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Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 2, loc. 21-23

El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 2, loc. 24-25

Notes: 1) Tiempo mítico.

El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 2, loc. 24-25

José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó
que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 3, loc. 32-34

Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en mitad de la calle y le
prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus
imanes, concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar los dos
lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a cambio de la lupa. Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de
monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones,
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 3, loc. 46-50

Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos,
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 4, loc. 56-57

Durante varios años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se lamentó ante Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio
entonces una prueba convincente de honradez: le devolvió los doblones a cambio de la lupa, y le dejó además unos mapas portugueses y varios
instrumentos de navegación.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 4, loc. 61-63

Fue ésa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie,
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 5, loc. 69-70

De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fascinación.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 5, loc. 71-71

Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre,
devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento. -La tierra es redonda como una naranja. Úrsula
perdió la paciencia. «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo -gritó-. Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano.» José Arcadio Buendía,
impasible, no se dejó amedrentar por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el suelo. Construyó otro,
reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías que para todos resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto
de partida navegando siempre hacia el Oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio Buendía había perdido el juicio, cuando llegó
Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido
una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida hasta entonces en Macondo, y como una prueba de su admiración le hizo un regalo que
había de ejercer una influencia terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 5, loc. 74-83

Notes: 1) Melquíades influye en Macondo.

El sofocante mediodía en que reveló sus secretos, José Arcadio Buendía tuvo la certidumbre de que aquél era el principio de una grande amistad.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 7, loc. 95-96

Melquíades dejó muestras de los siete metales correspondientes a los siete planetas, las fórmulas de Moisés y Zósimo para el doblado del oro, y una
serie de apuntes y dibujos sobre los procesos del Gran Magisterio, que permitían a quien supiera interpretarlos intentar la fabricación de la piedra
filosofal. Seducido por la simplicidad de las fórmulas para doblar el oro, José Arcadio Buendía cortejó a Úrsula durante varias semanas, para que le
permitiera desenterrar sus monedas coloniales y aumentarlas tantas veces como era posible subdividir el azogile.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 8, loc. 108-112

Hasta el propio José Arcadio Buendía consideró que los conocimientos de Melquíades habían llegado a extremos intolerables, pero experimentó un
saludable alborozo cuando el gitano le explicó a solas el mecanismo de su dentadura postiza. Aquello le pareció a la vez tan sencillo y prodigioso, que
de la noche a la mañana perdió todo interés en las investigaciones de alquimia; sufrió una nueva crisis de mal humor, no volvió a comer en forma
regular y se pasaba el día dando vueltas por la casa. «En el mundo están ocurriendo cosas increíbles -le decía a Úrsula-. Ahí mismo, al otro lado del
río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros.»
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 9, loc. 124-129

Notes: 1) Contraposición del mundo con Macondo.

Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejos para la crianza de niños y
animales, y colaboraba con todos, aun en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad. Puesto que su casa fue desde el primer momento la
mejor de la aldea, las otras fueron arregladas a su imagen y semejanza.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 9, loc. 130-133
José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que
desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol
que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus
300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 10, loc. 140-144

En su juventud, él y sus hombres, con mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la sierra buscando una salida al
mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo para no tener que emprender el camino de regreso.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 11, loc. 157-159

Notes: 1) Aureliano, el abuelo de José Arcadio.

la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del Norte.


Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 11, loc. 163-164

Notes: 1) Como si Macondo no fuera una civilización.

Luego, durante más de diez días, no volvieron a ver el sol.


Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 12, loc. 170-170

el mundo se volvió triste para siempre. Los hombres de la expedición se sintieron abrumados por sus recuerdos más antiguos en aquel paraíso de
humedad y silencio, anterior al pecado original,
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 12, loc. 171-173

Notes: 1) Remite al Génesis.

«No importa -decía José Arcadio Buendía-. Lo esencial es no perder la orientación.» Siempre pendiente de la brújula, siguió guiando a sus hombres
hacia el norte invisible, hasta que lograron salir de la región encantada.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 12, loc. 176-178

Notes: 1) Escisión de lo real con lo encantado.

