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Todo esto fue producto de la política personal de Luis XV. El rey desconfiaba
hasta tal punto de cuantos le rodeaban, temiendo que influyesen sobre él, y
despreciaba tanto a sus ministros, que había creado un gabinete secreto al frente
del cual, desde 1743, estaba el príncipe de Conti. Era como una especie de
conspiración del rey contra sus propios ministros. Luis XV, además de los
embajadores oficiales, mantenía en el extranjero agentes secretos con los cuales
sostenía una correspondencia de la que sus ministros no tenían noticia. Entre
esos agentes secretos había diplomáticos tan notables como el conde de Broglie,
Breteuil y Vergennes, que a menudo, cumpliendo las órdenes del rey, seguían
una política diametralmente opuesta a la sostenida por el representante oficial del
Gobierno francés, y, a pesar de toda su habilidad, acabaron por incurrir en graves
errores. Al monarca le agradaba engañar a sus propios ministros sin hacerles
partícipes del "secreto del rey", ni inquietarse lo más mínimo por el perjuicio que
para Francia representaba esa política doblemente secreta.