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La moderna
problemática
filosófica de los
valores
Raúl Villarroel
Lectura básica para Axiología
Publicaciones especiales
Serie Textos Nº 111
Departamento de Filosofía
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad de Chile
2
ÍNDICE
FRANZ BRENTANO
La noción de intencionalidad 28
ALEXIUS MEINONG
El problema de la intencionalidad no-verídica 44
ORTEGA Y GASSET
Introducción a una estimativa 60
MAX SCHELER
El formalismo en la ética y la Ética material de los valores 71
NICOLAI HARTMANN
Esencialismo y aprioridad de los valores 83
De algunas cosas decimos que son valiosas para el hombre, o al menos, para algún
hombre. ¿Qué les da esa característica? ¿Cómo la conocemos? ¿Esa característica es
algo en sí o algo en el hombre? ¿Radica en las cosas o depende del sujeto?1
Éstas son algunas de las cuestiones que nos podemos plantear acerca del valor, de los
valores, como reflexión axiológica, como parte de esa rama de la filosofía, cercana a la
ética, que llamamos Axiología.
¿Qué es el valor? Dada la gran universalidad o amplitud que tiene el valor, siendo de
hecho una extensión trascendental o coextensiva al ente ya que, en principio, todos los
entes pueden ser, en principio, valiosos para algún intelecto o voluntad, del valor sólo
podemos decir que es aquello que atrae la estimación, el aprecio o el deseo.
¿Qué tipo de ser es el valor? Se intuye del valor que tiene alguna conexión con el bien.
En la tradición aristotélico-tomista, el bien es una de las propiedades más amplias y
universales del ente, de aquellas que recibían el nombre de propiedades
trascendentales: unidad, verdad, bondad.
Fin y valor no son más que dos aspectos de una misma cosa: del bien. El fin añade al
bien la tendencia que se da hacia él, su carácter intencional; el valor añade al bien el
aprecio con el que se tiende a una finalidad.
1
Cfr. BEUCHOT, Mauricio. «Sobre los Valores». Logos. Diciembre 1997. Universidad Nacional
Autónoma de México.
4
La tradición ha dicho que, de alguna manera, todas las cosas son buenas, y por ello
también podemos decir que todas las cosas, de alguna manera, o para alguien, son
valiosas. El fundamento de esto se coloca en el orden de la naturaleza, hasta las cosas
“malas” cumplen una función en el universo.
En este último caso, se aludía también a Dios, ya que, si el bien es la relación del ser
con respecto a una voluntad, al menos una voluntad —la de Dios— puede relacionarse
con todas las cosas queriéndolas, y eso las hace buenas a toda.
Pero, sin necesidad de ir tan lejos, podemos colocar el valor en la relación del hombre
con las cosas. En cierta medida, al menos, el hombre hace valiosas a las cosas,
aunque no completamente, pues las tiene como valiosas por cierta conveniencia que
encuentra en ellas. No depende sólo del hombre toda la carga axiológica entonces.
Respecto a esto, a la existencia de los valores, se han adoptado las tres posturas
clásicas relativas al problema de los universales.
Una platónica, según la cual los valores existen y subsisten en sí mismos, y son
captados por una intuición inmediata y directa (de tipo intelectual o emocional).
Otra nominalista, según la cual los valores son totalmente producto del hombre,
constructos suyos.
Otra realista moderada, de línea aristotélica, según la cual ni todos los valores son
creados, ni todos ya dados; inclusive los que no son artificiales, sino naturales, se dan
con la participación del hombre. Es decir, se dan en el encuentro del hombre con el
mundo. No son valiosos porque el hombre los toma como tales, sino que los toma como
tales porque son valiosos. Se juntan las dos perspectivas, la de lo objetivo y la de lo
subjetivo.
De manera más abstracta, y más exacta, se dirá que algunos objetos son valiosos para
algunos sujetos porque son valiosos en sí mismos. Es decir, siempre el valor implica
una cierta relación de un objeto con un sujeto.
Ciertamente puede decirse que hay objetos que son valiosos por virtud del sujeto; por
ejemplo, algo que tiene valor sentimental para una persona. Pero hay otras cosas que
tiene valor más allá del que puede ser depositado en ellas por el sujeto, por ejemplo, la
vida o el arte.
5
Los que han visto a los valores de modo platónico, como entidades subsistentes, han
querido también que se les conozca por intuición inmediata, a veces intelectiva
(Hartmann), a veces emotiva (Scheler). Han hipostasiado los valores; aun cuando
sostienen que los valores son distintos del ser les han conferido un ser incluso más
fuerte que el de las cosas concretas.
En cambio, los que ven los valores desde el punto de vista nominalista, los consideran
todos productos de los hombres, de la mera convención, sin fundamento que los
arraigue en las cosas, en los objetos.
Entre ambas posturas, hay una postura intermedia. Según ella, los valores están
inherentes en las cosas son conocidos por el hombre como una especie de abstracción
valorativa, que es la que anima al juicio estimativo, el cual se va formando a partir de la
experiencia.
Ello permite que haya lugar para argumentar a favor del carácter valioso de una cosa, o
de su mayor valor en comparación con otra. Al mismo tiempo, impide que todo quede
reducido a un asunto de intuición, sin posibilidad de razonar sobre la elección o la
preferencia de los valores.
1. Los subjetivistas conciben al valor como una realidad psicológica, es decir, como
fenómeno que no tiene existencia fuera del sujeto que valora. Esta identificación del
valor con el sujeto es una de las tesis centrales de las posiciones subjetivas de la
historia del estudio de los valores.
Los subjetivistas comparan los valores con los sellos de correos: ni el papel ni la calidad
del dibujo son las cualidades que hacen de ellos un objeto de valor. El valor lo otorga el
filatélico con su interés: las cosas son valiosas no por ellas mismas sino por la relación
que mantienen con nosotros.
2
Adaptado del documento de trabajo «Hacia una conceptualización del valor» de Adela Garzón y Jorge
Garcés. Universidad de Valencia, España. 2005.
6
2. En contraposición, las tesis objetivas mantienen que el valor tiene una realidad y
existencia independiente del sujeto que valora: los valores son realidades objetivas que
no pueden identificarse ni con el sujeto ni con la valoración que éste realiza. El pensar
que el valor no tiene entidad propia es lo mismo que decir, a otros niveles, que la
percepción y el objeto percibido son lo mismo.
Los objetivistas, por otro lado, comparan los valores con los colores, los colores tienen
características físicas que los diferencian objetivamente: el color azul no se vuelve rojo
cuando se pinta de rojo un objeto azul. El color azul perdura, es inmutable y no depende
del sujeto. Un asesinato, aunque nadie lo condene, es siempre malo.
Dentro de esta concepción objetiva del valor, los teóricos de esta tendencia han
procurado diferenciar el valor de lo que se ha llamado tradicionalmente cualidades
primarias que definen a un objeto: la belleza de un cuadro es una cualidad de éste, pero
una cualidad no en el sentido de una característica definitoria de tal objeto, puesto que
ni el cuadro ni el valor de belleza desaparecen si le quitamos la belleza, sino una
cualidad en el sentido de que tiene la capacidad de causar determinados estados,
reacciones en el sujeto que lo percibe.
Para los objetivistas el valor no es una cualidad primaria, puesto que es algo más que
un rasgo o atributo constituyente de un objeto real, ni tampoco es una cualidad
secundaria, puesto que trasciende la vivencia de un objeto.
Si es una cualidad, entonces es una cualidad «potencial» del objeto, que se deriva de la
totalidad, de la globalidad de las propiedades de un objeto, y como tal cualidad
potencial tiene identidad propia al margen del objeto y el sujeto que valora.
El objetivismo argumenta que los valores son descubiertos, no atribuidos por nosotros a
las cosas. El diamante siempre será más valioso que el grafito por sus propiedades
objetivas de dureza, brillo y transparencia.
El hombre puede descubrir la esencia de los valores del mismo modo que puede aislar
un color del espectro; es indiferente a su esencia que una persona los realice en ella o
los descubra ya que los valores no resultan afectados por las vicisitudes humanas: son
absolutos y objetivos. Aunque nadie juzgase que el asesinato es malo, el asesinato
seguiría siendo malo.
7
En conclusión:
A.
En la interpretación del enfoque subjetivo es que el valor es una construcción del sujeto;
algo que se añade a los objetos ya sean físicos o sociales, y que eso que se añade
depende fundamentalmente de las características del sujeto, y de sus vivencias
psicológicas.
Las orientaciones subjetivas, que arrancan desde la misma polémica entre Meinong y
Ehrenfels, se caracterizan por tres aspectos centrales:
El valor sólo existe en la medida en que hay un sujeto que es capaz de elaborar. Es
decir, que los valores no pueden darse fuera del marco de la actividad valorativa del
sujeto. Una consecuencia de esta equivalencia entre el valor y el acto valorativo es que
ambos son producto del sujeto.
b. El valor aparece, pues, como una cualidad que se refleja en los objetos, en la
realidad exterior, pero tiene su origen y fundamento último en el sujeto.
c. Al menos en las primeras interpretaciones subjetivas del valor, esa cualidad del
sujeto se identifica con un determinado tipo de realidad psicológica; el valor se identifica
con determinados estados psicológicos: para unos será el agrado, mientras que para
otros será el deseo o el interés, pero, en definitiva, todos enmarcan el valor dentro de la
misma realidad psicológica: la vida emotiva.
Así, Alfred Julius Ayer (1950) plantea que el valor que expresa un sujeto no nos dice
nada sobre el objeto de valoración, sino que más bien es la expresión de un estado de
ánimo del sujeto.
En la misma línea, Rudolf Carnap (1935) interpreta que el valor, al igual que la norma,
es simplemente una expresión de un deseo, y ni uno ni otro suponen proposiciones de
verdad o falsedad.
B.
Frente a las características y rasgos de los enfoques subjetivos del valor, las tesis u
orientaciones objetivas rechazaron el psicologismo y el empirismo que fundamentó las
formulaciones de las primeras.
Las tesis objetivas se apartaron de esos dos pilares y se fundamentaron ante todo en la
fenomenología, por un lado, y en las tesis racionalistas, por otro.
El más apasionado defensor de esta postura fue el alemán Max Scheler (1874/1928); a
él debe la axiología contemporánea buena parte de su reflexión. Defiende, entre otros
cosas, que sólo por vía intuitiva (siguiendo las razones del corazón), no por vía racional,
se pueden captar los valores; los valores se nos revelan en las vivencias emotivas del
amor y del odio.
También son muy reconocidos los intentos de Scheler para establecer criterios que nos
permitan descubrir la jerarquía de valores existente.
A los valores las pasa algo parecido al cine, que sólo se comprende su funcionamiento
si consideremos la coparticipación de factores subjetivos y factores objetivos.
Cuando valoramos, actúa nuestra personalidad completa con sus experiencias positivas
y negativas, con los conocimientos que ha incorporado, con su particular concepción del
mundo; pero éste componente subjetivo coparticipa de otro componente, las cualidades
objetivas de, por ejemplo, una pintura (colores, estilo, temática) o una acción (fines
perseguidos, resultados obtenidos).
Por otra parte, frente a la idea subjetivista de que los valores existen sólo en la medida
en que pueden ser captados por un sujeto, el objetivismo axiológico, y
fundamentalmente el scheleriano, se va a fundamentar en la independencia del valor,
tanto del sujeto que valora (distinguen entre valor y valoración) como del objeto en que
dicho valor se manifiesta.
El valor se conceptúa como «cualidad a priori», sin referente empírico, que no puede
identificarse ni con las propiedades de los objetos a través de los cuales se manifiesta,
ni con el sujeto que percibe y capta tal cualidad a priori.
establece una clara diferenciación entre valor y valoración: esta última hace referencia a
la forma y manera en que el sujeto puede llegar a percibir el valor.
Sostienen que no puede hablarse del valor, sino que hay que hablar de los
valores. Estas tesis situacionistas plantean:
Los estados psicológicos, el sujeto de valoración, son una condición necesaria, pero no
suficiente ni la única. El valor es el producto de una interrelación de un sujeto que
valora y un objeto de valoración. En ese sentido, no puede conceptualizarse bajo los
términos de uno de los dos elementos que lo definen.
Los valores tienen una dimensión espacio-temporal: son relativos, puesto que sus dos
puntos de partida (objeto y sujeto) no son ni estables ni homogéneos. El valor, en este
sentido, depende de las condiciones específicas y materiales (sociales, históricas,
físicas o estructurales) en que se produzca esa relación entre sujeto y objeto. Esta
dimensión dinámica es necesario tenerla en cuenta a la hora de conceptualizar el valor.
Por otro lado, esa relación dinámica entre el sujeto y el objeto es la que plantea a la vez
que en unos valores pesará más la realidad objetiva, mientras que en otros pesará más
la actividad psicológica, de tal modo que es erróneo adoptar una posición absoluta en la
que el valor se defina de modo objetivo o subjetivo.
Dentro del marco de la definición del valor como una realidad psicológica, y
fundamentalmente a raíz de la polémica entre Meinong y Ehrenfels, se sitúa esta nueva
dimensión que hemos denominado como sustantividad versus potencialidad y que hace
referencia a la concepción del valor como algo concreto, real (es decir, algo sustantivo)
o como un estado ideal que conseguir (el valor como algo que puede ser aunque aún
no lo sea). Dicha concepción del valor se conoce comúnmente con el término del valor
como algo deseable. Es decir, si el valor tiene solamente relación con lo concreto y lo
real (aquello que nos agrada, desea o interesa en un momento dado) o si se puede a la
vez relacionar con algo que, aunque no tenga existencia en un momento dado, llegaría
10
En los desarrollos axiológicos del siglo XX se produce una ruptura entre el valor y los
juicios valorativos existenciales en la medida en que el subjetivismo va a mantener que
el valor no es la expresión de un estado de ánimo, de un sentimiento del sujeto, ni la
afirmación de que posee dicho estado de ánimo: se rompe, pues, con la identificación
del valor con lo real, y se sitúa en el marco de la posibilidad, de lo potencial al margen
de que se dé o no realmente.
Una tercera dimensión en la que podemos situar la conceptualización del valor tiene
también su origen en los inicios de la propia Axiología y dentro del marco de la
captación de los valores. Ante la situación que se produce en el enfrentamiento entre
las tendencias objetivas y subjetivas, se reformula la problemática conceptual
planteándose la cuestión de cómo un sujeto puede llegar a percibir y conocer los
valores. El tema de la captación del valor puede formularse en términos actuales
mediante los conceptos psicológicos de la naturaleza emocional versus la racional del
valor. Es conocida la disyuntiva emoción-cognición que ha estado siempre presente en
los estudios psicológicos de la naturaleza humana, y que se manifiesta, como en otras
muchas áreas, en las formulaciones del concepto de valor.
Esta dimensión emocional versus racional puede reinterpretarse como una dimensión
fundamentalmente psicológica, que nos permite interpretar el problema axiológico
originario: la captación del valor.
11
Dentro del marco de las orientaciones objetivas axiológicas, nos encontramos con
posiciones contrapuestas que van desde los planteamientos racionalistas de Kant o
Hartman (para quienes el valor sólo puede conocerse a través del intelecto, de la razón)
hasta los planteamientos schelerianos, en los que se rechaza el racionalismo
apriorístico kantiano y se plantea un apriorismo emocional; el valor sólo es conocido por
el sujeto a través de la vida emocional y sentimental.
Así pues, mientras que la gran mayoría de las interpretaciones subjetivas han
identificado o situado el valor en la esfera de lo irracional, de lo emotivo, identificando
aquél con emociones diferentes (agrado en Meinong, deseo en Ehrenfels, interés en
Perry, etc.), las interpretaciones objetivas se han bifurcado en dos tendencias: una, el
modo kantiano que sitúa el valor en el mundo del «apriorismo racional», en el intelecto,
en el campo de lo simbólico, lo abstracto. Una segunda tendencia que sigue las
formulaciones schelerianas, según las cuales el valor no puede identificarse ni con la
vivencia o estado emocional, ni con el mundo de las ideas: el valor sólo es conocido por
el sujeto a través de una intuición emocional en la que se establece una relación
(intencionalidad) entre el sujeto y el objeto de valor.
Aunque es cierto, tal y como hemos dicho con anterioridad, que las tesis subjetivistas
han identificado, en su gran mayoría, el valor con un hecho psíquico, emocional, no es
menos cierto que en los primeros desarrollos de la axiología subjetiva (Meinong,
12
Sin embargo, con la aparición del nominalismo axiológico y las tesis más radicales del
positivismo, la concepción empirista y psicológica del valor va más allá de las primeras
formulaciones de Meinong v Ehrenfels, agudizando el aspecto meramente emotivo y
experiencias del valor v rechazando cualquier dimensión intelectual o racional, de dicha
experiencia. La distinción de las primeras formulaciones subjetivistas entre el juicio
existencias y la vivencia de un estado psicológico como elementos configuradores de la
naturaleza del valor queda restringida al último elemento: el valor no tiene ningún
carácter representativo ni simbólico, simplemente es la expresión de un estado
vivencias v emotivo. Tal será la actitud de autores como Carnap (1935) o el mismo
Ayer (1950). Con este último, la axiología subjetivista alcanza un punto álgido al
plantear que el valor no tiene ninguna función representativa del objeto de valor, y ni
siquiera dice algo sobre el sujeto que valora, simplemente es expresión de un estado de
ánimo, de un estado emotivo. En esta misma línea se sitúa la ética de B. Russell
(1935) al señalar que ésta es el intento de dar significación universal a los deseos
personales. Para Russell, el valor como expresión de deseos personales no posee
ningún elemento racional o cognoscitivo.
El rasgo universal y absoluto del valor es una característica coherente y relacionada con
las interpretaciones objetivas de los valores en la medida en que conceptúan que éstos
son entidades independientes que tienen existencia al margen tanto del sujeto que
valora como del objeto de valor. El rasgo de universalidad del valor se relaciona, pues,
con su carácter ilimitado, absoluto e independiente; es decir que no tiene restricción
alguna. Este carácter universal del valor implica su inmutabilidad, en el sentido de que
no cambia, no está condicionado por ningún hecho.
En este sentido, las interpretaciones objetivas del valor rechazan tanto el relativismo
psicológico como el relativismo histórico. El relativismo psicológico de los valores está
relacionado con las tesis subjetivas del valor y plantea que los valores están
condicionados por el desarrollo y las circunstancias de la actividad psicológica de los
individuos. El valor carece de universalidad, puesto que su propio estatus depende del
sujeto que valora: los valores tienen existencia en relación con la organización
psicológica del hombre. El relativismo histórico identifica el valor con los hechos o
fenómenos reales en el que se manifiesta. El valor aparece en esta tesis condicionado
por los factores sociales y culturales, Scheler (1948) ha criticado el relativismo histórico
planteando que pretende derivar los valores de los bienes reales, considerando a los
primeros como producto y resultado de avatares ricos.
Para Scheler, tal error se debe a que algunas interpretaciones objetivas del valor han
identificado a éste con los bienes y han transferido el carácter viable, los cambios reales
de los bienes, a la naturaleza del valor.
Por último, otra dimensión que parece de interés a la hora de llegar a formular una
concepción del valor es la que relaciona este concepto con el carácter individual o
colectivo del mismo. Ha sido una amplia tradición dentro tanto de la Axiología como de
la propia Psicología el identificar los fenómenos psicológicos con el sujeto individual.
En este sentido, tanto en las interpretaciones subjetivas como en las objetivas, aunque
14
Por el contrario, las tesis que se oponen a la definición objetiva del valor plantean que el
carácter preferencial de los valores es fundamentalmente un hecho psicológico que se
manifiesta en la conducta orientativa de los sujetos, y, como tal conducta de elección,
puede variar, según las circunstancias, de unos sujetos a otros y de unas culturas y
sociedades a otras.
Estas distinciones guardan relación con la problemática que hemos ido señalando entre
las llamadas interpretaciones objetivas y subjetivas de la Axiología: mientras que para
las primeras existe una diferencia entre el valor y el juicio de valor (éstos son expresión
del primero, pero no se identifican con él), para las segundas no es posible tal
distinción, puesto que sólo aquello que es susceptible de captación tiene una entidad
real. Teniendo en cuenta estas diferencias de concepción, es lógico que desde
posiciones teóricas cercanas al objetivismo se plantee que para construir un sistema de
valores es necesario basarse en la naturaleza de los valores y no en los juicios de valor:
es decir, en la captación de los valores. Por el contrario, para las tesis subjetivas no es
posible llegar a construir un sistema de valores si no es partiendo de los juicios o
captación de los mismos. La jerarquía de valores sólo puede establecerse
empíricamente a partir de los juicios de valor en cuanto que éstos son la expresión y
manifestación de los valores.
17
Desde Platón y hasta bien entrado el siglo XIX y con el propósito de superar el
estancamiento producido por la tendencia relativista del pensamiento sofista, el valor
fue adscrito a la cosa en calidad de atributo; por lo mismo, quedó subordinado a ella,
careciendo de un estatuto epistemológico propio. Es decir, no constituyó ni motivo ni
objeto de preocupación independiente.
Ya en Teeteto, Platón esboza una teoría que pone en boca del sofista Protágoras
en que se vincula el relativismo moral con un relativismo general en la teoría del
conocimiento. La afirmación más famosa de Protágoras de que “El hombre es la medida
de todas las cosas; de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son”
mueve al Sócrates platónico a preguntarse si ocurre lo mismo con los valores morales.
Platón entendió que los conceptos valorativos sólo podían ser comprensibles sobre el
trasfondo de un determinado tipo de orden social que es el que se da a la tarea de
esbozar intentando proporcionarle, al mismo tiempo, una justificación en función del
orden cósmico, del ser.
Este estatuto metafísico del valor (en detrimento de su carácter histórico y social) se
revertirá a partir del siglo XVIII, cuando, en Inglaterra, comienzan a elaborarse las
primeras teorías económicas en las que se sustituye el concepto tradicional del bien
común, heredado de la tradición aristotélico-tomista, escolástica, por la noción de
“interés general”.
