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Ernesto Chacón Macías

Historiografía
18 septiembre 2019
Reporte de lectura de: El queso y los gusanos: El cosmos según un molinero del
siglo XVI, Carlo Ginzburg.

25.- Caos

Este apartado del libro se rige por el análisis de la siguiente sentencia:

«Yo he dicho que por lo que yo pienso y creo, todo era un caos, es decir, tierra, aire, agua y
fuego juntos; y aquel volumen poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la
leche y en él se forman gusanos, y éstos fueron los ángeles; y la santísima majestad quiso que
aquello fuese Dios y los ángeles; y entre aquel número de ángeles también estaba Dios creado
también él de aquella masa y al mismo tiempo, y fue hecho señor con cuatro capitanes, Luzbel,
Miguel, Gabriel y Rafael. Aquel Luzbel quiso hacerse señor comparándose al rey, que era la
majestad de Dios, y por su soberbia Dios mandó que fuera echado del cielo con todos sus
órdenes y compañía; y así Dios hizo después a Adán y Eva, y al pueblo, en gran multitud, para
llenar los sitios de los ángeles echados. Y como dicha multitud no cumplía los mandamientos
de Dios, mandó a su hijo, al cual prendieron los judíos y fue crucificado» (Menocchio en
Ginzburg, 1976 :94).

Análisis de dónde pudo venir la idea de caos:

Menocchio comenta que del Florilegio de la Biblia, sin embargo en este escrito no se menciona la idea
de Caos (Ginzburg, 1976: 136).

Posiblemente es de un libro al que se referiría casualmente durante el segundo proceso (pero que ya
conocía en 1584): el Supplementum supplementi delle croniche del eremita Jacopo Filippo Foresti:
“Por tanto, esta espaciosa forma, que carecía de figura cierta, nuestro Ovidio al principio de su mayor
volumen, y también algunos filósofos, lo llamaron Caos” (Ginzburg, 1976: 137).

A fuerza de circular de boca en boca el razonamiento de Menocchio se había simplificado y


deformado:

Menocchio intentó comunicar estas «cosas» a sus paisanos. «Yo le he oído decir —declaró
Giovanni Povoledo—, que al principio este mundo no era nada, y que fue batido como una
espuma del agua del mar, y se coaguló como un queso, del cual luego nació gran cantidad de
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gusanos y estos gusanos se convirtieron en hombres, de los cuales el más poderoso y sabio fue
Dios, y al cual los otros rindieron obediencia...» (1976: 137).

«Yo creo que Dios eterno, de aquel caos que he dicho antes, había escogido la luz más perfecta
como se hace con el queso, que se coge el más perfecto, y de aquella luz había hecho aquellos
espíritus a los cuales nosotros decimos ángeles, de los que eligió al más noble, y a aquel le dio
todo su saber, toda su voluntad y todo su poder, y éste es el que nosotros decimos Espíritu
santo, al cual puso Dios sobre la fábrica de todo el mundo...» (Ginzburg, 1976: 138).

27.- Quesos míticos y quesos reales.

En esta danza de términos teológicos, una cosa permanecía constante: el rechazo a atribuir la creación
del mundo a la divinidad, junto a la obstinada y reiterada proposición del elemento en apariencia más
extraño: el queso, los gusanos-ángeles nacidos del queso (: 141).

La experiencia cotidiana del nacimiento de gusanos en el queso putrefacto servía a Menocchio para
explicar el nacimiento de seres vivos —siendo los primeros, los más perfectos, los ángeles— a partir
del caos, de la materia «espesa e indigesta», sin recurrir a la intervención divina (: 141).

El caos precedía a la «santísima majestad», tampoco muy bien definida; del caos nacieron los primeros
seres vivos —los ángeles, y el propio Dios que era el mayor de ellos— por generación espontánea,
«producidos por la natura» (:141).

28.- El monopolio del saber

Menocchio había vivido en primera persona el salto histórico, de alcance incalculable, que separa el
lenguaje gesticulado, murmurado, chillado, propio de la cultura oral, de aquel otro, carente de
entonación y cristalizado sobre el papel, propio de la cultura escrita (Ginzburg, 1976: 143).

El deseo de «buscar las cosas altas», del que ambiguamente había renegado doce años atrás ante el
inquisidor de Portogruaro, seguía pareciéndole no ya legítimo, sino potencialmente al alcance de todos.

Por el contrario, la pretensión de los clérigos de mantener el monopolio de un conocimiento que podía
comprarse por dos centavos en los puestos de los libreros de Venecia, le parecía absurda.

