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Prebendado Pacheco
de Investigación Histórica
2011
Título:
Actas de las III Jornadas Prebendado Pacheco de Investigación Histórica
Edita:
Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste
Coordina la edición:
Roberto J. González Zalacain (coord.)
Imprime:
Litografía Romero
ISBN:
78-84-930723-8-4
Mª de los Remedios de León Santana 5
Presentación
HISTORIA ANTIGUA 51
Guacimara Ramos Pérez, Victorio Heredero Gascueña y Alejandro Gámez Mendoza (Universidad 185
de La Laguna)
Infancia y educación en Canarias durante el siglo XVIII. Una aproximación multidisciplinar
María Jesús Luis Yanes, Juan Elesmí de León Santana (Ayto. Tegueste) 219
Aproximación a la Historia de Tegueste a través de Los Libros de Fábrica de San Marcos (1568-1690)
Jonás Armas Núñez, Vanesa Estévez Afonso y David Expósito Bencomo (Universidad de La 451
Laguna)
Expresiones artísticas de una devoción: la cofradía del Dulce Nombre de Jesús en La Matanza de Acentejo
Introducción
228 ARIÈS, Philippe: L'enfant et la vie familiale sous l'Ancien régime, Plon, Paris, 1960 (edición española: El niño y la
vida familiar en el Antiguo Régimen, Taurus, Madrid, 1987).
229Este teoría sobre el origen de la infancia moderna fue realizada por primera vez, en el marco de una
investigación más general sobre los orígenes el mundo moderno, por Norbert Elías algunas décadas antes. Sin
embargo, el estudio de Ariés se convirtió en el referente en la materia al centrarse en exclusiva en este nuevo
sujeto histórico. ELÍAS, Norbert: Über den Prozeβ der Zivilisation. Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen.
2 vols.. Basel, Haus zum Falken, 1939 (edición española: El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y
psicogenéticas, Fondo de Cultura Económica, México, 1987).
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experto generado por humanistas y moralistas en el siglo XVII y las nuevas estrategias de
gobernación del Estado absolutista. Así, merced al incipiente control estatal por parte de las
instituciones disciplinarias resultantes (escuelas, hospicios, talleres, etc.), se generó una
consideración binaria del niño, como un ser capacitado para el aprendizaje pero tendente al
vicio, débil y maleable. El resultado de esta nueva categorización fue un nuevo estatuto de
minoría y de exclusión temporal de la vida adulta, que no dejará de ampliarse hasta nuestros
días230.
En Canarias, por su parte, apenas existen estudios monográficos sobre la infancia
en la época moderna o contemporánea231. Únicamente en trabajos vinculados a la historia
de la educación, la historia de la familia o estudios de temáticas demográficas y
socioeconómicas se ha descrito parcialmente la situación social y el rol familiar de los niños
canarios en la historia232. Con lo que los plantemientos historiográficos sobre el nacimiento
de la infancia no han sido aceptados, ni cuestionados.
Teniendo en cuenta esta laguna investigadora, nuestro objetivo fundamental será
establecer las características generales de tal noción durante el siglo XVIII, momento en el
que tradicionalmente se ha planteado su aparición en el resto de España. Para tratar de
esbozar algunas respuestas, y ante la citada falta de referentes regionales, abordaremos
nuestra investigación de manera inter y multidisciplinar, valiéndonos de estudios en los que
confluyen el análisis documental, las aportaciones de la antropología, la arqueología y los
trabajos de historia de la educación233.
Para lograr este objetivo, y merced a la citada metodología multidisciplinar,
iniciaremos nuestro trabajo esbozando el contexto histórico y normativo en el que se
desenvolvieron las poblaciones infantiles canarias del XVIII, relativizando la incidencia real
de las iniciativas ilustradas sobre las mismas. Por ello, en el segundo apartado nos
contribución de Juan Manuel Santana Pérez: “El mundo de la infancia en Fuerteventura y Lanzarote en el
siglo XVIII”, en Tebeto: Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, Nº. 13, 2000, pags. 33-48.
232 ARBELO, Adolfo: Las mentalidades en Canarias en la crisis del Antiguo Régimen: elites agrarias y comportamiento
social en Tenerife (1750-1823). CCPC, La Laguna, 1998; HERNÁNDEZ, Manuel: La religiosidad popular en Tenerife
durante el siglo XVIII. Tesis Doctoral, ULL, 1987; MONZÓN, María Eugenia: La pobreza en Canarias en el
Antiguo Régimen. Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 1993, entre otros.
233 De esta manera, las fuentes que manejamos son amplias y diversas, partiendo de la normativa pretendemos
que sean amplias y diversas y que abarquen tanto diferentes normativas que se emplearon en esta centuria en
el contexto canario MONZÓN PERDOMO, María Eugenia: Grupos marginales en la sociedad de Tenerife del siglo
XVIII. Tesis Doctoral. ULL, 1989; como los escritos que dejaron los Ilustrados canarios HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ, Manuel: La ilustración canaria y los viajeros científicos europeos (1700-1830). Ed. Idea. Santa Cruz de
Tenerife, 2006; estudios arqueológicos en diferentes iglesias en donde se han localizado niños CUENCA
SANABRIA, J., et al: “La Investigación histórico-arqueológica del desaparecido Convento de San Francisco
de Las Palmas de G/C”, en Investigaciones Arqueológicas IV, 1995, pp. 9-198, etc.
