de Ennio Moltedo 14zi- Saludamos este hermoso cuadernillo editado gracias al apoyo de MER- VAL, el actual Metro Regional de Valparaíso, que ahora vemos pasar decora- do de publicidad, cosa que en su momento causó más de una polémica absur- da; ahora la empresa opta por la poesía, lo que no está nada de mal, pues co- mentábamos hace poco de las dificultades para publicar que tienen nuestros poetas. El cuadernillo titulado “Las cuatro estaciones” contiene cuatro poemas de Ennio Moltedo que, con esta presentación, pasa a engrosar la lista de los que pudiéramos llamar poetas ferroviarios de Chile, entre los que encontramos desde el hijo de un ferrocarrilero de Parral hasta quien se quería beber los trenes de la noche. Sin duda que el ferrocarril, este animal nocturno, es la máquina por exce- lencia que ha llegado a ser el emblema mítico de todo el maquinismo mecani- cista, donde se enganchan los carros de una modernidad en tránsito o en transición que tantas veces nos limitamos a observar pasar desde el cruce. La locomotora que ya se ha vuelto objeto de museo en casi todos los países- y el tren tienen su propio museo y su propia ética. Quizás ahora que los satélites no se deciden a independizarse, ahora que la vía chilena hacia el espacio cósmico parece necesitar más el paracaídas de Altazor que se transformaba en parasubidas-, no resulte extraño que volva- mos las miradas y las palabras al terrenal ferrocarril o al subterrenal metro que, más allá de las ilusiones renovadas cada primavera de convertirse en tren rápido, parece también cargar sus vagones de auténtica nostalgia; por- que sin duda estos poemas de Moltedo recrean un viaje musical teñido de evocaciones y, también, de negatividad, y no se entienda esto último como una calificación peyorativa, pues es bien sabido que toda poesía se funda, se- gún algunos críticos, en eso que Keats llamaba “la capacidad negativa”. Por- que toda creación, añadimos, no es otra cosa que introducir la negación en la continua afirmación de sí misma que es la naturaleza y frente a lo cual el ar- te se opone creativamente, es decir, hace poesía. El modo en que el hombre instala esa negación de lo natural, de lo ya dado, es precisamente por medio del lenguaje. Es la paradoja de una presencia ausente, una nostalgia o una ilusión. “Lascuatro estaciones” de Moltedo, en este viaje que nos propone, son esta vez Villa Alemana, Viña del mar, Recreo y Puerto, donde cada lugar es el instante de una detención, la captura momentánea de existencias en perpetua dispersión, música de fuga o ámbito de arribos y partidas. En cierta medida, la espacialización.de1 tiempo. Es verdad, ya no se construyen r. Apenas se hacen paraderos o apeaderos hechizos, precarios refugios que terminan por desolarnos. Las grandes y be- llas estaciones ya no parecen posibles. ¿Qué arquitectura habría capaz de reinstalar ese ritual de encuentros y despedidas? Las grandes estaciones cambian de giro. Se vuelven centros culturales c a - so Mapocho- o basureros, en otros casos. Y las pequeñas estaciones, en las que podía suceder el encuentro fugaz y la fugacidad propia de la vida termi- naron siendo lugares en demolición. De grandes y pequeñas estaciones ver- san los poemas de Moltedo y del tren que recorre nuestra región para aden- trarnos en uno de sus temas más recurrentes: el de la pérdida de un mundo en manos de un supuesto progreso ingenieril y mecánico que, de algún modo, nos va igualando a todos en lo que nadie quiere ser. Es más, a un lado van quedando los restos, las heridas que se causan en la misma ciudad, tal como sucede en la última parada de este cuadernillo: la estación Puerto. Las estaciones son un mundo donde la existencia exhibe su pérdida, lo que dejamos, lo ya ido. Las estaciones de Moltedo patentizan el abandono y el ol- vido y, sobre todo, el vacío de la existencia humana.