y decir que las proposiciones no deben formular relaciones
o procesos contradictorios. Sin embargo, tampoco adelantaremos algo
por este camino. ¿Podríamos establecer si son o no compatibles, o si
son o no contradictorias, las hipótesis de que las alteraciones
perceptivas dependen de la alteración en la actividad de las asambleas
celulares y la hipótesis de que una respuesta determinada depende de
un tipo dado de moldeamiento?
En realidad, sólo podemos esperar que las proposiciones que
aparezcan en un sistema y que corresponden a diferentes niveles de
observación, sean compatibles o incompatibles con respecto al sistema
en cuestión, pero no entre ellas.
Claro, esto no puede ser considerado sin más como un punto
adverso a la posición de Skinner, pero debe ser anotado en primer
lugar, porque representa un nuevo problema metodológico, posible
motivo del estudio de otros interesado. En segundo lugar, porque la
pretensión de Skinner en el sentido de que nos limitemos al estudio de
un nivel, puede ser confundida con una consecuencia de su posición
frente a la relevancia de los resultados, cuando en efecto no lo es. Lo
que es consecuencia correcta de tal posición sí es que en el primer nivel
no ser precisa recurrir a eventos correspondientes a otros niveles para
establecer las condiciones suficientes de los hechos. Esto es elemental
en la distinción de los niveles y es la base de su criterio de relevancia
que afirma que sólo son relevantes los hechos si se desprenden de una

54
proposición que los relacione unívocamente con cierto tipo de eventos,
y que tal relación sólo es posible si se trabaja en el mismo nivel.

Hipótesis refutables e hipótesis estadísticas


Quizá uno de los principales problemas que surgen ante la
posición de Skinner, sea el relativo al uso de técnicas y métodos
estadísticos que él descarta abiertamente (Skinner, 1953). Este rechazo
debe ser analizado en detalle pues, a primera vista, pondría en duda
todos los adelantos logrados en el campo de la psicología diferencial y,
en general, pondría en duda a toda una teoría de la medida psicológica.
En el problema, sin embargo, hay dos criterios diferentes en
juego. Inicialmente, aclaremos que Skinner bien puede fundar el
rechazo de los datos empíricos en el hecho de que no le sirven ni le son
útiles para hacer énfasis en lo común de los organismos, objetivo éste
que es claro en su obra. Y al hacer énfasis en lo común, él debe tratar de
ordenar los datos con arreglo a lo que hemos llamado principio de
homogeneización, recurriendo a sus procedimientos o técnicas propias.
La estadística sería más adecuada, en cambio, para ocuparse de las
diferencias sistemáticas del comportamiento de los organismos en las
cuales no está interesado Skinner. Una razón inicial, pues, para
descartar la estadística, sería su escasa utilidad para la ordenación y el
análisis de lo común. Y valga anotar, de paso, que esta restricción del
estudio no es motivo para objetar la posición de Skinner como lo hace
Scriven (1967). Porque ¿qué ataque o crítica es decirle a un científico
que él no se ocupa de los aspectos que no caen dentro del campo de
estudio que se ha propuesto? ¿O qué crítica es decirle que él no explica
lo que jamás he aprendido explicar?
Más, según parece, el concepto de relevancia de Skinner también
tendría relación con tal descarte; para aclarar lo anterior
descompondremos el problema general en sus partes.
En primer lugar, ocupémonos de un concepto muy generalizado
acerca de otro tipo de relaciones que buscaría establecer la ciencia
contemporánea y que consiste en afirmar que el científico se ocupa
primordialmente de correlaciones entre acontecimientos.

