Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1 Lectura PDF
1 Lectura PDF
A todos los cuales, en apariencia tan opuestos y tan difícilmente asociables, los
conecta, sin embargo, una fuerza oscura y potente: el sentimiento arraigado de ser ellos solos y
para ellos solos.
Nació generoso, esto es, liberal, grande de alma; la generosidad es una condición
personal que no se adquiere: viene de atrás, por los caminos de la sangre.
De niño hizo lo que todos hacen: jugar, solo o con otros, con sus hermanos, con sus
amigos; correr, saltar, aspirar ávidamente los confusos aromas de la tierra, y a veces, avivado
por las lluvias, el acre olor de los ríos cercanos; escuchar con interés y, a menudo, con
perplejidad, las historias narradas por sus mayores, cuando las estrellas empezaban a descender
de sus lugares en el cielo y se ponían a brillar con su luz de magnesio en las colinas tutelantes.
Y, además, trabajar, trabajar un poco, no mucho, con sus desnudas manos, en las horas
vacantes del estudió y hasta en las horas muertas del domingo, en los predios rurales de su
padre.
Pensaba en sí mismo, y razonaba sin duda con esa bella arbitrariedad del juicio con
que los niños entienden la vida y procuran dilucidar los, misterios del mundo, pensaba en sí
mismo y en lo que sabía suyo: sus padres, sus hermanos, su casa, su escuela; el paisaje de
clamante verdura en medio del cual palpitaba su corazón, rumoreaban sus sueños: lo veía ante
sus ojos dilatarse, espejeante al mirarse en el río Cauca, que lo duplicaba. Y, en las tardes
exhaustas, olorosas a miel y a hojas quemadas, contemplaría el largo, el llameante crepúsculo
que incendiaba las nubes, es decir, las praderas del cielo.
Pensaba en sí mismo, como todos los niños, pero con un hondo sentimiento de
solidaridad hacia los demás. El niño> dicen los sociólogos, no es nada que no haya de ser el
hombre, solidaridad fácilmente advertible en sus actitudes y sus gestos, en el tono que usaba
para referirse a su familia y a sus amigos, según recuerda, emocionadamente, una de sus
parientas cercanas, mayor que él en edad, en cuya fresca casa pernoctó el procer alguna vez,
que, bajo el apremio de la nostalgia, retornó al paisaje nativo. Fue aquella una visita fugaz,
atropellada por los buenos y los malos recuerdos, durante la cual Oliveros se dio a desandar, a
grandes trancos, sus primeros pasos por la vida.
Y nació inteligente, intuitivo, creativo. Sus condiscípulos recuerdan cómo en el curso
de las exposiciones orales que los alumnos debían hacer periódicamente ante un maestro
imaginativo que solía desbordar la rigidez del programa oficial, era ya discernible en el niño
"Oliveros, Pablo", una singular percepción de las cosas, una capacidad de comprensión,
avanzada para sus años, de la mesmedad de las ciencias abstrusas que su cerebro empezaba a
afrontar. Muy pronto esa capacidad de entendimiento, de penetración, naturalmente
superficial, en los enigmas de la física, la geometría, la química, la botánica, las ciencias
naturales, lo iría despojando día a día de la ilusión maravillosa con la que antes sus ojos
objetivizaban los seres, las cosas y los fenómenos simples de la naturaleza y empezaría a
mostrárselos en sus verdaderos contornos. La fantasía, la ensoñación, que eran como anteojos
mágicos de su sicología infantil, la mirífica seudestesia propia de la edad con la que los niños
condensan en una gota de agua la vastedad del océano, en un espejo todo el misterio de los
cuentos, como lo observa un celebrado escritor, tendrían que ceder su lugar a los lineamientos
de una realidad concreta y menos poética del mundo.
Oliveros no pensó en ser demasiado grande, porque quizá la vida no le alcanzaría para
llegar tan alto, sino en ser útil en la medida en que pudiera serlo y con los recursos intelectuales
de que dispusiera.
Pensaba que el deber de cada uno era poner su conciencia al servicio de los demás. La
vida se justificaba en función de servicio, pero de servicio desinteresado a quienes lo han
necesitado.
