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JESÚS TRUJILLO BALLESTA

Tánatos
Dr. Jesús Trujillo Ballesta
Universidad de Málaga

RESUMEN
Entendemos la muerte como cesación completa y definitiva de la vida,
y también la separación del cuerpo y del alma, con las pérdidas de cons-
tantes vitales. Y tras la cual se entra en una etapa de luto con posteriores
ceremoniales funerarios: ajuar, preparación, y posición del cadáver, así como
inhumación, o cremación y situación de los restos en la tierra. Aportamos
tradiciones y costumbres de este evento, tales como Samain, Halloween,
Druismo y Santa Compaña.

Palabras clave: Muerte, rituales funerarios, tradiciones, costumbres,


Samain, Halloween, Santa Compaña.

TÁNATOS

ABSTRACT
We understand Death as a complete and final cessation of the life, and
also the separation of body and soul, with the loss of vital signs. And after
which starts a period of mourning with funeral rites: trousseau, prepa-
ration, and position of dead body, or burial, or cremation and situation of
the remains on earth. We bring traditions and customs of this event, such
a Samain, Halloween, and Holy Company.

Isla de Arriarán, XLII-XLIII,


Isla de Arriarán
pp. 577-601
— 577
Tánatos

Keywords: Death, funeral rituals, traditions, customs, Samain, Ha-


lloween, Holy Company.

Súplica humilde
Al
Muy sabio y muy honrado
Público ilustrado
Para el ingreso de la muerte en la
Academia de las Ciencias.
Muy ilustrados y muy sabios señores,
aquí a la muerte a ustedes les presento,
para que, dentro de su augusto círculo,
al podio de doctor ustedes la promuevan.
La cosa indigna no encontrarán ustedes,
cuando ella con ustedes en consejo se siente,
pues sin más dilación ahora les declaro
la mucha ciencia que en ella se halla puesta.
No hay médico cual ella aquí en la Tierra,
a él jamás falló ninguna cura;
y por muy graves que ustedes estuvieren,
de raíz cura ella la naturaleza.
Es la verdad que nunca se ha entendido
con los teólogos del cristiano mundo,
mas es un hecho que nunca hallaréis otro
que como ella la filosofía entienda.
Por todo ello, ruego que reciba
la muerte en la Academia,
y que en Filosofía, cuanto antes,
doctora se le haga1.

1 FEUERBACH, L., Pensamientos sobre muerte e inmortalidad, Alianza Editorial,


Madrid, 1993, número 1641, pag. 53.

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1. La muerte.

Es el cese completo y definitivo de la vida. Todas las sociedades


observan algún ritual funerario. Comencemos afirmando ante todo la
existencia de un hecho universal: el horror a la muerte. Su carácter
misterioso, los sufrimientos y angustias que la preceden, que pueden
tomarse como un castigo de la divinidad ofendida, la corrupción que la
sigue, y otros muchos hechos que se enlazan íntimamente con el paso
desde el ser al no ser, en cuanto atañe a la vida corpórea y no a la espi-
ritual; han impresionado fuertemente la imagen del hombre, más bien
del inculto, y ha engendrado en él un terror tan extremado que no se
atreve a pronunciar siquiera el nombre de la persona fallecida, y lo de-
clara “tabú”, destruye sus muebles, intenta amedrentar a los espíritus,
etc., aunque con esta falta de lógica, que caracteriza las concepciones
religiosas de los pueblos llamados naturales, procure al mismo tiempo,
con cuanto medios tiene a su alcance, captarse su amistad y hacerlos
propicios. El miedo a la muerte está ligado con el miedo a los espíritus.
La concepción animística, tan generalizada entre los pueblos salvajes
y bárbaros, implica en su base la idea de que los muertos continúan
llevando en el más allá una existencia muy semejante a la terrestre. La
muerte es una nueva forma de la vida, material o espiritual según los
países, reconociéndose siempre en los que han abandonado la compañía
“física” de los vivos, un poder, una influencia decisiva en el curso de los
hechos2. El culto de los muertos, una forma indiferenciada del culto
y de la divinización de los antepasados, constituye un rasgo típico no
sólo de las organizaciones sociales inferiores, sino también de muchas
que han alcanzado ya un cierto grado de desarrollo, y analizando sus
elementos integrantes, veríamos que el agradecimiento, pero todavía
en mayor proporción el miedo, constituyen su misma razón de ser.

2 VV.AA., Gran enciclopedia Larousse, tomo VII, Editorial Planeta, Barcelona,


1963, pp.325-26.

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El muerto abandona la sociedad para ir a un mundo nuevo, nor-


malmente sagrado: por lo tanto los ritos funerarios suelen ser ritos
de paso. Pero la muerte de un individuo constituye una crisis para
todo el grupo del que forma parte, puesto que le priva de uno de sus
miembros, y además, interesa y libera fuerzas sagradas y temibles.
Por estos motivos todo el grupo social se halla asociado al ritual, que
reviste un carácter obligatorio. Tiene por objeto consagrar la ruptura
con el mundo de los vivos al establecer de modo definitivo la muerte.
A veces se teme que el muerto quiera llevarse consigo a una parte
de los vivos, muerte contagiosa. Por otra parte, el muerto puede ser
intermediario entre la sociedad y el mundo sobrenatural con el que
intenta conciliarse. Si no, el muerto podría liberar fuerzas malignas,
por ello representa siempre un peligro para sus parientes más próxi-
mos y para todo el grupo. A causa de todo ello los ritos funerarios son
bastantes complejos. Comprenden generalmente: 1º, la consagración
de la partida definitiva del alma por medio de lamentaciones, vigilias,
etc. 2º, un primer entierro, destinado a evitar un posible regreso, por
esta causa se suele atar el cadáver; 3º, al cabo de un tiempo variable,
de un mes a dos o tres años, un segundo entierro del esqueleto, acom-
pañado de ritos para su conservación, cremación, destrucción. Única-
mente después de estos ritos el muerto se convierte en un antepasado
benéfico y puede ser objeto de un culto. Pero todos estos ritos no sólo
interesan al muerto, sino que se acompañan con otras prácticas más o
menos severas, relativas a sus parientes, a sus bienes, y a veces a todo
el grupo. Se trata en tales casos de romper las ataduras que unían al
consorte o los parientes al muerto. Los ritos pueden consistir desde la
simple cuarentena del consorte, principal interesado, a su sacrificio,
India. En Arabia el duelo del consorte dura un año entero, durante el
cual debe llevar la cabeza rapada, y cubierta de cenizas y a veces ha
de sufrir quemaduras, heridas, locales. En el antiguo Egipto se creía
que el muerto gozaba de una segunda existencia en el otro mundo, en
el caso de que la momificación hubiese sido correctamente realizada.

