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Por Aseret
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Introducción
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El día anterior
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-Te quiero, Xena-susurró Gabrielle, mientras notaba que sus ojos se
cerraban; más por la agradable sensación de estar pegada a su guerrera,
que por el cansancio en sí.
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sueño" se dijo la bardo, pero para cuando abrió los ojos, se encontró a la
guerrera de espaldas a ella. "¿Lo habré soñado todo, o acaso...?" se
preguntó la bardo; pero pronto su mente se impuso a lo que su corazón
anhelaba que fuera cierto. "No. ¡No, eso es imposible! Ella sólo me ve como
su amiga... Nunca seré nada más para ella..." la crudeza de esta verdad (lo
que ella creía la verdad), se atenazó a su corazón, y sintió que las lágrimas
resbalaban por sus mejillas. Se dio la vuelta y trató de dormir. Ninguna de
las dos supo que la otra se hallaba como ella... con el corazón oprimido por
el dolor de no poderle decir a tu alma gemela que la amas más que a nada
en el mundo.
Presente
-¡No!-exclamó la guerrera.
Por otro lado, la tormenta avanzaba cada vez más hacia ellas, más rápido
de lo que creían, las alcanzaría en cualquier momento.
-Ah, vale; ahora tú eres doña perfecta y yo una completa tonta que no
sabe lo que hace... -no sabía porque la estaba tratando así; ella no tenía la
culpa, ni se lo merecía... pero se sentía tan furiosa. Furiosa consigo misma
por no poder contener sus sentimientos... porque Gabrielle tenía razón,
porque era culpa suya que la tormenta se les echara encima.
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De pronto un relámpago iluminó el cielo... Argo se agitó y, a duras penas,
Xena consiguió controlarla e impedir que se desbocara.
Lo que vio la dejó aterrada: Gabrielle yacía sobre el camino, inmóvil, boca
abajo. La guerrera, se quedó helada... tardó unos segundos en reaccionar.
Sin tiempo que perder, Xena llamó a Argo; el animal, aunque estaba
asustado, no dejaba de entender que, en aquellos momentos, su ayuda era
crucial para ambas. Así que, rápidamente se acercó a su dueña; quien,
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primero subió a Gabrielle, boca abajo y después subió ella. Así, con una
mano en las riendas y la otra sujetando a Gabrielle para que no cayera, la
guerrera fue en busca de refugio.
Gabrielle sintió que poco a poco los sentidos volvían a ella. Sus ojos se
fueron abriendo, para ver sólo formas borrosas... cuando de nuevo se
acostumbraron a la escasa luz, vio que se hallaba en una especie de cueva,
cubierta por una manta. Cerca de donde se hallaba, chisporroteaba una
pequeña hoguera; pero no había ni rastro de la guerrera.
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tranquila... ya pasó-le susurraba mientras pasaba su mano por su espalda,
en un intento de calmarla-. Tú no tienes la culpa, Xena.
La guerrera se había ido calmando, aunque todavía se oía algún que otro
sorbetón apagado.
-Porque yo...-la bardo sentía que era el momento de revelarle lo que había
en su corazón, pero tenía tanto miedo...
-Al principio te quería como a una amiga, pero esos sentimientos han
cambiado...-la guerrera, empezaba a comprender lo que la bardo quería
decirle, sintió que se le cortaba la respiración-. Lo cierto es que estoy...
enamorada de ti... desde hace mucho tiempo. Xena, yo... te amo.
Xena estaba sin habla, tanto tiempo deseando ese momento... y, ahora que
había llegado, se encontraba sin saber qué hacer o decir.
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Gabrielle, sintiendo el silencio de Xena como puñaladas en su corazón, se
levantó y se dirigió hacia donde se hallaban sus pertenencias, con la
intención de recogerlas.
Xena, al reaccionar por fin, fue tras la bardo pasando sus brazos por su
cintura, frenando sus movimientos.
-¿Por qué? Ya sabes lo que siento por ti, ¿no es cierto?-dijo la bardo, con
tristeza.
Xena, aún con los ojos cerrados por las lágrimas, sintió la mano de
Gabrielle en su rostro. Abrió sus ojos y miró a su alma gemela, que le
sonreía entre lágrimas. Se miraron a los ojos; ya no había barreras entre
ellas... ya no había dudas de lo que ambas sentían la una por la otra.