.
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centraremos en la visión que sobre la niñez, y su duración, existió en Canarias hasta bien
entrada la contemporaneidad. Por úlitmo, mostraremos el contraste entre los primeros
atisbos de la concepción infantil y educativa moderna, y la pervivencia mayoritaria de una
visión premoderna asociada a la religión y la tradición
234 Como apunta Buenaventura Delgado, “No puede decirse que la Ilustración haya supuesto un giro copernicano ante la
infancia. El niño no fue centro de interés entonces, ni gozó de mayor estima que en épocas anteriores”. DELGADO,
Buenaventura: op.cit., 2000, p. 140.
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1.- Normativas asistenciales y caritativas, elaboradas con la intención de evitar la
alta mortalidad de los niños en las ciudades.
2.- Normativas educativas/correcionales, que debían disminuir el vagabundeo y la
delincuencia de los menores.
235 CIORANESCU, Alejandro: Historia de Santa Cruz. Tomos I-IV. Servicio de Publicaciones de la Caja
General de Ahorros de Canarias. Santa Cruz de Tenerife. 1998. pp. 352-353
236 Como expone Manuel Hernández, “Entre el 1 de enero de 1752 y el 31 de diciembre de 1759, de un total de 1035
niños expuestos, 87 se estaban criando, 773 habían muerto, 142 fueron adoptados y 33 los recogieron sus padres (...) no
obstante, las tibias reformas ilustradas redujeron de alguna manera los efectos de esa brutal tasa de mortalidad. En 1782 de un
total de 235 niños, 14 fueron entregados a sus padres, 17 adoptados, 100 criándose y 104 murieron ...”. A.H.P.T. Libro de
entrada y recibo de los niños expósitos en la Cuna de esta isla desde 1 de enero de 1752 con la administración de esta obra pía
por el Doctor Don Amaro González de Mesa hasta el 2 de junio de 1764. Libro VI-129, citado en HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ, Manuel: Mujer y vida cotidiana en Canarias en el siglo XVIII. Centro de la Cultura Popular Canaria,
Santa Cruz de Tenerife, 1998. pp. 63-64
237 En un infome sobre la historia del Hospital de Dolores Antonio Villanueva y Castro nos habla en 1821 de
la inexistencia de fondos "para pagar cierto número de nodrizas con proporción a los niños que entran, ni para costear a los
principales lugares de las islas algunas casas de depósito donde pudieran recogerse y permanecer hasta cierto tiempo para no
exponerse a los riesgos de una caminata larga; no es extraño que de los que entran en un quinquenio apenas se salve la vida de la
tercera parte". A.M.L.L Signatura H-VI-10. Más tétrica era la situación con anterioridad pues, como infiere Ana
Rodríguez Felipe, viuda del administrador González de Mesa, " [Antes de 1723…] la cuna u obra pía apenas
mantenía a 10 ó 12, dejándose morir a la necesidad los más, que se exponían en una casita que servía de hospicio, en que una
pobre mujer recibía los niños, cuidaba de bautizarlos y mantenerlos a miel y huevo los pocos días que la Naturaleza puede
conservarlos con tal débil y limitado alimento". A.O.T. Pleito sobre la administración del Hospital. Citado en
HERNÁNDEZ, Manuel: op. cit., 1998, pp. 64.
238 En caso de encontrarse ninguna familia, se les traslada al hospicio como vemos reflejado en la literatura de
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fueron muchas las propuestas que se desarrollaron para moralizar, ocupar y proteger a
estos niños, aunque la más extendida fue la de enseñarles un oficio o enviarlos a los barcos
de pesca. Medidas generalmente rechazadas por los propios huérfanos, que frecuentemente
huían de las casas o talleres en los que eran colocados. Aunque se prestaba asistencia a
todos, especial interés despiertaron las niñas huérfanas, a las que se les donaba ropa en
testamentos, sobre todo en caso de contraer matrimonio, y se les permitía dedicarse a la
mendicidad. Medidas encaminadas a evitar que dichas niñas cayeran en manos de la
prostitución, simbolo de relajación moral y preocupante foco de transmisión de
enfermedades240.
El segundo tipo de medidas normativas e institucionales llevadas a cabo por las
autoridades canarias fueron educativas, y respondieron a la visión ilustrada que consideraba
la educación como un elemento decisivo en la formación de individuos útiles a la sociedad.
Sin embargo, los ilustrados no intervinieron sobre un contexto educativo sin antecedentes
ni, lo que es más significativo todavía, su intervención provocó los efectos esperados.
Tal y como mostró Béthencourt Massieu, en el siglo XVIII existía en Canarias
una dispersa red escolar pública, basada en el modelo castellano municipalista, que delegaba
en los municipios y sus bienes de propios, el sostenimiento de las escuelas241. Los cabildos
isleños apenas cumplieron tales disposiciones por falta de fondos o de interés, dando como
resultado una escuela pública de vida irregular y circunscrita a las capitales insulares242. Este
dato no supone, sin embargo, la ausencia de instituciones educativas en las islas. El vacío
municipal fue cubierto desde centurias anteriores con las escuelas conventuales, que
proliferaron en la primera mitad del XVIII243. Paralelamente a las escuelas conventuales, las
240 Otro segmento de población que nos pueden ilustrar acerca de la alta desarticulación familiar son los hijos
ilegitimos. Los ilustrados buscaban convertirlos en ciudadanos útiles a la sociedad apartándolos de la vagancia
y de la mendicidad, y formándolos especialmente para el servicio doméstico o los talleres de formación. En
este sentido, las medidas también se dirigieron a los padres que los abandonaban, persiguiendo y deteniendo a
aquellas personas que llevasen a un niño a la casa de expósitos, o se lo entregaran a algún párroco.
