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Los Nueve Ríos
Los Nueve Ríos
No recordamos que siglos antes del río, había un lago, que había sido un
mar, ni sabemos que, kilómetros antes de la cloaca, hay todavía un
vergel. Como si usáramos alguna especie de anteojeras que sólo
permiten observar lo malo y lo feo y prever únicamente los desastres. En
estas páginas trataremos de ampliar nuestra percepción del río maravilla
que conserva y purifica sus aguas en el páramo, que más abajo riega las
habas, el maíz, la papa y la arverja; que alegra las huertas pueblerinas y
curte pieles, que convierte tierra en leche, que da de beber a cuatro
millones de personas, que piadosamente, recibe sus desechos, que los
troca en hortalizas; que produce energía para una de las ciudades más
grandes del planeta y al cual, le sobran ímpetus para convertirse en lago
veraniego antes de desaparecer.
Las primeras aguas que cubrieron lo que hoy es el lecho del río Bogotá
fueron las del mar Caribe. Efectivamente, los geólogos(1) han
demostrado que hace 115 millones de años el mar penetraba hasta
cubrir una inmensa zona que más tarde se convirtió en altiplanicie por
efecto de los plegamientos y rupturas de los estratos que en el plioceno
condujeron a la formación de la cordillera oriental.
Poco a poco, los científicos han decifrado esa historia. Los geólogos y
paleontólogos, analizando rocas y fósiles encontraron la fundamental
diferencia de edad entre la cordillera orienta¡ y el resto de los Andes
colombianos. Los estudiosos del polen(2) han establecido la fecha de
llegada de árboles que consideramos tan nativos como el roble o el aliso,
ambos venidos del norte hace 150.000 y 500.000 años respectivamente
y han trazado la ruta de invasión sur‑norte de plantas que, como
la gunnera, han alimentado nuestras tradiciones. Los geógrafos y
geomorfólogos hallaron los glaciales y las morrenas en medio de nuestro
trópico andino; fue Humboldt el primero en creer en las leyendas
chibchas que hablaban del lago que cubría toda la altiplanicie y de los
animales gigantes que la poblaban.
Lo que el río es hoy, y lo que será mañana, es otra historia; la que nos
concierne directamente porque somos nosotros quienes contribuimos a
formarla con pequeños impulsos dentro del complejo mar de las
decisiones sociales, Nuestra actitud ante ella depende de nuestra
percepción de la realidad, de cómo aislemos nuestras mentes para no
percibir más que frases hechas o de cómo las ampliemos para
comprender lo que hay detrás de las imágenes simples. Nuestra actitud
personal sera una si consideramos el río como agua mala peremne y otra
si entendemos las funciones sociales que actualmente desempeña y
proyectamos las que deseamos verle cumplir en el futuro.
El río del páramo, el que baja a golpes los cerros, el que recorre limpio y
plácido a Villapinzón antes de cooperar con las curtiembres; él que riega
las tierras ganaderas de Suesca, Tocancipá y Gachancipá, el que se
purifica y entuba para darnos de beber, el que se convierte en cloaca de
nuestras energías perdidas, el que produce hortalizas en Bosa, el que
mueve las turbinas del Muña para abajo y el que sirve de sostén a
¡anchas y esquiadores antes de unirse al Magdalena.
Es así como en las partes más altas las láminas finísimas de hielo
destruyen las raicillas y aceleran tanto el suave movimiento hacia abajo
como el cambio de la vegetación. Los pajonales, musgos y líquenes son
escasos en las partes más altas y pendientes, donde el cambio es más
acelerado y sólo se densifican en las planicies, donde el movimiento
continuo de los suelos se hace más lento, permitiendo la aparición de los
frailejones y del romero de páramo. El agua es el factor más dinámico en
esta zona del río. Las condiciones generales del páramo: baja presión
atmosférica, baja temperatura media pero altísima intensidad energética
de la radiación solar, fuertes cambios geomorfológicos, ocasionan
cambios muy bruscos en la nubosidad la cual actúa como transformador
errático de todo el ambiente paramuno. Las nubes no sólo conforman el
mundo gris y frío sino también, al apartarse o al convertirse en lluvia
finísima, en paramillos, dejan pasar el sol con los más altos niveles de
radiación del planeta y convierten este conjunto en ámbito de colores y
de calor, tanto para las plantas, como para el hombre.
