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Clase 2 EsteticayPolitica-1 PDF
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Fernández Vega 1
CLACSO, programación 2014
Seminario “Estética y Política” coordinado por Roberto Jacoby
Clase Nº 2 Prof. José Fernández Vega
La estética en la modernidad
La estética como rama de la filosofía tiene una larga historia que se remonta a los propios
orígenes de la disciplina en la Grecia clásica. Más adelante, en esta clase, habrá ocasión de
referirnos a los principales pensadores de esa época, Platón y Aristóteles, y mencionaremos
algunas de sus consideraciones sobre el tema. “Estética” deriva de una palabra griega, aísthesis,
asociada inicialmente a las sensaciones y al conocimiento –siempre dudoso para los filósofos
que generan los sentidos (en general los dos más jerarquizados ya desde la antigüedad: la vista y
el oído). Durante siglos fue utilizada con este significado, y sólo fue adquiriendo su sentido actual
–la reflexión sobre lo bello o sobre el arte— en la modernidad, más concretamente a partir del
siglo XVIII, cuando surgieron una serie de preocupaciones sobre asuntos como el gusto, lo
sublime, la belleza natural y la artística, etc.
Un pensador alemán de la escuela de Leibniz y Wolff, Alexander Baumgarten
(17141762), empezó a entender la estética abriéndose a los fenómenos del arte. Para
Baumgarten la estética era una especie de gnoseología (o teoría del conocimiento) inferior,
separada de la lógica o gnoseología superior, porque frente a la razón esa gnoseología “baja” y
proveniente de los sentidos nos brinda solo un saber inseguro. Estética, para Baumgarten, es
todavía un tema de la teoría de conocimiento, pero ya proyectada también hacia el arte. Porque
para él existen hechos de la sensibilidad que tienen un valor cognitivo, y estos hechos incluyen a
las obras de arte.
Por tanto, la filosofía, según Baumgarten, podía ocuparse de las obras de arte. Esta
afirmación puede parecer obvia hoy, pero no lo era en su época y su contexto. Su punto de vista
marca un hito y abre la posibilidad de un estudio filosófico sobre el arte y la belleza. Baumgarten
propone una nueva disciplina que sistematice y discuta la belleza. En su opinión, la estética no es
arte en sí mismo, ni tampoco una disciplina que establece preceptos o una normativa o una forma
de crítica. Baumgarten, un autor un poco marginal en la historia de la gran filosofía moderna, se
erige, para nuestro campo, como un primer impulsor de la estética.
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Incluso poco después de Baumgarten, “estética” todavía refería solo al conocimiento
sensible. En su célebre Crítica de la Razón Pura (1781) Immanuel Kant (17241804) propone
una estética trascendental la cual, en su personal jerga técnica, es la ciencia de todos los
principios a priori de la sensibilidad. En otras palabras, se ocupa de las condiciones de
posibilidad de nuestro primer acceso al mundo puesto que los sentidos nos proveen las
impresiones iniciales que luego serán procesadas conceptualmente. La expresión designa
entonces una categoría propia del conocimiento. Sólo unos años más tarde, en su Crítica del
juicio (1790), habla de estética otorgándole ya un significado muy próximo a nuestra manera de
entenderla. De hecho, ese libro sienta las bases de la estética moderna y de su independencia
respecto del conocimiento, el saber científico, la moral y la religión.
En la primera sección de la Crítica del juicio de Kant la estética va a jugar un papel
central pero no referida al arte sino en tanto sentimiento de placer del sujeto suscitado por la
belleza natural. Kant, en efecto, se ocupa exclusivamente de la belleza natural, no de la
artística. El objeto estético (natural) se presenta como apto para producir en el sujeto un placer,
un sentimiento estético, cosa que no ocurre cuando se limita a conocerlo como un objeto entre
otros. La belleza, por tanto, no es una propiedad cognoscible del objeto, vale decir, algo que se
predica de él como una cualidad suya (como por ejemplo su color o su tamaño). En realidad,
cuando digo: este objeto es bello, no estoy afirmando algo sobre él sino manifestando un
sentimiento de placer. Ese placer deriva de una sensación de armonía interna que expresa la
unidad del yo cuando se verifica el libre juego de dos facultades (la imaginación y el
entendimiento) dispuestas sin interés.
