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Sebastián querido.

Llevo una semana queriéndote responder, pero el fin del curso que hago, Poesía
Latinoamericana Contemporánea, en la UDP me pilló con trabajos finales, trámites y cierre del ramo.
Recién hoy una semana después ya me puedo sentar a contestarte tus tres preguntas que intentaré
responder como una en tres partes. Lo curioso de todo esto es que el domingo pasado pensé de inmediato
en lo que iba a responderte e hice una nota mental, sin embargo, ahora que vuelvo a las preguntas lo
que aparece en mi cabeza son palabras absolutamente distintas. Por una parte, me extraña el hecho,
pues estos son los temas que ocupan mi vida hace veinte años como tú bien sabes, pero a la vez, y ahora
que lo reflexiono, creo que cada respuesta a preguntas sobre la poesía sería efectivamente distinta en el
margen de un día a otro, es más, entre un par de horas. Esto de algún modo tiene que ver, creo, porque
no es una respuesta sobre la poesía como tal sino sobre las operaciones que uno establece con ella en
un momento determinado y bajo un estado de ánimo determinado. Un poema escrito en el amanecer de
ayer y en el amanecer de mañana serán absolutamente distintos. Quizá esa distancia entre lo amplio que
somos sea una evidencia diminuta de algo que probablemente siempre hemos queremos dimensionar.
No somos los mismos, pero somos lo mismo ante las palabras, en ese contraste de luces y sombras en
donde nos reconocemos y no. Tu primera pregunta de si la poesía puede operar como una forma de
terapia que ayude a sanar el sufrimiento creo que tiene que ver con todo esto. Evidentemente tú como
psicólogo clínico, doctor en psicología y especialista en psicoterapia lo tienes más que claro o quizá
llegas a la misma pregunta con herramientas más claras, más precisas, por lo que intentaré ser más bien
intuitivo y hacerme esta pregunta desde el lado de allá y de acá. Lo que quiero decirte es que responderé
como un poeta sin estar seguro aún a estas alturas de lo que eso se trate. La primera palabra que se me
viene a la cabeza es “sí”. La poesía sana el sufrimiento. Lo que no tengo tan claro es el cómo y el por
qué. Cuando hago talleres siempre les agradezco y felicito a quienes están frente mío por haber ganado
una importante batalla, una lucha a muerte. Les recuerdo que cuando escribimos en la más absoluta
soledad nos encontramos con la parte más bella, lo mejor de nosotros, llamada musa, muso, luz, el
duende como le decía García Lorca o como se le quiera decir. Concentramos toda nuestra energía,
nuestra atención, nuestros afectos y nuestro cuerpo en ese poema, ese papel, ese documento de Word,
en ese bloc de notas del celular. Lo más que podemos dar está ahí. No obstante, también nos
enfrentamos a nuestros miedos, pesadillas, traumas, rabia, depresión, todas las ausencias y las heridas
que siguen abiertas. El poema es esa pugna y el resultado de esa pugna es la poesía. De todo esto lo
más seguro es que no somos conscientes y ni siquiera lo tenemos claro al momento de cerrar la libreta
o apagar el computador. Pero ya luego las cosas no son iguales. Algo cambió, algo salió, algo entró,
algo tiene un rostro, una voz, una evidencia. Escribimos porque somos distintos a toda la humanidad y
porque moriremos en la indefinición de sopas macrocósmicas de átomos. No hay poeta que no haya
visto en una noche todas las noches de su vida del mismo modo en que esos poemas más allá de que
sean biográficos o no, están siendo todos los poemas que se leyeron, se escucharon, se imaginaron.