Faltaban todavía varios años para que Oliveros descifrara las claves de su porvenir.
Mientras tanto estudiaba sin descanso y asimilaba todo lo que estudiaba.
Oliveros le oyó decir que el hidrógeno no emitía solamente ondas luminosas sino
también radioeléctricas, y que, bajo ciertas condiciones de excitación, esas radiaciones
formaban mensajes que informaban con precisión sobre la composición del espacio de donde
provenían. Se habían podido captar esos mensajes gracias a los descomunales telescopios
construidos sobre el principio del radar. El estudio de estos mensajes emitidos por el hidrógeno
demostró que la masa de materia que ha rodeado nuestro sistema estelar presenta golfos y
continentes que tienen forma. Y el estudio espectral de la propagación de la luz emitida por las
estrellas permitió, por otra parte, establecer una tabla de velocidades estelares en todos los
puntos de la galaxia.
Oliveros escuchó la exposición del sabio, admirado y estupefacto, pero años más
tarde, ya en ejercicio de sus tareas educativas, diría a sus alumnos de la Universidad Tecnológica
que las palabras del doctor Lamb lo alejaron de los estudios astronómicos que él habría querido
emprender al unísono con los de física.
"Me puse a pensar", dijo, "que una persona como yo, proveniente de un país pobre, no
podía darse el lujo de dedicarse a aquellos estudios tan apasionantes pero inaplicables en mi
patria. Mi deber era invertir mi tiempo en el conocimiento de materias que fueran útiles aquí en
la Tierra y ahora". Volvió a lo de la Tierra, a lo de su tiempo, a lo de su generación.
Oliveros fue una conciencia positiva; sabía que había que luchar contra la injusticia y la
miseria, y que era deber de la gente nueva participar en esa lucha, pero no estaba muy seguro de
que la solución consistiera en cambiar ciertos usos, ciertas costumbres, ciertas modas y en
mantener una posición pasiva y regresiva ante los hechos nuevos de la historia.
Tenía una formación universitaria moderna muy siglo XX, antípoda de la medieval
que caracterizaba a los antiquísimos claustros ingleses cristalizada en Oxford hasta bien
avanzada la pasada centuria, cuyo objeto principal es "disciplinar el espíritu en las preciosas
formas de la cultura clásica y formar una clase social de mandarines para perpetuar el gusto por
estas disciplinas y conservar las ideas sobre las cuales reposa la llamada civilización cristiana. . . ”
según un conocido escritor alemán citado por Baldomero Sanín Cano.
Lo primero que debió hacer fue convencer a sus alumnos" de que ese método no les
serviría en la universidad y, menos aún, en el estudio de carreras técnicas que tenían por base las
matemáticas, la física y la química.
"¡De memoria no se aprende sino la poesía, y eso que a cada estrofa, a cada verso,
hay que imprimirles carácter, estilo, fuerza!", les dijo en tono perentorio.
Y a continuación: "La memoria podemos ya confiarla a las máquinas. Vamos a
explorar las zonas vírgenes de nuestros cerebros. ¡Vamos a pensar, a razonar como seres
humanos! ¡En ustedes mismos está la clave simple del aprendizaje!."
En mi largo período estudiantil -dijo- tuve muchos y muy eminentes profesores, pero
no recuerdo a ninguno con la sabiduría y la categoría científica de Pablo Oliveros
Marmolejo. Dictaba sus clases con propiedad; conocía la materia hasta en sus más
secretos recovecos. A ratos se paseaba por el aula, la mano derecha metida en el
bolsillo lateral del pantalón, sin suspender su disertación, porque sus clases eran
brillantes disertaciones; y a ratos, también paseándose, metía su cara en el cuenco de
su mano derecha y con el índice de su mano izquierda se rascaba la oreja del mismo
lado. Eran dos de sus tretas sicológicas para mantener el hilo del discurso, que jamás
decaía en su calidad y que nos iba llevando, de sorpresa en sorpresa, por el mundo
maravilloso de las matemáticas y de la física.