55
Anteriormente afirmamos que las proposiciones de la ciencia (hipótesis
y leyes) corresponden a relaciones de implicación: ¿son equivalente
estas relaciones o son diferentes?
La correlación puede definirse como una variación concomitante
de carácter necesariamente biunívoco de dos variables y puede
caracterizarse como una relación que expresa la simultaneidad de
aquella variación, por lo que no resulta admisible, ni siquiera del caso,
afirmar que la variación de una depende de la variación de la otra. De
ordinario, se usa para describir un orden de relación invariable
atemporal entre acontecimientos. En contraste, la implicación expresa
una relación unívoca, donde la simultaneidad no se presenta
necesariamente, mediante la cual pueden afirmarse relaciones de
dependencia. Su uso, corresponde a la descripción del orden de relación
invariable temporal entre acontecimientos. Sin embargo, la diferencia
no reside tanto en el uso, que puede ser variable, sino en la propiedad
de simetría que cumple la correlación y que no cumple la implicación.
En efecto, una correlación entre acontecimientos A y B indica que
para cada valor de A hay un valor de B, así como para cada valor de B
hay un valor de A. La implicación, en cambio, sólo indica que para cada
valor de A hay un valor de B, pero no viceversa.
Por supuesto, esta diferencia influye en la capacidad predictiva de
una hipótesis, ya que en el caso de la correlación puede predecirse
cualquiera, partiendo de una o de otra, mientras que en la implicación
sólo es posible predecir en una dirección, tal como vimos al hablar de
las formalizaciones.
Ahora bien, si se tratara siempre con correlaciones perfectas o
puras entre los acontecimientos, no podría oponerse cosa alguna a su
uso en la ciencia. El problema aparece cuando se admiten grados
mayores o menores de correlación, pues las proposiciones que señalan
grados no perfectos aparecerían como no refutables en principio.
¿Cómo es esto?
Una proposición que exprese su grado de correlación, por más
alto que éste sea (por ejemplo, del 0.99) y altamente significativo según
los cálculos estadísticos, es perfectamente compatible con el hallazgo

56
de acontecimientos que no se relacionan de la manera esperada, lo que
sugeriría que las hipótesis no pueden ser rechazadas por aquellos casos.
Este concepto acerca de la refutabilidad de las hipótesis
estadísticas debe observase con cautela. En realidad, la medida de las
correlaciones se fundamente en una teoría objetiva de la probabilidad
que tiene en cuenta básicamente, para el cálculo probabilístico de un
acontecimiento, la frecuencia relativa de su aparición a diferencia de la
teoría subjetiva que considera a priori cada una de las posibilidades
como un seceso equiprobable. La introducción de la frecuencia relativa
en el cálculo significa que con nuevos casos puede perfectamente
alterarse el índice de probabilidad de un acontecimiento y, por tanto,
puede refutarse la hipótesis que afirme un índice de correlación entre
paso y talla para una población dada, será refutada por una variación
significativa de la frecuencia esperada, encontrada en una muestra
representativa de dicha población, puesto que alterará el cálculo.
Algunos podrían pensar entonces que el problema aparece
cuando las hipótesis estadísticas se refieren al comportamiento
individual y no a grupos del colectivo, esto es, no a muestras. Pero el
hecho es que también allí pueden utilizarse hipótesis específicas
(basadas en la ecuación de regresión, por ejemplo) para predecir
determinado resultado en un intervalo de frecuencia delimitado con
exactitud matemática. Y es evidente que el individuo puede o no
ubicarse dentro de tal intervalo, por lo que la hipótesis debe
considerarse refutable en principio. Debe aclarase, eso sí, que en el caso
de que la variable que va a predecirse, sea una variable discreta, la
hipótesis no es refutable si atribuye un índice de probabilidad menor
que 1, pues entonces es compatible con que se presente cualquiera de
las dos posibilidades de la variable. Afirmar, por ejemplo, que la
probabilidad de que mañana llueva es de 0.99 es compatible con el
hecho de que mañana no llueva: existe el 0.01 de probabilidad para este
acontecimiento u por muy pequeño que sea su índice, está de todas
maneras contemplado como probable. Por tanto, si sucede o pasa, la
hipótesis no será refutada; a lo sumo se dirá que ocurrió lo menos
esperado, pero nunca ocurrió lo inesperado.

