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Convergencias y divergencias de Día de Muertos y Halloween

Andrés Ortiz Garay

Nombrada como patrimonio intangible de la humanidad, la festividad que se denomina Día de


muertos es una de las más emblemáticas de nuestro país, tanto que ha sido considerada por
estudiosos nacionales y extranjeros como la más singularmente mexicana. Al compararla con el
Halloween y al revisar algunos cambios que parecen estar sucediendo en la celebración actual, el
autor nos propone hacer una revisión en torno a lo que entendemos bajo el concepto de tradición.

El 26 de octubre de 2015 se estrenó en Londres Spectre, la vigesimocuarta película de la saga de


James Bond, el agente 007 al servicio de espionaje de Su Majestad. Y cuatro días después, en esa
misma ciudad, el emblemático Museo Británico inauguró Days of the Dead Festival, un programa
integrado por un nutrido despliegue artístico que incluyó música, danza, talleres interactivos,
proyecciones cinematográficas, instalaciones y happenings, conferencias y lecturas, y también una
degustación de gastronomía mexicana. Una de las instalaciones semejaba un tzompantli.1 Hubo
mariachis y ¡adelitas!, y no faltaron varios de los simulados esqueletos de 11 metros de altura que
habían sido utilizados en la nueva película de Bond. Ese festival, enmarcado en el año dedicado a
México por el Reino Unido, fue organizado por la embajada de México y el Museo Británico. Contó
con el patrocinio del consorcio internacional anacrónicamente llamado British Petroleum. Y, a no
dudarlo, todo iba en relación a la celebración de Día de Muertos al supuesto estilo mexicano.

Esos dos estrechamente relacionados eventos, película y festival, los considero antecedentes de
un nuevo giro en las celebraciones del Día de Muertos en nuestro país. Para quienes no son
asiduos a las películas de James Bond2 es necesario señalar que la primera secuencia de Spectre
discurre en Ciudad de México. Y para que el agente 007 hiciera de las suyas en esa secuencia
inicial, se montó un grandioso espectáculo en el Zócalo y sus calles aledañas con cientos o miles de
extras extrañamente ataviados. Fue esa la primera vez que los capitalinos vimos -digo yo que un
tanto azorados- una profusa aparición de maquillajes y vestuarios inspirados en la imaginería de
“La Catrina” (y, desde luego, “El Catrín”) que se atribuye al ingenio de José Guadalupe Posada;
también apareció toda suerte de gigantescos alebrijes articulados que esta vez no representaban a
los acostumbrados dragones o demás fauna fantástica, sino que eran remedos de calacas y
esqueletos. Quizás el asunto no hubiera trascendido más allá de la anécdota de James Bond
disfrazado de cadavérico catrín en el marco de una fastuosa escenografía que supuestamente
reflejaba la fiesta de los muertos mexicana si no hubiera sido porque al gobierno de la Ciudad de

1
El tzompantli o “hilera de cráneos” (del náhuatl tzontli “cráneo” y pantli “hilera o fila”) era una estructura de madera
en la que se colocaban los cráneos de las víctimas sacrificadas en honor a los dioses de los mexicas. La decapitación
ritual de los enemigos capturados estaba muy extendida entre varios pueblos mesoamericanos, como lo prueban
hallazgos arqueológicos en Chichén Itzá, Tula, el Centro Histórico de la CDMX y otros sitios.
2
Es la serie cinematográfica más longeva (la primera película se estrenó en 1962) y una de las que ha producido más
ganancias de taquilla en la historia del cine mundial. Su influencia se ha manifestado en cambios de gustos, modas,
apreciaciones de la belleza corporal femenina y masculina, mitos sobre los héroes y los villanos de la Guerra Fría y
después de la caída del Muro de Berlín, incorporación de adelantos tecnológicos (desde super-automóviles hasta naves
espaciales), etc. Se trata pues de un ícono cultural de nuestros tiempos.
México, encabezado por el licenciado Mancera, le gustó tanto esa imaginería fabricada por los
grandes productores de Hollywood acerca de esta celebración, que decidió apropiársela. Así, al
siguiente año del estreno de Spectre, los capitalinos -otra vez azorados- presenciamos el primer
“Desfile de Día de Muertos” que, a partir de 2016, recorre cada año parte del Paseo de la Reforma
(generalmente se efectúa el fin de semana que precede al 1 y 2 de noviembre); esa procesión se
ha integrado por comparsas que, con algunas variaciones temáticas de menos o de más, 3 repite en
lo esencial la propuesta de Spectre, sólo que ahora sin Bond mismo para hacerla más
emocionante.

