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2 Capital social
Como señaló Portes (2000), quizás el capital social sea la exportación conceptual más exitosa
desde la sociología al lenguaje cotidiano. El termino, durante los últimos años ha suscitado un gran
interés en las ciencias sociales y se ha utilizado para abordar una amplia variedad de
comportamientos individuales y colectivos (Brunet, 2017). Así, por ejemplo, se ha usado para
explicar las diferencias en las tasas de violencia en barrios con características sociodemográficas
semejantes (Millán y Gordon, 2004), para comprender los mejores resultados que logran ciertos
grupos de inmigrantes respecto de otros en el acceso a puestos de trabajo, en condiciones de
oportunidades similares (Portes, 1995) y para determinar las causas de unas tasas más elevadas
de desempeño institucional y de desarrollo económico de una región respecto de otra en un mismo
país (Putnam 1994).
Cómo sucedió con otros conceptos que se han popularizado, la aplicación cada vez más diversa
del capital social somete a prueba el significado original del término, y es que, su utilización en el
estudio de tantos hechos y contextos diferentes ha transformado el concepto en una caja negra
(Portes, 2000). Así, la noción a veces puede referir a las relaciones sociales y en otras aludir a la
cooperación y sociabilidad, igualmente, en ocasiones las investigaciones pueden destacar el
aporte del capital social a la integración social, mientras otras argumentan que no todos los tipos
de capital social tienen necesariamente efectos positivos. En algunos casos el capital social es
definido desde sus funciones (para qué sirve), en otras por sus condiciones (que se requiere para
que se desarrolle) y en algunos casos por su orientación (uso público o privado). Hay quienes
ponen atención en las relaciones sociales que se movilizan y quienes resaltan los resultados que
se obtienen. Algunos lo visualizan como una acumulación (stock) de confianza y expectativas de
reciprocidad y otros como un flujo de relaciones e intercambios. Algunos otorgan un papel crucial a
las reglas formales y a las instituciones, mientras que otros ponen el acento en los aspectos
cognitivos relacionados con la interiorización de normas y reglas informales. Hay quienes afirman
que se puede crear capital social, pero hay otros que sostienen lo contrario (Raczynski y Serrano,
2005).
Para evitar caer en ambigüedades, es importante señalar que el capital social 1 se centra en el
Si bien, el capital social se realiza y manifiesta mediante las relaciones sociales, su potencialidad
recae sobre su definición en términos de recurso, desde donde se configura como un activo que
puede generar mayor riqueza, bienestar y éxito en los emprendimientos individuales, grupales y
sociales (Raczynski y Serrano, 2005). Como activo, el capital social se suma a los recursos
naturales, al capital físico, financiero y humano. Su distinción con estos radica en que, mientras los
recursos naturales, físicos y financieros están fuera de las personas y el capital humano le
pertenecen al individuo, el capital social se deposita en el interior de las relaciones sociales. Su
activación no depende de una, sino de dos o más personas (Robinson, Siles y Schmid, 2003).
Además, el capital social se desgasta cuando no se usa, al contrario de lo que ocurre con el capital
físico o los recursos naturales.
En general, dos enfoques guían el desarrollo teórico y metodológico del capital social, estos son: el
en realidad esta noción viene a problematizar una dimensión de la vida social inherente a
esta. Por lo que, no es de extrañar que incluso antes de que se escribiera sobre el capital
social, su existencia fuera conocida por los científicos sociales, aunque lo hayan llamado
de otro modo (Robinson, Siles y Schmid, 2003).