-Gabrielle...-susurró la morena.
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-Perdóname por no habértelo dicho antes-continuó la bardo, sin poder
retener las lágrimas-. Tenía tanto miedo de...-la guerrera la estrechó aún
más contra ella y apoyó su cabeza sobre la de la bardo.
-No, mi amor-Xena, sintió que se derretía al oírla llamarla así-. Es sólo que
me parece un sueño como tantos que he tenido... Siempre soñaba contigo,
¿sabes?
Esto último lo había dicho, mirándola con una sonrisa seductora, que hizo
que la bardo sonriera con una sonrisa encantadora.
-Se me ocurre una cosa-susurró contra sus labios antes de unirlos a los
suyos. Los ojos de ambas se cerraron y Xena la estrechó con fuerza,
apretándola contra su cuerpo.
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entrada de la cueva iluminada por los relámpagos, parecía haber una
extraña luminosidad que provenía de las entrañas de la cueva.
-Xena, ¿me has traído hasta aquí sólo para mostrarme que Argo está bien?-
preguntó la bardo, mientras acariciaba la cabeza de la yegua, que resopló
de contento.
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-Entre otras cosas-dijo la guerrera enigmáticamente, dirigiendo una mirada
hacia la grieta que había más adelante-. Me dijiste que confiabas en mí,
¿cierto?
Xena procedió a quitarse todo lo que pudiera estorbarla para pasar por la
estrecha abertura. Se quitó la armadura, quedando con su traje de cuero;
la espada quedó abandonada junto a la armadura, así como los brazaletes.
-Deja aquí los sais, Gabrielle-le dijo la guerrera-; no los necesitarás ahí
dentro.
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antes. A pesar de la tormenta un simple rayo de sol que se filtrara a través
de las grietas que se observaban en el techo de la cueva, era rápidamente
multiplicado por los múltiples cristales. Gabrielle no sabía qué era lo que
más la impresionaba: si esto, o el manantial natural que se hallaba en el
centro de la cueva.
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La bardo asintió y se dispuso a escuchar a la guerrera. Cerrando sus ojos
por un segundo, apartando la tristeza que le producía recordar o hablar de
su hermano, Xena comenzó su relato:
-De las veces que íbamos a pescar al estanque mis hermanos y yo, una vez
nos pilló una tormenta; así que buscamos refugio en una cueva. Nos llamó
la atención una extraña luminosidad que brillaba en lo que parecía el fondo
de la cueva. Aunque con algo de miedo, fuimos a investigar; descubrimos
el pasadizo que hemos atravesado antes y llegamos aquí. Al igual que a ti,
también nos impresionaron las paredes de cristal y el modo en que el sol se
refleja en ellas, así como el manantial...
-Xena...-susurró la bardo-Gracias.
-Shhhh-la calló la bardo, poniendo dos de sus dedos sobre los labios de la
guerrera-eso es agua pasada... Gracias por abrirme tu corazón y dejarme
entrar en él.
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-De nada-susurró la guerrera, besando su frente, con lágrimas en los ojos-.
Gracias a ti también, por brindarme tu amistad y tu amor... aún cuando no
creía merecerlos.
Sus labios se unían una y otra vez en un beso tras otro; la lengua de la
guerrera chocó contra unos labios que se abrieron apresuradamente para
ella. Las manos de la rubia se enredaron en su sedoso pelo negro, no
queriendo dejarla ir. La guerrera la aprisionó contra la pared de la cueva,
mientras iniciaba una lenta exploración de la boca de la rubia. Ambas se
estaban excitando cada vez más, sus mutuos gemidos eran prueba
indiscutible de ello. Sin poder contenerse, la morena subió una mano
acariciando el costado de la bardo hasta dejarla descansando en su cuello.
La bardo gimió en su boca, apretándose más contra ella.
Antes de que pudieran llegar más lejos la morena se apartó, acariciando
dulcemente el rostro de la rubia.
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Juntas se dirigieron al manantial, y comenzaron a desvestirse. Las botas de
ambas fueron las primeras en quedar abandonadas cerca del borde.
La guerrera se despojó de su traje de cuero, sacándolo por encima de los
hombros, para después hacer lo mismo con la ropa interior. Había
abandonado la prenda en el suelo cuando se percató de la ardiente mirada
sobre su cuerpo. Alzó la vista y se encontró con unos relucientes ojos
verdes que la observaban, como si quisieran grabarla en su retina.