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En la mitología griega, Tánato o Tánatos, en griego antiguo


Thánatos, “muerte”, era la personificación de la muerte sin violencia.
Homero y Hesíodo le consideraban hijo de Nix, la noche, y gemelo de
Hipnos, el sueño, insinuando que ambos hermanos discutían cada
noche quién se llevaría a cada hombre. La muerte violenta era el
dominio de sus hermanas amantes de la sangre: las Keres, asiduas al
campo de batalla. Su equivalencia en la mitología romana era Mors.
Tánatos era una criatura de una oscuridad escalofriante. Usual-
mente representada como un joven alado con una tea encendida
en la mano que se le apaga o se le cae. Su toque era suave. Los dos
hermanos, famosos por la rapidez de sus actos, recibieron el encargo
de Zeus de transportar el cuerpo de su hijo Sarpedón hasta Licia,
para que pudiera recibir de sus familiares la sepultura que merecía.
El rey de los dioses había concedido a su hijo una vida que abarcara
tres generaciones, y que terminó cuando Sarpedón acudió a la gue-
rra de Troya al frente de los licios, donde fue muerto por Patroclo.
Entonces Zeus pidió a Apolo que purificara su sangre en un río, un-
tara su cuerpo con ambrosía3, le vistieran como un inmortal y fuera
llevado rápidamente a su tierra, mandato que cumplieron Tánatos
e Hipnos4. Tánatos desempeña un papel pequeño en los mitos, pues
quedó muy a la sombra de Hades, el señor de los muertos5.

3 Manjar o alimento de los dioses.


4 Hesíodo, Teogonía. Origen de los dioses, Madrid, 2010. Dice Heródoto que
Hesíodo, junto a Homero, les ha creado sus dioses a los griegos.
5 VIDAL MANZANARES, C., Diccionario de las tres religiones monoteístas,
judaísmo, cristianismo e islam, Alianza Editorial, Madrid, 1993, pp.143-44.
Hades, vocablo en lengua griega que equivale a Sheol y cuyo origen debe en-
contrarse en la traducción, del Antiguo Testamento al griego, conocida como
Septuaginta, o biblia de los Sesenta, traducción muy fiel al texto hebreo. Su
significado es el de lugar adonde van los espíritus de los muertos y no debe
confundirse con sepulcro, “queber” en hebreo y “mnemeion” en griego. El An-
tiguo Testamento muestra que en el Sheol o Hades se encuentran conscientes
las almas de los difuntos, Isaías 4, 9-10; Ezequiel 32, 21, y ya en el período del

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En la mitología griega, las Parcas, diosas infernales, representa-


das con figura de viejas, eran observadas como hermanas de Ananke,
la Necesidad, y de las Keres, o divinidades de la Muerte, hijas de
Júpiter y Temis, o según otros, de la Noche. Diosas en número de tres,
que hilaban, devanaban y cortaban el hilo de la vida de los hombres,
determinaban la vida humana y el destino. Llamadas también las
Tria Fata6, tres suertes, y, a imagen de las Moiras griegas7, tal vez por
sincretismo, eran deidades que presidían el nacimiento, la vida y la
muerte de los hombres. Sus nombres griegos eran Cloto, la Hilandera
que hilaba el hilo de la vida, Láquesis o Lachesis, la Distribuidora de

segundo templo se afirmaba que este lugar se hallaba dividido en dos zonas:
la destinada a los justos, seno de Abraham, y la ocupada por los condenados,
Gehenna, “valle del Hinom”, el lugar en Jerusalén donde se practicaba en la
Antigüedad el sacrificio de niños en honor de Moloc, 2 Reyes 23, 10. Este mis-
mo punto de vista es el contenido en las enseñanzas de Jesús que describe el
Hades como un lugar de castigo consciente, Lucas 16, 21-24, y que en repetidas
ocasiones hizo referencias al castigo eterno de los condenados, Mateos 25, 46.
La idea del tormento eterno de los condenados aparece también en el resto del
Nuevo Testamento, Apocalipsis 14,11; 20, 10, utilizándose el término Hades
en Apocalipsis como sinécdoque de los espíritus de los muertos que serían
arrojados al lago de fuego y azufre, el Gehenna, Apocalipsis 20, 13-5. El Hades
no es mencionado en el Corán pero éste sí se refiere al Infierno.
6 FALCÓN MARTÍNEZ, C., Diccionario de la mitología clásica, 2, Alianza Edi-
torial, Madrid, 1980, pag. 492. Voz: aunque en principio parecen ser divinida-
des del nacimiento, las Parcas acaban siendo en Roma las diosas del destino,
asimiladas por completo a las Moiras griegas. Como ellas, son tres hermanas
hilanderas, que presiden el nacimiento, matrimonio y muerte. A las estatuas
de estas divinidades, que había en el Foro romano, se les llamaba Tría Fata,
los tres destinos.
7 FALCÓN MARTÍNEZ, C., op. cit., pag. 438. Moiras: Las Moiras fueron en su
origen, al parecer, los espíritus del nacimiento. Ellas atribuían al niño al nacer
el lote que iba a corresponderle en vida; y, como este lote incluía el momento y
forma de la muerte, las Moiras eran unas divinidades temibles, revestidas de
tintes siniestros. Hesíodo, las hace hijas de la Noche y las presenta como tres
hermanas, de nombres, Cloto, Láquesis, y Átropos.