Cuando despertaron, ya con el sol alto, se quedaron pasmados de fascinación. Frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en
la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 12, loc. 179-180

En el interior, que los expedicionarios exploraron con un fervor sigiloso, no había nada más que un apretado bosque de flores. El hallazgo del galeón,
indicio de la proximidad del mar, quebrantó el ímpetu de José Arcadio Buendía. Consideraba como una burla de su travieso destino haber buscado el
mar sin en-contrarlo, al precio de sacrificios y penalidades sin cuento, y haberlo encontrado entonces sin buscarlo, atravesado en su camino como un
obstáculo insalvable.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 12, loc. 184-187

-¡Carajo! -gritó-. Macondo está rodeado de agua por todas partes. La idea de un Macondo peninsular prevaleció durante mucho tiempo, inspirada en el
mapa arbitrario que dibujó José Arcadio Buendía al regreso de su expedición. Lo trazó con rabia, exa-gerando de mala fe las dificultades de
comunicación, como para castigarse a sí mismo por la absoluta falta de sentido con que eligió el lugar. «Nunca llegaremos a ninguna parte -se la-
mentaba ante Úrsula-. Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia.»
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 13, loc. 192-196

Notes: 1) La vida nómada de los gitanos y sus maravillas influencia sobremanera a José Arcadio. Por eso se quiere ir.

-¡Carajo! -gritó-. Macondo está rodeado de agua por todas partes. La idea de un Macondo peninsular prevaleció durante mucho tiempo, inspirada en el
mapa arbitrario que dibujó José Arcadio Buendía al regreso de su expedición. Lo trazó con rabia, exa-gerando de mala fe las dificultades de
comunicación, como para castigarse a sí mismo por la absoluta falta de sentido con que eligió el lugar. «Nunca llegaremos a ninguna parte -se la-
mentaba ante Úrsula-. Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia.» Esa certidumbre, rumiada varios meses en el cuartito
del laboratorio, lo llevó a concebir el proyecto de trasladar a Macondo a un lugar más propicio. Pero esta vez, Úrsula se anticipó a sus designios
febriles. En una secreta e implacable labor de hormiguita predispuso a las mujeres de la aldea contra la veleidad de sus hombres, que ya empezaban a
prepararse para la mudanza.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 13, loc. 192-199

Sólo cuando empezó a desmontar la puerta del cuartito, Úrsula se atrevió a preguntarle por qué lo hacía, y él le contestó con una cierta amargura:
«Puesto que nadie quiere irse, nos iremos solos.» Úrsula no se alteró. -No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo. -
Todavía no tenemos un muerto -dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 14, loc. 204-208

Notes: 1) La pertenencia a un lugar por qué se da.

Sólo cuando empezó a desmontar la puerta del cuartito, Úrsula se atrevió a preguntarle por qué lo hacía, y él le contestó con una cierta amargura:
«Puesto que nadie quiere irse, nos iremos solos.» Úrsula no se alteró. -No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo. -
Todavía no tenemos un muerto -dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Úrsula replicó, con una suave firmeza: -
Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero. José Arcadio Buendía no creyó que fuera tan rígida la voluntad de su mujer.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 14, loc. 204-210

-En vez de andar pensando en tus alocadas novelerías, debes ocuparte de tus hijos - eplicó-. Míralos cómo están, abandonados a la buena de Dios,
igual que los burros. José Arcadio Buendía tomó al pie de la letra las palabras de su mujer. Miró a través de la ventana y vio a los dos niños descalzos
en la huerta soleada, y tuvo la impresión de que sólo en aquel instante habían empezado a existir, concebidos por el conjuro de Úrsula.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 14, loc. 213-216

Notes: 1) Desigualdad de labores de educación y cuidado filial.