Kant habla de interés en su uso característico bajo la sociedad burguesa. Quiere decir
que el sentimiento subjetivo de placer que genera la belleza carece de cualquier orientación
productiva o apropiadora; no se trata de perseguir un propósito o buscar un beneficio (conocer,
controlar, adueñarse de algo o actuar con vistas a una finalidad moral). El libre juego de las
facultades no tiene una finalidad o provecho (como ocurre cuando están aplicadas a conocer
algo), y es por eso que Gadamer lo compara con el libre juego de las olas del mar, en oposición
a los juegos competitivos donde hay ganadores y perdedores. Se trataría de un juego puro, sin
una ambición de victoria, sin una pretensión de ganancia material o intelectual o moral. La belleza
y el placer estético no provienen directamente de la cosa, como sucede en el placer sensible
expresado en un juicio de agrado (cuando disfruto de una comida que me gusta y estoy, por lo
tanto, interesado en ese objeto y lo manifiesto). Lo que me permite decir que algo es bello es la
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comprueba que los individuos son capaces de comunicar sentimientos. Un punto central para
Kant es el de avanzar desde la belleza hacia una justificación de la cultura, el punto más alto de la
evolución humana, una dimensión moral hacia la que se debe y se puede progresar.
En la Crítica del juicio que, como dijimos, se considera la primera fundamentación de la
estética moderna, Kant afirma la autonomía de lo estético y al mismo tiempo la vincula —evita
aislarla y también rebajarla— al introducir fines propios de la moral y de la política. A esto fines
vincula la autonomía del placer para legitimarlo pero sin someterlo, y no hace descansar el placer
en lo puramente personal o sensorial empírico, ni tampoco en lo conceptual. No sentimos placer
sólo porque un objeto se acerque a un modelo ideal (o conceptual) de belleza.
Aquello que Kant denomina “sentido común” se afianza en la posibilidad de un sentido
ampliado en el momento de emitir un juicio. El sentido común tiene unas máximas que podemos
asociar a teorías políticas contemporáneas, como las de Arendt, quien justamente resalta estos
aspectos en su curso sobre Kant. Se trata de situarse en el lugar del otro y de poner entre
paréntesis las pretensiones de poder. Para Kant, las máximas del sentido común se condensan en
tres. Primera, pensar por sí mismo. Este es el lema de la Ilustración: atrévete a saber, sé
independiente. Dicho de otro modo: que tu juicio exprese las conclusiones de tu propio
razonamiento independiente y no el peso de la tradición o la presión de la autoridad. Segunda:
Pensar en el lugar de cada otro. Aquí se invita a un descentramiento y a superar el egoísmo
intelectual que limita el conocimiento. Tercera: Pensar siempre de acuerdo consigo mismo.
Mientras que primera máxima postula un modo de pensar autónomo y libre de prejuicios y la
segunda habla de un modo de pensar extensivo que amplía la perspectiva unilateral incorporando
otros puntos de vista (pero como un ejercicio intelectual, no preguntando realmente sobre ellos
de vista sino representándose otros puntos de vista), la tercera y última promueve la coherencia
en el razonamiento.
