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Pensar al hombre en relación con la naturaleza

Cristina Bosso – Universidad Nacional de Tucumán

I - Oposiciones:

Nuestro trato con la naturaleza se estructura en base a un sistema de disyunciones y


oposiciones entre términos contrapuestos que parecen excluirse uno a otro:
naturaleza/cultura, natural/artificial, en un sistema de conceptos en el que afirmar uno de
ellos parece implicar, inevitablemente, negar el otro.

Un creciente antropocentrismo ha marcado la historia de occidente; el hombre reniega de


su vínculo con la naturaleza y la concibe como algo que se le opone, que debe ser
dominado, forzado, sometido, generando una concepción de sí mismo como un ser
enfrentado al medio que lo rodea. Como fácilmente podemos advertir, el proceso de
civilización se desarrolla, en gran medida, bajo la premisa de someter a la naturaleza y
domesticarla para construir un mundo a la medida del hombre.

El modelo de las ciudades medievales nos ofrece un claro testimonio de esto: amuralladas,
atrincheradas, encerradas para resistir el embate de enemigos y extranjeros, pero también
para delimitar un espacio dónde el ser humano define su condición de tal tomando distancia
de lo natural. Puertas adentro se desarrolla la vida del hombre; no hay espacio allí para la
naturaleza; se intenta borrar hasta el último de sus vestigios. Las plazas de las antiguas
ciudades europeas hacen patente esta concepción: renegando de toda reminiscencia del
verde, de las praderas y bosques en donde el hombre desarrolló su condición, la plaza es un
lugar empedrado, en la que no queda ni siquiera resquicios de vegetación.

IMÁGENES La plaza de Bruselas, considerada una de las más hermosas del mundo, la
Plaza Mayor de Madrid, podemos pensar muchos ejemplos, que dan cuenta de la fuerza de
esta impronta.

El hombre se reafirma como un gran arquitecto que reniega de su entorno natural y toma
distancia de lo agreste, construye su identidad en términos de oposición con la naturaleza y
se concibe como un ser dotado de una condición totalmente ajena a la del resto de las
especies naturales, con lo que justifica su accionar depredador.

En América el panorama ha sido muy diferente: los nativos de nuestras tierras concebían al
viento, la lluvia, la tierra como sus dioses; de ellos dependía su existencia; se sienten parte
de este cosmos, conviviendo con la naturaleza de modo amigable, en una implícita
concepción que los hace sentirse parte de un sistema, interviniendo lo mínimo
indispensable en la estructura de bosques, valles y selvas, adaptándose al entorno que no
era visto como hostil sino como un espacio que los acoge. (IMAGEN Plaza de Cusco,
Machu Picchu, Rocas) El hombre americano se siente parte de la naturaleza, partícipe y
protagonista del fabuloso despliegue de la vida, en la que su existencia y su cultura se
adaptan al ritmo de los ciclos naturales-

Lamentablemente ha prevalecido la visión de los conquistadores, que impusieron sus ideas


y sus costumbres. Malinterpretando el mandato del Génesis, tomaron en serio el calificativo
de “rey de la creación” y colocándose por encima del resto de las especies se sienten amos
y señores de la naturaleza, dispuesto a servirse de ella y gozar de sus beneficios sin mesura
ni medida. La naturaleza aparece como un medio que podemos usar y del que podemos
abusar indiscriminadamente.

II- Restauraciones

Bastante tardíamente tomamos conciencia de las consecuencias de nuestras acciones y del


deterioro que está generando nuestro comportamiento en el planeta. Corrientes ecológicas
levantan su voz para alertarnos de los estragos que estamos causando; la tala
indiscriminada, la contaminación de las aguas, el calentamiento global ponen en riesgo el
futuro del planeta y nos enfrentan hoy a consecuencias indeseadas. IMAGENES

Numerosos informes científicos nos hablan ya de las consecuencias para la salud y la


estabilidad mental de la vida en grandes ciudades, monolitos de cemento que nos distancian
de lo natural; surge el concepto de “edificios enfermos” y se reivindica el poder sanador del
contacto con el verde, con la arena, con el sonido del mar. En algunas plazas artificiales de
Estados Unidos y Japón se escuchan grabaciones de cantos de los pájaros; en ciudades del
primer mundo árboles artificiales comienzan a poblar plazas y patios de las escuelas
obedeciendo las recomendaciones de los investigadores que advierten sobre la necesidad
de recuperar el contacto con el entorno natural. Los productos orgánicos comienzan a
poblar las góndolas de los supermercados y las mesas de los restaurantes; la agricultura
sustentable tiene cada vez mejor prensa; es que los investigadores son tajantes a la hora de
emitir su veredicto: el aumento de un gran número de enfermedades contemporáneas se
haya en directa relación con las transformaciones químicas que ha introducido la industria
alimenticia: agroquímicos, fertilizantes, conservantes, modificaciones genéticas en los
vegetales, hormonas en los animales de granja. El mundo contemporáneo comienza a
advertir las consecuencias nefastas de la intervención del hombre y comienza a recuperar
el valor de lo natural. BANKSY

Es que a pesar de sus esfuerzos, el ser humano no puede renegar de sus orígenes; nuestro
cuerpo nos instala en el mundo biológico del que inevitablemente somos parte aunque
hayamos querido olvidarlo. Con dificultad el hombre recupera sus lazos con la naturaleza;
recordemos sino el revuelo que generó Darwin en tanto reivindica nuestro parentesco con
los simios antropomorfos y reinserta al hombre en el concierto de las especies, como parte
del reino animal.