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Suertes, y Átropos, la Inexorable; y para los latinos Nona, Decima


y Morta. Átropos llevaba las temibles tijeras que cortaban el hilo de
la vida en el momento apropiado. Las decisiones de las Parcas no
podían ser alteradas, ni siquiera por los dioses mayores.
Tánatos actuaba cumpliendo el destino que las Moiras dictaban
para cada mortal8. En una ocasión Admeto obtuvo de Apolo la gracia
de que las Moiras pudieran aceptar que cuando él estuviera a punto
de morir, pudiera reemplazarle en su destino cualquier persona que
lo aceptara voluntariamente. Cuando esto ocurrió, y tras recibir Ad-
meto la negativa de sus padres, sólo su esposa Alcestis se ofreció a
morir por él. Sin embargo Heracles retuvo a Tánatos por la fuerza,
intentando persuadirle de que esperase a que a la joven le llegase
su hora de forma natural. Tánatos repudiaba estas triquiñuelas de
los dioses, especialmente de Apolo, que interferían sus funciones, y
tras esta pequeña derrota, reclamó el respeto debido y fue incluso
capaz de llevarse al mismo Heracles cuando le llegó su turno. Casó
con Macaria, hija de Hades y Perséfone, señora de la Isla de los Bien-
aventurados. En el arte, Tánatos era presentado como un hombre
joven con barba llevando una mariposa, una corona o una antorcha
invertida en sus manos. A veces tiene dos alas y una espada sujeta
a su cinturón9.

8 En la teoría psicoanalítica, Tánatos es la pulsión, energía psíquica profunda que


orienta el comportamiento hacia un fin y se descarga al conseguirlo, de muerte,
que se opone a Eros, la pulsión de vida. La “`pulsión de muerte” identificada
por Sigmund Freud, que señala un deseo de abandonar la lucha de la vida y
volver a la quiescencia y la tumba.
9 Algunas obras de La Muerte en el arte: Lección de Anatomía, de Rembrandt;
La muerte de Marat, de J.L. David; El velatorio, de José Felaida; Escultura
homenaje a las plañideras de España; Entierro de Cristo, de Rubens; Un en-
tierro en Ornans, de Courbet; Indias plañideras llorando con el hábito de San
Francisco; Sepulcro de doña Blanca de Navarra, en Nájera, La Rioja; Anatomía
de corazón, de Enrique Simoner; Muerte de Sardanápolo, de E. Delacroix, de
1827; La muerte de Séneca, de M. Domínguez y Sánchez; Plañideras en una

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Vamos a comentar actos o celebraciones en el entorno de la


muerte.

2. Samain o Samhain.

Por el Samhain era costumbre vaciar nabos, posteriormente


calabazas, debido a una tradición irlandesa, para ponerles dentro
velas. Varios siglos después, esta tradición, que renace en la ac-
tualidad gracias al movimiento neo-pagano, tiene continuidad en
el Halloween, exportación de los irlandeses a los Estados Unidos
en el siglo XIX y principios del XX. En 1840 esta festividad llega
a Estados Unidos y Canadá donde queda fuertemente arraigada.
Los antiguos britanos tenían una festividad similar, a la céltica de
Samhain, conocida como Calan Gafea. Los antiguos celtas creían
que la línea que une a este mundo con el Otro Mundo se estrecha-
ba con la llegada del Samhain, permitiendo a los espíritus cruzar
esa línea. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados,
mientras que los espíritus dañinos eran alejados. Se cree que el
uso de trajes y máscaras se debe a la necesidad de ahuyentar a
los espíritus malignos. Los inmigrantes irlandeses transmitieron
versiones de la tradición durante la Gran hambruna irlandesa.
Fueron ellos los que difundieron la costumbre de tallar los jack-
o´-lantern, calabaza gigante hueca con una vela dentro, inspirada

barca fúnebre, tumba neba moneipuk; Death and life completed, de G. Klimt; La
muerte de Sócrates, de David J.; Judith y Holofernes, de Caravaggio; El jardín
de la muerte, de H. Simberg; Ejecución de Torrijos, de A. Gisbert; El triunfo
de la muerte, de van de Dood, 1562; Los desastres de la guerra, de Goya; La
muerte de la Virgen, de Caravaggio; Amor de madre, de A.M. Degrain; Guernica,
de P. Ruiz Picasso; Lamentación por la muerte de Cristo, de Fray Angélico, y
Juana la Loca acompaña al féretro de Felipe el Hermoso, de Francisco Pradilla .

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en la leyenda de “Jack el Tacaño”10. El Samhain era también un


momento para hacer balance de los suministros de alimentos y el
ganado para el invierno. Las hogueras igualmente desempeñaron
un papel importante en las festividades. Todos los otros fuegos se

10 Narra una leyenda irlandesa que había un pillo de nombre Jack, el Tacaño.
El diablo, a quien llegó el rumor de tan negra alma, acudió a comprobar si
efectivamente era un rival de semejante calibre. Disfrazado como un hombre
normal acudió al pueblo de éste y se puso a beber con él durante largas horas,
revelando su identidad tras ver que en efecto Jack era un auténtico malvado.
Cuando Lucifer le dijo que venía a llevárselo para hacerle pagar por sus peca-
dos, Jack le pidió que bebieran juntos una ronda más, como última voluntad.
El diablo se lo concedió, pero al ir a pagar ninguno de los tenía dinero, así que
Jack retó a Lucifer a convertirse en moneda para demostrar sus poderes. Sata-
nás lo hizo, pero en lugar de pagar con la moneda, Jack la metió en el bolsillo,
donde llevaba un crucifijo de plata. Incapaz de salir de allí el diablo ordenó al
granjero que le dejara libre, pero Jack respondió que no lo haría a menos que
prometiera volver al infierno para no molestarle durante un año. Transcurrido
ese tiempo, el diablo apareció de nuevo en casa de Jack para llevárselo al in-
framundo, pero de nuevo Jack pidió un último deseo, en este caso, que el amo
de las tinieblas cogiera una manzana situada en lo alto de un árbol para así
tener una postrera comida antes de su tormento eterno. Lucifer accedió, pero
cuando se hallaba trepado en el árbol, Jack talló una cruz en su tronco para
que no pudiera escapar. Pero esta vez pidió no ser molestado en diez años, ade-
más de otra condición: que nunca pudiera el diablo reclamar su alma para el
inframundo. Satanás accedió y Jack se vio libre de su amenaza. Su destino no
fue mejor: tras morir, se aprestó a ir al cielo, pero por su mala vida fue enviado
al infierno; allí tampoco fue aceptado debido al trato realizado con el diablo. El
cual arrojó a Jack a unas ascuas ardientes, las cuales un granjero atrapó con
un nabo hueco, a la vez que agradecía la linterna que así obtuvo. Condenado a
deambular por los caminos, anduvo sin más luz que la ya dicha linterna en su
eterno vagar entre los reinos del bien y del mal. Con el paso del tiempo Jack el
Tacaño fue conocido como Jack el de la linterna o “Jack of the Lantern”, nombre
que se abrevió al definitivo “Jack O´Lantern”. Esta parece ser la razón de usar
nabos, y más tarde calabazas, al imitar con su color el resplandor de las ascuas
infernales, para alumbrar el camino a los difuntos en Halloween, y también el
motivo de decorar las casas con estas horrendas figuras, para evitar que Jack
llamara a la puerta de las casas y proponer dulces o travesuras.

