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La
película fue hecha en español y doblada al inglés para meterle un gol a
Colombia, y se lo metí. Parte del éxito estaba en que la gente no sabía que
estaba viendo cine colombiano.
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Llegué al cine en México, donde hice una especialización con la compañía
gringa Burroughs Enterprice. En el avión de ida conocí a Flor Silvestre y a
Ana Berta Lepe; al principio las vi muy rojas porque estaba acostumbrado
a verlas en cine a blanco y negro. Nos hicimos amigos y gracias a ellas
conocí a César Costa y a Javier Solís. Un día me metieron en una película
como extra y de ahí me empezó la goma al ver cómo se manejaban las
luces, los extras, las cámaras... Regresé, sin un peso en el bolsillo y con la
idea de hacer cine en Colombia. Con el guión de Funeral Siniestro duré
tres años consiguiendo financiación, pero nadie se quería meter la mano al
dril. Pasé por las manos de gente como Alfonso Cruz, que supuestamente
era el dueño de todas las urbanizaciones de Bosa, el tipo dijo que me
financiaba la película si yo le hacía la vida de él en cine. Me tuvo un año
entre cuento y cuento hasta que me aburrí. Después, con Carlos Rodríguez,
un transportador que tenía un camión, hice un trato: él compraba las latas
de película, yo las revelaba y montaba por mi cuenta, con un crédito que
pedí en un laboratorio venezolano, y una vez recuperados los costos, la
plata que la película diera era para él. Tuve que aprenderlo todo: desde el
trabajo en Laboratorio, hasta el proceso de distribución de una película.
Después de muchos intentos fallidos, logré conseguir la distribución con
Cine Colombia, porque el presidente de la entidad dijo que si la película le
gustaba a sus empleados, ellos la distribuirían. El señor salió convencido
por la cantidad de gritos y arañetazos que sufrió durante la proyección
privada hecha en Medellín. El día del estreno de Funeral Siniestro,
estrenaban también Brillantina, Patrullero 77, y El Show de Abba en el
Cid; Funeral... estaba en los cuatro cinemas del frente. En los cinemas no
había nadie, y el Cid estaba repleto. Como el trato era que si la película
entraba mal, la sacaban, yo estaba muerto del susto. Al día siguiente, la
película tuvo lleno total por el fenómeno del rebote y fue un éxito. El
transportador se quedó con toda la plata que recaudó la película, porque yo
desde pequeño me acostumbré a tener palabra. Con lo que cobró por
taquilla se compró una tractomula.
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Luego apareció un señor, el capitán Guillermo Silva, que seguro entró con
la novia a Funeral... y ella como que lo rasguñó, porque salió convencido
de que era una película muy buena, entonces me buscó y me dijo: Jairo, yo
quiero invertir en una película. Yo le dije que tenía el guión de una que se
llamaba Área Maldita, y le conté la historia. Me preguntó cuánto se
necesitaba para hacerla, yo le dije que de seis a siete millones. El trato fue
que él ponía la plata, y hasta que no recuperara lo invertido yo no cogía ni
un peso de las ganancias. Compramos los equipos para hacer cine,
conseguimos un castillo en Chinauta. Por esos días encontraron un
sembrado de marihuana inmenso en la Guajira y nos fuimos a filmar allá,
en helicópteros del ejército, y con armamento prestado por el F2, eso si que
fue un problema: a las ametralladoras no les servían las balas de salva, se
trababan porque la cera no tiene la fuerza suficiente para botar el casquillo,
entonces eso tocaba con balas de verdad. En cada ráfaga nos tocaba tirarnos
a todos al suelo y dejar la cámara filmando sola y al tipo echando bala.
El sonido de Área Maldita lo hice en el baño: le rompí un pedazo a la
puerta, le puse un vidrio y el proyector al frente. En el baño se metían tres o
cuatro personas apeñuscadas, miraban la proyección y doblaban.
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En esos días Focine me mandó una carta diciendo Felicitaciones, está muy
buena su película, la han visto no se cuantos cientos de personas. A mi me
sorprendió que estuvieran tan pendientes de mí, pero claro, andaban detrás
para coger la plata. Me fui para Focine a preguntar cuál era el problema, si
yo tenía plazo de dos años más para pagarles, y de paso averigüé en cuánto
iba mi deuda. Esa sí que había crecido porque tenía todos los intereses
sobre intereses en mora posibles de imaginar (e imposibles también), ya
debía $13’000.000. Hice cuentas y no alcanzaba a pagar, solo tenía
7’000.000. A Pacho Norden, que acababa de hacer Cóndores no entierran
todos los días, ya le había quitado casa, carro y beca... porque le faltaba
pagar una tercera parte del péstamo. Esa vaina yo no me la iba a dejar
hacer, no soy tan pelota. Les mandé una carta diciéndoles que no me
alcanzaba la plata para pagarles, y que en consecuencia iba a hacer otra
película, para con las ganancias saldar mi deuda, porque yo no sé robar, yo
sé trabajar haciendo cine. Hice sólo Extraña Regresión, que fue toda en
inglés. En Focine no les gustó la política, porque para hacer la mitad de una
película que se llama El día que me quieras, habían invertido
$150’000.000, y yo con menos del 10% había hecho dos y más taquilleras.
El abogado que puse después en el caso, me dijo que yo pecaba de
honrado.
El día del estreno estaban los teatros a reventar, pero Focine había
embargado la película, y había que entregar los recaudos de taquilla en un
juzgado. Yo no entendía por qué, si allá sabían que yo iba a pagar con la
plata que dejara esa película. Es como si yo compro un taxi a crédito y me
lo quitan ¿cómo lo voy a pagar si no me dejan trabajarlo? Era de esperar
que los teatros no se iban a aguantar, pues tenían que llevar la plata al
juzgado. A los tres días me sacaron la película de exhibición, con toda
razón; ellos no tenían por qué andar en líos con la ley. Cuando yo llegué a
mi estudio, se lo habían llevado todo, equipos, latas de película, todo, y
dizque quedamos a paz y salvo. Yo le monté una demanda a Focine, estuve
muy de malas con eso, porque al primer abogado que puse en el caso le dio
por irse para el exterior, y el otro, que llevaba el caso más o menos bien, se
mató en un accidente de tránsito. ¡Ahí quedó la vaina friquis calavera
mortis!