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MARCO TEÓRICO
ESTADO:
El concepto de Estado difiere según los autores,3 pero algunos de ellos definen el
Estado como el conjunto de instituciones que poseen la autoridad y potestad para
establecer las normas que regulan una sociedad, teniendo soberanía interna y externa
sobre un territorio determinado. Max Weber, en 1919, define el Estado moderno como
una "asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de
monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de
dominación y que, con este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de
sus dirigentes y ha expropiado a todos los seres humanos que antes disponían de
ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas”.4 Por
ello se hallan dentro del Estado instituciones tales como las fuerzas armadas, la
administración pública, los tribunales y la policía, asumiendo pues el Estado las
funciones de defensa, gobernación, justicia, seguridad y otras, como las relaciones
exteriores.
Probablemente la definición más clásica de Estado, fue la citada por el jurista alemán
Hermann Heller que define al Estado como una "unidad de dominación, independiente
en lo exterior e interior, que actúa de modo continuo, con medios de poder propios, y
claramente delimitado en lo personal y territorial". Además, el autor define que sólo se
puede hablar de Estado como una construcción propia de las monarquías absolutas
(ver monarquía absoluta) del siglo xv, de la Edad Moderna. "No hay Estado en la Edad
Antigua", señala el autor. Asimismo, como evolución del concepto se ha desarrollado
el "Estado de Derecho" por el que se incluyen dentro de la organización estatal
aquellas resultantes del imperio de la ley y la división de poderes (ejecutivo, legislativo
y judicial) y otras funciones, como la emisión de moneda propia.
MONEDA:
El dinero emitido por un Estado o por el banco central de un Estado y que se reconoce
como la moneda de curso legal del país. Entre otros ejemplos cabe incluir el dólar de
EE.UU., el yen japonés y el peso mexicano. En algunos casos, un grupo de naciones
puede emplear una moneda común. La unidad monetaria de la Unión Europea (euro)
es el mejor ejemplo de esto.
Los medios de cambio y el dinero surgen ante nosotros como fenómenos de mercado.
Es el actuar de la gente en la esfera del mercado, lo que concede a un cierto objeto
condición de medio de cambio y de dinero. No obstante, el Estado tiene que ocuparse
del dinero por lo mismo que ha de pronunciarse, en el caso de cualquier convenio,
cuando acude al Estado una de las partes pidiendo que se obligue a la otra parte al
estricto cumplimiento de lo pactado. Cuando las obligaciones de una o ambas partes
han sido objeto de postergación, el Estado muchas veces se ha de pronunciar en torno
a cómo deba ser interpretado y cumplido el pacto inicial. Es por eso que, tratándose de
prestaciones monetarias, el Estado se ve obligado a ocuparse del dinero para, con
fundamento, poder dictaminar acerca de la trascendencia y efectos de los
correspondientes términos contractuales. En tales supuestos, compete al Estado
precisar el significado de las diferentes expresiones monetarias y declarar cómo debe
cumplirse correctamente lo concertado, en cada caso. Es función del Estado
establecer qué monedas gozan del poder de cancelar una obligación. Sin embargo, tal
función no supone que el Estado sea el creador de dinero. Porque un cierto objeto solo
llega a ser dinero cuando la gente efectivamente lo utiliza como medio de cambio en
sus transacciones comerciales. El Estado, bajo una economía de mercado, al
reconocer curso legal a determinado medio de cambio, de modo oficial sanciona lo
que gente, con sus usos y costumbres, ya anteriormente estableció. El Estado
interpreta el significado de las expresiones monetarias del mismo modo que fija el
sentido de los términos utilizados por las partes en sus demás conciertos
contractuales. La acuñación de monedas siempre fue privilegio reservado al Estado.
Sin embargo, la función del Estado en tal materia, inicialmente, se limitaba a certificar
el peso y la ley de las monedas. Tales circunstancias eran las únicas que el sello
oficial pretendía garantizar. Más tarde cuando el Estado se lanzó a envilecer la
moneda, rebajando su ley mediante la sustitución de parte del oro por cobre, actuaba
siempre a escondidas, conscientes de que realizaba una operación fraudulenta en
perjuicio de la gente. Porque en cuanto la gente se daba cuenta de las mencionadas
manipulaciones, menospreciaban las nuevas monedas envilecidas con respecto a las
antiguas monedas, siendo estas monedas antiguas valoradas en más por el mercado
que aquellas monedas nuevas envilecidas. Entonces, el Estado apelaba a la amenaza
y la violencia. Se declaraba delictivo discriminar entre la moneda «mala» y la moneda
«buena» con motivo de pagos y transacciones, decretándose precios máximos para
las compras efectuadas con la moneda «mala». Sin embargo, los efectos así
provocados no eran nunca los efectos que el Estado deseaba. Las disposiciones
estatales no impedían que la gente acomodará los precios cifrados en la moneda mala
a la prevaleciente relación monetaria. Y, de inmediato, la ley de Gresham comenzaba
a operar. Pero las relaciones del Estado con el dinero, a lo largo de la historia, no han
consistido solo en prácticas degradantes de la moneda y en fracasados intentos por
evitar las inevitables consecuencias de tal proceder. Hubo también gobernantes que
no quisieron ver en su privilegio de acuñar monedas un mecanismo para estafar a
aquella.