La bardo no daba crédito a sus ojos, no es que fuera la primera vez que
veía a Xena desnuda, pero sí que era la primera vez que podía hacerlo no
como amiga sino como amante. Había comenzado a desatar su top pero, al
ver a la guerrera en toda su belleza, se había quedado como petrificada.
Unos tímidos ojos verdes se encontraron con unos ardientes ojos azules
prendidos de ella; aunque todavía seguía sonrojada, el rostro de la bardo
se iluminó con una brillante sonrisa que dejó de lado su timidez.
Ambas se miraron por unos segundos, podían sentir el profundo amor que
compartían cada una en los ojos de la otra. Se acercaron para fundirse de
nuevo en un beso, cuando algo llamó la atención del fino oído de la
guerrera.
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-Xena-la llamó la bardo, la guerrera se detuvo y se volvió hacia ella-; ten
cuidado.
Una vez que la guerrera hubo salido, la bardo salió del manantial y se
quedó contemplando la grieta por donde había salido la guerrera. La
inquietud se manifestaba claramente en su rostro. Quería llamarla, saber si
estaba bien; pero la guerrera le había dejado bien claro lo que tenía que
hacer, desobedecerla sólo complicaría las cosas.
Pero no oía ruido de lucha, ni del entrechocar de las espadas; supuso que
eso era bueno.
Al poco Xena veía a su bardo salir por la grieta llevando en un brazo la ropa
de ambas, y en la otra sus botas.
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-Menos mal-suspiró Gabrielle, entonces se percató de que ambas aún
estaba desnudas. Desnudas y empapadas.
-Xena será mejor que nos sequemos y vistamos antes de que pillemos un
catarro-dijo Gabrielle.
-¿Sí?-respondió la guerrera.
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Sus labios se encontraron de nuevo con amor, con pasión, con deseo...
unas lenguas ansiosas por reunirse de nuevo compartieron todos sus
secretos; Gabrielle ni siquiera se dio cuenta de cuándo acabó tumbada con
Xena encima de ella, la manta cayendo olvidada, sin dejar de besarse.
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La guerrera besó sus cejas, sus mejillas encendidas de pasión y sus labios
calientes e hinchados de deseo. Gabrielle había cerrado sus ojos y
respiraba agitada, sus manos acariciando la espalda de la morena. Cuando
la boca de la guerrera encontró su cuello, la bardo se estremeció de placer.
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-Xena... por favor-gimió la rubia, que no creía poder aguantar mucho más.
Gabrielle iba a responder, pero una suave presión contra su centro obnubiló
todos sus pensamientos. Gimió, más alto esta vez, y sus manos se
aferraron a la espalda de Xena.
Una rápida maniobra de Xena hizo que sus centros de placer entraran en
contacto lo que provocó que a ambas se les arqueara la espalda por la
sensación.
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La guerrera se desplomó exhausta sobre su amante bardo, quien la abrazó
con las pocas fuerzas que pudo reunir. Ambas jadeaban, sintiendo que el
corazón se les quería saltar del pecho; la bardo comenzó a acariciar
suavemente la espalda de su amante, podía sentir la respiración agitada de
ésta contra su cuello. Al cabo de unos minutos la guerrera recuperó el
aliento y se separó para mirarla a los ojos; iba a decir algo pero no pudo
porque la bardo puso una mano en su cuello y la atrajo para un ardiente
beso.
-¿Estás bien?-susurró la morena, al ver una lágrima errante que bajaba por
su mejilla-. ¿Te... te hice daño?
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tomaba...-ahora la que cerró los ojos con dolor fue la rubia-. Esa noche
pensé en ti... te imaginé a ti, amándome.
La bardo seguía con los ojos cerrados, cuando sintió una lágrima caer sobre
su hombro. Abrió los ojos y vio que la guerrera estaba llorando en silencio.
La mano de la guerrera subió para acariciar su rostro; a la guerrera le
temblaban los labios, quería hablar, reconfortarla, pero las palabras se
negaban a salir de su garganta.
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Ambas se reunieron en el mundo de los sueños, con la seguridad de estar
más unidas que nunca y que nada ni nadie las podría separar.
Y cuando la luz del amanecer inundó la cueva, las sorprendió aún
abrazadas.
FIN
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