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En resumen y haciendo la salvedad anterior, es posible afirmar
que las hipótesis estadísticas son susceptibles de refutación. ¿A qué se
reduce entonces el problema? A dos aspectos básicos: en primer lugar,
al hecho de que mediante correlaciones entre eventos y hechos
observables o que tienen referencias observables, se pretenda probar
una hipótesis relativa a inobservables. Ser trata, justamente, de la
pretensión explicativa de algunas teorías que se utilizan el llamado
método de análisis factorial. No las discutiré aquí, pero sí aclararé que
para la posición metodológica que vinimos discutiendo sólo cabría una
posibilidad para tal método: si pretende explicar por medio de un factor
X la correlación obtenida entre dos clases de acontecimientos, entonces
el factor no sólo debe ser “revelado” o “señalado” por la correlación,
sino que debe ser detectado y observado, bien sea directamente o bien
mediante referencias observables diferentes de la correlación misma.
De lo contrario, la hipótesis relativa a la influencia de un factor sobre
una variación concomitante no puede someterse a prueba; no puede
predecirse a partir de algo de lo cual sólo es posible dar razón después
de ocurridos los hechos. Tal efecto fue analizado anteriormente al
caracterizar las formalizaciones y por ellos no insistiré en él.
También es oportuno hacer una breve alusión a una supuesta
diferencia que sostendrían las hipótesis implicativas y las correlaciones,
y que me han sugerido como otra razón para rechazar la estadística.
Esta diferencia consistiría en que las hipótesis que utilizan índices de
correlación no sirven habitualmente para los fines del control en los
términos en que lo concibe Skinner, esto es, no sirven para “producir”
cambios en el comportamiento de un organismo, con que, en cambio,
logra el condicionamiento operante con el uso de relaciones de
implicación. Los índices de correlación sólo nos habilitarían para
“prever” un cambio, mas no provocarlo. Pues bien, Skinner considera
que la ciencia se caracteriza básicamente por el estudio del control de
los fenómenos, y parece obvio que de esta petición de principio
(control) se desprenda igualmente el rechazo de los procedimientos
estadísticos.
Debe advertirse, sin embargo, que esta diferencia, muy frecuente
en verdad, se produce simplemente porque las correlaciones se han
58
hecho hasta el momento preferentemente entre tipos de respuestas y
no entre respuestas y situaciones estimulatorias y, por tanto, es sólo
aparente.
En consecuencia, podemos afirmar que desde el punto de vista de
la posición operante, sólo habría una razón válida para no aceptar la
estadística: que no sirve para ordenar los datos con arreglo al principio
de homogeneización. Pero, ¿agota esto el problema? Me parece que
no. Mas bien, permite enfocarlo desde un nuevo ángulo, desde una
dirección diferente, la cual debo, al menos, dejar planteada en la
siguiente forma: si el condicionamiento operante no utiliza las técnicas
estadísticas y con ellos descarta el estudio de las diferencias
sistemáticas, ¿cómo puede asegurar que determinada variable
independiente sí influye sobre una modificación dada del
comportamiento? Si no se utilizan grupos de control en la investigación,
¿cómo podemos descartar el supuesto de que es otra variable diferente
la que influye en el cambio? ¿Cómo se descartan, en este tipo de
investigaciones, las diferencias debidas al azar?
Es indudable que estas preguntas admiten una gran variedad de
respuestas. Entre ellas quisiera destacar una, importante porque aclara
mejor la nueva dirección en que puede formularse el problema.
La respuestas a que aludo no es otra que una petición de
principio: hasta el momento, el condicionamiento operante ha podido
controlar gran diversidad de respuestas sin el empleo de grupos de
control o de técnicas estadísticas; un investigado no dudaría de que las
variables que aparecen siempre que se produce determinada variación
del comportamiento influyen sobre éste, si, disponiendo las mismas
situaciones estimulatorias, logra controlar o “provocar” de nuevo
aquella variación, y en las ocasiones que lo desee.
Pero si así se nos responde, podemos preguntar: ¿Cuál es la
“justificación” lógica para afirmar que tales procedimientos garantizan
una relación de dependencia entre los acontecimientos? ¿No podría
producirse la misma variación, disponiendo situaciones estimulatorias
completamente diferentes? ¿Cómo, en fin, sin estudiar diferencias
significativas, podemos afirmar una influencia específica?

