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5to CN / EyA Fecha límite 12/06 TP 7 Parte 2

Dejá de stalkear
Por Mora Matassi // http://revistaanfibia.com/ensayo/deja-de-stalkear/
Si queremos saber de la vida de alguien vamos a las redes sociales. Escaneamos
Facebook, Twitter, Instagram hasta encontrar un dato que nos permita inferir alguna
conclusión. Mora Matassi analiza las huellas que dejamos en ambientes virtuales y se
pregunta: si te conozco offline, pero no en las redes: ¿te conozco?
La cita sale mal, vuelve a su casa temprano. Mientras camina, lo confirma: sigue
extrañando a su ex.
En su cama, ya preparada para dormir, después de procesar la decepción, Agustina
agarra el celular. Algo le duele, siente un raptus de extrañitis, de nostalgia. En la
oscuridad, iluminada por el teléfono, entra a Twitter a buscar lo que no quiere encontrar.
La nostalgia la lleva a la búsqueda y la búsqueda a la angustia. Comienza el escaneo: la
revisión de los últimos tuits y respuestas. Ya casi no queda nada de calma.
Minutos después, la profecía auto-cumplida: encuentra un emoji en forma de corazón. Y
entonces el camino lógico, de Twitter va a Instagram, a explorar la cuenta -si es abierta-
de esa desconocida con la que su ser amado tuvo un cruce digital. Mira con
detenimiento las últimas fotos subidas, con cuidado porque no puede dejar ninguna
huella. Y ve que él le había likeado casi todas las últimas publicaciones desde marzo. Y
de ahí un comentario, y de ahí otro, y de ahí un intercambio bilateral de likes que, como
los puntos de un cuadro impresionista, se unen para formar una imagen que brilla en la
pantalla. Tiene novia. La conoció, muy probablemente, cuando todavía salían. Cree que
lo sabe por la temporalidad de los likes.
Esta escena no es extraña o inusual. No siempre termina así, pero suele empezar de la
misma forma, y su estructura se repite: observamos la vida de los otros, a partir de las
huellas que dejan en ambientes virtuales, y sacamos conclusiones que inferimos del
cruce complejo de todas las informaciones, puntuales y muchas veces inconexas, que
encontramos en una plataforma social. En el caso de Agustina, se trata de una práctica
deliberada que indaga sobre los datos de una persona previamente conocida. Comienza
cual intriga amorosa, como una observación dirigida, sin un fin específico, y se
convierte, a los pocos minutos, en la búsqueda de la respuesta a una pregunta falseable
(ejemplo: ¿tiene pareja?). Que la duda al respecto se dé por satisfecha, y el misterio por
resuelto, esconde varias premisas: primero, que lo que mostramos en las redes de forma
visible es un indicador fehaciente de nuestra vida. Segundo, que ciertas huellas dejadas
en las redes equivalen a cierto tipo de intercambio simbólico –amor, amistad, cercanía,
ruptura, enojo, alejamiento. Y, también, a algún estado de cosas y a trayectorias de vida.

Es común, también, la observación como resultado de una práctica espontánea, en la


que se mira y se concluye acerca de otros en general, sin motivación previa. Uno de los
hilos más comentados de un concurso de escritura ficcional en España trata de un joven
ingenioso que, desde Twitter, se obsesiona con la fotografía de tres amigos que no
conoce, únicamente para descubrir que un presunto suicidio ha sido un homicidio. Lo
hace uniendo todos los cabos, hasta dar aviso del crimen a la policía. Desde los
seguidores en una red a los seguidos en otra, los horarios de conexión, los likes dados,
los likes recibidos, los likes que no están, las etiquetas de lugar, las marcas temporales,
los vistos, las historias, los agregados, los eliminados, los tagueados, los no-tagueados.
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Con un análisis minucioso de la presencia y ausencia de huellas del entorno digital,


confirma un crimen oculto. Ficcional, por supuesto, pero signo de una práctica que nos
resulta conocida. El periodismo de espectáculos contemporáneo, que se alimenta de los
materiales que las redes sociales ofrecen, trabaja con las mismas estrategias de
investigación, y ya aparece normalizado. La reconciliación entre dos figuras puede ser
inferida sin discusión por un fav en Twitter.