Aunque un lustro es poco tiempo para establecer alguna certidumbre al respecto, esta modalidad,
montada a medias entre la simbología a lo Bond y a lo Posada, parece constituir una nueva vuelta
de tuerca en el ya largo proceso de convergencias y divergencias que ha entrelazado las
tradiciones angloamericana e hispanomexicana en la celebración de las fiestas dedicadas a los
muertos. Para adelantar una opinión sobre este asunto, veamos primero qué es lo que une y
separa a ambas tradiciones.

Convergencias y divergencias

A partir de la última década del siglo XX o quizás poco antes, es sumamente notaria la aparición de
una parafernalia festiva asociada al Halloween de la tradición estadounidense (o anglosajona en
general). Disfraces y máscaras, en un principio más utilizadas por niñas y niños de clases medias y
altas, pero actualmente ganando adeptos entre otros estratos socioeconómicos, así como entre
otros grupos de edad, especialmente adolescentes y adultos jóvenes; esa parafernalia reproduce
una imaginería centrada en brujas y fantasmas como primer motivo alegórico; diablos, vampiros,
zombis y monstruos (muchos de estos copiados de películas hollywoodenses) como segundo
motivo; y otros más, entre los que quizás destacan las simulaciones caricaturescas de personajes
de la política o de animales bestiales; y no olvidemos que también las máscaras y disfraces de
calabaza como las que en Estados Unidos se conocen como Jack -o- lanterns son uno de los más
recurrentes entre estos nuevos personajes.

Esta reformulación de la parafernalia festiva no se ha circunscrito al aspecto personal -o


sustitución del aspecto, ya que se trata de un disfraz- de los asistentes al festejo, sino que se
refleja asimismo en los dulces, chocolates o hasta los panes (las brujas, murciélagos-vampirescos y
otras figuras parecen ser los preferidos); las velas que a simple brillo guiaban antes a las almas en
sus visitas son ahora sustituidas por las calabazas de plástico de todas formas y tamaños que
sirven para que los niños -y bastantes que no lo son ya- pidan para su calaverita, ya sea en los
condominios horizontales de cierto lujo o en las esquinas donde los de escasos recursos
aprovechan los altos del semáforo para asediar a los conductores.

Esta convergencia actual del Halloween con el Día de Muertos no debe extrañarnos demasiado.
Posiblemente ha ocurrido desde hace siglos, aunque ahora se inscriba con gran fuerza en el
proceso de globalización mundial. Muchos estudios de antropología e historia trazan los orígenes
del Halloween hasta la celebración del Samhain (que en inglés se pronuncia como sow -in, cuya
raíz lingüística puede relacionarse como “siembra que ya está”) que marcaba el año nuevo de los
3
En You Tube hay bastantes videos que registran los desfiles, por ejemplo, en https://www.youtube.com/watch?
v=DdOK9e_6M2E; en esos videos aparecen tales comparsas, bastantes de ellas estilizadas referencias a lo que algunos
aceptan como simbología indígena, especialmente prehispánica.
antiguos celtas, una agrupación etnolingüística de pueblos que habitaban gran parte de Europa
occidental y eran allí los dominantes antes de la conquista romana. La fecha calendárica de la
fiesta del Samhain correspondía a lo que en el calendario cristiano es el 1 de noviembre, una
época que en el Hemisferio Norte señala la llegada de la época invernal, del frío y la recisión de la
luz solar. Nada menos y nada más que un tiempo que, en el pensamiento sobre lo sagrado, se
traducía como propicia para que los espíritus de los muertos regresaran al mundo donde habían
vivido aprovechando la oscuridad a la que estaban ya acostumbrados. Para recibirlos y apaciguar
los probables efectos negativos de su visita, los vivos les ofrendaban comida y bebida, y se
mantenían despiertos y alerta gozando de los performances ejecutados por bufones rituales
enmascarados y disfrazados de seres mitológicos. ¡Ante lo que vemos hoy en día en nuestras
fiestas para los muertos, podríamos decir que no hay mucho de nuevo!