Hasta fines del siglo XVIII, de hecho, no existieron más estudios acerca del valor que
los referentes al valor económico, como por ejemplo los de Adam Smith (1723 – 1790)
en relación con el valor y el origen de la riqueza.
El propio Kant, incluso, es un buen ejemplo de cómo la preocupación por los valores
hasta el siglo XVIII carece de la especificidad que irá paulatinamente alcanzando
después. En la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Kant recurre en
innumerables ocasiones al empleo del término valor, de manera formal; resolviendo
3
JAEGER, Werner. «Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo intelectual». Fondo de Cultura
Económica. México. 1946. Versión de José Gaos. Págs. 98 y ss.
4
Jaeger afirma: “El Eudemo está emparentado de esta manera con el Fedón, el Grilo con el Gorgias y
los libros De la Justicia con la República. El Sofista y el Político, como el Simposio y el Menexeno, habían
sido sugeridos naturalmente por los diálogos platónicos del mismo nombre. El Protréptico, que no era un
diálogo, revela la influencia de los pasajes protrépticos del Eutidemo de Platón, hasta llegar al eco literal.”
Op. cit. Pág. 42.
19
varios temas decisivos de esta obra mediante el recurso a dicho concepto; no obstante
deja de incurrir en una tematización específica al respecto.
Dice Kant:
“La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su
adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo
por el querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin
comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella
pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere,
de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del
azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a
esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus
mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena
voluntad […] sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma,
como algo que en sí mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no
pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor. Serían, por decirlo así, como la
montura, para poderla tener más a la mano en el comercio vulgar o llamar la
atención de los poco versados; que los peritos no necesitan de tales reclamos
para determinar su valor”5.
Ejemplos como éste hay muchos más. Una y otra vez resulta posible leer en su obra
expresiones tales como valor absoluto, o valor relativo, o valor propio o íntimo de la
persona, o valor moral, por ejemplo; pero, no se puede descubrir un solo intento por que
quede fijado en el texto el sentido exacto en que el filósofo se refiere al concepto.
En realidad, se podría decir que es con Adam Smith con quien el concepto comienza a
adquirir un sentido más definido y específico. Smith sostuvo en su Inquiry into the
Nature and Causes of the Wealth of Nations (Investigaciones sobre la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones, 1776) que la causa de la riqueza de los pueblos
era el trabajo y que el valor de las cosas se medía por la cantidad de trabajo empleado
en producirlas. El problema del crecimiento económico lo desarrolló en el Libro IV de su
famoso Inquiry, en el cual Smith adelantó la tesis de que la libertad dentro de una
sociedad llevaría a la máxima riqueza posible. En muchos sentidos, el argumento se
basa en The Theory of Moral Sentiments, debido a que la armonía social que exponía
dependía, en muchos sentidos, del delicado equilibrio de los motivos e intereses en
conflicto del hombre.
5
KANT, Immanuel. «Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres». Primera sección. Espasa
Calpe. Madrid. 1983. Versión de Manuel García Morente.
20
Esto va a llevar a que la entidad valor pueda ser discernida minuciosamente entre dos
condiciones suyas: el valor de uso y el valor de cambio (o valor propiamente dicho de
las cosas).
Entonces, el valor de uso de una mercancía (aquello para lo que puede servir) estará
determinado por su utilidad en la sociedad; en tanto que el valor de cambio (el valor
propiamente tal) va a medirse por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la
producción del objeto que se intercambia.
De esta manera, en esta teoría (que comienza con Adam Smith y continúa con el
teórico David Ricardo (1772 – 1823) (ley de los rendimientos decrecientes) que escribe
los Principios de la economía política, en 1817 y se prolonga hasta Karl Marx y El
Capital, de 1867, la noción de valor económico muestra el aspecto esencial del valor, en
general; que hasta ese momento había estado minimizado.
Ahora bien, no se debe confundir (pese a que comparten en alguna medida idéntico
propósito) la teoría de los valores o la ciencia de los valores llamada Axiología, con la
llamada “filosofía de los valores” que es la tendencia desplegada por la Escuela de
Baden, que es una expresión de la filosofía idealista neokantiana, en la que se
destacaron dos filósofos germanos: Heinrich Rickert (1863 – 1936) (que se refiere a
valores morales y religiosos principalmente) y Wilhelm Windelband (1848 – 1915) (que
aborda el problema del valor de la verdad).
más amplia que la que Kant le había impuesto en la Crítica de la razón pura. Pues, para
Kant, no podía haber objetividad sino en el conocimiento de la naturaleza, único mundo
en el que alcanzaban sentido las categorías. Contra esta limitación, nace entonces el
ámbito de las llamadas ciencias culturales o del espíritu, sobre los que Rickert intenta
afianzar un nuevo sistema trascendental, una filosofía de los valores.
Bajo el dominio del intelecto los fenómenos se constituyen como naturaleza, pudiendo
inscribirse bajo leyes generales, investigadas por las ciencias nomotéticas. En cambio,
cuando los fenómenos se estudian por referencia a un sistema de valores, se
6
«Geschichtsphilosophie», en Die Philosophie im die Beggin des zwanzigsten Jahrhunderts: Festschrift
für Kuno Fischer, WINDELBAND, Wilhelm. (ed.) Heidelberg. Winter, 1904-05.
23
«Si apartamos a un objeto de todas las conexiones con nuestros intereses, sólo podrá
ser considerado sencillamente como instancia de un concepto general. Lo individual
puede convertirse en esencial solamente en referencia a un valor, y eliminando, por
ende, toda relación de valor se eliminaría también el interés histórico y la propia historia.
Se manifiesta así no sólo una conexión necesaria entre consideración generalizante y
consideración evaluativa, sino también una conexión no menos necesaria entre
aprehensión individualizante y aprehensión ligada a valores».
Troeltsch señala: «de esta forma el concepto central de la doctrina de los valores
termina siendo el de la individualidad, en el sentido de una unificación de lo fáctico y de
lo ideal, de lo dado naturalmente y en conformidad con las circunstancias y, al mismo
tiempo, de éticamente impuesto. En este sentido el concepto de individualidad coincide
con el de la fundamental relatividad de los valores. Pero relatividad de los valores no
quiere decir relativismo, anarquía, azar y arbitrio, sino que designa el tejido siempre
móvil y creativo, por ello nunca determinable atemporal y universalmente, de lo que
existe de hecho y de lo que debe ser»8
7
Cfr. FERRARIS, Maurizio. «Historia de la Hermenéutica». Akal. Madrid. 2000. págs. 160 y ss.
8
Der Historismus und seine Probleme. Tubinga, Mohr, 1922.
24
Ahora, por otra parte, se ha afirmado que el primero en utilizar la expresión juicio de
valor, que correspondería al primero empleo propiamente filosófico del término, habría
sido el teólogo germano Albrecht Ritschl (1822 – 1889), quien, a partir de la distinción
kantiana entre razón teórica y razón práctica habló de juicios de valor, para señalar
aquel tipo de juicios que aunque están desprovistos de fundamentación teórica
igualmente pueden ostentar una justificación racional, aunque en el ámbito práctico.
Dichos juicios no se refieren ni al valor económico del objeto ni enuncian una relación
del sujeto con el objeto a partir de una eventual preferencia suya, sino que se refieren a
su valor moral, a su valor práctico.
La extensión crítica y filosófica del empleo del concepto juicio de valor, a partir de la
obra de Ritschl, habría dado lugar al resurgimiento de una concepción ya planteada por
Platón según la cual los asuntos referentes al bien, a la virtud, a lo correcto o lo bello, o
a la verdad, por ejemplo, corresponderían a una misma naturaleza de asuntos, pues,
todos ellos son relativos al plano del valor, del deber ser y no guardan relación con la
facticidad, con los hechos de la positividad.
9
Kausalitäten und Werte in der Geschichte, en «Historische Zeitschrift», SRE.
25
caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia
intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos, si bien con expresiones
no enteramente inequívocas, la referencia a un contenido, la dirección hacia un
objeto... la objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene en sí algo como su
objeto, si bien no todos del mismo modo.”
- las representaciones
- los juicios
- las emociones
Brentano distinguió además entre juicios evidentes y juicios ciegos; estos últimos
provienen de prejuicios o de excesiva confianza en la percepción externa o en la propia
memoria. Aquéllos serían correctos, en tanto éstos incorrectos (ciegos). Asimismo lo
serían los actos preferenciales.
De hecho, fue Brentano quien puso en marcha la moderna filosofía de los valores, al
suponer que nuestras acciones éticas no son ciegas ni predeterminadas, pero poseen
una característica intencionalidad que se manifiesta en una triple perspectiva:
Entonces, lo que aceptamos con agrado es, precisamente, lo bueno; es decir, los
valores, como los llamarán posteriormente sus discípulos; esencias distintas de la
esfera del ser; como los entenderá Scheler, por ejemplo.
Ahora, Brentano, ante esto mismo, se esforzará por sostener que los valores en verdad
no tienen una existencia independiente del ser real, pues, lo que realmente existe son
acciones buenas, cosas bellas, personas valerosas, objetos útiles. Lo auténticamente
real, a su juicio, es el acto, aunque los conceptos valorativos tengan una significación
permanente.
El sujeto del acto moral es la voluntad; pero, ¿qué es lo que me dice que una cosa es
buena o mala? Sin duda, no el hecho de preferir o posponer subjetivos, sino la
adecuación del juicio ético con la calidad del objeto.
Esta preferencia, que podría entenderse como objetiva, daría lugar entonces a ciertas
leyes axiológicas precisas que dieron impulso a la teoría general de los valores que
posteriormente iban a desarrollar Meinong y Ehrenfels en continuidad con el
pensamiento de Brentano.
Meinong estableció una relación muy estrecha entre el valor y la valoración, entendida
como acto psíquico. La idea de Meinong es que yo doy valor a una cosa y aquél a otra;
yo prefiero lo que éste pospone y viceversa. Entonces, lo que me agrada es valorado
positivamente y lo que me desagrada, negativamente.
Claro que con ello se renovó, a propósito del valor, lo que en Grecia sirvió de
fundamento al escepticismo; es decir, la antigua idea de que cada cual tiene su propia
opinión y juzga, en consecuencia, que ella es la verdad. El problema es que estas
opiniones todas verdaderas, en principio producen una tremenda disonancia la
mayor parte de las veces.
Ortega y Gasset comentará, posteriormente, que la idea de Meinong parece muy obvia,
dado que es lo primero que se viene a la mente suponer. Cada uno de nosotros, al
preguntarnos qué es el valor, alguna vez hemos respondido de inmediato que el valor
es el cariz que sobre los objetos proyectan los sentimientos de agrado y desagrado del
sujeto que establece una relación con ellos; que las cosas no son por sí mismas
valiosas.
27
Y además, que todo valor se origina en una valoración previamente establecida que no
consiste en otra cosa que en una concesión de dignidad y de rango determinada por el
mismo sujeto también, en relación con el placer o el enojo que las cosas le provocan.
Ehrenfels cree, más bien, que el nexo entre deseo y valor es inherente a la naturaleza
misma del valor, de modo que, ciertamente, el deseo determina al valor, pero no de un
modo meramente contingente, sino necesario. Ello es lo que, a su juicio, posibilita el
establecimiento de categorías sólidas para una Teoría de los valores.
Entre otras cosas, mediante esta comprensión, se evita también la caída en el simple
utilitarismo de los valores, en el sentido de que los valores puedan representar tan sólo
lo útil para cada individuo, dado que lo que normalmente se desea es la máxima
utilidad. Ehrenfels cree, en contra de esta posibilidad, que el carácter deseable de un
valor no se identifica siempre con la utilidad que ellos puedan tener para nosotros, pues
también podemos llegar a desear algo y, por ende, a valorarlo que no sea para
nada útil, como por ejemplo, saber de filosofía.
Ahora bien, los mismos principios teóricos establecidos por Brentano y que dieron
impulso al pensamiento axiológico de Meinong y Ehrenfels, habrían de influir
decisivamente también en Edmund Husserl (1859 – 1938) determinando su desarrollo
posterior del método fenomenológico e influyendo a través de esta vía, indirectamente,
en Scheler y Hartmann, quienes heredando tal método que ya incluía depurado el
concepto de la intencionalidad y del objeto intencional de la conciencia, llegaron a
divulgar, más ampliamente que todos los pensadores anteriores, a la Axiología,
propiciando su desarrollo a través de una teoría de los valores extraordinariamente
compleja y precisa, que no sólo tuvo fuertes repercusiones en el continente europeo
sino que llegó a extenderse fructíferamente por Estados Unidos y Latinoamérica.
Se entiende, naturalmente, que tal constelación valorativa sólo era aplicable a aquellos
hombres que estaban reconocidos como tales por el léxico social del orden establecido
en la época.
Ahora bien, como se sabe, el término en cuestión estuvo estrechamente vinculado con
otro valor que también se puede considerar decisivo en el entramado moral del mundo
antiguo, el sustantivo areté, cuya traducción usual ha sido la de virtud.
Se entiende que areté poseía quien cumplía a cabalidad con la función que le había
sido socialmente asignada. Y como los individuos tenían asignadas unas funciones
diferentes en la sociedad, entonces la areté de una función o papel era muy diferente de
la de otro.
10
Decisivas resultan a este respecto las páginas iniciales de la Genealogía de la Moral de Nietzsche (I, § 4) cuando
recorre la etimología de los términos valorativos «noble», «aristocrático», a partir de los cuales se desarrolla
posteriormente «bueno».
30
MacIntyre señala al respecto que sobre cualquier regla moral o práctica social se
formula la pregunta respecto de si es parte del ámbito esencialmente local del nómos
(de la convención, la costumbre) o del ámbito esencialmente universal de la füsis
(naturaleza).
Y con ella se relaciona, por supuesto, esta otra: «¿Me es dado elegir cuáles son mis
normas o qué prohibiciones observaré (como quizá me sea posible elegir la ciudad en la
que viva y, por lo tanto el nómos al que esté sujeto)?, o ¿establece la naturaleza del
universo límites a lo que puedo legítimamente elegir»”13.
Se puede notar con claridad que lo que la virtud sea y lo que a un hombre lo haga
merecedor del predicado bueno se ha convertido ahora en un asunto controversial en el
que las significaciones propias y admitidas en el mundo homérico se han visto
subvertidas y arrojadas a la arena de la divergencia.
11
Cfr. MACINTYRE, Alasdair. «Historia de la ética». Paidós. Barcelona. 1998. Pp. 17 – 23.
12
Al parecer la “metamorfosis conceptual” reconocida por Nietzsche en La genealogía de la moral (I, § 4, 5) respecto
de “bueno”, aunque alude al poeta megarense Teognis —sobre quien redactara su primer trabajo filológico— es
discrepante, al menos en parte, de la referencia planteada por MacIntyre. Nietzsche dice que agathós es
“interpretable de muchas maneras”, sin embargo, aparentemente, la transformación de la que da cuenta no es
necesariamente disolutiva del sentido original como afirma el pensador anglosajón.
13
Ibid. Pág. 20.
31
Para las éticas posteriores, las llamadas éticas antiguas —la clásica (a partir de
Sócrates y los Sofistas) y la escolástica— lo “bueno” estuvo siempre representado por
aquello que permitía al individuo acceder al cumplimiento cabal de lo que
supuestamente constituía su verdadero ser; es decir, lo bueno permitía al hombre
acercarse a su plena realización.
De este modo se llega finalmente a suponer una identidad entre valor y ser en una
suerte de falacia moralista que ha orientado un desarrollo histórico-filosófico como el
que se constata desde una cierta perspectiva de nuestro tiempo.
14
Ibid. Pág. 18.
32
Esta situación histórica de apertura decisional —si pudiéramos llamarla de este modo—
es, por cierto, la condición que lleva a la posibilidad de que términos como “bueno” y
otros semejantes vayan paulatinamente “desnaturalizándose” en el movimiento histórico
que conduce de la sociedad homérica a la polis del siglo V, y que a partir de allí en
adelante la complejidad y diversidad manifestada en el empleo de dichos términos
moviera a la reflexión filosófica de manera incesante hasta nuestros días.
Otros conceptos son los decisivos y gravitantes para el mundo griego como ya hemos
visto. El vocabulario moral griego enlaza fuertemente el obrar bien con el vivir bien.
MacIntyre sostiene que: “En general, la ética griega pregunta: ¿Qué he de hacer para
vivir bien?
Por su parte, la ética moderna pregunta: ¿Qué debo hacer para actuar
correctamente?”15. Es fácil, a partir de aquí, detectar la diferencia fundamental entre el
interés por responder a una y otra preguntas.
15
Ibid. Pág. 89.
33
Dios Entregó la tierra al común de la humanidad. Locke intentará mostrar como puede
establecerse la propiedad privada sin un acuerdo explícito entre los hombres. (§25)
Originalmente, no existe la propiedad privada del mundo (§26), pero el hombre cuenta
con propiedad privada en sí mismo: el trabajo. Cualquier cosa sacada del estado natural
por medio del trabajo de un hombre, se convierte automáticamente en propiedad de ése
hombre (§27). De este modo, el trabajo establece lo que es propiedad privada y lo que
es propiedad común (§28), sin un acuerdo explícito en la apropiación. (§29)
Ley de la propiedad es una ley de la razón (§30); la propiedad tiene una limitación que
emana de la razón: un hombre puede apropiarse sólo de lo que pueda consumir sin que
se eche a perder (§31), de lo contrario estaría robando de la propiedad común y
transgrediendo la ley de la razón.
Valor intrínseco de las cosas: grado de utilidad que tienen para la vida de un hombre.
Deseo de tener más de lo necesario altera y valor intrínseco. Hombres, por acuerdo o
capricho, le asignan un valor al oro, la plata, etc. y este pasa a valer como la carne, el
grano, etc. (§37)
Por lo tanto, el trabajo produce valor y propiedad privada (§44). Con el crecimiento de la
población, la humanidad consiente el uso de dinero, que posibilita la acumulación de
valor. Esto permite que el hombre pueda apropiarse de más objetos de los que puede
consumir, por ello, la tierra comienza a escasear. Las diferentes sociedades regulan la
propiedad con leyes. (§45)
El oro, la plata, etc. son utilizados como dinero porque son durables. Son valorables por
capricho o acuerdo, no tienen valor intrínseco. Los bienes útiles no son durables y por lo
tanto, lo que no pueda ser consumido, puede ser cambiado (§46). El dinero puede
conservarse sin que se pudra y es cambiable por productos útiles (§47).
Libro Primero
Ventajas de la DT: a) destreza del obrero por especialización, b) ahorro de tiempo entre
cambios de función, c) incorporación de maquinaria.
Por lo tanto, muchos trabajadores participan en la producción de un bien.
DT: producto de la propensión natural del ser humano al intercambio, estimulada por el
egoísmo.
La DT produce diferencias más importantes que las diferencia naturales: las diferencias
en aptitudes de trabajo. Estas diferencias son útiles (carnicero, panadero, cervecero),
37
que aportan a un “fondo común” de la sociedad. Esto permite que pueda comprarse
trabajo ajeno con trabajo propio. (Hume: “todo en el mundo se compra con trabajo)
Establecida la DT, cada hombre puede sustentarse con su propio trabajo, gracias al
intercambio de excedentes. La sociedad primitiva se convierte en sociedad comercial.
Dificultades del trueque inducen aparición del dinero. Se prefirieron los metales, por ser
durables y divisibles. De este modo, la moneda se convirtió en el método universal de
intercambio, medida del valor.
DT hace que la riqueza o pobreza se determine por la cantidad de trabajo ajeno que es
posible adquirir. Riqueza es el poder de compra del trabajo.
El trabajo tiene un precio real (en el esfuerzo del obrero) y este es el patrón universal
del valor.
El trabajo tiene un precio nominal (en dinero) variable por diversos factores como la
legislación entre otros.
Capítulo VI: sobre los elementos componentes del precio de las mercancías
En este tipo de sociedad el valor que produce el trabajo se divide en salario, beneficio y
renta. Por lo tanto el trabajo por sí sólo no regula el valor.
Capítulo VII: del precio natural y del precio de mercado de los bienes
Tasas ordinarias o promedio de salario, beneficio o renta: valor suficiente (ni más ni
menos) para producir un objeto pagando salario, beneficio y renta. Esto corresponde al
“Precio Natural”.
Prefacio
Contra lo planteado por Hegel en la Filosofía del Derecho, Marx postula que las
relaciones jurídicas y las formas del estado no pueden comprenderse por la evolución
del espíritu, sino que deben ser comprendidas atendiendo a las condiciones materiales
de vida (Lo que Hegel llamó “sociedad civil”, siguiendo a los ingleses); La anatomía de
las condiciones materiales de vida hay que buscarlas en la economía política.
En una determinada fase del desarrollo, las fuerzas productivas entran en contradicción
con las relaciones sociales de producción y de abre una época de revolución social.
Cambia la estructura y por lo tanto, se altera la superestructura, dando lugar a un nuevo
nodo de producción.
Precio del Producto = Costo Fijo + Costo Variable + Plusvalía (producido por el trabajo)
500 = 200 + 200 + 100
FRANZ BRENTANO
La noción de intencionalidad17
Franz Brentano está incluido dentro del conjunto de filósofos más importantes y menos
apreciados de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Condujo una revolución
intelectual que buscó revertir la entonces prevaleciente tendencia postkantiana de la
filosofía austro-alemana en la dirección de una metodología científica aristotélica. A la
vez, hizo valiosas contribuciones a la psicología filosófica, a la metafísica, la ontología la
teoría de los valores, la epistemología, la reforma de la lógica silogística, la teología
filosófica y la teodicea, la historia de la filosofía y la metodología filosófica.
Brentano nunca presentó su pensamiento de una manera acabada. Gran parte de sus
doctrinas llegaron hasta nosotros a través de escritos publicados en forma póstuma.