Desde mediados de los años noventa, el concepto de capital social empezó a tener gran
acogida entre investigadores de distintas diciplinas. La idea de capital social surgió de
manera intuitiva, sin una definición precisa, es por ello, que algunos intelectuales citan el
trabajo de Lyda Hanifan (1920) y Jane Jacobs (1961), al referenciar el surgimiento del
concepto. No obstante, estas autoras solo mencionaron el termino, los primeros esfuerzos
para definir y conceptualizar el capital social se hayan en los trabajos de Bourdieu,
Coleman, Putnam y Lin (Vargas, 2002).
asociativo y el instrumental o individual. Desde la asociatividad, la centralidad del capital social
radica en sus contribuciones a la acción colectiva, la democracia, la organización comunitaria, el
civismo y el interés político (Espinoza y Rabi, 2009). Para este enfoque, el capital social constituye
un bien público, que se crea o destruye como subproducto de otras actividades sociales y que
permite, además, alcanzar metas colectivas que benefician a todos los individuos de la estructura
social2 (Ostrom, 2003). En contraste, el enfoque instrumental describe el capital social como una
especie de inversión que genera retornos individuales, enfatizando en que los individuos se
involucran en interacciones y redes sociales que los benefician directa o indirectamente (Lin, 2001;
Bourdieu, 2000). Ello, debido a que los recursos incrustados en las redes sociales facilitan el flujo
de información, ejercen una influencia sobre otros y ayudan a reforzar la identidad y el
reconocimiento (Espinoza et al., 2017).
Coleman y Putnam suelen ser relacionados con la perspectiva asociativa, para ambos el capital
social fomenta la capacidad de los grupos para generar normas y confianza, facilitando la
cooperación y el control del entorno. Para este enfoque, el capital social constituye un recurso
socioestructural, es decir, una especie de activo incrustado en la estructura de las relaciones
sociales, que facilita el cumplimiento de metas colectivas a partir de beneficios derivados de las
relaciones sociales (Espinoza y Rabi, 2009).
Un aspecto fundamental en esta perspectiva es la naturaleza de bien público del capital social,
Coleman es el primero en enfatizar en este punto, que tiene varias implicancias. En primer lugar,
atañe a la inalienabilidad del capital social, entendida como la dificultad de intercambiarlo, esto,
debido a que es un atributo de la estructura social y no es propiedad privada de quienes se
benefician de él. Así, este bien público, se distingue del privado porque no es divisible ni puede ser
intercambiado, aunque desde luego tiene valor de uso cuando se presenta como un recurso, pero
no tiene valor de cambio (Millán y Gordon, 2004). En segundo lugar, la naturaleza del capital social
permite diferenciarlo de otros activos a partir del tipo de beneficios que genera; mientras los
recursos físicos y el capital humano benefician a quienes invierten en ellos, el capital social, una
vez creado beneficia a todos los individuos de la estructura social, dado que no es propiedad de
nadie. Además, la simetría entre inversión de recursos y retornos, en el capital social como bien
público no ocurre, a diferencia de lo que sucede con los bienes privados, que se espera, brinden
beneficios equivalentes a la inversión realizada (Ostrom, 2003).
2 Una sociedad más democrática, por ejemplo, no beneficia alguien en particular dado que
favorecen a la comunidad en general (Ostrom, 2003).
Considerando la naturaleza pública del capital social, quien invierte en este recurso no obtiene ni
beneficios inmediatos ni exclusivos, basta recordar que los individuos que colaboran en la creación
de normas y sanciones no se benefician de manera primaria y privativa de ellas, porque los
beneficios se extienden a todos aquellos que están involucrados en la estructura de relaciones.
Para entender la asimetría entre inversión y beneficio en términos de capital social, se puede
apelar a la falta de correspondencia entre capital social y beneficio individual. Por ejemplo, cuando
una persona abandona un partido político pierde capital social al reducirse sus contactos y la
promoción de las normas y sanciones que esa persona aportaba (Millán y Gordon, 2004). En este
contexto, es relevante considerar que las decisiones individuales pueden alterar tanto la estabilidad
del capital social como la estructura que lo soporta y que, por lo tanto, este se crea y se destruye
como un subproducto de las actividades sociales (Ostrom, 2003).