Reconocernos como parte de la naturaleza nos permite a volver la mirada hacia ella y
recuperar nuestros lazos; a partir de allí cabe la posibilidad de gestar una nueva concepción
del hombre, de la naturaleza y de las relaciones entre ambos que se hace no sólo
imprescindible sino también urgente.

En esta línea se inscribe la propuesta de la Encíclica Laudatio Si, que se sustenta en la toma
de conciencia de los graves problemas que aquejan a nuestro planeta y en la necesidad de
buscar soluciones para ellos.

III – Acciones

Resulta interesante que un Papa se pronuncie sobre estos problemas, hecho que creo que no
tiene precedentes en el cristianismo. No resulta casual que a Francisco le interesen estos
temas dado el perfil de la orden a la que pertenece; posiblemente sean los franciscanos
quienes más se han enfocado en la importancia de las relaciones del hombre con la
naturaleza, siguiendo la impronta de San Francisco. Esto da cuenta también del interés del
Pontífice por temas de actualidad, y de su conciencia de la importancia de pronunciarse
sobre ellos para alertar sobre la necesidad de proteger nuestro mundo.

Esto posee una gran importancia en tanto consideramos que el discurso constituye una
acción eficaz, capaz de producir modificaciones en el modo de pensar y en nuestras
acciones. La filosofía contemporánea ha mostrado con creces la intrínseca relación entre
discurso y praxis. Como señala Hannah Arendt, la palabra es acción, puesto que permite
poner en marcha nuevas prácticas: el discurso propone nuevas perspectivas e invita a la
acción, abre la posibilidad de trascender lo dado y comenzar algo nuevo, de tomar una
iniciativa y poner algo en movimiento (201). El discurso aparece como una poderosa
herramienta para actuar sobre el mundo.

Esta es la perspectiva de esta encíclica; a pesar de su nombre, no se queda en el elogio de la


naturaleza, que posee una connotación sobre todo contemplativa, sino que se propone
reflexionar sobre las causas más profundas de la crisis ecológica para transformar nuestro
modo de actuar.

. Como lo indica el subtítulo, esta encíclica es un llamado a cuidar nuestra casa en


común; es que para Francisco no podemos entender la naturaleza como algo separado de
nosotros, no podemos concebirnos como seres aislados de nuestro ambiente, no podemos
abordar nuestros problemas de manera fragmentaria. Esta mirada resignifica nuestro
vínculo con la naturaleza en tanto advierte nuestra responsabilidad por el impacto que
nuestras acciones generan en nuestro entorno tanto inmediato como mediato, y a la vez le
otorga un nuevo sentido a nuestra existencia: Laudati Si propone una concepción del
hombre integrado con la naturaleza y reivindica nuestras raíces biológicas: nuestro cuerpo
nos sitúa en relación directa con el medio ambiente y con el resto de los seres vivos. Somos
parte de la tierra, nuestro cuerpo está formado por los mismos elementos que el planeta, el
aire y el agua nos constituyen. Esto trae aparejada no sólo la revalorización de la naturaleza
sino una nueva forma de relacionarnos con ella y de pensar al hombre, que conduce a
superar el antropocentrismo del que habíamos hablado.

En esta visión se concibe a la dimensión humana inserta en el entorno natural y social, y a


la vez pone de relieve nuestra enorme responsabilidad con respecto al medio ambiente.
Para qué trabajamos? Para qué estamos en este mundo? Planteadas a fondo, estas preguntas
resignifican el sentido de nuestra existencia y nuestra relación con el medio.

Me parece importante destacar que el Papa ha afirmado que ha escrito esta encíclica para
todos los hombres, no sólo para los cristianos; se propone por ello invitar al diálogo a otras
iglesias y comunidades, y también a otras religiones y disciplinas, reconociendo que la
reflexión de innumerables científicos, filósofos y organizaciones sociales ha enriquecido el
pensamiento de la iglesia sobre este tema.

En efecto, el cuidado del medio ambiente es un problema que nos compromete a todos.
Como señala Giuseppe Onufrio, delegado de Green Peace en Italia, el cambio climático es
un problema moral puesto que hay un vínculo entre las cuestiones sociales y las
cuestiones ambientales que se entretejen. Cito: “El análisis de los problemas ambientales es
inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la
misma relación de la persona consigo mismo; no hay dos crisis separadas, una ambiental y
una social sino una única y compleja crisis socio-ambiental.”

IV- Conclusiones:

Esta propuesta se encuentra en consonancia con las concepciones antropológicas más


actuales que reivindican al hombre como parte de la naturaleza.

A mi juicio esta encíclica nos ofrece un certero diagnóstico de los males de nuestro tiempo,
pero lo hace desde una mirada optimista, ya que asume que el ser humano posee la
capacidad de revertir el derrotero de sus acciones; no todo está perdido: es posible
intervenir positivamente. Desde aquí podemos pensar nuevos géneros de relaciones entre
naturaleza y cultura, en las que no aparezcan contrapuestos o enfrentados como se los
había concebido y recuperar la idea de hombre como parte de la naturaleza.

No dejamos, sin embargo, de percibir las dificultades a las que se enfrenta este nuevo
modelo; estas son sobre todo de origen económico, puesto que la explotación
indiscriminada de los recursos trae aparejados sin lugar a dudas enormes beneficios para
algunos. Pensemos sino en conflictos como el de la pastera que se instaló en Uruguay hace
algunos años, o la tala en la provincia de Salta y en el pedemonte en nuestra provincia, la
minera La Alumbrera por citar sólo algunos ejemplos. El reto será conciliar los intereses
políticos y económicos con el fin de construir un mundo mejor para nosotros y para los
hombres del futuro.

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