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2/5/2017 Los determinantes de la moral humana | Edición impresa | EL PAÍS

SOCIEDAD

TRIBUNA:CENTENARIO DE LA MUERTE DE DARWIN

Los determinantes de la moral humana


MARIO BUNGE

19 ABR 1982

Se cumplen hoy cien años del fallecimiento de Charles Robert Darwin. Su aportación científica constituyó desde
los primeros momentos algo más que esa clase de pensamiento que queda reducida a cenáculos de especialistas.
Su teoría evolucionista, además de revolucionar las ciencias sociales, fue motivo de polémica en ámbitos donde se
proyectaban instituciones de poder moral y político. Un siglo después de su muerte las ideas de Darwin siguen
impregnando la investigación contemporánea y, corregidas y reelaboradas, emergen en la reciente discusión
sobre los fundamentos biológicos de la moral y la conducta humanas. ¿Hasta qué punto es responsable el hombre
de sus actos?. ¿Cuántos determinismos genéticos, psicológicos y sociales no están confinando su imagen de
libertad?. ¿Hasta qué grado puede decirse que el hombre es el constructor de su propia historia?. En las páginas
de hoy centramos el tema en estas cuestiones básicas que, desde diferentes ópticas, interpretan los profesores
Richard Dawkins, de la universidad de Oxford, especialista en conducta animal, y Mario Bunge, filósofo de origen
argentino radicado en la universidad McGill de Montreal. En sucesivas entregas EL PAIS, que comenzó a abordar
la vigencia del darwinismo en una serie de tres artículos del biólogo Faustino Cordón publicados en las ediciones
de los dias 2, 3 y 4 de abril de 1.982, ofrecerá nuevas perspectivas de esta trascendente aportación científica.

La sociobiología humana ha puesto de moda la tesis (le que la conducta humana y la moral están determinadas
biológicamente y, más precisamente, por nuestra constitución genética. Obramos y evaluamos como lo hacemos
porque así está escrito en nuestro código genético, al que no podemos escapar. Esta tesis se conoce con el
nombre de determinismo biológico. No es nueva: tiene raíces en la antigua creencia de que hay grupos humanos,
en particular razas, biológicamente superiores a los demás y destinados a dominar la humanidad.El determinismo
biológico es atractivo a primera vista, porque saca a los valores y las normas de los dominios de la teología y la
filosofía y los coloca en medio de la vida. Por consiguiente, para saber qué es valioso y cómo debemos
comportarnos ya no es menester consultar tablas de mandamientos confeccionadas por jefes religiosos ni
tratados redactados por filósofos alejados de los problemas prácticos, que son la fuente de todo conflicto moral.
Según el determinismo biológico, la autoridad máxima en cuestiones de valores y normas es la biología. Se acaban
así los mitos de la moral revelada y de la moral autónoma o independiente de la situación real del hombre. La ética
baja de las nubes y se convierte en objeto de investigación científica.

El determinismo biológico contemporáneo es genético: sostiene que nuestro destino está en


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nuestros genes, no en nuestras manos ni en las de la divinidad. Se nace inteligente o poderoso,
La moralidad del
hombre y los tonto o sumiso: la educación sólo puede reforzar o debilitar los procesos controlados por los
animales genes, en particular los procesos mentales. Otra tesis del determinismo genético es que los
genes son egoístas, en el sentido de que controlan al organismo de modo que éste tienda a
alcanzar la finalidad última de los primeros, que es perpetuarse. El cuerpo no sería sino un envoltorio para
proteger a los genes, y la sociedad no debiera ser sino una cámara para proteger semejante tesoro génico.

Este
  credo sencillo tiene un grano de verdad, a saber, que nuestra conducta no puede violar leyes biológicas y que
nuestra moral no debe ignorarlas. Por lo demás, es falso y nocivo. En primer lugar, no es verdad que los genes
sean egoístas o siquiera puedan proponerse meta alguna: sólo cerebros altamente desarrollados pueden
proponerse metas. La teoría de la evolución por selección natural enseña que ésta no obra directamente sobre los
genes, sino sobre el organismo íntegro, con sus pautas innatas y adquiridas (en particular, aprendidas). El
ambiente natural y social selecciona no sólo lo heredado, sino también lo adquirido en el proceso embriológico y
de desarrollo. No hay genes desnudos que enfrenten al ambiente ni el egoísmo es una característica molecular.