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: op. cit., 1998, pp. 62-68.
242El número exacto de escuelas fundadas oscila en función del investigador. En opinión de Teresa González,
los Cabildos de Tenerife y Gran Canaria fundaron tres escuelas públicas en toda la centuria. En Tenerife la
primera escuela pública se creó en 1714, funcionando desde entonces de manera irregular por las dificultades
presupuestarias. En 1769 se establecieron dos escuelas públicas de primeras letras en Las Palmas de Gran
Canaria. GONZÁLEZ PÉREZ, Teresa: La enseñanza primaria en Canarias. Estudio histórico, Gobierno de
Canarias, Arafo, 2003, p. 22. Por su parte, Antonio Béthencourt aumenta hasta cinco las escuelas públicas en
funcionamiento durante el siglo XVIII. BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio: La enseñanza primaria en
Canarias durante el Antiguo Régimen, UNED, Las Palmas de Gran Canaria, 1985, p. 12.
243 Esta vocación educadora del clero debe enmarcarse en el contexto evangelizador de la Contrarreforma
católica. En Canarias, Bethencourt establece hasta 45 fundaciones conventuales en este siglo, a las que suma
cuatro hospitales seráficos. De entre ellas, habrían funcionado con cierta regularidad 13 escuelas. Para estas
cifras maneja a Viera y Clavijo. Ibidem, p. 5 y 9.
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localidades con más recursos establecieron una serie de escuelas de primeras letras
vinculadas a las parroquias, o sufragaron la docencia impartida en domicilios privados por
las denominadas amigas de las niñas244. En algunos casos, tales fundaciones derivaron de las
donaciones testamentarias de algunos devotos isleños cuyo patronato, como ha estudiado
Vicente Suárez Grimón, permitió el establecimiento de varias escuelas en Gran Canaria245.
Tal amalgama de instituciones constituyó una red educativa dispersa e inestable,
sujeta a señaladas iniciativas personales de tipo caritativo y con una vocación docente
eminentemente moralizadora. Algo, por otro lado, absolutamente coherente con las
directrices educativas de la Contrarreforma católica y con el concepto que la sociedad isleña
tenía de la educación, como un elemento deseable moralmente, pero accesorio para la
mayoría de la población. Y es que, desde una perspectiva puramente histórica, lo que
acontece en el siglo XVIII en Canarias no es tanto el origen de la escolarización moderna
como, por el contrario, la consolidación de un modelo educativo propio del Antiguo
Régimen.
Esta afirmación no implica que no se produjeran cambios en la percepción
educativa por parte de minoritarios sectores de la élite isleña. Como expone Olegario
Negrín, fue a través de las Sociedades Económicas de Amigos del País que se plasmó por
primera vez un interés en la educación como el medio para mejorar la producción
económica en materia agraria y erradicar, al mismo tiempo, alguno de los “vicios” sociales
imbricados en las tradiciones populares. Uno de estos vicios derivaba de la ociosidad de la
infancia abandonada y vagabunda, que pasó de ser considerada como un grupo necesitado
de caridad a ser visto como un problema social246.
[…] es notorio en todo este cuerpo el infeliz estado a que se halla sujeta nuestra juventud pobre y
huérfana. Una y otra se entregan indistintamente a mendigar y al juego, siendo preciso que de
semejante ocupación se forme un semillero de ladrones y un mineral de vagabundos viciosos de que
244 Los pueblos sufrabagan los gastos del párroco o de las amigas (mujeres con vocación educativa pero sin
formación ni titulación) con la crez pupilar o creces (los interéses de los prestamos de grano devueltos por los
campesinos a los pósitos concejiles). Ibidem, p. 13.
245En localidades grancanarias como Telde, Guía, Teror y Arucas se crearon escuelas con este procedimiento.
locales crearon la figura del “Padre de huérfanos”, destinada a cuantificar y estudiar la situación de los niños
abanonados y supervisar su reinserción social y educativa. SANTANA PÉREZ, Juan Manuel: Política educativa
de Carlos III en Canarias. Universidad de La Laguna, Las Palmas de Gran Canaria, 1990, p. 82.
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resulta un doble prejuicio al común, así lo que dejan de hacer estos individuos como por el
gravamen de la holgazanería247.
247 (A.R.S.E.A.P.TFE, Libro 20, Enseñanza y beneficencia, Cuaderno 15, fol. 79 vuelto. Citado por Ibídem, p.
47.
248 NEGRÍN FAJARDO, Olegario: Estudios de Historia de la Educación en Canarias, Cabildo Insular de Gran
Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1998, p. 26.