Kant conecta al juicio en general –es decir, no específicamente al de gusto con el
programa moderno de la Ilustración. Le imprime una reverberación a la vez cultural, moral y
política a toda su argumentación. De este modo la belleza se vincula al el programa de
legitimación de una nueva sociedad y contribuye a explicar por qué el sujeto burgués, egoísta
dado que sólo persigue sus propios fines como agente en el mercado, puede finalmente convivir
en una sociedad política en tanto ciudadano. Vamos hacia lo bello movidos por el mismo impulso
que nos permite vivir en sociedad, ser miembros de un estado de derecho. Cuando comunico
algo (mi sentimiento sobre la belleza, por ejemplo) entablo sociedad, busco, al menos
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imaginariamente, a los otros. El tema de la comunicación no tiene importancia empírica para la
filosofía kantiana. En otras palabras, se trata menos de comunicar realmente un juicio de gusto a
los demás que de lograr representarme a los otros cuando juzgo. Kant sostiene la posibilidad de
percibir la belleza natural como una disposición al sentimiento moral, es decir que una persona
obtusa sería aquella que tiene dificultades para percibir la belleza natural, aquella no está inclinada
a reconocer la belleza natural, porque le falta cultura y desarrollo moral. La afinidad del hombre
moralmente desarrollado con la naturaleza se muestra en su disposición para encontrar placer en
la belleza que ella nos ofrece. Hay, por tanto, una correspondencia entre moral y naturaleza.
Vincular lo sensible con lo suprasensible, el dominio de la naturaleza con el dominio de lo que
está más allá de la naturaleza –un plano metafísico— es un tema central de la filosofía kantiana y
entre esos dominios se halla el juicio de gusto o estético.
El desgarramiento de esa unidad humana capaz de manifestarse en las pretensiones de
universalidad que exhibe el juicio de gusto individual y particular será parte de la crítica de Hegel
a la modernidad, como se explicará en la siguiente clase. En lugar de avanzar en el tiempo hacia
el siglo XIX, haremos ahora un enorme salto retrospectivo para explorar algunos vínculos del arte
con la política en los inicios de la reflexión filosófica entre los griegos.
* * *
Posiblemente el primer texto en tratar en extenso la cuestión del arte en la antigüedad, la
primera mitad del libro X, el último capítulo de la República de Platón, sea también el mayor
testimonio de la intensa y estrecha relación que el tema tenía con la política. En efecto, República
expone una utopía política y al final de esa obra Platón se pregunta acerca del lugar que deberían
ocupar el arte y los artistas en una ciudad ideal. Los griegos, por supuesto, no utilizaban
“estética” en el sentido que le dio la modernidad, pero tampoco tenían una palabra para designar
el arte porque no lo concebían como una actividad autónoma, sino dependiente. Estaba
subordinada, por un lado, a las habilidades técnicas del artesano (pensemos en el escultor o el
pintor) y, por la otra, a la inspiración divina que motivaba las creaciones de los poetas. Estos
últimos gozaban de un gran reconocimiento social en la pólis griega, aunque en este capítulo de
República tienen un estatuto devaluado: los artesanos manuales (el zapatero, el carpintero)
producen al menos bienes útiles; los poetas (o los pintores) solo los copian y producen confusión
en los espectadores. Pero esta consideración, acaso insólita para nosotros, tiene que ver con la
rivalidad del discurso filosófico naciente que encarna Platón con el prestigio social del arte.
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psicológica en la que se basa resulta débil: quien le da crédito a la silla pintada tenderá a
confundirse sobre todo lo demás. Este razonamiento se encuentra asimismo presente en la crítica
a la poesía, un término que, en su vocabulario, abarca desde la épica de Homero hasta el teatro.
Si bien la música es rescatada como un arte lo suficientemente abstracto y ligado a las
matemáticas, un saber privilegiado y no contaminado por lo empírico, y por ello recomendada
para la educación de los jóvenes, la poesía, en cambio, se dirige a conmover los sentimientos
mediante ficciones y ello no puede sino ser perjudicial para la formación moral de los ciudadanos.
Homero pretende hacernos creer que no ignora nada aquellos temas que tematiza en sus relatos:
la guerra, la navegación, la vida civil, etc. Pero no tiene los fundamentos de lo que presume
conocer. En conclusión, como autoridad intelectual, Homero debe ser rechazado.