Algo de universal hay en todo esto, en la poesía, en la escritura, en la secreta oralidad de cada una de
las palabras y probablemente ahí radique la superación del sufrimiento. Otros ya lloraron, otros ya
estuvieron de duelo, a otros ya los abandonaron y les hicieron daño. No somos los primeros, pero esos
poemas son los primeros para nosotros en decirlo, en expresarlo o en esconderlo que es absolutamente
lo mismo. Tu segunda pregunta me sirve para una insistencia. En efecto, todo material es aprovechable
para la poesía porque no lloramos en poemas, no nos despedimos en poemas, no nos damos de cabeza
contra el mundo con poemas sino con los silencios que hay entre las pocas o muchas palabras que
podemos balbucear. Ya sea en un diario de vida, una libreta, en el Facebook, en una servilleta, como
indirectas en una tesis o en las conversaciones reales o imaginarias que tenemos con quienes nos rodean
o se han ido y no volverán. La escritura es la materia prima de la poesía, pero una sola. La otra es la
vida y la gran pregunta de fondo es cuál de las dos es la que vale más. Para algunos esto se trata de
poemas, poemas bien escritos, bien redactados, bien corregidos, bien podados; para otros, como a mí,
esto se trata de las noches sin dormir detrás de las palabras, las ausencias, lo que no se alcanzó a decir.
En un libro mío, perdona lo personal de esta confesión, dejé poemas a medio terminar porque no pude
más. Simplemente no pude más. Para mí son los poemas más perfectos que haya escrito porque
encarnan absolutamente todo el dolor que sentí en ese momento, pero eso nadie lo sabe y eso los hace
doblemente perfectos. No estoy diciendo que haya que vomitar en la poesía, lo que digo es que hay que
vomitar en el baño antes de escribir, lavarse la cara, mirarse al espejo y quedarse ahí hasta el amanecer.
Ese espejo dejará de reflejarnos y se pondrá blanco como nuestro semblante y al despertar ese espejo
será esa página en blanco, ese poema, y no lo recordaremos. En muchas de las locas fiestas de la
juventud me quedé encerrado en baños que no conocía mirándome en esos espejos e intentando
responderme quién era esa persona. Alguien llegaba a golpear la puerta y me sacaban a tirones, pero yo
ya no estaba allí. Y con esto te quiero responder la última pregunta de si el poeta puede llegar a
convertirse en un ser iluminado. Yo creo que coincidimos en que la poesía se trata de una experiencia,
luego de un pensamiento sobre ella y sobre todo en que finalmente termina en palabras. Algunas veces
no termina en nada y esos poemas nunca se escriben, pero existen, existieron. De las pocas cosas que
estoy convencido es que la poesía tiene un origen extralingüístico, es decir, algo pasa en la realidad, en
nuestras vidas, detrás de los ojos, donde no hay lenguaje y nuestro cuerpo reacciona. Yo le digo el
“shin” y cuando lo explico hago movimientos extraños porque ni siquiera puedo muy bien nombrarlo.
Un árbol que hemos visto durante décadas al pasar por ahí un día nos parece raro, algo sucedió, algo
cambió y esa extrañeza, esa experiencia de extrañeza no nos abandona hasta las dos de la mañana que
sigue esa imagen en la cabeza hasta que uno prende la luz de la habitación, toma la libreta y algo sale.
Nuevamente no estoy diciendo que tenga que ser referencial ni directo, pero esa imagen le habló a otra
imagen que no habíamos podido darle forma y color. Quiero entender la iluminación como el momento
en que uno se ve en el espejo donde otros también se están viendo y en la secreta posibilidad de que
esas morisquetas frente a él sean palabras que esos que se miran puedan descifrar, entender, traducir.
Son nuestras ausencias las que hablan, nuestras heridas, lo que no tiene lenguaje hasta que empezamos
con la primera letra de ellas. Los fantasmas son los que escriben y toda loca aparición es ganancia. Creo
que el, la poeta es alguien que trabaja con la iluminación porque se enciende una luz sólo para poder
mirar esa oscuridad. Estos últimos meses ha habido varios cortes de energía en mi casa y esas noches
para mí han sido, literalmente, de iluminación. Claro que nuestras iluminaciones son con respecto a
nuestras noches y cada una de ellas es distinta, única, casi anónima. A veces alguien brilla a lo lejos, al
otro extremo del mar, al otro extremo del mundo y eso es una iluminación al leerle. En el fuego hay
algo de sagrado y eso no es ninguna novedad, pero la poesía tiene algo de ese fuego y al escribir unos
poemas a la luz de esa vela me di cuenta de que eso sagrado también está vivo, tiene una conciencia y
el cosmos entero está iluminado porque más que sólo podamos ver su absoluta oscuridad. Eso es lo que
se me ocurre ahora justo que la lámpara ha tenido un par de intermitencias. Quizá de eso se trata esto,
de la intermitencia entre todo lo que podemos nombrar y mirar y escuchar, y lo que está más allá. Esa
distancia. Sobre esto mismo es que te quiero hacer tres preguntas también. Puede que sean un poco
técnicas o ya te las hayan hecho mil veces, pero siento que debo hacerlas. La primera tiene que ver con
las preguntas como tal. Para mí, en el hecho de preguntar, como acción misma, abre una cantidad
alucinante de información. Desde que alguien piensa una pregunta, la formula en silencio y luego se
atreve a plantearla. En términos de lo psíquico o más allá, qué hay en la pregunta que puede crear un
universo entre dos personas hablando sobre la hora o si va a llover. La segunda es sobre los mitos.