Curtir pieles ha sido una antigua actividad en Villapinzón. Existen hoy día
más de cincuenta establecimientos de diverso tamaño que curten pieles
de res, aguas abajo del río Bogotá. El río es utilizado en las diferentes
etapas del curtido, ya que las empresas compran las pieles directamente
en los mataderos de Bogotá y de los pueblos de la sabana trayéndolas
sangrantes en camiones, zorras y carretillas.
Hasta hace poco tiempo, las pieles eran lavadas directamente en el río;
una intervención de la CAR logró la construcción de estanques de
concreto a los cuales se bombea el agua; las pieles pasan de estanque a
estanque y luego son procesadas en ruedas de madera de tres metros
de diámetro que se mueven lentamente, gracias a motores conectados a
las redes de electrificación rural que maneja la misma CAR. Los residuos
del proceso son abundantes: gelatinas y grasas de diversos géneros,
algunos de los cuales permanecen pudriéndose junto a las casas de los
curtidores y otros son recogidos periódicamente en la carretera por
camiones al servicio de empresas que utilizan estos elementos orgánicos
en diferentes operaciones industriales.
Esta industria era dinámica hasta hace pocos meses, cuando la baja del
bolívar en Venezuela interrumpió la exportación de cueros por Cúcuta
hasta donde llevaban estos productos de la primera zona industrial de
Bogotá. Ampliaciones y construcciones de gran tamaño parecen estar
ahora paralizadas y los propietarios comienzan a dedicar más atención y
tiempo a sus labores agropecuarias. Aún así, río abajo, en las haciendas
de Chocontá y de Suesca, las curtiembres de Villapinzón todavía son
odiadas por “dañar” el río. Se dice que en los días de fiesta los estanques
se vacían en el río y este se vuelve azul. Actualmente se adelantan
estudios sobre esta situación. ¿Cómo conciliar unos y otros intereses?
¿Cómo asegurar que el río sirva para los diversos objetivos que se
pretenden? ¿Cómo preferir unos a otros? La tendencia predominante en
la región hacia las actividades agropecuarias parece señalar como
irracional la localización de las curtiembres; sin embargo, cabe
reflexionar si esta actividad corresponde a una etapa de
agroindustrialización que es consecuente con la necesidad de
aprovechamiento de las pieles producidas en la misma sabana y acorde
con la necesidad de descentralización de las actividades agropecuarias y
de fomento a la pequeña industria.
El río de la leche
La tenencia de la tierra y el paisaje comienzan a cambiar tan pronto el río
abandona las curtiembres. Empiezan a aparecer las grandes haciendas
de estirpe encomendera. Los aposentos de los compañeros de Quesada
se perpetúan en grandes casas de corredores cerrados. Alrededor de
Chocontá el paisaje se torna austero, casi castellano; al occidente los
cerros comienzan a desnudarse, consecuencia del clima y del uso
intenso, los suelos comienzan a teñir el río de color, los deshechos de
ambos pueblos empiezan a generar procesos de eutroficación con el
consiguiente aumento de las plantas acuáticas. Pero el valle de
Chocontá, no es todavía la sabana. Para penetrar en ella, el río tuvo que
vencer el pequeño macizo de Suesca y lo hizo creando un cañón que
hoy está olvidado y que fue sitio obligado de paseos santafereños. “Las
rocas de Suesca”, los enormes monolitos originados por la acción
conjunta del río y de los vientos NME(5). Antes de penetrar en el
desfiladero, el río recibe la primera corriente regulada de la sabana, el
antiguo río Sisga, hoy desaguadero de la represa que lleva su nombre,
primer intento de controlar las inundaciones y suministrar agua suficiente
para producir energía. Aquí, el río ya no es tan transparente, pero sus
aguas aún son utilizables para riego; los ribereños ya no las beben
directamente, pero algunos han vuelto a utilizar sus corrientes para
impulsar canoas y los alisos, mezclados ahora con sauces y eucaliptus,
forman paisajes agradables valorizados por el imponente cañón rocoso.
