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Del sufrimiento humano al hedonismo contemporáneo.

Reflexiones sobre la
posmodernidad y el discurso capitalista

Juan José Martínez Torres

La civilización es aquello que se erige como respuesta a la condición que le es más


íntima al ser humano: lo pulsional que es, por definición, agresivo, violento e ingobernable.
Dicha particularidad del ser humano se traduce siempre en algunos problemas
fundamentales: en primer lugar, en términos de Freud (1915), las pulsiones implicarán una
relegación de los instintos y con esto, lo que por cierto, pudiera asumirse como una
tendencia humana a algo distinto a la supervivencia que, asimismo, imposibilita al hombre
para sobrevivir en la naturaleza por medios estrictamente naturales.

En segundo lugar, la ausencia de garras, colmillos y otras armas naturales, dará


lugar al hombre a transformar el entorno y a agruparse como única alternativa para
sobrevivir como especie; empero el empuje humano que no es a la supervivencia, sino al
placer, dará lugar a que como medio para que la agrupación humana incipiente se sostenga,
se tolere y prospere, tenga que ser construido un dispositivo que regule dicho empuje y
oriente los lazos. Ese dispositivo será la cultura (Freud, 1930) y a lo largo de la historia,
deberá servirse de diferentes elementos para lograr su cometido. Entonces, se puede
sostener que en cada una de las formas que tomará la civilización, el lazo social humano
será comandado por un ideal que en posición de amo del discurso, orientará las lógicas de
los sujetos, los goces y los lazos sociales. Así las cosas, podrá decirse que “lo que Freud
llamaba la civilización es lo que llamamos ahora con Lacan el discurso” (Soler, 1998, p.
67-68).

En el mundo antiguo, serán los mitos los que comandarán el lazo social y esta
perspectiva se mantendrá hasta el advenimiento en Grecia, aproximadamente entre los


Psicólogo Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Psicoanalista. Magíster en psicología y salud
mental Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Estudiante del doctorado en psicoanálisis Universidad
de Antioquia, Medellín. Profesor facultad de psicología Universidad de San Buenaventura, Medellín. Profesor
Universidad Eafit, Medellín.
Contacto: juanjomt@gmail.com
siglos VI y V antes de Cristo, de las ideas de los llamados naturalistas, con quienes
empezará el ser humano a responder al enigma del origen de la naturaleza a través de sus
facultades racionales, lo que produce un viraje hacia una perspectiva que reconocemos con
el nombre de Logos.

Así, “al afirmar la razón como hilo conductor de los asuntos humanos, se instala un
ideal de socialización, una manera de concebir las relaciones entre los socios, una forma
inmanente del ejercicio del poder que, por supuesto, sirve de estrategia en la formación de
los hombres” (Ruiz, 1995).

En la edad media, a partir del surgimiento del cristianismo y su expansión en


Europa y el mundo occidental, será la fe la que comandará los lazos sociales, implicando
que el hombre sea concebido como

Una criatura de Dios, hecho según su imagen y semejanza. (…) Encontramos pues qué el
hombre es de naturaleza divina, esto es, que tiene a Dios como su origen (su donde) y como
su fin (su a donde). La cuestión metafísica del ens creatum queda legitimada en el momento
que se estima que entre el hombre y Dios existen relaciones de filiación y en consecuencia
entre los hombres relaciones de fraternidad. La sociedad entonces es el conjunto de los hijos
de Dios qué peregrinando por la Tierra animados por la fe en el único Dios, caminan hacia
la Ciudad de Dios (Ruiz, 1995, p. 12).

La modernidad se pondrá en marcha a partir de la elevación del discurso de la


ciencia al estatuto de amo del discurso (Lacan, 1970). Con la invención del método
científico y la posterior exaltación de este por el positivismo, se inicia un proyecto en el que
la ciencia será la llamada a dar sentido al mundo, pero también a descubrir la causa y el
origen de las cosas, y a lograr la superación de las limitaciones humanas con el desarrollo
de prótesis y todo tipo de artefactos para la potenciación de la producción, el consumo y la
vida misma (Ruiz, 1995).

El recorrido anterior permite discernir un aspecto escencial de la civilización: que


esta, a lo largo de la histora ha permitido resolver un problema fundamental de la
humanidad, el sufrimiento (Bruckner, 2002). “La antigüedad vivía con la esperanza de
refutar el sufrimiento” (2002, p.175), pues a través del empleo de los mitos y la razón se
desnudaban los orígenes de la naturaleza y se resolvía el problema de la muerte; “el
cristianismo con el afán de exaltarlo” (p.175), pues la promesa del gozo en la vida eterna se
adquiría por medio de la purga del pecado original a través del sufrimiento y el castigo; y
vale decir, que en la modernidad, la humanidad a lomos de la ciencia buscó, curar el
sufrimiento por medio del desarrollo de la medicina, la tecnología, las ciencias, la
ilustración, el mercado, etc. Las promesas de la modernidad fueron acaso las más
grandiosas de la historia: “la sociedad moderna era conquistadora, creía en el futuro, en la
ciencia y en la técnica, se instituyó como ruptura con las jerarquías de sangre y la soberanía
sagrada, con las tradiciones y los particularismos en nombre de lo universal, de la razón, de
la revolución” (Lipovetsky, 2000. p.9); y en el avance de la ciencia entendida como ideal de
progreso humano, se impondrá en el siglo XX la cara más insoportable de lo real: la guerra
y la muerte.

