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LECCIÓN DE ALTURA
Ocho horas de camino. Siete alumnos.
Cuatro grados. Un aula. Cero vecinos
cuando cae la noche. Areli Reyes nos
cuenta cómo es ser docente en la IE
multigrado del lejano caserío de
Culebramarca, en las alturas de Pasco.
Esta es una historia de vocación.
Salón en revolución
En Culebramarca, la jornada inicia antes de las cinco de la mañana. Basta un poco de luz para que en las
lejanas laderas arranquen los quehaceres de la casa. La profesora llena la tetera con agua rojiza de río
prende la radio, escucha las noticias de la capital Una silla con cajas de laptops XO entregadas hace años y
que ahora lamentablemente ya no están operativas por falta de uso cumplen la función de tener la radio a la
altura de la ventana. Voces limeñas discuten sobre temas que poco parecen afectar Culebramarca, pero que
Arely escucha con imbatible atención.
Los chicos aparecen en la puerta un par de minutos antes de las ocho, puntuales y sin reloj. "Ya, a cambiarse
los zapatos, hagan fila ordenados" dice. La revolución del aula comienza por los pies. Siete pares de zapatitos
de lana, todos tejidos a mano, sustituyen las botas de plástico con la que los chicos han llegado corriendo
desde las alturas de Culebramarca. "Por la distancia que ellos viven, los niños venían todos los días con sus
botitas. Los niños se quejaban por el frío durante las clases. Hemos creado los zapatitos abrigadores. Se ha
buscado las plantillas y se ha creado los zapatitos tejidos con la lanita de carnero" cuenta Arely. Las pantuflas
de salón, junto con los asientos forrados de lana de carnero, han sido las primeras soluciones que ha profesora
ha impuesto para hacer que los chicos dejen de pensar en el frío y se concentren en la clase.
Cambio de hábitos
Desde que Areli está a cargo de la IE, entrar al aula se ha convertido en una ocasión más para aprender: todos
los niños marcan asistencia colocando la hora en un reloj de cartón, renovando la fecha y día de la semana en
la pared calendario. Arely ha hecho del aula un espacio para conocer objetos y dinámicas que tal vez los
chicos no usen frecuentemente en la localidad, pero que les conviene conocer si bajan a la ciudad. La mañana
comienza con arroz, leche y galletas: a la mesa del desayuno están Rosa Vizcayo (9), Ania Laurencio (9),
Denisa Laurencio (10), Rosmelinda Crisóstomo (10), Hilton Yalico (11), Eusebio Crisóstomo (12) y Yoner
Crisóstomo (13), y son la razón de Arely en Culebramarca. Cada quien pone sobre la mesa su individual de tela
de costal con las primeras letras de su nombre y apellido bordadas y comienza a desayunar. "Tienen que
saber agarrar bien los cubiertos, tener individuales y saber para qué sirven" apunta Arely. Cuando terminan,
botan las envolturas de galletas en el basurero de residuos plásticos y las migajas al basurero orgánico. "Si
algún día visitan Lima deben saber por qué hay basureros de distintos colores" insiste.
"Yo trato de presentarles cosas que no conocen para que estén preparados y sepan afrontar la vida si en
algún momento salen de Culebramarca. Aquí me dijeron que por qué perdía el tiempo en eso. Algunos padres
no valoran el tipo de educación que les estoy dando: que para qué los individuales, para qué una fotografía
en su mesita, si no es importante", lamenta. Para Areli es todo lo contrario: es una forma de levantar la
autoestima de los pequeños, que se sientan únicos. Y lo ha logrado: es, en realidad, la foto de cada chico
rodeada de palitos de chupete es lo que más le gusta a los niños de su nuevo salón.
Nuevo año, nueva aula
"Cuando llegué encontré un aula en estado crítico. Los pisos estaban carcomidos por la humedad, cuando
caminábamos nos hundíamos. Había unas carpetas, un escritorio, un librero, y una pizarra. Era un aula poco
atractiva, los niños no tenían ninguna motivación para venir a las clases. Faltaban, ponían de pretexto la
chacra, así que transformé el aula" dice la profesora. El trabajo fue duro: renovar el salón le tomó de marzo a
julio. "El salón no estaba así de ordenado, así de limpio, el piso estaba roto, suelto, sin pintar. No daba
ganas de venir al colegio a comienzos de año dice Yonel, que por estos días se debate entre elegir dedicarse
a la agricultura desde ahora o a la secundaria o dedicarse desde ahora a la agricultura.
Lo primero que hizo fue comprar nuevos tablones para el piso. El piso del salón, ya hundido en algunos
puntos, no daba para más. Los tablones fueron llegando a Culebramarca a lo largo de dos meses para evitar
costos extra. Los padres dedicaron varias jornadas a clavar los nuevos pisos y darles la capa de marrón cerezo
que hace ver el salón tan pulcro ahora.