Emilia está en Instagram cuando nota que un comediante suele dar like a una actriz. El
algoritmo que arma sus notificaciones muestra un patrón que le genera cierta intriga.
Primer paso: rápidamente chequea las fotos de la cuenta de la actriz y nota que los me
gusta del comediante aparecen solo en fotografías donde ella figura. Segundo paso: ¿se
siguen mutuamente? Parece que él a ella sí, pero no ella a él. Con el tiempo la actriz
comienza a seguir al comediante; luego, ambos suben una historia de Instagram en el
mismo lugar. Casi medio año después, Emilia confirma lo que ya suponía, porque la
relación se blanquea con una foto subida: salen.
También puede suceder que un amigo vea a otro en la misma zona que él, a partir de
una historia de Instagram. Es posible que uno le responda al otro con un mensaje
directo, o con un comentario de Facebook, y que terminen tomando una cerveza en un
encuentro casual en el espacio euclidiano. Observar aleatoriamente no siempre concluye
con una desilusión de amor. Puede corresponder a cuestiones significativas, como
descubrir el fallecimiento de un pariente o conocido. Federico entra a Facebook desde el
celular y, mientras scrollea tranquilo en su feed de noticias, encuentra de forma
inesperada un posteo del primo que rinde homenaje a un ser querido desde otra
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provincia. Ese ser querido ha muerto, y Federico se entera en ese instante silencioso
donde el algoritmo ofrece algo que podría no haber mostrado, y que él miró por azar.

La noción de “aldea global”, propuesta por Marshall McLuhan, se asocia con el


surgimiento de los medios electrónicos y puede indicar ese estar juntos en un mismo
espacio (virtual) con vecinos que nos corresponden no necesariamente por cercanía
física pero sí por afinidades, intereses, y lazos en común. De los cuales recibimos
informaciones. A más de 10 años del surgimiento de las redes sociales, conviene
rehacerse la pregunta por la noción de la “aldea”. Sobre todo cuando conversaciones
públicas recientes, a partir de controversias de intercambio de información privada, han
tendido a poner el foco en las formas de la mirada, de la vigilancia, y del poder
desplegados a nivel institucional y no solo interpersonal. ¿Cómo pensarnos a nosotros
como usuarios mirando a los demás? ¿Cómo, por qué y qué genera esa micro-vigilancia
mutua?
Las sensaciones que acompañan a la práctica cotidiana de observación uno-a-uno, sea
dirigida o aleatoria, y de peritaje de las vidas ajenas, combinan intriga, curiosidad,
angustia, sorpresa, silencio. La práctica no es nueva. La expresión “vi luz y entré”
denota una forma de la intromisión en la vida del otro a partir de una conclusión que se
infiere por lo que se cree un dato certero. Cruzarse en la calle con un conocido que
comunica una noticia relevante, chequear el movimiento de los caminantes de la cuadra
y los vecinos del barrio por la ventana o la reja, llamar por el teléfono de línea para
saber si el otro está en la casa, incluso visualizar una pareja en un café, o comprobar si
un auto está o no estacionado en su lugar habitual. Como en una aldea. La ventana
indiscreta de Alfred Hitchcock tematiza la capacidad imaginativa de la mirada
sistemática de retazos de las vidas ajenas. Y data de 1954.
No necesitamos redes para mirar e inferir hechos, pero lo que resulta un cambio en este
contexto histórico de apropiación de las redes es que nuestra presencia se multiplica
porque podemos “estar” en diversos lugares al mismo tiempo, incluso, como ya se sabe,
sin “estar” en ninguno. Y esta nueva dinámica produce inputs inesperados. Estamos
expuestos a huellas ajenas, donde sea que nos encontremos, y dejamos huellas, donde
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quiera que estén. Esas huellas producen cierto saber y el saber, por su uso social,
implica poder o falta del mismo.
Matías se hizo un perfil de Facebook que duró poco tiempo. Lo abandonó porque
durante el breve período en que lo tuvo sufrió un problema con un amigo, que se sintió
dolido por haberlo invitado a un cumpleaños vía evento y no recibir respuesta. Matías,
en rigor, no ingresaba a la aplicación y, naturalmente, desconocía la invitación. No se
sentía allí presente y por ende tampoco obligado, pero técnica y socialmente sí lo estaba,
y la existencia de su perfil generó, en el amigo, la presunción de que él conocía la
invitación, y que deliberadamente había tomado una postura al respecto. Se dio cuenta
de que no iba a poder usar la red como él quería.
Jimena se jacta de poder descubrir el perfil de una persona online con solo saber el
nombre de pila. Lo hizo. Tomás siente que conoce profundamente los hechos de la vida
de Cecilia, la novia de uno de sus mejores amigos. “Cada vez que te la cruzás después
de mucho tiempo le vas preguntando sobre tal o cual cosa y te dice ¡Ay! ¿Cómo te
enteraste? Y…lo publicaste en Facebook”. En cambio, Malena tuvo que hacerse un
perfil en esa red para no perderse de lo que estaba sucediendo en el mundo, y de lo cual
sus pares parecían saberlo todo. Rompió el pacto interno de no intervención en el
mundo virtual para poder mantenerse en control del mundo físico. En un aeropuerto,
Micaela se cruza con una compañera de la primaria con la que ha perdido contacto, pero
a quien sigue en redes. Durante la breve conversación, nota que la interlocutora asume
que Micaela viajará a París porque es allí en donde vive y estudia. Se sorprende. ¿Qué?
¿Cómo? Si vive en Buenos Aires… “Ah, ¡porque pensé que vivías allá! Vi fotos en
Facebook y me imaginé eso”.
¿Qué se ilumina y qué se oscurece en vidas que habitan en línea, con una mirada que se
siente a veces todopoderosa? Estas historias nos hablan de un régimen de visibilidad
cotidiano en nuestras prácticas virtuales. Nos apropiamos de la materialidad de las
tecnologías de formas que nos acercan a universos detectivescos que son solitarios e
incluyen observación, ingeniería reversa, pensamiento racional y contraintuitivo,
peritaje e inferencia. Unión de nodos y extrapolación: con las consecuencias que sean.
Angustia, intriga, hastío, satisfacción. Un video ficcional que se hizo viral cuenta la
historia de Sara, una chica que comienza una relación romántica con un chico que no
tiene redes sociales. ¿Ninguna? Preguntan las amigas con sorpresa. En ese mundo,
caricaturesco, distópico, la tragicomedia se desata por la desesperación que le genera
sentir que no está pudiendo conocer desde inferencias virtuales a ese ser humano con el
que es cercana en el mundo offline.
El antropólogo Gregory Bateson definía a la información como “una diferencia que
hace una diferencia”. ¿Pero qué cambia después observar las pistas que dejan los otros?
¿Qué se transforma en nuestras vivencias cuando nos miramos, por ejemplo, en
Instagram? Y, sobre todo, ¿qué implica dejar ver cuando se presume que lo que se
expone será visto? ¿Cuál es el alcance de la interpretación cuando se presume que lo
que se deja ver sabe -en muchos casos- que se está dejando ver? El libro Obfuscation,
de los investigadores Finn Brunton y Helen Nissenbaum, lleva esta idea a su inversión y
propone que, para protegerse, hay que dejar no menos sino más pistas. Construir,
deliberadamente, huellas falsas y ambiguas para las redes, a sabiendas de que estas son
observadas y lo seguirán siendo, y con el objetivo de confundir y opacar la capacidad de
los otros de inferir sobre nosotros. Un transcurrir virtualmente que implica una
estrategia de nivel meta. Sin ir más lejos, uno puede, técnicamente, configurar las
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aplicaciones para ver menos de algunos o de todos. No es raro, en las rupturas


