Presocráticos: La mayoría de los historiadores y filósofos coinciden en considerar a
los presocráticos como los primeros filósofos, al menos en el mundo Occidental. Los presocráticos no son solamente heraldos o precursores del pensamiento de Sócrates (por ende, del pensamiento de Platón y Aristóteles); estos filósofos inauguran un modo diferente de pensar, que rompe la manera tradicional de Grecia arcaica. Ya no existes dioses en forma humana los que gobiernan el cosmos, sino unos principios permanentes (los números, agua, aire, fuego…) El pensamiento se libera de la tutela de lo teológico declarándose en desacuerdo con los antepasados. Anaxímenes no ve el mundo de misma manera que Tales; Parménides refuta a Heráclito… Lejos de coincidir en el escepticismo, esta diversidad de ideas da testimonio al progreso del pensamiento. Pitágoras de Samos, vivo en el siglo VI de nuestra era, y lo que sabemos del él, es que fue un ilustre matemático. En realidad, su matemática desemboca en una metafísica, porque Pitágoras está persuadido de que los números son el principio y la clave del universo entero. Así como la naturaleza del sonido es función de la longitud de la cuerda vibrante, del mismo modo las apariencias coloreadas e infinitamente diversas del universo enmascaran las relaciones numéricas que constituyen el fondo de las cosas. Pitágoras (a quien se le atribuye la invención de la palabra «filosofía», amor a la sabiduría) es también un místico, fundador de sociedades de iniciados, en busca de su salvación. Los pitagóricos creían en la metempsicosis. El alma, en castigo de faltas pasadas, esta retenida como prisionera de un cuerpo. La encarnación no es para el alma más que un encarcelamiento provisional. La muerte anuncia el renacimiento en otro cuerpo distinto, hasta que el alma, purificada a la vez por las virtudes y por la práctica de los ritos iniciáticos, merezca al fin verse liberada de todo cuerpo. Muchas otras doctrinas aparecen e intenta explicar el mundo de esta época. Empédocles, veía en la materia cuatro elementos (la tierra, el agua, el aire y el fuego), mientras que los principios motores de este universo serán el odio que disocia y el amor que une. Anaxágoras, que fue el profesor de Pericles, piensa que los elementos de! mundo están ordenados por una Inteligencia cósmica, el Nous. Dos doctrinas se oponen radicalmente entre sí: Heráclito de Efeso, todo cambia sin cesar. «Panta rhei», todo pasa: la muerte sucede a la vida, la noche al día, la vigilia al sueño. «Uno no se baña jamás dos veces en el mismo rio.» El flujo que hace del universo un rio es constantemente producido y destruido por un Fuego cósmico que sigue un ritmo regular. A esta filosofía de la movilidad universal se oponen: Parménides y su discípulo Zenón de Elea. Para estos, la movilidad no es más que una ilusión que engaña nuestros sentidos; lo que es real es el Ser único, inmóvil, inmutable, eterno. «El Ser es, el no-ser no es», afirma Parménides en su famoso poema. Demócrito intenta conciliar las dos doctrinas (la de Heráclito y Parménides) con su filosofía de los átomos, elementos eternos cuyas cambiantes combinaciones son infinitas. Los sofistas, cuyo escepticismo fue generado por la multiplicidad de doctrinas contradictorias, por el abuso de la retórica (un discurso hábil para demostrar lo que a uno le plazca), y, de manera general, por el aumento del individualismo y la decadencia de las costumbres después de Pericles. Uno de los más célebres sofistas es Protágoras de Abdera que, según el testimonio de Platón, decía: «EI hombre es la medida de todas las cosas.» Dicho de otra manera: no hay verdad absoluta, no hay más que opiniones relativas al que las emite (este vino delicioso para el que lo aprecia y amargo para el que está enfermo).