En definitiva, Coleman aborda el capital social en términos funcionales, destacando el valor que
tienen estos recursos dispuestos en la estructura de relaciones sociales, para perseguir intereses
que generan beneficios sociales. En concordancia con esta definición, el autor identifica varias
formas de capital social, entre las que se hayan:
iii) Normas y sanciones efectivas, son consideradas un recurso porque generan confiabilidad
en el ambiente y porque favorecen o restringen determinadas conductas. Por un lado,
las normas más valoradas son aquellas que favorecen los intereses colectivos por
encima de los individuales, ya que ello ayuda a construir beneficios comunes o
resolver problemas a partir de propósitos en común (Millán y Gordon, 2004).
iv) Relaciones de autoridad. La autoridad puede constituir una forma de capital social por la
forma en la que se constituye en una estructura de relación y por el servicio que brinda
A esta definición del capital social, orientada al uso público, Putnam agrega el concepto de redes y
compromiso cívico, así, el capital social referiría a las características de la vida social-redes,
normas y confianza- que habilitan a los participantes para actuar juntos más efectivamente a fin de
alcanzar objetivos compartidos. En suma, la definición rescata de Coleman, la idea de que ciertas
3 Formal, como un contrato matrimonial o informal, como las relaciones entre amigos
(Vargas,2002).
características de la estructura social facilitan las acciones de algunos actores en esa estructura
(Espinoza y Rabi, 2009).
Para Putnam el capital social se compone y estimula a partir de tres formas de organización
colectiva. La primera de ellas es la confianza, la cual funciona como un predictor de la conducta de
los actores, facilitando que se den relaciones de intercambios con un costo de transición menor. En
este sentido, la confianza estabiliza los vínculos porque permite cálculos sobre el comportamiento
de los otros (Millán y Gordon, 2004).
La tercera forma de acción colectiva que beneficia al capital social son las redes de intercambio
recíproco y solidario, debido a que estas generan normas que favorecen la cooperación, ya sea
contribuyendo a la cohesión interna de los grupos o ayudando a superar las grandes divisiones
sociales, tendiendo puentes entre círculos sociales diversos (Espinoza y Rabi, 2009). En suma,
reciprocidad y cooperación anudan entonces un círculo virtuoso entre capital social, normas y
redes. Sin embargo, pueden existir redes que busquen monopolizar el acceso a los beneficios o
recursos, en este contexto el compromiso cívico es un factor que regula estas desviaciones (Millán
y Gordon, 2004).
Como un factor de control, el compromiso cívico, esto es, el grado de asociatividad, de interés por
los asuntos públicos y la confianza que tienen las personas, evita las tiranías y contribuye al
desempeño de las instituciones democráticas. Funcionando como una especie de traductor de
desempeños sociales en desempeños políticos (y a la inversa): comunica la dimensión de los
ciudadanos y sus asociaciones con el gobierno. Por esa razón, acentúa el carácter de bien público
del capital social, en consecuencia, la noción de compromiso cívico se refiere a los activos de las
comunidades, no de los individuos (ídem).
El enfoque instrumental, coincide con el anterior al sostener que el capital social puede utilizarse
para alcanzar determinados fines, pero discrepa en cuanto a su ‘ubicación’. Así, si para Coleman el
capital social, se localizaba en los componentes que dan estructura a las interacciones de los
individuos y para Putnam, estaba en los factores que regulan los vínculos de la asociatividad, para
el enfoque instrumental el capital social está en las redes. En consecuencia, la estructura social
efectiva es la organización en red (Millán y Gordon, 2004).
Bourdieu, Burt y Lin son exponentes de este enfoque. Para estos autores, el capital social reporta
beneficios individuales que influyen en la obtención y mantención de determinadas posiciones en la
estructura social, dicho de otro modo, las personas a partir de su capital social pueden obtener
beneficios que los favorezcan únicamente a ellos. Los activos a los que se accede mediante estas
relaciones puede ser monetario (Bourdieu, 2000) o no, incluyendo otras formas como el apoyo y la
compañía (Lin, 2008).
