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Baile Del Abismo
Baile Del Abismo
Pensamiento de la literatura
Dos poemas medianos, que guardan secreta relación (¿o no tan secreta?) con la muerte, “la joven
parca” y “el cementerio marino”; Cuatro ensayos sobre la literatura, “estudios literarios”, de los
cuales dos son de poesía, otro sobre los mitos y el ultimo sobre los muertos. Debería ser suficiente
para entender. Las tardes se alinean como los trenes que, infinitos en el ensueño de los viajeros,
transportan mercancías hacía ningún lugar. Letras. El cristal o el diamante tienen la facultad de la
trasparencia, sí, pero no es el caso de la poesía de este francés. De cristal y diamante puede estar
hecha la poesía de Valery, pero de estas materias forjadas en la intensa presión de la tierra que se
conmueve y del fuego que arde hasta extinguirse, de estas dos materias que tanto se parecen (y
tan diferentes son) Valery no ha heredado la trasparencia. Su poesía se hace noche cuando
caminamos hacia ella. Se cierra, se transforma en una pequeña niña tímida, que se niega a
confesar sus secretos. Hermética como un diamante impoluto. ¿Cómo no verlo? Su ansia de
pureza tiene su igual en lo hermético, lo que está cerrado a sí mismo, lo que no ha sido penetrado,
lo que no tiene nada más que “sí mismo” dentro. Pero la pureza es imposible, el mismo lenguaje
es una ley que nos recuerda que siempre hay algo más grande que nosotros, un obelisco. Una ley
que lleva en su vientre su excepción, la inefable variación. La literatura y muy especialmente la
poesía diluyen las palabras, miden la resistencia hasta romperlas, las someten al influjo más
intenso hasta que arden y se trasmutan, alteran su sentido, las dotan de sonidos extraños, las
hacen insignificantes o las pueblan de un significado tan intenso que deslumbran y confunden con
tanto color. La poética, pleno lenguaje, cuestiona el lenguaje. Esto es lo que quizá intenta
hacernos entender Valery, con su pretensión imposible de pureza total. ¿Pero como asir lo
inasible, como decir lo que no quiere ser dicho? ¿Asir, decir, por qué?
En la poesía hay veces el saber es sabor, por eso es más importante ser catador que conocedor. Un
sabio conoce de los sabores porque sabe disfrutarlos. Así, dejemos que este espectro extraño y
hermético de Paul Valery, fluya como una canción del paladar. De esta forma nos ubicamos en el
ámbito de la experiencia, que no pretende apartar el sentido.
La poética es perfecto placer que se deshace en palabras, palabras que gotean, gotas que se
evaporan y sangran hasta el cielo, cielo que se extrémese y sacude hasta llover mares, mares que
inundan toda la tierra con placer poético.
¿No te has sentido alguna vez asfixiado de tanta belleza? Es el mar que ha inundado la tierra y te
reclama para su nombre, la inefable verdad que no puede ser tomada, la poesía. Busca su pureza y
encuentra el vacio, de tanto anhelo de ser, llega a la nada. ¡Imposible! La poesía es tan mortal
como los hombres y tan eterna como la sombra o el mármol. No puede ser nada. Quizá un flujo
que no tiene un fin más que su propio movimiento. La emanación oscura que brota, con la
suavidad y exactitud de las sombras oblicuas nos rechaza y nos atrae, juega con nosotros. Valery
es un maestro.
Y también un simbolista, por lo menos así lo clasifican. ¿Pero que entender por esta palabra?
Saussure la define por diferenciación, el signo está compuesto por significante y significado, si se
quiere, concepto e imagen acústica; no importa el nombre que les haya dado a los dos términos,
lo realmente importante es que son dos, y que su relación es arbitraria. La palabra luna es un
signo, su significante es la grafía o el sonido “luna”; y su significado nuestra replica catalogada en
la memoria o el entendimiento, de la cosa. No hay ninguna relación ni lógica ni natural, entre el
uno y el otro, bien podríamos escribir moon en vez de luna. El símbolo según Saussure sí tiene
alguna relación entre sus partes, el significante de alguna manera insinúa su significado. Así la
representación simbólica de la justicia es una dama con los ojos vendados, que sostiene en una
mano una balanza, y en la otra una espada. Ya saben, la justicia es ciega, porque no toma partido;
tiene una balanza porque, mide los actos, los pesa, los contrasta; y la gran espada que sostiene en
su pequeña mano, es el castigo que siempre imparte. ¿Será este el símbolo que se manifiesta en
Valery? Imposible, si así fuera sería una poesía que se limita a seguir un tipo de convención
autoritaria de una cultura (la moderna) que no lo es.