Cuando el cristianismo romano se impuso en los territorios celtas, se desató un proceso sincrético
que, entre otras cosas, llevó al cambio de nombre del Samhain. La fecha calendárica denominada
Todos Santos se convirtió en All Hollows y de ahí se corrompió a Halloween. Otros elementos
rituales también parecen ser convergentes en el Día de Muertos y el Halloween. Por ejemplo, el
uso de dulces (fuentes de calorías para el cuerpo humano, especialmente requeridas ante el frío)
como las calaveras de azúcar y el pan de muerto o los típicos candys coloreados de negro y
naranja que se reparten en las fiestas halloweenescas. O uno quizás más importante que se centra
en la característica petición de una contribución que en nuestra celebración consiste en pedir para
“mi calaverita” y en el Halloween es un más agresivo requerimiento denominado trick or treat
(aquí sí, una cuestión de idiosincrasia nacional).

Pero también hay divergencias muy significativas. Una es que en México, el Día de Muertos de
alguna manera continúa manteniendo -por lo menos en una parte de la población- una liga con lo
religioso (por ejemplo, hay gente que sigue atendiendo el llamado a misa o realiza oraciones en su
casa, en algunas partes las asociaciones católicas aportan para la celebración), mientras que en
Estados Unidos es una fiesta plenamente laica (fiesta de menor solemnidad que -digamos- el
Thanks Giving o el Independence Day). Otra sería que la fiesta estadounidense está más centrada
en la participación infantil, en tanto en México, participa gente de todas las edades.

Algo que debe investigarse con detalle es quiénes son los mexicanos que perciben como negativa
la inclusión de los elementos del Halloween en la fiesta de noviembre. Es patente que a una gran
mayoría no parece importarle demasiado este asunto; y de hecho, hay quienes aseguran que,
como a los mexicanos nos encanta la fiesta, entre más cosas nos alleguemos para celebrarla,
mucho mejor. Es también más más o menos visible que entre los oponentes a la aceptación de los
elementos del Halloween destacan miembros el clero católico, los funcionarios de gobierno en
puestos relacionados con el ámbito de cultura y los intelectual, así como los intelectuales
empeñados en explicar qué es el nacionalismo mexicano (y además pudiéramos contar a un sector
agrupado económicamente que ve afectadas las ganancias de su producción por la importación de
objetos y temáticas extranjeras; quizás los artesanos verdaderamente tradicionales deben ser
otros opositores más porque son desplazados de esta manera). Pero a los comerciantes de bebida,
comida u hostelería les ha de dar igual con tal de que los consumidores lleguen.