Pudiera decirse, en primera instancia, que las guerras mundiales producen un efecto
desgarrador en el panorama mundial: la ciencia que ha sido idealizada y que ha soportado
simbólicamente al hombre desde el siglo XVII, aquella que con Comte en el XIX promueve
la superación de las limitaciones humanas, tecnifica la guerra y masifica el horror que esta
produce, pues durante la primera mitad del siglo XX la cantidad de muertos de las grandes
conflagraciones excedió las proporciones de cualquier otra guerra en la historia y logró
elevarse, como culmen del desarrollo de la civilización humana, la fusión nuclear y con
ella, la bomba atómica. Lo que quedará en el mundo, a partir de la segunda mitad del siglo
XX a diferencia de los otros momentos históricos, es la caída del ideal de la época, sin otro
referente simbólico que lo sustituya y en consecuencia, los lazos sociales se fragmentarán y
dispersarán.

En términos de los ideales científicos, el sueño de la modernidad fracasa porque “ha


dejado que la totalidad de la vida se fragmente en especialidades independientes
abandonadas a la estrecha competencia de los expertos” (Lyotard, 1987); en términos de los
lazos sociales y la vida contemporánea, sostiene Lyotard, “los siglos XIX y XX nos han
proporcionado terror hasta el hartazgo” (1987, p.26).

El hartazgo que se produce, conduce a su vez a que los ideales caigan. Se da lugar a
una desazón generalizada, “las «identificaciones» con los grandes nombres, los héroes de la
historia actual, se hacen más difíciles” (Lyotard, 1987, p.15) y en este sentido, cada uno se
ve remitido a sí mismo y “de esta descomposición de los grandes Relatos, (…), se sigue eso
que algunos analizan como la disolución del lazo social y el paso de las colectividades
sociales al estado de una masa compuesta de átomos individuales lanzados a un absurdo
movimiento browniano” (Lyotard, 1987, p.15).

De acuerdo a Lyotard (1987),

El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya
asignado (…).

Se puede ver en esa decadencia de los relatos un efecto del auge de técnicas y tecnologías a
partir de la Segunda Guerra Mundial, que ha puesto el acento sobre los medios de la acción
más que sobre sus fines; o bien el del redespliegue del capitalismo liberal avanzando tras su
repliegue bajo la protección del keynesismo durante los años 1930-1960; auge que ha
eliminado la alternativa comunista y que ha revalorizado el disfrute individual de bienes y
servicios (Lyotard, 1987, p.32).

El amplio despliegue del capitalismo liberal, mencionado por el autor, dirá


Lipovetsky (2000) que “no cesa de ampliar sus efectos desde la Segunda Guerra Mundial”
(p.6) y el efecto lógico de este, será una cierta fragmentación e inconsistencia de los
vínculos, que se traduce en un proceso generalizado de personalización: cada uno, librado a
sí mismo, lo que constituye a su vez una

(…) nueva manera para la sociedad de organizarse y orientarse, nuevo modo de gestionar
los comportamientos, no ya por la tiranía de los detalles sino por el mínimo de coacciones y
el máximo de elecciones privadas posible, con el mínimo de austeridad y el máximo de
deseo, con la menor represión y la mayor comprensión posible (Lipovetsky, 2000, p.p.6-7).

El panorama revela un cambio en la estructura del lazo social que va, podría decirse,
de la colectividad a la individualidad y este cambio, motivado por la desazón como afecto
generalizado hacia finales de la primera mitad del siglo pasado.

Luego de la segunda gran guerra, el mundo otrora unificado bajo los ideales de la
ciencia y el capitalismo queda escindido, al menos, en dos grandes referentes económicos y
sociales: el capitalismo, del lado de occidente, que encadena a los sujetos a modos de
consumo individualistas; y el comunismo, del lado de oriente que impone la masificación,
dejando de manifiesto que la única posibilidad de elección es la revolución o el Gulag.
Estas dos perspectivas que se erigen, ponen de manifiesto lo que ya Lacan (1963), evocaba
sobre la famosa historieta: “sobre la explotación del hombre por el hombre: definición del
capitalismo ya se sabe. ¿Y el socialismo entonces? Es lo contrario” (1963, p.739).

En occidente, la lógica del capitalismo legitimará un individualismo hedonista y


personalizado que no encuentra ninguna oposición;

(…) dicho de otro modo, la era de la revolución, del escándalo, de la esperanza futurista,
inseparable del modernismo, ha concluido. La sociedad posmoderna es aquella en que reina
la indiferencia de masa, donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en que
la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se
banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable
(Lipovetsky, 2000, p.9).

