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Un meme ¿plagiado?

Para empezar, una pregunta: ¿qué hay que decir de los memes? O, más bien,
¿tendríamos que decir algo de los memes más allá de lo que ellos mismos dicen entre
sus márgenes? A diario vemos una infinidad de imágenes construidas a las que nos
hemos acostumbrado a llamar memes y a las que ya no damos más que por hecho. Una
ve, comparte y hasta se identifica con un bugs bunny deformado con un símbolo
comunista, o con un señor corriendo de un lado a otro sin saber si ir a buscar su
cubrebocas o resguardarse durante un temblor, y no se pregunta qué valor digital o
cultural tiene, su carga semiótica o sus mecanismos de reproducción.
También me pregunto si analizar un meme no equivale a extraerlo de su
ámbito original (el de la información popular y pública) y someterlo a los dominios de
la teoría excluyente, como cuando un producto cultural pretende ser vanguardista y
revolucionario y termina por ser institucionalizado. Pero el meme sigue siendo un
producto de la cultura que dice mucho de nuestras formas de ver, pensar y crear.
Un día en Instagram vi un meme con una fotografía muy conocida de Pablo
Picasso en la bañera, acompañada de una frase sencilla pero contundente: «Lavate
(sic.) las manos como la historia del arte lo hace con la misoginia». La imagen provenía
de la cuenta de @lalulula.tv, una página web dedicada a albergar todo tipo de
contenidos en video relacionados con arte. Días depués, el mismo meme había sido
compartido por la famosa cuenta @memelasdeorizaba. Otros días depués, una captura
de pantalla del meme compartido en memelas aparecía en la cuenta de la artista
argentina radicada en México Luciana Ponte, fundadora de lalulula.tv, reclamando su
autoría no acreditada.
Seguramente que Memelas de Orizaba ni se percató del reclamo, pero la
dinámica lleva a preguntar sobre la autoría y la reproducción de este tipo de
imágenes. ¿No es acaso un consenso popular —no convenido— que los memes no
tienen autores? O, mejor aún, ¿importa quién es la mente creativa detrás de un
determinado meme?
La fotografía de Picasso en la que se basa el meme fue tomada por el fotoperiodista
David Douglas Duncan en 1956, supuestamente el mismo día que conoció al pintor
malagueño. El ojo y la mano del
artista que oprimió el obturador, el
personaje retratado y el contexto en
el que se realizó la toma, la
convirtieron en un objeto cultural de
valor artístico y, seguramente,
económico. Esta foto es la antítesis
del meme, pues. Pero lo importante
es que no solo memelas se apropió del meme de Ponte, sino que también ella ejerció la
apropiación al tomar una imagen sin dar crédito al autor. Y lo más propable es que ese
Picasso acusado implícitamente de misógino siga rondando en múltiples plataformas
digitales sin dar cuenta de su lugar de origen.
En realidad no importa, su impacto y significado no dependen de su múltiple
reproducción ni de su autor. Lo que hizo Ponte al apropiarse de la foto de Duncan fue,
sin premeditación alguna, despojarla de su valor como mercancía cultural u objeto de
valor artístico y/o histórico, para convertirla en una «imagen pobre»: una copia en
movimiento, una imagen en formato jpg, de baja calidad, popular y con una forma de
valor definida por la velocidad de su difusión.1 Para la artista y teórica Hito Steyerl,
una imagen pobre también desestima la distinción entre lo autoral y lo público, al
tiempo que son degradadas de lo régimenes normativos de valor artístico, económico
y cultural (de ahí que me preguntara si analizar el meme no es contradictorio). El
meme es, así, una imagen pobre.
No obstante, Ponte, en su papel como artista, intentó demandar un valor que
contradice la naturaleza del meme y, con ello, elevarlo a la categoría —si bien no de
arte— de producto artístico. Sin duda, esto se ubica en el imaginario dominante de la
idea y la producción como propiedad privada. El meme, como las imágenes pobres,
resiste a la lógica capitalista al ser un producto de dominio público. Asimismo,
siguiendo a Styerl, las dinámicas de producción del meme conducen a pensar en el
valor colaborativo y la división de trabajo. Es decir, una imagen que se convierte en

1 Hito Steyerl, Los condenados a la pantalla. Buenos Aires: Caja Negra, 2014.
meme no sólo borra la frontera entre autor y público, sino también implica que los
usuarios se conviertan en editores, diseñadores, autores, críticos, etc.
Así, si consideramos al meme como un montaje de cosas que originalmente
están separadas y cuya reunión descarta jerarquías para generar un tipo de
conocimiento común2, entonces que siga el meme atentanto contra las normas
clásicas.

Andrea Cuevas, agosto de 2020.

2 Didi Huberman, Cuando las imágenes toman posición. Madrid: Antonio Machado Libros, 2008, p. 123

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