COLABORADOR QUIERE CAPACITARSE Y LA EMPRSA NECESITA CAPACITARLO
Cuando era niño, jugaba como cualquier muchacho de mi generación; jugaba cualquier deporte en cualquier parte: beisbol en un terreno baldío, basquetbol en la calle frente a la casa de un amigo, futbol en el estacionamiento del edificio donde vivía, en fin… y así aprendí a jugar. Siempre fui amante del beisbol, del básquet, incuso del voleibol muy por encima del fútbol, pero estudiando en un colegio religioso, agustino específicamente, de curas que provenían de España directamente, el futbol era el deporte principal, que se respiraba en cada rincón, en cada recreo, en cada viernes, en cada día libre, en cada pensamiento que nos surgía al finalizar cada clase, donde nos imaginábamos ya corriendo detrás de un balón, y haciendo el gol de nuestras vidas. A pesar de que era amante de otros deportes, como bien les mencioné, quiero detenerme en el fútbol por un motivo, y es el que me trae justamente a escribir este artículo: el aprendizaje. El fútbol lo aprendí gracias, tanto a mis compañeros de escuela como a mis vecinos, sumado a las transmisiones de los partidos de la liga italiana, o cualquiera de los mundiales que tuve el placer de ver a través de la TV. ¿Cómo hice esto? Viendo, observando, intentando, experimentando y, sobretodo, disfrutando. Al día de hoy hago una retrospección y puedo decir que mejoré muchísimo, de no tener idea de lo que era el fútbol a llegar al nivel que logré, de verdad que aprendí. Ahora, si le preguntamos a mis compañeros, muchos de ellos integrantes de equipos colegiales en esa época, probablemente no compartan ese mismo optimismo sobre mis cualidades futbolísticas, jajajajaja!!!!! porque siempre fui el que menos jugaba. Pero para mi, el desempeño era sobresaliente, y “a puro pulmón” como se dice, pero les confieso que me hubiera gustado entrar a una academia, con un entrenador y que me enseñara, y me entrenara, y así poder tener mayores habilidades y competencias, e integrar uno de esos equipos que competían a nivel de escuelas y academias, y estar a la par de mis amigos. ¿Por qué les cuento esta historia, dirán uds.? porque en estos días, en uno de mis talleres de formación para líderes, estábamos conversando sobre el desarrollo de talento, el papel determinante que tienen las organizaciones en el aprendizaje de sus colaboradores; y si bien es cierto, cada uno de nosotros es responsable de sus crecimiento y desarrollo, como lo hice yo con el futbol para poder disfrutar de ese deporte junto con mis compañeros, las organizaciones necesitan tener personal cada vez mas capaz para poder ser mas competitivos en el mercado, por ende, necesitan personal que realice su trabajo cada vez mejor. En síntesis, tanto el colaborador como la empresa son responsables de que las personas desarrollen su talento. Hagamos un ejercicio, imaginemos la siguiente escena: un colaborador que llega a la organización, con título universitario, con vasta experiencia en cargos similares, pero sin el conocimiento de los proceso internos de la organización. ¿Qué necesita él? Aprender, ¿Qué necesita la empresa? Que aprenda. A este individuo se le invita a su respectiva sesión de inducción corporativa, que dura entre 1 y 2 días según la empresa (incluso menos) y, por supuesto, su respectiva inducción técnica o en el puesto de trabajo. Luego, este mismo individuo autosuficiente, proactivo, con un liderazgo personal envidiable y apasionado por su trabajo, comienza a observar el trabajo de sus compañeros, y empieza a aprender las buenas prácticas, por supuesto, pero también las malas, y se va formando en su nuevo rol “a puro pulmón”. Con el tiempo, y según su propia percepción, llega a tener un desempeño sobresaliente producto del nivel de mejora que ha tenido desde que entró hasta ese momento; sin embargo, esa percepción no es compartida por el resto de la organización: jefes, compañeros, subalternos. Volviendo a mi experiencia con el futbol, a pesar de que siempre consideré que había aprendido muchísimo, también sabía que no era de los mejores, pero, y esto es un ejercicio reflexivo que estoy realizando a la hora de redactar este artículo, creo que como lo que buscaba era jugar, divertirme y hacer lo que me gustaba, no me enfocaba en mi brecha como jugador. No creo que sea una oda a la mediocridad, o el discurso de lo importante es competir, porque siempre he sido muy competitivo y cuando juego, que aún lo hago, busco ganar y hacer las cosas cada vez mejor, pero me refiero a que siempre había una revancha, podíamos contar con el buen desempeño del equipo, con ese compañero estrella que nos permitía ganar, con la suerte que nos permitía ganar o mejor aún, me permitía contribuir a la victoria con algún gol o alguna buena jugada, incluso con los errores y desaciertos del equipo contrario, en fin, podíamos ganar y también podíamos perder o mejor dicho, ganábamos y perdíamos, pero siempre con la satisfacción de haber hecho nuestro mejor esfuerzo y disfrutando lo que nos gustaba hacer. En la organización la cosa cambia, y cambia sustancialmente; existen objetivos que hay que cumplir, resultados que hay que lograr y metas a las que hay que llegar, por lo que no es permitido simplemente esforzarnos, y es justo aquí donde el desarrollo de nuestros colaboradores se convierte, desde mi punto de vista, en una necesidad. ¿Para quienes? - Para sí mismo, porque esto contribuye con su motivación, para que realice mejor su trabajo, para el logro de objetivos y metas, para el reconocimiento y valoración de su labor. - Para el equipo, porque contribuye con el desempeño colectivo, la integración, el trabajo en equipo y, por consiguiente, el logro efectivo de metas que benefician a todos (incentivos). - Para el líder, porque garantiza así el logro de las metas de su área, le permite contribuir con el empowerment, desarrollando equipos de alto nivel de desempeño, capacitados para afrontar objetivos cada vez mas retadores; y contribuir también con el surgimiento de nuevos líderes. - Y para la organización, porque le permite crecer, posicionarse en el mercado y trascender en el tiempo, a través de la calidad y la innovación en sus productos y servicios.
En este punto podríamos empezar a discutir sobre el riesgo de capacitar al personal y sus causas. ¿Cuáles? Que se vayan una vez capacitados o que estemos invirtiendo en el entrenamiento del futuro personal de la competencia, producto de su falta de compromiso, falta de motivación, alta rotación en ese rol dentro de la organización o en toda la empresa, las característica de la generación a la que pertenece, etc. Acá existen, desde mi punto de vista, varias opciones: 1. No capacitarlos, dejando su aprendizaje a la experiencia. 2. Capacitarlos para que realicen su trabajo de manera efectiva. 3. Desarrollar su talento, contribuyendo con su crecimiento personal y profesional. ¿Por cuál de las 3 te inclinas tú?