Aún las tuberías con los años y la acción química‑física del agua
pueden desprender material que se incorpora a la corriente. Es necesario
prever todo esto en los sistemas de tratamiento: agregar el oxígeno
necesario, dejar residuos de cloro para controlar las poblaciones
ascendientes de colibacilos, construir válvulas de seguridad para el caso
de que aumente la presión. Todo ello, para formar el río potable y fugaz
cuyo valor desaparece súbitamente cuando pasa por nuestras manos,
como si Midas reencarnara a la inversa en los seres humanos.
El río cloaca
El río cloaca principia en cada uno de nuestros hogares, cuando
convertimos, con solo tocarla el agua potable en agua negra. Pero su
presencia sólo se percibe cuando su cauce deja de ser protegido
después de Tibitó. Uno o dos kilómetros más adelante, recibe al río
Neusa que mantiene constante su caudal gracias al embalse y que ya ha
añadido a sus aguas las del Checua, que corre paralelo al Bogotá por el
valle de Nemocón, separado por una de las penínsulas que surcaban el
antiguo lago. El Neusa y el Checua traen residuos de procesos
acelerados de erosión, que ahora tratan de contenerse reconstruyendo la
naturaleza. El río se carga de materias en suspensión, pasa por la zona
industrial generada por las salinas de Zipaquirá, uno de los problemas de
contaminación más graves de la sabana y entra al corredor
Cajicá‑Chía‑Cota en donde la tierra agrícola desaparece
rápidamente ante los clubes deportivos, los restaurantes campestres, las
urbanizaciones disfrazadas de granja y las tierras vacías que los
propietarios ausentistas tienen ya, mentalmente, cubiertas de asfalto y de
cimientos. Parte de estos desarrollos desaguan sus residuos
directamente al río. Otros lo llevan a pozos, contaminando de todas
maneras los acuíferos. Las zonas urbanas de Chía y de Cajicá muestran
actualmente el más alto índice de crecimiento de la sabana y la carga de
sus desechos es recibida por el río Frío que, después de haberse
deslizado por una zona paradisíaca, se convierte de pronto en
depositario de basuras y residuos de todo género.
Tal vez dentro de pocas decenas de años se vea con ironía esta época
de las alcantarillas en que nos dedicamos a concentrar residuos en
enormes canales para apartarlos rápidamente de los sitios poblados,
como caravanas de leprosos, sin sitio fijo a dónde llegar, rechazados por
todos y contagiando lo que tocan. Ya en las universidades de los países
más ricos existen cátedras para el estudio de las basuras y otros
residuos, en las cuales no son los ingenieros sino los sicólogos y los
sociólogos los que analizan por qué el hombre cuando cataloga algo
como basura decide encargar a la sociedad de destruirlo y porqué
tenemos tanto asco de nuestros propios residuos que preferimos pagar
más por alejarlos que por retransformarlos en energía.
El río hortelano
Entre la desembocadura de los ríos Funza y Tunjuelito el río atraviesa los
campos más fértiles de la Sabana de Bogotá. Al Occidente, a menos de
cinco kilómetros está el complejo más refinado del país para
investigaciones agropecuarias: Tibaitatá. Alrededor de los laboratorios y
parcelas de experimentación existen grandes haciendas que mantienen
altos niveles de productividad. La margen orienta ha tenido diferente
destino: desde la construcción de Techo el primer aeropuerto que tuvo la
ciudad las fincas de la zona se vieron amenazadas por el avance de
procesos irregulares de urbanización; más tarde la construcción de
ciudad Kennedy y de la Central de Abastos aceleró el aumento de la
densidad de población urbana de la zona. Los grandes propietarios se
vieron obligados a dividir sus predios en pequeñas parcelas o a negociar
con el urbanizador de turno. Algunos vendieron tierra excelente a muy
bajo costo. Todo ese proceso condujo a un desarrollo
urbano‑agrícola muy singular, en la margen izquierda del río: el
cultivo de hortalizas regadas con sus aguas negras.