"El concepto del mundo", lo que los alemanes denominan die Weltanschauung, es
decir, el conjunto de creencias que se aceptan en cada época sobre el destino del hombre y de la
naturaleza, sobre los deberes de la ciencia y sobre lo que es la moral, sobre los determinantes de
la historia, angustia más que el espíritu el corazón de los; individuos selectos. Oliveros es un
científico y un educador y su doble indición lo fuerza a meditar, mientras estudia y enseña, sobre
los interrogantes que constituyen la esencia filosófica del momento.
El enseñaba y difundía ciencia. Pero, ¿la ciencia podía explicar todos los fenómenos?
¿O había, en efecto, una inteligencia superior que encausaba y determinaba el destino del
Universo?
¿La humanidad había progresado desde el punto de vista técnico y no desde el punto
de vista moral? ¿Era verdad que la libertad y la democracia eran bienes intangibles y de valor
universal? ¿Habrá un régimen político ideal?
No fue un sociólogo., pero todas las investigaciones y los análisis que se adelantaban
en la U.T.P. y los que hoy se llevan a cabo en la Andina, han tenido por fundamento los
fenómenos sociales que afectan de alguna manera la vida de sus ciudades.
¿ Y qué es un philósophe?
No existe una palabra que equivalga exactamente a lo que el Iluminismo entendió por
Philosophe; por cierto no corresponde filósofo (en su sentido actual), ni sabio, ni
siquiera la palabra que usaron los franceses para designar a los philosophes:
luminarias... El filósofo fue un humanista, un sabio, alguien dedicado a buscar una
verdad a la vez universal y permanente. El philosophe se interesaba principalmente en
las verdades que podían ser útiles aquí y ahora. El filósofo se interesaba en la mente y
el alma del individuo y en las grandes preguntas de la teología y la moralidad; el
philosophe se interesaba más en la sociedad que en el individuo y más en las
instituciones que en las ideas. Allí donde el filósofo construía sistemas, el philosophe
formulaba programas. El filósofo tenía algo de recluso Karit es su símbolo, pero el
philosophe era un hombre ansioso por iluminar, cambiar, reformar, incluso subvertir
y preparado para tomar parte activa en cualquiera de estas empresas.
Es propio del philosophe actuar siguiendo sus sentimientos de orden y razón. Está
amasado con la levadura de la regla y el orden. Está imbuido de interés por el bien de
la sociedad civil y comprende sus principios mejor que otros hombres. La maldad es
tan ajena a la idea del philosophe como la estupidez, y toda la experiencia nos
muestra que cuanto más racional e iluminado es un hombre, más apto es para la
vida.
Pesa, combina, duda y decide. Exacto e imparcial, se rinde sólo a la razón o a esa
autoridad que da la razón de los hechos (por ejemplo, la experiencia). Rápido y fértil
en recursos, no cae en trampas o ilusiones; acepta sacrificar la teoría más brillante y
especiosa y no le hace hablar a sus autores la lengua de sus propias conjeturas.
Amigo de la verdad, busca sólo las pruebas apropiadas a su tema y se contenta con
ella. Lejos de satisfacerse con una ciega admiración, se sumerge en las partes más
recónditas del corazón humano para obtener una explicación satisfactoria de sus
gustos y disgustos. Modesto y sensato, no despliega sus conjeturas como verdades,
sus inducciones como hechos, sus probabilidades como demostraciones.
Sí. Oliveros fue un philosophe.
Piensa, decide y actúa como uno de esos raros exponentes de la especie humana
nacidos para crear cosas útiles, para ayudar a los demás, "para integrarse a la sociedad como una
célula nutriente y saludable", según la expresión afortunada de Tom Paine.
Fue una conciencia planetaria. Desde sus iniciales estudios en la Universidad de San
Ambrosio, inducido por un catedrático alemán que había leído a Husserl, tomó partido en el
bando de los que creían necesario repensar al mundo; de los que mantienen que lo universal
tiene que rehacerse a cada momento, pues el mundo se unifica cada vez más y al mismo tiempo
se diversifica cada día; de los que asumen que la técnica impone la organización en el planeta.