Brentano tampoco estaba interesado en publicar, sobre todo debido a su gran
resistencia a lo que él mismo denominaba “el trabajo secundario”, ése de hacer
correcciones de pruebas, o registro de referencias y citas. Por ello, la labor de
publicación de su obra le correspondió a sus discípulos Alfred Kastil y Oskar Kraus,
quienes, después de su muerte en 1917, la llevaron a cabo con gran dedicación y
lealtad. Entre los años 1922 y 1934, entonces, se publicaron diez volúmenes con sus
trabajos en la Philosophische Bibliothek de Felix Meiner.
17
Cfr. “Introduction: Brentano’s philosophy”. D. Jacquette, en JACQUETTE, Dale (Editor) «The
Cambridge Companion to Brentano». Cambridge University Press. Cambridge, UK. 2004.
Selección, adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel.
18
Cfr. "Brentano, Franz Clemens". M. Roderick, P.S. Chisholm, en «Routledge Encyclopedia of
Philosophy». CRAIG, Edward (Editor). Routledge. London. 1998.
42
19
Versión consultada: «Psychology from an Empirical Standpoint». Routledge. London. 1995. Selección,
adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel.
43
(Von der mannigfachen Bedeutung des Seienden nach Aristóteles), de 1862, fue el
primer trabajo de filosofía que él leyó seriamente, una y otra vez, cuando se interesó
por primera vez en la metafísica. Heidegger afirmaba que Brentano despertó su
fascinación, a partir de lo cual posteriormente articuló su preocupación por la cuestión
del ser, que encontró su expresión sistemática en «Ser y Tiempo», en 1927. Mientras
tanto, en el mundo de la filosofía analítica, Russell leía extensamente los trabajos de
Brentano y las investigaciones de su discípulo estrella Meinong. Russell parece haber
seguido estos desarrollos de la filosofía austriaca por un tiempo, aunque posteriormente
reaccionó en su contra.
Brentano comienza por establecer una distinción entre una psicología genética y una
psicología descriptiva. El desarrollo de esta distinción sustenta todo el trabajo de
Brentano en relación con los fenómenos mentales. La psicología descriptiva “busca en
la medida de lo posible determinar exhaustivamente los elementos de la conciencia
humana y sus modo de conexión con lo otro”. La esperanza de Brentano es tal como
20
Ibid. Vol. I, book II, title I § 5 pág. 88
44
La forma pura de la materia es llamada materia prima. Esta puede llegar a permitir que
cada cosa sea corpórea y que sin lugar a dudas no exista sino de modo corpóreo. De
manera análoga, el alma es sensible e inteligible y no existe sino recibiendo la forma de
lo sensible e inteligible. En cada caso, lo que se agrega es de naturaleza formal.
“El propio Aristóteles habló de la in-existencia mental. En su libro acerca del alma dijo
que el objeto sentido, como tal, es igual el sujeto sintiente; que el sentido contiene al
objeto, pero sin su materia; que el objeto que es pensado está en el intelecto pensante”.
Sin embargo la visión inmanentista de Brentano no sólo proviene de fuentes clásicas.
Descartes también juega un rol crucial. También se vio impresionado por la crítica a la
21
Cfr. SMITH, Barry. «The substance of Brentano’s ontology». Topoi. 6, 37-47.
Selección, adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel.
45
sustancia trascendente de Comte y buscó, como Comte, una ciencia del fenómeno
(Erscheinungen).
Además se vio influido por las teorías corpusculares del mundo físico y de la sensación,
que implicaban que aquello que estaba en el acto de la percepción como objeto no
mantenía semejanza con el mundo externo por el cual, como comúnmente se supone,
la sensación es provocada. Brentano quería dar una verdadera descripción de aquello
que está involucrado en la direccionalidad mental, no una simplemente de sentido
común. Los colores no existen del modo en que comúnmente nos imaginamos. Ellos
son vistos más bien en el sentido en que están planteados como cualidades
secundarias por Locke. Son otorgados por la mente y agotan en su ser en la mente. De
lo que se sigue que no podemos tener una representación del mundo como si
realmente existiera, en el sentido de un mundo trascendente a la mente. Aunque,
ciertamente, debemos asumir que hay objetos físicos que causan nuestras
sensaciones.
Pero esta tesis de que hay objetos no puede nunca ser objeto de conocimiento
evidente, y tales objetos no pueden constituirse nunca como objetivos directos de
nuestras experiencias perceptuales normales. De lo cual se sigue que los juicios
involucrados en nuestra percepción externa son siempre falsos. Sólo la percepción
interna es verdadera percepción (Wahr-nehmung).
Ahora bien, Brentano concibe los fenómenos físicos como los colores y sonidos
experimentados como existiendo en la mente como partes de la conciencia, de modo
que la intencionalidad de la percepción externa es de hecho una relación entre dos
entidades mentales: el acto (real) de la sensación y la cualidad sentida (no real, no
eficazmente causal, abstracta). Por último, los sonidos y los colores experimentados
tienen una suerte de existencia disminuida, una existencia “en la mente”. Ciertamente,
ellos no son “reales”, pero esto no significa que ellos no sean nada. Más bien, que son
entia rationis, partes no reales de lo real, sustancia mental.
Debe admitirse, que hay aquí semejanzas entre la doctrina de Brentano y la de Kant:
ambos niegan la validez de nuestras cogniciones cotidianas como cogniciones de una
realidad trascendente. Estas similitudes son, sin embargo, sólo superficiales. Así, donde
para Brentano el vínculo entre la actividad interna y el mundo externo se constituye por
una mera hipótesis (apoyada sólo probabilísticamente), Kant recurre a la ayuda de las
formas sintéticas a priori, las categorías que, a juicio de Brentano en su Versuch über
die Erkenntnis (Ensayo sobre el conocimiento), no son más que prejuicios.
46
como instalando en ellos una actitud que podría entenderse como un realismo
descriptivo o taxonómico.
1. Las representaciones. Aquí el sujeto es consciente del objeto sin que resulte
necesario que asuma una posición para tener que enfrentarlo. El objeto ni es
aceptado como existente ni rechazado como no existente, tampoco es querido como
teniendo valor ni odiado como no teniéndolo. Las representaciones pueden ser
intuitivas o conceptuales. Podemos tener un objeto delante de nuestra mente como
si estuviera directamente allí, en la experiencia sensible; o indirectamente, cuando
pienso en un concepto, como cuando, por ejemplo, pienso en un color o en el dolor,
en ausencia de cualquier componente para el acto de pensamiento. Ahora, las
representaciones casi nunca ocurren solas, según Brentano, ellas están de hecho,
en cada caso, acompañadas por relaciones mentales de otro tipo que dependen de
ellas. Éstas son:
2. Los juicios. Un juicio surge cuando, a la simple manera de ser relativa a un objeto en
la representación, se le agrega uno de dos modos diametralmente opuestos de
relación a ese objeto que podemos denominar aceptación o rechazo, o “creencia” o
“incredulidad”. Un juicio es también la afirmación o negación de la existencia del
objeto dado en la representación. De esta manera Brentano suscribe, en este
sentido, una teoría existencial del juicio: todo juicio es reducible a un juicio de forma
existencial. Por ejemplo, un juicio positivo en relación con una cierta representación
intuitiva de la lluvia podría ser entendido coloquialmente así: la lluvia existe o está
lloviendo. Un juicio negativo en relación con la representación conceptual del
unicornio podría ser entendido así: los unicornios no existen o no hay unicornios. Un
juicio predicativo tal como los cisnes son blancos puede ser visto como un juicio
negativo en relación con una cierta representación conceptual compleja y puede ser
transformado en: los cisnes no-blancos no existen o no hay cisnes no-blancos. El
juicio positivo (simple o complejo) es verdadero si el objeto de la representación
subyacente existe; el juicio negativo es verdadero si este objeto deja de existir.
Como se sabe, la teoría de los objetos de Meinong incluye todos los tipos o ramas de la
ontología descritas con anterioridad; sin embargo, el primero de todos los brentanianos
que desarrolló una ontología generalizada en este sentido fue Twardowsky en su obra
Contenido y Objeto de 1894.
La ontología general presentada por Twardowsky puede ser vista como diferente de
todos los trabajos previos en el tema en cuanto fue producida sobre la base de un
análisis psicológico descriptivo de las diferentes clases de actos mentales a la luz de
sus relaciones con las diferentes clases de objetos. El primer Brentano también puede
ser visto retrospectivamente como un contribuyente de esta misma ontología general si
se consideran especialmente sus investigaciones acerca de la distinción aristotélica
entre “el significado del ser en el sentido de las categorías”
(το ον κατα σχηµατα των κατηγοριων), que Aristóteles detalla en Categorías IV; y “el
significado del ser en el sentido del ser verdadero” (το ον ως αληθες) de su disertación
de 1862 Von der mannigfachen Bedeutung des Seinenden nach Aristoteles (Acerca de
la pluralidad de significados del ser en Aristóteles).
y que le permite cotejarlas con aquellas varias maneras que pueden extraerse de los
cuatro modos del ser mencionados por Aristóteles en Metafísica V.
En tanto no se dio a la tarea de interpretar a otros filósofos, Brentano para haber sido
resistente (al menos así se aprecia en sus escritos iniciales) a la formulación de teorías
ontológicas, probablemente porque sus trabajos de este período estuvieron centrados
de manera principal en problemas relativos a la psicología. Ello podría haber inducido a
sus discípulos a dar un paso adicional en este sentido, al usar sus análisis psicológicos
como bases para sus propias investigaciones en el terreno de la ontología general.
Ahora, la medida en que Brentano pueda haber provocado el hecho de que ellos
hubieran dado este paso adicional no puede ser establecida con precisión. No obstante,
el hecho de que todos sus discípulos hayan dado un salto semejante es difícilmente
explicable si no se asume que el desplazamiento en cuestión haya estado
efectivamente anticipado por el propio Brentano.
La sustancia primera
La ontología, entonces, no sólo para Brentano sino para todos los brentanianos, puede
ser descrita a través de sus multifacéticas e interdependientes tres disciplinas de la
ontología de las cosas, de los estados de cosas (situaciones) y de los valores.
Hay algunas características más que se podrían agregar, pero que son menos
fácilmente documentables en el texto de Aristóteles porque, habiendo sido puestas en
discusión sólo mucho más tarde, por los griegos fueron dadas por supuestas. Éstas son
las que siguen:
(vi) Las primeras sustancias son independientes del pensamiento; son parte de la
naturaleza (aunque, por cierto, ningún griego habría comprendido que significaba
“independiente del pensamiento”).
(vii) Son aquello que perdura. Esto significa, primero que nada, que las cosas existen
continuamente en el tiempo (su existencia no es nunca intermitente); pero
también significa que no hay cosas que existan puntualmente, así como hay
procesos o eventos puntuales (por ejemplo, comienzos, finales, y cambios
momentáneos en general). Las sustancias, por contraste con los accidentes,
perduran característicamente por tan largo tiempo que llegan a adquirir nombres
propios para los propósitos de su reidentificación.
(viii) Son aquello que no tiene partes temporales: los primeros diez años de mi vida
son parte de mi vida no una parte de mí. Como nuestras formas ordinarias del
lenguaje también lo revelan, los hechos y los procesos (que ocurren), y no las
cosas (que continúan) tiene partes.
22
Cfr. “Brentano’s value theory: beauty, goodness and the concept of correct emotion”. Wilhelm
Baumgarten and Lynn Pasquerella, en JACQUETTE, Dale (Editor) Op. cit.
Selección, adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel.
51
El reísmo23 de Brentano
Tradicionalmente, las teorías objetivistas de los valores sostienen que ciertos objetos
poseen propiedades que les dan a ellos su valor. Las teorías subjetivistas, por el
contrario, asignan valor solamente en base a si un observador disfruta o valora un
objeto. En las primeros estadios de su filosofía, Brentano defendió un tipo tradicional de
teoría objetivista. Los valores éticos y estéticos eran propiedades esenciales de los
objetos a los que la contemplación se dirigía. La belleza y la fealdad intrínsecas, tanto
como el bien y el mal, eran propiedades poseídas por y predicadas de ciertos objetos.
De este modo, atribuir características de belleza o bondad a un objeto consistía en una
referencia objetiva que involucraba a un pensador entendido como sujeto, una
propiedad, que era el contenido del pensamiento, y una relación intencional entre ese
sujeto y ese contenido. La corrección o incorrección de los juicios éticos y estéticos
dependía de la correspondencia de estos juicios con la naturaleza del objeto al cual
aquellas propiedades eran atribuidas.
Sin embargo, en la etapa final de su filosofía, que comienza en 1905, Brentano adquirió
una perspectiva metafísica que lo llevó a adoptar el reísmo. Esto tuvo un profundo
impacto en lo que para él estaba involucrado en el hecho de atribuir valor ético o
estético a un objeto. La ontología reística de Brentano evito los objetos abstractos,
tales como las propiedades, las proposiciones y los estados de hechos,
considerándolos meras ficciones. Según esta nueva teoría, hablando estrictamente, hay
sólo cosas individuales concretas. Consecuentemente, los términos “belleza” y “bien” no
podrían ser mucho más tiempo comprendidos como propiedades necesarias de aquello
que llamamos “bello” o “bueno”. Ahora bien, dado el rechazo de Brentano de que se
pueda concebir el bien y la belleza, ¿cuál sería, entonces, la base para una evaluación
ética y estética? Para comprender la respuesta de Brentano será útil dirigir primero la
mirada a su filosofía de la mente, o psicología descriptiva, la cual él cree que puede
servir como fundamento para nuestro conocimiento de los conceptos de lo bueno y lo
bello. En su psicología descriptiva, Brentano intenta una clasificación de los fenómenos
mentales relacionada con la analogía que plantea entre los actos del juicio y la emoción.
23
Reísmo es la doctrina filosófica que afirma que sólo las cosas existen. El nombre se deriva del latin res,
que significa “cosa”. La interpretación de este difícil concepto depende de cómo sean vistas las cosas. El
reísmo ya había sido anticipado por muchos nominalistas (es decir, por aquellos filósofos que afirman
que sólo lo individual existe) y también por muchos materialistas, en particular por los estoicos, también
por algunas doctrinas medievales o por las consideraciones acerca de los corpora (cuerpos) de Hobbes.
Incluso se pueden encontrar algunas expresiones de reísmo en Leibniz.
52
Brentano nos dice aquí que hay “partes” (enérgeia) del intelecto, o de la mente,
respectivamente. Hay tanto una parte sensitiva como una activa. La parte sensitiva es
de carácter receptivo. Sin embargo, Brentano se refiere a ella como “una causa
instrumental para nuestro pensamiento” pues se relaciona a los objetos externos de tal
manera que ellos “se nos representan en los pensamientos de la mente o en los
phantasmas”. Brentano afirma que la “dependencia del pensamiento respecto de los
phantasmas” la reconocemos porque la mente (nous dynamei) está presente en ellos
como un “principio material”.
La parte activa de la mente (nous poietikós) es caracterizada como una “propiedad real
de nuestra mente”, que acompaña y se reúne con la mente receptiva, “está presente en
la parte sensitiva”, evidente y concientemente actúa sobre ella, “modificando sus
funciones vitales”. La parte activa de la mente opera, entonces, como un “principio
mental” en contraposición al “principio material”; y se nos presenta con los estados
mentales intencionales, evidentes, transitivos y autorreferidos. Esta facultad, principio y
materia de la mente, es la “causa de nuestros pensamientos”, de tal manera que no
acontezcan “cambios sustanciales” sino sólo “cambios accidentales”. De este modo,
Brentano enfatiza que “un cambio accidental, como por ejemplo un cambio de
pensamiento, no le es contradictorio”.
Tan pronto como uno tiene una actitud mental hacia algo, ya hay implícita una
representación mental de ello. Nada puede ser objeto del deseo sino es también objeto
de una representación. Incluso, el deseo constituye un tipo enteramente nuevo y
distintivo de segunda referencia al objeto y también un segundo y enteramente nuevo
modo mediante el cual éste entra en la conciencia. Cuando alguien desea un objeto, el
objeto es inmanente en tanto representado y en tanto deseado a la vez. De este modo,
nada es un objeto del juicio si no es objeto de la representación, y cuando el objeto de
la representación llega a ser un juicio afirmativo o negativo, nuestra conciencia entra en
una clase completamente nueva de relación con el objeto. Este objeto se presenta a la
conciencia de dos maneras: primero como un objeto de la representación, y sólo
entonces como un objeto para ser afirmado o negado. Esta característica de los juicios
y de las emociones se nos revela en nuestra percepción interior.
las representaciones, que son ellas mismas accidentes. Para emplear su terminología
reística, uno-que-juzga es un accidente de uno-que-piensa, y uno-que-piensa es un
accidente del sujeto.
Mientras por una parte las representaciones, los juicios y las emociones tienen en
común su carácter de accidentes, por otra, las representaciones se diferencian de los
fenómenos de las dos categorías restantes en el hecho de que uno puede tener una
representación sin que la representación esté acompañada por un juicio o una actitud
emocional hacia ella. Si el accidente no acontece, porque el individuo no es capaz de
juzgar u obtener placer de un objeto A, la representación, sin embargo, continúa
existiendo. El individuo no debiera por ello dejar de existir. Es decir, la sustancia
subyacente al accidente sobrevive al cambio en el fenómeno mental. Sin embargo, esta
misma independencia no puede ser atribuida a los juicios y a las emociones, en tanto a
un acto de juicio o a una emoción le subyace una representación. Si el sujeto deja de
pensar en el objeto A, se entiende que allí ya no puede haber juicio o evaluación de A.
Según Brentano, la belleza y la bondad pueden ser comprendidas por referencia a las
emociones, la tercera clase de los fenómenos psicológicos; no así los juicios. Con
respecto a las atribuciones de belleza, Brentano dice:
Uno a veces habla de juicios del gusto, pero esto sólo puede ser admitido en un
sentido metafórico. El gusto no es un juicio, sino un sentimiento, y, por supuesto,
una preferencia en el sentimiento (para lo bello como lo opuesto a lo feo y para lo
más bello como opuesto a lo menos bello) o bien una disposición para tal
preferencia.
En segundo lugar, Brentano apunta al hecho de los juicios y las emociones van siempre
más allá de las meras representaciones o ideas al involucrar ya sea una afirmación o
una negación. Tengan un carácter positivo o negativo. Igualmente a como los juicios,
son afirmaciones o negaciones, Brentano ve que las actitudes o son pro-actitudes o
anti-actitudes, que pueden ser divididas en amor y odio.
Por último, sólo como afirmación o negación de un objeto pueden ser correctas o
incorrectas en el acto de juzgar, un acto de amar u odiar sólo puede ser correcto en el
ámbito de las emociones. De hecho, como hemos visto, los conceptos de “lo bello” y “lo
bueno” son tales que en ambos casos podemos hablar de “corrección” e “incorrección”
si juzgamos algo que sea “bello” o “bueno” respectivamente.
Pero, hay también ciertas disanalogías entre los juicios y las emociones. En tanto los
juicios son verdaderos o falsos, cuando se afirma algo como correcto, está
necesariamente implicado que debiera ser incorrecto negar aquello que ha sido
afirmado. No hay término medio entre la verdad y la falsedad, como lo sabemos bien
por la ley del tercero excluido. Sin embargo, decir que no es correcto amar a un objeto
no implica necesariamente decir que lo correcto sea odiarlo. Algunas cosas son de tal
manera que no es ni correcto amarlas ni correcto odiarlas. Más bien ellas son
indiferentes.
Se agrega a ello otra distinción, la que puede ser establecida entre la verdad y la
bondad. En la dicotomía entre el bien y el mal, existen lo que podríamos llamar “medios
comparativos” ─los conceptos de lo mejor y de lo peor. Pero no existen tales medios
comparativos en la esfera del juicio. Ningún acto de juicio es más verdadero que otro.
Por ello, el reísmo planteado por Brentano provoca su desplazamiento desde una teoría
de la correspondencia hacia una forma de teoría de la coherencia. En este nuevo
enfoque, el estándar de la belleza y la bondad llega a ser el criterio evidente. Brentano
estaba convencido de que como sólo el concepto de verdad podía ser derivado de los
juicios evidentes que son experimentados como correctos, los conceptos de lo bueno y
lo bello pueden derivarse de las emociones que se experimentan como correctas.
Nuestra comprensión de los conceptos de lo “bueno” y lo “bello” se originan a partir de
nuestro concepto de lo evidente, que es experimentado en la percepción interna, de la
siguiente manera. Dentro de la clase de juicios algunos resultan verdaderos directa e
inmediatamente. Tales juicios evidentes caen dentro de dos categorías. Hay, o
“verdades de razón”, o juicios acerca de los propios actos intencionales de quien juzga.
La corrección de estos juicios es un concepto autoevidente que se adquiere como
resultado de una reflexión sobre nuestros propios estados mentales. En consecuencia,
un juicio verdadero esta “correctamente caracterizado” (richtig charakterisiert) por
referencia a una experiencia interior y a la evidencia. Por el contrario, un juicio
incorrecto debiera perder tales características. En suma, cuando un deseo, amor, o
voluntad está “correctamente caracterizado” se hace evidente que su intención es digna
de deseo, amor o voluntad. Nuevamente, un deseo, amor o voluntad incorrectos,
debieran perder estas características. Lo mismo se sostiene, mutatis mutandis, para las
anti-actitudes, la aversión y el odio, respectivamente.
57
ALEXIUS MEINONG
El problema de la intencionalidad no-verídica24
Alexius Meinong nació en el seno de una familia católica noble en la ciudad de Lemberg
en 1853 y estudió en Viena bajo la dirección de Brentano desde 1875 hasta 1878. Entre
1882 y 1920 fue profesor de filosofía en Graz, donde fue uno de los primeros en llevar a
cabo de manera sistemática experimentos en psicología guestáltica. La influencia de
Meinong se extendió también al mundo angloparlante a través de Bertrand Russell,
cuya teoría de la descripción se desarrolló en parte como reacción a los excesos
ontológicos de Meinong.
No cabe duda de que esta teoría de la tiene muy pocos adherentes hoy en día y que a
Meinong no le concedió una muy buena reputación filosófica; no obstante, no fue él el
primer filósofo en plantearla puesto que se trata de una distinción bastante antigua,
como se ha dicho, y que ha tendido a reiterarse en nuevas versiones filosóficas.
