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El primer autor que utilizó el concepto de estereotipo en ciencias sociales fue Walter Lippman, un
periodista experto en opinión pública, que toma el término del molde que utilizan los tipógrafos para
reproducir, una y otra vez, las mismas imágenes o caracteres de imprenta.
Prejuicio puede conceptualizarse como una actitud hacia los miembros de determinados grupos y, como
tal, implica una valoración cuya valencia puede ser positiva o negativa. Cualquier actitud se basa en tres
tipos de componentes: cognitivo, afectivo y conductual. El componente cognitivo del prejuicio lo
constituyen los estereotipos que se mantienen sobre un grupo, el afectivo las emociones suscitadas por el
grupo, y el conductual la discriminación dirigida a sus miembros.
Los estereotipos sociales son creencias sobre las características que poseen un conjunto de personas y se
las aplicamos a cualquier persona del grupo, aunque no la conozcamos. Henri Tajfel define los estereotipos
como imágenes mentales muy simplificadas sobre personas o grupos que son compartidas, en sus
características esenciales, por gran número de personas. Como destaca el autor, es fundamental considerar
el consenso social y cultural existente sobre las características y atributos que constituyen un estereotipo
para poder comprender los procesos psicosociales que subyacen a su funcionamiento.
La organización de los estereotipos se basa en esquemas que contienen las creencias y expectativas sobre
un grupo específico y sus miembros. Esa estructura cognitiva comprende creencias sobre diferentes
aspectos como, por ejemplo, rasgos físicos (altos, morenos, débiles…), rasgos de personalidad (mentirosos,
hábiles, cariñosos…), roles y profesiones (obreros, amas de casa, enfermeras…) o valores y preferencias
(interesados por la cultura, religiosos, ecologistas…). Todas las creencias y expectativas sobre los atributos
de los miembros del grupo están relacionadas entre sí, constituyendo una especie de teorías ingenuas que
guían nuestras actitudes y conductas hacia ellos. Las características que constituyen el esquema de un
grupo tienen connotaciones evaluativas, debido a que cada una de ellas tiene una valencia que puede ser
positiva, negativa o neutra. Por lo tanto, los estereotipos son creencias que implican una valoración de las
personas a las que se les aplican.
No todas las personas los entienden de la misma manera. Por ello, es necesario diferenciar entre los
aspectos culturales y aquellos individuales. Así, los estereotipos pueden expresarse como las creencias
culturales sobre las características de los miembros de un grupo, o como las opiniones personales sobre
esas características. Por ejemplo, en un estudio realizado en el País Vasco sobre los estereotipos de los
gitanos se comprobó que, aunque se les describía con algunos rasgos neutro, como tradicionales (49%) y
religiosos (39%), la mayoría de los atributos que se mencionaban eran negativos: machistas (42%), incultos
(24%), desconfiados (21%), supersticiosos (21%) y sucios (18%). El concepto estereotipia se utiliza para
referirse al grado o intensidad con que una persona asume esas creencias estereotipadas y compartidas.
LISTA DE ADJETIVOS
Esta técnica se ha utilizado para averiguar el contenido de estereotipos. El estudio lo realizaron Katz y Braly
con muestras de estudiantes estadounidenses a los que pidieron que seleccionaran, de una lista de 84
adjetivos, aquellos que consideraban más típicos de los diez grupos evaluados (estadounidenses de origen
europeo, estadounidenses de origen africano, alemanes, turcos, ingleses, italianos, irlandeses, japoneses,
judíos y chinos). Entre otros resultados, este estudio permitió comprobar que el contenido del estereotipo
de los estadounidenses blancos (a los que describían con atributos como trabajadores, inteligentes y
materialistas) era más positivo que el de los negros (a los que se atribuían características como
supersticiosos, holgazanes y despreocupados).
Es bastante habitual que la lista de adjetivos se obtenga a partir de estudios previos que emplean una
técnica de respuesta abierta, pidiendo a los componentes que generen libremente características que
describen a los miembros del grupo, seleccionándose, posteriormente, aquellos rasgos que se mencionan
con mayor frecuencia. Este tipo de técnica tiene la ventaja de que permite obtener características que no
están sesgadas por las creencias previas de los investigadores.
