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Reflexiones sobre la
posmodernidad y el discurso capitalista
En el mundo antiguo, serán los mitos los que comandarán el lazo social y esta
perspectiva se mantendrá hasta el advenimiento en Grecia, aproximadamente entre los
Psicólogo Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Psicoanalista. Magíster en psicología y salud
mental Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Estudiante del doctorado en psicoanálisis Universidad
de Antioquia, Medellín. Profesor facultad de psicología Universidad de San Buenaventura, Medellín. Profesor
Universidad Eafit, Medellín.
Contacto: juanjomt@gmail.com
siglos VI y V antes de Cristo, de las ideas de los llamados naturalistas, con quienes
empezará el ser humano a responder al enigma del origen de la naturaleza a través de sus
facultades racionales, lo que produce un viraje hacia una perspectiva que reconocemos con
el nombre de Logos.
Así, “al afirmar la razón como hilo conductor de los asuntos humanos, se instala un
ideal de socialización, una manera de concebir las relaciones entre los socios, una forma
inmanente del ejercicio del poder que, por supuesto, sirve de estrategia en la formación de
los hombres” (Ruiz, 1995).
Una criatura de Dios, hecho según su imagen y semejanza. (…) Encontramos pues qué el
hombre es de naturaleza divina, esto es, que tiene a Dios como su origen (su donde) y como
su fin (su a donde). La cuestión metafísica del ens creatum queda legitimada en el momento
que se estima que entre el hombre y Dios existen relaciones de filiación y en consecuencia
entre los hombres relaciones de fraternidad. La sociedad entonces es el conjunto de los hijos
de Dios qué peregrinando por la Tierra animados por la fe en el único Dios, caminan hacia
la Ciudad de Dios (Ruiz, 1995, p. 12).
Pudiera decirse, en primera instancia, que las guerras mundiales producen un efecto
desgarrador en el panorama mundial: la ciencia que ha sido idealizada y que ha soportado
simbólicamente al hombre desde el siglo XVII, aquella que con Comte en el XIX promueve
la superación de las limitaciones humanas, tecnifica la guerra y masifica el horror que esta
produce, pues durante la primera mitad del siglo XX la cantidad de muertos de las grandes
conflagraciones excedió las proporciones de cualquier otra guerra en la historia y logró
elevarse, como culmen del desarrollo de la civilización humana, la fusión nuclear y con
ella, la bomba atómica. Lo que quedará en el mundo, a partir de la segunda mitad del siglo
XX a diferencia de los otros momentos históricos, es la caída del ideal de la época, sin otro
referente simbólico que lo sustituya y en consecuencia, los lazos sociales se fragmentarán y
dispersarán.
El hartazgo que se produce, conduce a su vez a que los ideales caigan. Se da lugar a
una desazón generalizada, “las «identificaciones» con los grandes nombres, los héroes de la
historia actual, se hacen más difíciles” (Lyotard, 1987, p.15) y en este sentido, cada uno se
ve remitido a sí mismo y “de esta descomposición de los grandes Relatos, (…), se sigue eso
que algunos analizan como la disolución del lazo social y el paso de las colectividades
sociales al estado de una masa compuesta de átomos individuales lanzados a un absurdo
movimiento browniano” (Lyotard, 1987, p.15).
El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya
asignado (…).
Se puede ver en esa decadencia de los relatos un efecto del auge de técnicas y tecnologías a
partir de la Segunda Guerra Mundial, que ha puesto el acento sobre los medios de la acción
más que sobre sus fines; o bien el del redespliegue del capitalismo liberal avanzando tras su
repliegue bajo la protección del keynesismo durante los años 1930-1960; auge que ha
eliminado la alternativa comunista y que ha revalorizado el disfrute individual de bienes y
servicios (Lyotard, 1987, p.32).
(…) nueva manera para la sociedad de organizarse y orientarse, nuevo modo de gestionar
los comportamientos, no ya por la tiranía de los detalles sino por el mínimo de coacciones y
el máximo de elecciones privadas posible, con el mínimo de austeridad y el máximo de
deseo, con la menor represión y la mayor comprensión posible (Lipovetsky, 2000, p.p.6-7).