Tengo una secreta sensación de que no hemos salido de los mitos y que nuestras vidas responden a
hechos, a viajes que otros ya han hecho y que esos retornos es donde somos cada uno de nosotros. ¿Es
posible que lo importante de nuestras vidas esté allá y no acá? La tercera quizá sea una síntesis de las
dos anteriores. Para mí Dios es una pregunta, no una respuesta, y quiero que siga siendo eso. Tal como
lo es la poesía, una pregunta, por lo cual seguro no respondí nada. ¿Eso que llamamos Dios es la suma
de todo lo humano o sigue de largo en su propio viaje? Entendiendo el viaje como el fin del vacío.
19/07/2020
No sabía que la etimología de la palabra “preguntar” remite a “sondear la profundidad del mar con un
palo”. Ciertamente como dices es sugerente y me parece clave en un punto en que la psicoterapia con
la literatura se han encontrado, se encuentran y se encontrarán que es el mar. Siempre he creído que las
palabras no son otra cosa que la metáfora del océano. Desde su fondo insondable y caótico, oscuro y
sin oxígeno, pero donde hay vida y probablemente donde nació. Desde la belleza apacible de sus olas
que chocan contra las rocas y cantan bajo la luz del sol. En esa zona oscura y en ese recorte perfecto
del horizonte hay algo que es común al lenguaje. Quiero imaginar un fondo innombrable donde todas
las palabras existen en estado posible, pero inalcanzable y que justamente con un palito vamos tentando
al azar. Me asusta mencionar el inconsciente con alguien como tú, pero llego a sentir que el océano es
el inconsciente de la humanidad y que nuestras tres cuartas partes de agua en el cuerpo que coinciden
con las tres cuartas partes del planeta son más que una coincidencia. Un lenguaje desde el fondo del
mar al que accedemos sólo haciéndole preguntarse por sí mismo. Los poemas son lo que aparece, lo
que leemos escrito en la arena, pero no la poesía. Ese secreto permanece allá donde nuestro concepto
de vida no puede acceder, es nuestra parte de secreto, de inalcanzable, de herida: de pregunta, siempre
insuficiente como bien dices. Yo nunca he estado en alguna terapia ni siquiera con psicólogo, pero
puedo imaginar el valor enorme de una pregunta como si de algún modo fuera el bisturí con el que se
va cortando una sombra en láminas. Un trozo del fondo del mar con ese bisturí, con ese palito, con ese
lápiz, con un tono de la voz que recuerde las olas y las gaviotas, las fotos viejas en colores chillones y
una sensación en la piel. No sé si le pasará a las otras personas, pero los recuerdos de mar siempre son
felices, luminosos, de risas y miradas, de algo que se está celebrando como si efectivamente hubiese un
dios allí. Sé que esto suena muy playero, pero yo no soy de los que se bañan ni siquiera de los que se
sacan la ropa y son felices. Mi alegría es una fantasía que no viví o si la viví no la recuerdo, por eso
quizá se me hace como parte de un mito, de una otra vida que uno va creyendo que fue la de uno y
puede que no. Sea como sea, entre la poesía y el mar hay un secreto. Me cuentas que para ti el mito es
un relato simbólico que da consistencia al colectivo y sí, pero creo que hay más mar en esas palabras.