249 En la década de 1760, a través de varios Reales Cédulas, se clausuraron el hospicio-escuela franciscano de
la Matanza (Tenerife) y de Guía (Gran Canaria), se produjo la expulsión de los jeuitas (con el consiguiente
cierre de sus colegios de Las Palmas, La Orotava y La Laguna) y se prohibió a la Orden Betlhemita ocupar su
lugar en las infraestructuras docentes tinerfeñas. BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio: “La política
regalista en Canarias: el cierre de los hospicios franciscanos de Guía y La Matanza”, en Boletín Millares Carlo, n
º6, vol III, Las Palmas, 1986, p. 475.
250 Este investigador apuntó esta circunstancia de manera algo “intuitiva”, basándose en los espaciados
catastros del siglo XVIII y en la abundante documentación judicial emitida en tal período. Desde su punto de
vista, por ejemplo, la presencia de escritos generados por las clases populares en los pleitos y testamentos del
XVIII serían un ejemplo de su mayor conocimiento de la lecto-escritura respecto al siglo posterior, donde
algunos contemporáneos establecieron porcentajes de analfabetismo del 70% o más. BETHENCOURT
MASSIEU, Antonio: op. cit., 1985, pp. 7-8. La teoría es muy sugerente, sobre todo en relación al la
disminución de las instituciones educativas isleñas por el regalismo. Sin embargo, más que en números
absolutos y porcentajes, podríamos buscar una respuesta en la diversa percepción del analfabetismo en ambos
períodos. Es decir, podríamos preguntarnos si lo que ocurre en el siglo XIX es un incremento de su número
o, más bien, la aparición del propio concepto de analfabeto, su cuantificación a través de la estadística y una
novedosa vinculación entre saber leer y escribir y el progreso de la nación.
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Sin embargo, esta política asistencial se vió pronto desbordada por las circunstancias y
apenas tuvo una incidencia real sobre la masa de jóvenes abandonados. En materia
educativa, los ilustrados plantearon la necesidad de formar a la niñez para moralizarla y
hacerla útil a la sociedad. No obstante, la inmensa mayoría de los niños canarios del siglo
XVIII raramente pisaron una escuela. Y, como veremos, por mucho que se lamentara la
Económica, sus padres no consideraron que ello supusiera un problema en sus vidas.
Por todo ello, en el apartado siguiente deseamos relativizar la importancia
concedida a las medidas normativas ilustradas como elementos explicativos del surgimiento
de una visión diferenciada de la infancia. Por el contrario, analizaremos la niñez desde la
percepción social y cultural que la mayoría de los canarios tuvieron de la misma.
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mostraremos como tanto las evidencias antropológicas y arqueológicas sobre el ritual
funerario infantil, los análisis bioantropológicos sobre su alimentación y, en general, el
conjunto de testimonios escritos relacionados con la religión y su influencia social
confirman esta temprana, desde un punto de vista presentista, finalización de la niñez.
Como ya planteamos en el contexto, la muerte de un niño en el siglo XVIII era
un acontecimiento cotidiano, que se reflejaba en el toque de campanas específico que
existía para los infantes, “un simple repique con dos pequeñas campanillas251”. El momento en el
que se doblaban las campanas en la muerte de los adultos era, según Juan Bethencourt
Afonso, a partir de la edad de siete años. Según el mismo testimonio, al niño tampoco se le
debía llorar antes de esta edad, porque “le quitan la carrera de salvación", y no iría al cielo252. Se
trata de gestos muy significativos, que reflejan una diferenciación entre una muerte infantil
y adulta, en un momento en que eran más abundantes las primeras que las segundas. Estas
referencias son reveladoras a la hora de ilustrar dos ideas: el final de la infancia, que nos
confirma los siete años como un momento importante y decisivo en la vida del niño, era el
momento de la transición hacia su vida de adulto; y, por otro lado, la menor trascendencia
de la muerte infantil, evidenciada en la ausencia de ritos y símbolos propios de la muerte
del católico253.
Un segundo elemento revelador para apreciar las diferencias en la concepción de
la vida y la muerte de niños y adultos son los entrerramientos. En este contexto
encontramos una mayor variabilidad respecto a la diferenciación u homogeneidad entre
rituales funerarios adultos e infantiles. Fruto, probablemente, de un incumplimineto de la
normativa funeraria y de una discontinuidad en los intentos de homogeneización ritual
llevados a cabo durante el siglo XVIII. Y es que la costumbre, como nos confirman las
constituciones sinodales, fue la que marcó decisivamente las características de los ritos
funerarios infantiles254. De esta manera, como expone Bethencourt Afonso para el caso de
Tacoronte (Tenerife), exisieron numerosos ejemplos de un tratamiento diferenciado entre
adultos y niños:
251 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Enfermedad y muerte en Canarias en el siglo XVIII, Ediciones Idea,
Las Palmas de Gran Canaria, 2004. p. 63.
252 Las aportaciones antropológicas de Bethencourt Alfonso se enmarcan en el contexto cultural canario del
siglo XIX. Sin embargo, este autor apunta que muchos de estos ritos se correspondían con fenómenos
culturales anteriores. BETHENCOURT AFONSO, J.: Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y
muerte. S/c de Tenerife, Museo etnográfico, 1985, pp. 70-71
253 En este sentido, Bethencourt también nos cuenta como en Vallehermoso (La Gomera) el luto sólo se
ponía si el niño que moría superaba los siete años: “Los padres ponen luto por sus hijos que pasan de 7 años, es decir
que doblan (antes, nada) dos años y viceversa”. BETHENCOURT AFONSO, Juan: op.cit., 1985, p. 269.