Al respecto, las clases medias (altas, bajas o simplemente medias) se hallan a la deriva, pues en
tanto el modelo al que aspiran arribar se decante por una u otra posición, seguirán la tendencia
dictada por los medios, el gobierno, los precios del cempasúchil, de las figuras de brujas de
chocolate o de lo que en la escuela de sus hijos les requieran. Las clases altas, más allá del bien o
del mal -o eso creen- disfrutan de la posibilidad de la alternancia (“si este noviembre se nos ocurre
ir de vacación a Oaxaca, qué mejor que el Día de Muertos; pero si necesitamos ir a Estados Unidos
para checar como van los departamentos en el edificio de Miami, pues vayamos pensando en los
disfraces de los niños y en dónde mandamos comprar los dulces para repartir”). Para las clases
bajas -ya lo sabemos- se abre una de las escasas oportunidades para conseguir una entrada de
dinero: “así que los niños a pedir su calaverita que algo saldrá, y los demás a tener listo lo que se
pueda vender”, ya se trate de esquites o hasta los modernos émulos de la ya antigua Ciríaca, o sea,
los esqueletos de plástico que se mueven como marionetas, pero esos nuevos artefactos usan
menos hilos, ningún asidero, y son made in Taiwan.

La competencia para escoger a un ganador es otra divergencia. Qué mejor que ilustrar esto con el
caso del altar que se erige para los difuntos. En la tradición menos influenciada, ese altar era un
asunto doméstico; cada familia nuclear o si acaso cada grupo familiar algo más extenso, a la
manera de los más antiguos tótems, rendía culto a sus antepasados ya fallecidos. La bisabuela que
los más chicos sólo conocieron de nombre, el tío del recordaban vagamente la raspadura de su
barba cuando lo saludaban con un beso en la mejilla, o cualquier otro pariente que los mayores
recordaban en sus comentarios, pero sobre todo por medio de la vieja y descolorida foto que
junto con todo lo demás se colocaba en ese abreviado resumen de la historia familiar. Pero no hay
menciones explícitas a ese tipo de altar en lo que respecta al Halloween, ni el Samhain ni en las
celebraciones para All Hollows. Sin embargo, también debemos fijarnos en que tampoco las
menciones provenientes de nuestro pasado colonial dejan claro si los había aquí. Los estudios
etnográficos sobre varios grupos indígenas de México permiten establecer que el altar doméstico
dedicado a los fallecidos es una realidad, pero es una que no está confinada al Día de Muertos en
noviembre.4 Resulta paradójico que muchas veces, cuando se intenta preservar una tradición, lo
que se pone en juego como medio de preservación resulta más bien en algo que altera o
reconstruye de diferente manera eso que se pretende hacer pasar como tradición. Esto es algo
que está sucediendo, por ejemplo, en el caso de los concursos del mejor altar de muertos que
impulsan, sobre todo, las instancias gubernamentales (en cualquiera de los tres de niveles de
gobierno), pues así se introduce un elemento ajeno a lo tradicional, ya que antes los altares eran
para compartir y ahora se erigen para competir.

Así, esta breve comparación entre los sistemas rituales que se suponen originarios de los Días de
Muertos y el Halloween, adquieren sentido en su papel de signos primordiales que marcan el ciclo
periódico de la vida, es decir, como ritos asociados no a la adoración de la muerte, sino como
lapsos que dan paso a la renovación. Las ofrendas y demás partes de estas ceremonias dedicadas a
los muertos, no constituyen pues, un culto a la muerte, como si fueran una necrofilia ritualizada,
sino que su sentido esencial y profundo es precisamente lo contrario, esto es, una celebración de
la continuidad de la vida centrada en el reencuentro con uno mismo a través del recuerdo de la
ancestralidad.

4
Por ejemplo, las ceremonias que los rarámuri (tarahumaras) llaman nutelia, los macurawe (guarijíos) velación y los
yoeme (yaquis) cabo de año se realizan para despedir a los parientes fallecidos no tienen una fecha de celebración
preestablecida, aunque haya rangos temporales para efectuarlas. En todas ellas, un elemento esencial es el altar con la
ofrenda que sirve para encaminar a quien ha muerto a su nueva morada.
Día de muertos como tradición mexicana