Lo que hace consistente la vida es la vida misma. La conciencia, otra vez palabras que me acompleja
usar, justamente pareciese preguntarse de que se trata todo esto. No hay más verdad que moriremos y
todo lo previo es ficción, resistencia, resignación o mar. Se me viene a la mente el mito de Psique atada
en una roca en medio del océano en espera a ser devorada por un monstruo debido a su enorme belleza
que enfurecía a Afrodita. Su hijo Eros vio a la princesa y con la turbación se pinchó él mismo y la llevó
consigo a un paraíso donde se amaban sólo de noche porque ella como mortal no podía ver la belleza
de un dios. En resumen, ella no respetó su parte del trato y una de esas noches encendió una lámpara
de aceite de las que unas gotas quemaron el rostro de Eros. Él se fue y ella lo perdió todo. Tuvo que
bajar al Hades en busca de una caja que no debía abrir, pero desobedeció nuevamente. En más resumen,
Eros la perdona, también Afrodita y Zeus, y son felices para siempre. Me acordé de esto quizá porque
yo leo un tarot mitológico que está basado en personajes y dioses griegos. Allí aparece en una de las
series el mito de Eros y Psique que es muy marino, con mucho azul, celeste, abundante agua. Psique es
evidentemente el alma y de donde viene la psi que tú tan bien conoces. En el mundo griego es una
mariposa, pero también el último hálito que es la vida misma. La mente es una muchacha enamorada,
y ya vimos un tanto díscola, que es capaz de llegar al inframundo por una pasión, por una luz y el mito
en este caso no es la historia sino esa caja negra. ¿Qué hay allí? Nunca lo sabremos como tampoco
conocemos el fondo del mar. Ese vacío, esa parte desconocida es la que nos une y que hace que el mito
sobreviva a los monstruos que quieren devorarlo. Pertenecemos a una espera y en ese tiempo por venir
que no vendrá es que todo lo humano se encuentra. Bajo un quitasol en una playa o en el Hades dándole
un barquillo a Cerbero. El trasfondo de la última respuesta tuya probablemente esté contenida en todo
lo anterior. Dios como te decía es una pregunta para mí, una imagen del mar, una mira al más allá del
más allá. Cuando era chico decía que iba a creer en todos los dioses que me dieran felicidad eterna, pero
no. Todo lo eterno termina siempre siendo un infierno. Cuando digo dios como pregunta no es que
quiera una respuesta. ¿Quién me la daría sino yo mismo? Por ahora creo en un dios que es lo mejor de
uno, tal como el daimon socrático o ese dios que está en la etimología de la palabra “entusiasmo”. De
fondo el verbo para hablar de dios ni siquiera es creer sino crear que finalmente es lo más divertido que
tiene. La metáfora de dios no es otra que la de la creación, ya sea de un castillo de arena o una catedral
en París. Se crea algo para que haya algo después de un principio, pero lo mejor de todo es que se crea
sólo para poder destruirlo. Eso lo hace dios e inmortal. Acá porque somos mortales creamos y para
muchos es una forma de eternidad cuadriculada y de 100 hojas con forro. Escribimos para destruir lo
que creamos, para despedirnos apenas acabando de llegar. Se huye de las olas saltando hacia las otras
más grandes y de fondo el sol caerá antes que nosotros en el horizonte. Para ti dios actúa como un
medicamento, antidepresivo y ansiolítico me dices, pero es también el veneno: pharmak y regresamos
a la escritura. Hay tres nuevas preguntas tuyas que intentaré contestar nuevamente sin pensar mucho y
encontrando sus conchitas comunes en la arena. Me preguntas mi mirada sobre la psicología. Como te
contaba, nunca he tenido la experiencia y quizá es por una suerte de vértigo que imagino ante esas
palabras, ante esas palabras que van dirigidas a alguien que no es uno sino que ya fue o que será. Uno
como escritor está acostumbrando a escribir como otro, pero responder como otro es distinto. Y ese
otro es uno mismo en una situación de la que ya se huyó. Un momento. Mentí. En efecto, tuve unas
sesiones con una psicóloga hace cinco años. Le caí bien creo y hablábamos mucho. Se llamaba Catalina.
Acordamos que le iba a contar toda mi vida en escenas que yo mismo iba a estructurar como un relato.
Eso por el hecho de ser escritor. Finalmente no llegamos mucho a nada, pero a mí me sirvió para
comenzar a pensar en Los nombres propios, que es el libro de los autobiográficos en que justamente
vuelvo a mi infancia, la adolescencia, es decir, toda mi vida hasta que entré a estudiar Letras en la
universidad que es donde nos conocimos. Entonces de la psicología puedo decir ahora, quizá un poco
freudianamente, que no es otra cosa que la novela familiar. Esto es un chiste y no aunque no se note.