59
Por supuesto, algunos podrían dudar de la necesidad de
“justificar” lógicamente los conocimientos obtenidos, arguyendo que la
ciencia —a diferencia de la lógica— se fundamenta en un tipo de
inferencia “no demostrativa”. A estos sólo puedo remitirlos a la
discusión que al respecto hace Barker e invitarlo considerar uno de sus
ejemplos más importantes: ¿qué sucede en el caso eventual de que un
brujo logre predicciones más exactas que un científico? ¿Justificaría con
ello su método?
Claro, este es un problema de índole diferente, pero, de todas
maneras, opino que no cancela la discusión sobre los interrogantes
surgidos de la posición asumida frente a la estadística por la
investigación operante, los cuales quedan, sin duda, por analizar y
resolver, requiriendo para ello posiblemente trabajos específicos.

De los problemas acerca de la relevancia


El criterio de relevancia subordinada plantea un problema
metodológico relativo al valor confirmatorio, que debe atribuirse a la
cantidad de elementos de juicio favorables a una hipótesis.
En efecto, la posición de Skinner supone una corroboración de
hipótesis que no considera el número de casos a favor. En este sentido,
su posición coincide con la posición de Popper al indicar que más que el
número de casos a favor, influyen el rigor de las contrastaciones. Ésta, a
su vez, dependería de que en cada experimento se mantenga la relación
de relevancia subordinada de tal suerte que, al aceptar como válido y
confiable un instrumento de verificación (instrumento que siempre
supone hipótesis no refutada) el experimento se haga más sensible al
contenido de la hipótesis que va a ser sometida a prueba. En
consecuencia, todo nuevo progreso en la ciencia requeriría
necesariamente conocimientos previos, lo cual concuerda ciertamente
con el desarrollo acumulativo de las ciencias.
Sin embargo, el rigor de las contrastaciones no es suficiente para
suponer, por ejemplo, que determinado instrumento sirve para
comprobar otra hipótesis. Sigamos el ejemplo de Popper sobre el valor
de la carga del electrón determinado por Millikan; ¿nos contentaremos

60
con una sola prueba, a pesar de que sea efectivamente rigurosa?
Seguramente no. Seguramente repetiremos varias veces el experimento
para acumular elementos de juicio que podamos hacer valer en el caso
de que necesitemos esta hipótesis para testar otra. Necesitamos
acumular tales elementos de juicio precisamente para hacerlos valer
tanto en circunstancias en que los resultados sean favorables, como en
circunstancias en que sean desfavorables para la nueva hipótesis que
vamos a testar. En otra palabras, si únicamente hemos probado una
sola vez el instrumento, entonces no podemos argumentar nada cuando
al utilizarlo se nos diga que pudo haber fallado; la situación quedaría
equilibrada por un caso a favor y uno en contra.
Al parecer, existiría una alternativa, acorde con la posición de
Skinner, para esta dificultad, que consiste en afirmar que una hipótesis
debe ser testada por medio de varios instrumentos. Así se dirá que
estaremos más seguros, por ejemplo, de que las alteraciones
perceptivas dependen o se relacionan en efecto con las variaciones de
grupos celulares, si para su comprobación utilizamos diferentes
moldeamientos de la conducta y, asimismo, presentamos diferentes
estímulos compuestos, variamos la dirección desde la cual se debe
“mirar” el organismo, variamos los sujetos de experimentación, etc.
Igual cosa se haría para las hipótesis del primer nivel; así, para
establecer, por ejemplo, que un moldeamiento sí se relaciona con un
tipo específico de respuestas, variaríamos los estímulos discriminativos,
los estímulos reforzantes, los organismos, etc.
Esta solución es supremamente importante, pues no ofrece una
regla que cumplen, en efecto, las ciencias empíricas; de ellos existe una
elocuente ilustración en la microfísica, donde la carga del electrón, por
ejemplo, tiene múltiples consecuencias observables. Pero, ¿no está
desplazando, de paso, el problema?
Me parece que esto es evidente. Para utilizar varios instrumentos
necesitamos tener muchos elementos de juicio a favor de cada uno;
necesitamos tener confianza en todos y cada uno de los instrumentos,
por la sencilla razón de que si uno de los experimentos arroja resultados
adversos a la hipótesis que se testa, ésta debe quedar refutada. ¿Qué