La tradición es un modelo consciente de formas de vida del pasado que la gente usa en la
construcción de su identidad. Día de Muertos es un término específicamente mexicano que hace
referencia a unas conmemoraciones mucho más extendidas en el mundo como parte del santoral
católico y a las que se conocen como Todos Santos (1 de noviembre) y Día de los Fieles Difuntos (2
de noviembre). La primera fecha se dedica en primera instancia a celebrar a los mártires y luego
también incluyó a los infantes muertos -y hasta en algunos casos a las doncellas vírgenes- que se
consideraban almas “puras”. La segunda fecha se dedicó a las almas en el purgatorio, es decir, a
casi todas, pues sólo las anteriores logran entrar al paraíso directamente. Y por cierto, es de
alguna manera curioso que en nuestro país, la dedicación de esas misas sea uno de los aspectos
menos mencionados de la fiesta (aunque en otras partes, por ejemplo en España, tiene aún gran
vigencia). Más bien, la celebración del Día de Muertos en México se ha convertido en un ritual que
bien podríamos calificar de carnavalesco, pues, de hecho, todas las exhibiciones y arreglos, en una
palabra, todas las demostraciones supuestamente tradicionales que se realizan esos días
constituyen elaboraciones folklóricas que están bastante apartadas de los requerimientos
litúrgicos oficiales.

Existe un intenso debate entre los discursos que, tanto a nivel académico como de explicación
popular, pretenden dar cuenta de los orígenes y autenticidades de esas prácticas relacionadas con
el folklore, pero lo que resulta menos controversial es que para todos, sean nacionales,
extranjeros o descendientes de mexicanos en el extranjero, esta fiesta ha llegado a simbolizar
algunos elementos centrales en lo que se percibe como la mexicanidad, o sea, la identidad
nacional de los mexicanos. Entre los estudiosos que han tocado el tema y hecho propuestas de
interpretación de este fenómeno (supuestamente apuntaladas en principios filosóficos, históricos,
antropológicos y de otras ramas del saber) tenemos a Samuel Ramos, Octavio Paz y Roger Bartra, 5
por mencionar algunos de los más afamados; pero además hay muchos otros y también son una
pléyade los extranjeros que han dedicado escritos a este tema.

Pensando en que España y Estados Unidos han sido los principales poderes ante los cuales México
ha tenido que encontrar contrastes para diferenciarse como una entidad cultural singular, un
recurso recurrente ha sido la primacía de la herencia indígena como símbolo identitario. Aunque
hay mucho que discutir al respecto, el folklore se equipara a lo tradicional y muchas veces se le
asume como una esencia del pueblo, de sus estilos y valores más genuinos, pues generalmente las
ideas más popularizadas lo entienden como reflejo de los orígenes de ese pueblo. Desde este
punto de vista, las fiestas y rituales, se encuentran entre las formas más privilegiadas del folklore.
En buena medida, por eso se ha atribuido un origen prehispánico a la fiesta de Día de Muertos,
pero ese supuesto origen es asimismo una cuestión muy debatible porque -sin demerito al hecho
de que al menos unos cuarenta de los grupos indígenas del actual México celebren esta festividad-
es indudable que en sus rituales se puede rastrear una serie de elementos y motivaciones
altamente influenciadas por el catolicismo popular. Quizás en otra ocasión podremos ahondar en

5
En el mismo orden en que enlisto a estos autores, sus obras más características sobre lo mexicano son El perfil del
hombre y la cultura en México (1934), el influyentísimo escrito El laberinto de la soledad (1950) y La jaula de la
melancolía (1987).
la discusión de estos temas, pero ahora debemos concluir con algunos ejemplos de lo que es hoy
la fiesta de Día de Muertos en México. 6