254 Pero a pesar de los intentos de homogeneización de la normas funerarias, tal como nos señalan las
Constituciones Sinodales de Dávila y Cárdenas en el siglo XVIII “…Es derecho de solo el padre, y estendiéndolo otros
á las madres; pero uniformemente todos lo reducen a la costumbre: Por tanto, mandamos se observe lo que huviere en cada
lugar…” CÁRDENAS, D. Y. Constituciones Sinodales, 1737. p. 277
193
“… los cadáveres que pasan de 7 años los entierran en el cementerio con los pies hacia la capilla; y
los niños con la cabeza hacia el fondo del cementerio o con los pies hacia la puerta…”255.
No obstante, tal especificidad parece estar relacionada, más que con su condición
de niños, con la pertenencia a grupos sociales sin recursos para un enterramiento propio de
los adultos. En este sentido, intervenciones como la del Convento de San Francisco (Las
Palmas de Gran Canaria), han mostrado un espacio sepulcral únicamente destinado a los
niños, resultando un sector marginal en relación al resto del espacio funerario, y hallando
en esta zona lo que en la documentación se reseña como fosas de párvulos. Un espacio en la
que se inhumaban los infantes pobres, apareciendo separados del resto y reproduciendo los
modelos que encontramos en las naves centrales de otras iglesias intervenidas, tanto a nivel
de organización del espacio como del ritual seguido en el proceso de inhumación256.
Por el contrario, en las intervenciones realizadas en la Capilla familiar de San
Bartolomé, en la iglesia de La Concepción de La Laguna, apreciamos el comportamiento
funerario característico de las familias canarias con más adineradas. En esta capilla se
apreció como los niños se inhumaban en los mismos espacios sepulcrales que los adultos
de su familia, no localizándose ningún elemento ritual diferenciado al de los mayores. De
hecho, como señala Ana Pérez, el funcionamiento de estos espacios familiares se establecía
previamente por los propietarios y herederos del sepulcro, por lo que las misas, donaciones,
exequias, etc., para los difuntos no dependían, en principio, de la edad de los mismos257.
Por tanto, según las escasas pero significativas evidencias arqueológicas infantiles, podemos
sostener que los ritos funerarios infantiles estaban más condicionados por la pertenencia a
ciertos estamentos o grupos sociales, que por la propia condición de niños258.
Antiguo Régimen: una lectura arqueológica y documental. XII Coloquio de Historia Canario-Americana, Tomo I, Las
Palmas de Gran Canaria, 1996. pp. 509-52: “aunque se puede argumentar como motivos de esta situación una
menor capacidad de conservación de los restos antropológicos infantiles, entendemos que esta situación
deriva de la reiterada connotación de urgencia de estas intervenciones, lo que ha ayudado a que no se
promueva ni se materialice una línea de trabajo coherente y dilatado en el tiempo, algo que sí ha sucedido
para momentos anteriores de la Historia de Canarias. Esto produce que las investigaciones se realicen en
momentos o coyunturas concretas, y no a partir de una dinámica continua y constante. Esta situación tiene
194
Comportamiento, en consecuencia, vinculado a una sociedad fundamentada en el privilegio
y la segmentación social, como la del Antiguo Régimen.
Otro ejemplo característico de la duración asignada a la infancia, y las escasas
particularidades que se le otorgaba en estos momentos, lo encontramos en las disposiciones
cristianas relativas al ayuno. Se trataba de una práctica un tanto delicada, sobre todo si
existían problemas nutricionales, algo común en la población canaria en este siglo. Para
establecer quienes podían llevar a cabo esta obligación, y evitar un mayor debilitamiento de
lo que ellos consideraban como menores, las autoridades religiosas prohibieron la ingesta
de carne a todo niño mayor de siete años en época de ayuno259. Las fuentes escritas no nos
hablan de quienes cumplían estas disposiciones ni, de manera más general, si existía una
alimentación diferenciada entre adultos y niños. Por ello, la bioantropología se muestra
como una herramienta eficaz para conocer los cambios en los modos de vida y
alimentación de las poblaciones infantiles en su tránsito a la edad adulta. Los estudios
realizados con el material dentario de la Iglesia de la Concepción, en Santa Cruz de
Tenerife, atribuibles a 1776 individuos contextualizados en el siglo XVIII, nos muestran un
alto porcentaje de bandas hipoplásicas en torno a los seis años de edad260. Este dato nos
confirma un cambio alimenticio y de modo de vida en torno a esta edad, ejemplo de una
modificación en los cuidados especiales que recibían como niños para garantizar su
supervivencia, así como la mayor dureza que conllevaba su incorporación a la vida adulta.
Otra fuente reveladora de la duración atribuida a la infancia en estos momentos
fue la normativa sacramental, relativa fundamentalmente a la confirmación y la confesión.