El capital social está ligado a las relaciones sociales, dependiendo del reconocimiento mutuo y la
estabilidad de estos vínculos, de manera que, la pertenencia a grupos y/o redes sociales genera
capital social (Lin, 2008). Bajo este enfoque, los individuos invierten en capital social potenciando
sus redes de contactos, por ejemplo, unos padres que inscriben a sus hijas en un curso de patinaje
artístico, a pesar de lo difícil que se les hace costear la actividad, están invirtiendo en capital social
al insertarse en un círculo social, que por cuestiones socioeconómicas les es distante.
Pero no todos tienen las mismas oportunidades de invertir en capital social, en consideración de
esto, el enfoque instrumental asume que el capital social está desigualmente distribuido, por lo
que, su preocupación investigativa remite a la forma o estructura del capital social, esto es, a su
distribución y el acceso que los individuos tienen a él. Para poder abordar empíricamente estos
elementos, los estudios bajo este enfoque indagan en la gestión de los vínculos y su movilización
(Espinoza y Rabi, 2009).
Aquí más que existir un capital social común a la sociedad, existe un capital social conformado por
los recursos que poseen todos los miembros de un grupo. De tal forma, en el grupo de whatsapp
de los gerentes de Coca cola, circulará un capital social distinto al que puede hallarse en el grupo
de whatsapp de los apoderados de un colegio público. Estas asimetrías se manifestarían, en un
acceso diferenciado a la información, en una influencia disímil sobre los demás individuos, en una
mayor o menor potencialidad de los lazos como garantía ante otros y una identidad y
reconocimiento diferenciado (Espinoza et al,.2017).
El capital social como un recurso, exige el estar permanentemente relacionándose con los demás,
mediante actos continuos de intercambio, a través de los cuales se reafirma los vínculos,
renovándose el reconocimiento mutuo. Por lo que, la producción de capital social implica gastar
tiempo y energía, y, por tanto, directa o indirectamente, de capital económico. Un gasto semejante
sólo es rentable si existe una devolución (Bourdieu, 2000).
Desde el enfoque instrumental no solo importa el vínculo, su forma también es relevante. En este
sentido, se ha postulado a que los lazos débiles, es decir los vínculos con conocidos en otros
circulos sociales, generan mejores retornos cuando las redes de contacto en las que participan los
individuos disponen de menores recursos, dado que conectan a las personas con círculos sociales
distantes, mientras que los lazos fuertes, entendidos como los vínculos con familiares y amigos
cercanos, tienden a reproducir el capital social incrustado en las redes de contacto. En apoyo a
este supuesto, algunos estudios han probado la ineficacia de los vínculos fuertes para generar
chances de movilidad social en sectores marginados, señalando, sin embargo, su importancia
como mecanismo de sobrevivencia (Espinoza, 1999).
No todos los vínculos débiles pueden ser movilizados en la obtención de recursos y esto se debe
fundamentalmente a su inestabilidad y su pertinencia respecto de los activos a los que se quiere
acceder. Así, por ejemplo, si un joven con padres empresarios quiere insertarse como gerente en
una compañía, obtendrá más beneficios recurriendo a los lazos fuertes, que acudiendo a sus
profesores universitarios. Así también, en el caso de que alguien quiera ser ascendido de cargo, le
será más útil recurrir a gente que está dentro de la misma organización que dirigirse a los
contactos que estableció fuera de la empresa (Espinoza, 2006). En este sentido, los contactos
institucionales y las relaciones de amistad con alta confianza pueden también favorecer el acceso
a los puestos de mayor calificación, como lo señalan algunos estudios sobre el compadrazgo y el
pituto (Lomnitz, 2012; Barozet, 2006).
La fuerza de los lazos se relaciona con otras características de la red, como el tamaño o la
diversidad de los lazos; desde esta perspectiva, las redes más amplias y variadas se caracterizan
porque en ellas los lazos son débiles. De esta manera, una red que disponga de un número
importante de contactos y donde estos representen diversos ámbitos, como la familia,
organizaciones, instituciones públicas y privadas, debería poner en juego gran cantidad de
información y canales de acceso valiosos para sus integrantes (Espinoza y Canteros, 2001)
Reiteradamente se critica a los estudios de capital social su ambigüedad tanto teórica como
metodológica, razón por la cual se expondrán algunas cuestiones referidas a los instrumentos
utilizados en la medición del capital social.