Casos para reflexionar

En 2003, la UNESCO declaró Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad a la
“Festividad indígena dedicada a los muertos”. 7 Pero, a pesar de esta honrosa distinción, gran parte
del conjunto de tradiciones que conforman esta festividad se halla inmersa en un proceso que las
transforma en folklore (en la acepción menos positiva y más comercial de este término) como
resultado, en gran medida, de las políticas públicas que desde hace varias décadas privilegian al
turismo como factor preponderante, supuestamente con el objetivo de apoyar el desarrollo de las
comunidades, pero más bien terminando por contribuir a la explotación comercial de las fiestas y
tradiciones. Este es el caso, por ejemplo, de la “Noche de Muertos” (otro giro apelativo para la
celebración) en la región purépecha de Michoacán. Se trata, desde luego, de una celebración muy
antigua, pero que en los últimos cuarenta o cincuenta años ha traspasado el ámbito regional y es
ahora bien conocida en las esferas de promoción, a nivel nacional e internacional, del denominado
“turismo cultural”. La fiesta se celebra principalmente en una veintena de poblaciones ubicadas en
la zona de la cuenca del lago de Pátzcuaro. 8 Como se da actualmente, la celebración inicia desde
los últimos días de octubre con presentaciones artísticas y festivales culturales; en el caso de la
ciudad de Pátzcuaro, comienza con un tianguis artesanal, que se instala el 31 de octubre y que
congrega sobre todo a los artesanos de la región. Al día de hoy se ha trasformado la autenticidad
de una tradición, implantándole toda una serie de actividades complementarias para satisfacer las
demandas de los turistas, como festivales de música (que pueden abarcar desde las famosas
pirekuas hasta rock o reguetón), supuestas ferias de pueblo y vendimias populares en las cuales la
venta y el consumo de alcohol aparece como una actividad constante y altamente lucrativa.

Es de lamentar la falta de investigaciones que posibiliten medir los impactos nocivos -así como los
positivos más allá de las ganancias monetarias- que producen estas transformaciones; pues
estudios de esta índole, bien estructurados y efectivamente realizados podrían generar criterios
sólidos para tomar decisiones que se conviertan en políticas integrales que respondan a los
problemas que se suscitan e introduzcan mejoras en los intentos de salvaguardar las tradiciones
culturales más auténticas.

6
El origen prehispánico de las celebraciones de los días de muertos es un tema muy debatido. Me parece indudable la
existencia de un sustrato diferenciador que se manifiesta en las actuales festividades que llevan a cabo bastantes
pueblos indígenas del país -por cierto la mayoría de ellos de raigambre mesoamericana-, sin embargo, más que una raíz
prehispánica continuada casi sin interrupción hasta nuestros días, me parece más acertado buscar los orígenes de ese
sustrato en el contexto colonial del siglo XVII que siguió a la debacle demográfica provocada por la conquista (periodo en
el que empezaron a tomar una forma más definida elementos como el uso del azúcar en panes y dulces o la visita a
cementerios públicos). En todo caso, repito que el tema del origen prehispánico de esta fiesta tendría que ser revisado
en otro momento, ya que este artículo está dedicado más bien a lo que sucede en la actualidad en ámbitos que ya no
son netamente indígenas.
7
Según lo antes dicho al respecto, me parece extraño que, tanto la propuesta del gobierno mexicano como su
aceptación por la Unesco, no hayan titulado a la celebración considerada patrimonio mundial con el nombre que se le da
más comúnmente en México, es decir, Día de Muertos o Días de muertos, sino que le hayan llamado “festividad
indígena dedicada a los muertos”.
8
A no dudarlo, también se celebra en otros pueblos y áreas de la región purhépecha, pero a estos no se les ha
promocionado de la misma manera que a los de la zona lacustre.
Desde luego, es del todo legal que las autoridades municipales otorguen los permisos de uso de
suelo -permanentes o eventuales- para los sitios que atraen a turistas y visitantes (entre otros, los
panteones, las zonas arqueológicas, los templos católicos antiguos y otros espacios emblemáticos),
pero asimismo, sería justo que también velen por la protección, el uso éticamente responsable y la
limpieza de esos lugares, ya que a fin de cuentas, son sitios patrimoniales, si no de la humanidad,
sí de las comunidades locales. Así, lo incomprensible del caso que aquí traigo a colación es que la
fiesta de Día de Muertos haya sido inscrita en la Lista del Patrimonio Inmaterial Cultural de la
Humanidad de la UNESCO, sin que al mismo tiempo se desarrollaran estrategias de manejo que
funcionen para inhibir los impactos negativos del turismo y para lograr un reparto equitativo de
los beneficios materiales que alcance a más cantidad de actores (en primer lugar a la población
local, y después a turistas culturales, prestadores de servicios, autoridades locales, artesanos
tradicionales, etc.) y no sólo a unos cuantos (que generalmente son los comerciantes ambulantes,
los vendedores de comida y bebidas alcohólicas, los vendedores de supuesta artesanía tradicional
pero que muchas veces es más bien ajena a la tradición cultural de Michoacán o hasta de México).