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El hombre no es sólo un animal, sino un animal social. Por tanto, tenemos necesidades biológicas, tales como las
de alimentarnos y abrigarnos, y necesidades sociales, tales como las de comunicarnos, ayudarnos y competir. No
podemos satisfacer nuestras necesidades biológicas más apremiantes, particularmente durante los primeros
años de vida, sino en sociedad. Esta condición social humana impone restricciones a los impulsos biológicos y
estas restricciones se consagran en normas de conducta. Por ejemplo, el individualismo extremo no es
socialmente viable: mi libertad termina donde comienza la tuya, porque nos necesitamos mutuamente. En suma,
la conducta social, que es la susceptible de afectar al prójimo, está regida tanto por nuestra conformación
biológica como por la sociedad en que vivimos.

La estructura social no está escrita en el genoma. Nuestro equipo génico sólo nos da posibilidades y limitaciones:
no determina que pertenezcamos a una sociedad primitiva o feudal, capitalista o socialista. Lo prueba el que
nuestra composición no cambia cuando vivimos una revolución social. Hay numerosas formas de convivencia
humana, todas las cuales son compatibles con el mismo equipo génico. La sociedad tiene raíces biológicas, pero
es un artefacto: está en nuestras manos construirlo, reformarlo o destruirlo. Por consiguiente, las normas de
conducta, que son las aceptadas por una sociedad dada, no están escritas en nuestros genes, sino más bien en la
estructura de nuestra sociedad. En conclusión, el determinismo biológico es falso o, mejor dicho, contiene sólo un
grano de verdad.

El determinismo psicológico

El determinismo psicológico se parece al biológico. Su variante más difundida es el utilitarismo o hedonismo. La


tesis central de esta doctrina es que todo individuo actúa de manera de maximizar su placer y, en general, sus
utilidades (valores subjetivos). A primera vista esta tesis es verdadera: ¿acaso no deseamos lo mejor para
nosotros mismos y nuestros allegados? Sin embargo, una cosa son los deseos y otra es la realidad. De hecho, rara
vez podemos maximizar nuestras utilidades, porque la mayoría de nosotros dispone de medios limitados. El
primer mandamiento no es gozarás al máximo, sino vivirás y dejarás vivir. Esto vale no sólo para los individuos,
sino también para los sistemas sociales. Por ejemplo, el buen empresario no se propone maximizar sus ganancias
a todo coste, sino asegurar la supervivencia de su empresa y, en lo posible, su crecimiento. Para esto, a menudo
deberá sacrificar ganancias. Además, el empresario, por poderoso que sea, está limitado por las leyes positivas,
algunas de las cuales se proponen precisamente impedir que el individualismo excesivo destroce la sociedad. En
resumen, el determinismo psicológico no ha sido confirmado por la psicología y es refutado por las ciencias
sociales, las que nos hablan de funciones, derechos y deberes del individuo en sociedad, además de sus naturales
propensiones.

Pese a haber criticado a los determinismos biológico y psicológico, debemos reconocer que contienen un grano de
verdad. No podemos escapar a nuestras limitaciones biológicas y psicológicas, y, por tanto, nuestros códigos de
conducta no debieran ignorar nuestras necesidades básicas de uno y otro orden. Nuestras valoraciones y pautas
de conducta no son arbitrarias, sino que están limitadas por las leyes biológicas y psicológicas. Una comunidad
compuesta exclusivamente por ascetas o por pantagrueles, por individuos totalmente altruistas o totalmente
egoístas, por gentes totalmente dedicadas a la mortificación o al placer, no sería posible. Toda sociedad, por libre
o represiva que sea, debe reconocer las necesidades biológicas y psicológicas básicas y permitir que éstas sean
satisfechas en alguna medida: de lo contrario no podrá ser cohesiva ni, por tanto, estable.

Pero, además de limitaciones biológicas y psicológicas, hay potencialidades prácticamente ilimitadas que los
 
deterministas ignoran. Por ejemplo, todos nacemos con la capacidad de aprender alguna lengua; el medio en que
crecemos determina cuál de las infinitas lenguas posibles hemos de aprender. Nuestros genes no determinan qué
idioma, qué matemática o qué filosofía hayamos de aprender: esto lo determinará al principio la sociedad y luego,
en la medida en que dispongamos de medios, nosotros mismos. Los genes dan posibilidades, además de
limitaciones.