Aristóteles ya había distinguido entre los diferentes sentidos del ser y fue seguido en
esto por muchos filósofos posteriores que hicieron mayores distinciones y desarrollaron
nuevos términos para dar cuenta de ello.
El actual empleo del verbo existir se debe probablemente al esfuerzo de los filósofos
medievales. Y diferentes intentos de vestir terminológicamente esta misma idea se han
sucedido a lo largo del tiempo hasta ahora.
Se puede tener en cuenta para establecer una distinción entre el ser y la existencia, por
ejemplo en la línea del pensamiento de Carnap, que la cuantificación de los números y
24
SMITH, Barry. «Austrian philosophy. The legacy of Franz Brentano». Open Court Publishing Company.
Chicago. 1996. Selección, adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel.
25
El significado del ente por accidente y por sí ; el significado del ente en cuanto verdadero; el significado
del ente según las figuras de las categorías y el significado del ente según la potencia y el acto.
58
Las representaciones, los juicios y los supuestos siempre tienen objeto, señala
Meinong. Estos objetos son independientes de los estados de la mente en los que ellos
son aprehendidos.
Pero esto, a juicio de Meinong, sería un error, porque los objetos existentes son sólo
una parte infinitesimal de los objetos del conocimiento. Esto quedaría ilustrado por las
matemáticas, por ejemplo, que nunca tratan con objetos para los la existencia sea algo
esencial pues tratan, en lo esencial, con objetos que no pueden existir, en cuanto
números.
Se puede objetar que el estudio de los objetos deba ser coextensivo a todo
conocimiento, pues, se pueden estudiar separadamente las clases y las propiedades
más generales de los objetos. Esto es una parte esencial de la filosofía que, a juicio de
Meinong, constituye la Teoría de los objetos (Gegenstandtheorie).
Esta preocupación ya no es metafísica, sino algo más amplio. Pues, la metafísica trata
sólo con lo real, mientras que la teoría d e los objetos no tiene esa limitación. La Teoría
de los objetos se refiere a cualquier objeto que pueda ser conocido a priori, aunque el
conocimiento de la realidad sólo puede ser obtenido mediante la experiencia.
La Teoría de los objetos, discute Meinong, tampoco puede identificarse con la mera
lógica, en la medida en que la lógica, en su opinión, es esencialmente práctica en
cuanto a su propósito, pues concierne al razonamiento correcto.
La intencionalidad no verídica
El problema central de la filosofía de Meinong puede ser formulado como sigue: ¿cómo
podemos comprender la intencionalidad de los actos mentales que carecen de objetos
existentes? Habría dos familias alternativas de solución para este problema, ambas
inspiradas en los trabajos de Meinong: por una parte, estarían las llamadas soluciones
“relacionales”, que se refieren a ciertos objetos especiales no-existentes, o a objetos
que estarían según Meinong “más allá del ser y del no-ser”. Por otra parte, están
las llamadas soluciones “adverbiales” referidas a una cierta clase de actos dados que
explicarían (externamente) su aparente direccionalidad.
Decididamente expuesto, podemos decir que sólo en el primer caso es posible afirmar
que se establece un vínculo real o una conexión con un objeto de hecho. En el último
caso, los actos en cuestión manifiestan sólo ciertas similitudes internas con los actos
propiamente relacionales. Incluso en este caso, en que la mera existencia de un objeto
será suficiente garantía de que una sentencia relacional puede ser correctamente
empleada para describir la direccionalidad de los actos involucrados.
¿Cuáles son aquellos actos anómalos que se caracterizan por carecer de objetos
existentes? Los actos de este tipo pueden ocurrir o bien porque estamos equivocados
en nuestra creencia en el efecto de que el supuesto objeto existe, o bien porque
ejercitamos deliberadamente la imaginación, como por ejemplo, cuando se trata de la
obra de arte.
Aquí las clases más familiares de ejemplos son provistas por los actos de aparente
direccionalidad hacia el objeto que aparecen en nuestras lecturas de obras de ficción.
Los actos en los que seguimos las aventuras de Sherlock Holmes, ciertamente, implican
el uso de material propio los textos impresos mismos pero no en el sentido en que
tales materiales constituyen objetos propiamente tal sino en cuanto sirven como tales.
60
Aún más, para todo estos sentidos anómalos dichos actos deben mantener ciertas
analogías con los actos directamente relacionales de la percepción o la memoria, de
modo que su expresión lingüística puede emplear las mismas formas relacionales que
las que se emplean para expresar aquellos actos directamente relacionados de una
manera concreta.
En primer lugar, la forma inmanente de la doctrina (la que es aceptada por el propio
Brentano), el objeto de tal acto es visto como residiendo de algún modo en la mente del
sujeto que imagina. De esta manera, como se ve, la doctrina involucra una revisión
radical de nuestra concepción vulgar de la intencionalidad verídica de nuestros actos
normales de percepción y pensamiento. La idea de lo inmanente puede ser asociada
también con una concepción según la cual experimentamos dos clases de
intencionalidad o direccionalidad relacional hacia los objetos de nuestros actos: un
contacto trascendente relacional, cuando percibimos o recordamos la mesa real, la
mesa externa; y un contacto inmanente relacional, cuando imaginamos las mesas
irreales o externas, o cuando “vemos” la mesa, con el “ojo de la mente”.
Está referida a una ontología que ve los objetos trascendentes como divididos entre
existentes y no-existentes. Los actos de imaginación no-verídicos son vistos como
diferentes de los actos verídicos ordinarios de percepción, memoria y otros en la
medida en que, si estos últimos se dirigen hacia objetos existentes, aquellos lo hacen
hacia objetos que no existen.
Pero esto no puede sostenerse siempre: el juicio de un niño sobre Santa Claus, por
ejemplo, no es diferente en su forma o naturaleza de juicio de su juicio acerca del
capitán Cook; y los juicios de Leverrier sobre el planeta Vulcano, del mismo modo
tampoco se distinguen de sus juicios sobre Saturno o sobre Marte.
No obstante, los miembros de esta segunda escuela advirtieron que los economistas
habían logrado un rigor teórico profundo en sus análisis, rigor no conseguido en su
trabajo acerca de los valores, en aquella misma época, por sus colegas filósofos.
Pero ¿cómo se logra la comprensión teorética de los valores? Ehrenfels se da aquí, por
una parte, a la tarea de generalizar las leyes de evaluación que habían sido
descubiertas por los economistas, sobre todo la ley de la utilidad marginal27, y por otra,
26
SMITH, Barry. «Austrian philosophy. The legacy of Franz Brentano». Open Court Publishing Company.
Chicago. 1996. Traducción y selección de textos de Raúl Villarroel.
27
La utilidad marginal se refiere al aumento o disminución de la utilidad total que acompaña al aumento o
disminución de la cantidad que se posee de un bien o conjunto de bienes. Cuando un individuo adquiere
63
Los fundamentos psicológicos de la teoría del valor de Ehrenfels conciben al valor como
dependiendo de los actos humanos de valoración, que a su vez dependen de los actos
del deseo. De esta manera, para Ehrenfels “no deseamos las cosas porque surja en
ellas algo místico, una esencia incomprensible, adscribimos ‘valor’ a las cosas porque
las deseamos”.
La inmediata sospecha que despierta una visión de esta clase es que, el paso por el
deseo, implica una cierta forma de hedonismo; es decir, la idea de que el valor de un
objeto es en último término una cuestión relativa al placer que éste procura. Pero
Ehrenfels no es un hedonista en el sentido en que afirme que nuestros sentimientos
constituyen la meta final de todo deseo. Para advertir por qué no, es necesario
considerar su idea de la relación entre deseo y representación. El deseo, si lo tenemos
en cuenta, está directamente relacionado con un objeto deseado (la palabra ‘objeto’,
aquí, comprendida en el sentido más amplio posible, incluye propiedades, relaciones,
procesos, etc.). Y el objeto deseado, según Ehrenfels debe representarse de algún
modo para aquél que lo desea. Alguna idea de él debe representarse como
constituyente del acto de desear. La cuestión del hedonismo se remite, sin embargo, a
unidades adicionales de una mercancía la satisfacción o utilidad que obtiene de las mismas va, desde
luego, aumentando; pero dicho aumento no es proporcional o constante, pues cada vez resulta menor la
utilidad obtenida de la última unidad considerada. Llegará un punto en que, por lo tanto, se alcance el
máximo de utilidad y, a partir de este punto, podrá haber incluso una utilidad negativa, pues unidades
adicionales del bien resultarán en definitiva una molestia, produciéndose entonces una desutilidad. Es
posible que a una persona le guste tener un perro, o tal vez dos o tres, pero es casi seguro que estará
dispuesta a pagar para que alguien se lleve a su décimo o vigésimo perro. La Ley de la utilidad marginal
decreciente puede ser enunciada diciendo que a medida que el consumo de una mercancía aumenta en
un individuo, manteniéndose constante todo lo demás (ceteris paribus), la utilidad marginal derivada de
esta mercancía decrecerá. La ley de la utilidad marginal decreciente sirve para explicar el
comportamiento de la demanda: los gastos de una persona en los diferentes bienes reflejan su escala de
preferencias y el nivel de su renta; de la ley enunciada se sigue que la utilidad total, obtenida del gasto de
un ingreso dado, alcanzará su máximo cuando el gasto se distribuya de un modo tal que cada unidad de
gasto (unidad monetaria) determine utilidades marginales iguales para todos ellos; debido a que los
precios de los bienes difieren debiera decirse, para enunciar la afirmación anterior con más exactitud,
que la utilidad en realidad se maximiza cuando las utilidades marginales de los bienes son
proporcionales a los precios relativos de ellos. Esta es la condición de equilibrio para el individuo,
considerado como consumidor. La ley de la utilidad marginal decreciente permite entender, entonces,
cómo opera la demanda de un determinado bien o servicio, pues no es la utilidad que una mercancía
aisladamente produce la que determina su demanda, sino la utilidad marginal que ésta posea para él en
las circunstancias concretas en que se produce su elección. (N. del E.)
64
El rol jugado por la rutina o el hábito para la teoría de Ehrenfels es sin duda central:
estamos entrenados para desear incluso cuando los sentimientos de placer no están
involucrados. El deseo no siempre involucra una representación de sus propios
sentimientos por parte del sujeto deseante, a lo que se suma el hecho de que algunos
deseos se refieren a períodos de tiempo de los que el sujeto no tiene o no tendrá
experiencia, o a los sentimientos de individuos con quienes no tendrá contacto. Yo
puedo, por ejemplo, desear que mis descendientes tengan la oportunidad de adquirir el
gusto por las ostras; o puedo querer que la Inquisición española nunca hubiera tenido
lugar; así, un amplio rango de ejemplos puede ser traído a colación para demostrar que
el concepto de un acto que se dirige a otras metas que no sean las de los propios
sentimientos no implica ninguna contradicción al respecto.
Mientras el sujeto deseante desee en cada caso su propia felicidad, hay alguna relación
entre el deseo y la felicidad o, de manera más general, entre el deseo y el sentimiento.
Pero esta relación es compleja e involucra tanto las disposiciones del individuo como la
relativa promoción de la felicidad que experimenta asociada a los actos dados.
Cada acto de esfuerzo o querer, en el momento en que tiene lugar, vaya más allá
del estado de felicidad (del sujeto deseante) que debiera obtener en caso de
ausencia del acto dado.
Este (relativo) aumento de la felicidad no es sin embargo en sí mismo algo que sea
pretendido. Más bien, la ley expresa un aspecto de una compleja relación de
dependencia referida a las propiedades disposicionales de un individuo, de una manera
semejante al modo en que la ley de la utilidad marginal expresa un aspecto de una
compleja relación de dependencia que involucra las propiedades disposicionales de un
bien para generar utilidad.
Nótese, también, que es poco razonable sostener cualquier ley de aumento absoluto de
la felicidad. Se puede, por ejemplo, dar una batalla continua contra un mal (por ejemplo,
una enfermedad), que vaya empeorando cada vez más, pero permanecer siempre
relativamente más feliz de lo que se podría estar. Entonces, es necesario que ciertos
actos de esfuerzo y querer tengan lugar, puesto que, si hubiera que estar condenado a
abstenerse de ellos, se estaría mucho menos feliz.
La proposición de que adjudicamos valor a las cosas porque las deseamos era, dijimos,
una primera aproximación. Puesto que hay cosas a las que podamos adjudicarles valor
sin que las deseemos. Así, por ejemplo, yo puedo no desear la posesión de un bien
material que ya poseo y, sin embargo, puedo perfectamente bien adjudicarle valor. De
manera semejante, puedo no desear estar vivo y sin embargo darle valor a mi ser en
este estado. Ehrenfels expresa este hecho de un modo paradójico. Dice que sólo
respecto de las cosas que no existen podemos decir que no tienen valor
definitivamente. De otras cosas tenemos que decir, hablando estrictamente, que
podrían tener valor si no existieran. Una mejor aproximación a la ley del valor es,
entonces:
Algo del sentido de dicha paradoja queda removido en esta última formulación, cuando
Ehrenfels apunta al hecho de que, mientras haya, ciertamente, una manera de hablar
de acuerdo con la cual deseamos cosas materiales, procesos, estados (por ejemplo,
estados mentales), e incluso relaciones y posibilidades, nuestros deseos y valoraciones
de hecho nunca se referirán directamente a un objeto, sino a su existencia o no-
existencia (o, más generalmente, a si los tenemos o no, o a tener o no control sobre
ellos, o a si conseguimos o no dominarlos, etc.) en otra palabras, a los estados de
cosas (situaciones).
66
Nótese que la ‘existencia’, aquí, no es una noción abstracta, como lo es, por ejemplo,
en la ontología de Meinong. Más bien, se refiere al ámbito de realidad causal que juega
un importante rol en la filosofía de Anton Marty. Por ello, Ehrenfels insiste en que la
representación de la existencia o de la no-existencia implicada en un acto de deseo se
refiere siempre a la existencia dentro de un orden causal (y al mismo orden causal al
que el sujeto pertenece).
No hay un elemento psíquico básico del deseo (deseo, esfuerzo, querer). Lo que
llamamos deseo no es nunca nada más que la representación, que funda una
relativa promoción de la felicidad, en relación con la inclusión o exclusión de un
objeto dentro o a partir de una red causal tejida alrededor del Yo concreto
presente.
Podemos ver ahora que el hecho de que el deseo, el esfuerzo y el querer representen a
las diferentes maneras que el sujeto tiene de relacionarse empíricamente con las cosas
se aplica, más precisamente, al modo en que las acciones del propio sujeto implican
una inclusión o exclusión del objeto del deseo dentro de esta red causal. Esta relación
está más atenuada en el caso del deseo, aunque igualmente hay alguna relación causal
residual: no obstante, podemos valorar la reproducción de hechos de esta clase, no
queremos que tales eventos tengan lugar en universos paralelos con los que podríamos
no tener relación causal.
Que el objeto del deseo se presente siempre como establecido causalmente en relación
a la realidad circundante del sujeto resulta claro cuando el objeto del deseo es un
estado futuro del yo (un efecto de lo que él mismo hará). Ehrenfels insiste en que
incluso cuando se considera el pasado o el futuro por ejemplo, si deseo que Sócrates
hubiera sido absuelto, o que Beethoven hubiera podido escuchar su 9ª sinfonía estos
procesos aparecen en relaciones causales con las cosas, porque tales procesos o
hechos son vistos como reales. Considero los procesos dados siempre
ya sea como co-determinando las causas de las realidades presentes en las que
Yo, también, intervengo (como en los dos casos dados) o como efecto de las
causas compartidas, o como posibles causas de efectos futuros, todo es
comprendido como relacionado con mi realidad subjetiva presente (in bezug auf
die gegenwärtige subjektive Wirklichkeit)
cuanto los deseamos, “dejan de flotar alrededor como en un juego insustancial de luces
y sombras en la región de la fantasía y adquieren corporalidad y peso”.
no podría contribuir a arrojar luz sobre el contenido del concepto del valor, en la
medida en que, por supuesto, no consiste sino en la comparación de un valor con
otro, o más específicamente, en la comparación de un valor positivo con otro
negativo.
La relación de valor consiste en el hecho de que “el sujeto, o desea realmente el objeto,
o debiera desearlo si no estuviera convencido de su existencia”. La relación existe
queda caracterizado por la distancia producida entre los dos estados del
sentimiento descritos.
Puedo desear algo en sí mismo o por los efectos que yo concibo que tendrá y que
traerán consigo algo que yo deseo. Esto da lugar para Ehrenfels a la división entre
valores intrínsecos (Eigenwerte) y valores efectivos o efectuales (Wirkungswerte);
y, si seguimos a Menger, podemos dividir los valores efectivos en valores efectivos de
primer orden, (que dan lugar a los valores intrínsecos directamente) y valores efectivos
de segundo orden (que dan lugar a los valores efectivos de primer orden).
Un objeto tiene un valor intrínseco para mí sólo en virtud del valor de alguna parte o
momento. Ehrenfels da el ejemplo del valor intrínseco de un hombre en virtud de su
buen carácter. Los valores intrínsecos, sin embargo, pueden dividirse en dos tipos:
inmediatos y derivados. El valor (del buen carácter) en este caso, es un valor inmediato,
el valor del hombre en sí mismo sería derivado. Los valores efectivos no son sumativos
en el sentido de que el valor efectivo de un todo normalmente no es tan solo la suma de
sus partes (considérese el correspondiente valor efectivo de un par de zapatos, el de un
par normal incluso independientemente de su valor material o económico y
compáresele con un par de zapatos, pero que sean ambos izquierdos, por ejemplo).
Esta característica no sumativa de los valores efectivos refleja lo que los economistas
austriacos denominaron la “complementariedad” de los recursos materiales con otros
recursos, y la discusión de Ehrenfels (en la parte I de su obra Sistema de la teoría de
los valores) acerca del “cálculo de los valores efectivos” es en esencia una exposición
de los lineamientos centrales de la teoría económica austriaca de la complementariedad
y de las nociones asociadas de imputación y sustitución. En relación con estas últimas,
tanto Menger como Ehrenfels compartieron la idea de que asignamos valor efectivo a
los objetos en la medida en que creemos que los valores intrínsecos dependen de su
existencia (la proposición de que el valor de los bienes de más alto rango deriva
exclusivamente del valor de los bienes de consumo en cuya manufactura pueden servir,
ha llegado a ser conocida como la “ley de Menger” por los representantes actuales de
los economistas austriacos). El problema de la “imputación” corresponde al problema de
calcular el valor efectivo dado en esta dependencia del valor intrínseco (cómo, en un
complejo proceso de producción de algunos bienes de consumo, es el valor de los
factores empleados en este proceso el que puede ser imputado al valor de los bienes
69
Los valores efectivos, para Ehrenfels, se dividen en bienes materiales, por una parte, y
seres humanos (o más específicamente “acciones y cualidades humanas”) por otra. Los
primeros los concibe como materia de preocupación de la economía, los últimos caen
dentro del dominio de la ética, aunque los seres humanos, también, pueden ser tratados
como bienes materiales, por ejemplo, cuando son usados como esclavos. Pero ello
implica una negación de las clasificaciones más usuales de la ciencia de los valores: en
este sentido, la economía y la ética son concebidas como ciencias de los valores
efectivos, oponiéndose o diferenciándose, por ejemplo, de la estética, la lógica, la
medicina, la higiene y otras disciplinas, que tienen que ver con los valores intrínsecos:
Con el propósito de dejar de lado este sentido habitual del término “utilidad”, Ehrenfels
recurre a modo de término técnico al arcaísmo Fromm, que tiene connotaciones de
piedad y que se puede traducir como “provecho” (en el sentido de valer). El “provecho”
se refiere, por lo general, a la magnitud de los valores intrínsecos subyacentes a los
valores efectivos, de manera que la utilidad aparece entonces como una subclase del
provecho. El coraje en la batalla, el servicio abnegado en la búsqueda de la verdad, del
honor, de la caridad, de la lealtad, del matrimonio, etc. pueden ser carentes de utilidad
para ciertos individuos en determinadas circunstancias; pero esto no significa que ellas
no tengan provecho. Ehrenfels, incluso, va todavía más allá, al formular una “ley de
70
Otro importante problema para una teoría general de los valores es establecer la
comparación o la relación que tienen las valoraciones con los diferentes individuos (y
con los mismos individuos en diferentes épocas). Uno podría razonar, por ejemplo, que
afirmar que María da más valor a un objeto A que Norma, es afirmar que María está
más preparada que Norma para la realización de A. Pero no tenemos cómo comparar
sus respectivas valoraciones de lo que en cada caso cada una estaría dispuesta a
sacrificar para alcanzar la meta deseada. En ciertos casos podríamos apelar a los
estándares comunes; María, por ejemplo, podría estar preparada para sacrificar su vida
y toda su fortuna por algún fin dado, en tanto que Norma, no sacrificaría más que su
viejo impermeable. Y ello porque a partir de valores tales como la vida, la libertad, la
salud, la vida de la propia familia y otros de una población normal de la cual podemos
presumir un criterio uniforme podríamos razonablemente concluir que en tales
circunstancias, manteniéndose otras cosas iguales, la valoración de María es la más
alta. Aunque una conclusión tan definitiva como ésta por lo general no sería muy
frecuente.
Los valores son, como hemos visto, relativos en cada caso a los sujetos valorantes y en
la medida en que hay competencia entre los sujetos por objetos valorados de diverso
tipo, asimismo, derivadamente, surge la competencia entre los valores mismos. Es
como si el material de los valores fuera en sí mismo un recurso escaso y estuviera
sujeto a todas las características propias de tales recursos, incluyendo la posibilidad de
su degeneración por mal empleo o abuso, o que sean afectados por los cambios
tecnológicos o por el crecimiento del conocimiento. Como se puede advertir, la idea
ehrenfelsiana del mecanismo que gobierna la transformación de los valores sugiere un
cierto paralelismo con las interpretaciones materialistas de la historia. Pero esto último
sería ir muy lejos, pues insistir en ver la dimensión superestructural de los valores como
estando determinada exclusivamente por desarrollos materiales subyacentes no se
concilia con la visión de Ehrenfels que, por el contrario, ve un complejo sistema de
relaciones de dependencia entre disposiciones y tendencias en dos niveles, como las
que dan lugar a consecuencias en gran escala de los actos individuales, incluyendo a
veces actos gratuitos de deseo.