El estudio de Sangrador con una muestra nacional de 2.500 personas distribuidas proporcionalmente por
comunidades autónomas. Se elaboró una lista de 80 adjetivos. El procedimiento consistía en pedir a cada
uno de los entrevistados que eligieran los cincos adjetivos más típicos de: andaluces, aragoneses,
castellanos, catalanes, gallegos, madrileños, valencianos, vascos, españoles y europeos. Lo importante no
es el rasgo de los miembros de un grupo, sino la comparación entre grupos. Es decir, lo más definitorio de
ese grupo que de cualquier otro. Se opta por la “saliencia transversal”,) de la frecuencia con la que cada
adjetivo se aplica a los diferentes grupos étnicos del estudio. La máxima saliencia transversal se asigna a
aquellos rasgos cuya frecuencia de atribución ha sido máxima en comparación con el resto. Los resultados
de este trabajo, resumidos en el [Cuadro] han permitido conocer los rasgos fundamentales del estereotipo
de cada grupo étnico. Como puede observarse en ese cuadro, el contenido de los estereotipos es muy
diferente, tanto en cuanto al significado de los rasgos como a la cantidad de atributos distintivos que lo
componen. Por ejemplo, el estereotipo de los andaluces tienen muchos rasgos distintivos, y el de los
valencianos ninguno.
Andaluces
Alegres, abiertos, graciosos, juerguistas, amables, exagerados, charlatanes, vagos,
cariñosos, sencillos, bebedores, religiosos
Aragoneses
Testarudos, nobles, brutos, leales
Castellanos
Serios, conservadores, honrados, sobrios
Catalanes
Tacaños, trabajadores, independientes, cerrados, emprendedores, egoístas, individualistas,
materialistas, ambiciosos, antipáticos
Gallegos
Supersticiosos, desconfiados, hogareños, aventureros, humildes
Madrileños
Chulos, orgullosos, fanfarrones, clasistas
Valencianos
Ningún rasgo de máxima saliencia transversal
Vascos
Separatistas, fuertes, violentos, extremistas, comilones, tradicionalistas, idealistas
Españoles
Buena gente, amantes de su tierra, hospitalarios, generosos, solidarios, serviciales,
machistas, apasionados
Europeos
Fríos, inteligentes, responsables, prácticos, cultos
Una vez que se conoce cuáles son los atributos que constituyen el contenido cultural del estereotipo, se
puede utilizar ese listado para medir el grado de estereotipia de cada persona.
ESTIMACIÓN DE PORCENTAJES
Otro de los métodos que se ha utilizado frecuentemente para la medida de los estereotipos se basa en la
estimación del porcentaje de miembros de un determinado grupo que posee una característica o atributo.
El procedimiento consiste en pedir a los participantes del estudio que indiquen el porcentaje de individuos
de ese grupo que posee cada atributo. Este procedimiento, sugerido inicialmente por Brigham, puede
utilizarse con un doble objetivo, dependiendo de los intereses de la investigación. Por un lado, se puede
emplear para comprobar hasta qué punto un rasgo o característica se considera estereotípico. Por otro,
puede servir para medir el grado de estereotipia, una vez que se sabe cuál es el contenido de los
estereotipos. Supongamos que se ha comprobado que el contenido del estereotipo sobre un grupo incluye
rasgos “limpios” e “introvertidos”. Si una persona señala que otra que crea que son limpios el 30% e
introvertidos el 40%. De ese modo, se puede medir de forma escalar (con un rango de 0 a 100) hasta qué
punto cada persona suscribe el estereotipo.