Lo siguiente sería renovar las paredes. "Pinté el aula en tres colores diferentes: de verde, blanco y celeste. En
todas las aulas tenemos el pintado de un solo color. Yo quería cambiar esa rutina" La puerta ha quedado
inconclusa: el presupuesto no alcanzó para reemplazar las placas de vidrio rotas y el frío filtra. La misión de
reponerlas queda para quien llegue a enseñar este año.
Aprender manipulando
La mañana arranca con la clase de
comunicación. La historia de una vicuña
que no hace caso a las advertencias de su
madre será el tema del día. La profesora
da copias a todos los chicos y ellos corren a
sentarse debajo de la esquina de lectura:
la biblioteca es ahora abierta, e incluso
algunos libros cuelgan del techo gracias a
algunas pitas y unos ganchos de ropa.
Niñas y niños se sientan sobre una piel de
carnero y comienzan la lectura. En la
tarde tendrán que representarlo al aire
libre con máscaras y disfraces hechos en
cartulina.
La participación de la profesora Areli en
el Programa Educativo Logros de
Aprendizaje (PELA), con el que aprendió a
sacar el máximo provecho a los materiales educativos del Ministerio de Educación -esos que muchas veces
quedan abandonados en cajas- ha marcado definitivamente su forma de enseñar en el aula y de lidiar con el
reto de un salón multigrado. Lo que aprendió entre 2012 y 2013 en el programa ha tenido impacto en
Culebramarca.
"Aquí los chicos tienen muchas dificultades con la producción de textos, con la resolución de problemas en
matemática. Los materiales me han ayudado mucho" asegura Areli. Ella tiene una regla clara: evitar en lo
posible que los chicos aprendan de manera pasiva. Importante detalle, además, cuando las clases van de 8 am
a 4 pm: la jornada larga compensa los días que la profesora sale de Culebramarca por nuevos alimentos.
"El aprendizaje tiene que ser manipulable. Cuando no hay materiales, enseñar de manera imaginaria no
funciona igual. Tienen que agarrar, manipular ahí, para que el aprendizaje sea más significativo" asegura.
Para enseñar matemática también tiene más de un truco. Ahí están las maquetas hechas por los chicos, las
regletas de Cuisenaire, las calculadoras digitales y las de rejilla de colores, los materiales de ciencias.
También, por supuesto, tiene propuestas propias."Los juegos como el bingo les llama mucho la atención. Con
el bingo han aprendido a sumar, a restar, a multiplicar" dice. Arely reparte tarjetas a los chicos, y va
aprovechando los resultados de los dados para que multipliquen y sumen
hasta llegar al número que pueden marcar. Mucho más divertido que
darles veinte operaciones para que las desarrollen en orden y silencio en
el cuaderno.
Mercado imaginario
En Culebramarca no hay tiendas. Las monedas y billetes se usan fuera de
la localidad, cuando los padres bajan a la localidad de Santa Isabel a
comprar abarrotes o vender papas. Los niños están fuera del sistema
monetario y son pocas sus oportunidades para aprender a distinguir los
diferentes tipos de billetes y monedas en circulación. Areli ha procurado
que el aula también tenga un espacio para que los chicos sepan cómo
comprar y recibir vuelto sin fallar. Ese lugar se llama Doña Paola, la
bodega escolar en la que los chicos aprenden a pesar menestras, vender
pilas, bolsas de fideos, avena, jabón, infusiones, galletas, y más
productos básicos que los chicos tienen en casa.
La bodeguita de Doña Paola ha sido surtida con las envolturas vacías de
los alimentos Qaliwarma, junto con cajas y objetos que la profesora ya
no usa. La balanza es material didáctico del Minedu. Un par de ganchos
de ropa, unas pitas, unas cajas forradas de colores completan la bodega. Costo del proyecto: menos de diez
soles. La bodeguita es, sin duda, la estrella del aula.
Hoy la pequeña Ania (7) se pone el delantal para convertirse en Paola. Pesa medio kilo de oca y un kilo de
papa en la balanza, suma tres bolsas de fideos (rellenas de pajas de ichu secas) y una caja de té filtrante.
Hace la suma en su libreta, entrega una boleta a su hermana Rosmelinda. Luego lucha con las monedas para
dar el vuelto correcto. "Los chicos tienen que aprender también esto. Hay que traer al salón lo que no
conocen" insiste Areli.
Larga caminata al hogar
La clase termina a las cuatro de la tarde. Ania y Rosmelinda hacen una invitación especial a su casa esta
noche. Será una hora y media de camino para llegar a la casa de la familia Crisóstomo. Luego de varios
kilómetros de caminata, despunta una casa cerca de un cultivo de tierra fresca y oscura. Llegamos cuando el
sol comienza a ocultarse.