Resulta decisivo para Ehrenfels lo que sugiere también una comparación con
Nietzsche es su creencia en que los valores intrínsecos, también, pueden cambiar.
De este modo Ehrenfels critica a la economía por referir a los valores efectivos
exclusivamente bajo las condiciones de valores intrínsecos estables. El cambio en los
valores intrínsecos se plantea sobre todo como respuesta a los cambios en los valores
efectivos, y, en consecuencia, los nuevos valores intrínsecos:
convocan nuevos esfuerzos por parte de los seres humanos, que transforman las
relaciones entre ellos, y por consiguiente transforman la valoración individual de
las circunstancias de su mundo circundante, de tal manera que conducen a
nuevos movimientos en los valores efectivos.
Así, la perspectiva ehrenfelsiana de los valores intrínsecos que las culturas occidentales
han llegado a conceder al “autodesarrollo” de las mujeres refleja, al menos en parte, los
cambios que han ocurrido, por ejemplo, en los valores efectivos de los servicios
domésticos (traídos por los desarrollos tecnológicos en los ámbitos del aseo y la
cocina), y también los cambios en los valores efectivos agotados y desnaturalizados en
la materialización del “autodesarrollo” (como en la educación, por ejemplo, que ha
llegado a ser más costosa y referida a otros bienes).
28
Los valores, para Ehrenfels, existen o no existen: no pueden ser verdaderos o falsos. Sin embargo
reconoce ciertas clases de errores de valoración. El valor del remedio ofrecido por un charlatán, por
ejemplo, sólo puede ser concebido a través de la mediación de un juicio falso acerca de un objeto.
También reconoce la posibilidad de hacer un juicio falso acerca de un valor; por ejemplo, cuando alguien
72
asume, incorrectamente, que sabe lo que es mejor para otro. Cfr. System der Werttheorie, Part I, Cap. IX
y Part II, Cap. VII.
73
ORTEGA Y GASSET
Introducción a una estimativa29
Haciendo pie en una de las acepciones de la palabra deseable –y, por tanto,
considerando parcialmente de manera positiva la postura de Ehrenfels—, Ortega
transita hacia el objetivismo axiológico.
“Deseable significa, no el ser deseado ni el poder serlo mañana o en algún instante por
alguien [acepción en que hace hincapié el subjetivismo axiológico] sino el merecer ser
deseado, el ser digno de ello aun cuando de hecho nadie jamás lo desee ni aun, en
cierto modo, pueda desearlo. […] podemos advertir que también lo ‘agradable’ contiene
esa significación trascendente según la cual es agradable, no lo que de hecho agrada o
puede agradar, sino lo que merece y exige nuestro agrado. Y lo mismo podemos decir
de lo amable, de lo que es digno de ser amado aun cuando no lo amemos
efectivamente. No es, pues, nuestro deseo ni nuestro agrado ni nuestro amor; no es
acto alguno del sujeto quien da el valor a la cosa”.
Según Ortega, habría que invertir el planteo del subjetivismo; “todas las
complacencias y enojos, todos los deseos y repulsiones están motivados por valores,
pero estos no valen porque nos agraden o los deseemos, sino al revés, nos agradan y
los deseamos porque nos parecen que valen. Por tanto, tienen los valores su validez
antes e independientemente de que funcionen como metas de nuestro interés y nuestro
sentimiento”.
29
Cfr. “Ética y Axiología”. Jorge Acevedo, en ESCRÍBAR, Ana. PÉREZ, Manuel, VILLARROEL, Raúl.
«Bioética. Fundamentos y Dimensión práctica». Mediterráneo. Santiago. 2004. Págs. 58 - 70
74
Distingue Ortega los valores de las cosas que valen. Los valores no son cosas sino
cualidades residentes en ellas. Las cosas son el sustrato de los valores, pero no son
valores. ¿Qué tipo de cualidad es el valor? Para responder, distingue tres tipos de
cualidades.
1. Cualidades reales: son aquellas que se perciben a través de los sentidos del
cuerpo. Así, el color y la forma de algo, que se perciben por la vista.
2. Cualidades irreales inteligibles: no son visibles con los ojos de la cara sino con los
ojos del intelecto.
Otro ejemplo: los números. El número no se ve con los ojos de la cara sino que se
entiende con los ojos del intelecto.
Es necesario introducir otras distinciones. Dijimos que las cosas no son valores; “tienen”
valores. Viceversa, los valores no son cosas sino cualidades de las cosas. Añadamos
algo más: las cosas son realidades y los valores son virtualidades.
Agreguemos ahora: “una cosa que tomamos con sus cualidades materiales y además
con sus valores, es lo que debemos llamar un ‘bien’ si los valores son positivos, un ‘mal’
si son negativos”. Los bienes son el substrato de los valores positivos; los males, de los
valores negativos o disvalores.
Por otra parte, hay que hacer notar que nuestra experiencia de la realidad —de las
cosas—, es independiente y distinta de nuestra experiencia de lo irreal —lo inteligible y
lo estimable—.
75
1. Por ejemplo, “‘sentimos’ con perfecta claridad la justicia perfecta —un valor, una
irrealidad estimable, una virtualidad—, sin que hasta ahora sepamos qué situación
real podría realizarla sin resto”.
2. “Las cosas, las realidades son por naturaleza opacas a nuestra percepción. No hay
manera de que veamos nunca del todo una manzana; tenemos que darle vueltas,
abrirla, dividirla, y nunca llegaremos a percibirla íntegramente. Nuestra experiencia
de ella será cada vez más aproximada, pero nunca será perfecta.
Dudo que Ortega haya seguido adhiriendo a estas dos tesis –sobre todo en lo que se
refiere a los valores—; convendría, en mi opinión, abordarlas desde lo que plantea en
una obra posterior acerca del pensamiento analítico o implicativo y el pensamiento
sintético, complicativo o dialéctico. La obra a que me refiero es Origen y epílogo de la
filosofía.
En cualquier caso, llega a esta conclusión: “Nuestra experiencia del número, del cuerpo
geométrico, del valor, es, pues, absoluta. De aquí que la matemática sea una ciencia a
priori de verdades absolutas.
Pues bien: la Estimativa o ciencia de los valores será asimismo un sistema de verdades
evidentes e invariables, de tipo parejo a la matemática”.
Las dimensiones del valor son tres. Su observación puede ayudarnos a dilucidar la
genuina naturaleza de los valores.
1. Los valores tienen cualidad, esto es, son positivos o negativos (disvalores). Belleza,
justicia, destreza son valores positivos, mientras que fealdad, injusticia y torpeza son
disvalores.
2. Los valores tienen rango o jerarquía; “es esencial a todo valor ser superior, inferior o
equivalente a otro. Es decir, que todo valor posee un rango y se presenta en una
perspectiva de dignidades, en una jerarquía”.
3. Los valores tienen materia, entendiendo por tal su contextura estimativa última,
irreductible a toda otra determinación. “Eso que la elegancia es en sí misma, a
76
Los valores no pueden ser definidos sino indirectamente, como los colores. El camino
indirecto para definir los valores tiene, por lo pronto, que responder dos preguntas
determinantes:
a) ¿Qué clase de objeto puede ser sustrato de este valor frente a lo que ocurre con
otro valor?
b) ¿Qué reacción sentimental es acorde con este valor frente a la que es acorde
con otro valor?
“En cambio, ‘bellos’ pueden ser los paisajes, las rocas, las plantas, los animales”. Los
diferentes valores pueden tener determinados objetos como sustrato, y no otros.
Capaz — Incapaz
1. Útiles Caro — Barato
Abundante — Escaso, etc.
Sano — Enfermo
Selecto — Vulgar
2. Vitales
Enérgico — Inerte
Fuerte — Débil, etc.
Conocimiento — Error
3.1 Intelectuales Exacto — Aproximado
Evidente — Probable, etc.
Bueno —Malo
Bondadoso — Malvado
3. Espirituales 3.2 Morales Justo — Injusto
Escrupuloso — Relajado
Leal — Desleal, etc.
Bello — Feo
Gracioso — Tosco
3.3 Estéticos
Elegante — Inelegante
Armonioso — Inarmónico…
Así, entonces, los valores religiosos tendrían un rango mayor que los estéticos; los
valores espirituales tendrían una jerarquía superior a la de los valores vitales y a la de
los valores útiles.
78
Esto quiere decir, añade Scheler, que todas las éticas posteriores, por lo general
meramente talitativas, no han conseguido rebatir sus ideas fundamentales.
De aquí que la observación preliminar con que se abre la primera parte de su libro sea:
«Sería en mi opinión un gran error prestarse a aceptar que hay alguna de las
direcciones de la ética material postkantiana que refute las doctrinas de Kant.
Muy lejos estoy de esa opinión. Antes bien, creo que todas esas tendencias
modernas, cuyo punto de partida en la argumentación ética es un valor material
básico, como la vida, el bienestar, etc., son tan sólo ejemplos de un supuesto
cuya refutación definitiva representa justamente el más alto mérito, y aún, en
rigor, el único mérito de la filosofía práctica de Kant. Pues todas esas formas de
ética material son, al mismo tiempo, con pocas excepciones, formas de la ética
de bienes y de fines. Mas toda ética que parte de la pregunta: ¿cuál es el bien
más alto?, o ¿cuál es el fin último de las aspiraciones de la voluntad?, la tengo
como refutada, de una vez ara siempre, por Kant. Toda ética postkantiana podrá
haber contraído grandes méritos en la aclaración de valores morales concretos y
en el análisis de peculiares conexiones de la vida moral, pero en su parte
principal constituye tan sólo el fondo sobre el cual destaca con más claridad y
plasticidad la grandeza, la fortaleza y la armonía de la obra de Kant».
Este juicio de Scheler sobre las éticas epistemológicas de orden talitativo es importante
porque demuestra hasta qué punto tenía conciencia de su identidad de objetivos con
Kant en relación con la tarea de situar a la ética en un orden estrictamente
trascendental.
30
Cfr. GRACIA, Diego. «Fundamentos de Bioética». EUDEMA. Madrid. 1989. págs. 362 y ss.
80
Con Kant le unen dos cosas: el rechazo de la ética material de bienes propia de la
antigua tradición metafísica, y el intento de superar todas las éticas talitativas mediante
una estricta fundamentación trascendental.
Hay otra tarea que, sin embargo, los diferencia. Kant piensa que esa fundamentación
trascendental no puede realizarse más que mediante un principio formal, en tanto que
Scheler opina que la fórmula del imperativo categórico, a la que califica de terrible y
sublime, está vacía de todo contenido y debe, por ello, ser sustituida por la ética
material de los valores.
Y del mismo modo como en ésta es preciso distinguir los aspectos formales (o lógica
formal) de los materiales (lógica material), así también Husserl fue elaborando poco a
poco una «axiología formal» (donde estudiaba las propiedades de adición, composición,
producción, etc. de valores, según el modelo de la lógica formal) y una «axiología
material» (como fundamento de una ética material de los valores.
Edmund Husserl. «Lógica formal y lógica trascendental».Ensayo de una crítica de la razón lógica»
81
La axiología formal, como la lógica, es una disciplina apriorística y analítica. Por eso
consta de principios similares a los de identidad y contradicción, como es el de que los
valores son positivos y negativos, o también estos cuatro axiomas, en parte ya
formulados por Brentano:
El carácter a priori de estos contenidos hace que gocen de una cierta «transparencia»,
al contrario de lo que sucede con los saberes a posteriori, que presentan siempre una
invencible «opacidad».
«Las cosas, las realidades son por naturaleza opacas a nuestra percepción: No
ya manera de que veamos nunca del todo una manzana. Nuestra experiencia de
ella será cada vez más aproximada, pero nunca perfecta. En cambio lo irreal —
un número, un triángulo, un concepto, un valor— son naturalezas transparentes.
Las vemos de una vez en su integridad. Meditaciones sucesivas nos
proporcionarán nociones más minuciosas de ellas, pero desde la primera visión
ya nos entregaron entera su estructura. Toda nuestra labor mental se hace sobre
esa primera visión o no hace más que reiterarla. Nuestra experiencia del número,
del cuerpo geométrico, del valor, etc. es, pues, absoluta. De aquí que la
matemática sea una ciencia a priori de verdades absolutas. Pues bien, la
Estimativa o ciencia de los valores será asimismo un sistema de verdades
evidentes e invariables, de tipo parejo a la matemática»
Obviamente, junto a esta lógica formal de los valores o axiología formal, está su
lógica material, que Scheler también considera, a diferencia de Hume y de tantos
otros epistemólogos, como a priori.
Ella es la que nos permite diferenciar, por razón de los sujetos específicos de los
valores, unos que sólo pueden aplicarse a personas, como los de bueno y malo,
y en general todo el conjunto de los «valores éticos».
Hay otros, por el contrario, que tienen por depositarios a todos los seres vivos
pero no a las cosas, como los de noble y vulgar o ruin. Otros, en fin, son propios
de cosas y acontecimientos, como los de agradable o útil.
82
Para Scheler, una persona nunca puede ser «útil», del mismo modo que tampoco
existen cosas ni acontecimientos moralmente «buenos» o «malos».
El preferir es apriorístico, y se realiza sin ningún tender, elegir o querer, que son
siempre empíricos. Así decimos «prefiero la rosa al clavel», sin pensar en una
elección. Este preferir apriorístico es el que nos permite establecer un orden
jerárquico de valores.
La fundación es otro criterio. Los valores que dan origen a otros son los que
Scheler denomina valores supremos, y se sitúan en los niveles superiores del
sistema de valores. Tal criterio hace referencia a la dimensión central que unos
valores tienen frente a otros: los más centrales son aquellos que fundamentan a
otros. Por ejemplo, en un sistema de valores puede pensarse que el valor de
libertad está fundamentado en el de igualdad: éste sería superior al primero.
Noble — Vulgar
2. Valores vitales Sano — Enfermo
Enérgico — Inerte
Fuerte — Débil
«En la ética del autor queda eliminado todo «individualismo», con sus
consecuencias erróneas y desafortunadas, en virtud de la teoría de la
corresponsabilidad primitiva de cada persona para la salvación moral del
todo, que constituye el «reino de las personas» (principio de solidaridad).
Para el autor no es lo valioso moral una persona «aislada», sino
únicamente la persona que se sabe originariamente vinculada con Dios,
dirigida en amor hacia el mundo, y que se siente solidariamente con el
todo del mundo del espíritu y con la humanidad».
Max Scheler. Ética.
85
MAX SCHELER
El formalismo en la ética y la ética material de los valores (EMV)
Observación preliminar31
Sería, en mi opinión, un gran error aceptar que alguna de las direcciones de la Ética
material postkantiana refuta las doctrinas de Kant. Muy lejos estoy de esa opinión.
Antes bien, creo que todas esas tendencias modernas que toman por punto de partida
en la argumentación ética un valor material básico, como la vida, el bienestar, etc. son
tan solo ejemplos de un supuesto cuya refutación definitiva representa justamente el
más alto mérito, y aun, en rigor, el único mérito, de la filosofía práctica de Kant.
Pues, todas esas formas de ética material son, al mismo tiempo, con pocas
excepciones, formas de la Ética de bienes y de fines. Y toda ética parte de la pregunta
¿cuál es el bien más alto?, o ¿cuál es el último fin de las aspiraciones de la voluntad? la
tengo como refutada, de una vez para siempre, por Kant.
Por otra parte, estoy convencido de que este coloso de acero y bronce obstruye el
camino de la filosofía hacia una doctrina concreta, evidente y al mismo tiempo
independiente de toda positiva experiencia psicológica e histórica de los valores
morales, de su jerarquía y de las normas que reposan sobre esta jerarquía. Con lo que,
al mismo tiempo, impide toda incorporación de los valores morales a la vida del hombre
sobre la base de una verdadera evidencia. Toda mirada a la plenitud del mundo moral y
31
Tomado de SCHELER, Max. «Ética. Nuevo ensayo de fundamentación de un personalismo ético».
Caparrós Editores. Madrid. 2001. Traducción de Hilario Rodríguez Sanz. Págs. 47 a 49. Versión original:
«Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik. Neuer Versuch der Grundlegungeng eines
etischen Personalismus» (1913).
86
sus cualidades, toda convicción de poder establecer algo obligatorio sobre ellas y sus
relaciones, nos es impedida en cuanto aquella fórmula, terrible y sublime, valga en su
vacuidad como el único resultado evidente y riguroso de toda Ética filosófica.
Toda la llamada crítica «inmanente», que sólo toma en cuenta la precisión lógica de las
exposiciones kantianas, no tendría ningún valor para tal fin. Más bien se ha de tratar de
descubrir aquí todos aquellos supuestos de Kant, algunos de los cuales únicamente han
sido formulados por él, pero en su mayor parte han sido silenciados, precisamente
porque él los ha tenido por demasiado evidentes para ser recordados también
expresamente.
Supuestos de esta clase son mayormente aquellos que él comparte con la filosofía de la
época moderna, o aquellos otros que, sin el menor reparo ni prueba, ha tomado del
empirismo inglés y de la Psicología asociacionista. Hemos de tropezar en el curso de
este trabajo con las dos clases de supuestos mencionados. La crítica precedente de
Kant nos parece que los ha tomado demasiado poco en consideración.
Mas también sobre esto rehuyo la labor de una «crítica inmanente», porque no se trata
aquí de someter a crítica al «Kant histórico» con todos sus detalles accidentales, sino la
idea de una Ética formal en general, de la que para nosotros es sólo una representación
por otra parte, la más grande y penetrante, la Ética de Kant, en la forma más
rigurosa que haya podido caber.
Indico aquí esos supuestos, que luego se han de examinar con todo detalle en los
capítulos correspondientes, y que, expresados o no, son la base de la doctrina kantiana.
Se pueden reducir a las siguientes proposiciones:
humana, y sólo la Ética formal puede fundamentar una ley moral independiente
de todo egoísmo y de toda peculiar organización de la naturaleza humana, ley
generalmente válida para todo ser racional.
SECCIÓN PRIMERA
La EMV y la ética de los bienes y de los fines32
Antes de criticar la equiparación errónea establecida por Kant entre los bienes y los
valores y la idea que él se hizo del valor como una noción abstraída de los bienes,
debemos enfatizar que Kant estaba perfectamente en la razón al rechazar de antemano
por falsa toda ética de los bienes y de los fines. Lo mostraremos de manera detallada
Los bienes son por esencia cosas valiosas. Cada vez dice Kant que hacemos
depender la bondad o maldad (Schlechtigkeit) moral de una persona, de un acto de la
voluntad, de una acción, etc. de su relación con un mundo (puesto como real) de bienes
o males existentes, por lo mismo hacemos depender también la bondad o maldad
de la voluntad de la existencia particular y contingente de ese mundo de bienes, y al
mismo tiempo, del conocimiento empírico de ese mundo.
En esta hipótesis, cualquiera sea el nombre que demos a esos bienes por ejemplo, la
prosperidad de una comunidad existente, de un Estado, de la Iglesia, acceso de tal
nación o de la humanidad entera a un cierto nivel de civilización, etc. el valor moral de la
voluntad dependerá siempre de la medida en que ella contribuya a «mantener» o a
«favorecer» ese mundo de bienes, según, por ejemplo, que ella acelere o retarde la
«tendencia evolutiva» que se le supone como inmanente. Así pues toda modificación en
ese mundo de bienes modificaría también el sentido y la importancia de «bueno» y
«malo».
Y puesto que la historia nos muestra este mundo de los bienes como sometido a una
alteración y a un movimiento histórico continuos, el valor moral del querer y de los seres
humanos participarán también del destino de ese mundo. El agotamiento o la
desaparición de ese mundo destruirán la idea misma del valor moral. Es decir que toda
ética reposará sobre la experiencia histórica o revelará las vicisitudes de ese mundo de
los bienes que no tendrá, por ende, más que un valor empírico e inductivo y la ética
quedará así totalmente relativizada. Se agrega a ello el hecho de que todo bien está
implicado en el nexo causal natural de las cosas reales. No existe, entonces, un mundo
de bienes que no pueda ser destruido parcialmente por las fuerzas de la naturaleza o
de la historia. Si el valor moral de nuestra voluntad dependiera de ese mundo de los
bienes, necesariamente resultaría afectado por tal destrucción. Dependería, en
consecuencia, de las contingencias y accidentes implicados en el determinismo causal
32
SCHELER, Max. «Le formalisme en éthique et l’éthique matériale des valeurs». Gallimard. Paris. 1955.
Versión de Maurice de Gandillac.
Selección, adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel
88
real de las cosas y los acontecimientos. Mas, como Kant lo vio muy bien, ello es
evidentemente un sin sentido.
Por otra parte, sería imposible someter a cualquier tipo de crítica al mundo de bienes
existentes en cada época. Tendríamos que inclinarnos sin más a cualquier parte de ese
mundo y someternos a cualquier «tendencia evolutiva» que pudiera presentarse en
determinado momento. Ahora bien, es innegable que, por el contrario, no sólo
ejercitamos de continuo la crítica en ese mundo de bienes distinguiendo, por ejemplo,
entre un arte auténtico y un arte inauténtico, entre cultura y pseudocultura, entre el
Estado tal como es y tal como debería ser, sino que atribuimos el más alto valor moral a
personas que en determinadas circunstancias han abierto una brecha en tal mundo de
bienes existentes y han puesto en su lugar ideales de renovación radicalmente
opuestos al mundo de bienes existentes en su época.