amorosas, que se decida borrar al otro en su forma virtual. Pero la respuesta suele ser
querer encontrarse con un dato, una pista, una huella, una luz que permita entrar, aunque
no se sepa bien a dónde y por qué. Quizás esto nos hable de una tendencia del siglo XXI
en su uso de las tecnologías que lo pueblan: una disposición social hacia la
transparencia, donde queremos dar información y recibirla, aunque eso tenga costos.
También tiene ganancias. Como plantea la socióloga Karin Knorr Cetina, “un
observador ordinario que monitorea eventos es un instrumento para la visión”.
Si vivimos en las redes, en lugar de utilizarlas, entonces es posible pensar en una red
social como un entorno donde nos cruzamos con otros individuos. La idea del flâneur,
típicamente asociada al siglo XIX, describe la actividad y actitud de pasear sin rumbo
por una gran ciudad. Una metrópoli que por su masividad y anonimato inspira
pensamiento interno y libertad, en ese encuentro con los objetos mundanos de la calle.
Pero la ciudad de las redes, donde podría pensarse que también somos flâneurs, es lo
contrario del anonimato. Lejos estamos de permitir, o incluso querer, que la vista se
pierda: y así consumimos reflexivamente el input y la exposición a huellas de los
demás, conocidos o semi-conocidos. “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que
andábamos para encontrarnos” leímos en Rayuela.
Se dice que John Le Carré, el escritor de novelas de espías, contrató a dos detectives
para que lo observaran, siguieran y finalmente le devolvieran la historia factual de su
propia vida. Confundido por las múltiples capas de ficción que había creado para sí
mismo, no estaba seguro ya de sus propios relatos. Observar en las redes parece jugar a
correr un velo. Esa disposición y pulsión por mirar, en un abrazo colectivo hacia la
presunción de transparencia, pareciera rodearnos de un positivismo sobre la capacidad
humana y social de determinar hechos y circunstancias de los mundos que observamos
-como en el surgimiento de la literatura policial. Y, así como el personaje
decimonónico, estamos solos, frente a la incógnita de un mundo que nos es ajeno, y
sobre el cual construimos, en muchos casos, historias que finalmente nos conciernen.
Como desde siempre, como desde La ventana indiscreta. Hoy, además, flota una
pregunta en el aire: ¿es la ventana de tu departamento la ventana a tu vida? Si te
conozco offline, pero no en las redes: ¿te conozco?