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apagaban y en cada hogar se encendía una hoguera en la chimenea.


Los huesos de los animales sacrificados se lanzaban a la hoguera.
Otra práctica común era la adivinación, que a menudo implicaba el
consumo de alimentos y bebidas, e incluso en Asturias se celebraban
banquetes en las tumbas de los antepasados. Sin embargo, la fiesta
no comenzó a celebrarse masivamente hasta 1921, en Minnesota
fue el primer desfile de Halloween y luego siguieron otros.
La aludida vigilia se tradujo al inglés como: “All Hallow´Eve”.
Con el paso del tiempo su pronunciación fue cambiando primero a
“All Hallowed Eve”, y de una variación escocesa, posteriormente a
“All Hallow Een” para terminar con la palabra que hoy conocemos
“Halloween”. Existen algunas prácticas tradicionales en las nacio-
nes celtas que aún conservan la herencia de dicha fiesta, como las
diásporas irlandesa y escocesa.

3. Halloween.

La palabra “Halloween” es usada como tal por primera vez en el


siglo XVI. Sus raíces están vinculadas con la conmemoración celta
del Samhain y la festividad cristiana del Día de Todos los Santos,
celebrada por los católicos el 1 de noviembre. Se trata en gran par-
te de un festejo secular, aunque algunos consideran que posee un
trasfondo religioso. Originalmente el truco o trato, en inglés “trick-
or-treat”, era una leyenda popular de origen céltico según la cual no
sólo los espíritus de los difuntos eran libres de vagar por la Tierra la
noche de Halloween, sino toda clase de entes procedentes de todos
los reinos espirituales. Entre ellos había uno terriblemente malé-
volo que deambulaba por pueblos y aldeas, yendo de casa en casa
pidiendo en su final, el acto de “o truco o trato”. La leyenda asegura
que lo mejor era hacer trato, sin importar el costo que éste tuviera,
pues de no pactar con este espíritu, que recibía el nombre de jack-

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o´-lantern, él usaría sus poderes para hacer “truco”, que consistiría


en maldecir la casa y a sus habitantes, dándoles toda clase de infor-
tunios y maldiciones, como enfermar a la familia, matar al ganado
o hasta quemar la propia vivienda. Como protección surgió la idea
de crear en las calabazas formas horrendas, como se especifica en
la página 5. En el caso del “Trick-or-treating” para tratarse de un
susto o broma, por lo que una traducción más exacta sería “susto o
dulce” o “travesura o dulce”.
Actualmente los niños se disfrazan para la ocasión y pasean por
las calles pidiendo dulces de puerta en puerta. Después de llamar a
la puerta los niños pronuncian la frase “truco o trato”, “truco o dulce”
o “travesura o dulce”. Si los adultos los recompensan, se interpreta
que han aceptado el trato. Si por el contrario se niegan, los chicos
les gastarán una pequeña broma, como arrojar huevos o espuma de
afeitar contra la puerta.
En México existe una versión denominada “Calaverita” en la que
los niños preguntan ¿me da usted mi calaverita? En lugar de ¿Truco
o trato?, refiriéndose a un dulce con forma de calavera. El recorrido
infantil en busca de golosinas probablemente enlace con la tradición
neerlandesa de la Fiesta de San Martín.
Comida. Dado que Halloween coincide con la temporada de la
cosecha de manzanas cada año, las manzanas de caramelo son co-
munes durante las fiestas. A veces van seguida de laminación con
frutos secos. Una costumbre irlandesa es la preparación de pastel
de fruta, en la que se coloca un anillo simple, una moneda y otros
encantos antes de hornear. Se dice que quienes obtienen un anillo
encontrarán su verdadero amor en el siguiente año; algo similar a
la tradición del roscón de Reyes en la fiesta de Epifanía.
La bula papal “Summis desiderantis affectibus” del papa Ino-
cencio VIII de 5 de diciembre de 1484 legitimaba la persecución de
brujas, tortura y muerte, por hoguera, así la Inquisición inició el
hostigamiento de la hechicería.

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4. Druismo o Druidismo.

La religión de los druidas se trasmitía de generación en genera-


ción . Las festividades del Samhain se celebraban muy posiblemente
11

entre 5 de noviembre y el 7 del mismo mes, a mitad del equinoccio


de otoño y solsticio de invierno, con una serie de fiestas que duraban
una semana, finalizando con la fiesta de “los espíritus” y con ello se
iniciaba el año nuevo celta. Esta fiesta era una de las principales
pues celebraban lo que para los cristianos sería el “cielo y la tierra”,
conceptos que llegaron sólo con el cristianismo. Para ellos el lugar
de los espíritus era un lugar de felicidad perfecta en la que no había
hambre ni dolor. Los celtas celebraban esta fiesta con ritos en los
cuales, los sacerdotes druidas, sirviendo como “médium”, se comuni-
caban con sus antepasados esperando ser guiados en esta vida hacia

11 Había tres clases de druidas: los druidas propiamente dichos, filósofos, sabios
y magos, encargados de mantener los principios morales y de estudiar los
secretos de la naturaleza; los adivinos, que sabían interpretar las señales
que enviaba la naturaleza; y los bardos, que eran los poetas. Según Diodoro
de Sicilia, escritor del siglo I a.C., entre los celtas de la Galia existían “poetas
líricos llamados bardos que acompañaban sus canciones de alabanza y sátiras
con instrumentos semejantes a liras”. Según este autor, se les contrataba tanto
para cantar las alabanzas de su patrón, como para denostar a los enemigos de
éste, o para relatar los mitos legendarios de la aristocracia celta. La etimolo-
gía más antigua del nombre “druida” aparece en el escritor latino Plinio: “Los
druidas nada tienen más sagrado que el muérdago y el árbol que lo porta. A
causa de este árbol, sólo eligen los bosques de robles y no cumplen ningún
rito sin la presencia de una rama de este árbol”. Por lo que parece posible que
deriven su nombre del griego, “drus”, roble. GUERRA GÓMEZ, M., La trama
masónica, Styria, Barcelona 2006, pag. 381. Druidas: Nombre de los sacerdotes
celtas, habitantes de las Galias, Francia, Bélgica, antes de su romanización.
Al parecer existieron desde el siglo VI a.C. al V d.C. Aunque sin fundamento,
la masonería cree que parte de sus rituales simbólicos, tres primeros grados,
está inspirada en unos rituales bardos e indirectamente de tradición druídica
o céltica. Casi todas las sectas actuales druídicas son de origen masónico.