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Lo mismo que ocurre con el conocimiento sucede con las valoraciones y las normas. No nacemos valorando la
filosofía, pero podemos aprender a hacerlo. Ni nacemos sabiendo respetar los derechos ajenos, pero podemos
aprender a hacerlo. Aprenderemos una y otra cosa siempre que tengamos la motivación y la oportunidad de
aprender: siempre que la sociedad nos lo permita y nos incite. Somos, en suma, capaces de aprender. Y también
de innovar no sólo en materia de conocimiento, sino también de valoración. En particular, somos capaces de
proponer nuevos valores y nuevas pautas de conducta. Por ejemplo, podemos aprender que es preciso otorgar
derechos a las mujeres y a los niños. Estos derechos no son naturales, sino artificiales: se acuerdan o deniegan, se
conquistan o se pierden en el curso del aprendizaje y de la lucha en sociedad.

Determinismo social

La idea de que la sociedad es la que determina las pautas de valoración y conducta puede llamarse detenninismo
social Su tesis central es que toda tabla de valores y todo código de conducta emerge, se desarrolla y,
eventualmente, desaparece junto con la sociedad en que se da. A este respecto, el código moral no se distinguiría
del civil o del comercial: en todos los casos se trataría de normas de convivencia social, ajustadas al tipo de
sociedad de que se trata. Así como el determinismo biológico y el psicológico son absolutistas, el determinismo
social es relativista: cada sociedad adopta los valores y las normas que necesita.

El determinismo social, aunado al biológico y al psicológico, puede explicar, e incluso justificar, por qué
adoptamos o rechazamos ciertas normas de conducta. Por ejemplo, la regla de oro podría explicarse así: quien no
la respeta es objeto de desaprobación o aun agresión por parte de los demás; de modo que quien desee vivir en
paz con su prójimo e integrado en su sociedad respetará y enseñará la regla de oro. Análogamente, es
conveniente no engañar, en particular no mentir, para conservar la confianza de los demás, sin la cual ninguna
transacción social es posible. Adviértase que estas explicaciones o justificaciones no se deducen sin más de
postulados de la ciencia biológica o social: a éstas hay que añadirles juicios de valor, tales como el que la paz
social es deseable y el comercio,de cosas e ideas es deseable. Tal vez sea posible justificar a su vez estas
finalidades, pero en tal caso habrá que recurrir a metas superiores.

Otra limitación del determinismo social es su conformismo: al fin y al cabo es un aspecto del funcionalismo
estructuralista, reconocidamente conservador. En efecto, no explica la rebeldía el que el reformista y el
revolucionario se propongan alterar ciertas valoraciones y pautas de conducta, tal vez en nombre de principios
morales superiores a los consagrados por la sociedad. Por ejemplo, el auténtico liberal y el socialista rechazan el
neoliberalismo económico, y en particular el monetarismo, no sólo por ser contraproducente en la práctica, sino
también por fundarse sobre el individualismo radical, que destruye toda sociedad. Cada vez que oponemos una
nueva tabla de valores a la vigente, o un nuevo código de conducta al aceptado, escapamos a ciertas restricciones
sociales sin, por esto, escaparnos de la sociedad. Al contrario, el individuo puede triunfar sólo en sociedad.

Hasta aquí hemos criticado tres doctrinas concernientes a los determinantes de la valoración y de la conducta: los
determinismos biológico, psicológico y social. Sin embargo, hemos concedido que cada uno de ellos contiene un
grano de verdad, si bien trivial, a saber, que todos somos seres vivos dotados de psiquismos y que vivimos en
sociedad, por lo cual nuestras valoraciones y pautas de conducta tienen raíces biopsicosociales. El reconocer la
existencia de estas raíces equivale a desconocer el autonomismo de los valores y de la conducta, según el cual
éstos son regidos por principios inde pendientes. Por el mismo motivo, no podemos aceptar la axiologia y la ética
dogmáticas que colocan los valores y las normas al margen de la vida, de la sociedad y de la historia.
 

Sin embargo, debemos reconocer que tanto la ética autonomista (por ejemplo, kantiana) como la dogmática (por
ejemplo, tomista) contienen un grano de verdad. En efecto, ambas reconocen la realidad del libre albedrío, aunque
no como capacidad del cerebro humano, sino del alma inmaterial, y, por consiguiente, ambas subrayan la
responsabilidad individual. Es verdad que en uno y otro caso tanto la libertad como la responsabilidad son ínfimas:
en ambos casos se trata de obedecer reglas inmutables o de desobedecerlas pecaminosamente. En ninguno de

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los dos casos hay libertad para proponer nuevas normas más conformes a la realidad biológica y social. Por
consiguiente, en ninguno de éstos puede haber auténtico progreso moral.