El concepto de cultura como privilegio había sufrido un grave embate (aunque no mortal) con la
invención de la imprenta (:143 y 144).
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29.- Las palabras del Florilegio

Algunos de los conceptos cruciales, algunos de los temas más debatidos de la tradición cultural de la
antigüedad y de la Edad Media, llegaron a Menocchio a través de un compendio pobre y desordenado
como el Florilegio de la Biblia.

El texto proveyó a Menocchio de los instrumentos lingüísticos y conceptuales con que elaborar y
expresar su visión del mundo (: 144).

Con una terminología embebida de cristianismo, de neoplatonismo, de filosofía escolástica,


Menocchio intentaba expresar el materialismo elemental, instintivo, de generaciones y generaciones de
campesinos (145).

30.- Función de las metáforas

¿Qué quería decir exactamente Menocchio cuando hablaba de Dios, de la santísima majestad de Dios,
del espíritu de Dios, del Espíritu santo, del alma?

En un universo lingüístico y mental como el suyo, marcado por el literalismo más absoluto, también
las metáforas se toman rigurosamente al pie de la letra. Su contenido, nunca casual, transparenta la
trama del verdadero e inexpresado discurso de Menocchio (: 146).

31.- «Patrón», «factor» y «maestranzas»

Dios parece ser para Menocchio la propia imagen de la autoridad… habla de una «santísima
majestad», a veces distinta de Dios, otras identificada con el «espíritu de Dios» o con el propio Dios.
Compara a Dios con un «gran capitán» que «envió como embajador a su hijo a los hombres de este
mundo»; o con un gentilhombre: en el paraíso «el que se siente en aquellas sillas verá que puede ver
todas las cosas, y es semejante a aquel gentilhombre que muestra todas sus cosas para que se vean». El
«Dios-Señor» es ante todo, y literalmente, un señor: «he dicho que Jesucristo si era Dios no debería
haberse dejado coger y crucificar, y de este artículo no estaba seguro y dudaba, como he dicho, porque
me parecía una barbaridad que un señor se dejase prender de ese modo, y así yo dudaba que habiendo
sido crucificado fuese Dios...» (: 147).

Así decimos de Dios, además de la voluntad necesita el poder». Pero este «poder» se basa en «obrar
mediante la maestranza» (: 147).
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La «fábrica del mundo» es, literalmente una vez más, una acción material —«yo creo que no se puede
hacer ninguna cosa sin materia, y tampoco Dios habría podido hacer cosa alguna sin materia»—, un
trabajo manual. Para él, Dios no había hecho nada, tal como no había hecho nada su «factor», el
Espíritu santo (: 147). Quienes habían puesto manos a la obra en la «fábrica del mundo» eran las
«maestranzas», los «operarios» —los ángeles (: 148). Su obstinada visión materialista no admitía la
presencia de un Dios creador. De un Dios sí, pero era un Dios lejano, como un patrón que ha dejado
sus tierras en manos de factores y de «operarios» (: 148).

En la frase “Y de esto resulta”, de nuevo el imperturbable raciocinio de Menocchio se movía entre sus
textos (las Escrituras, el Florilegio) con extraordinaria libertad (: 148). Es decir, opera una lógica
propia.

32.- Una hipótesis

«¿Quién es este Dios-Señor? Es una traición que han hecho las Escrituras para engañar, y si fuese
Dios-Señor se dejaría ver»; «¿qué os imagináis que es Dios? Dios no es más que un poco de hálito, y
aquello que el hombre pueda imaginarse» (: 148).

Si Menocchio quería verdaderamente ocultar a los jueces los aspectos más radicales de sus ideas, ¿por
qué insistía tanto en afirmar la mortalidad del alma? (: 148).

Él presentaba a sus ignorantes paisanos una versión simplificada y esotérica de sus ideas: «Si pudiese
hablar hablaría, pero no quiero hablar». Por el contrario, la versión más compleja, esotérica, la
reservaba para las autoridades religiosas y seglares a las que deseaba ardientemente dirigirse (: 148).

Hay que lograr explicar de qué manera Menocchio llegó a hacer sus discursos, aparentemente
contradictorios, a los habitantes de Montereale (: 148).

33.- Religión campesina

De todos modos, esa eventual resonancia cabría atribuirla a la traducción en términos de materialismo
popular (ulteriormente simplificada para sus compatriotas) de una concepción docta que integra un
fortísimo componente materialista. Dios, el Espíritu santo y el alma no existen en tanto que sustancias
separadas: sólo existe la materia impregnada de divinidad, la mezcolanza de los cuatro elementos.
Tocamos el fondo de la cultura oral de Menocchio (: 151).

Fuentes:
Ernesto Chacón Macías
Historiografía
18 septiembre 2019
Ginzburg, Carlo, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Barcelona, Muchnik
Editores, 1997.

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