Por otra parte, los poetas no sólo cuentan historias falsas, que en algunos casos, llegan a
sembrar en el pueblo desconfianza hacia la autoridad política de la ciudad, y apelan sólo a la
sensibilidad estimulando la expresión incontrolada de las emociones. Esto lleva al alejamiento del
modelo de virtud aristocrático que Platón propugna: el hombre debe gobernarse a sí mismo,
actuar racionalmente movido por altos ideales y no ceder jamás a las reacciones emocionales. El
ciudadano ideal es un individuo independiente, equilibrado, racional y también alguien dispuesto a
defender a su ciudad en la guerra. Los dramaturgos, en cambio, ponen en juego otros valores en
sus obras. Estimulan los desbordes pasionales, apelan al desorden de la risa que provoca el
comediante o al llanto por la desdicha del héroe en la tragedia. No sólo mienten con sus relatos
inventados; también afectan al ideal que debe guiar la formación civil de los habitantes de la pólis.
En conclusión, por bellas que sean sus creaciones, los artistas deben abandonar la ciudad porque
constituyen un peligro político.
Aristóteles, discípulo de Platón, planteó en su Poética una concepción muy distinta,
acaso en polémica contra su maestro. La obra se ocupa centralmente de la tragedia y es posible
que se trate de unos apuntes de clase y no de un libro pensado para la difusión pública. Además,
el manuscrito nos llegó mutilado, puesto que promete reflexiones también sobre la comedia –el
otro gran género del teatro griego—que o bien se perdieron o no se escribieron nunca.
En Poética Aristóteles defiende al arte trágico como una forma de conocimiento,
ciertamente no superior a la filosofía, porque no es por entero conceptual, pero sí por encima de
la historia, puesto que ésta se limita (así la veían los griegos) a la mera crónica de acontecimientos
pasados. Mientras que el relato histórico nos habla de lo que sucedió, la tragedia pone en escena
una ficción que abre posibilidades imaginarias. Dicho de otro modo, ella no alude a lo que
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efectivamente ocurrió sino aquello que podría llegar a ocurrir. Por eso sus enseñanzas, no
atadas a ningún evento pasado o presente, ponen en juego algo casi conceptual: aluden a las
potencialidades de lo real. Aristóteles discute la restringida concepción de verdad que expone
Platón en República X, pero también rechaza que la expresión de los sentimientos sea dañina
para la ciudadanía. Todo lo contrario, los sentimientos desatados en el escenario, y su gran
impacto en la audiencia, pueden obrar beneficiosamente en la colectividad.
Como la tragedia no debe medirse con la vara de los hechos –la verdad empírica a la que
están sujetos los enunciados del conocimiento de lo que hoy podríamos llamar ciencia—su
eficacia se juega más bien en la capacidad de verosimilitud que ella despliega. Una obra debe
ser ante todo coherente en su relato –cada evento tiene que estar bien conectado con su
antecedente y su consecuencia—y de ello derivará su credibilidad y su efecto sobre el público.
La tragedia, explica Aristóteles, tiene como tema básico el paso de la felicidad a la inmerecida
desdicha de un hombre superior al promedio, al que llamamos héroe. Su triste deriva suscita
sentimientos de temor y compasión entre los espectadores. Ellos sienten temor porque asisten a
la injusta derrota de un héroe que suscita admiración por su rectitud y grandeza humanas (el
héroe no es un dios, sino un hombre de grandes cualidades). Si alguien ejemplar sufre ese
destino, ¿qué le espera a un individuo corriente? La compasión deriva de la identificación con el
personaje en escena.
La tragedia excita así las pasiones, pero su término produce una descarga de excesos
emocionales que Aristóteles designa con una noción que se volvió célebre: catarsis. Hay muchas
versiones sobre el origen de esta palabra, por lo común vinculada con la medicina. Catarsis sería
la eliminación de un exceso patológico que impide el equilibrio, la purga que restablece la salud.