El proyecto que se pone en marcha a partir del final de la guerra, tendrá el tinte de
un capitalismo enfurecido que impone a su vez a los sujetos, un hedonismo desbordado que
reniega de la uniformidad por la que propenden los ideales modernos: “murió el optimismo
tecnológico y científico al ir acompañados los innumerables descubrimientos por el
sobrearmamento de los bloques, la degradación del medio ambiente, el abandono
acrecentado de los individuos” (Lipovetsky, 2000, p.9). Así, la renegación por el proyecto
inconcluso de la modernidad, da lugar a la constitución de una sociedad posmoderna que “no tiene
ni ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico
movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni
tragedia ni apocalipsis” (2000, p.9).

No hay pues un punto o un fin común en la posmodernidad, el lazo social se


disuelve en el individualismo. Para Lipovetsky (2000),

(…) estamos destinados a consumir, aunque sea de manera distinta, cada vez más objetos e
informaciones, deportes y viajes, formación y relaciones, música y cuidados médicos. Eso
es la sociedad posmoderna; no el más allá del consumo, sino su apoteosis, su extensión
hasta la esfera privada, hasta en la imagen y el devenir del ego llamado a conocer el des-
tino de la obsolescencia acelerada, de la movilidad, de la desestabilización. Consumo de la
propia existencia a través de la proliferación de los mass media, del ocio, de las técnicas
relacionales, el proceso de personalización genera el vacío en tecnicolor, la imprecisión
existencial en y por la abundancia de modelos, por más que estén amenizados a base de
convivencialidad, de ecologismo, de psicologismo (Lipovetzky, 2000, p.10).

La posmodernidad amplía el individualismo al diversificar las posibilidades de


elección de objetos. Anula los referentes modernos y deja manifiesta la posibilidad de una
cultura hecha a la medida del deseo (Lipovetsky, 2000). Para Lipovetsky, entonces,

(…) la sociedad posmoderna es la edad del deslizamiento, imagen deportiva que ilustra con
exactitud un tiempo en que la res pública ya no tiene una base sólida, un anclaje emocional
estable. En la actualidad las cuestiones cruciales que conciernen a la vida colectiva conocen
el mismo destino que los discos más vendidos de los hit-parades, todas las alturas se
doblegan, todo se desliza en una indiferencia relajada (Lipovetsky, 2000, p.13).

Pascal Bruckner (2002) sostiene que la segunda mitad del siglo XX, a partir del
periodo de posguerra mundial, en Europa se mostrará “un Arrebato febril un desmesurado
optimismo qué tacha de arcaísmo e incluso de obscenidad la simple mención de la
desgracia” (p.175). Los lazos sociales fragmentados son obturados a través del consumo de
objetos y la época actual impone el hedonismo y la felicidad, independiente de la voluntad
de los sujetos. Para el autor, “nuestra época ha incitado la peor de las conspiraciones contra
la infelicidad: el silencio” (p.175).

Como se dijo líneas atrás, a lo largo de la historia de la humanidad se ha procurado


hacer algo con el sufrimiento y en la modernidad el esfuerzo se centró en eliminarlo a toda
costa. No obstante, para Bruckner (2002) a partir del siglo XIX el empeño será centrado en
el rechazo del mismo a partir de la idea de que “el sufrimiento es sucio y la muerte es una
repugnante contrariedad; el siglo XIX la rechazaba en nombre de la decencia, el siglo XX
la ha rechazado en nombre del placer” (p.176).

Puede reiterarse, para concluir, un asunto ya dicho: la civilización ha implicado en


cada momento de la historia una gran movilización de esfuerzos para resolver el
sufrimiento. La antigüedad lo refutó, la edad media lo exaltó, la modernidad buscó
eliminarlo; pero, ¿qué decir de los tiempos actuales? Quizá los objetos que consumimos
compulsivamente a diario, nos permitan vivir intentando negarlo. “Huimos de él como de la
peste, ni siquiera queremos considerar la idea de que exista” (Bruckner, 2002, p.175).
Referencias

Bruckner, P. (2002). La euforia perpetua. Barcelona: Tusquets.

Freud, S. (1915/2008). Pulsiones y destinos de pulsión (1915). En J.L Etcheverry (Traduc.), obras
completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1930/2008). El malestar en la cultura. En J.L Etcheverry (Traduc.), obras completas:


Sigmund Freud (Vol. 21). Buenos Aires: Amorrortu.

Lacan, J. (1970/1993). Radiofonía. En O. Masotta y O. Gimeno-Grendi (Traduc.), Psicoanálisis,


radiofonía y televisión. Barcelona: Anagrama.

Lacan, J. (1970/2008). El seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (2009/1963). Kant con Sade. México: Siglo XXI.

Lipovetsky, G. (2000). La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona:
Anagrama.

Lyotard, J. F. (1987). La condición postmoderna. Madrid: Catedra.

Lyotard, J. F. (1987). La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Gedisa.

Ruiz, M. A. (1995). La naturaleza social del hombre. Pensamiento humanista, 8-20.

Soler, C. (1998). Síntomas. Santafé de Bogotá: Asociación del campo freudiano de Colombia.

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