61
sucede, por ejemplo, si todos los experimentos, menos uno, presentan
datos a favor?
La respuestas es muy sencilla: el teórico podría argüir que los
demás experimentos son muchos elementos de juicio a favor de la
hipótesis sostenida a prueba, y que el instrumento utilizado cuando se
encontró el resultado desfavorable es dudoso; como en cada
experimento se utiliza uno y sólo uno de los procedimientos que han
servido a su vez para testar el instrumento, el resultado desfavorable
puede ser atribuido más bien a ese procedimiento experimental
especifico que sólo ha sido probado una vez,
El problema de la cantidad de pruebas similares y del número de
elementos de juicio a su favor, no puede ser eludido. La corroboración
de una hipótesis no sólo debe exigir que se utilicen diferentes
instrumentos, sino que se repita cada uno de los experimentos. Pero,
¿cuántas veces?
Tal es el problema planteado, frente al cual es forzoso admitir que
la posición de Skinner no ofrece siquiera un asomo de solución. Lo único
prudente y “sano” hasta el momento, se reduce a exigir que los
experimentos sean repetidos, lo que ciertamente no cierra la discusión
al respecto, sino más bien la abre.
¿En qué consiste, pues, el aporte de la posición operante?
Son dos sus aspectos novedosos: en primer lugar, separa los
grados de refutabilidad de los grados de corroboraciones, unión ésta
que, en Popper, da lugar a dos de las objeciones hechas al criterio de
refutabilidad, las cuales son: la relativa a la comparación de hipótesis de
diferentes grados de universalidad y precisión, y la relativa a la
corroboración de hipótesis metafísicas como la propuesta por Barker.
En segundo lugar, el criterio de relevancia subordinada permite
contestar la objeción de Nagel, al aclarar que un determinado
experimento no somete a prueba todo un sistema teórico, sino que
sirve para corroborar una de las hipótesis del sistema y, por tanto, que
un experimento no puede confirmar una teoría, aunque sí puede
refutarla; si el resultado es favorable y, por ende, corrobora la hipótesis,
la teoría no queda ipso facto corroborada ya que puede estar falseada

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por un resultado adverso a otras de sus hipótesis; en cambio, si el
resultado refuta la hipótesis, la teoría que la implica debe quedar,
igualmente, falseada porque la implicación prohíbe derivar lo falso de lo
verdadero.
Ahora bien, estos dos aspectos o consideraciones nos capacitan
para llegar a una conclusión general de su aporte: a diferencia de otros
estudios anteriores que han enfatizado en el número y variedad de los
elementos de juicio a favor de una hipótesis como criterios para
establecer diversos grados de relevancia y corroboración, el
conductismo radical se detiene, más bien, en la condición de relevancia
que debe tener cualquier resultado empírico. El aporte consiste, pues,
en haber retomado el problema interrogatorio, antes que los grados, el
fundamento mismo de la relevancia, la condición que permite atribuir a
los resultados empíricos no un valor, sino un carácter confirmatorio.
Y si bien es cierto que con ellos genera otro problemas cruciales y
que en lugar de ofrecer una solución completa a todos ellos mejor los
replantea y aviva, también es cierto que exigir una cosa diferente
resultaría por lo menos extraño: la tarea de ejercer la crítica de la
ciencia, a falta de culminar, vigila constantemente el carácter
autocorrectivo de su método, con la permanente discusión y
redefinición de sus problemas.
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