Otro ejemplo, es el que menciona Stanley Brandes, 9 un antropólogo estadounidense, en referencia


a su visita al cementerio de Xococotlán, Oaxaca, en la noche entre el 1 y el 2 de noviembre de
1996; en esa ocasión, era claro que allí había muchos más extranjeros que gente de la localidad y
que prácticamente lo mismo pasaba en las calles del pueblo en las que había multitud de
vendedores ambulantes y “gringos” paseando. Este antropólogo también afirma que lo mismo
pasaba en Tzintzuntzan, Michoacán, sólo que allí los muy numerosos visitantes eran más bien
mexicanos de otras partes del país que extranjeros. Y no está por demás recordar que ya desde la
década de 1980, tan sólo un 12% de los habitantes de Tzintzuntzan era hablante la lengua
purhépecha y ahora será menor ese porcentaje; sin embargo, no obstante este dato duro, desde
entonces se “vende” al turismo la idea de que al ir a Tzintzuntzan en los días para la celebración de
los muertos se está conociendo una tradición de origen prehispánico en una comunidad
netamente indígena. Otro caso similar es el de San Andrés Mixquic, en la alcaldía de Tláhuac de la
CDMX.

Así, el supuesto ritual tradicional está ahora configurado para satisfacer las necesidades del turista
o de las poblaciones de las grandes urbes -por supuesto necesidades en gran medida también
creadas artificialmente- que prefieren las fiestas de desfogue carnavalesco a la observación de un
ritual más sosegado y más imbuido de una intención religiosa (y uso aquí este término en su
sentido original de re-ligar, volver a encontrar vínculos con la propia comunidad). 10 Me parece
claro entonces, que varios de los actos que ahora se presentan no se hacían antes ni
remotamente, por ejemplo, en Tzintzuntzan con el festival de danza folklórica y pirekuas en la
explanada donde se elevan las antiguas pirámides de los antiguos tarascos, y ni qué decir del
rugido de los motores usados para que funcionen los reflectores que iluminan las tomas de las
cámaras de televisión.

Algo similar, está sucediendo en la globalizada Ciudad de México con el desfile de Día de Muertos
o con el festejo masivo que tiene lugar la noche entre el 1 y 2 de noviembre en algunas alcaldías.

9
Cfr. Brandes, S. (1998). The Day of the Dead, Halloween, and the Quest for Mexican National Identity. The Journal of
American Folklore, 111(442), 359-380. doi:10.2307/541045
10
¿O será que resulta más barato pintar a los niños y llevarlos a comer tacos y fritangas que levantar un altar con su
respectiva ofrenda?
Como el que presencié en Coyoacán en 2019, donde una multitud ataviada como “catrinas y
catrines”, monstruos de todas formas, robocops, guerreros de las galaxias y demás personajes del
estilo constituían una parafernalia más acorde con el desenfrenado jaleo de un carnaval que con el
más discreto recordatorio de los parientes o amigos que ya se han ido. Ya veremos hasta dónde
llegará el legado de James Bond a nuestra tradicional fiesta para los muertos y qué tanto su
influencia contrarrestará o acentuará los efectos de la penetración del Halloween. Por lo pronto, lo
que yo me temo es que ¡con tanta luz y ruido de seguro los difuntos no querrán ni salir de sus
tumbas!