El panorama revela un cambio en la estructura del lazo social que va, podría decirse,
de la colectividad a la individualidad y este cambio, motivado por la desazón como afecto
generalizado hacia finales de la primera mitad del siglo pasado.
Luego de la segunda gran guerra, el mundo otrora unificado bajo los ideales de la
ciencia y el capitalismo queda escindido, al menos, en dos grandes referentes económicos y
sociales: el capitalismo, del lado de occidente, que encadena a los sujetos a modos de
consumo individualistas; y el comunismo, del lado de oriente que impone la masificación,
dejando de manifiesto que la única posibilidad de elección es la revolución o el Gulag.
Estas dos perspectivas que se erigen, ponen de manifiesto lo que ya Lacan (1963), evocaba
sobre la famosa historieta: “sobre la explotación del hombre por el hombre: definición del
capitalismo ya se sabe. ¿Y el socialismo entonces? Es lo contrario” (1963, p.739).
(…) dicho de otro modo, la era de la revolución, del escándalo, de la esperanza futurista,
inseparable del modernismo, ha concluido. La sociedad posmoderna es aquella en que reina
la indiferencia de masa, donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en que
la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se
banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable
(Lipovetsky, 2000, p.9).
El proyecto que se pone en marcha a partir del final de la guerra, tendrá el tinte de
un capitalismo enfurecido que impone a su vez a los sujetos, un hedonismo desbordado que
reniega de la uniformidad por la que propenden los ideales modernos: “murió el optimismo
tecnológico y científico al ir acompañados los innumerables descubrimientos por el
sobrearmamento de los bloques, la degradación del medio ambiente, el abandono
acrecentado de los individuos” (Lipovetsky, 2000, p.9). Así, la renegación por el proyecto
inconcluso de la modernidad, da lugar a la constitución de una sociedad posmoderna que “no tiene
ni ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico
movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni
tragedia ni apocalipsis” (2000, p.9).
(…) estamos destinados a consumir, aunque sea de manera distinta, cada vez más objetos e
informaciones, deportes y viajes, formación y relaciones, música y cuidados médicos. Eso
es la sociedad posmoderna; no el más allá del consumo, sino su apoteosis, su extensión
hasta la esfera privada, hasta en la imagen y el devenir del ego llamado a conocer el des-
tino de la obsolescencia acelerada, de la movilidad, de la desestabilización. Consumo de la
propia existencia a través de la proliferación de los mass media, del ocio, de las técnicas
relacionales, el proceso de personalización genera el vacío en tecnicolor, la imprecisión
existencial en y por la abundancia de modelos, por más que estén amenizados a base de
convivencialidad, de ecologismo, de psicologismo (Lipovetzky, 2000, p.10).
(…) la sociedad posmoderna es la edad del deslizamiento, imagen deportiva que ilustra con
exactitud un tiempo en que la res pública ya no tiene una base sólida, un anclaje emocional
estable. En la actualidad las cuestiones cruciales que conciernen a la vida colectiva conocen
el mismo destino que los discos más vendidos de los hit-parades, todas las alturas se
doblegan, todo se desliza en una indiferencia relajada (Lipovetsky, 2000, p.13).
Pascal Bruckner (2002) sostiene que la segunda mitad del siglo XX, a partir del
periodo de posguerra mundial, en Europa se mostrará “un Arrebato febril un desmesurado
optimismo qué tacha de arcaísmo e incluso de obscenidad la simple mención de la
desgracia” (p.175). Los lazos sociales fragmentados son obturados a través del consumo de
objetos y la época actual impone el hedonismo y la felicidad, independiente de la voluntad
de los sujetos. Para el autor, “nuestra época ha incitado la peor de las conspiraciones contra
la infelicidad: el silencio” (p.175).
Freud, S. (1915/2008). Pulsiones y destinos de pulsión (1915). En J.L Etcheverry (Traduc.), obras
completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu.
Lacan, J. (1970/2008). El seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
Lipovetsky, G. (2000). La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona:
Anagrama.
Soler, C. (1998). Síntomas. Santafé de Bogotá: Asociación del campo freudiano de Colombia.