LA RAZÓN DIAGNÓSTICA
La razón diagnóstica se concibe como una medida de los estereotipos que permite predecir la probabilidad
de asignar una característica más a un grupo que a otro. Esta medida, al igual que la anterior, es útil para
comprobar el contenido de los estereotipos como para evaluar el grado de esterotipia. Para calcular esa
razón, se divide el porcentaje asignado a los miembros de un grupo al que se supone que se estereotipa en
una determinada característica (numerador de la razón) por el porcentaje que se asigna a la población en
general o a los miembros de otro grupo con el que se les compara (denominador). Por ejemplo, para
determinar mediante la razón diagnóstica si el rasgo “religioso” esterotípico de los marroquíes se dividiría el
porcentaje que se asigna a ese grupo (supongamos que es 75%) por el porcentaje que se asigna a la
población general (p.e. 50%). Si la razón obtenida en la muestra es estadísticamente superior a uno ( cuanto
mayor sea, mejor refleja el estereotipo), esa característica es importante para representar al grupo. En este
caso, el porcentaje de marroquíes que se perciben como religiosos es mayor que el que se atribuye a las
personas en general (la razón diagnóstica sería 75/50=1,5). Por el contrario, si es inferior a uno, ese atributo
no representa al grupo; resultado que obtendríamos si se piensa que el rasgo ambicioso es menos probable
en los marroquíes (p.e. 20%) que en la población general (p.e. 60%). La razón diagnóstica en este caso sería
0,33 (20/60). Lo interesante de esta medida es que permite determinar la proporción en que una
característica se atribuye más a un grupo que a otro.
Pero las categorías sociales no son neutras, ni tampoco los estereotipos asociados a ellas, sino que suelen
tener connotaciones positivas o negativas. En este sentido, se puede decir que los estereotipos cumplen
una función motivacional para la persona al corresponder a una división de su mundo social de acuerdo con
sus valores en categorías diferentes y, en general “mejores” y “peores”: mujeres versus hombres; negros
versus blancos o indígenas versus mestizos. El contenido de los estereotipos puede contribuir a mantener
los valores de la persona relacionados con diferencias sociales. Si alguien cree que las mujeres deben
ocuparse más de la casa y de los hijos y no dedicarse tanto a la vida profesional como lo debe hacer su
marido, lo podrá justificar sobre la base de los estereotipos (son más amables, más cuidadosas, pero menos
fuertes). De otra forma similar, las personas que defienden valores racistas o xenófobos podrían justificar la
discriminación y que haya más blancos en puestos importantes, o que no se dé un empleo a un indígena,
basándose en los estereotipos negativos sobre estos grupos.
Según el modelo, cuando evaluamos a los miembros de grupos sociales podemos considerarlos altos o
bajos, tanto en competencia como en cordialidad. De este modo, estas dos dimensiones se pueden
combinar dando lugar a cuatro posibles categorías: competentes y cordiales, competentes y fríos (no
cordiales), cordiales e incompetentes, fríos e incompetentes [Cuadro]. Por tanto, los estereotipos pueden
contener características positivas y negativas conjuntamente, es decir, pueden ser mixtos. Esto se refleja en
que una alta competencia suele estar acompañado de baja cordialidad, mientras que una alta cordialidad
suele ir acompañada de baja competencia.
CORDIALIDAD COMPETENCIA
Baja Alta
Alta Prejuicio Paternalista Admiración
Bajo estatus, no Alto estatus, no
competitivos competitivos
Compasión, simpatía Orgullo, admiración
(Ancianos, (Endogrupo, grupos
discapacitados, amas aliados)
de casa)
Baja Prejuicio despectivo Prejuicio envidioso
Bajo estatus, Alto estatus,
competitivos competitivos
Desprecio, aversión, Envidia, celos
ira, resentimiento (Asiáticos, judíos,
(Receptores de ayudas ricos, feministas)
sociales, pobres)
Fiske postula que las creencias estereotipadas que se mantienen sobre los miembros de un grupo en
cordialidad y competencia derivan de las relaciones estructurales entre los grupos. Concretamente, de las
evaluaciones que realizamos acerca del estatus que poseen y de si compiten o no con nuestro grupo por la
obtención de recursos. Así,
1) los grupos se perciben como más competentes si tienen alto estatus y poder, y como más incompetentes
si su estatus y su poder es bajo; y
2) los grupos se perciben como cordiales si cooperan con nuestro grupo (o si no compiten con él por
recursos), y como fríos si compiten con él.