Se puede decir lo mismo de toda ética que pretenda establecer un fin ya sea que se
trate de un fin del mundo o de la humanidad, o un fin que se ofrezca para las tendencias
humanas, o incluso si se trata de un «fin último» mediante el cual se busque medir el
valor moral del querer. Toda ética que proceda de esta manera depreciará
necesariamente los valores de lo bueno y de lo malo, haciéndolos descender al simple
nivel de valores «técnicos» subordinados a tal fin. Sin embargo, los fines se justifican en
sí mismos sólo en el caso de que la voluntad que los propone o que los propuso sea
una buena voluntad. Ello es verdadero para todos los fines puesto que es verdadero
respecto de la esencia misma del fin, cualquiera sea el sujeto que lo haya propuesto
como fin, sin excepción, incluso si se trata de fines «divinos». No sino a la luz de su
carácter moralmente bueno que podemos distinguir los fines de Dios de los del Diablo.
La ética no puede admitir que se hable de «fines buenos» y de «fines malos» pues
jamás los fines son buenos o malos con abstracción de los valores del acto que los
propone y que es en sí mismo bueno o malo. Es decir, bueno y malo son cualidades
auténticas sólo del valor mismo. Precisamente por ello, una buen y una mala conducta
nunca pueden determinarse por relación a un fin, ya sea que resulten facilitadas o
impedidas por éste. La persona buena se plantea también buenos fines. Más, sin un
89
Otra consecuencia obtenida por Kant es que en materias morales, es decir en relación
con lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, es que se trata sólo de relaciones formales
existentes entre los fines. (unidad y armonía, en oposición a contradicción y
desarmonía). Esta consecuencia supone, no obstante, que anterior e
independientemente al fin empírico que un ser se propone no hay una fase de
formación de la voluntad, en la que ya esté dada una orientación axiológica en la
voluntad en cuestión, sin alguna referencia a la idea de un fin determinado. Creemos
que Kant no hace sino sacar esta idea de sus propios principios. Y no es de su rechazo
a toda ética de bienes y de fines, a nuestro juicio totalmente justificado, sino del error
que señalamos de lo que se derivan la primera de las proposiciones que enumeramos
con anterioridad: que toda ética material debe ser forzosamente ética de los bienes y de
los fines. Esto es lo que vamos a demostrar de manera más precisa.
90
1. Bienes y valores
Los nombres que damos a los colores no designan simples propiedades de las cosas
corporales, aun cuando en la concepción natural del mundo (natürliche
Weltanschauung) los fenómenos de color se consideren a menudo como un modo de
distinción para las diferentes unidades de cosas corporales. De la misma manera, los
nombres de los valores no designan de las unidades de las cosas corporales a las que
llamamos bienes.
Yo puedo representarme un rojo como un simple quale extensivo, por ejemplo, como un
puro color del espectro, sin concebirlo de alguna manera como afectando una superficie
corporal y ni siquiera como superficie o como extensión. Así también, valores como lo
agradable, lo encantador, lo amable, y también lo amigable, lo distinguido, lo noble, me
resultan originariamente accesible sin que yo me los represente como propiedades
pertenecientes a las cosas o a los hombres.
...
Por lo tanto, para determinar de manera correcta un valor, nunca es suficiente hacerlo a
partir de signos extraños al mundo de los valores, ello hace que este mismo valor sea,
en tanto que tal, objeto de una intuición particular o que se refiera a una intuición de
esta clase. Así entonces, sería un sinsentido preguntar si hay propiedades comunes a
todos los objetos azules o a todos los objetos rojos, pues se podría responder que no
hay nada en común en el hecho de ser azul o de ser rojo, como no sería menos un
sinsentido preguntar cuáles son las cualidades comunes a las conductas o las actitudes
de los hombres buenos o malos.
Se podría objetar que hemos demostrado solamente que los valores no son, o que al
menos no son originariamente, propiedades pertenecientes a las cosas; pero ¿no será
que ellos son poderes o facultades, o incluso disposiciones, pertenecientes a las cosas
y capaces de determinar en los sujetos que los sienten y desean, ciertos estados
afectivos y ciertas apetencias?.
En muchos sentidos, Kant parece inclinarse hacia esta teoría sostenida primeramente
por Locke. Si ella fuera verdadera, la experiencia de los valores dependería siempre de
la acción de estos «poderes», del ejercicio de estas «facultades», de la estimulación de
estas «disposiciones»; la jerarquía cualitativa de los valores, por ejemplo, sería siempre
una consecuencia de los vínculos reales entre estas facultades, e incluso de estas
91
Esta teoría así como lo admitió Locke que es falsa en el orden y el dominio de los
colores, es igualmente falsa en el dominio de los valores. Resultaría vano buscar en el
universo entero un lugar para estas «facultades», para estas «capacidades», para estas
«disposiciones». ¿Se trata de capacidades particulares de orden axiológico o de las
mismas capacidades que las ciencias de la naturaleza atribuyen a las cosas (atracción,
cohesión, pesantez, etc.).
apetito y que es diferente del valor mismo de esta satisfacción y a fortiori del placer que
se añade generalmente (aunque no siempre) a la absorción de los alimentos.
...
Esta independencia que atribuimos al valor, por relación a las cosas, a los bienes y a
las estructuras reales, se deriva muy claramente de una serie de hechos. Conocemos
un momento en la captación de valores donde el valor de una cosa nos es dado muy
clara y evidentemente sin que nos estén dados los soportes o depositarios de ese valor.
Es así, por ejemplo, como un hombre se nos presenta como desagradable y antipático,
o agradable y simpático, sin que podamos decir en qué lo es. Así también
comprendemos un poema u otro producto artístico como «bello», «odioso»,
«distinguido» o «vulgar» antes de tener ni la menor idea de cuáles son los elementos
que motivan en su contenido mismo un juicio de valor semejante; y así también, un
lugar, una habitación, resulta «apacible», «incómodo», o así también la permanencia en
una paraje, sin que nos resulten conocidos los depositarios de tales valores. Estas
mismas consideraciones se aplican sin distinción a las realidades físicas y a las
realidades psíquicas.
Ocurre entonces que el matiz valioso de un objeto (que este objeto sea evocado,
esperado, representado o percibido) constituye lo más original o primario que nos llega
93
de él, como también que el valor del todo en cuestión, al que pertenece como parte o
miembro, constituye, por así decir, el medium sin el cual no podría desarrollar
completamente su contenido representativo o su significación. De cualquier manera, su
valor le precede; es el primer «mensajero» de su propia naturaleza. Allí donde él (el
objeto) es todavía impreciso y oscuro, el valor es inmediatamente preciso y claro. Cada
vez, por ejemplo, que captamos un «medio», captamos inmediatamente el todo aún no
analizado que constituye este medio y en esta captación global captamos su valor; y en
el valor de este conjunto captamos a su vez los valores parciales en los que vienen,
entonces, a «situarse» los objetos particulares de las imágenes.
...
Por ello, se ve que en las cualidades valiosas no subsisten las mismas alteraciones que
en las cosas. Así como el azul no deviene rojo cuando se pinta de rojo una bola azul,
tampoco los valores y su orden jerárquico se ven afectados por los cambios que se
producen en los depositarios de los valores. La alimentación permanece siendo
alimentación y el veneno veneno, sin importar qué cuerpos puedan ser venenosos para
una cierta estructura orgánica o alimenticios para otra. De igual manera, el valor de la
amistad no se ve afectado por el hecho de que un amigo se me revele como falso o me
traicione. Tampoco la rigurosa distinción entre las cualidades valiosas sufre alguna de
estas dificultades porque resulte a menudo difícil decidir qué valor corresponde a qué
cosa.
...
No es como bienes que los valores se distinguen de los estados afectivos y de los
deseos que experimentamos en su presencia sino como simples cualidades. Aún
haciendo abstracción de su errónea teoría según la cual la «cosa» no sería más que un
mero «orden en la sucesión de los fenómenos», los positivistas se igualmente engañan
en lo que concierne a la cuestión que examinamos aquí, en la medida que suponen que
se puede dar la misma relación que se da entre los deseos y los sentimientos actuales,
entre las cosas y sus manifestaciones fenoménicas. Como fenómenos valiosos (no
importan si son «aparentes» o «reales») los valores son ya, auténticamente, objetos
distintos de todos los estados afectivos.
...
La relación del bien con la cualidad valiosa es idéntica a la de la cosa con las
cualidades que corresponden a sus «propiedades». Es decir, que debemos distinguir
los bienes (o sea, las cosas de valor) de los simples valores que las cosas «tienen» o
que «pertenecen» a las cosas (es decir, los valores de las cosas). Los bienes no están
fundados en las cosas de manera que algo debería ser primeramente «cosa» para
enseguida ser «bien». Por el contrario, el bien representa la unidad cosal de las
cualidades valiosas, o de una estructura valiosa, unidad que se funda sobre un cierto
valor de base. Es la «cosalidad» y no la «cosa» lo que está presente en el bien (cuando
se trata de un bien material, lo que está presente en él es el fenómeno de la
«materialidad», no la materia). Una cosa natural ofrecida a la percepción puede ser el
94
soporte de cualquier valor y constituir así una cosa valiosa, pero, si su unidad en cuanto
cosa no se constituye en ella misma como la unidad de una cualidad valiosa de
suerte que el valor no esté en ella sólo fortuitamente entonces no es un bien. En este
caso, se puede llamar res (objeto), entendiéndose que designamos de este modo a las
cosas en tanto ellas son objetos de una relación vivida (fundada sobre un valor)
con un poder de realización por medio de una capacidad volitiva. De esta manera, la
idea de propiedad no presupone simplemente «cosas», ni «bienes», sino tan sólo
objetos. En cambio, el bien es una cosa valiosa.
Sólo los bienes hacen a los valores «efectivos» o «reales». Las «cosas valiosas» no
tiene ese poder. En el bien el valor es, a la vez, «objetivo» (no cesa de serlo) y «real»
(efectivo). Cada nuevo bien adquiere verdaderamente la riqueza axiológica del mundo
real. En cambio, las cualidades valiosas no son más que «objetos ideales», como lo son
también los colores y las cualidades que pertenecen a los sonidos.
Esto puede traducirse también de la siguiente manera: los bienes y las cosas son dadas
de manera igualmente originaria. De esta manera se reduce todo intento de reducir no
sólo la esencia misma de la cosa, la «cosalidad», a un valor, sino también todas las
unidades cosales a unidades de bienes.
...
las demás cualidades valiosas, como a otras que no pertenecen al dominio de los
valores, por ejemplo, los colores y las formas, etc., cuando se trata de los bienes
materiales). La unidad de cada bien está fundada sobre un cierto valor que tiene, por
decirlo así, en él el «lugar» mismo de la «cosalidad» y no se contenta sólo con
representarla. Se puede, entonces, concebir un mundo donde manteniéndose las
cualidades iguales, las cosas podrían ser distintas a lo que son, no obstante el mundo
de los bienes permanecer inalterado.
De aquí que el mundo natural de las cosas no es nunca ni en ninguna esfera de bienes
decisivo ni aun simplemente delimitador para la formación del universo de los bienes. El
universo es tan originariamente un «bien» como una «cosa». Tampoco la evolución del
mundo de los bienes constituye en ningún caso una mera secuela de la evolución de las
cosas naturales; ni se halla tampoco determinada por su «dirección evolutiva».
En cambio, toda formación de un mundo de bienes ─ocurra del modo que ocurra─ va
guiada por una jerarquía de valores, como por ejemplo, la formación del arte en una
época determinada. La jerarquía dominante se refleja tanto en la mutua ordenación de
todos los distintos bienes como en cada bien particular. Pero esta jerarquía de los
valores no determina de un modo unívoco el mundo de los bienes en cuestión, sino que
le traza un margen de posibilidades, fuera del cual no puede ocurrir ninguna formación
de bienes. Es por consiguiente a priori respecto del mundo de bienes de que se trate.
De todo lo dicho se deduce claramente lo que aquí nos interesa: en primer lugar la tesis
destacada rigurosamente y con precisión por Kant, aunque aquí la hemos generalizado,
a saber: “ninguna doctrina filosófica acerca de los valores ─sea ética o estética, etc.─
debe presuponer los bienes, y mucho menos las cosas”.
concierne a los valores morales (y estéticos), existiría únicamente una legalidad formal
que prescinde de todos los valores como cualidades materiales.
97
NICOLAI HARTMANN.
Esencialismo y aprioridad de los valores
Cap. XIV
Los valores como esencias33
La clase de ser particular de la Idea es la del οντος ον, la clase de ser a través del cual
todo lo que participa de él es tal como es. Característicamente, entre las ideas
platónicas se encuentran los principios éticos, la «virtud» ideal —aquellos valores sobre
los que se construye la ética. Este hecho es especialmente iluminador para la teoría del
valor: en su propio modo de ser, los valores son ideas platónicas.
Sobre la clase particular de ser peculiar a las ideas no sabemos nada muy definido: ello
aún está siendo investigado. Pero es de inmediato evidente, incluso para los valores, e
incluso preferentemente para ellos, que son aquello a través de lo cual todas las cosas
que participan de las ideas son exactamente tal como son, es decir, valiosas. En
lenguaje conceptual de nuestros días: los valores son esencias.
Los valores no emanan ni de las cosas ni del sujeto que las percibe, ningún naturalismo
ni subjetivismo puede agregarse a su forma de ser. Aún más, ellos no son «formales»,
o estructuras vacías, sino que poseen contenido; son «materiales», estructuras que
constituyen una clase específica de cosas, relaciones o personas, según si a ellas se
les agregan o les faltan.
33
HARTMANN, Nicolai. «Ethics». Humanities Press. New York. 1967. Versión de Stanton Coit.
Selección, adaptación y traducción de textos de Raúl Villarroel.
98
Además, no son nunca meramente «inventados» —como se suele escuchar— sino que
ellos son captados directamente por el pensamiento; son inmediatamente discernidos
por una «visión interna», así como las «Ideas» platónicas.
Los valores no sólo son independientes de las cosas que son valiosas (bienes), sino
que, además, son su prerrequisito. Ellos son aquello por lo cual las cosas —en amplio
sentido las entidades reales y sus relaciones— poseen el carácter de «bienes», es
decir, son aquello a través de lo cual las cosas son valiosas.
Para usar palabras de Kant, los valores, en la medida en que están conectados con las
situaciones reales, son «condiciones de posibilidad» de los bienes.
Por otra parte, es un hecho indiscutible que no podemos discernir los valores más que a
través de los bienes; es fácil probar este hecho empíricamente. ¿No es acaso evidente
que los valores de las cosas se abstraen de las cosas de valor, en otras palabras, que
nuestro conocimiento de estos valores se deriva de la experiencia que tenemos de los
bienes?
Pero, ¿qué es la experiencia de los bienes? Es lo que se conoce en una cosa como
agradable, en otra como útil, ventajosa. En esta experiencia se supone que un
conocimiento del valor de lo agradable, de lo útil, de lo servicial, ya está presupuesto.
Aquí uno «experimenta» sólo que el objeto ante uno prueba ser en sí mismo un medio
para algo más; el valor de aquello ya está fijado, y esto es algo sentido, no razonado, de
modo que no hay duda de ello, sea antes o después de la experiencia. Es algo a priori.
De hecho, ¿cómo podrían las cosas ser aceptadas por alguien como bienes a menos
de que su actualidad fuera una apreciación de ellas que le indica que poseen un valor?
Tiene que haber un sentimiento elemental que conecta a todas las cosas y a las
relaciones que calzan dentro de su rango de visión con el valor de la vida, y que él
separa en buenas y malas.
De otra manera, tan pronto como uno preguntara: “¿Por qué esto es bueno?” caería en
un eterna circularidad de referencias. Si uno responde: “porque es bueno para otra
cosa”, surgiría de inmediato la pregunta: “¿y para qué es bueno?” y así hasta el infinito;
de modo que continuar moviéndose en la esfera de los bienes evidentemente genera un
círculo. No hay punto de detención sino hasta cuando no se responda con un bien sino
con un valor —que es lo que convierte a las cosas en bienes.
c) Absoluto y a priori
En tal caso, los valores son «prejuicios» —o más correctamente—, ellos son supuestos,
sesgos del sujeto. Entonces, por cierto, no tendrían contenido empírico, ni correlato
empírico susceptible de comprobación. Y puesto que las realidades de este tipo no
tienen criterios de valor, ellas son algo medible que se ofrecen a sí mismas como
criterio posible.
Este hecho es bien conocido por la doctrina kantiana de las categorías, que necesitaron
de una «deducción trascendental» para asegurar su objetividad. Los juicios a priori
siempre pueden ser prejuicios, las representaciones apriorísticas pueden no ser más
que supuestos, ficciones. En tal caso son, sin duda, representaciones, pero no
cogniciones.
Ello es posible en el dominio de la teoría, pues las categorías son leyes que
inexorablemente operan para todas las instancias reales de la experiencia. En el
dominio de la ética ello no es posible.
Para los valores, aunque ellos son genuinamente objetivos, nunca hay leyes de
existencia, ellos no se presentan en todas las realidades. La prueba de su «validez
100
En relación con la esencia de los valores lo determinante es que, advertido este peligro,
su aprioridad está más allá de toda cuestión. Aún si fueran ficticios, siguen siendo la
condición del valor, el prius de los bienes, aquello en relación a lo cual las cosas llegan
a ser bienes.
La aprioridad de los valores es aún más incondicional, más absoluta que aquella de las
categorías teóricas. Y ello es por esta razón: que en ellos falte una relación fija con lo
real, que no concuerden con lo empírico, no es criterio que pueda citarse contra la
validez de las valoraciones.
Discernir de manera segura al valor como una cosa primaria y objetiva, establecer su
pretensión de genuina evidencia, es la tarea que ahora enfrentamos. Y considerando
que no puede haber para los valores una “deducción trascendental”, en el sentido
kantiano, la pregunta entonces es la siguiente: ¿Qué toma el lugar de tal deducción?
e) Ejemplo e imitación
¿cómo se relaciona este hecho con la aprioridad de los valores? ¿acaso las
valoraciones no están tomadas de la actualidad, de la experiencia? ¿no son, por tanto,
a posteriori en cuanto a su naturaleza?
A esto se debiera responder que antes de cualquier imitación tiene que haber un
reconocimiento del patrón mismo. Y si éste fuera puramente un ideal sin ninguna
actualidad, si estuviera desde un principio en un nivel superior a ellos, entonces seria
igualmente apriorístico y diferiría de ellos tan sólo en su concreción.
¿Y qué significa esta satisfacción? ¿Cómo sé qué cualidades debe tener el modelo
ejemplar, qué demandas debe cumplir? ¿Por qué sé yo que es valioso como modelo?
Esta pregunta admite una sola respuesta. La satisfacción que el modelo procura (su
cualidad de ser un patrón) consiste en su correspondencia con los criterios que yo
aplico consciente o inconscientemente. La definición de una persona como patrón es ya
un juicio moral sobre ella en cuanto valor. La elección tiene lugar desde una perspectiva
102
evaluativa. Y no es objeción para este punto de vista el hecho de que ello no me resulta
claro sino hasta cuando lo veo realizado en algún hombre. Hay muchos valores que no
pueden ser traídos a la conciencia sino hasta que se presentan de forma concreta
(realizados o intentados realmente). Sin embargo, los mismos valores no son abstraídos
del modelo, sino que, por el contrario, ellos son presupuestos en mi conciencia de lo
que el modelo debiera ser.
Finalmente, el hecho que no debe ser olvidado es que un ejemplo positivo nunca es
algo tomado completamente de la experiencia real. Proyectamos el patrón sobre una
persona real, o idealizamos a esa persona y, de este modo, ella llega a ser nuestro
ejemplo.
Naturalmente, en este caso no hay conciencia de los límites entre lo real y lo ideal. Uno
adorna a la persona real con cualidades que no tiene, uno evita fijarse en sus
deficiencias y la ve en un estado ideal de perfección.
...
Justamente esta indiferencia ante la realidad, que sólo ve el poder y el contenido del
ideal, es la prueba más poderosa de la aprioridad del sentido del valor en el fenómeno
de los seres “ejemplares”.
Los valores, en este caso, no se muestran como algo que se selecciona sino que
esencialmente como un prius creativo. Los valores, modelan, determinan y producen el
patrón. En su idealidad, ellos son, tanto el factor que vive y mueve, como el secreto
poder del patrón que guía al hombre.
La dependencia que aquí se revela puede ser descrita como la ley universal
concerniente a la esencia de lo ejemplar y a la idealización ética en general. Asegura
que la dependencia del ideal respecto del valor que es primeramente discernido y
sentido es irreversible, y sin duda independiente del mayor o menor carácter empírico
de la ocasión que incite a la idealización.
103
Esta ley fundamental es de gran importancia en el ámbito de los fenómenos éticos. Los
valores vivos de todos los sistemas morales encuentran su más efectiva y satisfactoria
encarnación en los ideales concretos, si estos son sólo creación libre de la fantasía o si
son tomados de ejemplos vivos. Toda a reverencia para los héroes, por ejemplo, es
moralidad viviente concreta. Es la forma histórica de la conciencia habitual del valor.
Y sin duda no es una conciencia falsificada, sino, por el contrario, la más pura y genuina
posesión humana. Mucho más que el entendimiento conceptual, que históricamente ha
sido siempre secundario y ha dado lugar a falsificaciones y exageraciones. Para los
valores, la reflexión constituye un elemento distorsionador. De este hecho, la
investigación acerca de los valores debe sacar sus conclusiones.
que haga con la que no esté de acuerdo la devolverá contra sí mismo en calidad de
fracaso o de falla.
Si la aprioridad de los valores es perceptible en alguna parte, ello es aquí. La idea del
yo moral consiste y se construye sobre puros materiales valiosos. Así el hombre moral
ve su moralmente empírica esencia, su determinación interna, su Idea, como su propio
Yo. Y de acuerdo a sus propósitos trata de vivir, es decir, de formar su ser empírico.
Sobre ello descansa su conciencia moral, la conciencia de su propio valor, justificado y
sentido como tal, su autorrespeto como hombre. Y si no hay conciencia respecto del
fracaso en el cumplimiento de esta esencia ideal, el autorrespeto desaparece. El criterio
interno de ese sentido del valor, que lo acompaña en todos los pasos de la vida, en sus
más secretos impulsos, constituye la esencia de su personalidad moral. La personalidad
moral, sin embargo, no existe si no hay valores a priori.