Para medir el capital social desde la perspectiva asociativa, se consideran preguntas en torno a la
participación voluntaria y la confianza hacia las personas y las instituciones. En este contexto, la
densidad de la red constituye un primer indicador, que puede centrarse en la intensidad de las
interacciones o el número de vínculos asociativos de un territorio determinado 4. (Espinoza y Rabi,
2009). Dos hipótesis guían la interpretación de este indicador. La primera, señala que una mayor
densidad genera confianza y normas, al facilitar, el sancionar comportamientos inadecuados para
el grupo, dado que la probabilidad de castigo aumenta por el hecho de que en estas redes existen
amigos en común, lo cual también permite que la información fluya más rápidamente (Burt, 2004).
En contraste, la segunda hipótesis se centra en el aspecto negativo de este indicador, señalando
que, a mayor densidad, menos diversa es la información que circula en las redes de contacto,
cuestión que limitaría las capacidades de los miembros de estos grupos para conseguir bienes y
servicios diversificados (Barozet, 2006).
Un segundo indicador es tipo de participación, el que alude a la frecuencia con la que se participa
en una organización (pasivo asociativamente, participante ocasional, participante activo, etc.). El
supuesto detrás de la densidad relacional y el tipo de participación es que, la asociatividad en
organizaciones voluntarias sirve como escuela de civismo, dado que sus participantes aprenden a
desarrollar sus propios puntos de vista, a confrontar opiniones, a resolver diferencias, a cooperar
en pro de objetivos en común, contribuyendo a las democracias locales (Espinoza y Rabi, 2009).
Por su parte la confianza se suele medir por medio de la confianza generalizada y la confianza en
instancias políticas. El primer indicador captura información respecto de la creencia en la
Otro aspecto que se considera en los estudios del capital social asociativo es el tipo de vínculo o
conexión que se establece entre los individuos u organizaciones. La forma que toma la conexión es
importante, puesto permite estimar que tan heterogéneas u homogéneas son las redes y con ello,
saber cuáles y de qué manera circulan los recursos. En general, se pueden establecer tres tipos de
conexiones: bonds, esto es, los vínculos internos de las organizaciones; links, las conexiones que
se establecen con otras organizaciones del mismo nivel y que dan origen a asociaciones de
segundo nivel; y los bridges, entendido como las vinculaciones con círculos sociales diversos
(generalmente vínculos asimétricos) (Espinoza y Rabi, 2009).
Si bien, el interés por la política puede ser un indicador controversial, ya que, puede entenderse
como el resultado de otras dimensiones del capital social, los estudios asociativos continúan
contemplándolo en sus análisis. Lo anterior, se debe principalmente, a que el involucramiento
político es considerado un aspecto fundamental del compromiso comunitario. La composición de
este indicador puede variar construyéndose a partir del grado de información política de los
respondientes, la participación en elecciones y/o el conocimiento de las autoridades locales (idem).
El esquema 2, resume los indicadores presentados para el capital asociativo.
A partir del generador se pueden calcular algunos indicadores para indagar en el acceso y
movilización del capital social, tal como muestra el esquema 3
Uno de estos factores es diversidad de la red, medida que considera en su estimación el número
de ocupaciones a las que ego declara tener acceso, siendo central la heterogeneidad u
homogeneidad en las ocupaciones de sus contactos. Entendiendo que, las investigaciones sobre la
influencia del capital social en el logro de estatus ocupacional han comprobado que una mayor
heterogeneidad en las ocupaciones de los contactos conduce a la obtención de un trabajo más
prestigioso, esto debido a que en una red más diversas se accede a contactos de mayor prestigio
ocupacional que pueden ser movilizados al momento de buscar empleo (Lin, 1999). Además, redes
diversas favorecerían a quienes buscan trabajo, dado que los empleadores querrían contratar a
personas con redes heterogéneas, esto, con el fin de apropiarse del capital social del empleado
para la empresa (Erickson, 2001).