Hemos llegado a un atolladero: ninguna de las cinco doctrinas examinadas hasta aquí nos satisface, pese a haber
encontrado atisbos de verdad en cada una de ellas. ¿Qué hacer en tal caso? La respuesta es obvia: integrarlas,
uniendo los fragmentos de verdad distribuidos entre ellas. Esta sexta doctrina axiológica y moral puede llamarse
sintética, integradora o sistemática, porque sintetiza frag-

Mario Bunge es profesor en la McGill University, de Montreal. Autor de más de trescientas publicaciones sobre física teórica, ciencias
sociales, epistemología y otras disciplinas. Entre ellas figura su Treatise on Basic Philosophy, del que lleva publicados tres tomos: La
investigación científica, Filosofía de la física y Materialismo y ciencia.

›LOS DETERMINANTES DE LA MORAL HUMANA


mentos hasta ahora dispersos. También podría llamarse autobiopsicosociológica, porque reconoce las raíces biológicas,
psicológicas y sociales de los valores y de la moral, al par que permite, e incluso sugiere, la invención de nuevos valores y
normas.La doctrina sintética de los valores y de las normas todavía no existe: no es sino un proyecto. Apenas nos
atrevemos a formular el siguiente decálogo para construirla:

1. Hay múltiples tipos de valores humanos: biológicos, psicológicos y sociales (económicos, políticos y culturales).

2. Algunos valores son incompatibles entre sí (por ejemplo, para alcanzar ciertos valores culturales hay que sacrificar
algunos valores económicos, o viceversa). Estos conflictos dan lugar a problemas morales (de conducta social).

3. Todo objeto accesible a los sentidos, al intelecto o a la acción puede ser objeto de evaluación por un ser racional

4. Todos los objetos de un mismo tipo pueden ser ordenados según su valor en algún respecto (por ejemplo, biológico)..

5. Los seres racionales disponemos de alguna libertad para evaluar, así como para elegir fines y medios, aun cuando
debamos pagar por el ejercicio de tal libertad.

6. Toda valoración racional es multidimensional, o sea, a la vez biológica, psicológica y social (económica, política o
cultural).

7. El ser humano puede corregir tanto sus evaluaciones como sus normas de conducta a la luz de la experiencia propia y
ajena, así como de principios teóricos, de modo que no hay tablas de valores ni códigos de conducta inalterables.

8. Cuanto más sepamos, tanto más adecuadas serán nuestras evaluaciones y nuestras pautas de conducta. De aquí que,
si queremos que mejoren las evaluaciones y las normas vigentes, debemos propender al progreso de la cultura.

9. Un buen código de conducta es realista (reconoce las raíces biológicas, psicológicas y sociales de las evaluaciones y de
las normas) y exhorta: a) a combinar la libertad con la responsabilidad, los derechos con las obligaciones; b) a limitar los
impulsos egoístas y competitivos y estimular el altruismo y la cooperación; c) a respetar la regla de oro, y d) a ayudar al
prójimo a alcanzar sus metas legítimas, sin por ello eliminar del todo la competencia, que es fuente de progreso.

10. Una buena sociedades aquella que: a) adopta un buen código de conducta; b) estimula la participación del individuo
en la discusión y adopción de valores y normas, así como de elección de medios; c) permite que el individuo se realice en
la medida en que es útil a la sociedad y ésta prospere en la medida en que propende a la expansión del individuo
compatible con la del prójimo, y d) enseña al individuo a acatar la decisión de la mayoría, pero le deja en libertad de
criticar dicha decisión y de proponer alternativas.

Este decálogo no es sino un plan para construir una axiología y una ética que, sin ser reduccionistas, reconozcan las
limitaciones y las potencialidades de orden biológico, psicológico y social, y que, sin ser autónomas ni dogmáticas,
reconozcan que hay valores y normas que van contra la corriente biológica, psicológica o social.

  Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de abril de 1982


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ARCHIVADO EN:

Opinión · Charles Robert Darwin · Sociología · Biología · Ciencias naturales · Sociedad · Ciencias sociales · Ciencia

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