Recuadro

¿Día o Días de Muertos?

Al igual que con otras facetas de lo relacionado con esta celebración, designarla en singular (Día
de Muertos) o en plural (Días de Muertos) resulta polémico. Veamos algo a este respecto:

Día de Muertos es un término específicamente mexicano que refiere a una versión mexicana de ciertas
celebraciones consagradas por el pancatolicismo romano 11: los días de Todos Santos y de Todas las Almas,
que se observan en noviembre 1 y noviembre 2, respectivamente. Hablando en sentido estricto … el Día
de Muertos designa al día de Todas las Almas, que normalmente cae en noviembre 2. Sólo cuando ocurre
que noviembre 2 coincide con un domingo, la conmemoración de Todas las Almas se celebra el día 3. El
Día de Muertos incluye un rango tal de actividades entrelazadas que en el habla coloquial ha llegado a
denotar no sólo noviembre 2 sino además, y más usualmente, al periodo entero entre octubre 31 hasta
noviembre 2. El Día de Muertos es así, en realidad una secuencia de Días de Muertos. Es por esto que,
muchas veces, también se encuentra el término Días de Muertos, esto es, en plural. (Brandes, 1998: 360)

Esta cita deja ver que aun tratándose de una secuencia de varios días, hay quienes prefieren
denominarla como si se tratara de uno solo. La revisión bibliográfica que hice para tratar de
aclarar el asunto no arrojó resultados concluyentes. Singular y plural se reparten casi por igual,
pero además, muchos títulos no mencionan expresamente si se trata de un solo día o de varios
sino que aluden a la celebración con otros términos. Eso pasa, por mencionar un ejemplo, con la
bibliografía del expediente que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes presentó a la
Unesco para obtener esa denominación y que fue titulado La festividad indígena dedicada a los
muertos, candidatura para su proclamación como Obra Maestra del Patrimonio Oral e
Intangible de la Humanidad12 (aunque en el caso de este título, pienso que hubiera sido mucho
mejor ponerlo en plural -“las festividades”- para dar cuenta de su gran diversidad).
Así, finalmente mi búsqueda arrojó poco que se pueda considerar conclusivo; acaso que, por un
lado, en las páginas web -en español o en inglés- es más común el singular, y que, por otro, la
literatura etnográfica de corte más académico parece inclinarse por el uso del plural. 13 Será
11
Brandes usa aquí el prefijo pan- para indicar una totalidad, como en panamericano, panhelénico o
panteísmo.
12
De 55 entradas que componen esa bibliografía, sólo 7 hacen referencia directa a nuestra problemática denominación.
Tres en inglés, usan Day en singular; las otras 4, en español, usan el plural Días de Muertos en tres ocasiones y el singular
en una.
13
Así sucede -para dar otro ejemplo- en una amplia bibliografía sobre las fiestas indígenas y populares en la que sus
autores clasifican en 1150 entradas gran parte de lo publicado sobre esas fiestas en nuestro país. Setenta y cinco de esas
entradas se dedican a publicaciones relacionadas directamente con las fiestas de octubre-noviembre dedicadas a los
muertos y en una mayoría de ellas se utiliza el plural. Ver Historia y etnografía de la fiesta en México. Bibliografía
entonces necesario investigar más en el intento de dilucidar si una forma es más correcta que
otra o si ambas lo son. En cuanto al uso del singular, “Día de muertos”, en las páginas de
instituciones gubernamentales sospecho -ya que tampoco cuento con una comprobación
fehaciente- que responde a la tendencia de acortar los días no laborables y de convertir los días
festivos en puentes de fin de semana, una tendencia en boga impulsada por la administración
pública desde el último decenio del siglo pasado.

general, de Saúl Millán, Miguel Ángel Rubio y Andrés Ortiz, publicada por el Instituto Nacional Indigenista en 1994.

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