Está en la página 1de 4

Batalla de Ayacucho: la última batalla

Batalla de Ayacucho. Óleo sobre tela 90 x 318 cm.


Obra iniciada por Martín Tovar y Tovar y terminada por Antonio Herrera Toro.

El fin del imperio español en América estaba cerca. En la llanura


de Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824, se saldaría una de
las últimas guerras de la humanidad donde aún existió cierto
protocolo de cordialidad y gallardía entre los ejércitos
enfrentados. Nada parecido a los bombardeos del imperio
norteamericano de finales de siglo XX y comienzos del siglo XXI
donde existe mucha tecnología y mucha cobardía.

El aguerrido Córdova le informó a Sucre, antes de iniciar la


batalla, que en el campo realista había varios jefes y oficiales con
parientes y amigos en el ejército bolivariano; el futuro Mariscal
de Ayacucho autorizó entonces que tales parientes se saludaran
antes del enfrentamiento.
El historiador Mario Hernández Sánchez-Barba en su biografía
política de Bolívar, en una nota a pie de página, nos relata una
anécdota bien interesante de este saludo anterior a la contienda,
que merece ser resaltada, se trata del “encuentro de los
hermanos Tur. El brigadier español Antonio Tur pidió ver a su
hermano el teniente coronel Vicente Tur. El primero le espetó:
«cuánto siento ver tu ignominia», a lo que contestó el segundo
«si me insultas, me voy». Y cuando en efecto, se iba, Antonio
corrió tras él, se abrazaron largamente llorando, pero
manteniendo firmemente sus convicciones”. Y así mismo otros
parientes salieron de sus respectivas filas, se saludaron y se
despidieron.

Se calcula que las tropas españolas, en su último intento por


preservar su imperio oscurantista, contaban con siete mil
hombres; y el ejército de Bolívar, bajo el mando de Sucre, con un
ejército de cinco mil hombres para alcanzar la libertad definitiva.

Después de muchos movimientos en las campañas, los dos


ejércitos se encontraron paralelamente en la llanura. Es difícil
encontrar una narración más fiel y más breve de la contienda,
como la que nos dejó el alemán Gerard Masur, en una de las
primeras y más importantes biografías que existen sobre Bolívar:

“Las líneas de los patriotas estaban en ángulo. La división


colombiana, a las órdenes de Córdoba, ocupó el ala derecha; a la
izquierda se colocaron los peruanos bajo el mando de La Mar, y
Sucre había trasladado su caballería al centro. Los españoles
ocupaban las colinas y estaban apoyados por la artillería. Ambos
hechos les eran favorables. El virrey deseaba atacar el ala
izquierda de Sucre y obligarla a retroceder, para después de
embestir al centro del enemigo y empujarlo hasta la retaguardia,
con lo que obtendría la victoria. El ala derecha española comenzó
el ataque, obligando a retroceder a los peruanos a las órdenes de
La Mar. Si Sucre hubiese esperado que el enemigo
numéricamente superior hubiese llevado su violento ataque hasta
las planicies, habría quedado perdido. Pero había planeado por
adelantado cómo impedir esa contingencia. La división de La Mar
fue reforzada y Sucre envió su ala derecha y la caballería para
hacer frente al ataque.

El heroísmo del joven Córdova ganó la batalla. Desmontado,


arengó a sus hombres con calmosa voz: «¡Soldados, adelante a
paso de vencedores!» Vitoreando a Bolívar y sin disparar un solo
tiro, los colombianos avanzaron, acompañados por dos
regimientos de caballería. Los españoles trataron en vano de
detener la corriente. Córdova siguió inexorablemente hasta
ponerse a tiro y después dio la orden de disparar y atacar con las
bayonetas. Obligado a retroceder y rebasadas sus líneas, el virrey
lanzó a la refriega sus tropas del centro, pero sin resultado. Los
colombianos atacaron hasta que el enemigo se vio precisado a
retroceder hasta más allá de sus propias trincheras. Entonces
Córdova casi no encontró resistencia. Capturó la artillería realista,
arrojó delante de él a los aterrorizados regimientos de las
reservas españolas y condujo sus tropas en triunfo hasta la colina
que defendía las posiciones españolas. El virrey La Serna fue
hecho prisionero”.

Después de una década de guerra cuando Bolívar comenzó en


Nueva Granada en el año 1812 con tan sólo 200 hombres para
iniciar la liberación de las riberas del río Magdalena, en lo que
luego se convertiría su Campaña Admirable; después de liberar a
Caracas y volverla a perder; después de su exilio en Jamaica en
1815 donde le tocó comenzar de cero, mientras que España había
enviado más de diez mil hombres para “pacificar” a la Nueva
Granada; después de que Bolívar juntara a hombres y a pueblos
para liberar a Venezuela, la Nueva Granada y el Ecuador, y crear
con estos territorios a la República de Colombia en 1819 en las
condiciones más adversas; después de todo esto, por fin, con el
heroísmo de Córdoba y de Sucre, Bolívar llegó al último fortín del
imperio Español: el Perú, y allí en Ayacucho, en 1824, en esta
batalla final y triunfó.

Pero, después de la batalla de Ayacucho, todos esperaban que


Bolívar estuviera absolutamente feliz, dado que había derrotado
final y totalmente al más decadente y oprobioso imperio, que
durante siglos nos había saqueado, asesinado y vejado en
nombre de un dios; pero Bolívar no estaba optimista, Bolívar ya
había advertido, que la lucha entre nosotros mismos sería peor y
sería una lucha más complicada que la que se libró contra los
invasores europeos. Un día después de la victoria de Ayacucho,
Bolívar escribió: “Los españoles se acabaran bien pronto; pero
nosotros cuándo”, y días después, al comprobar la perfidia de sus
compatriotas: “Más miedo le tengo a Colombia que a la misma
España”.

Faltando cinco años para completar dos siglos de la última batalla


de la independencia en contra de los españoles, es dable recordar
el llanto de los hermanos Tur en la llanura de Ayacucho, antes de
enfrentarse. Aun en Colombia no hemos justificado, con una paz
completa, esas lágrimas, ni las demás - tantas como para llenar
un mar- que se han llorado en un bicentenario después de esa
batalla final.

Frank David Bedoya Muñoz.

Diciembre de 2015

Diciembre de 2019

También podría gustarte