*La autora agradece a Pablo Boczkowski por sus comentarios sobre una versión previa
de este artículo.

Actividades:
1) ¿Cuál es la tesis o las tesis que plantea la autora?
2) ¿Cuáles son los recursos argumentativos que utiliza en el texto?
3) ¿Qué conectores utiliza con mayor frecuencia?
4) ¿Cómo influyen las redes sociales en la percepción de la realidad?
5) ¿De quiénes cuenta las historias la autora? ¿Por qué? ¿Sirven para la conclusión
final?
6) ¿Cuál es la conclusión final?
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7) Redactar un artículo de opinión que contenga las características de argumentación


(conectores, recursos argumentativos) sobre "Dejá de stalkear". Debe ser una opinión
personal.

RESPUESTAS:
.1. Tesis de la autora:
Debemos conocer la vida online para conocer completamente a alguien.
La vida online tiene le misma importancia que la offline.
Stalkear es una nueva forma de conocer personas.
Lo que subimos a nuestras redes no siempre es la realidad.

.2. Marcados como comentarios.

.3. Los conectores que utiliza con mayor frecuencia la autora son: pero; también, y,
porque y como. Además utiliza en algunas ocasiones los conectores: Aunque, primero,
luego, por ejemplo.

.4. Las redes sociales nos permiten ver la actividad diaria de los demás. Podemos ver
qué es lo que hacen y que no hacen. Gracias a las redes sociales podemos conocer la
vida de otras personas, o al menos lo q ellos quieren mostrar. Aunque debemos ser
cuidadosos, porque a veces percibimos cosas que no son ciertas y creamos diferentes
juicios previos sobre los demás.

.5. La autora cuenta la historia de algunos chicos y chicas. Estas historias las utiliza a
modo de ejemplificación para que los lectores se sientan identificados con esas
situaciones que ellos viven y así se sienten parte del texto.
Esas historias que cuenta la autora le sirve para llegar a la conclusión final.

.6. La conclusión final de la autora es que la vida online se volvió igual o más
importante q la offline. Y las preguntas retoricas que utiliza en la última oración las usa
de modo irónico, ya que ella cree que en la vida online solo mostramos las cosas buenas
que nos pasan, y por ende no nos terminan de conocer completamente.

.7. Dejá de stalkear

Hay pocas cosas que sabemos con certeza cuando tocamos el tema de stalkear. Una de
estas cosas es que todos los que tenemos redes sociales lo hicimos por lo menos una
vez.

Todos conocemos el significado de stalkear, pero no todos sabemos los riesgos que
corremos al realizar esta acción tan simple y cotidiana.
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A veces, stalkear nos produce angustia, ansiedad, nerviosismo, entre otros desórdenes
mentales. Esto se debe a que estamos revisando perfiles de otras personas sin que ellas
sepan y tenemos miedo de hacer algo mal (como dejar un like) y que nos descubran.
También estas inseguridades pueden aparecer por el contenido que encontramos al
stalkear.

Esto mismo le sucedió a un familiar mío que sospechaba que su novia lo engañaba, él
entró a su Facebook buscando pistas, pero con miedo a la respuesta que podría llegar a
encontrar. Finalmente él encontró lo que esperaba, pero no quería, y entró en un grave
estado de depresión. Cabe destacar que esta acción en Argentina es ilegal, debido a que
la Corte Suprema de Justicia declaró como un delito federal stalkear a la pareja.

También podemos descubrir cosas positivas, como el nacimiento de un pariente, las


vacaciones de un amigo e infinidad de cosas más.

En conclusión, stalkear para conocer la intimidad de alguien no es bueno, ni para uno


mismo, ni para la otra persona. Además, ¿es tan necesario hacerlo?

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