Las pasiones excitadas por la tragedia tendrían entonces una finalidad política positiva porque
recupera un equilibrio perdido en el cuerpo social. Los espectáculos teatrales tenían en Grecia un
fuerte atractivo popular, como los deportivos en las sociedades contemporáneas. De allí su
importancia política, y la defensa que Aristóteles hace de ellos en Poética, una obra que durante
mil años estuvo perdida hasta que regresó a Occidente de la mano de unos eruditos árabes y
comenzó a ser traducida, primero al latín y luego a todas las lenguas europeas.
Vemos así que las primeras reflexiones occidentales sobre el arte tienen un nítido sentido
político. Aristóteles, por si hiciera falta remarcarlo, habla siempre del arte (aunque no use esa
palabra, como ya advertimos) pensando en sus consecuencias sobre la comunidad. Se opone a
Platón en el sentido de que el arte, lejos de ser pernicioso, beneficia la vida en común de la pólis,
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la ciudad antigua. Por otra parte, el arte no es engaño, sino más bien una vía para ampliar el
conocimiento. En lugar de oponerse a la filosofía, actúa como una introducción a ella.
* * *
Suele compararse la época del clasicismo griego con el florecimiento especulativo que
tuvo lugar en la época del idealismo alemán, en la transición entre el siglo XVIII al XIX, con el
fuerte trasfondo político que significó la revolución francesa iniciada en 1789. En la generación
que siguió a Kant (fallecido en 1804) floreció el romanticismo artístico, al que Kant quizá
promovió, al menos en parte, a través de ciertos conceptos incluidos en su Crítica del juicio
(como por ejemplo, el del artista como genio, que tanta influencia tuvo después en la imagen del
artista como creador, ser especial –esta idea ya está en Platón, aunque incapaz de formular
conceptos).
Algo importante en Kant es notar su ambición moderna por formar comunidad a partir
del arte. Kant seguramente no se propuso ese objetivo, pero estaba implícito en su proyecto,
como intentamos explicar más arriba. Al mismo tiempo, hemos remontado el problema hasta los
griegos, para quienes era evidente que el arte tenía que ver en primer lugar con la política. Platón
y Aristóteles nos ofrecen perspectivas diferentes sobre el tema, pero no opuestas. Ambos
consideran que es preciso justificar políticamente al arte, o repudiarlo por las mismas razones. Si
bien Platón pasó a la historia de la estética como el gran enemigo del arte, debe decirse, a su
favor, que escribió diálogos que se consideran hoy como cumbres literarias. Por otro lado, se
dice que compuso obras trágicas en su juventud y que su maestro Sócrates fue escultor.
Sabemos poco de todo eso, pero es claro que los griegos consideraron al arte como una
cuestión esencial de la vida en común.
* * *
Crítica del Juicio kantiana (que también encontrarán mencionada en otros textos como Crítica
de la facultad de juzgar; la palabra alemana es Urteilskraft). La intención de esta clase, y de
este texto sugerido, se cifra en el planteo del problema estético en la modernidad y sus vínculos
con la política. No podemos pretender un acercamiento más detallado a Kant porque ello
implicaría una serie de dificultades, entre otras, la exposición sistemática de su doctrina o la
aclaración de una terminología muy técnica.
Los otros dos textos de la bibliografía anticipan el tema de la clase siguiente. El primero,
que conviene leer, es del gran erudito alemán Ernst Gombrich (muchos recordarán su difundida
Historia del arte, una gran introducción al tema). El segundo, es del propio Hegel y está
destinado a quienes quieran ampliar lo tratado en la próxima clase o se animen a enfrentarse a la
prosa de este filósofo, célebre por su dificultad. Puede ser un primer acercamiento a su obra. Se
trata de su introducción a sus cursos sobre estética, de lo que nos ocuparemos en el siguiente
encuentro. Sugiero que nadie se obsesione en comprender cada palabra, cada frase, si no tienen
una formación específica sobre el autor. Se trata simplemente de una experiencia de lectura,
sobre la que no podremos profundizar en este curso solo introductorio.