El primero de estos sacramentos, la confirmación, establecía el momento en el que el
individuo se insertaba plenamente en las obligaciones cristianas, asumía conscientemente
sus creencias y confirmaba su fe. Se trataba, por lo tanto, de un sacramento vital para todo
cristiano, que sólo se podía llevar a cabo cuando el sujeto obtenía de Dios todas las
mucho que ver con el hecho ya señalado que la mayoría de las intervenciones están incluidas bajo el concepto
de la arqueología de gestión, lo que genera esa fragmentación de los datos y falta de estudios continuados en el
tiempo, estudiándose por tanto lo que se exhuma por las necesidades de restauración de los inmuebles”.
259 Como señalan las Constituciones Sinodiales de 1737, “Otrosí mandamos a los padres, que no dén carne á sus hijos
de siete años arriba en los dichos días de Vigilia, ó Ayuno, que la Iglesia mandaba guardar, ó en los otros días, que está
prohibido comer carne, salvo si por necesidad, ó por otras justas causas al Médico no le pareciese otra cosa. CÁRDENAS, D.
Y: op. cit., 1737, pp. 315-316.
260 Las hipoplasias son líneas en el esmalte dentario que se relacionan con la detención del crecimiento del
diente durante su periodo de formación debido a un cambio brusco en los hábitos de los individuos. Dichas
bandas pueden ser medidas y, tras realizar un factor corrector, podemos determinar la edad aproximada en
que se produjo tal período de cambio. Las conclusiones obtenidas resultan de gran interés en poblaciones con
gran número de individuos de muestra, como es el caso de los niños en las iglesias. DELGADO DARIAS,
Teresa: Economía, salud, nutrición y dieta de la población prehistórica de Gran Canaria. La aportación de antropología dental.
Tesis Doctoral. ULPG. 2004.
195
capacidades de raciocinio y libre elección. Al igual que en otros ritos de paso católicos, la
confirmación se administraba a los siete años de edad261.
La confesión, por su parte, suponía un proceso indispensable en ritos como la
confirmación o la eucaristía, y también era indicativo del momento en el que el niño
comenzaba a tener un estatus diferenciado. Un acto que implicaba necesariamente reflexión
y, por tanto, cierto uso de razón que permitía al individuo valorar sus actos y poder
arrepentirse de ellos. Como en el caso de la confirmación, y de los demás ejemplos
expuestos, el momento de la primera confesión debía realizarse al cumplir los siete años262.
Esto permitía a los niños certificar su capacidad de raciocinio ante la comunidad y
participar de los mismos derechos y obligaciones que los jóvenes.
En resumen, estamos ante un conjunto de comportamientos imbricados en la
sociedad y cultura isleña, que establecían los límites entre una breve niñez y el tránsito a
una vida adulta. Rituales estrechamente relacionados con una visión más general de
entender la naturaleza humana, propia del período de la Contrarreforma católica. Según
este pensamiento, los individuos adultos tenían la capacidad natural de discernir entre el
bien y el mal, entre una vida de pecado o de piedad. Tal atributo natural, denominado por
la Teología como el “libre albedrío”, había sido concedido por la Divinidad, pero no se
manifestaba hasta que los individuos, como hemos visto, entraban en la vida adulta.
261 - de donde la edad competente sea de cinco á siete años arriba. (Edad de los que se han de confirmar). CÁRDENAS,
D. Y: op. cit., 1737; p. 115.
262 Cómo señala la normativa eclesiástica, la edad para poder confesarse es “… en la cuaresma en llegado a los 7
años al uso de razón…”. A.P.L.V.A. Libro de visitas de la Victoria. Delatado por Dávila y Cárdenas en 1734;
citado en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: op. cit., 1998. p. 103.
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Desde este nuevo punto de vista, los ilustrados canarios reformularon el modelo
de acceso a la edad adulta tradicional, como vimos, pautado desde los sacramentos
religiosos y, lo que es más interesante en nuestro caso, la consideración que sobre la
infancia tenía el conjunto de la sociedad. Desde su punto de vista, no sería ya Dios el que
dotaría a los individuos de esta capacidad de racionalidad, del citado libre albedrío, sino que
tal capacitación recaería en un instrumento llamado a regenerar la sociedad desde sus
cimientos: la Educación.
Esta reformulación marcó el inicio de un enfrentamiento entre la tradición
premoderna, que asociaba la educación de la niñez a la religión, y el pensamiento liberal,
que situó como eje de su proyecto social la generalización de una instrucción elemental
entre los hijos del pueblo. De hecho, dada su importancia en el Antiguo Régimen, el primer
elemento en el que discreparon los ilustrados con el resto de la sociedad fue en relación a la
edad en la que los niños debían dejar la escuela. En este sentido, los centros escolares de las
Económicas pautaron la necesidad de extender la educación primaria hasta la edad de los
doce años. Pretensión derivada de la asistencia irregular de los escolares (dadas las
ausencias estacionales en función de las obligaciones familiares) y, sobre todo, del
abandono prematuro de la escuela antes de la edad de los diez años263.
Tanto en la extensión de la escolarización hasta la edad de los doce años, como
en la propia aspiración a generalizar la instrucción primaria de las clases populares, los
ilustrados canarios, y sus herederos liberales, “fracasaron” hasta bien entrado el siglo XIX.
Esta circunstancia ha sido descrita por el conjunto de la historiografía educativa canaria
como responsable de los altos y persistentes índices de analfabetismo en las islas, y la
consecuente situación de “atraso” en relación a las dinámicas educativas del resto del
país264.