Se dice que son alrededor de cinco mil los pequeños propietarios que
compraron parcelas donde antes habían existido grandes haciendas,
probablemente para vivir cerca de la capital. Fueron ellos quienes
desarrollaron este extraño método de aprovechamiento del río. La
construcción de la Central Abastos en la zona facilitó el mercadeo del
producido de las huertas caseras; el negocio fue haciéndose cada vez
más promisorio, se formaron asociaciones, reunieron fondos, compraron
motobombas, construyeron canales y empezaron a utilizar las aguas del
río, que en este sector están ya completamente muertas en el sentido de
que, la inexistencia de oxígeno disuelto, no permite el desarrollo de vida.
El río de vacaciones
En el mismo gran cañón donde ahora produce energía, el río participaba
anualmente de las vacaciones de los bogotanos. La necesidad de calor y
el desarrollo de los cultivos de tierra caliente fueron creando los
pueblecillos que se agarran en los cambios de pendiente, en las
pequeñas terrazas, en las cabeceras de los valles; Santandercito, Tena,
Mesitas, Apulo, Viotá por un lado y en la margen derecha La Mesa, Ana-
poima, Tocaima y finalmente Girardot. Hasta los años treinta, fueron
comunes los paseos al Salto de Tequendama o las excursiones para
perseguir venados en la gran ha-cienda de Canoas. Luego, la
construcción de la carretera y del ferrocarril llevaron los flujos de
veraneantes cada vez más abajo, donde las pendientes son menos
agudas y era más sencillo construir pequeñas quintas. El río se mantenía
siempre como algo muy difícil de alcanzar después de su desaparición
entre las nubes del salto, pero los bogotanos poco a poco bajaron,
construyendo carreteables que iban de finca en finca. La culminación de
esta época fue el Hotel de Apulo, y ya en los años cincuenta, Girardot.
Todo esto se olvidó en la década de los sesenta. Con la posibilidad de ir
en avión a la Costa, los bogotanos olvidaron su río de vacaciones; pero
las cosas y los precios cambian y cuando hastiados y empobrecidos,
algunos regresaron a la cuenca baja del Bogotá, encontraron que todo
había cambiado: los cafetales estaban arruinados, las carreteras
destrozadas, el ferrocarril quebrado y sobre todo, el gran río, cubierto de
espumas de los nuevos jabones ya no bajaba por el Salto y en su lugar
allí solamente se veía un hilillo teñido de blanco por los residuos de una
cantera cercana.
Más hoy, la situación cambia otra vez. El auge del movimiento ecológico
mundial ha revalorizado el gran salto; la tierra templada se considera
más saludable con su discreto sol que no afecta la piel; el esplendor de la
vegetación de los cañones húmedos no se encuentra en el trópico seco;
subsiste la nostalgia por los sabores de la mandarina y el plátano
manzano. La niebla del páramo recobra su cariz romántico. Se retrocede
un poco y esto coincide con la posibilidad técnica de reconstruir el río de
vacaciones.
El agua de la cuenca del Orinoco llega ahora a la sabana; es posible
entonces pensar en planear las turbinas de tal modo que el salto tenga
agua, por lo menos durante el día, cuando llegan las caravanas de
turistas. Es también posible, y se está trabajando, para evitar que estos
vean una catarata de líquido cloacal También los arquitectos tienen
añoranzas y han recordado como construir y reconstruir las volutas y
torrecillas de los años veinte, en sitios donde la gente encuentra otra vez
tiempo para contemplar la naturaleza.
Río abajo, junto a Girardot, desde hace pocos años el río trabaja también
en programas vacacionales. Las bombas lo elevan hasta un pequeño
lago alrededor del cual se construyeron lujosas cabañas y sobre cuya
superficie se deslizan ¡anchas y esquiadores. Se dice que no muy lejos
en encontró un calman y los veraneantes que antes le temían, ahora lo
acosan con cámaras fotográficas. El río va encontrando lentamente a sus
antiguos pobladores.