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la inmortal. Se dice que los Espíritus” de los ancestros venían en esa


fecha a visitar sus antiguos hogares y, para mantener a los espíritus
contentos, y alejar a los malos de sus hogares, dejaban comida fuera;
una tradición que evolucionó convirtiéndose en lo que hoy hacen los
niños yendo de casa en casa pidiendo dulces. El druismo es institu-
ción religiosa de los celtas, de origen indoeuropeo y comparable al
brahmanismo hindú. Fue uno de los factores de la unidad céltica.
En la Galia, después de la conquista romana, se convirtió a los ojos
de los vencedores en un peligroso fermento de nacionalismo: en él
se encarnaban las tradiciones naturales. Los romanos influenciaron
el mundo celta con sus festividades a la diosa romana de la cose-
cha, Pomona. La romanización de la Galia iba a ser la causa de su
desaparición: el emperador Claudio abolió en todo lugar el druismo.
Subsistió en Irlanda de una manera arcaica y ofreció un serio
obstáculo para la cristianización12. No fue vencido hasta fines del s.
VI, y parte de sus prácticas continuaron observándose durante la
edad media, hasta el s. XII.

5. Santa Compaña.

La primera es la festividad de origen celta más importante del


periodo pagano que dominó Europa hasta su conversión al cristia-
nismo, en la que la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, en el
hemisferio norte, y el 1 de mayo en el hemisferio sur, servía como

12 El Ciclo de Ulster está salpicado de referencias al Samhain. Muchas de las


aventuras y campañas emprendidas por los personajes comienzan en la fiesta
de la noche de Samhain. Por ejemplo: Echtra Nerai, la ventura de Nera; y .
Catch Maige Tuireadh, en donde las deidades Morrigan y Dagda mantienen
relaciones sexuales antes de combatir contra los fomorianos, raza semi-divina
que habitaba Irlanda en tiempos antiguos.

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celebración del final de la temporada de cosechas en la cultura celta13


y era considerada como el “Año Nuevo Celta”, que comenzaba con la
estación oscura. El calendario celta dividía el año en dos partes, la
mitad oscura comenzando en el mes de Samonios, lunación octubre-
noviembre, en donde comenzaba el año y se convertía en el año nuevo
celta. Y la mitad clara, comenzando en el mes de Giamonios, luna-
ción abril-mayo. Todos los meses comenzaban con la luna llena y la
celebración del año nuevo tomaba lugar durante las “tres noches de
Samonios14”, la luna llena más cercana entre el equinoccio de otoño y
el solsticio de invierno. Es pues una fiesta de transición, el paso de un
año a otro, como de apertura al otro mundo. Su etimología es gaélica
y significa “fin de verano”. Continúa celebrándose por los seguidores
de movimientos religiosos neopaganos como la wicca15 y el druismo.

13 Samhain significa “fin de verano”, es una de las dos noches de “espíritus” en todo
el año, siendo la otra Beltane, Día festivo antiguo celebrado el 1 de mayo en el
hemisferio norte y 31 de octubre en el sur. Para los celtas marcaba el comienzo
de la temporada de verano pastoral. Es una intervención mágica donde las
leyes mundanas del tiempo y el espacio están temporalmente suspendidas y la
barrera entre los mundos desaparece. Comunicarse con antecesores y amores
fallecidos es fácil para este tiempo.
14 Samonis, significa “reunión”. El 1º de noviembre era el encuentro amoroso a orillas
de un río, de Morirîganî con Teutatis, el Dios de la tribu, padre de los hombres y
señor del mundo inferior. Ella era la única diosa celta en su aspecto de señora del
mundo inferior y de la guerra, “la Reina de los espectros”. La versión de esta pareja
para los irlandeses era Moririan y Dagda; en las Galias se llamaban Sucellos y
Herecura, y en Hispania, Endovellicos y Ataicina. La diosa le proporcionaba a su
amado los secretos para salir victorioso en la próxima batalla mítica.
15 Hoy en día muchos wiccanos, religión neopagana del culto a las brujas y a la
brujería, conlleva todavía esa tradición. Simples velas eran encendidas y dejadas
en las ventanas para ayudar a los espíritus de antecesores y de los amados al
hogar. Se ponían más sillas en las mesas y alrededor de las chimeneas para
los invisibles invitados. Se colocaban manzanas en las aceras y en los caminos
para los espíritus perdidos o que no tenían descendientes. En Samhain se abre
el portal hacia el mundo de los muertos y es el momento perfecto para trabajar
la adivinación y las invocaciones de los muertos.

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En la cultura gallega, Rafael López Loureiro, maestro de Ce-


deira, La Coruña, ha descubierto y comprobado que esta tradición,
samain, existe por toda Galicia hace menos de treinta años; además
la encontró en el norte de Cáceres, y en zonas de Zamora y León
cercanas a la región gallega. Analizó la relación de la costumbre de
las calabazas con el culto a la muerte y a semejanza con las tradi-
ciones hermanas de las islas británicas. Detectó la peculiaridad de
Quiroga, Lugo, donde la calabaza tallada se seca y se conserva para
usarla como máscara en el Entroido. Lo que no tuvo en cuenta Ló-
pez Loureiro es la relación entre el Samain y Magosto, éste último
asociado a las castañas.
En la mitología popular gallega la Santa Compaña16, es una pro-
cesión de muertos o ánimas en pena que por la noche, a partir de las
doce, recorren errantes los caminos de una parroquia. Su misión es
visitar todas aquellas casas en las que en breve habrá una defunción.
El aspecto más extendido del cortejo es el formado por una comitiva
de almas en pena, vestidas con túnicas blancas con capucha que
vagan durante la noche; formando dos hileras, envueltos en sudario
y con los pies descalzos. Cada fantasma lleva una vela encendida
y su paso deja un olor a cera en el aire. Al frente de esta compañía
fantasmal se encuentra un espectro mayor llamado Estadea17. En
Zamora se llama igual, y en León, hueste de ánimas.
La procesión va encabezada por un vivo, mortal, portando una
cruz y un caldero de agua bendita seguido por las ánimas con velas
encendidas, no siempre visibles, notándose su presencia en el olor
a cera y el viento que se levanta a su paso. Esta persona viva que

16 Y con otros nombres o el mismo en Asturias, en la antigua región del Reino de


León, provincias de Zamora, León y Salamanca, Huéspeda y Extremadura, y
en Castilla como Estantigua.
17 CUVEIRO PIÑOL, J., Diccionario gallego, 1876, es esqueleto o figura de la
muerte y AGUIRRE del RÍO, L., 1858, aparición.