José Arcadio, el mayor de los niños, había cumplido catorce años. Tenía la cabeza cuadrada, el pelo hirsuto y el carácter voluntarioso de su padre.
Aunque llevaba el mismo impulso de crecimiento y fortaleza física, ya desde entonces era evidente que carecía de imaginación. Fue concebido y dado
a luz durante la penosa travesía de la sierra, antes de la fundación de Macondo, y sus padres dieron gracias al cielo al comprobar que no tenía ningún
órgano de animal. Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. Había llorado en
el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 15, loc. 221-226

Notes: 1) Los hijos de José Arcadio. José Arcadio y Aureliano.

ajeno a la existencia de sus hijos, en parte porque consideraba la infancia como un período de insuficiencia mental, y en parte porque siempre estaba
demasiado absorto en sus propias especulaciones quiméricas.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 16, loc. 233-234

Notes: 1) Infancia como insuficencia mental.

desde la tarde en que llamó a los niños para que lo ayudaran a desempacar las cosas del laboratorio, les dedicó sus horas mejores. En el cuartito
apartado, cuyas paredes se fueron llenando poco a poco de mapas inverosímiles y gráficos fabulosos, les enseñó a leer y escribir y a sacar cuentas, y
les habló de las maravillas del mundo no sólo hasta donde le alcanzaban sus conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su
imaginación.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 16, loc. 234-238

Notes: 1) Prospección en la cronología del relato.

Aquellas alucinantes sesiones quedaron de tal modo impresas en la memoria de los niños, que muchos años más tarde, un segundo antes de que el
oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en
que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado, con la mano en el aire y los ojos inmóviles, oyendo a la distancia los pífanos y
tambores y sonajas de los gitanos que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los sabios de Memphis.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 16, loc. 239-244

un millar de invenciones más, tan ingeniosas e insólitas, que José Arcadio Buendía hubiera querido inventar la máquina de la memoria para poder
acordarse de todas.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 17, loc. 248-249

Notes: 1) "Este es el gran invento de nuestro tiempo".

Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar: -Es el diamante más
grande del mundo. -No -corrigió el gitano-. Es hielo. José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la
apartó. «Cinco reales más para tocarlo», dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios
minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos
vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la
retiró en el acto. «Está hirviendo», exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento
se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y
con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó: -Éste es el gran invento de nuestro tiempo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 18, loc. 266-276

Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido
de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para
toda la vida.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 18, loc. 276-279

Notes: 1) Retrospección al siglo XVI.

Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar
sus terrores. Por último liquidó el negocio y llevó la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la
sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 19, loc. 282-285

vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan
productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés. Por eso,
cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en
que Francis Drake asaltó a Riohacha, Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido
que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 19, loc. 286-290

Notes: 1) Familias emparentadas por siglos. 2) Familias emparentadas por siglos. Iguarán y Buendía.

Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de
impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar
iguanas. Ya existía un precedente tremendo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 19, loc. 291-294
Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le
fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas, que se cerraba por delante con una gruesa hebilla de hierro. Así
estuvieron varios meses.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 20, loc. 300-302

-Te felicito -gritó-. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer. José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. «Vuelvo en seguida», dijo a
todos. Y luego, a Prudencio Aguilar: -Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 21, loc. 310-312

Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: «Quítate eso.» Úrsula no puso en duda la decisión de su marido. «Tú serás responsable de lo que pase»,
murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra. -Si has de parir iguanas, criaremos iguanas -dijo-. Pero no habrá más muertos en
este pueblo por culpa tuya.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 21, loc. 317-320

El asunto fue clasificado como un duelo de honor, pero a ambos les quedó un malestar en la conciencia. Una noche en que no podía dormir, Úrsula
salió a tomar agua en el patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar con un tapón de
esparto el hueco de su garganta. No le produjo miedo, sino lástima. Volvió al cuarto a contarle a su esposo lo que había visto, pero él no le hizo caso.
«Los muertos no salen -dijo-. Lo que pasa es que no podemos con el peso de la conciencia.» Dos noches después, Úrsula volvió a ver a Prudencio
Aguilar en el baño, lavándose con el tapón de esparto la sangre cris-talizada del cuello. Otra noche lo vio paseándose bajo la lluvia. José Arcadio
Buendía, fastidiado por las alucinaciones de su mujer, salió al patio armado con la lanza. Allí estaba el muerto
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 21, loc. 322-328

Notes: 1) Parecido con Pedro Páramo.

Una noche en que lo encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José Arcadio Buendía no pudo resistir más. -Está bien, Prudencio -le dijo-.
Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo. Fue así como emprendieron la travesía de la
sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y
sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 22, loc. 334-338

Notes: 1) No es el viaje de los judíos buscando la tierra prometida.