La psicología es una de las hermanas de la princesa enamorada que le habla y la hace desconfiar de ese
dios desconocido porque en cierto punto dios es lo mejor de nosotros. En ese momento dios puede
seguir su camino y nos quedamos ahí en ese entusiasmo de seguir mirando el mar. La segunda pregunta
es cómo entiendo el amor. Bueno, hemos hablado de Eros como ese hermoso dios al que no se debe ver
de frente. La sensación a mis cuarenta años es que nos vamos encontrando con él en dosis a lo largo de
las décadas y en cierto momento ya tienes una imagen de esa mirada hacia ti y no buscas más. No te
enamoras de alguien en específico sino de ese dios invisible que se hace presente en esa persona.
Entonces estás en la playa, pero te das cuenta que no estás solo y alguien te extiende una cerveza con
un limoncito y todo está perfecto porque están viendo lo mismo. El amor es también una pregunta que
uno se hace desde niño y pareciera que toda la vida es ese palito con que uno sondea en ese algo en
pedacitos que también es uno. Yo me imagino que hay personas que huyen del amor cuando quieren
todavía seguir huyendo de sí porque de algún modo es divertido y en efecto es menos dramático huir
de un dios que de un demonio, pero aun así el amor no creo sea tan importante. Me refiero al amor de
pareja. Uno se enamora de alguien que ame el mar y el mar es hermoso porque lo pueden ver varios.
Un mar para una sola persona es un fondo pintado con témpera y sirve para ir a pescar. Lo común de
los sentimientos, sean los que sean, es lo que los hace hermosos. Sea el amor, la amistad, la fraternidad,
la compasión, la ternura y con esto empalmo con tu pregunta final que es si creo algo más allá de la
muerte. Sí, creo en el mar. Para mí uno de los poemas más hermosos del universo es “Monumento al
mar” de Huidobro. Es un poema sobre la paz, una despedida, un psicoanálisis podríamos decir ante lo
infinito. Para mí luego de morir nos convertimos en granos de arena y el océano nos arrastra a otras
playas lejanas donde otros nos mirarán y a otros miraremos. De otras estrellas nos vamos a enamorar y
en otros cuerpos pasaremos la noche hasta volver a la playa y luego al océano y veremos a otros dioses
también enamorados. Ya que mencioné mi libro quisiera saber de ese tuyo de mil páginas, La niñez
herida. También qué opinas sobre la salud mental de Chile. Y si crees que un país se puede suicidar.
26/07/2020
Me he demorado en responder porque he estado encerrado con el tema de mi tesis. Ojalá fuera peleando
contra ella o por ella, pero es contra un estado de cosas con respecto a la academia que ya no puede
más. Posiblemente sea la única institución que se ha salvado de la crisis, sin embargo, siento que ya
llega su momento y me es fervorosamente estimulante ser parte de eso en mi pequeña lucha por una
escritura, un pensamiento y un presente que finalmente es todo lo que tenemos. En fin, mis excusas. No
me respondiste las preguntas así que me queda responder las tuyas e intentar pensar en todo esto que
recién te comentaba junto a lo que me sugieres tú. Creo que quienes trabajamos con la mente tenemos
como defecto profesional leer todo como un signo, una señal, un síntoma, una indicación y en ese punto
el poeta, el psicoterapeuta y el místico poseen un mismo lugar. Finalmente se trata de que todo lo que
podemos nombrar que es lo que podemos imaginar y viceversa, pero hay más, debe haber más.
Muchísimo más. En el silencio se separan las aguas. Para el terapeuta supongo no es buen augurio, para
el poeta es un límite y para el místico es el estado de las cosas que vale la pena. Una plusvalía del vacío.
