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La fisioterapia, al igual que otras profesiones relacionadas con las ciencias de la salud,
se encuentra actualmente inmersa en un entramado social complejo y desalentador.
Así pues, el trabajo del fisioterapeuta, que se basa principalmente en brindar un servicio
en función de la prevención, recuperación o potencialización del movimiento corporal
del paciente, se convierte en algo extraño o ajeno para él, sintiendo que su trabajo no le
pertenece, que ya ni siquiera le pertenece al paciente, pues lo que se hace, ya no está
primordialmente dirigido para mejorar su condición de vida, sino que responde a las
codiciosas intenciones de lucrarse por parte de las instituciones de salud. Esta sensación
de extrañamiento es entendida como enajenación.
Para Marx, “una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre de su
trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto
del hombre” (4). Esto, traducido a la relación del fisioterapeuta con sus pacientes puede
asociarse con la incapacidad para pensarse a la persona que tiene en frente de una
manera integral.
Recientes interpretaciones del papel que juega el humanismo dentro de las ciencias de la
salud han puesto su mirada en la construcción de un modelo diferente de formación.
Basados en una perspectiva holística, que tiene en cuenta la realidad biopsicosocial, la
concepción pluridimensional y multicultural de la salud y la enfermedad en términos de
bienestar, hermenéutica y dialógica en función de resignificar el trato con el paciente,
buscan consolidar y promover una forma diferente de ver la realidad, un estilo de vida
en el que se valora y se hace énfasis en el bienestar del ser humano (7).
Aunque todas estas proposiciones son valiosas para el campo de la fisioterapia, uno de
los valores que podría considerarse escaso en la actualidad, y que es fundamental para
buscar ese objetivo de bienestar, y construir una relación más humanitaria y
significativa con el usuario es la solidaridad: Acciones motivadas por una autentica
preocupación por las necesidades e intereses del otro, constituyendo una forma de ser
que se practica de manera desinteresada e incluyente, construyendo lazos de empatía,
contribuyendo a transformar las relaciones de poder a través del respeto de la autonomía
(8).
Referencias bibliográficas:
1.Villar L. La Ley 100: el fracaso estatal en la salud pública. Revista Deslinde 2004; 36
(1): 28-48.