Dicen que el estatus y la competitividad, así como las percepciones de cordialidad y competencia derivadas
de estas variables, determinarían el tipo de emoción (p.e. envidia, compasión, desprecio o admiración) que
los grupos suscitan.
Resumen de los resultados obtenidos en la investigación utilizando el modelo de contenido de los
estereotipos
Los grupos estudiados se agrupan según las dimensiones de competencia y cordialidad
La mayoría de los grupos son valorados más altos en una dimensión que en la otra, es decir, existe un
estereotipo mixto sobre ellos
Existe una relación positiva entre estatus percibido y competencia negativa entre competitividad y
cordialidad: la mayoría de los grupos de alto estatus y competitivos se valoran como competentes pero fríos
(por ejemplo, los asiáticos en EEUU, a los que se les considera muy competentes pero poco afectivos y
sociables).
Existe una relación negativa entre las dos dimensiones de los estereotipos (cordialidad y competencia): la
mayoría de los grupos con alta cordialidad se valoran como incompetentes (p.e. las amas de casa).
En función del estatus y del grado de competitividad que se percibe en un grupo, el tipo de emociones y
de prejuicio hacia los miembros de ese grupo varían. Por ejemplo, percibir que un grupo compite con el
nuestro genera emociones ambivalentes hacia sus miembros (p.e. envidia) cuando se los considera de alto
estatus (prejuicio envidioso) o negativas (p.e. desprecio) cuando se los considera de bajo estatus (prejuicio
despectivo).
Cuddy y sus colaboradores, al establecer las relaciones entre estos términos señalan que la competencia
está estrechamente relacionada con la dimensión de cordialidad y la agencia NO. Así, la agencia se refiere a
la realización de una acción eficazmente, mientras que la competencia alude a la posesión de habilidades y
capacidades, pudiendo tomar forma tanto de acción potencial como real.
En las investigaciones se solicitó a un primer grupo de estudiantes estadounidenses que indicaran cinco
características que, a su juicio, describieran a una “mujer típica” y cinco que describieran lo que la mayoría
de las personas consideraban una “mujer típica”. Posteriormente debían repetir esta tarea pensando en el
“hombre típico”. Los investigadores obtuvieron un listado de 122 adjetivos bipolares (p.e. independiente vs.
Dependiente). En una segunda fase, una muestra de hombres y otra de mujeres debían indicar el grado en
el que cada uno de esos adjetivos bipolares era aplicable a un hombre típico, a una mujer típica y a sí
mismos. Aquellos rasgos seleccionados por más del 75% de la muestra como rasgos que describían a las
personas de uno u otro sexo se consideraban estereotípicos. Los resultados revelaron que existían 41
atributos que diferenciaban claramente a mujeres y hombres, de los cuales, 29 eran más característicos de
los hombres (p.e. agresivo, independiente) y 12 de las mujeres (p.e. preocupada por los sentimientos de los
demás, con necesidad de protección).
Estereotipos de rasgo hacen referencia a las características de personalidad que se considera que definen
de manera diferente a hombres y mujeres. Aquí entrarían los ejemplos presentados hasta el momento (p.e.
las mujeres son más emocionales, sensibles, se preocupan más por los demás, y los hombres son más
agresivos, independientes, competitivos).
Estereotipos de rol incluyen las funciones que se consideran más apropiadas para hombres y mujeres. Así,
según los estereotipos, tradicionalmente las mujeres están más preparadas para cuidar de los hijos y
realizar tareas domésticas, mientras que los hombres lo están para ejercer el papel de líderes.
Estereotipos de ocupaciones por ejemplo, se espera que haya más mujeres maestras, peluqueras,
enfermeras o trabajadoras sociales porque estas actividades se consideran típicamente femeninas, mientras
que esperamos que las profesiones de piloto, mecánico, bombero, o carpintero sean desempeñadas por
hombres, pues son típicamente masculinas.
Características físicas que se consideran más propias de mujeres (p.e. voz suave, complexión ligera) y otras
de hombres (p.e. son más altos, más fuertes, tienen la voz grave). Estos componentes son relativamente
independientes, pero basándose en uno de ellos la gente extiende sus juicios a los otros tres.