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Tánatos

precede al séquito puede ser hombre o mujer, dependiendo de si el


patrón de la parroquia es un santo o una santa. También se cree que
quien realiza esa “función” no recuerda durante el día lo ocurrido
en el transcurso de la noche, únicamente se podrá reconocer a las
personas penadas con este castigo por su extremada delgadez y pa-
lidez. Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez irá
en aumento. No les permiten descansar ninguna noche, por lo que su
salud se va debilitando hasta enfermar sin que nadie sepa las causas
de tan misterioso mal. Condenados a vagar noche tras noche hasta
que mueran u otro incauto sea sorprendido, al cual el que encabeza
la procesión le deberá pasar la cruz que porta.
Caminan emitiendo rezos, casi siempre un rosario, cánticos fúne-
bres y tocando una pequeña campanilla. A su paso, cesas previamente
todos los ruidos de los animales en el bosque y se escuchan unas cam-
panas. Los perros anuncian la llegada de la Santa Compaña aullando
de forma desmedida, los gatos huyen despavoridos y realmente asus-
tados. Se dice que no todos los mortales tienen la facultad de ver con
los ojos a “La Compaña”. Elisardo Becoña Iglesias, en su obra La Santa
Compaña, El Urco y Los Muertos explica que según la tradición, tan
sólo ciertos “dotados” poseen la facultad de verla: los niños a los que el
sacerdote, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán ya
de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes
en la leyenda, habrán de conformarse con sentirla, intuirla, etc.
Para librarse de esta obligación, la persona que vea pasar la
Santa Compaña debe trazar un círculo en el suelo y entrar en él o
bien acostarse boca abajo. Para librarse de la Santa Compaña se debe
llevar una cruz encima, rezar sin escuchar los cánticos de la Santa
Compaña, o bien, en última instancia, salir corriendo.
Aunque todas sus versiones coinciden en considerar la Santa
Compaña como una anunciadora de muerte, hay diferentes versiones.
En la mayoría de las historias la Santa Compaña realiza sus
apariciones de noche, pero también hay casos en los que se habla de

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JESÚS TRUJILLO BALLESTA

salidas diurnas. Cuveiro alude a ellas18. En unas versiones se cuenta


que la luctuosa procesión transporta un ataúd en el cual hay una
persona dentro, la cual puede ser incluso la persona que sufre la
aparición siendo su cuerpo astral el que está en el féretro. Se pueden
aparecer en diferentes lugares, pero predominan en las encrucijadas.
Hay fechas concretas en las que se dice tiene más incidencia
las apariciones de la Santa Compaña, como por ejemplo, la noche
de Todos los Santos, entre 31 de octubre y el 1 de noviembre, o la
noche de San Juan, 24 de junio; en esta última noche, junto a las
hogueras, las yemas de huevo en vasos de agua, fuegos artificiales
y otras, coexiste el conjuro de la queimada.
En Asturias llaman La Güestia a esta procesión de muertos,
también conocida como bona xente. Es un grupo de personas enca-
puchadas que se acercan a la casa de un enfermo moribundo, dan
tres vueltas a la casa y entonces el enfermo muere. Normalmente
son conocidos del doliente. Se dice que van exclamando “Andad de
día que la noche es mía”. Se cuenta el relato de una mujer que salió
de su casa a por castañas pensando que ya era de día y un miembro
de la procesión le dijo que era su padrino entonces ya muerto. Le
tendió la mano dándole la vela encendida, ella la cogió, y al cabo de
unos días enfermó y murió. En las Hurdes, en Extremadura, aparece
el Corteju de Gent de Muerti, que se compone de dos jinetes fantas-
males que causan el pánico de madrugada por los pueblos hurdanos
ya que quien los ve puede resultar muerto. Los motivos por lo que
esta agrupación de almas errantes pueden aparecer están:

– Para reclamar el alma de alguien que morirá pronto19. Cuanta


la leyenda que quien recibe la visita de la Compaña morirá
en el plazo de un año.

18 CUVEIRO PIÑOL, J., op. cit., Barcelona, 1876.


19 VIDAL MANZANARES, C., op. cit., pag. 52.

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– Para reprochar a los vivos faltas o errores cometidos. Si la


falta es especialmente grave, el mortal que la ha cometido
podría recibir la visita de la Compaña para que la encabece,
condenado así a vagar hasta que otro mortal le reemplace.
– Para anunciar la muerte de un conocido del que presencia el
cortejo.
– Para cumplir una pena impuesta por alguna autoridad del
más allá.

El contar esta leyenda también supone contar el modo de prote-


gerse contra esta procesión de no muertos; en el hipotético caso de que
la Compaña se presentara en presencia de alguien se debería llevar
a cabo una serie de rituales para la protección, que consistiría en:

– Apartarse del camino de la Compaña, no mirarles y hacer


como que no se les ve.
– Hacer un círculo con la estrella de Salomón o una cruz dentro
y penetrar en él.
– Comer algo.
– Cuando nos vayan a dar la cruz debemos responder: “Cruz
tengo” para que el portador de la cruz no nos haga entrega
de ella.
– Rezar y no escuchar la voz ni el sonido de la Compaña.
– Tirarse boca abajo y esperar sin moverse, aunque la Compaña
le pase por encima.
– Jamás tomar una vela que nos tienda algún difunto de la
comitiva, pues este gesto condena a formar parte de ella.
– Echar a correr muy rápido.

Cuenta la leyenda que la Santa Compaña no tendrá el poder de


capturar el alma del mortal que se cruza con ella si éste se halla en
los peldaños de algún crucero de los situados en los cruces de caminos

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o si porta una cruz consigo y logra esgrimirla a tiempo.