El tamaño o extensión de la red es una medida que a veces se utiliza para medir la heterogeneidad
de los contactos. Sin embargo, no se recomienda usarlo con este propósito, porque entrega menos
información respecto de la composición de la red que el indicador anterior, señalando básicamente
el tamaño estimado de las redes de contacto (Lin, 2008). La hipótesis detrás del tamaño de la red
es que, las redes más grandes pueden alcanzar con más probabilidad que las redes pequeñas los
máximos y mínimos de la escala de prestigio de las ocupaciones (Espinoza et al., 2017)
Los ‘recursos de la red’ son un indicador de capital social, que alude a la calidad de la red de
contactos, centrándose en el prestigio ocupacional promedio de los contactos a los que ego
accede. El supuesto tras esta medida es que redes con mayor prestigio ocupacional permiten
obtener mejores resultados al buscar empleo, además, mediante los recursos de la red se puede
calcular el grado de homofilia, considerando la diferencia entre el prestigio ocupacional del
entrevistado y la media de su red (Espinoza y Rabi, 2009).
Un indicador de capital social movilizado es el estatus del contacto, el cual considera el prestigio
ocupacional de quien le ayudó a ego a conseguir empleo, para ello, junto con el generador de
posiciones se aplican preguntas específicas sobre el posible uso de los contactos en la búsqueda
de empleo (Lin, 2008) y la forma que toma esa ayuda; solo recibió información (le avisaron de la
vacante), solo aprovechó influencias (lo recomendaron u ofrecieron trabajo directamente), sólo
heredó/recibió trabajo/recursos para abrir un negocio (le traspasaron o heredo un negocio o puesto
de trabajo), Mixto (combinación de alguna de las ocupaciones anteriores, incluye recibió otro tipo
de apoyo) (Brunet, 2017).
Otro indicador de capital social es movilización del capital social, cuyo foco es saber si ego usó sus
contactos para conseguir su empleo, este indicador suele construirse mediante la siguiente
pregunta general: Además de su propio esfuerzo ¿alguien le ayudo a conseguir su empleo actual?,
cuestión que no es recomendable porque la pregunta tiende a ser respondida de manera negativa
(no recibí ayuda). Es más pertinente pregunta si es que se recibió ayuda de cada una de las
posiciones señaladas en el generador posicional (Lin, 2008)
Un último indicador frecuentemente utilizado es fuerza del lazo, el cual refiere a la forma que toman
las conexiones, basadas en la intensidad emocional, el tiempo, la intimidad y la reciprocidad, que
entrelazan a los actores sociales y dan forma a la interacción social (Granovetter, 1973). En este
sentido, la palabra ‘fuerza’, refiere a un atributo particular de las relaciones, uno que logra resumir
las bases de la interacción, simplificándola y caracterizándola (Borganatti, 2013). En los estudios
de capital social se suele hablar de tres tipos de relaciones: la de conocidos, amigos y familiares,
las que, a su vez, representan dos lazos diferentes: fuertes y débiles (Granovetter, 1973).
Los ‘lazos fuertes’ son aquellos que se dan entre amigos y familiares cercanos y se caracterizan
por la confianza y la interacción continua, este tipo de relación es la que se da entre familiares y
amigos, y tiende a la homogeneidad entre contactos. El problema en este tipo de vínculos es que
se tienden a manifestar entre individuos que comparten una posición social similar y un acceso a
recursos equivalente, tendiendo a la reproducción de las posiciones sociales (Espinoza, 1995). Por
el contrario, los ‘lazos débiles’, asociados a las vinculaciones con conocidos, permiten la
renovación de los recursos de la red, caracterizándose por proporcionar ganancias instrumentales
(Lin, 2001), debido a que estos lazos suelen conectar círculos sociales distantes, movilizando los
recursos entre grupos sociales (Espinoza, 1995). Los indicadores aquí presentados para medir el
capital social instrumental son expuestos en el esquema 3.