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Canon: Tomás Eloy Martínez:

El tema del canon ha estado presente en la mayoría de las discusiones intelectuales desde el
centenario, y parte del prestigio de publicaciones históricas como las revistas “nosotros”,
“sur”, “contorno”, “primera plana” o el de este mismo suplemento derivan del papel activo
que asumieron en la consagración, canonización y negación de algunos escritores
fundamentales.

En estos finales de siglo, después de incontables y caprichosas variaciones del canon


impuestos por la crítica p las cátedras de literatura argentina, son los lectores los que están
reorganizando el mapa de los grandes textos y los que deciden que se puede dejar de lado.

¿Qué se entiende por canon después de todo? Según el diccionario de autoridades, la


palabra viene del griego y significa “regla o alguna cosa que se debe creer u observar en
adelante”. Canon sería, por lo tanto, una variante de dogma: es decir, de algo que está en las
antípodas de la libertad encarnada por la literatura.

Pero esta definición tiene que ver con los docentes no con los alumnos. Para todo lector, el
canon es aquello de lo que no se puede prescindir porque en los textos del canon hay
conocimientos y respuestas sin los cuales uno se perdería algo importante. El canon
confiere seguridad a los lectores, les permite saber dónde están parados.

Eloy Martínez se propone analizar, el canon argentino dominado por la sombra terrible de
Borges. Lugones situó a Hernández, en el centro del canon y Borges puso a Lugones en el
mismo lugar, casi medio siglo más tarde. La operación de Borges fue ingeniosa. En el
prólogo de el hacedor (1960) proclamo la grandeza de Lugones, a la vez que se declaraba
su heredero. Nadie dudaba entonces de que Borges era superior a su modelo, pero a él le
preocupaba menos reivindicar a ese precursor que establecer su propia obra como
paradigma de lo que debía ser la literatura Argentina.

En la clase que dicto el 7 de diciembre de 1951 en el colegio libre de estudios superiores,


Borges preparo a la perfeccion el terreno. Esa clase, taquigrafiada por un oyente anónimo,
fue luego corregida por el actor y publicada en la revista “sur” (enero-febrero de 1955) con
su titulo definitivo: “el escritor argentino y la tradición”.

La clase era un acto de protesta sobre el nacionalismo peronista de aquellos años. Tendria a
demostrar que el color local o la inclusión de ciertos rasgos diferenciales no eran suficientes
para definir un libro como argentino.

Aunque la conferencia ocupa solo 7 páginas de las obras completas, influyo sobre la
literatura argentina posterior, con más énfasis que ningun otro instrumento teórico o
ejercicio narrativo. Algunos de sus efectos ha sido beneficiosos. Señalar que la literatura es
alusión, elusión, callar lo que se sabe fue una eficaz defensa contra la facilidades del
costumbrismo, cuyos estragos son visibles en la novela latinoamericana de los años 50.
Otro párrafo de la conferencia, en cambio, ha resultado letal. Es el que afirma, para
defender a Banchs, que LA urna debe su identidad argentina al “pudor” y a “la reticencia”
que adornan sus páginas. Exponer los sentimientos, escribirlos, no era literario ni argentino.

El mandato que Borges deslizo en la clase de 1951 fue acatado de inmediato, para ser
argentino, para ser un “escritor de acá” era preciso negarse a ser sentimental o a escribir
libros que sufrieran la desventura de vender unos miles de ejemplares.

Poner distancia, volverle las espaldas al lector era, se ha dicho la marca de lo literario en un
texto.

Borges tenía razón al decir que los escritores de verdad no buscan el éxito. Si lo hicieran,
nunca lo encontrarían. Pero también es verdad que hay una cierta sintonía entre los libros
que van a sobrevivir y la época en que se publican.

Un libro canónico no es solo el que se busca para releer sino el que provoca relectura. Si al
cabo de diez años ya nadie quiere volver a él, puede que nadie vuelva nunca más. Ese
rechazo ha sucedido con autores que parecían haber nacido canónicos, como Manuel
Gálvez.

El canon es una pregunta perpetua, algo que cada lector hace y rehace todos los días. Tiene
un tronco estable, en el que están Sarmientos, Hernández, Lugones y Borges, pero las
ramas caen y se levantan al compás de cualquier viento. No hay que lamentarse por las
incertidumbres porque son signos de libertad.

EL ESCRITOR ARGENTINO Y LA TRADICIÓN: BORGES.

Quiero formular y justificar algunas proposiciones excepticas sobre el problema de escritor


argentino y la tradición.