En general La Misa de las Ánimas es cualquier misa oficiada
por las almas del Purgatorio, bien en honor de todas, bien en honor
a los difuntos de una familia en concreto, que después del oficio
conforman la Compaña.

6. Muerte y religión.

Los enterramientos, que como es natural son uno de los hallazgos


más frecuentes de la arqueología prehistórica, constituyen la fuente
más antigua para reconstruir las ideas religiosas de nuestros remo-
tos antepasados20. Durante la prehistoria no encontramos lápidas
ni inscripciones que transmitan nombres de divinidades ni de ritos,
pero la deducción permite llegar con toda seguridad a conclusio-
nes y formular hipótesis sobre ciertos puntos que son verosímiles
y encajan perfectamente en aquel ambiente. El hecho mismo del
enterramiento y del cuidado a los difuntos con motivo de este acto
demuestra una creencia firme en un más allá, en que la existencia
no termina con el último aliento y en que el muerto sigue existiendo
de alguna manera. Las ceremonias funerarias son universales y tan
antiguas como el hombre. La tumba ha sido el más elemental modo
de expresión religiosa. Es una de las pruebas más concluyentes de
la creencia en la otra vida, consustancial al hombre.
Otra consecuencia importante, extraída de los enterramientos,
es la relación entre los muertos y los vivos. Los primeros necesitan
de los cuidados y las ofrendas de los segundos, mientras que éstos
pueden ver afectada su existencia de manera favorable, protección
de los antepasados y hasta su intervención directa, en casos gra-

20 CID BABARRO, C., Historia de las religiones, Editorial Ramón Sopena, Bar-
celona, 2000.

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ves, o perjudicial, espíritus malignos, fantasmas, por influencia de


aquellos.
Las sepulturas y los ritos que las acompañan permiten otras
deducciones: la primera es el convencimiento de que los muertos
conservan en el otro mundo la conciencia de su personalidad, porque
la vuelta a la vida cósmica, la confusión de la materia del cuerpo
y de la energía o alma con los elementos físicos y energéticos que
constituyen el universo, equivaldría a la destrucción total del hom-
bre como hombre, y no justificaría el cuidado de su cadáver ni de su
alma. Esta segunda vida puede ser interpretada de maneras muy
diversas, ya como la entrada en un paraje situado en los cielos o
bajo tierra, lugar de delicias o de suplicios, ya como reencarnación
en otros cuerpos, humanos o animales, o el vagar invisible de los
espíritus por este mundo. Es posible que se crea en un juicio y las
correspondientes penas o recompensas por la vida terrena, basados
en las acciones morales, guerreras, sociales, o que falte esta noción.
Lo más frecuente es suponer eterna la segunda existencia después
de la muerte, pero en ocasiones se admite la resurrección final o la
renovación de los cuerpos, o bien las reencarnaciones que reducen
la vida de ultratumba a un período o estado transitorio. Todo ello
desempeña un papel fundamental en la historia de las religiones.
Los enterramientos neolíticos y de la Edad de los Metales de-
muestran intensas creencias de ultratumba, sin duda organizadas ya
como mito, aunque carezcamos de los nombres propios de las divini-
dades y detalles concretos sobre los ritos. Se mantienen desde luego
el enterramiento con ofrendas de comida, adornos y otros objetos, y
con las armas cuando se trata de guerreros, caso muy frecuente en la
Edad de Bronce. A veces se comprueban orientaciones intencionadas
de los cadáveres. Las dos atenciones más sencillas y frecuentes que
se pueden prestar al cadáver, enterrarlo, inhumación, o quemarlo,

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incineración21, parece que no sólo responden a simples costumbres,


sino que también pueden relacionarse con ideas de supervivencia. La
inhumación significa devolver el cuerpo a la tierra, a la Gran Diosa
Madre, que dispensa la vida, la muerte y la resurrección.
La incineración pudo relacionarse, al menos en algunos casos
y pueblos, con virtudes purificadoras del fuego, o acaso con el deseo
de facilitar al espíritu el paso a otro mundo convertido en fluidos
invisibles, gases y vapores de la combustión. Durante el neolítico y
la edad de bronce tuvo mucha importancia la inhumación, en cambio
la cremación fue frecuente en la edad de hierro y característica del
pueblo llamado “de los campos de urnas”, probablemente los celtas.
La arquitectura elemental del neolítico, que en el bronce floreció en
lo que ya pueden considerarse los primeros edificios, parece estar
al servicio de ideas religiosas. Nos referimos a los sepulcros me-
galíticos, cámaras rectangulares de proporciones diversas, a veces
precedidas de un corredor; otras con cámaras circulares cubiertas
de tierra, que a veces ha desaparecido, que ofrecen multitud de tipo,
desde los modestos dólmenes pirenaicos españoles y los monumentos

21 Los motivos de la incineración pueden ser múltiples, pero como más importan-
tes podemos señalar la clase de vida dominante en el país, pues en los pueblos
nómadas si se quiere conservar un recuerdo de los fallecidos y evitar la pro-
fanación por pate de los enemigos, se impone este sistema. Otra causa deriva
de la naturaleza del territorio habitado, y así vemos que los indios cocopa,
que ocupan el valle inferior del Colorado, y que a causa de las inundaciones
periódicas se ven obligados a abandonar las tierras bajas y a refugiarse en las
montañas, y por lo tanto no pueden enterrar sus muertos ni en cuevas ni en el
suelo, pues las aguas los arrastrarían.
Otro móvil de la incineración puede también encontrarse en el deseo de ani-
quilar completamente al espíritu. Los indígenas, kols de Chota Nagpur, colo-
can los restos, óseos, tras la incineración, en una vasija de barro, que cierran
cuidadosamente y guardan en casa, hasta una determinada fecha, harbor;
así, piensan que el espíritu abandona para siempre su antigua morada y no
atormenta a los vivos.