En esas obras, Nietzsche ve que el límite y el peso negativo del socratismo, además de
darse en la eliminación de la posibilidad misma de una visión trágica de la existencia, se
da en su insuficiencia conclusiva que, manifestándose en el momento de la crisis final
de la metafísica, en Kant y Schopenhauer (en los que se expresa una verdadera
sabiduría de tipo dionisíaco (NT 19, 159), prepara el posible retorno de la cultura trágica
que Nietzsche espera en esos años del drama musical wagneriano. (NT 15, 128- 130).
El retorno de la cultura trágica no es un puro y simple retorno del mito; es, más bien, el
resultado de la extrema necesidad de racionalidad de la mentalidad científica, que
según una lógica que anticipa la de la «muerte de Dios» de La gaya ciencia (GC)
por su exigencia de certidumbre se vuelca en ese escepticismo desesperado que es el
kantismo y su continuación en Schopenhauer.
34
Síntesis y comentario de Raúl Villarroel.
35
Cfr. Bibliografía complementaria al final.
106
Pero aquí se puede hallar una ambigüedad en el pensamiento del joven Nietzsche. El
wagnerismo que domina todo su trabajo sobre la tragedia hizo que su sentido
fundamental se presentara como una predicción del retorno del mito. No obstante, los
pasajes sobre la «sabiduría dionisíaca» del kantismo dejan entrever otra posible
solución, distinta a la remitologización wagneriana, del problema del retorno de lo
trágico.
Esta solución distinta será lo que Nietzsche busque a partir de HDH, que conservará
algunas de las tesis fundamentales del escrito sobre la tragedia, pero apartadas de la fe
wagneriana propia de los primeros años de Basilea.
Nietzsche parece reconocer que los adversarios a quienes la filosofía enfrenta son las
ciencias naturales y la historia. Por ello, a pesar de los límites que tales ámbitos
presentan, HDH volverá a pensar su significado y redefinirá en relación con ellos la
propia concepción de los cometidos de la filosofía.
En las obras del segundo período, la filosofía de Nietzsche adquiere una consistencia
original que falta, o es poco visible, en los escritos juveniles, donde pesa su adhesión
total a la metafísica de Schopenhauer. HDH es el escrito que señala con claridad la
transición a la nueva fase y confirma, sintomáticamente, su ruptura con Wagner.
En esta nuevas postura tienen un peso decisivo los nuevos conocimientos y lecturas del
período de Basilea y la experiencia «wagneriana». En Richard Wagner en Bayreuth
(CInt IV), Nietzsche descubre la imposibilidad de realización de un proyecto de
renacimiento de la cultura trágica.
107
Además influyen las nuevas amistades y contactos culturales; sobre todo con el
historiador y teólogo Franz Overbeck, o Jacob Burckhardt, que influye decisivamente en
las tesis de CInt II y, muy particularmente, sus lecturas acerca de las ciencias de la
naturaleza.
Lo que resulta de todos estos nuevos estímulos se puede leer en las obras de los años
siguientes, desde HDH a Aurora (A) y GC. Ello se puede resumir esquemáticamente
como:
Nietzsche piensa que el artista, para mantener las condiciones de eficacia de su arte,
necesita conservar viva una interpretación sustancialmente mítica de la existencia, con
todo sus corolarios: emotividad sentido de lo simbólico, apertura a lo fantástico.
Por ello el arte se vulgariza, para despertar la atención del público recurriendo a
excitaciones, “aturdimientos, embriagueces, conmociones, convulsiones lacrimógenas”
108
(VS 170, 202-203). Muchos de estos rasgos Nietzsche se los reprochará también a
Wagner en sus escritos más tardíos.
Ahora bien, tampoco la ciencia es apreciada por Nietzsche en HDH en tanto que
conocimiento objetivo de la realidad, sino porque, por las actitudes espirituales que
entraña, constituye la base de una civilización más madura, menos violenta y pasional.
Ya en HDH, y luego con mayor claridad ─en A y GC─, la ciencia funciona más bien
como un modelo y como un ideal metódico; como actividad capaz de inducir una
determinada actitud psicológica, que se valora independientemente de los resultados
estrictamente cognoscitivos.
Nietzsche no espera de la ciencia una imagen del mundo más verdadera, sino más bien
un modelo de pensamiento no fanático, atento a los procedimientos, sobrio, «objetivo»
sólo en el sentido de que es capaz de juzgar al margen del más inmediato apremio de
intereses y pasiones: el modelo de lo que llamará también «espíritu libre».
Pero todo esto, precisamente, vuelve un tanto ambiguo el razonamiento sobre el arte
como fenómeno del pasado y anima el cuadro «ilustrado» de la gnoseología de
Nietzsche en estas obras. (cfr. Comentario de Vattimo en pág. 56)
Sin embargo, Nietzsche piensa que «el hombre científico es la evolución del hombre
artístico» (HDH I, 222, 157), porque el arte nos ha habituado entre otras cosas “a
obtener placer de la existencia, a considerar la vida humana como un trozo de
naturaleza, sin dejarnos transportar demasiado, y como objeto de un desarrollo
necesario” (ibid.).
Se trata del interés y el placer que sentimos por el proceso de errores del que nace el
mundo de la representación, elevándonos un instante por encima de él. Esta larga
educación a través del arte ha preparado la ciencia y el espíritu libre; y por ello
debemos sentirnos agradecidos del arte. (Ver GC, 107 «Nuestra última gratitud al arte»
en pág. 57 de Vattimo).
Reaparece aquí, entre otras cosas, un tema de NT: el arte como sola fuerza capaz de
hacer soportable la existencia; pero, con un significado profundamente distinto. Ya no
se trata de huir schopenhauerianamente del caos de la voluntad en un mundo de
formas definidas y sustraído a la lucha por la vida, que domina el mundo de la
representación.
Al arte corresponde la tarea de mantener con vida al héroe y al juglar que hay en
nosotros, ayudando a la ciencia a soportar la conciencia del error necesario.
La relación de arte y ciencia, como Nietzsche la piensa en HDH y en las otras obras del
período, queda bien resumida en la imagen del «doble cerebro» (ver HDH I, 251, 179.
en pág. 59 de Vattimo).
Ahora, teniendo en cuenta que la contraposición entre ciencia y arte en HDH no es tan
radical, lo que se puede considerar como la verdadera misión de Nietzsche desde aquí
en adelante, entonces, ya no es el renacimiento de la cultura trágica, fundamentada en
el arte y la reanudación del mito.
Lo que quiere hacer en HDH es una «química de las ideas y los sentimientos» (como
señala el título del primer aforismo de la obra), devolviendo los problemas filosóficos a
la “misma forma interrogativa de hace dos mil años: ¿cómo puede algo nacer de su
contrario, por ejemplo lo racional de lo irracional, lo que siente de lo que está muerto, la
lógica de la ilogicidad, la contemplación desinteresada del deseo apasionado, el vivir
para los otros del egoísmo, la verdad de los errores?” (HDH I, 1, 15).
110
Aunque sólo A lleva en su subtítulo una expresa alusión a los «prejuicios morales», toda
la «desconstrucción» química de Nietzsche en las obras de este período se refiere a la
moral, entendida globalmente como el sometimiento de la vida a valores
pretendidamente trascendentes, pero que tienen su raíz en la vida misma. También los
errores de la metafísica y de la religión, incluso los del arte, aparecen en HDH ligados a
este mundo de la moral que hay que desconstruir.
En la raíz de todos los prejuicios, incluidos los religiosos y metafísicos, se halla para
Nietzsche el problema de la relación «práctica» del hombre con el mundo, y en este
sentido todo el ámbito de lo espiritual tiene que ver con la moral en cuanto práctica.
Los análisis que Nietzsche realiza usando muy a menudo material diverso, demuestran,
según él, que la verdad misma no es sino una función de sostén y promoción de una
determinada forma de vida.
Esto no en el sentido de que los valores morales y las acciones que se inspiran en ellos
sean mentiras conscientes de los hombres que actúan y predican dichos valores; se
trata, por el contrario, de errores que pueden, incluso, profesarse de buena fe.
El mundo de la moral está construido sobre «errores». Éstos son, justamente, los
errores que han dado riqueza y profundidad al mundo y a la existencia del hombre.
El primer y más fundamental error de la moral es el creer que puedan existir acciones
morales; porque esto presupone que el sujeto pueda tener un conocimiento exhaustivo
de qué es una acción.
Como lo mismo que vale para el mundo fenoménico vale también para el mundo íntimo
del sujeto, el hecho es que el conocimiento intelectual de una acción e incluso su valor
para nosotros no basta nunca para llevarla a cabo, como nos muestra inequívocamente
nuestra experiencia. Por tanto, en la acción entran en juego otros factores que no
constituyen objetos susceptibles de conocimiento.
Nietzsche afirma en A: “Nos hemos tomado así tanto trabajo para aprender que las
cosas exteriores no son lo que parecen; ¡bien, pues lo mismo ocurre con el mundo
interior! Las acciones morales son, en realidad, «algo más», no podemos añadir nada
más: y todas las acciones nos son esencialmente ignotas” (A, 116, “El mundo
desconocido del sujeto”)
Por lo tanto, no sólo no se puede valorar una acción porque no puede ser conocida,
sino que la posibilidad misma de valorarla moralmente ya supone que se la elija
libremente, cosa que justamente no sucede, o al menos no se puede probar que ocurra.
111
Instinto de conservación y búsqueda del placer son fuerzas plásticas que permiten
precisamente ver la moral como historia y como proceso.
En el origen de esa otra forma de error moral que es la religión se encuentra además no
sólo la necesidad de llegar a un punto firme, como las esencias separadas de los
hechos, sino a una estabilidad que sea superior al hombre y que ofrezca así mayores
garantías.
Para una mentalidad primitiva que no sabe ver los acontecimientos naturales como
efecto de causas precisas, la primera forma de obtener seguridad consiste en ver todo
lo que ocurre como manifestación de una voluntad, la divina, con la que de alguna
forma nos podemos relacionar.
Éste articula una nueva serie, aún más variada y matizada de fenómenos morales, en
que moral, metafísica, religión, arte, no funcionan sólo como instrumentos de seguridad
y de primera ordenación del mundo, sino que son fuentes de placer bajo el principio
general de la espectacularización y dramatización de la vida interior.
La química se revela más bien como un método que permite a Nietzsche reconstruir
«históricamente» el devenir de la moral, de la metafísica, de la religión. La química no
conduce a elementos primeros; por el contrario, tales elementos se revelan una y otra
vez como ya «compuestos».
aplica el método del análisis químico, remontándose a sus raíces, por problemáticas
que sean.
Sobre la base del deber de la verdad siempre predicado por la moral metafísica y luego
la cristiana, las «realidades» en que esta moral creía (Dios, virtud, verdad, justicia, amor
al prójimo) son finalmente reconocidas como errores insostenibles.
Con ello se alcanza el punto de autosupresión de la moral, que por otra parte es el
mismo proceso de «la muerte de Dios», anunciada por primera vez en GC (§ 125),
donde Dios ha sido asesinado por los creyentes, a causa de su devoción.
Este es un proceso que Nietzsche considera vinculado a una especie de lógica interna
del discurso moral-metafísico; pero que tiene también una base «externa»; a saber, la
transformación de las condiciones de existencia que, precisamente en virtud de la
disciplina instaurada por la moral, se modifican para hacer finalmente inútil la moral y
sacar a luz esta superfluidad.
Hasta aquí religión (entendida a la manera griega, claro está; la religión olímpica),
metafísica y arte son considerados como modos de acceder al corazón del mundo,
infinitamente superiores a toda ciencia. Grecia, Schopenhauer y Wagner son para
Nietzsche la trinidad de un entender esencial.
Luego de este primer período metafísica, religión y arte son condenados, no son ya los
modos fundamentales de la verdad sino que aparecen como una ilusión por destruir.
Parece ser, en este nuevo período, que la ciencia, entendida como análisis histórico
(Pág. 54 Fink), la reflexión crítica, la desconfianza metódica Crepúsculo de los Ídolos
(CI), Sentencias y Flechas, § 26) hubieran asumido la dirección de su pensamiento; si
114
pensamos que con anterioridad había despreciado con gran sarcasmo, el socratismo, el
hombre teórico, el conocimiento puro. (Págs. 53 - 54 Fink).
Lo que Nietzsche hace es levantarse en contra de esa “cosa en sí” situada detrás de las
cosas que aparecen, de un “mundo inteligible”, de un “fundamento”. (Ver contraposición
apolíneo v/s dionisíaco. Pág. 27 Fink).
Nietzsche dice en EH: “Donde vosotros veis cosas ideales, veo yo ¡cosas humanas, ay
sólo demasiado humanas!”.
La metafísica aparece como una enorme ficción, como un sueño que el hombre se
inventa, como una mentira vital con la que el hombre se auxilia y escapa a la caducidad
y puede dar a su existencia un sentido infinito, un sentido siempre “trascendente”.
Nietzsche dice que la metafísica es “la ciencia que trata de los errores fundamentales,
pero lo hace como si éstos fueran verdades fundamentales”. La metafísica es como un
desahogo anímico y nada más, una forma de autointerpretación ilusoria.
verdad”.
Otro tanto acontece con el santo, el asceta, al que explica por su ansia de poder, su
tiranía, por una necesidad de venganza; sobre todo porque los demás no han visto “el
carácter retorcido y enfermo de su naturaleza, con su mescolanza de pobreza espiritual,
ignorancia, salud estropeada y nervios sobreexcitados”.
El arte es una ilusión vital que induce constantemente a vivir; el arte está dominado por
ilusiones metafísicas y religiosas; transfigura a éstas y con ello las consolida. “No sin
profundo dolor confesamos que los artistas de todos los tiempos, en sus impulsos más
elevados, han glorificado de un modo celeste aquellas ideas que ahora vemos son
falsas”. (Pág. 58. Cita Fink).
Ahora, Más allá del Bien y del Mal (MBM) (1886), que junto con GM, CI y EH
representan la última etapa en la producción de Nietzsche, en cierto sentido reanuda el
tema de HDH, sólo que en un sentido superior, desarrollando una crítica de la filosofía,
la religión y la moral.
Nietzsche señala que toda filosofía anterior está guiada por prejuicios morales; incluso
allí donde ésta parece ser conocimiento puro.
También aquí la crítica estará dirigida en contra del cristianismo; en una anticipación de
116
Nietzsche niega el cristianismo por su carácter esencialmente plebeyo; por los valores
plebeyos que en él son predominantes.
Las dos religiones más grandes (el budismo y el cristianismo) son, a su juicio, religiones
de los dolientes, de los enfermos, de los miserables, de los débiles.
Acá la moral es interpretada como “lenguaje de signos de las pasiones”. Todo sistema
de valores morales es una jerarquía encubierta de los instintos que dominan la vida, ya
sean los instintos plenos de vida, los de la vida fuerte y rica; o los de la vida débil.
Nietzsche distingue entre una moral de individuos, la de unos pocos; y una moral del
rebaño.
Nietzsche traza la distinción entre una Moral de Señores y otra Moral de esclavos. (ver
MBM, sección IX ¿Qué es aristocrático?, § 260)
La Moral de los Señores ha nacido del “pathos de la distancia”, de los estados de alma
soberbios, elevados, nobles; es, por lo tanto, una moral sustentada en la jerarquía, en la
diferencia de los mejores.
La Moral de los esclavos se halla impregnada por un instinto de venganza contra la vida
superior. (Págs. 57, 58 GM - Pág. 172 Deleuze). Quiere igualar todas las cosas; no
hace más que glorificar aquello que hace soportable la vida a los débiles, los pobres, los
enfermos: la hermandad de los hombres, el amor al prójimo, la apacibilidad, etc.
Para la Moral de esclavos, la vida señorial, la vida consciente de su poder resulta ser lo
peligroso, el mal. Éste no es despreciado como lo pequeño o lo bajo, como acontece en
la Moral de Señores, sino que es concebido y odiado como el peligro que le acecha
permanentemente.
nada, éstos brotan de su pura y propia expresión de vitalidad (ver págs. 223-224 MBM).
En cambio, la moral esclava encuentra los valores ante sí y contra ellos reacciona
generando los suyos. Por ello, la moral noble es activa, en tanto que la esclava pasiva
(ver págs. 225 - 226 MBM)
Ahora, Nietzsche no ocultó nunca que la filosofía del sentido y de los valores tenían que
ser una crítica. Uno de los móviles importantes de su obra es, precisamente, aclarar
que Kant no supo realizar la crítica porque no supo plantear el problema en términos de
valores.
Por una parte los valores aparecen o se ofrecen como principios : una valoración
supone valores a partir de los cuales ésta aprecia los fenómenos. Pero, por otra parte y
con mayor profundidad, son los valores los que suponen valoraciones, “puntos de vista
de apreciación”, de los que deriva su valor intrínseco.
Es aquí donde se aprecia la doble lucha de Nietzsche : contra los que sustraen los
valores a la crítica, contentándose con hacer sólo inventario de los valores existentes o
con criticar las cosas en nombre de valores ya establecidos : los “obreros de la
filosofía” : Kant y Schopenhauer.
Pero también contra los que critican, o respetan, los valores haciéndolos derivar de
simples hechos, de pretendidos hechos objetivos : los utilitaristas, los “sabios” (ver
MBM, sección VI).
Las valoraciones brotaban, por ende, de una forma de ser, de una forma de hallarse en
la vida y en la sociedad.
El guerrero tiene las virtudes del cuerpo; el sacerdote inventa “el espíritu”. Los
sacerdotes son “los máximos odiadores de la historia universal”, además, son “los
odiadores más ricos de espíritu”. Ver Págs. 37, 38 GM.
Con la inversión de los valores, provocada por los judíos, comienza a juicio de
Nietzsche la rebelión de los esclavos en moral, comienza el cristianismo.
Judea, vencida y reprimida por Roma, se levanta contra ésta, invierte los valores del
mundo antiguo y la conquista en la figura del cristianismo. (Ver § 8 Primer Tratado GM),
(Ver referencias al supuesto antisemitismo de Nietzsche en Págs. 178, 179 Deleuze).
Peor aún le parece la Revolución francesa, el nacimiento de las ideas modernas, a las
que ve como una victoria incluso más definitiva de la moral de esclavos, con la breve
119
excepción de Napoleón, quien le resulta ser una figura notable en esta prolongada
historia de decadencia.
En esta segunda parte, Nietzsche desarrolla una visión de la esencia y del significado
de la crueldad.
Éste le parece formar parte de la esencia del hombre; ser un instinto básico para él el
placer de ver el sufrimiento ajeno y, a la vez, el de infligirlo; placer que es un ingrediente
de la alegría grande de los pueblos originarios, los fuertes.
Nietzsche interpreta como una bestialidad de la idea lo que es sólo otra forma de
bestialidad reprimida. El hombre es siempre bestia: o hacia afuera, o hacia adentro en
el automartirio de la conciencia moral.
El tercer tratado contiene una psicología del sacerdote y pregunta ¿Qué significan los
ideales ascéticos?.
Los ideales ascéticos pueden significar a veces por ejemplo en el filósofo sólo una
forma de autodisciplina, de su economía de fuerzas. (Ver Pág. 130 GM).
Por ello, piensa Nietzsche, la filosofía no ha concebido nunca a los ideales ascéticos
como envenenamiento de las fuentes de la vida. (Ver § 10 Tercer Tratado GM).
La filosofía tiene ciertas experiencias ascéticas. Una cierta disciplina y un cierto rigor
consigo mismo forman parte de un pensamiento de largo alcance y que perdura años y
decenios.
Entre los filósofos, éste es un impulso vital creador, no significa una posición contra la
vida.
“el ideal ascético nace del instinto de protección y de salud de una vida que degenera”.
(Ver § 13 Tercer Tratado GM, Pág. 140).
El sacerdote, entonces, se aparece para Nietzsche bajo la figura del “médico y salvador
falso”, que quiere seguir manteniendo en su sufrimiento a la vida enferma.
El sacerdote «cura» y a la vez envenena las heridas de esa vida fracasada, de tal
manera que la herida siempre permanecerá abierta, pidiendo curación.
El ideal ascético ha sido hasta ahora el único ideal según Nietzsche. Toda idealidad de
los ideales históricos ha sido de carácter ascética.
Siempre que el hombre se eleva por sobre la mera vinculación animal a los instintos,
cuando es hombre de voluntad, ha contrapuesto esta última a aquellos, ha «querido» en
su contra.
Hasta ahora, sin embargo, todas las estrellas pertenecían al «más allá», eran inventos
de sacerdotes, eran ideales contrarios a la naturaleza. Eran la voluntad que,
oponiéndose a la naturaleza, adquiría en el hombre la máxima fuerza expansiva, era
voluntad en su más alto grado.
Así pone Nietzsche en conexión el ideal ascético y la voluntad. Pero, cuando la voluntad
siguió los ideales ascéticos no quería más que la nada, era la tendencia nihilista de la
vida. (Ver Págs. 185, 186 GM).
La voluntad teñida por el ascetismo quiere la nada; la nada del más allá, del trasmundo,
de las ideas morales, y niega el más acá, el mundo terreno, la vida expresamente
viviente.
Que “..el hombre prefiere querer la nada a no querer...” significa que hasta ahora no ha
habido en la tierra ningún otro ideal que el antinatural ideal ascético, no ha habido un
ideal que haya sido conforme a la naturaleza.
Pero, visto de esta manera, como contranaturaleza, el ideal ascético aparece como algo
121
positivo, puesto que provoca el abismo, la brecha entre realidad e ideal que la voluntad
intentará salvar. Entonces, el hombre se convierte en puente.
Bibliografía complementaria
36
Selección y adaptación de textos de “De la existencia ética a la ética originaria”, Pedro Cerezo Galán;
en CEREZO, Pedro., DUQUE, Félix. LEYTE, Arturo. et al. «Heidegger: La voz de tiempos sombríos».
Ediciones del Serbal. Barcelona. 1991. Págs. 11 a 79.