263 Durante el Antiguo Régimen no existió una pauta obligada para la duración escolar en las escuelas de
primeras letras. Los niños y niñas solían acudir entre los cuatro y los doce años, siendo escasos los niños que
superaban los diez años y permanecían en la escuela. El motivo era la necesidad de los niños en el trabajo.
GONZÁLEZ PÉREZ, Teresa: op. cit., 2003, pp. 33 y 36. Según Juan Manuel Santana, en las escuelas de la
Económica tinerfeña asistían regularidad a las clases 12 niñas y 34 niños, cuyas edades oscilaban entre 6 y 11
años. SANTANA PÉREZ, Juan Manuel: op.cit., 1990, p. 94.
264 El fracaso parcial del proyecto educativo liberal en Canarias se debió, según Tesesa González, a la
insuficiente oferta escolar, a la irregular asistencia de los niños a la escuela, a la ambigüedad de la gratuidad y
obligatoriedad de la enseñanza elemental, a las deficientes condiciones pedagógicas de la escuela primaria, a la
precaria cualificación profesional del magisterio y a los graves problemas de financiación de las haciendas
locales. Estas circunstancias explican la persistencia de elevadas tasas de analfabetismo al finalizar el siglo.
GONZÁLEZ PÉREZ, Teresa: op. cit., 2003, p.63. Junto a estos elementos Olegario Negrín añadiría el
centralismo peninsular (ignorante de la problemática del archipiélago) y la rivalidades provinciales, “agravada
por la dejadez isleña en el campo de la cultura y de la enseñanza que tanto ha frenado y esterilizado en
ocasiones el desarrollo general de las Islas Canarias". NEGRÍN FAJARDO, Olegario: La enseñanza en
Canarias, Mancomunidad de Cabildos-Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria, 1982, p. 53.
197
Sin embargo, como pretendemos demostrar en esta breve contextualización, los
procesos de cambio discursivo tienen ritmos variables, están absolutamente asociados a las
realidades locales en donde se desarrollan y no responden a un patrón generalizable en su
articulación. Si en Canarias no se asumió mayoritariamente la idea de que el conjunto de la
infancia debía ser sometida a una escolarización uniformizada fue porque sus habitantes no
encontraron en su realidad cotidiana una necesidad que los interpelara para tal propósito.
En un contexto de crisis económica, de consolidación de la medianería en el campo y de
desarticulación familiar, derivada de intensos procesos migratorios, las familias campesinas
y artesanas canarias mantuvieron la visión del niño como un miembro importante en la
economía familiar y rechazaron su integración en las instituciones escolares265. Sin ir más
lejos, como ha mostrado Teresa González, todavía durante la primera mitad del siglo XIX
los vecinos de algunos municipios canarios continuaron rechazando, activa y pasivamente,
algunas de las escasas fundaciones escolares266.
En conclusión, si lo que nos interesa estudiar son los procesos sociales y
culturales realmente significativos en la vida de los niños canarios, debemos dejar de buscar
patuas de comportamiento e ideas del presente que no existían en el pasado. Como hemos
visto, la noción de niño se mantuvo en unos parámetros propios del modelo del Antiguo
Régimen, por encima de categorías de tipo individualista más propias de épocas
posteriores. La visión propiamente moderna de la infancia, entendida como una etapa más
prolongada, específica y especialmente valiosa en la vida del hombre, no se manifestó con
fuerza en el contexto insular hasta la segunda mitad del siglo XIX. En esos momentos, al
calor de la penetración de un amplio conjunto de ideas e instituciones liberales en las islas,
comenzaron a multiplicarse las voces que advertían de la imperiosa necesidad de un mayor
265 Los testimonios históricos nos muestran claramente la situación de los niños canarios en el campo, que
desde que "pueden andar los sacan consigo al campo para que los ayuden y cuiden de apartar sus animales, y a las hembras las
dejan en custodias de sus casas cuando las pobres madres salen a solicitar con que sustentarles las vidas". De hecho, bien se
trate de medianeros, arrendatarios o pequeños propietarios, y aún de jornaleros, "los hijos de familia no pueden
excusarse por los padres para la crianza de algunos cerdos, ovejas, cabras que van pastar, y esto de muy pequeños, y mientras no
pueden hacer trabajo de labor en el campo, por que todas estas manos deben contribuir para que alcance toda la familia una
ración muy corta", como sucede en Tejina. En las zonas de pesca, como Punta Hidalgo, los hijos, "desde la edad de
8 años y sus mujeres van a la conducción anualmente de la pesca a la capital, todo para poder sostener la pobreza suma en que
viven". (A.M.L.L SIgnatura C-II-1. Expediente educación pública de Tenerife. Tejina y Punta Hidalgo) citado
en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: op. cit, 1998. p.88.
266 En este sentido, encontramos varias situaciones históricas características, recogidas en la obra sobre La
Enseñanza Primaria en Canarias de Teresa González. En 1822 se instauró por primera vez una escuela en
Artenara (Gran Canaria). Sin embargo la vida de la escuela concluyó a los tres meses de su instauración,
debido a la falta de interés de los padres por el aprendizaje de los hijos, puesto que se llegó “hasta el extremo
de no concurrir ningún alumno”. Más tardíamente, en 1837, la Diputación de Canarias recomendó al
ayuntamiento de La Aldea de San Nicolás (Gran Canaria) el establecimiento de una escuela, indicando en su
presupuesto el material didáctico y el mobiliario preciso. Al año siguiente, el alcalde comunicó al jefe político,
y éste lo puso en conocimiento de la Diputación, que no se había podido establecer la escuela…”porque los
vecinos la rechazaban”. GONZÁLEZ PÉREZ, Teresa: op. cit., 2003, p. 55.
