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Datos bibliográficos: Martínez, I., y Arsuaga, J. (2010). Amalur, del átomo a la mente. (2a ed.).

España: Temas de hoy.

Br. Kristo Ramírez

Primer resumen crítico

Desde el comienzo del tiempo la humanidad ha tenido sus ojos puestos sobre el cielo observando
asombrada la fragilidad de su ser y la inmensidad de la naturaleza, pero también extasiada sino
atormentada por su increíble capacidad de sentir con consciencia, es decir, de reflexionar acerca
de los fenómenos que el entorno le presenta, de aprehender el mundo y de darle sentido a la
realidad. Es esta capacidad muy humana la que nos separa de las otras formas de vida y la que
nos llevó desde hace siglos a preguntarnos sobre nuestro origen y sobre el origen de toda la vida
conocida.

Las primeras culturas buscaron dar respuesta a estas y otras preguntas mediante los mitos, relatos
cortos que ofrecían una explicación sobrenatural de los fenómenos acontecidos en el entono,
donde eran entidades, dioses, quienes movían los hilos del mundo natural. Así aparecieron pues,
infinidad de mitos que buscaban dar cuenta de un fenómeno en particular. Surgieron historias
para explicar el origen del fuego, de la lluvia y demás elementos de la naturaleza, todos asociados
con una deidad. Para los griegos fue Prometeo quién dio el conocimiento del fuego a los
hombres, pero para los indígenas Sipai fue Kumafari el Joven, un guerrero el que robo el saber a
los buitres. Como estos, muchos otros relatos permanecen ya sea escritos o en la memoria oral de
muchos pueblos del planeta, pero fue uno en particular el que domino buena parte de la historia
occidental y éste yace en el libro del génesis de la biblia.

La tradición judeocristiana cuenta que fue Dios quien creo el mundo y la vida que lo habita
incluyendo al hombre como su creación más perfecta—hecho a su imagen y semejanza—. Esta
explicación domino por siglos, pero no se vio sola, fue acompañada desde muy temprano por las
ideas revolucionarias de los hombres de Mileto, los primeros filósofos que en el siglo VII a.C.
desligaron de la mitología la explicación de los fenómenos naturales proponiendo que el hombre
mediante la observación y la experimentación podía analizar el mecanismo subyacente que
caracterizaba a un fenómeno, esto sin necesitar ya de la intermediación de una deidad en
particular. Nacía así la ciencia, tendiendo como cuna la Grecia antigua y como máximo
exponente en buena parte de la antigüedad y de la edad media al estagirita, me refiero con esto a
Aristóteles. Gran filósofo y científico que propuso la teoría de la generación espontánea para dar
explicación al origen de la vida a partir de la materia orgánica en descomposición. Dicha teoría
enunciaba que la vida surgía de manera espontánea y sin intervención de elemento alguno que no
fuera el viento —aliento de vida para los cristianos — a partir de la materia en estado de
putrefacción, así Aristóteles observo como de trozos de carne putrefacta “nacían” moscas al cabo
de unos días.

Sobre esta teoría se desato quizás la más interesante de las diatribas científicas. diatriba que
finalizó en el siglo XIX gracias al ingenio de Louis Pasteur (1822-1895), quien con su
experimento del matraz de cuello cisne demostró la inviabilidad del modelo propuesto siglos
atrás por Aristóteles, modelo que a posteriori fue defendido a capa y espada por individuos como
Needham y Pouchet. El mérito de Pasteur fue sin duda alguna, el haber puesto fin a lo que de
teoría degenero en la doctrina de la generación espontánea.

Derribado el muro aristotélico los ojos de la ciencia se posaron sobre el o los elementos que
pudieran dar cuenta del origen de la vida. Ya Pasteur había demostrado que de la materia
putrefacta surgía vida por la acción de los microorganismos presentes en el aire, y que en
condiciones de asepsia esto era imposible, pero ya la duda sobre el origen de la vida se había
desplazado sobre la materia inorgánica ¿Qué tal si era está a partir de la cual surgían los seres
vivos? aquí yacía la interrogante, y el escenario temporal donde se responderá será el siglo XX.

En 1924 el químico y biólogo ruso Alexander Oparin (1894-1980) propuso la hipótesis de que el
origen de la vida en el planeta era el resultado de la evolución química progresiva de moléculas
basadas en el carbono. Oparin propuso que la vida se originó en un medio acuoso, posiblemente
los grandes océanos que aparecieron poco después de la formación de la Tierra y en donde según
él una serie de compuestos químicos entre los que se encontraban el vapor de agua, el amoniaco,
el hidrógeno, el dióxido de carbono, el ácido sulfhídrico y el metano habrían reaccionado gracias
a la acción de la luz ultravioleta y de las descargas eléctricas que eran frecuentes en el joven
planeta.

La reunión de estos elementos en este caldo primitivo dio origen tras miles años —no se tiene una
fecha exacta— a protocélulas que Oparin llamo coacervados. Si bien la hipótesis de Oparin fue
revolucionaria será Stanley Miller (1930-2007) el que la comprobará al recrear en su laboratorio
las condiciones de la Tierra pretérita.

A lo largo de este recorrido historiográfico que nos presentan los autores del libro Amalur, del
átomo a la Mente podemos ver como con el transcurso del tiempo y con el avance de la ciencia la
pregunta ¿Cómo se originó la vida? a tenido diferentes explicaciones que van desde la mitología
de “primitivos y civilizados” hasta las explicaciones modernas que nos ofrece la ciencia
occidental, empero las interrogantes siguen presentes y seguirán acompañándonos, pues la
refutabilidad de las hipótesis-característica de la ciencia y no de la teología- nos llevará
continuamente a cuestionar los modelos propuestos, y a alejarnos cada vez más de la doctrina
para aproximarnos a la verdad.

El origen de la vida seguirá siendo tema discusión y de debate, la búsqueda de la o de las


respuestas quedaran en la memoria y en los libros que se escribirán pues esta empresa en
particular, ambiciosa como ninguna de las demás, nos llevara sin duda a otras aguas sin explorar,
donde quizás la respuesta más que en las profundidades de la naturaleza se halle en las orillas de
lo sencillo. Así lo afirmo Miller y así parece que actúa la naturaleza, ocultando en lo complejo la
sencillez de la respuesta.

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