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Facultad de Teología
Método Teológico I
Sebastián Posadas
Matr. 5829
Resumen sinóptico
Historia del método teológico
El método escolástico
La autoridad en la edad media consiste en citar autoridades (por su testimonio de fe y tesis
elaborada). La técnica que se utiliza para las autoridades citadas es mostrar la intención del autor, el
sentido histórico del texto, reinterpretación, retoques eficaces y profundos. Se hace uso de lo
doctrinal, sea de la tradición auténtica o del conjunto sistemático personal. La pregunta: ¿puede el
teólogo construir un saber? Es una puesta en práctica racional y orgánica de los medios y los
métodos de inteligencia.
En cuanto a la razón teológica, la fe reside dentro de la razón así capacitada para hablar de Dios.
La fe, dando a luz a la teología, está dentro de la lógica misma de su perfección. Se utilizarán todas
las técnicas de la razón: distinciones de los conceptos, multiplicidad de los análisis y de los juicios,
definiciones y divisiones, comparaciones y clasificaciones, inferencias, razonamientos en busca de
explicación, deducción en fin, deducción sobre todo.
Las operaciones de la razón teológica consisten en descripciones nominales (equivalencias,
esbozos etimológicos, asimilación y comparación de imágenes), definiciones reales (definir objetos,
con sus límites, sus propiedades, estructuras, elementos constituyentes), análisis y clasificaciones
(elaborar y conceptualizar el dato revelado, y una visión racional del mundo, el hombre y la
historia), y las distinciones (una mentalidad filosófica determinada: determinación e identidad).
El raciocinio es en teología una operación mayor, y facilita los medios para alcanzar los resortes
inteligibles de las cosas y remontarse hasta sus causas. El razonamiento teológico considera el
análisis regresivo (el por qué), las mostraciones (categorías racionales que sostienen la inteligencia
de la fe), las construcciones (teología de los dones del Espíritu), deducciones (el teólogo pasa de lo
abstracto a lo concreto), demostraciones (diversidad de forma y densidad de los raciocinios
teológicos), “resolutiones” o “reductiones” (condiciones de inteligibilidad de un sujeto, un
reencuentro con lo simple) y axiomas (enunciar juicio muy generales, indemostrables, aceptados
por su luminosidad intrínseca).
En el argumento de convivencia, los hechos y gestos de Dios escapan a las categorías lógicas. La
Encarnación de Dios pertenece únicamente al amor y a sus irracionales excesos. Están presentes las
funciones y recursos no-racionales, como las imágenes, metáforas, analogías imaginativas, poesía,
artes figuradas, símbolos. Además, los sentidos espirituales son símbolos organizados y
sistematizados en forma de alegoría, y ésta enseña el contenido de la fe.
Ciencia «sagrada»
La ciencia teológica es sólo «ciencia» en cuanto representa una continuidad mística con la
Palabra de Dios: tal es su situación epistemológica. La teología es ciencia de Dios. Lo es porque
este conocimiento participado se construye, en nosotros, como una ciencia. La teología, emanación
de la fe, se constituye solamente en la docilidad a la Palabra de Dios, en la adhesión a su misterio,
en la obediencia al dogma, sin poseer ninguna evidencia de los principios.
La verdad es una, pero hay diversos sistemas de verdades que la componen en nuestro espíritu, y
no hay necesidad alguna de poseer, en cada grado de conocimiento, la evidencia última de las
últimas iniciativas del espíritu. El espíritu se reserva en cierto modo unas insatisfacciones y si
condesciende con ellas en búsqueda de ulteriores luces, lo hará sin dañar la originalidad y
especificidad de las disciplinas subalternas a las cuales venía dedicándose.
Aceptar la jerarquía de estas evidencias es propio de una disciplina del espíritu, porque es
reconocer en estos grados del saber los auténticos grados de la inteligibilidad de los seres. Existe
flexibilidad metodológica (propia de Aristóteles). Por tanto, las ciencias se subordinan una a otra (la
subalternación de la ciencia).
La «docilidad» del teólogo que «cree» sus principios sin tener evidencia de ellos es, por lo, tanto,
un caso particular del régimen normal de las ciencias. El teólogo, movido por el apetito de su fe,
tiende a la visión clara de las verdades divinas que hasta entonces «creía». Su ciencia se constituye
en dependencia de la ciencia de Dios. Cree, sin ningún titubeo, las verdades recibidas, a las que
constituye en «principios de Teología».
La exigencia técnica de la ciencia y e1 sentido religioso obligan a la teología a tomar la fe como
punto de partida, a colgarse de la fe, ya que es ella la que asegura la continuidad de la «ciencia de
Dios» (subalternante) con la ciencia teológica (subalternada). Se trata de una continuidad orgánica
psicológica y religiosa, según la cual la luz de la fe constituye el lugar indispensable para el
conocimiento de las proposiciones reveladas. Aquello mismo que hace que la teología sea ciencia,
hace también que sea «sagrada», por no decir «mística». La teoría de la subalternación no es más
que la fórmula técnica de esta exigencia estructural del saber teológico.
Comentario final
Comenzaré este breve aporte a la síntesis con una frase: Uno no cree ni piensa solo. Cada
pensador cristiano es hijo y heredero de su tiempo. Es receptor y continuador de una tradición que
le antecede y que siempre estuvo ahí. Cree en comunidad. Cree lo que le enseñaron y transmitieron
otros que comparten la vida y la fe con él. Luego, deberá reflexionar y volver -una y otra vez- sobre
los pasos de esa tradición para encontrarle su sentido existencial. Hacer una hermenéutica tri-
temporal: del pasado de su tradición, de su presente como protagonista e intérprete de ella, y como
transmisor y educador de venideras generaciones.
Ese pensador y teólogo es también diálogo abierto y obligado con el pensamiento de su
tiempo. Puede tener cara de exclusivismo, inclusivismo o pluralismo, pero es diálogo al fin. Es
hijo y conocedor de su cultura. Lo constituyen matrices culturales y religiosas, y él mismo debe ser
consciente de eso. Es sistematizador, defensor y comunicador de la fe ante un alguien. Un alguien
que le desafía e interpela en su tiempo. Un alguien que le incomoda y demanda que piense y vaya a
buscar respuestas a su tradición. Respuestas a preguntas que no necesitan ser contestadas de manera
hermética, absoluta, sino que necesitan ser reformuladas continuamente.
Uno no cree ni piensa solo. El teólogo de todos los tiempos necesita para su método un alguien
dentro de sí y un alguien fuera de sí. Necesita identidad y diálogo. Pensar, decir y escribir desde un
alguien hacia un alguien. A fin de cuentas, el teólogo regresa del diálogo con su identidad renovada
para reanudar el diálogo con su propia tradición, y mejorar su método.