Una cultura o, mejor, una época, que le da al individuo el poder de significar por sí solo. Ya no
existe un modelo religioso, ya la magia abandono el mundo o se escondió, y quedamos solos ante
un inmenso cielo vacio. El abismo de los cielos que ha hecho la modernidad (para bien o para mal)
tiene que ser explicado, entendido, incluso reinventado, por el individuo vacilante y tembloroso
frente al nuevo universo, inmenso, pero finito. Finito, no porque conozcamos sus límites físicos,
sino porque los desconocemos. Finito porque una vez los dioses han sido degollados y sus
imágenes yacen petrificadas e inertes en los museos; porque una vez los paraísos, incluso los
infiernos han sido extintos por el silencio de la nueva era; entonces, después de esto, el hombre
frente a sí mismo, es mas consiente que nunca de su propia finitud, de su propia insignificancia, de
su mortalidad. Esta conciencia terrible de nuestro propio limite, de nuestra propia época, esta
condensado en “el cementerio marino” de Valery. Dejemos que el oleaje nos sumerja en la poesía.
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Una transposición, el cielo y el mar, frente a frente, como en un espejo, en ambos brilla el sol, en
ambos el vacio, la presencia palpitante de la muerte. El mar, siempre uno solo, siempre
cambiante, tan propio, tan contradictorio, tan humano que nos calma o nos da pavor. Unísono,
como el tiempo, su oleaje es constante, pero solo dura un instante, como la vida humana.
La fruta, el goce, deja su huella sutil en el placer, en el paladar. Es el vivir mismo, que va hacia la
muerte, la propia conciencia del abismo, todo el tiempo o el tiempo mismo.
El hombre frente sí mismo, frente a su conciencia, frente a su finitud, en medio del abismo,
flotando, bailando, en él. Así es la vida humana, un baile siempre en el borde del fin. Vacio dentro
y fuera, un agujero un horror vacui propio, creado en la modernidad. Y allá abajo el cementerio en
el mar.
El fondo del mar, lugar donde llegan todos los muertos, piso del destino, donde incluso lo más
solido, lo más inmóvil, el mármol, tiembla difuso junto a las sombras, ambos, sombras y mármol,
son símbolos de la eternidad, el uno por ser piedra y quietud, el otro por ser lo que siempre
retorna, la oscuridad. El mar duerme sobre el fin.
Los cuerpos se deshacen y se unen, son un mar que ha bebido a los muertos, un vacío, un abismo
más, la ausencia de los muertos, de la vida, del lugar que ocuparon. Ahí, en el borde mismo de la
arena, donde antes estaba el hombre, ahora está la flor y la larva.
Tanta vida, tanto vivir, tanto luchar. Los náufragos se aferran a sus naves hasta que el mar los
reclama. Del esfuerzo de toda una vida, de la vida misma, todo queda bajo tierra.
Pero ellos ya están muertos ¿Quiénes? Los muertos. Nuestros ancestros, la humanidad toda,
anterior a nosotros. Ya es la tierra que pisamos y donde descansa el mar. Ellos ya no sienten
temor, somos los vivos a quienes nos asecha la muerte, El roedor auténtico, gusano irrefutable, el
tiempo.
Zenón de Elea, defensor antiguo de su antiguo maestro, Parmenides. Para ellos el todo solo es uno
solo, no hay pluralidad, no hay cambio, solo quietud y apariencias, que nos confunden, que nos
hacen creer en la variedad, en la movilidad. Las pruebas son matemáticas, Aquiles corría tras la
tortuga, su camino dividido cada vez a la mitad, era infinito, por eso la meta es imposible.
La quietud, sobre estas letras marinas es la muerte, el estar muerto, los muertos son quietud. Por
eso la flecha que nos asecha en la vida, la presencia de la quietud. Pero el poeta tiene otra
respuesta al horror de la conciencia.
La vida es movimiento, es actividad. El viento todavía sopla fresco, el mar sacude su oleaje. La
conciencia de la muerte irónicamente nos ubica en la profunda y más clara conciencia de la vida.
¡Vivir es necesario! El viento se levanta recio, el poema aparece en el poema como una afirmación
de la vida, de la creación. Ya el mar no es quietud eterna, sino tempestad.
Es por esto que nuestras vidas son un baile del abismo, siempre al borde de la muerte, siempre en
tempo de morir, pero culebreando esta plena conciencia de la vida.
Este poema empieza con una suavidad inusitada, como si solo viéramos la superficie del mar en
calma. Dormitamos con el arrullo de las palomas. Pero poco a poco, a medida que nuestra
conciencia se expande, nos sumergimos en esta quietud oceánica, en los abismos de un mar que
es plena quietud. Hasta llegar al fondo del abismo, al cementerio marino, profundidad del hombre
también, pues ahí moran sus más grandes temores y recuerdos, la presencia de la muerte, como
posibilidad constante y como ancestros ya muertos. El viento sacude las aguas y la vida toma
conciencia de sí misma. Aquí el hombre está hecho de imágenes marinas.
El poema es una sola metáfora del mar y el hombre. La quietud y el movimiento. Nos ínsita, no
solo a reconocer nuestra mortalidad sino nuestra vitalidad, una plena conciencia de la vida y de la
muerte.