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Tánatos

impresionantes del sur de la Península Ibérica, de Francia y otros


países de Europa, hasta las curiosas “tumbas de gigante” del norte
europeo. Todas ellas presuponen la firme idea de la supervivencia
y grupos humanos numerosos y bien organizados, que las levanta-
ron para enterrar jefes, reyezuelos o familias importantes. En las
paredes de algunas se ven grabados extraños signos, figuras más o
menos antropomorfas, complicadas series de trazos paralelos, y se
han encontrado huesos decorados y los famosos ídolos-placa, todo
en relación con el culto funerario de la Gran Diosa Madre. Sin ser
regla absoluta, el hombre prehistórico, como el primitivo posterior y
actual, cree en el mantenimiento de la personalidad en el más allá,
con necesidades muy semejantes a las terrenas, como lo demuestran
las ofrendas a los muertos y que aún se hallan junto a sus restos
en las sepulturas. Esta idea, que fue una de las bases principales
de la religión egipcia, se mantuvo durante milenios y llega hasta el
mundo griego y romano.
¿Cómo imaginaba el hombre prehistórico que los objetos depo-
sitados en las tumbas acompañaban al muerto en el más allá? La
evidencia física es que permanecen intactos, que se descomponen
si son corruptibles, que no sufren otras modificaciones que las na-
turales ni desaparecen. Los estudios aclaran que no son los objetos
materiales, sino su espíritu el que sigue al muerto, del mismo modo
que no es el cuerpo físico del finado el que sobrevive en el más allá,
sino su espectro. Para la mentalidad primitiva todas las cosas tienen
su alma, y el espíritu del muerto no es más que un alma de especie
superior. Si el más allá está poblado de fantasmas humanos, éstos se
sirven de fantasmas de colores, de fantasmas de comida, de armas, de
utensilios, y utilizan, e incluso cabalgan, en fantasmas de animales.
Excepto esta transposición a un plano espectral, esa existencia es
similar a la terrena.
De la posición de los cadáveres pueden deducirse importantes
consecuencias. Es posible que cuando miran hacia Oriente se relacio-

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nen con el nacimiento del día y por tanto, con la resurrección, y que
cuando se dirigen a Occidente respondan a la idea de que este lugar,
por donde se oculta el sol, se considera la morada de los muertos. No
cabe duda de que existió, en algunos casos, una relación entre los
enterramientos y la proximidad de ríos y sobre todo del mar, puesto
que se verificaba en acantilados que bordean estrechas ensenadas
que penetran profundamente en la costa. También podría aventurar-
se la hipótesis de un camino que condujera a un más allá situado en
regiones desconocidas, localizadas al otro lado del misterioso hori-
zonte visible. Es seguro que el lugar de la sepultura y la orientación
de los cadáveres tenían, en algunos casos al menos, un significado
concreto relacionado con la firme creencia en la otra vida. Hay otros
aspectos de la posición de los cuerpos en las sepulturas prehistóricas
que se prestan a una interpretación mucho más segura. Se trata de
los cadáveres encogidos, casi siempre violentamente plegados sobre
sí mismos y fuertemente ligados. Se ha supuesto que se intentaba
reproducir la posición del feto en el seno materno, como si se tratara
de una especie de gestación para la nueva existencia.
La preocupación de los primitivos por sus muertos no siempre
obedece al amor o respeto, con mayor frecuencia se debe al miedo.
El primitivo vive aterrorizado por los espíritus visibles –visibles y
casi reales en su imaginación-, agentes de todas las enfermedades y
catástrofes que muchos de ellos nunca explican por causas naturales,
y no faltan los que atribuyen siempre la muerte a su actividad o a
encantamientos. Esto justifica que tomen precauciones especiales
con los difuntos.
Los tongas, bantúes del suroeste de África, pliegan y atan a los
moribundos antes de que fallezcan, otros primitivos, de tierras no
civilizadas, siguen prácticas idénticas. Pretenden inmovilizar el ca-
dáver y, a través de él, al espíritu para que no moleste o perjudique
a los vivos. Y no es aventurado afirmar que esta misma razón expli-
ca posturas idénticas en los esqueletos prehistóricos. Otras veces,

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Tánatos

eran enterrados con las manos y los pies atados, tendidos de bruces
e incluso con la cabeza hacia abajo, así, si pretendían ponerse en
movimiento, se hundirían cada vez más en la tierra sin poder salir
a cometer graves tropelías. El miedo a los muertos fue causa de las
extrañas posiciones del hombre de Chancelade, de los esqueletos de
Grimaldi y hasta de cadáveres de época tan avanzada –plena edad
de bronce- como algunos de la cultura española de El Argar.
Existe una complicada disputa sobre la posible existencia de un
culto prehistórico a los muertos o a los antepasados, conceptos que
no deben confundirse. En el primer caso se trata de la persistencia
espiritual de la persona que se ha conocido viva; en el segundo, de
gentes que vivieron hace mucho tiempo, a quienes la tribu no ha visto
en su realidad terrena, a las que se remonta su propio origen, y que
están envueltas por una capa tan espesa de creencias mitológicas
que acaban perdiendo su personalidad natural convertirse en algo
muy parecido a divinidades, aunque sean de segundo orden. Ocurre,
incluso, que estos antepasados son una pura invención. Hay que
distinguir entre las honras al difunto en los momentos a su muerte,
funerales, y mientras su memoria persiste, recuerdos y ofrendas, del
rito religioso propiamente dicho, que exige siempre la elevación a la
divinidad y un ritual bien establecido, prácticamente una liturgia.
La muerte plantea al hombre prehistórico y primitivo, abando-
nado a sí mismo en medio de una naturaleza misteriosa y con fre-
cuencia sobrecogedora y hostil, una serie de peguntas angustiosas:
¿Qué parte es la que sobrevive? Sin duda el alma, pero ¿qué es el
alma? ¿una sustancia inmaterial, indestructible e inmortal?, ¿adón-
de va cuando se separa del cuerpo? No estamos seguros de que los
prehistóricos se formularan así todas estas preguntas, ni siquiera
de si se las propusieron tan categóricamente, pero estos problemas
–bajo cualquier forma, más o menos completa- eran sin duda motivo
de honda preocupación.

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Bibliografía.

CID BABARRO, J., Historia de las religiones, Editorial Ramón So-


pena, Barcelona, 2000.
CUVEIRO PIÑOL, J., Diccionario gallego, Barcelona 1976.
FALCÓN MARTÍNEZ, C., Diccionario de la mitología clásica, 2,
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GUERRA GÓMEZ, M., La trama masónica, Styria, Barcelona, 2006.
VIDAL MANZANARES, C., Diccionario de las tres religiones mo-
noteístas, judaísmo, cristianismo e islam, Alianza Editorial,
Madrid, 1993.

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