Literalmente las cosas y no las palabras, y las cosas en su lenta desaparición. Este último tiempo he
tenido la sensación de que todo lo que se habla, se escribe, se lee no es importante. Una suerte de
extrañeza en que esta simulación de lo real, el engaño, no es otra cosa que el mundo que creamos con
el lenguaje y que despertar, salir de ahí nos llevará a otro real donde todo es evidencia, experiencia,
vida sensible en el sentido de sentidos. Irse, fugarse, marcharse, quemar las naves gramaticales y al
mar. El silencio de los animales es algo que siempre me ha fascinado. A lo largo de la civilización le
hemos dado forma de dioses o juguetes para que hablen con nosotros, pero no lo hacen. No les
interesamos. Es su renuncia y lo que nos separa indefectiblemente de ellos haciéndonos más monos que
los monos. Nosotros mentimos y ellos no. Cómo se puede hacer poesía sin mentir. ¿Es posible? Cómo
se puede describir algo sin asesinar ese algo. Lo místico me parece que ese ese borde en donde se mira
el mundo desde un lugar sin lenguaje y el 75% de lo que nos rodea son palabras que no necesitamos.
Fetiches, enseres, cachureos, basura. La filosofía hace rato llegó al punto de que la verdad es un efecto
del discurso y luego la literatura con la idea del autor, pero es más allá. El mundo, quizá, la vida humana
sean efectos de lenguaje y habitamos en una red de significados que creemos son personas, lugares,
hechos y no. Recordamos palabras con los que pensamos escenas y nos enamoramos de palabras que
alguien dijo sentir. La verdad es una metáfora que no tiene muelle. Vuelvo al mar. Imagino quitar todo
lo que es palabra en un día común y corriente y lo que me queda son sólo cosas importantes: la luz y lo
que me permite ver esa luz. Nada más. También su calor. Los pensamientos, recuerdos, la voz interior
son inconsciente estructural, pero ese otro siempre habla y por lo mismo miente. La fantasía de vivir
fuera, cerca del mar, en el bosque, en realidad es la fantasía de vivir sin palabras. El ermitaño es el que
renuncia a la lengua humana y puede hablar con todo porque todo se hace santo cuando no tiene nombre.
San Francisco de Asís y un amor que sólo es posible cuando no hay lenguaje. Hay una ternura que no
es humana, que lo une a uno con una piedra, un palito, una planta, unas nubes, unas montañas a lo lejos,
unas estrellases. Es un gesto que se siente como un calor en la cabeza, un sentir con el pecho, unos ojos
que se inundan, unos brazos que se dejan caer. Me comentas lo del misterio, pero lo veo desde aquí,
como esa posibilidad de una ética, una ejecución de lo humano fuera de sí, el llamado de una renuncia
a ser parte de un ruido que comenzó con la primera palabra que alguien entendió o dijo entender. Ahí
comenzó todo este embrollo. Anoche que me di unas horas para desenchufarme de la tesis como te
contaba veía un documental en el Netflix que hablaba de cómo los animales saben algo que nosotros
nunca podremos entender. Es increíble. Los zorzales que viajan de Estados Unidos a Brasil adelantan
su vuelo cuando en los meses próximos habrá muchas tormentas y huracanes. ¿Cómo lo saben? No se
puede saber, pero ocurre. Los pájaros que tanto han sido poetizados por la belleza de su canto
probablemente sean la imagen inversa, la belleza de ese silencio que hace que entiendan el tiempo como
un solo gran largo día. Lo mismo que pasa con la épica o las grandes obras. Cambiar las unidades de
medida sería una de las consecuencias cuando abandonamos las palabras. Ya las palabras “hora”,
“semana”, “siglo” no significan nada y la continuidad entre el día y la noche es lo único que importa, y
luego el paso del verano al invierno. El único tiempo es el sol y eso se parece casi a un poema de
Gonzalo Rojas. Las nubes, el mar y la nieve más que como el ciclo del agua, el ciclo de toda la materia
de la cual somos una parte enamorada. Cuerpo, cuerpos, siempre los cuerpos. Dentro de nosotros hay
otras noches y nuestro corazón nunca ha visto la luz de un atardecer. Nuestros ojos no pueden ver la
sangre con que están manchados. Dentro de nosotros se parece al cosmos y casi estoy seguro que nuestro
cosmos es el interior de un bicharraco por ahí. Los cuerpos son agua salada y sangre como el mundo.