gente que confiaba en ellos y que, por tanto, ignorantes, admitían a la par la moneda
«mala» y la moneda «buena». Tales gobernantes no consideraban la acuñación
monetaria como oculta y escondida fuente de ingreso fiscal, sino como servicio público
destinado a asegurar la buena marcha del mercado. Pero, aun esos mismos
gobernantes, por afición, por falta de preparación técnica, sin ellos mismos
proponérselos, adoptaron medidas que equivalían a interferir la estructura de precios.
Creyeron, al encontrarse con que el mercado empleaba como dinero el oro y la plata,
que debían establecer un tipo fijo de intercambio entre el oro y la plata. Tal
bimetalismo fue un fracaso. No se logró implantar un verdadero sistema bimetálico,
operándose, por el contrario, a base de un patrón alternante. Aquel metal que la
tasación gubernamental sobrevalorada, con respecto al cambiante precio de mercado
del oro o de la plata, era el único metal que la gente manejaba, desapareciendo el otro
metal de la circulación nacional. Los gobernantes abandonaron sus inútiles proyectos
bimetálicos, implantando el monometalismo. Sin embargo, las disposiciones que el
gobierno ha adoptado, en relación con la plata, en diversas épocas, no pueden ser
consideradas como auténticas medidas de políticas monetarias. Lo único que se
pretendía con esas disposiciones era elevar el precio de la plata en beneficio de los
dueños de las minas de plata, de sus trabajadores y de los países en que aquellas
minas de plata se hallaban ubicadas. Era un mal disimulado subsidio. Su
trascendencia monetaria se limitaba al hecho de que implicaba la creación de
adicionales billetes de banco. Estos billetes llevaban la inscripción «certificado de
plata», pero, por lo demás, eran iguales a los billetes emitidos por el Banco Central.
Pese a que los gobiernos siempre han sido aficionados a la arbitrariedad monetaria,
no han faltado gobiernos capaces de implantar fecundas medidas, dotando así al
mercado de un eficaz sistema monetario. La economía de mercado no pretendió
sustraer al gobierno su privilegio de acuñación. Sin embargo, tal privilegio varió de
signo cuando fue ejercida por políticos responsables. Estos políticos responsables
dejaron de considerar dicho monopolio estatal como instrumento de intervención
económica. Ya no se utilizó el monopolio estatal ni como fuente de ingresos fiscales ni
tampoco para favorecer a unos en perjuicio de otros. La política monetaria tendía tan
solo a facilitar y simplificar la utilización de aquel medio de cambio que la conducta de
la gente elevara a la categoría de dinero. Todos convenían en la trascendencia de
mantener la moneda sana y estable. A tal fin, la moneda legal, es decir, aquella
moneda a la que reglamentariamente se reconocía pleno Poder para cancelar deudas,
había de confeccionarse partiendo de barras de oro convenientemente contrastadas;
las monedas eran de peso prefijado e invariable y acuñadas de manera que fuera fácil
advertir la reducción de su volumen o cualquier otro fraude. El sello estatal asumía la
función de garantizar el peso y la ley de la moneda. Las monedas desgastadas eran
retiradas de la circulación. Quien recibía moneda de curso legal en buen uso no tenía
necesidad de recurrir a la balanza o al crisol para reconocer su contenido de oro. Por
lo demás, cualquiera podía acudir a la casa de la moneda con barras de oro y
conseguir su transformación en moneda legal, sin gasto o cargándosele el costo de la
operación. Fue así como una serie de monedas nacionales llegaron a ser auténticas
monedas de oro. Quedaron con ello estabilizados entre sí las monedas de todos
aquellos países que habían adoptado idénticos principios. El patrón oro de ámbito
internacional quedó implantado sin necesidad de tratados internacionales.
El Banco Central de reserva del Perú tiene como una de sus funciones la emisión de
billetes y monedas, de modo tal que se garantice la provisión de efectivo en cantidad y
calidad adecuadas. Para ello, realiza una programación que considera la demanda de
numerario por cada denominación, a fin de facilitar la fluidez de las transacciones en
efectivo que realice el público.
De otro lado, con la finalidad de dar a conocer los elementos de seguridad de nuestros
billetes y monedas, el Banco Central realiza actividades de difusión, principalmente a
través de charlas gratuitas dirigidas al público en general y al personal de empresas
financieras y comerciales.