A los catorce meses, con el estómago estragado por la carne de mico y el caldo de culebras, Úrsula dio a luz un hijo con todas sus partes humanas.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 23, loc. 342-343

Una mañana, después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la vertiente occidental de la sierra. Desde la cumbre
nublada contemplaron la inmensa llanura acuática de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo. Pero nunca encontraron el mar. Una
noche, después de varios meses de andar perdidos por entre los pantanos, lejos ya de los últimos indígenas que encontraron en el camino, acamparon
a la orilla de un río pedregoso cuyas aguas parecían un torrente de vidrio helado.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 23, loc. 346-350

José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era
aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural:
Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río,
en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 23, loc. 353-356

Notes: 1) Sueño premonitorio sobrenatural sobre Macondo.

José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era
aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural:
Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río,
en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea. José Arcadio Buendia no logró descifrar el sueño de las casas con paredes de espejos hasta
el día en que conoció el hielo. Entonces creyó entender su profundo significado. Pensó que en un futuro próximo podrían fabricarse bloques de hielo en
gran escala, a partir de un material tan cotidiano como el agua, y construir con ellos las nuevas casas de la aldea. Macondo dejaría de ser un lugar
ardiente, cuyas bisagras y aldabas se torcían de
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 23, loc. 353-359

José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era
aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural:
Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río,
en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea. José Arcadio Buendia no logró descifrar el sueño de las casas con paredes de espejos hasta
el día en que conoció el hielo. Entonces creyó entender su profundo significado. Pensó que en un futuro próximo podrían fabricarse bloques de hielo en
gran escala, a partir de un material tan cotidiano como el agua, y construir con ellos las nuevas casas de la aldea. Macondo dejaría de ser un lugar
ardiente, cuyas bisagras y aldabas se torcían de calor, para convertirse en una ciudad invernal.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 23, loc. 353-360

libertad que él sufrió una desilusión después


Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 25, loc. 383-384

le quitaron la ropa y lo zarandearon como un costal de papas y lo voltearon al derecho y al revés, en una oscuridad insondable en la que le sobraban
los brazos, donde ya no olía más a mujer, sino a amoníaco, y donde trataba de acordarse del rostro de ella y se encontraba con el rostro de Úrsula,
confusamente consciente de que estaba haciendo algo que desde hacía mucho tiempo deseaba que se pudiera hacer,
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 27, loc. 400-403
Notes: 1) Complejo de Edipo?

Trastornado por aquel juguete prodigioso, José Arcadio buscó su rastro todas las noches a través del laberinto del cuarto. En cierta ocasión encontró la
puerta atrancada, y tocó varias veces, sabiendo que si había tenido el arresto de tocar la primera vez tenía que tocar hasta la última, y al cabo de una
espera interminable ella le abrió la puerta.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 27, loc. 412-414

Notes: 1) "Aquel juguete prodigioso" es el sexo de Pilar Ternera.

-Quiero estar solo contigo -decía él-. Un día de estos le cuento todo a todo el mundo y se acaban los escondrijos. Ella no trató de apaciguarlo. -Sería
muy bueno -dijo-. Si estamos solos, dejamos la lámpara encendida para vernos bien, y yo puedo gritar todo lo que quiera sin que nadie tenga que
meterse y tú me dices en la oreja todas las porquerías que se te ocurran.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 28, loc. 428-432

Aureliano no sólo podía entonces entender, sino que podía vivir como cosa propia las experiencias de su hermano, porque en una ocasión en que éste
explicaba con muchos pormenores el mecanismo del amor, lo interrumpió para preguntarle: «¿Qué se siente?» José Arcadio le dio una respuesta
inmediata: -Es como un temblor de tierra. Un jueves de enero, a las dos de la madrugada, nació Amaranta.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 29, loc. 442-446

Esta vez, entre muchos otros juegos de artificio, llevaban una estera voladora.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 30, loc. 454-455

Notes: 1) Gitanos que llevan magia.