Alguien se corta una mano y alguien menstrúa. Cuál es la relación de esa herida y cuántos siglos tomará
intentar sanarla. El cuerpo entero es una costra. La sangre huele, sabe, tiene color y una también
ominosa temperatura, pero no habla. Cuántos ritos se hicieron en la Antigüedad en torno a la sangre
para que pudiese hablar un dios a través de ella. Bueyes, vacas, cabras, aves y humanos fueron
sacrificados para que eso que nos une como especie viva nos dijera algo que está fuera de nosotros.
Mencionas el vino y es lo mismo. Esa sangre vegetal mediante la cual un dios habla por nosotros y hace
sagrada toda forma de olvido. Hoy pensaba que hace siete meses que no pruebo una gota de alcohol y
no tengo muchas ganas de volver a hacerlo. Todo el tiempo anterior fue perdido y creo fueron pocas
las veces en que sentí algo inolvidable que se olvida más lento que las otras cosas. Se me aparecen
noches con Stella, Stella Diaz Varín, que llorábamos un vino barato y solos los dos nos enamorábamos
de la poesía. Ella veía en mí un tiempo y yo en ella también. Sentía que esas noches eran también todas
sus noches anteriores y las mías por venir, pero no vinieron. No se trataba de algo que se encontraba
sino de todo lo que desaparecía alrededor de nosotros. Ahora que lo pienso muchas veces se nos
acercaron perros callejeros y nos callábamos. El vaho, los ladridos a otros perros, el sonido de rascarse
y de revolcarse en la tierra. Algo había ahí. Un silencio que también era nuestro. Stella no quiso escribir
más porque entendió que la vida no eran las palabras. Estaba enojada con el mundo porque las palabras
la traicionaron, le mintieron, la dejaron sola. Agosto siempre es un mes que la pienso mucho y cada año
es distinto. Son otros los silencios, los duelos, las penas. Me resulta curioso que menciones la teología
negativa porque justamente he pensado mucho en eso sin saber lo que es. Invento definiciones y me
alucina, pero no quiero saber cuál es la correcta. Me pasa lo mismo que con los libros de Kerouac que
me los imagino página a página. Esos viajes en auto, esas canciones en la radio, esas botellas en el
asiento trasero, esas miradas, ese sudor en la camiseta, esas piernas apretadas y ese quejido al
masturbarse en un baño de un motel. O a Burroughs y esas noches donde todo es todo y lo que se
conversa tiene dos kilómetros de eco alrededor de todo lo que se mueve. Da lo mismo dios, no se trata
de él ni de ellos ni de eso sino de lo divino que hay entre nosotros y que es eso que no es. Ese negativo
de lo real. La poesía que no tiene nada que ver con los poemas creo es una vía para estar en ese límite.
Más allá de las palabras todo se cae en el horizonte como imaginaban esos muchachos que huían del
Viejo Mundo. Nunca llegaron porque no había un nombre donde llegar y vagan por ahí en otros mares
que tampoco tienen nombre. El mundo negativo de Adán, un mundo de la nada. Recién leo tu pregunta
a medida que voy bajando en la página y borrando tu mensaje para darle paso al mío. No sé cuál es mi
relación con lo místico y me incomoda el sólo hecho de pensarlo y escribirlo. Me hace naturalmente
rehuir de eso, pero siento que todo lo que he dicho no ha salido de esa pregunta. Como te decía, la
poesía, la terapia y el misticismo tienen relaciones distintas con el silencio, pero lo están mirando como
un límite desde allá o acá. La idea es saber cuándo comienza o dónde termina. En realidad, no lo sé y
quizá dé igual. La muerte no puede ser el fin del silencio ni tampoco el inicio. Si existe otra vida, en
ella no hablamos sino que somos palabras, letras, fonemas, ruiditos, átomos, vibraciones, cuerdas,
pequeñas gravedades, radiación. Me di cuenta que los poemas nunca dicen lo que uno quiso decir y al
final siempre se trató de un promedio a perdedor aunque suene bien. No hay nada propio en esa
sustracción. Escribir mucho o poco es lo mismo que el silencio: depende desde donde uno esté
partiendo. Los sentimientos no tienen que ver con las palabras y los poemas ahí son usura. Uno piensa
a través de lo que siente. La herida sirve para mirar nuevas noches. De mi poesía no te podría decir
mucho porque siento que ha muerto que es lo que siempre quise. ¿Se mueren los países? 16/08/2020

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