En la cocina, el fuego de la vicharra da abrigo, pero no luz. Los cuyes caminan al borde de las paredes sin salir
por la puerta. Las carnes están colgadas del techo, ahumándose. Mientras la señora Nidia cocina, las niñas van
a recoger las ovejas. En Culebramarca no hay tareas para el cuaderno: la profesora prefiere hacerlo todo en
clase. Sabe que llegando a casa, no hay luz eléctrica para dedicarse a los deberes escolares y las chicas y
chicos deben apoyar con algunas labores de casa. La habitación donde duermen Don Florencio, la señora
Nidia, Ania, Rosmelinda, Marisela y el pequeño Abilson es grande, alta, espaciosa como para tener dos camas
y colgar con cuidado la ropa de la familia. El segundo piso hace de almacén de papas y maíz noche exige
cerca de diez frazadas para poder dormir sin frío. Afuera, la oscuridad es total.
Don Florencio y doña Nidia se levantan a las cuatro y media de la mañana. Hay que prender la vicharra,
preparar los desayunos para las niñas, trenzarlas. Los Crisóstomo llegaron a Culebramarca desde Panau para
tener un cultivo más grande. Ellos estudiaron hasta segundo, tercero de primaria, lo suficiente para hacer
operaciones básicas, firmar y algunas otras cosas adicionales . "Nuestras hijas deberían aprender un poco
más, terminar la primaria. ¿Secundaria? No sé, habría que mudarnos" dice Don Florencio. Mudarse implica
dejar la agricultura.
Primaria, ¿y luego qué?
Las chances de que los niños de Culebramarca puedan llevar la secundaria son bajas. Seguir con los estudios
pasa por una mudanza (altamente inviable), enviar al niño con un familiar a la ciudad (si es que lo tienen) o
trabajar un par de años para ahorrar y bajar a la localidad de Santa Isabel para estudiar. "La verdad, cuando
comienzan a ganar su platita, terminan comprándose algo como un celular y se quedan aquí, ya se les van las
ganas de seguir estudiando" dice la profesora. "Si los niños se quedan en la chacra, la aspiración máxima de
algunas niñas de aquí es ir a Lima, como sus tías, sus hermanas mayores, y trabajar en alguna casa. La
cuestión es estar en Lima"..
Ella trata de estimular a sus alumnos buscar más opciones. Optar por la chacra no está mal, pero a ella le
gustaría que el oficio de la enfermera que visita mensualmente la localidad no sea un sueño imposible para
alguna de las niñas del aula que quisiera imitarla. O que, en todo caso, una mayor preparación les ayude a
mejorar el manejo de sus chacras. En el salón hay un mecánico, un ingeniero, una enfermera, una doctora.
Cada niño ha escrito en su carpeta lo que le gustaría ser de grande
Con las carreras, Areli busca estimular a los chicos a pensar en ir a la secundaria. Para muchos padres basta
con la educación suficiente para comerciar sin ser estafados, escribir correctamente, entender lo que se
firma. Hay quienes se sienten incómodos con que la profesora cree expectativas poco factibles a sus hijos,
que para qué les llena la cabeza de ideas. El tema, sin dudas, generó tensión en el año que pasó.
Un día con lluvia
A la mañana siguiente de la jornada con los Crisóstomo, el sol desparece. El cielo está cargado y es evidente
que la lluvia comenzará pronto. Felizmente la mayoría del camino va de bajada. En el centro comunal, la
profesora mira a través de la ventana si ya estamos cerca para salir hacia el colegio. Diez minutos después de
entrar al salón se desata la lluvia. No parará hasta tarde.
Hoy las pantuflas abrigadoras y los asientos con pellejo de carnero no son suficientes. Al primer descanso para
jugar, pocos quieren salir del aula. En Culebramarca, el frío y la lluvia son temas constantes y en algunos
casos, paralizan la dinámica de la comunidad.
"Los niños a veces se quedan a dormir aquí. En invierno se quedan seguido por la neblina. Ellos mismos, a
pesar que viven aquí y conocen, se pierden. Apareces en otro lugar, entonces la dificultad de que no lleguen a
casa" dice Arely. La lluvia ha dejado empantanados los montes, la neblina cubre las laderas. Quienes tienen
un camino largo de vuelta a casa han preferido quedarse. Esta será una jornada con la profesora. Yoner,
Eusebio y Rosmelinda se quedarán en el Centro Comunal. Los chicos cargan con frazadas y pellejos de carnero
que han sacado del almacén del antiguo
colegio. Hoy Yoner se compromete a preparar
sopa de fideos y zanahoria para todos. La
profesora solo espera que la cena conjunta no
agote sus abarrotes mensuales. En la noche,
toca armar la cama y a dormir. Los padres ya
saben que si los chicos no llegan en un día de
lluvia o neblina, es porque han preferido
quedarse en el centro.