37
“Gerade weil im Begriff des Subjectum noch das griechische Wesen des Seins, υποχεσθαι des
υποχειµενον, in der Form des unkenntlich und fraglos gewordenen Anwesens (nämlich des ständig
Vorliegeden) nachklingt, ist aus ihm das Wesen der Wandlung der metaphysischen Grunstellung zu
ersehen.” Cfr. “Die Zeit des Weltbildes”, HEIDEGGER, Martin. «Holzwege». Klostermann. 1950. (98).
Versión en español: “La época de la imagen del mundo”, en «Caminos de bosque». Alianza. Madrid.
1995. Pág. 103, de Helena Cortés y Arturo Leyte.
38
Ibid. Pág. 106. “der Mensch begründet sich selbst als die Massgabe für alle Masstäbe, mit dennen ab-
und ausgemessen (verrechnet) wird, was als gewiss, d. h. als wahr und d. h. als seined gelten kand.”
(101-102).
123
Por otra parte, la afirmación kantiana de que el hombre es el «fin final» (Endweck) de la
creación, no deja lugar a dudas acerca de la autoconciencia humanista del sujeto como
señor de la naturaleza. Poco importa, a este respecto, que no se trate del individuo
egoísta sino del hombre moral o del hombre en cuanto género, como recuerda Kant,
pues, en todo caso, es una instancia «subjetiva» la decididora.
En definitiva, que el imperativo mande que el hombre sea considerado como un fin-en-
sí y así quiera y respete su propia dignidad y la del otro, no haría más que confirmar el
movimiento humanista del «auto-establecimiento» (sich-selbst-setzsen) del sujeto, que
alcanza en la Fenomenología del Espíritu de Hegel su cabal expresión.
39
“Die metaphysische Aufgabe Descartes’ wurde diese: der Befreiung der Menschen zu der Freiheit als
der ihrer selbst gewissen Selbsbestimmung den metaphysischen Grund zu schaffen.” (99).
40
Ibid. (99)
124
Por otra parte, la dimensión misma de obligatoriedad tuvo que surgir como suplemento
de la des-potenciación interna del ser. Es decir, la reducción del ser del ente a mera
objetividad, carente de sí y por sí de fuerza vinculativa, obliga a poner ésta en el sujeto,
a que sea éste quien decida por sí mismo lo que ha de valer. En este sentido, la
primacía del deber-ser (sollen) sobre el ser (sein), en el seno del idealismo alemán,
significa la pretensión del sujeto de no ser determinado por el sentido objetivo de su re-
presentación ─el mundo como imagen (Bild) y sistema (System)─, sino darle su propio
cuño legal, en el trabajo y en la acción, al universo meramente representado; es decir,
hacerlo obra suya en un sentido teórico y práctico.
A juicio de Heidegger, esta escisión entre ser y deber, sólo ha podido producirse en el
vaciamiento de la sustancia real del mundo, o dicho en términos heideggerianos, en el
progresivo olvido de lo único que es, de suyo, «donante de medida» (massgebende), el
ser en cuanto tal.
41
En uno de los parágrafos de Nietzsche II, Heidegger afirma que con el comienzo de la metafísica, una
peculiar ambigüedad aparece en la interpretación del ser. El ser es, de una cierta manera, la pura
presencia, y es, al mismo tiempo, la posibilitación del ente. Por lo tanto, apenas el ente mismo pasa a un
primer plano y atrae y reivindica para sí todo el comportamiento del hombre, el ser tiene que retroceder
en favor del ente. Y la ambigüedad del ser como idea (pura presencia y posibilitación) se manifiesta
también en que con la interpretación del ser (φßσις) como Êδεα resuena la referencia al «ver», al conocer
del hombre. El ser, en cuanto es lo visual, es presencia, pero al mismo tiempo aquello que el hombre
pone bajo su vista. “La Êδεα deviene el perceptum de la perceptio” ─dice Heidegger─; aquello que el
acto de re-presentar del hombre produce delante de sí, y lleva ante sí como lo que posibilita en su
representatividad aquello que ha de re-presentarse. “El ser se ve entonces concebido como sistema de
las condiciones necesarias con las que el sujeto tiene que contar de antemano sobre la base de su
relación con el ente, y precisamente en vistas al ente en cuanto lo objetual. Condiciones con las que tiene
que contarse necesariamente”. Heidegger se pregunta, entonces: “¿cómo no se las iba a denominar un
día «valores», «los» valores, y computarlas como tales?” y luego agrega: “Queda así claro el origen
esencial del pensamiento del valor desde la esencia original de la metafísica, desde la interpretación del
ser como Êδεα y de la Êδεα como αγαθÒν”. Cfr. HEIDEGGER, Martin. «Nietzsche» Vol. II. “La
interpretación del ser como Êδεα y el pensamiento del valor”. Gallimard. Paris. 1961. Traducción de Pierre
Klossowski. Págs. 182 y ss. (versión de Raúl Villarroel)
125
Pero, el paso del «deber» al «valor» requiere de nuevas instancias históricas que van
más allá del trascendentalismo kantiano. “Para hacer del valor en cuanto tal un principio
de posibilitación, se necesitará de la inversión nietzscheana que hace de la voluntad
incondicionada el fundamento de la ley” 42 . Mediante este giro del planteamiento
kantiano es ahora la voluntad incondicionada, en cuanto voluntad de poder, la que se
da a sí misma la ley (Befehlen) como condición interna necesaria para el mantenimiento
de la propia voluntad.
42
MONGIS, Henry. «Heidegger et la critique de la notion de valeur». Martinus Nijhoff. La Haya. 1976.
pág. 111. (Citado por Pedro Cerezo G. en op. cit. pág. 39)
43
HEIDEGGER, Martin. Op. cit. “La frase de Nietzsche «Dios ha muerto»”, pág. 206.
44
Ibid.
126
Se aprecia de esta manera hasta qué punto la idea de valor, según Heidegger, es
intrínseca a la subjetividad práctica, aun cuando su aparición histórica haya sobrevenido
tras la crisis del «deber». En Caminos de bosque, Heidegger muestra la unidad interna
de la dimensión teórica y práctica del sujeto moderno. Precisamente porque el mundo
se ha reducido a «imagen» (Bild) y sistema (System), es decir, a mera representación
objetiva, tiene que ser acuñado, subsidiaria y complementariamente, como valor (Wert).
«Imagen» y «valor» son, pues, correlativos y solidarios. Así, “El valor es la objetivación
(Vergegenständlichung) de las metas de las necesidades del instalarse representador
en el mundo como imagen”45.
Lo real se deja ver a la luz de un valor y para el sujeto que lo hace valer. Y en tanto que
el sujeto es voluntad, el valer del valor es el modo de mantenerse (Erhaltung) y
acrecentarse (Steigerung) la voluntad de poder.
Es la voluntad la que tiene la capacidad de valorar y de contar con valores. “La voluntad
de poder es el fundamento para la necesidad de instauración de valores (Wert-setzung)
y el origen de la posibilidad de una evaluación (Wert-schetzung)”46.
45
Ibid. “La época de la imagen del mundo”, pág. 99.
46
Ibid. “La frase de Nietzsche «Dios ha muerto»”, pág. 209.
127
Desde el punto de vista histórico-ontológico, el humanismo surge con la escisión del ser
y el deber en el planteamiento platónico: ser-hombre es estar separado, no poder
coincidir con la propia idea; pero, al mismo tiempo, el esfuerzo por apropiársela en un
proceso inalcanzable.
La razón que tiene Heidegger para estar en contra del humanismo es que éste no sitúa
suficientemente a su altura a la dignidad del hombre, como afirma en la Carta.
Heidegger cree que el mundo espiritual ha sido reducido a cultura, que el espíritu ha
sido tergiversado en la medida en que la inteligencia ha llegado a ser mero poder de
reflexión y cálculo. El humanismo es, pues, en última instancia, culturalismo, y su ética
no conoce otra medida, según Heidegger, que la absolutización de la cultura como un
fin-en-sí. Así, la cultura es tan sólo la otra cara de la «técnica»; y ambas expresiones
del mismo sujeto de representación y evaluación, la voluntad de poder. «Imagen» y
«Valor», «Sistema» y «Axiología» son aspectos correlativos de lo mismo. La
justificación humanística y su proclama por «ideas» y «valores» pertenece, pues, al
«mecanismo de armazón del orden en curso».
A primera vista se podría creer que existe una ruptura brusca entre su primera filosofía
y la que comienza con su llegada a los Estados Unidos, a partir de 1949, marcada por
una preocupación creciente por elaborar una ontología de nuevo cuño, al modo de una
Filosofía de la Naturaleza en el sentido clásico, y que acabará cristalizando en la
propuesta de una ética para la civilización tecnológica en El principio de
Responsabilidad.
Es la experiencia de la guerra la que confronta a Jonas con esa otra realidad, que él se
resistirá a partir de entonces a separar de la dimensión espiritual:
Esta ocasión llegó con los años de soldado de la segunda guerra mundial,
donde, de la investigación histórica, fui relanzado a aquello sobre lo que también
se puede reflexionar sin libros ni bibliotecas, pues siempre está en nosotros.
Quizás el estar físicamente expuesto, con lo que el destino del cuerpo se expone
49
Cfr. JONAS, Hans. «Poder o impotencia de la subjetividad». Paidós. Barcelona. 2005. Introducción de
Illana Giner. Págs. 13 a 70. Selección y adaptación de textos de Raúl Villarroel.
50
JONAS, Hans. «El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica».
Herder. Barcelona. 1995.
51
“Ciencia como vivencia personal”, en JONAS, Hans. «Más cerca del perverso fin y otros diálogos y
ensayos». Los Libros de la Catarata. Madrid. 2001. pág. 143.
131
Ahora bien, la tesis de fondo de esta introducción es que la obra de Hans Jonas
conforma una unidad, presidida en todo momento por el intento de superar ese «secreto
dualismo» que caracteriza, según Jonas, el pensamiento occidental.
52
Ibid. Pág. 145.
53
JONAS, Hans. «El principio vida. Hacia una biología filosófica». Trotta. Madrid. 2000.
54
Cfr. HEIDEGGER, Martin. «El ser y el tiempo». FCE. Madrid. 2000.
55
Cfr. BULTMANN, Rudolf. «Jesucristo y mitología». Ariel. Barcelona. 1970.
132
Jonas entiende los mitos como testimonio de la actitud, de la cosmovisión del Dasein en
un tiempo histórico determinado Éste es el punto de vista desde el cual afrontará su
lectura y explicación de la gnosis, en la que descubre la articulación originaria de ese
Dasein, arrojado a existir en un mundo que le es extraño, que Heidegger describe.
El cristianismo concibe el mundo como Creación y, por tanto, como algo bueno y divino.
Sin embargo, la demonización de la materia frente a la divinización del espíritu, y el
dualismo entre cuerpo y alma (el pneuma gnóstico) permanecen; un doble dualismo que
para Jonas caracteriza a toda la filosofía occidental.
56
BULTMANN, Rudolf. «Agustin und das paulinische Freiheitsproblem. Eine philosophische Studie
zumpelagianischen Streit». Vandenhoeck & Ruprecht. Götingen. 1930.
133
Con la sospecha de que el existencialismo puede ser entendido en realidad como una
gnosis encubierta, Jonas «invirtió el sentido de la interpretación: el éxito de la lectura
existencialista de la gnosis le sugirió una lectura casi gnóstica del existencialismo y, con
é, del espíritu moderno»57.
Para Jonas, este olvido sólo es posible a partir del dulcismo radical entre cuerpo y alma
(res extensa y res cogitans) que Descartes inauguró y que tanto desarrolló la filosofía
idealista, como la fenomenológica y la existencialista. Como en la gnosis, el hombre se
siente escindido no sólo de un posible más allá, sin también de este mundo.
Pero, no es sólo el dualismo filosófico entre cuerpo y alma el que implica o reclama este
enajenamiento del ser humano respecto del mundo que le rodea y del universo. Las
modernas ciencias naturales, que acaban monopolizando todo acercamiento a la
Naturaleza, contribuyen a forjar esta idea de un universo infinito, regido por sus propias
leyes, sin una finalidad reconocible para el hombre.
57
JONAS, Hans. “Ciencia como vivencia personal”. Ibid.
134
Ya en El principio vida esboza la crítica contra una idea de progreso que se cifra en la
explotación despiadada de la Naturaleza, y se anuncia la catástrofe de seguir adelante
con esta forma irresponsable de trato con el entorno. Pero, es en El principio de
responsabilidad donde Jonas se aventura a elaborar una ética a la altura de los
problemas que la civilización tecnológica plantea.
La ética que propone Hans Jonas es novedosa, tanto como novedoso es el nuevo
poder que la sociedad humana es capaz de ejercer en el contexto de una civilización
tecnológica y tecnificada. Su pretensión no es prescindir de los preceptos de la ética
tradicional, sino apuntar a la necesidad de introducir una nueva dimensión de futuro y
un concepto nuevo de responsabilidad como marco racional y con validez universal
compatible con los códigos éticos preexistentes.
58
Cfr. JONAS, Hans. «Técnica. Medicina y ética. La práctica del principio de responsabilidad».
Barcelona. Paidós. 1996., especialmente las págs. 159 – 175. Este libro, como su título indica, está
consagrado a la aplicación del principio de responsabilidad: los primeros cinco capítulos analizan la
práctica científica en la nueva civilización tecnológica; los demás, la mayor parte de la obra, afrontan
problemas éticos tan importantes como la eutanasia, la clonación en seres humanos, la eugenesia, que
los avance en medicina e ingeniería genética plantean.
135
Estamos ante un claro vacío que la propuesta jonasiana viene a llenar en la forma de
una ética de la renuncia, de la humildad y del respeto frente a la Naturaleza toda y hacia
la naturaleza del hombre en particular.
El primer paso de la reflexión ha sido demostrar que existe la posibilidad real de poner
en peligro la imagen del hombre: ése es el datum a partir del cual Jonas formula un
imperativo de cuya aplicación debe derivarse la preservación de esa imagen y
garantizarse la continuidad en el futuro de una vida humana digna sobre la Tierra. El
reto es fundamentar, metafísica y ontológicamente, ese imperativo, y es que lo que
antes era la premisa fundamental de toda ética, la existencia del hombre en tanto que
hombre, es ahora objeto de nuestra obligación y depende de nuestra responsabilidad.
De este modo, el trato amable con el entorno puede tornarse imperativo moral y, dado
que el radio de influencia de la acción humana, gracias a la técnica moderna, alcanza al
conjunto de la biosfera del planeta, esa totalidad puede convertirse en objeto de
responsabilidad humana, de una índole parecida a la que le hombre siente para con sus
congéneres.
El biocentrismo que defiende Jonas tiene algo que ver con a aconsejable recuperación
de los límites de la acción humana, además de que se presenta como una obligación o
una necesidad perentoria. El biocentrismo es el paradigma que nutre de
fundamentación al principio de responsabilidad: lo biológico debe dotarse de un nuevo
estatuto, hay que escribir un «discurso sobre la dignidad del organismo, sobre la
dignidad de la vida en cuanto tal» ─algo que Jonas intenta en El principio vida─ para, a
partir de ahí, construir un imperativo que convierte el predicado de la dignidad humana
136
Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la
permanencia de una vida humana auténtica sobre la Tierra;
o, expresado negativamente:
Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la
futura posibilidad de esa vida;
o, simplemente:
Prima facie, el imperativo jonasiano podría parecer una reformulación del viejo
imperativo categórico de Kant, es decir, que la ética de la responsabilidad sería una
ética del deber, stricto sensu, sólo que habría introducido una dimensión nueva, la del
futuro. Sin embargo, un breve análisis en contraposición al imperativo kantiano nos
preparará para afrontar la cuestión de la fundamentación y nos dejará entrever en qué
consiste la ética de la responsabilidad, cuyo autor insiste en definirla más como
ontológica que deontológica.
59
JONAS, Hans. «El principio de responsabilidad». Op. Cit. Pág. 40
137
Desde el punto de vista kantiano, la propuesta de Jonas sería un ejemplo más de moral
heterónoma. Uno de los elementos en los que los presupuestos de ambos chocan es el
de la motivación. En esta diferencia se cifra la distinción fundamental entre una ética del
deber y una ética de la responsabilidad.
Para Jonas, la ética tiene dos vertientes: una objetiva, que conforma su fundamento
racional, y otra subjetiva, el sentimiento que impulsa a actuar de acuerdo con el
imperativo fundamentado racionalmente. Ahora, en Kant también es importante el
sentimiento moral para que el imperativo sea realmente efectivo; sin embargo, no
precisa de nada externo al deber, puesto que se articula como sentimiento del respeto a
la propia ley moral.
Para Jonas, en cambio, «la ley como tal no puede ser ni causa ni objeto del respeto»60
porque sólo «la llamada del posible bien-en-sí en el mundo, que se coloca frente a mi
voluntad y exige ser oído [de acuerdo con la ley moral]»61 puede impeler al sujeto a
comportarse moralmente. Lo que es excitado no es un sentimiento de deber para con
algo o alguien ─pues el deber se basa en una relación recíproca entre seres racionales
que ostentan derechos y deberes─ sino el sentimiento de la responsabilidad.
Que la responsabilidad, en tanto el ser humano tiene poder para influir en el futuro de la
humanidad, devenga centro de una propuesta ética supone un cambio radical de
paradigma. Se produce una inversión del «puedes, puesto que debes» kantiano62, en
favor del «debes, puesto que puedes». Los actos del poder llegan a convertirse en
contenido del deber, en un contexto en el que poder significa «liberar efectos en el
mundo»63.
60
Ibid. Pág. 160.
61
Ibid. Pág. 153.
62
KANT, Immanuel. “Metodología de la razón pura práctica” en «Crítica de la razón práctica». Sígueme.
Salamanca. 1995. Pág. 191. “Pero supeditarlo todo a la sola santidad del deber y tener conciencia de que
se puede, porque nuestra propia razón lo reconoce como su mandato y dice que debe hacerlo, eso
significa elevarse […]”.
63
JONAS, Hans. Op. Cit. Págs. 212 – 213.
64
Ibid. Pág. 209.
138
Esa «exigencia inmanente del ser» es el propio ser, su deber-ser, es decir, el derecho
del que ha nacido a seguir viviendo. Cuando el ser no está lo suficientemente
capacitado para que la vida dependa exclusivamente de él, ese imperativo de seguir
siendo se convierte en un llamado a la responsabilidad de quienes sí tienen el poder, la
posibilidad, de velar por esa continuidad. La llamada de la responsabilidad hacia el
deber-ser se convierte en un deber, el deber de hacer todo lo posible para que se
cumpla el primer imperativo, el deber-ser.
65
Ibid. Pág. 215.
66
Ibid.
67
JONAS, Hans. «El principio vida». Op. Cit. Pág. 327.
68
Cfr. HEIDEGGER, Martin. «¿Qué es metafísica?» Siglo XX. Buenos Aires. 1970. Págs. 23 y ss.
139
metafísica ofrecen una concepción sesgada del ser, en la que se descarta cualquier
consideración biologicista, punto de vista éste monopolizado por las ciencias naturales
que, por su parte, despojan al ser de cualquier dimensión espiritual trascendente.
La pregunta por el deber ser implica que el ser se dote de valores, se entienda como un
bien, de tal manera que el ser se convierta en un imperativo, en un deber hacer para
que el ser realmente pueda ser y pueda seguir siendo, porque el ser es un valor y un
bien en sí. De hecho, sólo cabe predicar valores de aquello que es.
La tensión, no obstante, entre ser y la posibilidad de dejar de ser es común a todas las
criaturas: el horizonte de la mortalidad es indisociable del horizonte de futuro por el que
lucha a diario la vida, afirmándose contra la muerte. Y es que la vida posee su ser de un
modo meramente condicionado y está sujeta siempre a su revocación.
69
JONAS, Hans. Op. Cit. Pág. 10.
70
Ibid. Pág. 13.
71
Ibid. Pág. 95.
140
Fue Heidegger quien definió el ser del Dasein humano como preocupación (Sorge) por
ese mismo ser, convirtiendo el cuidado por el ser en la determinación ontológica
esencial de toda vida humana. Jonas apostó a lo largo de toda su trayectoria intelectual
por esta concepción del ser como lo que requiere cuidarse de sí mismo, y veneró a su
maestro como quien destronó el modelo óntico de una conciencia fundamentalmente
cognoscente, introduciendo en su lugar al yo volente, esforzado, menesteroso y efímero,
es decir que Jonas entronca perfectamente con la tradición de la metafísica del ser
histórico y trágico propia del siglo XX.
La diferencia es que el cuidado del ser no distingue sólo al Dasein humano, sino a todo
existente y, por ende, al ser universal, que es afirmación incondicional de sí mismo, de
su propio ser. Este sí ontológico a la vida, al ser frente al no-ser, es instintivo en la
Naturaleza: ser y deber ser son idénticos porque el ser se perpetúa en cuanto cumple
con su deber, el cuidado de su propio ser. En el hombre no existe esta identificación
inmediata, y el deber no es ontológico, por así decir, sino moral, fruto de una elección
libre.
El hombre se distingue de todas las demás criaturas ante todo porque es un ser moral,
por eso en él ser y deber no coinciden. En el hombre optar por la vida o por la muerte
es un ejercicio de la responsabilidad del sujeto libre y racional. La supervivencia es una
cuestión moral.
Sin embargo, a Jonas no le preocupa la vida del sujeto individual, sino el compromiso
del ser humano, la responsabilidad del ser humano para con el ser en general ─y el ser
o la imagen del hombre en particular─ cuya vida o dignidad futuras, debido al ejercicio
de su poder tecnológico, pueden estar amenazadas.
La distancia que media entre el ser y el deber ser del hombre, en tanto tiene poder para
apostar o no por ese deber ser de su ser, está ocupada por la responsabilidad. El
intento de Jonas, entonces, será fundar ontológicamente esa responsabilidad.
72
JONAS, Hans. “La carga y la bendición de la mortalidad”, «Pensar sobre Dios y otros ensayos».
Herder. Barcelona. 1998. Págs. 89 – 107.