Empezare por una solución que se ha hecho instintiva, que se presenta sin colaboración de
razonamientos; la que afirma que la tradición literaria argentina ya existe en la poesía
gauchesca. Según ella, el léxico, los procedimientos, los temas de la poesía gauchesca
deben ilustrar al escritor contemporáneo, y son un punto de partida y quizá un arquetipo.

Creo que el “martin fierro” es la obra mas perdurable que hemos escrito los argentinos; y
creo con la misma intensidad que no podemos suponer que el martin fierro es, como
algunas veces se ha dicho, nuestra biblia, nuestro libro canónico.

Entiendo que hay una diferencia fundamental entre la poesía de los gauchos y la poesía
gauchesca.
Los poetas populares del campo y del suburbio versifican temas generales: las penas del
amor y de la ausencia, el dolor del amor, y lo hacen en un léxico muy general también; en
cambio, los poetas gauchescos cultivan un lenguaje deliberadamente popular, que los
poetas populares no ensayan.

El Martin fierro esta redactado en un español de entonación gauchesca y no nos deja


olvidar durante mucho tiempo que es un gaucho el que canta; abunda en comparaciones
tomadas de la vida pastoril; sin embargo, hay un pasaje famoso en que el autor olvida esta
preocupación de color local y escribe en un español general, no habla de temas vernáculos,
sino de grandes temas abstractos, del tiempo, del espacio, del mar, de la noche.

La idea de que la poesía argentina debe abundar en rasgos diferenciales argentinos y en


color local argentino me parece una equivocación.

Ademas, no se si es necesario decir que la idea de que una literatura debe definirse por los
rasgos diferenciales del país que la produce es una idea relativa relativamente nueva;
también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países.

Durante muchos años, en libros ahora felizmente olvidados, trate de redactar el sabor la
esencia de los barrios extremas de Buenos Aires; naturalmente abunde en palabras locales,
no prescindí de palabras como: cuchilleros, milongas, tapia, y otras, y escribi asi aquellos
olvidados y olvidables libros; luego, hara un año, escribi una historia que se llama La
muerte y la Brujula que es una suerte de pesadilla, una pesadilla en que figuran elementos
de Buenos Aires deformados por el horror de la pesadilla; mis amigos me dijeron que al fin
habían encontrado de lo que yo escribia el sabor de las afueras de Buenos Aires.
Precisamente porque no me había abandonado al sueño, pude lograr, al cabo de tantos años,
lo que antes busque en vano.

Quiero señalar, otra contradicción: LOS NACIONALISTAS SIMULAN venerar las


capacidades de la mente argentina pero quiero limitar el ejercicio poético de esa mente a
algunos pobres temas locales, como si los argentinos solo pudiéramos hablar de orillas y
estancias y no del universo.

Se dice que hay una tradición a la que debemos acogernos los escritores argentinos, y que
esa tradición es la literatura española. Este segundo consejo es desde luego un poco menos
estrecho que el primero pero también tiende a encerrarnos; muchas objeciones podrían
hacérseles, pero basta con dos. La primera es esta: la historia argentina puede definirse sin
equivocación como un querer apartarse de España, como un voluntario distanciamiento de
España. La segundo objeción es: entre nosotros el placer de la literatura española, un placer
que comparto suele ser un gusto adquirido; yo muchas veces he prestado, a personas sin
versación literaria especial, obras francesas e inglesas, y estos libros han sido gustados
inmediatamente, sin esfuerzo. En cambio, cuando he propuesto a mis amigos la literatura de
libros españoles, he comprobado que estos libros les eran difícilmente gustables sin un
aprendizaje especial; por eso creo que el hecho de que algunos ilustres escritores argentinos
escriban como españoles es menos el testimonio de una capacidad heredada que una prueba
de la versatilidad argentina.

Una tercera opinión sobre los escritores argentinos y la tradición, viene a decir que los
argentinos, estamos desvinculados del pasado; que ha habido como una solución de
continuidad entre nosotros y Europa. Según este singular parecer, los argentinos estamos
como los primeros días de la creación; el hecho de buscar temas y procedimientos europeos
es una ilusión, un error; debemos comprender que estamos esencialmente solos, y no
podemos jugar a ser europeos.

¿Cuál es la tradición argentina? Creo que podemos contestar fácilmente y que no hay
problema en esta pregunta. Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo
también que tenemos derecho a esta tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes
de una u otra nación occidental. Creo que este problema de la tradición y de lo argentino es
simplemente una forma contemporánea, y fugaz del eterno problema del determinismo.

Todo lo que hagamos con felicidad permanecerá en la tradición argentina.

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