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cuidado y educación de la niñez, la mayoría de ellas formuladas por intelectuales y
escritores de la península o del extranjero267. Estos señalados llamamientos fueron
impulsados posteriormente por ideologías modernas arraigadas en las capitales canarias,
como el republicanismo o el incipiente movimiento obrero que, a comienzos del siglo XX,
se sumarían a la lucha por la educación de los niños obreros como un requisito básico para
la futura emancipación social268. Estos llamamientos fueron desplazando muy lentamente la
visión caritativa y religiosa sobre el papel de la niñez, que empezaba a ser vista como
atrasada y explotadora por dichos colectivos sociales. Esta corriente de opinión presionaría
a las autoridades locales para que destinaran más recursos en la protección e instrucción de
la infancia canaria, sobre todo durante la II República. Sin embargo, esta creciente
presencia de ideas e iniciativas en los contextos urbanos no supuso una articulación
repentina y uniforme de una de las nociones propias de la modernidad, perviviendo las
visiones tradicionales de la infancia y su función social entre amplios sectores de la sociedad
canaria hasta bien entrado el siglo XX.
Conclusiones
267 El periodista santacrucero de familia francesa, José Desire Dugour, desarrolló durante 1847 una amplia
campaña a favor de la educación y regeneración de la infancia en el periódico tinerfeño La Aurora. Más
sintomática aún fue la aparición de publicaciones como El instructor (1852), a cargo del maestro y pedagogo
Juan de la Puerta Canseco asentado en Tenerife. Mediante semejantes propósitos, estos agentes de
modernización trataban de “concienciar” a la población tinerfeña de la necesidad de modificar los métodos
de enseñanza tradicionales, evitar el absentismo escolar y mejorar el rendimiento de los escolares mediante
técnicas pedagógicas avanzadas. NEGRÍN FAJARDO, Olegario: op. cit., 1998, p. 294.
268 En el periódico tinerfeño El obrero, órgano de la Asociación Obrera de Canarias, se planteó el problema de
la falta de educación de los trabajadores como una minusvalía individual y colectiva, como una merma en sus
posibilidades de prosperar y en sus derechos como sujetos productivos. En este sentido, la publicación, de
tendencia mayoritariamente anarquista, solicitó en varias ocasiones la introducción de un currículum escolar
en las escuelas primarias con un mayor número de asignaturas centradas en los trabajos manuales, que
pudieran repercutir en la mejora de la actividad productiva y el estatus de los trabajadores, huyendo así de los
prototipos burgueses de las profesiones liberales. El obrero, 15 de septiembre de 1900. Suplemento al nº 2.
Citado en GONZÁLEZ PÉREZ, Teresa: 1996, op. cit., p. 51.
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Esta sería, en consecuencia, la primera de las conclusiones de este trabajo. Ante la
falta de referentes primarios y bibliográficos regionales, el uso combinado de estas
disciplinas nos ha permitido valorar si la citada teoría de Phillipe Ariés y sus múltiples
seguidores, sobre el origen de la infancia moderna en el siglo XVIII, es válida para el caso
canario. Es decir, si en tal período se desarrolló en nuestras islas una noción de infancia
específica, que generase un conjunto de instituciones e ideas modernas que propiciaran su
escolarización o que modificaran el rol del niño en las familias canarias. Como hemos visto,
tal transformación no empezó a producirse en nuestro contexto geográfico hasta bien
entrada la centuria siguiente.
En segundo lugar, en este trabajo hemos tratado de situar en su justa medida el
impacto real de la normativa asistencial y educativa sobre la infancia llevada a cabo por
parte de las autoridades e instituciones ilustradas canarias. Con ello, hemos demostrado que
el hecho de que fundaran escuelas u hospicios no reflejaba necesariamente una ruptura con
la manera de concebir la niñez propia del Antiguo Régimen sino, incluso en algunos casos,
supuso la consolidación de nociones utilitaristas y caritativas propias de la premodernidad.
Por último, y en relación a las dos conclusiones ya planteadas, establecimos las
características que definieron la vida infantil en las Islas del siglo XVIII. De esta forma,
apreciamos una cierta especificidad en el trato y la consideración de los individuos menores
de siete años por parte de la sociedad dada su debilidad física (agravada por un contexto de
crisis económica y alta mortandad), una menor repercusión social ante su muerte y la
creencia en su incapacidad para pertenecer plenamente a la comunidad hasta pasar ciertos
ritos sociales y religiosos. Sin embargo, tal especificidad no era comparable con el amplio
estatus diferenciado que plantearon reducidos sectores de la élite ilustrada. Por el contrario,
la mayoría de los niños canarios mantuvieron, desde antes incluso de los siete años, una
vida propia de adultos; con una alimentación igual de deficitaria, un altísimo absentismo
escolar, una ocupación importante en las tareas de sostenimiento económico familiar y una
tendencia a la marginalidad en los ambientes urbanos.
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