Así, una vez asignada una etiqueta de género a una persona, realizamos inferencias sobre su apariencia, sus
rasgos de personalidad, sus conductas de rol y su ocupación. De este modo, la información sobre un
componente afecta al resto, ya que tratamos de mantener consistencia entre ellos. Por ejemplo, si nos
dicen que un hombre se encarga de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos es bastante probable que
le describamos como una persona emocional y sensible. Y si nos dicen que una mujer es una ejecutiva,
probablemente la describamos como competitiva, fría y calculadora. En no pocas ocasiones, cuando uno de
los componentes del estereotipo no encaja con el resto, tendemos a pensar “yo no me la/lo imaginaba así”.
No cabe duda de que los estereotipos de género son más normativos que otros como, por ejemplo, los de
edad o etnia. Así, el estereotipo femenino incluye prescripciones como que una mujer debería ser dócil,
tener habilidades interpersonales, cooperar con los demás y aspectos similares. La trasgresión de esta
prescripción puede dar lugar a fuertes sensaciones sociales. Imaginemos por ejemplo, cómo evaluamos a
una mujer que se comporta de modo agresivo, duro y competitivo. Normalmente esta evaluación es
negativa, porque esperamos que las mujeres sean cálidas, sensibles y dulces. Por su parte, si es un hombre
el que se comporta de forma cálida, sensible y dulce, también rompe las prescripciones asociadas a su
género (el estereotipo de los hombres incluye prescripciones acerca de que deben ser agresivos, fuertes,
competitivos) y también puede ser objeto de ciertas evaluaciones negativas.
En este sentido, Burgess y Borgida destacan funciones diferenciadas para el componente descriptivo y el
prescriptivo de los estereotipos de género.
Según estas autoras,
el componente descriptivo es automático y sobreaprendido y tiene una función cognitiva de categorización:
actúa organizando y estructurando el flujo de información sobre hombres y mujeres. Es decir, la dimensión
descriptiva de los estereotipos simplifica el procesamiento de la información, mediante la representación
esquemática de la realidad.
el componente prescriptivo es consciente y está relacionado con intereses motivacionales. Concretamente,
puede servir no sólo para reforzar o justificar el sistema de valores sexista de los individuos, sino para
mantener la estructura de poder social existente que favorece a los hombres, recompensando a las mujeres
y a los hombres que se conforman a roles de género tradicionales y sancionando a las mujeres y a los
hombres que violan esas prescripciones. Por tanto, es la dimensión prescriptiva de los estereotipos de
género la que cumple la función de justificación y mantenimiento del statu quo que los convierte en un
elemento de resistencia al cambio a través del cual discriminar intencionadamente. Los estereotipos de
género cumplen de este modo una función de mecanismo de control que determina lo que es normal, lo
que es aceptable y lo que se desvía de la norma.
En realidad, según los autores, las dos dimensiones de los estereotipos de género dan lugar a
discriminación, no intencionada.
Es más probable que sean los hombres quienes discriminen basándose en creencias prescriptivas, debido a
que permite mantener las desigualdades de poder que les favorecen en la sociedad. En contraste, hombres
y mujeres pueden ser igualmente propensos a discriminar basándose en creencias descriptivas, porque se
trata de representaciones culturales que son compartidas por personas de ambos sexo. Por otra parte, la
discriminación procedente del componente prescriptivo es más fácil de detectar que la derivada del
componente descriptivo, debido a que la primera es más explícita.
Huci ha revisado los estereotipos de género desde la óptica de las funciones individuales y sociales que
cumplen. Por ejemplo, se ha comprobado que existen diferencias en la evaluación de un mismo trabajo
científico de que su autoría se atribuya a un hombre (se valora más) que a una mujer. Esta autora resalta,
también la función de justificación, es decir, la vinculación existente entre el contenido de los estereotipos
de género y las prácticas discriminatorias. El no asociar a las mujeres con la dimensión de competencia
(instrumental-agente), y sí con la afectiva (expresivo-comunal), sirve para justificar la ausencia de mujeres
en posiciones de poder en las organizaciones.