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ACTIVIDAD FILOSÓFICA N° 4
GRADO 10_____.
Por estos días, solemos recordar a las víctimas del peor evento de la humanidad: el
Holocausto. En mi caso, son recurrentes los pensamientos sobre los 1,5 millones de niños
asesinados y el encierro que tuvo que atravesar Ana Frank, una niña que, a través de su
diario y pese a no haber sobrevivido a la guerra, dejó una huella en la historia.
Ana Frank pasó más de dos años de su vida escondida en una pequeña estantería junto con
otras siete personas, de las cuales solo sobrevivió su padre. De ese encierro hay mucho que
aprender, sobre todo de su manera de apreciar el entorno y de cómo atravesaba cada día, a
pesar de que la muerte era la mayor de las posibilidades. No se trataba de protegerse de una
enfermedad: la lucha era contra la maquinaria nazi. Todo transcurría alrededor del hambre,
la insalubridad, la oscuridad y sin conexión con el mundo exterior.
A pesar de las adversidades, Ana Frank escribía: “Siempre y cuando exista este sol y este
cielo sin nubes, y siempre que pueda disfrutar de ellos, ¿cómo podría estar triste?”. Un sol y
un cielo que solo eran imaginarios.
Ana Frank nunca dejó de soñar, al igual que millones de personas encerradas en los campos
de exterminio. Allí, los violines, los pianos y el estudio no se abandonaron. La
preocupación de muchos se centraba en saber si alguien se enteraría de sus muertes y, a
pesar de eso, seguían teniendo optimismo.
Ahora, nosotros estamos en medio de una cuarentena, pero la mayoría con plenas
comodidades, con acceso a la tecnología, comida, servicios básicos y grandes distracciones.
Sin embargo, muchos parecen estar desesperados: ya no aguantan que el mundo se haya
detenido por unos instantes a pesar de que, en algún momento, esto pasará.
Sin querer banalizar lo trascendente del Holocausto, la oportunidad es propicia para poder
apreciar nuestra cuarentena desde una verdadera perspectiva, y pensar en aquellos que, con
pocas chances de sobrevivir, sobrellevaron con esperanza sus días en los pasillos de la
muerte.
Hoy, todos estamos valorando como nunca antes a nuestras familias y amigos. Extrañamos
el roce, los abrazos y el contacto presencial. Sin embargo, anhelo que, al término de esta
pesadilla, no sigamos en un mundo donde se nos condicione por el pasaporte, por nuestra
situación económica u origen. Sino que vivamos en uno donde respetemos nuestras
diferencias y consideremos a la naturaleza, asumiendo que, a mi parecer, hemos traicionado
nuestra propia humanidad.