Estimulada por el entusiasmo con que José Arcadio disfrutaba de su compañía, equivocó la forma y la ocasión, y de un solo golpe le echó el mundo
encima. «Ahora si eres un hombre», le dijo. Y corno él no entendió lo que ella quería decirle, se lo explicó letra por letra: -Vas a tener un hijo. José
Arcadio no se atrevió a salir de su casa en varios días. Le bastaba con escuchar la risotada trepidante de Pilar en la cocina para correr a refugiarse en
el laboratorio, donde los ar-tefactos de alquimia habían revivido con la bendición de Úrsula.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 30, loc. 459-463

José Arcadio se sintió entonces levantado en vilo hacia un estado de inspiración seráfica, donde su corazón se desbarató en un manantial de
obscenidades tiernas que le entraban a la muchacha por los oídos y le salían por la boca traducidas a su idioma. Era jueves. La noche del sábado José
Arcadio se amarró un trapo rojo en la cabeza y se fue con los gitanos.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 33, loc. 498-500

Úrsula preguntó por dónde se habían ido los gitanos. Siguió preguntando en el camino que le indicaron, y creyendo que todavía tenía tiempo de
alcanzarlos, siguió alejándose de la aldea, hasta que tuvo conciencia de estar tan lejos que ya no pensó en regresar.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 33, loc. 506-508

En cierta ocasión, meses después de la partida de Úrsula, em-pezaron a suceder cosas extrañas. Un frasco vacío que durante mucho tiempo estuvo
olvidado en un armario se hizo tan pesado que fue imposible moverlo. Una cazuela de agua colocada en la mesa de trabajo hirvió sin fuego durante
media hora hasta evaporarse por completo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 34, loc. 522-524

Fue en esa ocasión cuando Aureliano le oyó decir: -Si no temes a Dios, témele a los metales. De pronto, casi cinco meses después de su desaparición,
volvió Úrsula. Llegó exaltada, rejuvenecida, con ropas nuevas de un estilo desconocido en la aldea.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 35, loc. 527-530

Venían del otro lado de la ciénaga, a sólo dos días de viaje, donde había pueblos que recibían el correo todos los meses y conocían las máquinas del
bienestar. Úrsula no había alcanzado a los gitanos, pero encontró la ruta que su marido no pudo descubrir en su frustrada búsqueda de los grandes
inventos.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 36, loc. 538-540

Había por aquella época tanta actividad en el pueblo y tantos trajines en la casa, que el cuidado de los niños quedó relegado a un nivel secundario. Se
los encomendaron a Visitación, una india guajira que llegó al pueblo con un hermano, huyendo de una peste de insomnio que flagelaba a su tribu desde
hacía varios años. Ambos eran tan dóciles y serviciales que Úrsula se hizo cargo de ellos para que la ayudaran en los oficios domésticos. Fue así como
Arcadio y Amaranta hablaron la lengua guajira antes que el castellano, y aprendieron a tomar caldo de lagartijas y a comer huevos de arañas sin que
Úrsula se diera cuenta,
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 36, loc. 544-549

Cuando volvieron los gitanos saltimbanquis, ahora con su feria ambulante transformada en un gigantesco establecimiento de juegos de suerte y azar,
fueron recibidos con alborozo porque se pensó que José Arcadio regresaba con ellos. Pero José Arcadio no volvió, ni llevaron al hombre- íbora que
según pensaba Úrsula era el único que podría darles razón de su hijo, así que no se les permitió a los gitanos instalarse en el pueblo ni volver a pisarlo
en el futuro, porque se los consideró como mensajeros de la concupiscencia y la perversión.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 37, loc. 557-561

Fue también José Arcadio Buendía quien decidió por esos años que en las calles del pueblo se sembraran almendros en vez de acacias, y quien
descubrió sin revelarlos nunca las métodos para hacerlos eternos.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 38, loc. 568-570

-le decía Úrsula a su marido-. Los hijos heredan las locuras de sus padres.» Y mientras se lamentaba de su mala suerte, convencida de que las
extravagancias de sus hijos eran alga tan espantosa coma una cola de cerdo, Aureliano fijó en ella una mirada que la envolvió en un ámbito de
incertidumbre. -Alguien va a venir -le dijo. Úrsula, como siempre que él expresaba un pronóstico, trató de desalentaría can su lógica casera.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, pg. 38, loc. 581-585

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